Los chicos rubios - Lisandro N. C. Urquiza - E-Book

Los chicos rubios E-Book

Lisandro N. C. Urquiza

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  • Herausgeber: Bärenhaus
  • Kategorie: Erotik
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2021
Beschreibung

Esta es la historia de Sebastián, un padre que se muda a un pequeño y pintoresco pueblo llamado "Aldea del Norte, un barrio, NO un pueblo", junto a su hijo adolescente Aurek. Ambos comparten similitudes en cuanto a lo físico, siendo la más llamativa portar una cabellera de color rubio y ojos de color casi amarillos. Además de eso, ambos tienen una forma muy peculiar de comunicarse, logrando por momentos diálogos tan bizarros como interesantes. Si bien la historia se centra en la relación padre-hijo de los protagonistas, crearán lazos con la gente del lugar que simpáticamente los bautizó como "Los chicos rubios", y allí cada uno tendrá sus vivencias. Sebastián será quien lleve adelante el estandarte de ser el héroe de esta historia, al descubrir que Olegario, su mejor amigo en el pueblo, está enamorado de él. Esto hará que el joven papá tenga que lidiar contra sus furibundos padres y con la mamá de Aurek, quien regresa después de muchos años. Pero, sin lugar a dudas, la batalla más difícil de todas será la que deberá afrontar contra sí mismo.

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Urquiza, Lisandro N. C.

Los chicos rubios / Lisandro N. C. Urquiza. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Bärenhaus, 2021.

(Biblioteca de autor)

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-8449-21-0

1. Narrativa Argentina. 2. Literatura Juvenil. 3. Novelas. I. Título.

CDD A863.9283

© 2021, Lisandro N. C. Urquiza

Ilustraciones de interior y cubierta: Natalia Cañás

Diseño de cubierta e interior: Departamento de arte de Editorial Bärenhaus S.R.L.

Todos los derechos reservados

© 2021, Editorial Bärenhaus S.R.L.

Publicado bajo el sello Bärenhaus

Quevedo 4014 (C1419BZL) C.A.B.A.

www.editorialbarenhaus.com

ISBN 978-987-8449-21-0

1º edición: diciembre de 2021

1º edición digital: noviembre de 2021

Conversión a formato digital: Libresque

No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446 de la República Argentina.

SOBRE ESTE LIBRO

Esta es la historia de Sebastián, un padre que se muda a un pequeño y pintoresco pueblo llamado “Aldea del Norte, un barrio, NO un pueblo”, junto a su hijo adolescente Aurek.

Ambos comparten similitudes en cuanto a lo físico, siendo la más llamativa portar una cabellera de color rubio y ojos de color casi amarillos. Además de eso, ambos tienen una forma muy peculiar de comunicarse, logrando por momentos diálogos tan bizarros como interesantes.

Si bien la historia se centra en la relación padre-hijo de los protagonistas, crearán lazos con la gente del lugar que simpáticamente los bautizó como “Los chicos rubios”, y allí cada uno tendrá sus vivencias. Sebastián será quien lleve adelante el estandarte de ser el héroe de esta historia, al descubrir que Olegario, su mejor amigo en el pueblo, está enamorado de él.

Esto hará que el joven papá tenga que lidiar contra sus furibundos padres y con la mamá de Aurek, quien regresa después de muchos años. Pero, sin lugar a dudas, la batalla más difícil de todas será la que deberá afrontar contra sí mismo.

SOBRE LISANDRO N. C. URQUIZA

Lisandro N. C. Urquiza nació en Gualeguaychú, Entre Ríos. Siendo aún un niño, su familia se mudó a Buenos Aires por razones laborales.

Su educación secundaria fue comercial con orientación en Lengua y Literatura. Más tarde se graduó en la Universidad Nacional de Luján como Licenciado en Administración.

Con el paso de los años, y trabajando tiempo completo en una empresa financiera, comenzó a transitar en la literatura. Publicó en 2018 su primera novela Los chicos rubios. En 2019, la continuación, Oleg y Los chicos rubios y, en 2020, El viaje de Tomás y Mateo (Bärenhaus), una historia independiente de las anteriores pero con escenarios y personajes comunes. Actualmente se encuentra trabajando en Tomás y Mateo, una nueva vida, de próxima publicación en este Sello Editorial.

La saga continuará con: Nano, el tropillero; Dionisio y el Rey; Aurek y los aldeanos; Nano entre girasoles; Los diarios de Max; El pintor de la playa y Mi vida en un carnaval.

Para 2024 tiene proyectado publicar el policial romántico “Vicente Tömmey”, y en 2025 “Lando, el sanador”.

ÍNDICE

CubiertaPortadaCréditosSobre este libroSobre Lisandro N. C. UrquizaIntroducciónCapítulo 1. Un nuevo hogarCapítulo 2. Los chicos rubiosCapítulo 3. La presentación en sociedad de Los chicos rubiosCapítulo 4. Olegario - Un vals - Una apuestaCapítulo 5. Una taza de café Pecas en las mejillas Where is the loveCapítulo 6. Conociendo la “Aldea”Capítulo 7. Croissants y café con leche Los matecitos de Sebastián Mi primer amigoCapítulo 8. Haciendo una rutinaCapítulo 9. La lagunaCapítulo 10. Un brindis por Los chicos rubios Algo se sintió diferenteCapítulo 11. Primer día de trabajoCapítulo 12. Tomás y Mateo Sebastián y OlegarioCapítulo 13. Salida con amigos Aurek viste a la modaCapítulo 14. Sebastián y el brillo de una supernovaCapítulo 15. Las entradas al concierto Una charla inconclusaCapítulo 16. El recitalCapítulo 17. Un beso Un pactoCapítulo 18. La cabaña de Olegario Una fotografía RendiciónCapítulo 19. No puedo dejar de amarte. Lo que siempre soñé…Capítulo 20. Olegario y los dos mosqueterosCapítulo 21. Visitas inesperadasCapítulo 22. Mi vida en Aldea del Norte, un barrio no un puebloCapítulo 23. Alana Wes y la guitarra de la discordiaCapítulo 24. DecepcionesCapítulo 25. Cuando te enamorás del alma de alguienCapítulo 26. Aurek se convierte en CupidoCapítulo 27. Una bici que me lleve a todos lados (o al menos hasta la laguna)Capítulo 28. ¿Querés ser mi novio? El tercer chico rubioCapítulo 29. La pareja del momentoCapítulo 30. El reality show Las metáforas de OlegCapítulo 31. La familia de MarisaCapítulo 32. La vida te da sorpresas… Olegario tambiénCapítulo 33. Los inquisidoresCapítulo 34. Confesiones en televisión Oleg y Los chicos rubiosCapítulo 35. El viaje a RíoCapítulo 36. Os meninos loirosCapítulo 37. MalentendidoCapítulo 38. En algún lugar bajo el arcoírisCapítulo 39. Felicidad Elisa, la bicicleta y un pantalónCapítulo 40. La primera Navidad de Los chicos rubios y OlegarioCapítulo 41. El viaje de Tomás, Mateo… y LucianoCapítulo 42. FamiliaCapítulo 43. EpílogoBonus track. La canción de Los chicos rubiosPlaylist del libroGlosario de Argentinismos

INTRODUCCIÓN

Los chicos rubios es una novela donde sus personajes tienen como propósito moral de vida “Ser Felices”.

El amor, la diversidad y la razón, los estandartes.

El éxito productivo, como actividad.

El corazón, el motor que los moviliza y les da la fuerza que necesitan para salir adelante.

 

Sebastián, un hombre de treinta y siete años, es el protagonista principal de la obra, y quien a través de sus diálogos y de su forma de ser inmadura (en comparación a su hijo adolescente), mostrará a los lectores el derrotero de ambos al llegar a un pueblo de provincia y cómo su vida cambia, en particular la del joven papá, al conocer a Olegario: el hombre que se volverá su amigo y compañero de aventuras, aunque el destino probablemente lo convierta en algo más…

Esto supondrá para los protagonistas, animarse a aceptar un cambio en sus vidas, en especial a Sebastián quien deberá reinventarse y convertirse en un apoteótico héroe de su propia película.

La historia de este libro gravita en torno a la muy buena relación padre e hijo que se da entre “Sebas y Auri”, y como van construyendo lazos con el resto de la comunidad; el simpático barrio que les da el nombre Los chicos rubios y donde uno de los elementos que pondrá a prueba a Sebastián y a su hijo, será la aceptación (o no) de Olegario: el nuevo amigo quien se perfila como el futuro sentimental del “chico rubio” mayor.

Esta novela pretende ser una historia que muestra otras realidades con las cuales convivimos en el día a día y que afortunadamente se van haciendo más visibles, en la medida que cada vez son más las personas que se aceptan como son y se animan a salir a la luz.

Así como los girasoles no temen quemarse cuando el sol está en su punto más alto, sino por el contrario, es cuando más plenos se muestran.

Una de las primeras preguntas que me hizo la gente que supo de esta aventura que estaba retratando fue: ¿Estás escribiendo una historia gay o como le dicen ahora, lgbtq+?

Al reflexionar sobre lo que respondería, lo primero que me vino a la mente fue aclarar que era una historia como cualquiera de las que suceden a cada minuto, en cualquier rincón del mundo, con la particularidad que implica el saber que alguien de tu mismo sexo te ama y vos estás descubriendo que te pasa con esa persona.

Por otro lado, una vez que el libro se publicó, me encontré con las opiniones de escritores que ya tenían un recorrido en historias como las que les presento. Uno de ellos, un querido colega español me aconsejó:

 

Lisandro, hay que encargarse de que se sepa que es una historia lgbtq+, porque si no va a ser muy difícil visibilizar.

 

Y es en ese espíritu que opté porque cada uno la llame como quiera, lo más importante es mostrar de que se trata la visibilidad de la diversidad y el amor entre las personas.

 

Me atrevo a decir que este libro busca ser una inspiración a la liberación de los prejuicios, de los convencionalismos y las ilusiones superfluas. Es una ficción que pretende ser un puente, para naturalizar cosas que a esta altura de la historia de la humanidad deberían ser naturales. Y no importa si solo unos pocos llegan a comprender la realidad completa de la “estatura humana” y que el resto la traicione.

 

Son esos pocos los que mueven al mundo y le dan su sentido a la vida, y a ellos dedico mis escritos.

 

Por último, y sin quitar relevancia al espíritu de la obra, para todos los curiosos que me preguntaron por qué el nombre del libro, les respondo diciéndoles que la melena amarilla, el amor por la música y los libros es una de las pocas semejanzas que compartimos… aunque también confieso que escribir esta novela me ha significado ganarme algunas canas, las cuales afortunadamente aún se confunden dentro de mi enmarañada cabellera.

 

Confío que nadie dirá que personajes y escenarios como los que he retratado aquí no existen, sin embargo que este libro se haya escrito y publicado es mi prueba de que existen.

 

Dedicado a todos aquellos que se animan a un acto de rebeldía tan valiente como lo es enamorarse.

 

Aquí vemos el mundo como podría ser.

 

Amor es amor.

 

Bienvenidos.

Lisandro N. C. Urquiza

Noviembre de 2021

CAPÍTULO 1 UN NUEVO HOGAR

El auto se detuvo en la salida de la autopista, justo donde un puente cruzaba en forma perpendicular a la misma. No había cartel o señal alguna que indicara si Sebastián estaba en la ruta correcta. El navegador del vehículo indicaba que se encontraban cerca de su destino y solo marcaba un camino “no asfaltado” como única alternativa viable, por lo que el hombre decidió adentrarse en la aventura.

—¿Estaremos bien? —preguntó su hijo Aurek. Viajaba sentado en el lugar del copiloto y llevaba un mapa desplegado en las manos.

—No lo sé, la gallega del gps se quedó callada y no hay otras indicaciones más que el camino en color gris que deberíamos tomar. ¿Qué dice tu mapa?

—A ver... —dijo el joven que estaba más concentrado en cantar el estribillo de una canción de los Smash Mouth que sonaba en la radio.

—¿Y bien? —preguntó Sebastián.

Mientras aguardaba la respuesta, se quedó con la mirada fija en un punto del paisaje. Pensó en esa nueva vida que estaba por empezar y la ansiedad junto a los nervios lo invadieron. Trató de restarle importancia.

Cuando volvió a la realidad y mientras su joven hijo continuaba dando vueltas el mapa para orientarse, Sebastián aprovechó el descuido para tocar el tablero de la radio y cambiar de estación. Sintonizó una radio de frecuencia modulada. El tema “Dos días en la vida” sonaba en su estribillo y el joven papá no dudó tararear la letra y golpetear con sus manos en el volante, generando que su hijo le dedicara una mirada de sorpresa.

—¿Qué te pasa que me mirás así? ¡Es un tema clásico! —Sebastián exclamó como si estuviera en un concierto—. ¡Y además, aplica perfectamente al momento, estamos en el medio de la nada, sin saber para dónde ir, igual que en la película de Thelma y Louise!

—Papá —dijo Aurek que en líneas generales terminaba siendo más maduro que su padre—, no estamos en el medio de la nada para empezar. Hicimos cuarenta kilómetros desde la Capital Federal por la autopista y ahora estamos en un desvío, no es tan grave.

—¡Ya lo sé, pero suena lindo pensar que estamos en medio del desierto, perdidos y que un sheriff con setenta alguaciles aparecerán para tratar de detenernos! —el papá movía las manos como si estuviera viviendo la película.

—Ahí vamos de nuevo —suspiró el joven—. Sacó un papel mal doblado del bolsillo posterior de su pantalón jean, y se puso a cotejarlo con lo que decía lo que intentaba ser una hoja con las indicaciones del lugar al que viajaban.

—¿Ese es el planito que hizo Elisa?

—El mismo —respondió Aurek.

Mientras discutían sobre los detalles cartográficos, Sebastián se quitó las gafas de sol que le daban la imagen de ser un piloto de un avión de guerra, más que un hombre de treinta y siete años que viajaba con su hijo de dieciséis, hacia el lugar que se convertiría en su hogar por los próximos años.

Aurek apoyó el rudimentario mapa sobre el volante de madera del viejo Ford Mustang GT 390, que su padre había heredado de su abuelo. Usando como mesa el tablero del vehículo, ambos se pusieron a examinar el mapa, hecho por la mejor amiga de Sebastián y hermana del dueño de la propiedad, el día en que se reunieron para firmar el contrato de alquiler.

Luego de analizarlo como si se tratara del plan de ataque de un submarino nuclear, y de compararlo con lo que les indicaba el navegador del vehículo, los chicos concluyeron que lo mejor era tomar el camino sugerido por Elisa.

—¡Bueno Auri, tomemos ese camino! —Sebastián levantó su mano y señaló hacia el horizonte, como si fuera el capitán de un navío que divisaba tierra.

Puso primera marcha en la caja de cambios de su auto clásico, y el potente motor del vehículo verde oliva rugió como un león aprestándose a correr a su presa. Ajustó sus gafas aviadoras y subió el volumen de la radio donde ahora sonaba la canción “En la ciudad de la furia”.

Así, padre e hijo salieron rumbo a su destino.

Desde la bifurcación donde se habían detenido doblaron a la izquierda, cruzaron sobre un puente y allí comenzaron a transitar por un camino de una mano y otra opuesta como sentido de circulación.

En la medida que fueron avanzando, su derrotero se fue poblando de eucaliptos a ambos lados, que los acompañaron todo el trayecto hasta llegar al barrio donde se encontraba la casa que habían rentado por el plazo de tres años.

El ambiente poco a poco cambió por completo.

El aire fresco que entraba por la ventanilla del vehículo estaba aromatizado por las hojas de los árboles y otras especies los hicieron sentir como si estuvieran entrando a otro mundo. Ya no estaba la pesadez del aire de la ciudad ni la locura de los coches en la autopista; en cuestión de minutos todo se redujo a un silencio que solo era interrumpido por la música a alto volumen de los chicos y por el sonido de pájaros que sobrevolaban el lugar.

—¿Por qué me apagás la radio? —preguntó Sebastián.

—Escuchá —dijo su hijo.

—No escucho nada, salvo el motor del auto.

—Por eso te digo, sentí que profundo es el silencio, solamente se escuchan algunos que otros pájaros.

—Guau, parecés un maestro zen —ironizó el papá.

Un sonido de aves que pasaban a vuelo rasante sobre las partes más llanas del lugar dieron un toque acriollado al paisaje, que de por sí daba la sensación de ser algún bosque europeo.

—Ese sonido, ¿serán teros?

—Parecen —dijo Sebastián— ¡De todas formas, no me bajaría por nada del mundo para verificar si lo son!

—¡Ah! ¿Todavía te dura el miedo por los teros, viejo? Aurek lanzó una carcajada.

—¿Miedo a qué?

—¡Al tero de tu tío Eldo!

Sebastián ladeó su cara a ambos lados.

—¡Bicho de mierda! —graznó—, yo solo había salido a conocer el patio del tío, y ni me imaginé que un tero que tenía de mascota te picaba peor que un escorpión...

Así Sebastián recordó la visita a la casa del anciano hermano de su padre, donde tuvo la desgracia de cruzarse con un pájaro que el dueño de casa había domesticado como si fuera un perro, y como tal cumplía la función de ser el guardián del hogar y corría a picotazos a los que desconocía, honor que había tenido el papá de Aurek en su momento.

—A propósito, ¿de dónde sacó ese nombre tu tío?

—No era nombre, era un sobrenombre —dijo Sebastián.

—¿Sobrenombre? Y yo que pensé que estaba jodido con el mío.

—El pobre viejo se llamaba Eneo, pero se hacía llamar Eldo —respondió Sebastián conteniendo la risa.

—¿Me estás jodiendo, papá?

—No hijo —El hombre estalló en una carcajada que lo hizo apoyar su cabeza sobre el volante.

—¿Se llamaba así y se puso ese sobrenombre? ¡Es un crack! —exclamó Aurek contagiándose la carcajada de su padre.

—Como ves, no sos la oveja negra de la familia; hay nombres más jodidos que el tuyo, mi pequeño retoño de pelo amarillo —Sebastián con una risa le revolvió la enmarañada cabellera a su hijo, quien trataba de zafarse del molesto amor de su padre.

—Lo que no llego a sacar es ese olorcito —dijo Aurek—. ¡Es como el olor que tenés vos después que te bañas!

—¡Yo sé, yo sé! ¡Son flores de azahar de limoneros y de naranjos! Debe haber algunos frutales o cítricos por la zona, y ese otro olor creo que es como de glicinas, si no me falla el olfato.

—¿Cómo las que hay en la casa del abuelo?

—Algo así —dijo Sebastián.

El paisaje, la tranquilidad y los olores fueron sorprendiendo a los visitantes, tal como se lo había advertido Mateo que les sucedería cuando visitaran el lugar por primera vez.

El encanto fue aumentando hasta que luego de transitar un par de kilómetros por el camino bordeado de naturaleza llegaron al cartel de bienvenida del barrio. Se apreciaba que era de madera tallada, similar al quebracho colorado, y recibía a los visitantes con la leyenda:

 

Aldea del Norte, esto es un barrio y NO un pueblo.

 

Se detuvieron al costado del camino para tomarle una fotografía al simpático letrero que a la vez contrastaba con el paisaje, salido de una postal de algún lugar de los Alpes suizos.

—¿Qué estás mirando, pá? —preguntó Aurek

—Estoy mirando a ver si aparece La novicia rebelde —su padre sonreía mirando el paisaje que los rodeaba.

—¡Qué boludo! Vení, acércate que quiero que nos saquemos una selfie con el cartel de fondo.

—¡Dale! —su padre se acomodó la abultada y casi rastafari cabellera.

Al verla a simple vista parecía como si un panal de abejas le hubiera caído en la cabeza, volcándole litros de miel que resplandecían con el sol que le daba de lleno.

—¿Así estoy bien? —preguntó mientras se peinaba con los dedos.

—¡Sí, pá! Esta foto va a ser tendencia en mis redes —dijo Aurek haciendo varias tomas, una de las cuales terminó posteada en una de las redes sociales del joven, mostrando a todos sus contactos el lugar que se convertiría en su hogar.

Una pareja de personas mayores, vestidos con ropa deportiva, se acercaron caminando por un sendero al costado de camino. Los chicos los habían cruzado un rato antes.

“Buenas tardes, ¿Están perdidos o de visita?”, preguntaron.

—¡Lo primero! —Se apresuró a responder Sebastián—. En realidad estamos mudándonos y nos detuvimos a sacarle una foto al cartel de bienvenida. Es una obra de arte y la frase es muy simpática.

—¿Ah, vio que lindo? —respondió la mujer, que siempre tenía el mismo repertorio para todos aquellos que llegaban al barrio—. Lo talló un artesano del barrio, Don Eustaquio.

—Me causó gracia la leyenda del cartel —mencionó Sebastián.

—¿Cuál leyenda?

—Que es un barrio y no un pueblo.

—Ah, eso es porque vienen muchos porteños o turistas que llegan perdidos y creen que esto un pueblo y empiezan a quejarse de que no hay asfalto, policía, supermercados grandes, etcétera.

—Entiendo —aceptó Sebastián—. Pero es un lugar muy bonito por lo poco que pude apreciar.

—Y muy seguro ¿A quién vienen a visitar joven? —preguntó la señora.

—En realidad nos estamos mudando, alquilamos la casa de Tomás Prado. Somos amigos de la familia de su esposo, Mateo.

—¡Ah sí! —dijo el hombre que caminaba junto a la mujer—, vas a lo de Tommy. Nos avisó que vendrían nuevos inquilinos a la casa.

—¿Sabrían indicarme cómo llegar? —pidió Sebastián.

—Sí claro, la casa está a unas cinco cuadras derecho por esta principal y después doblás a la izquierda dos cuadras. Te vas a dar cuenta porque tiene un cartel con el nombre.

—¿Con qué nombre?

—Con el nombre de él, ¡hombre! ¿Cuál más? —exclamó el anciano como si fuera un tenor de la ópera—. Acá cada casa tiene el nombre de sus dueños, es una forma más fácil de identificarnos, además somos un barrio de pocas casas y todos nos conocemos. Lo que sí ahora habrá que cambiarle el cartel, digo, para poner el nombre de sus nuevos moradores —concluyó mirando a su esposa, quien asintió con la cabeza.

Sebastián y Aurek se miraron y sonrieron pícaramente, algo que el matrimonio mayor no tomó muy bien. Al notar la actitud de los ancianos, Sebastián se disculpó.

—Perdónennos, pasa que siempre vivimos en departamento y nunca imaginamos que en un pueblo las casas tenían el nombre de sus propietarios.

—Lo imaginé —dijo el señor—. Ustedes tienen pinta de gente de ciudad. Lo mismo le pasó a Mateo la primera vez que visitó el lugar. Y a propósito, esto no es un pueblo, es un barrio... —agregó en tono solemne.

Lo cierto era que si bien los pobladores le decían barrio, era un pequeño pueblo que hacía unas décadas había sido refundado por personas que se querían alejar del ruido de las urbes sin tampoco dejar de tener un rápido acceso a las comodidades y servicios que brindaban las ciudades que se encontraban a su alrededor.

Para el caso, la más cercana estaba a unos cinco kilómetros de “Aldea” —como la llamaban los moradores— donde se encontraba toda la concentración del movimiento de la zona, y lugar al que los vecinos del barrio llamaban “la ciudad”. Era habitual escucharles decir: “vamos a la ciudad a hacer trámites”, cuando en realidad significaba viajar unos pocos kilómetros por la autopista.

Aldea del Norte era también un punto turístico.

Una serie de bosques se habían formado años atrás, cuando uno de los primeros habitantes de la zona se encargó de plantar cientos de especies arbóreas. Esto lo convirtió en una suerte de “pulmón verde” que atraía turistas y visitantes de fin de semana a relajarse y disfrutar del aire puro, además del ojo de agua que se encontraba casi donde se terminaba el barrio y que los habitantes llamaban “La laguna”.

—A propósito, me llamo Sebastián y él es mi hijo Aurek. “¡Mucho gusto!”, dijo el matrimonio al unísono.

—Yo soy Elsa y él es mi marido Cacho —la atenta mujer señaló al señor que estaba a su lado.

—Yo pensé que sería Steve Mac Queen el que bajaba de ese auto, parece el de la película Bullit —exclamó Cacho mirando azorado el vehículo verde oscuro que parecía una joyita de colección.

—¡Ah, esta es la saeta verde! —Sebastián se pasó una mano por la nuca y la otra la llevó al bolsillo trasero de su jean roído—. Es un autito que tenía guardado mi abuelo en su garaje, y poco antes de morir me lo regaló así que lo cuido como si fuera mi segundo hijo.

—Se nota, porque lo tenés impecable. ¿Motor V8? —preguntó Cacho.

—Sí, con 320 caballos de velocidad.

—¡Un caño! —exclamó el hombre, metiendo su calva cabeza por la ventanilla del vehículo.

—¡Cacho, por favor controlate! —bramó su esposa.

—Sí, sí. Pasa que no se ven autos como este por acá...

—¡Qué pelo hermoso que tienen chicos! —dijo Elsa cambiando de tema—. En mi peluquería raramente veo un color tan rubio y con un color así como ese —La mujer tocaba con su mano derecha un mechón del pelo de Sebastián y con la izquierda otro de la blonda cabellera de Aurek.

—Es un gusto conocerlos, ya se los había dicho antes, pero creo que el auto y nuestro cabello acapararon su atención —repuso Sebastián mientras intentaba zafar de los dedos de la mujer que a manera de peine jugaban con el pelo color miel de los recién llegados.

—¡Qué nombre raro tenés! —exclamó de golpe Cacho mirando al hijo de Sebastián.

—¡Y que jovencitos que son! ¡Cuando los vi pensé que eran hermanos, me hizo acordar a Tommy y su hermano Juanse cuando vivían en el pueblo!

Y si bien parecía una obviedad, no cabía duda de que eran padre e hijo, pues Aurek era una copia de su padre, y a pesar de ser de dos generaciones distintas, al verlos juntos uno podía fácilmente confundirse y pensar que eran hermanos.

Sebastián, con sus treinta y siete años encima, era un hombre promedio de un metro ochenta, de contextura delgada y algo musculada.

Su piel, era de un color entre blanco y rosado muy pálido y sus ojos de un color verde muy, muy claros —casi llegando al color amarillo en el círculo cromático—, lo que daba la impresión de que si uno lo llegaba a cruzar de noche, pensaría que era un vampiro o el demonio de algún programa de televisión. El pelo, tal como lo había observado Elsa, era rubio, casi como el color de la jalea real, el cual al contacto con el sol desparramaba destellos dorados en todos los sentidos. La llamativa cabellera era una mata espesa que definía la personalidad de este hombre, vestido con pantalones blue jean rasgados y algo ajustados, una remera blanca y zapatillas de la misma tonalidad.

 

Aurek por su parte vestía ropa más bien holgada: una remera en color oscuro de su grupo musical favorito sobre la que llevaba una camperita con capucha, un jean algo gastado y zapatillas converse de color negro.

Salvo por la diferencia edad, y por el hecho de que “Auri” era un poco más bajo y que llevaba el pelo tan largo como podía manejar, eran dos clones con gustos musicales diferentes.

—Nos suele pasar lo de confundirnos y lo que la gente dice al saber mi nombre.

—¿Qué origen tiene tu nombre, querido? —preguntó Cacho rascándose la cabeza.

—Tiene origen polaco —respondió el joven.

—¿Saben hablar en polaco? —Cacho se veía curioso.

—Dzien dobry —dijo Sebastián.

—¿Qué significa? —preguntó Elsa.

—Buenos días —respondió Sebastián—. Y también está Do widzenia, que significa “Hasta luego”.

—¿Y no entiendo? —preguntó Cacho.

—¡Nie rozumiem! —exclamó orgullosamente Aurek.

—¿Pero se puede poner un nombre así? —preguntó con curiosidad la mujer.

—En realidad, nací por causa del destino en Polonia —dijo el muchacho.

“¿Y cómo terminaron en Buenos Aires?”, preguntó el matrimonio mirándolos como si fueran una rareza.

Sebastián tomó aire como si fuera a examinarlo un médico, y con un tono que era mezcla de reflexión y alegría les contó acerca del natalicio de su “pichón”.

—Por aquel entonces, su mamá, quien es cantante de una banda; se encontraba de gira dando un recital cerca de Varsovia. Aún le faltaba casi un mes y monedas para nacer, pero el pequeño decidió venir al mundo en Europa, justo un día antes de nuestro regreso a Argentina.

—Y vos también sos cantante, ¿querido? —Elsa frunció el entrecejo y se cruzó de brazos esperando la respuesta.

—¡Oh, no! En ese tiempo yo estudiaba y tenía el tiempo y el dinero para acompañar a Alana en sus giras. Pero luego del nacimiento de Auri, y de haberme recibido me dediqué a trabajar en mi profesión como kinesiólogo, o como algunas personas llaman también, como fisioterapeuta.

—¡Ah! ¡Ya entendí! ¿Vas a trabajar en el hospital que está en la ciudad cerca de acá?

—Sí Elsa, empiezo el lunes que viene.

—Volvamos al tema del nombre de tu nene que no me quedó muy en claro —preguntó con curiosidad Cacho, rascándose la cabeza con una vara de eucalipto que portaba como arma de defensa para alejar a los perros que se les arrimaban con intenciones poco amigables.

—Les cuento la historia: cuando este pichón de mamut nació —comenzó diciendo Sebastián, abrazando a su hijo tan querido quien se reía—, tenía el pelo bien amarillo y las enfermeras lo llamaban Aurek, que es una variante de Aurel, nombre que significa “niño de pelo rubio”. Si bien era raro, nos gustó por lo que significaba y por el amor con que esas mujeres que ayudaron a su mamá a traerlo al mundo lo “bautizaron”. Así, que luego de hablarlo con su madre decidimos ponerle ese nombre.

—¡Qué lindo! —dijo la mujer agarrándole uno de los cachetes de la mejilla a Aurek—. ¿Y tenés un segundo nombre?

—Sí, pero prefiero manejarme con el primero.

—¿Cuál será? Igual tenés un nombre lindo, cortito y al pie.

—Sí, será lindo, pero no es fácil llevarlo —dijo el muchacho.

—Peor estoy yo pibe —dijo Cacho.

—¿Por?

—¡Porque me pusieron de nombre Fulgencio Toribio, por eso me puse de sobrenombre “Cacho”! —El hombre soltó una risotada.

—Bueno, no me siento entonces tan solo en esa batalla. A mí suelen decirme “Auri”, pero no sé si es peor el nombre o el sobrenombre.

Elsa sonrió y el sonido del cronómetro que traía colgando del cuello le recordó que debía continuar la caminata.

—Bueno, si necesitan algo, háganlo saber. Las llaves de la casa las tiene Elena, la vecina de al lado de la casa; y los esperamos esta noche en el salón de la Sociedad de Fomento que hay reunión y de paso los presentaremos en sociedad. ¡Un gusto de conocerlos!

—¡Genial! —dijo Sebastián sonriendo.

“¡Do widzenia!”, exclamó el matrimonio mientras se alejaba.

“¡Nie mówie po polsku!1”, respondieron los rubios, riendo.

Y mientras el matrimonio entrado en años continuaba la marcha como dos granaderos, los recién llegados quedaron mirándolos.

—Auri, esto va a ser muy interesante… —Sebastián miraba a la pareja que se alejaba traspasando el cartel de bienvenida.

—Sí que lo va a ser... —afirmó su hijo.

—¿Así se habrá sentido la Doctora Quinn cuando llegó al oeste? —Sebastián regresaba al auto junto a su hijo.

—¡Ahí vamos de nuevo con las series de televisión! —exclamó Aurek.

—¡Es cultura también nene! No me respondiste la pregunta —Sebastián solía ponerse serio cuando se trataba de algo tan dramático como algunos de los antiguos programas de teve que solía mirar junto a su por entonces bebé.

—Seguramente que sí papá. En tu caso podrías llamarte

“Doctor Lynch, el hombre que cura” —bromeó el joven.

—Ya te dije que no soy doctor, soy kinesiólogo.

—Pero la gente igual te dice doctor. Entonces te cambiaría el nombre a “Sebastián, el fisioterapeuta que te saca las contracturas” —soltó Aurek con una risotada.

—Ese me gusta más, creo que voy a considerar tu sugerencia, solo que no sé si conseguiré que me hagan un cartel de madera con tan largo nombre.

—¿Hablás en serio? ¿Después del letrero que acabamos de ver te quedan dudas? —demandó Aurek mientras se colocaba el cinturón de seguridad.

—Es verdad, observación muy pelotuda la mía. ¿Estás listo?

—¡Listo! —gritó Aurek levantando los brazos como si estuviera en la bajada de una montaña rusa.

En la radio del feroz vehículo comenzaron a sonar los acordes metaleros de “You Give Love A Bad Name”, interpretados por la banda de Bon Jovi, la favorita de Sebastián, quien no dudó en subir el volumen al máximo y emprender la marcha hacia lo que se convertiría en su hogar por unos años.

Como si estuviera tocando la batería, Aurek golpeteaba con sus manos el tablero de madera del auto en tanto que su padre rockeaba la canción emulando a su ídolo. Así, con música que retumbó en todos los rincones del bucólico poblado, llegaron los dos hombres de cabellera del color de la miel y ojos como piedras de citrino.

1 Significa “No hablamos polaco”.

CAPÍTULO 2LOS CHICOS RUBIOS

—¡Hola! ¿Hay alguien aquí? —preguntó Sebastián golpeando la puerta de una casa de madera, pintada en color azul.

—¡Sí, ya voy! —se escuchó una voz de mujer que respondió desde el interior de la vivienda.

—No hay apuro —respondió Sebastián mirando a su alrededor.

Mientras esperaba, Sebastián contempló la pintoresca casa, una especie de cabaña de madera pintada en un color cerúleo, que estaba flanqueada por dos ventanales de madera en color blanco sucio, resguardados por celosías en un tono turquesa.

Bajo los mismos, unos pintorescos maceteros de madera natural exhibían a manera de cascada, plantas de geranio en cuyas guías explotaban flores en color fucsia, blanco y rojo. Y al igual que todas las cabañas del barrio, tenía su respectivo cartel en madera tallada que identificaba a los moradores: “Casa de Elena y familia”.

Al cabo de unos minutos, una mujer que tendría unos sesenta y tanto de años, quien portaba una vaporosa cabellera rubia abrió la puerta de la casa.

—¡Hola! ¿Vos sos el nuevo vecino?

—Así es, soy Sebastián, un gusto.

—El gusto es mío querido, soy Elena —dijo la mujer dándole un beso en la mejilla —¿Venís por las llaves?

—Sí, me dijeron que las tenía usted.

—Sí, esperame que las traigo.

Mientras aguardaba, Sebastián se quedó en la vereda y se puso a mirar a su alrededor. Todo ese entorno le era nuevo, puesto que era un animal de ciudad y se sentía totalmente fuera de su ambiente.

—Acá están —La mujer apareció blandiendo un juego de llaves.

Detrás de ella, apareció ladrando un can golden retriever, de pelaje tan claro como el del cabello de su dueña.

—¡Qué lindo perro! —exclamó Sebastián al ver el animal.

—¡Perra! —gritó su dueña—. Se llama Tippie.

—Ese nombre me suena… ¿como Tippie Hedren? —Sebastián se rascó su enmarañada cabellera.

—¡Sí! Veo que has visto las películas de Alfred Hitchcock —se apresuró a decir Elena en tanto invitaba a Sebastián a dirigirse a la casa donde se mudaría.

—Sí, me acuerdo del nombre de la actriz porque protagonizaba la película Los pájaros. ¿Por eso le puso el nombre a su perra?

—Ya te contaré la historia, pero por lo pronto soy fanática de las películas de ese hombre —dijo su vecina, mientras subía por la escalinata que daba al pórtico de entrada a la casa—. ¿Venís solo?

—No. Vengo con mi hijo, pero lo perdí en la esquina de la plaza, cuando vio a unos chicos cantando baladas y un repertorio musical bastante variado.

—Ah sí, se juntan ahí después del colegio y los fines de semana; a veces los turistas que visitan el barrio les dejan algún que otro billete de propina —la mujer hablaba mientras metía la llave en la cerradura de la puerta de calle.

La casa a pesar del tiempo que llevaba deshabitada, se encontraba en condiciones impecables. Si bien había un poco de olor a encierro, al ir abriendo las ventanas y las puertas del lugar, Sebastián se encontró con un verdadero hogar y recordó las palabras de Mateo, quien se había casado con Tommy, el dueño de esa casa y que ahora vivían en Italia, cuando le describió la sensación que tuvo cuando entró a la casa por primera vez:

 

Lo que más me impresionó cuando conocí “Aldea”, fueron las edificaciones que iba observando, si bien no eran iguales, mantenían un estilo donde predominaban la madera y el vidrio. Las construcciones emergían entre frondosas arboledas que ya no se limitaban solamente a eucaliptos, sino que ahora sumaba robles añosos y pinos antiquísimos.

En el suelo, como un manto mágicamente colorido, se podían observar macizos de flores de distintos colores, como cyclámenes en colores blancos y rosados, algunas violetas africanas y fresias. El aroma de estas me acompañó en la entrada al pueblo. Como si ya no fuera suficiente espectáculo de la naturaleza, en los jardines anteriores de algunas casas, una explosión de azaleas rosadas que comenzaban a florecer te daban la bienvenida.

Si no fuera porque me encontraba en mi auto y el navegador marcaba que estaba en Buenos Aires, hubiera pensado que estaba en algún otro lugar, ya sea del sur del país o del norte de Europa.

Otra curiosidad que me llamó la atención fue ver en una determinada esquina a algún joven tocando la guitarra acompañado de otros chicos y chicas tocando una armónica, una pandereta y distintos instrumentos de aire que le daban una atmósfera más acogedora al territorio, combinando distintos ritmos que iban del rock romántico, pasando por la bossa nova, algunas baladas y terminando en una suerte de indie— folk americano. Cuando me detuve por un segundo a observarlos y escucharlos, los jóvenes lejos de intimidarse invitaban a los visitantes ocasionales del lugar a que se unieran al coro.

Continué la marcha según las indicaciones que había recibido hasta llegar a una casa que era una especie de chalet y cabaña combinados —hecho de madera pintada de blanco— con el techo de tejuelas de color pizarra y también con un jardín delantero repleto de plantas con flores que explotaban de un color blanco purísimo. Entre el jardín y la vereda propiamente dicha de la casa, un cartel de madera blanca, colgaba de un poste del mismo color indicando de quien era esa cabaña: “Casa de Tomás”, cartel que seguramente tendrás que cambiar, salvo que te interese dejarlo así, concluía el recuerdo del relato de su amigo Mateo.

 

La voz de la vecina que estaba abriendo las ventanas sacó de su ensimismamiento a Sebastián. Mientras recibía las indicaciones de la mujer, quien le pasaba la información de donde estaban los interruptores, las llaves de paso, las térmicas, etc., continuó mirando a su alrededor y no podía dejar de asombrarse del exquisito lugar que su querido amigo le había rentado.

El interior del lugar contrastaba perfectamente con lo que había en el exterior: una amplia estancia que empezaba con un living que funcionaba como recibidor, con paredes blancas y techos de madera natural con profundas vetas que se sostenían sobre fuertes vigas del mismo material. En un extremo, y casi contra una ventana, se hallaba un escritorio de madera recuperada, que junto con un sillón de oficina y unos estantes con papeles y libros formaban un estudio de trabajo que en su momento el dueño de casa había montado para trabajar desde allí.

Un viejo equipo de música descansaba sobre un cajón de madera que seguramente supo albergar algún tipo de mercancías en la antigüedad, y ahora se había reconvertido en un mueble de apoyo. El resto del mobiliario que se podía apreciar a simple vista era una combinación de moderna rusticidad con algunos objetos recuperados en ventas de remate. Las combinaciones de colores claros con algunos toques de tonalidades azules, le daban al ambiente de la casa un estilo costero.

No se trataba una vivienda grande ni ostentosa, pero era definitivamente el hogar de una persona que siente amor por sus cosas.

—¿Estás bien? —le preguntó la mujer, viendo que el recién llegado se había quedado en silencio.

—Sí… es que no puedo creer el estado increíble en que está la casa, Mateo me dijo que la habían dejado con todo el mobiliario y que usemos lo que quisiéramos, pero nunca me imaginé algo tan exquisito como lo que estoy viendo —La expresión de Sebastián era de sorpresa.

De grata sorpresa.

—Eso fue obra de Tommy, él es el dueño original de la cabaña —recordó Elena con una sonrisa—. Él se mudó acá cuando tenía veinte años. La decoró y la ambientó a su gusto y el primer día que Mateo visitó la casa, se quedó con la misma expresión en la cara que vos —La mujer terminó de abrir las ventanas y se quedó un momento en silencio.

—Justo estaba recordando eso... —suspiró Sebastián, quien conocía muy por encima la historia de los anteriores habitantes de la vivienda: dos hombres llamados Tomás y Mateo.

Elena de pronto volvió a la realidad y lo invitó a Sebastián a recorrer el resto de la “cabaña de Tomás”.

—Vení que ahora te muestro la habitación principal y las dependencias —dijo con un gesto.

Caminaron unos metros y Sebastián la segunda sensación de estar en un de lugar mágico: se encontró con un amplio dormitorio de paredes grises en un tono muy claro. Una confortable y amplia cama, flanqueada por dos alfombras de lana en color crudo eran los protagonistas del espacio que a manera de escenario, se destacaban un cálido piso de pinotea, pintado de blanco. A su lado, las mesitas de luz eran dos piezas desiguales, rescatadas del galpón de antigüedades del barrio, y prolijamente recicladas. Sobre las mismas se encontraban dos lámparas de aspecto industrial que oficiaban de veladores y a un lado, un placard en madera blanca, ocupaba una de las paredes de la habitación. Frente a la cama, dos amplios ventanales calaban una pared revestida íntegramente en madera sobre la que se apoyaba un banquito hecho de lenga y revestido con algún tipo de piel.

En el ángulo opuesto de la habitación se encontraba un cálido rincón de lectura: un sillón de color suela al que Elena como si fuera una decoradora llamó egg. Una banqueta para apoyar los pies hicieron que Sebastián no pudiera resistirse a probarlo y se acomodara como si estuviera en una biblioteca.

El esquema de la habitación se completaba con un baño donde el protagonista era un gran espejo originario de Bali.

—¿Cómo sé que ese espejo viene de Indonesia? —preguntó el hombre frunciendo el entrecejo.

La mirada intransigente de su ahora vecina fueron la respuesta al rubio papá que sin decir nada y metiendo las manos en los bolsillos siguió recorriendo el lugar.

El estilo se repetía en la habitación de huéspedes y terminaba con la cocina. Allí, iluminada por cuatro ventanales que dejaban ver un bosquecito, y con una mesa de campo, un mueble trinchante y una serie de tarros y sifones antiguos, sobresalía con la apariencia de una antigua cocina de campo.

Por una puerta de madera y vidrio se accedía al patio, que inicialmente era una pérgola que daba paso a un colorido jardín silvestre, al igual que el resto de las cabañas del poblado.

—Bueno, esta es la casa, espero que la disfrutes, ya que está llena de buenos momentos —declamó la vecina tomando un portarretrato que descansaba sobre un mueble.

—¡Qué linda foto esa! —Sebastián sonrió con la fotografía que contenía el marco.

Allí se veían tres personas: dos hombres y un niño, los tres sonriendo.

 

—Esta foto se la sacaron Tomás y Mateo el día que adoptaron a Luciano —Elena sonrió y meneó la cabeza a los lados.

—Sí, conozco algo de la historia —dijo Sebastián con una sonrisa tierna—. ¿Luciano era el nieto del vendedor de diarios del barrio que había quedado huérfano, verdad?

—Así es —Elena le hizo una caricia al cuadro que sostenía y lo depositó nuevamente donde estaba—. Lo adoptaron como sus padres, luego los chicos se casaron y al poco tiempo se fueron a Europa por trabajo. ¿De dónde los conocés a Tommy y Mateo?

—Soy amigo de Elisa, la hermana de Mateo, ella fue quien me pasó el contacto.

—Entiendo, ¿vas a trabajar por la zona?

—Sí, del Sanatorio de la ciudad me contrataron para trabajar por dos años y quizás pueda instalar un consultorio acá; por eso cuando me enteré de esta propiedad y sobre todo que venía de alguien conocido, no dudé en alquilarla.

—¿Sos médico?

—No, soy kinesiólogo —respondió Sebastián orgullosamente.

—¡Qué bueno tener un médico cerca! —celebró la vecina—. A propósito ¿no traen elementos de mudanza? —Elena miró hacia la vereda y solo vio el auto.

—Pocas cosas, la mayoría las traemos en el auto, de todas formas la casa está amoblada —Sebastián torció levemente sus labios, y su tono sonó apagado.

—¿Pero no tenés muebles o cosas así? —quiso saber la curiosa mujer,

—La verdad que no. Todo lo que tenía, cuando me separé hace mucho tiempo ahora es propiedad de la mamá de mi hijo —comenzó diciendo en el mismo tono de voz. Sebastián se llevó las manos a los bolsillos traseros del pantalón y bajó la mirada. Pateó algo en el suelo y levantó nuevamente su rostro—. Siempre que nos hemos mudado vivimos en departamentos de alquiler, y la verdad que con mis ingresos, apenas me alcanza para mantenerme a mí y a mi hijo.

La vecina miró hacia el suelo y su rostro mostró preocupación.

—Ah, entiendo... —dijo cruzándose de brazos.

—No se ponga mal, Elena. Lo más valioso lo tengo conmigo —Sebastián miró en dirección hacia donde venía su hijo, corriendo con las mejillas coloradas.

El adolescente se detuvo frente a ellos.

—¡Hola! —saludó mientras se reponía de la carrera. Apoyó sus manos sobre las rodillas y tomó aire. La cara colorada, el pelo alborotado y la evidente agitación de Aurek fue su carta de presentación.

—¡Qué chico tan lindo! —Elena le apretó las mejillas, lo cual ya era moneda corriente para el adolescente— ¡Ay, sos igual a tu papá! —gritó cuando dio cuenta del parecido en los dos hombres que tenía frente a sí.

—Sí, es verdad —dijo el joven tratando de zafarse de las manos de la mujer.

—Ella es Elena, nuestra vecina —dijo Sebastián.

—Un gusto, yo soy Aurek, pero me dicen Auri.

—¿Cómo dijiste? —la mujer acomodó sus lentes que casi le caen al escuchar el nombre del joven.

—Me dicen Auri.

—¡No! Tu nombre.

—Mi nombre es Aurek.

—¿De dónde salió?

—Es un nombre polaco, hace referencia a Los chicos rubios.

—¡Ah! —dijo la mujer sin entender nada—, en fin, ustedes los que vienen de la ciudad son muy extraños...

—Eso es cierto —replicó el muchacho.

Elena se quedó observando a Aurek y Sebastián, como si los estuviera analizando para hacerles un retrato. Frunció el entrecejo, apretó los labios a su derecha y entrecerró los ojos.

 

—A ustedes a partir de ahora los voy a llamar “Los chicos rubios” —dijo seriamente.

Sebastián soltó una sonrisa, y la mujer continuó hablando.

—Sería un buen nombre para ponerle a la casa, digo ya que tendrán que cambiar el cartel de la entrada.

—Es un buen nombre ese —Sebastián soltó una carcajada, algo que la pintoresca vecina no tomó muy bien.

—Bueno, los dejo que se acomoden y cualquier cosa que necesiten estoy al lado; en la puerta de la heladera está mi número de teléfono y recuerden que esta noche tenemos reunión en la Sociedad de Fomento.

—De acuerdo Elena, no faltaremos.

Mientras la mujer se alejaba, Aurek y Sebastián cruzaron miradas.

—¿Qué es eso de la reunión? —preguntó el menor de Los chicos rubios.

—Nuestra presentación en sociedad o algo así —dijo Sebastián meneando la cabeza. El hombre sacó una coleta que llevaba en su muñeca y se ató el pelo—. Auri, ayudame a bajar los bolsos del auto y te sigo contando...

 

Padre e hijo comenzaron a bajar las cosas que formaban parte de su patrimonio que no eran más que bolsos con ropa, algunos elementos ortopédicos del trabajo de Sebastián, efectos personales, y un pequeño charango que junto a su bicicleta y a su padre eran el más preciado tesoro de Aurek.

Entretanto se terminaban de acomodar, el teléfono de Sebastián sonó.

—¡Hola, Eli! —Sebastián sonrió al responder a la videollamada que le hacía su amiga.

—¡Hola amicci! ¿Cómo estás? ¿Ya te instalaste? —quiso saber Elisa del otro lado de la pantalla.

—Estamos en eso —Sebastián movió el teléfono y le mostró como estaba el interior de la casa—. ¿Ves algo de lo que estoy enfocando?

—¡Sí, se ve bien!

Aurek se asomó al teléfono de su papá.

—¡Hola, Eli! —saludó agitando una mano.

—¡Hola, Auri! ¡Qué grande que estás! ¿Te gusta tu nueva casa?

—Sí, es muy linda y el barrio también me gustó.

—Me alegra oírlo.

Sebastián siguió recorriendo la cabaña como si fuera un camarógrafo.

—La verdad Eli, que la casa está impecable, está muy bien mantenida y exquisitamente decorada.

—Ah, eso fue mérito de Tomás, puesto que la casa es de él —Elisa suspiró—. Tommy se fue a vivir a los veinte años al pueblo, cuando sus papás lo echaron por su condición sexual al pobrecito —El tono de voz de Elisa sonó triste.

—Algo me contó brevemente —mencionó el rubio papá con cierta curiosidad —lo que no entendí bien fue la historia de cómo tu hermano terminó casándose con Tomás y viviendo acá.

—Ah, es una historia digna de un cuento de hadas —dijo Elisa más repuesta— seguramente cuando vaya a visitarte te la contaré, o si hablás con ellos les podés preguntar, pero resumiendo Mateo conoció a Tomás en un viaje a Europa.

—¿Sí? —preguntó Sebastián.

—Sí. Mateo había ido por negocios de la empresa y Tomás por turismo, y por esas vueltas de la vida se conocieron en la zona de Notre Dame a mediados, cerca de donde hubo un intento de atentado que por suerte no fue.

—¡Qué historia! —exclamó Sebastián. El hombre se había sentado en la escalinata de entrada a la casa, mientras su hijo iba y venía con las cosas que bajaba del auto.

—El hecho es que en medio de todo ese revuelo, sin saber nada el uno del otro, se conocieron y desde entonces están juntos. Tommy vivía en la casa donde vivís ahora, y en su momento Mateo viajaba mucho a quedarse con él hasta que finalmente se casaron.

—¿Y me contaron que adoptaron un niño?

—Sí, en el medio de toda su historia, conocieron a Luciano, un nene que quedó huérfano de su abuelo el cual, estando muy enfermo, les pidió a los chicos que se hicieran cargo del pequeño si él llegaba a irse.

—Y ahora está en Italia con ellos… —dijo Sebastián.

—Sí, luego de casarse y adoptar al nene, Mateo se asoció con un italiano amigo de nuestra familia y dado el volumen de los negocios que hacían y que viajaba frecuentemente, obligó a que se fuera allá. Pero por lo pronto llevan una vida relinda.

—Que hermosa la historia Eli, es loco que habiendo sido amigo tuyo desde chico no la conociera del todo…

—Suele pasar, andamos todos a las corridas últimamente. Bueno, yo te llamaba para saber si estaban bien y si necesitaban algo.

—Por lo pronto estamos bien, yo empiezo en mi nuevo trabajo la semana que viene así que me quedan unos días para adaptarme, conocer el lugar y hacer sociales.

—¡Buenísimo! Y cuando estés instalado, te vamos a visitar con Pablo y las nenas.

—Sí, me gustaría mucho verlos. Y si hablás con Mateo, avisale que está todo bien por acá.

—Hablando de eso, me dijo que cualquier cosa que necesites, le mandes un mensaje y él te llama vía Skype.

—Seguramente lo llamaré por alguna cosita, pero bueno, por lo pronto acá está todo bien.

—¡Me alegro mucho! Vas a ver cómo te va a cambiar la vida ese lugar, si no fíjate en Mateo el milagro que hizo...

—Lo hizo no solo el lugar, sino la persona que conoció... —dijo Sebastián pensativo.

—Quién te dice que allí no te pasa lo mismo —Elisa sonrió.

Sebastián ladeó la cabeza a la derecha.

—¿Conocer una persona?

—Sí, obvio zonzo. ¡Capaz que hasta terminás conociendo un flaco copado como mi hermano! —soltó la muchacha con una carcajada.

—Sos loca. A propósito de conocer gente, esta noche tenemos la presentación en sociedad con Aurek…

—¿La qué?

—La presentación en la Sociedad de Fomento del barrio, ¿podés creer?

—Ah sí, Mateo pasó por eso también —exclamó Elisa con una risotada—. Le dicen presentación, pero en realidad es una especie de careo que les hacen a los que recién llegan. Te averiguan vida y milagros, así que estén preparados vos y Auri. De todas formas, y hablando ahora en serio, quien te dice que en el barrio no conocés a alguien que te cambie la vida como a mi hermano.

—Mirá Eli, si termino con una historia tan linda como la de Mateo, no me importa si es un hombre o una mujer —declamó Sebastián con una sonrisa, sin imaginarse el peso que en el futuro tendrían esas palabras.

—Es verdad —dijo la mujer en tono reflexivo—. Bueno corazón, que sigas bien y les mando un beso grande a vos y Auri.

—¡Te mando un beso! —gritó Aurek, llevando una caja llena de libros.

—¡Otro! —exclamó la hermana gemela de Mateo.

Mientras desconectaba su teléfono de la llamada, Sebastián se quedó observando a su hijo.

—¿Adónde vas a poner todos esos libros?

—¡Esperame que baje la caja y te digo! —exclamó Aurek tomando un poco de aire.

—¡Guau! ¡Acá hay libros que te leía cuando eras chico, y estos son de mi época de adolescente! —suspiró Sebastián mientras observaba algunos de los libros clásicos que más amaba: La isla del tesoro, Sandokán, Sherlock Holmes, El poema del Cid y así varios títulos que iba repasando mientras sacaba los ejemplares de la caja que había depositado su hijo en el piso.

—Este lo volvería a leer —dijo Aurek, tomando el ejemplar de La rebelión de Atlas que su padre le había regalado tiempo atrás.

—Es uno de mis favoritos también, Auri.

—¿Y este? —dijo en relación a un libro algo ajado y con las tapas de cartón visiblemente deterioradas.

—Islas en el golfo, es un libro de Hemingway que cuando seas más grande te recomiendo lo leas.

Así, con cada libro, y luego con cada objeto que sacaban de las pocas cajas que formaban su equipaje de mudanza, padre e hijo fueron rememorando distintos momentos de su vida.

Algunos felices, otros no tanto; pero siempre con un amor y un respeto tan profundo que como un hilo invisible unía entre sí a los “chicos rubios”.

CAPÍTULO 3LA PRESENTACIÓN EN SOCIEDAD DE LOS CHICOS RUBIOS

Sebastián y Aurek salieron de su nuevo hogar, caminando por las amplias veredas cuyos canteros estallaban con los colores de las azaleas.

El destino de la caminata era la Sociedad de Fomento del barrio, no del pueblo, como negaban sus moradores, donde serían presentados en sociedad.

—¿Desde cuándo las personas se presentan en un lugar? ¿Acaso estamos en la época victoriana? —preguntó Aurek, quien manos en sus bolsillos pateaba las hojas secas de las veredas.

—En realidad es lo correcto —dijo Sebastián—, y teniendo en cuenta que es un poblado muy pequeño, no lo veo mal. Además me permitirá conocer a la gente, que sepan lo que hago y vean que no somos dos demonios.

—Es cierto papá, sobre todo si nos cruzan de noche por la calle, ¡Es bueno que sepan que no le vamos a chupar la sangre! —Aurek solía bromear con el color casi amarillo de sus ojos que según sus propias palabras lo hacían ver como un vampiro.

—Esperemos que Buffy, la cazavampiros no viva en este pueblo —Sebastián fingió mirar alrededor de donde transitaban.

—No lo creo, viejo ¡Ya nos habría liquidado de ser así! —bromeó Aurek.

Llegaron a una especie de granero gigante hecho de madera, cuya fachada estaba pintada en un color azul muy oscuro con los parantes de madera en color verde y blanco que terminaba en una forma de ojiva.

Sebastián y Aurek se detuvieron un momento en la entrada, se miraron, se encogieron de hombros y tomaron aire hondamente. Los chicos rubios, como ya les decían en el pueblo, hicieron su ingreso al recinto, el cual era un gran salón donde la mayoría de los ciudadanos se encontraban allí reunidos.

Cacho, el presidente de la Sociedad de Fomento se encontraba con su esposa Elsa al frente del auditorio, parados sobre un cajón de madera que hacía de escenario. Con un saludo recibieron a los nuevos vecinos.

—¡Tomen asiento! —exclamó Elsa señalándoles dos lugares libres, entre las hileras de sillas dispuestas como si fuera una iglesia. Prácticamente quedaban muy pocos lugares libres.

Sebastián y Aurek se sentaron, y miraron a su alrededor, donde decenas de rostros desconocidos los observaban.

—Vamos a las órdenes del día; antes de empezar con lo de costumbre —dijo el presidente—. Quiero que le demos una cálida bienvenida a nuestros nuevos vecinos Sebastián y su hijo Malek.

—¡Aurek! —corrigió el joven.

—Bueno, eso —dijo Cacho.

Los nuevos habitantes se pusieron de pie y con su mano hicieron un saludo general, con un poco de timidez por cierto. Cuando estaban por sentarse nuevamente la mujer del presidente les dijo desde su púlpito:

—Cuéntennos un poco de ustedes, así el barrio los conoce.

—Bueno… —Sebastián metió sus manos en los bolsillos traseros de su blue jean—, yo soy Sebastián y él es mi hijo Aurek.

—¿Y ese nombre, de dónde salió? —preguntó sorprendido un hombre delgado con cara de pescado recién sacado del agua.

—Significa rubio en polaco —se adelantó a decir Elsa.

—¿Y por qué polaco? —preguntó más atrás una señora algo excedida de peso que tenía sus mejillas coloradas por intentar abrir un paquete de galletitas.

—Porque el chico nació en Polonia —respondió Cacho.

—¿Y por qué nació en Polonia? —dijo otro joven que tenía cara de dormido, pero se había despertado con el debate.

—¡Uste´callese, desorejau! —exclamó un anciano blanco en canas, quien tenía la apariencia de ser hombre de campo.

—¡Cálmese, Don Pampero! —exclamó Cacho.

—Si quieren les cuento —interrumpió Sebastián. El muchacho se sentía como sapo de otro pozo en medio de tanto debate sin sentido.

—Por favor —dijo el presidente agarrándose la cara.

—Aurek nació en Polonia debido a que su madre, que por ese entonces era mi novia, estaba embarazada de poco más de siete meses. En ese tiempo yo la acompañaba a ella en una gira con la banda de rock donde era corista.

—¿Y sigue cantando? —preguntó la señora que comía las galletitas.

—¿Quién?

—¡La mamá corista del nene! —exclamó la mujer llevándose tres galletitas juntas a la boca.

—¡Pero si será ambombada, m´hija! —exclamó Don Pampero sacando un rebenque de su bombacha bataraza—. ¿No escuchó que el gurí le está hablando de la madre cantora? —agregó el hombre quien con su ponchito al hombro y una boina en la mano, parecía salido de un dibujo de Florencio Molina Campos.

—Sí, ahora ella es una de las cantantes principales —asintió Sebastián, aguantando la tentación de risa que tenía.

—Seguí contando lo del nacimiento de tu hijo —indicó Cacho, cuya frente había empezado a transpirar.

—Sí claro. Nuestro plan con Alana, su mamá, era que no bien dieran el último recital, del cual faltaba una sola fecha, regresaríamos a Buenos Aires para el nacimiento de nuestro hijo.

—Pero, como no los quería dejar tranquilos, me adelanté —dijo Aurek con una sonrisa, contagiando al auditorio que celebró su broma.

—¡Si, haciendo lío desde bebé! —exclamó Sebastián con una risotada—. El hecho es que mientras hacíamos un tour por el este, al pasar por la zona de Varsovia, el niño decidió nacer. En la clínica donde nació, y las enfermeras y los médicos del lugar le decían “Aurek”, que significa de pelo rubio lindo.

—Bueno, vos también te podrías haber llamado así —dijo la señora que hurgaba en su paquete de galletitas.

—Sí, si hubiera nacido en Polonia, tal vez… y bueno, a su mamá y a mí nos gustó ese nombre y así decidimos llamarlo.

—¿Y qué pasó después? —preguntó el señor con cara de pescado.