Tomás y Mateo. Una nueva vida - Lisandro N. C. Urquiza - E-Book

Tomás y Mateo. Una nueva vida E-Book

Lisandro N. C. Urquiza

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  • Herausgeber: Bärenhaus
  • Kategorie: Erotik
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2022
Beschreibung

En El viaje de Tomás y Mateo, Lisandro N. C. Urquiza nos llevó de paseo al Viejo Continente, pero eso solo fue una simple elección de locación, ya que el lugar en donde la trama debía desarrollarse era algo secundario. La verdadera historia que intentó regalarnos –y que lo logró– fue la de dos seres increíbles a quienes el destino los desafió a jugar... y ellos, desde el corazón, jugaron. La travesía fue tan desenfrenada que, en la última página de aquel viaje, una proposición de amor eterno se encargó de dejarnos expectantes... hasta hoy. Ahora Tomás Prado y Santiago Mateo de la Cruz transitan una nueva etapa juntos, en el singular pueblo de "Aldea del Norte". Allí conoceremos más de la historia de sus simpáticos habitantes y, por supuesto, seguiremos visibilizando la diversidad de la mano de sus protagonistas. Claro que también seremos testigos de que cuando se toman grandes decisiones se abren nuevos caminos llenos de alegrías, tristezas, risas, llantos, luces y sombras. Pero, de eso se trata la vida ¿no?         Solo una recomendación, y en palabras propias del autor: "Preparen sus pañuelos, amigos, porque en esta nueva aventura no podrán evitar emocionarse; y estoy seguro de que también soltarán algunas lágrimas... de alegría y de las otras. ¡Que disfruten el paseo!".

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Lisandro N. C. Urquiza

Tomás y Mateo : una nueva vida / Lisandro N. C. Urquiza . - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Bärenhaus, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-8449-30-2

1. Narrativa Argentina. 2. Literatura Juvenil. 3. Novelas. I. Título.

CDD A863.9283

© 2022, Lisandro N. C. Urquiza

Ilustraciones de cubierta e interior: Natalia Cañás

Diseño de cubierta e interior: Departamento de arte de Editorial Bärenhaus S.R.L.

Todos los derechos reservados

© 2022, Editorial Bärenhaus S.R.L.

Publicado bajo el sello Bärenhaus

Quevedo 4014 (C1419BZL) C.A.B.A.

www.editorialbarenhaus.com

ISBN 978-987-8449-30-2

1º edición: septiembre de 2022

1º edición digital: agosto de 2022

Conversión a formato digital: Libresque

No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446 de la República Argentina.

Sobre este libro

En El viaje de Tomás y Mateo, Lisandro N. C. Urquiza nos llevó de paseo al Viejo Continente, pero eso solo fue una simple elección de locación, ya que el lugar en donde la trama debía desarrollarse era algo secundario. La verdadera historia que intentó regalarnos –y que lo logró– fue la de dos seres increíbles a quienes el destino los desafió a jugar... y ellos, desde el corazón, jugaron. La travesía fue tan desenfrenada que, en la última página de aquel viaje, una proposición de amor eterno se encargó de dejarnos expectantes... hasta hoy.

Ahora Tomás Prado y Santiago Mateo de la Cruz transitan una nueva etapa juntos, en el singular pueblo de “Aldea del Norte”. Allí conoceremos más de la historia de sus simpáticos habitantes y, por supuesto, seguiremos visibilizando la diversidad de la mano de sus protagonistas. Claro que también seremos testigos de que cuando se toman grandes decisiones se abren nuevos caminos llenos de alegrías, tristezas, risas, llantos, luces y sombras. Pero, de eso se trata la vida ¿no?

Solo una recomendación, y en palabras propias del autor: “Preparen sus pañuelos, amigos, porque en esta nueva aventura no podrán evitar emocionarse; y estoy seguro de que también soltarán algunas lágrimas... de alegría y de las otras. ¡Que disfruten el paseo!”.

Sobre Lisandro N. C. Urquiza

 

Lisandro N. C. Urquiza nació en Gualeguaychú, Entre Ríos. Siendo aún un niño, su familia se mudó a Buenos Aires por razones laborales.

Su educación secundaria fue comercial con orientación en Lengua y Literatura. Más tarde se graduó en la Universidad Nacional de Luján como Licenciado en Administración.

Con el paso de los años, y trabajando tiempo completo en una empresa financiera, comenzó a transitar en la literatura. Publicó en 2018 su primera novela Los chicos rubios. En 2019, la continuación, Oleg y Los chicos rubios y, en 2020, El viaje de Tomás y Mateo (Bärenhaus), una historia independiente de las anteriores pero con escenarios y personajes comunes. La saga continuará con: Nano, el tropillero; Dionisio y el Rey; Aurek y los aldeanos; Nano entre girasoles; Los diarios de Max; El pintor de la playa y Mi vida en un carnaval.

Para 2024 tiene proyectado publicar el policial romántico “Vicente Tömmey”, y en 2025 “Lando, el sanador”.

Índice

CubiertaPortadaCréditosSobre este libroSobre Lisandro N. C. UrquizaIntroducciónCapítulo 1. ¿Te querés casar conmigo? - Same LoveCapítulo 2. Tippi Vicente Tömmey - Y un anilloCapítulo 3. La noticia del día en la Aldea - Un reguero de pólvoraCapítulo 4. El vendedor de diarios - Luchito - Las noticias desde NorjdeniaCapítulo 5. Operación “boda” - Fuerzas de la naturalezaCapítulo 6. Los sastres y un desastreCapítulo 7. El gran baile en el cielo - El hospital - Tener hijosCapítulo 8. El pequeño huésped - Te amo - Yo másCapítulo 9. Todo un hombrecito - Café con leche, mermelada y unos mates - El orgullo de la AldeaCapítulo 10. Siempre triunfando - Clark Kent y el zorrinoCapítulo 11. Un domingo diferente - La tríada imbatibleCapítulo 12. Ese es Olegario - Nunca te vi tan felizCapítulo 13. Una noche para el olvido - Sauce Criollo, la Chúcara y TeobaldoCapítulo 14. DesorientadoCapítulo 15. Con el corazón partidoCapítulo 16. Monosílabos - La computadora de CatalinaCapítulo 17. El viaje de Elisa y Mateo - Cerrado por dueloCapítulo 18. Alma, corazón y vida - Un pañuelo - La capillaCapítulo 19. El toque de un Ángel - Sanar el mundoCapítulo 20. Lo que pasó unas horas antes - “Romance del Enamorado y la Muerte”Capítulo 21. El principito reloaded - PerdonameCapítulo 22. La despedidaCapítulo 23. Mateo, Tomás y Luciano - El pacto de don ManuelCapítulo 24. El juez, el abogado y una carpeta verdeCapítulo 25. Mis papás - Mariposas en el pecho - Palomas en el almaCapítulo 26. Todos al Registro CivilCapítulo 27. Los flamantes papás de la AldeaCapítulo 28. En la Sociedad de Fomento - Entre Star Wars y MessiCapítulo 29. Desayuno en la cama - Y los ruiseñores volvieron a cantarCapítulo 30. La Mujer Maravilla y la Selección de fútbolCapítulo 31. Esperanza, amor y respeto - Peras al olmo - Manzanas a la higueraCapítulo 32. La gran hazaña de Mateo - Luciano y Lionel, un instante sagradoCapítulo 33. La amenaza fantasma - Don Tomás y sus dos maridosCapítulo 34. Despidiendo la solteríaCapítulo 35. Gracias por ayudarme cuando más lo necesitéCapítulo 36. El tío Oleg - De padrinos y otras yerbas - Mi amada trinidadCapítulo 37. Se busca a MateoCapítulo 38. El día que los planetas chocaronCapítulo 39. Olegario versus las calabazas - AquamanCapítulo 40. El club social y deportivo -Luchito, el crackCapítulo 41. Un delantal de jean azul - Un sueño posibleCapítulo 42. El torneo - ¡¿Qué cobrás, referí?!Capítulo 43. Nuestro haka - Gansos y lobosCapítulo 44. El pequeño barrilete cósmico - Gracias, abuelo - Gracias, Tommy y MateoCapítulo 45. Un bosque mágico - La pareja del año y el “Chinito”Capítulo 46. Los limones, Tippi y la vieja de los gatos - ¡Alarma, todos a correr! (¡Vos también, Mateo!)Capítulo 47. Luciano y BarbinchoCapítulo 48. Se invita a una bodaCapítulo 49. Te juro que siempre estaré ahí - Tantas cosas…Capítulo 50. Bienvenido al mundo, Paulo Tomás Segundo PradoCapítulo 51. Momentos entre hermanos - La invasión de “los chicos rubios”Capítulo 52. Las noticias desde ItaliaCapítulo 53. No mires atrásCapítulo 54. El hada madrina - Los amigos, un tesoroCapítulo 55. EpílogoPlaylist del libroGlosario de argentinismos

INTRODUCCIÓN

Debo confesar que las introducciones a cada uno de mis libros, en ocasiones, representan un desafío igual o mayor al de escribir una historia. O su continuación, como en este caso.

La novela de dos almas que se conocieron en un viaje, por esas cosas del destino.

O de la vida.

La vida.

La que nos presenta una experiencia tras otra, y cada decisión que tomamos determina adonde vamos a parar después. Tal como la travesía de “Tommy y Mateo”, los protagonistas del libro del que hoy, con mucho orgullo y alegría, les presento su segunda parte.

Ellos nos mostraron en “El viaje de Tomás y Mateo”, que la vida es un viaje, un recorrido en el que cada paso que tomamos nos mueve de determinada forma y en alguna dirección.

Decisiones.

Tomar riesgos.

Saltar al vacío de las profundidades del amor.

Qué tema.

El amor.

Y encima, si se trata de un amor LGBT (pongan acá mentalmente todas las siglas que les vengan a la cabeza), la cosa se pone más complicada.

Sí, porque a pesar de todo lo que hacemos por visibilizar la diversidad, los prejuicios contra la gente gay son tantos que hacen que las mismas personas en ocasiones se condicionen por miedo a ser rechazados por la sociedad.

Por eso, y con el espíritu de seguir visibilizando es que hoy levanto nuevamente el estandarte para contar, desde la literatura, aquello de “el mundo como podría ser”.

Aunque pueda sonar cliché. Aunque suene a una utopía. O a un sueño difícil de lograr.

¿Que las historias son demasiado románticas?

¿Que dos hombres (aplica a dos chicas, etc.), no pueden amarse incondicionalmente?

¿Que una pareja LGBT no puede formar una familia?

Pues bien, les tengo una noticia: todo el mundo sin excepción, en algún momento de su vida, tiene que lidiar con un conflicto entre las emociones y los pensamientos. Y esto no distingue que seas gay, heterosexual, bisexual, etc.

Casi casi, como el virus que tuvo contra las cuerdas a la humanidad.

Pero ojo, hay que ser muy valiente para aceptar lo que uno es.

Para amarse y ser libre.

No cualquiera tiene el valor de enfrentarse al mundo y mostrar sus colores como un arcoíris luego de una tarde de lluvia. Más que nada, por lo que viene después: el dolor, la bronca que da la injusticia, sobre todo aquella que pasa cualquier ser humano que se siente juzgado por los demás.

Si sabrá Tomás de eso.

Él tuvo que comprender que en el mundo hay personas que te van a querer por quien sos, y otras que solo quieren que uno sea como ellos.

Darse cuenta de esa realidad es un proceso que impacta, pero, al fin de cuentas, si uno mismo no se quiere y se esconde, negando cosas, ¿Cómo va a pretender que las demás personas lo quieran por quién es?

A Tommy, el proceso le resultó largo, doloroso y, sobre todo, en soledad.

Creo que por eso muchos de nosotros nos sentimos identificados con él.

Sin embargo, Mateo lo vivió de una forma diferente. Él nunca supo lo que le estaba pasando, hasta que su alma le indicó que el amor era un muchacho de pelo como el trigo y piel como la nieve. Y hacia allí se enfocó, como la aguja de la brújula atraída por el Norte.

Tomás fue, es y será su Norte. Y Mateo nunca se preguntó si estaba bien o estaba mal, nunca se planteó la pureza de ese noble sentimiento.

Él.

Un hombre heterosexual que de pronto se veía atraído por un hombre gay.

Las cosas del amor.

Sí, del amor.

Por eso, cuando escucho a ciertos personajes retrógrados decir que las relaciones gay van en contra de la naturaleza y que son inmorales, yo me pregunto: ¿Cómo se puede pensar que el amor entre dos personas va en contra de la naturaleza humana? ¿Acaso hay algo más natural que el amor?

Lo que está mal es discriminar a alguien por ser como es.

Lo que está mal es pretender que hay ciudadanos de primera y de segunda categoría.

Lo que está mal es que no todos tengan los mismos derechos.

Lo que está mal es que haya odio contra alguien que es diferente. Eso es inadmisible, inaceptable. Está en nosotros cambiar el paradigma.

A menudo escucho la palabra “tolerancia” cuando se habla de crímenes de odio.

Siempre entendí que la definición de esa palabra supone “la capacidad para sobrellevar el dolor y las dificultades” o peor aún, “el acto de permitir que algo suceda”.

En mi opinión, ninguna de las definiciones habla de la aceptación.

Yo cambiaría el tolerar la diversidad por aceptar la diversidad.

La aceptación trae la unión, y la igualdad se vuelve una realidad que se traduce en igualdad de derechos humanos. Esto nos acerca a la paz. A la tranquilidad de que dos personas puedan atraerse y amarse sin condiciones.

Siempre he creído que la atracción entre dos personas no tiene una razón lógica, simplemente sucede y sus protagonistas reaccionan a ella.

Podríamos decir lo mismo del amor.

Sostengo que esa es una cuestión de almas que se encuentran y colisionan. Como Tomás y Mateo. Como Sebastián y Olegario.

Las almas no tienen sexo, simplemente conectan, y cuando eso ocurre nos revolotean las mariposas en la panza y las palomas en el pecho.

Ahí es cuando nace la magia y el amor.

Cuando nos conectamos con algo infinitamente superior que no podemos explicar.

Como cuando una mañana alguien nos sorprende con el desayuno en la cama haciéndonos una proposición. Y esa persona se convierte en un faro para nosotros.

Mateo es una de ellas.

Tomás, el receptor de esa luz.

Ustedes y yo los vigías.

Veremos ahora qué sucede con estos dos argentinos enamorados, que tendrán que navegar por aguas agitadas y enfrentar, por momentos, algunos mares embravecidos.

Si se desajustaron el cinturón de seguridad luego de terminar la lectura de “El viaje de Tomás y Mateo”, les pido encarecidamente que se lo vuelvan a abrochar más fuerte, porque esta nueva travesía viene con turbulencia… y con algunas lágrimas también.

Todos preparados que ya despega “Tomás y Mateo. Una nueva vida”.

El gusto es todo mío.

Bienvenidos a bordo.

 

Lisandro N. C. Urquiza

Septiembre de 2022

CAPÍTULO 1 ¿TE QUERÉS CASAR CONMIGO? SAME LOVE

En la cabeza de Tomás, aún resonaban las palabras de Mateo. Su mente repasaba una y otra vez la escena.

«Tomás Prado, ¿te casarías conmigo?».

«¿Qué?», Tomás cavilaba. Se encontraba como si le hubieran dado un mazazo en el centro de la cabeza.

«Te estoy preguntando si querés casarte conmigo, armar una familia. Te estoy proponiendo que crezcamos juntos y apostemos a tener una casa, un perro, un hijo y todo lo que me dijiste aquella tarde en Roma, hace poco más de un año». Mateo tomó una bocanada de aire y sonrió. Sostenía el anillo en su mano como si fuera el corazón de Tomás. Lo miraba y lo trataba con delicadeza. Sus ojos habían comenzado a centellear desde el momento en que lo sacó de la cajita.

La canción “Same Love” aún continuaba sonando en el celular y, junto a la luz del sol que iluminaba la habitación, hacían más mágico el momento. Los pájaros se habían callado y observaban la escena a través de la ventana.

«Te estoy preguntando si estarías dispuesto a pasar junto a mí el resto de nuestras vidas, compartiendo lo bueno y tratando de soportar lo no tan bueno que pueda pasar en el futuro…».

«Yo, yo…», Tomás balbuceaba. Ni en sus sueños más locos se hubiera imaginado semejante sorpresa.

«Te estoy pidiendo esto —siguió Mateo— porque te amo con todo mi ser, porque fuiste la persona que me salvó de mí mismo, el que confió en mí aún sin conocerme, el primero y único que me hizo tener un montón de vivencias que van a estar atesoradas en mi corazón para siempre. Te amo, y quiero que seas mi compañero en este viaje que empezamos en París». Los ojos del muchacho flameaban en color naranja. Eran dos brasas que, como una feliz paradoja, se aprestaban a derramar un océano de lágrimas.

Tomás se tapó la cara con las manos y lloró como un nene perdido en una multitud. Con su mano derecha tomó la de Mateo y le dio un abrazo.

«Sí, me haría el hombre más feliz casarme con vos, Santiago Mateo De la Cruz», dijo con firmeza y con un río de lágrimas que desembocaban en sus sonrientes comisuras.

Estas palabras en boca de Tomás sonaron como fuertes campanadas en los oídos de Mateo quien, aun teniéndolo abrazado, comenzó a besarlo con el mismo sentimiento con que se besaron por primera vez en aquella plaza de Roma.

Pasado el momento de la emoción, Mateo le puso el anillo en el dedo anular y este hizo lo propio con su compañero.

Finalmente, lo que empezó una mañana en un viaje a París tenía su desenlace en Buenos Aires, precisamente, una mañana de invierno, un año después.

CAPÍTULO 2 TIPPI VICENTE TÖMMEY Y UN ANILLO

Tomás todavía no se terminaba de reponer y, cada vez que miraba su anillo, recordaba lo sucedido. Y recordaba también que un año atrás estaba sentado igualmente en unas escalinatas, pero en un lugar muy lejano, cruzando el océano.

Ahora las cosas eran diferentes: él se encontraba sentado en los escalones de otro lugar al que llamaba hogar: una cabaña muy acogedora pintada íntegramente de blanco y rodeada de naturaleza.

La pequeña escalera oficiaba de pórtico de entrada a su vivienda y estaba hecha en la misma madera con que estaba construida su casa, allí en Aldea del Norte.

Sostenía en su mano derecha, el inseparable mate tapizado en cuero de vaca y sostenido por un pie de alpaca. A su lado, parado en el piso como un granadero estaba el termo plateado que convivía con Tommy desde hacía casi veinte años. El recipiente era un testigo del paso del tiempo con los stickers que tenía pegados: dibujos de Los Simpson, de cuando Juanse vivía con él, de cuadros de fútbol (puestos por Mateo), y otros con frases motivadoras que había colocado Tomás antes de conocer a su prometido. Como siempre, la música lo acompañaba. Tenía su celular en modo playlist y sonaba un tema de Frank Zappa.

La rutina del mate la repetía por las tardes, cuando el clima lo permitía. Tomás cebaba un mate, lo sorbía muy lentamente y miraba el paisaje de su pequeño “barrio-pueblo”, que comenzaba a desinflarse. Las actividades ya pasaban a segundo plano hasta el día siguiente y los habitantes regresaban a sus hogares.

—¡Buenas tardes, Tommy! —Se escuchó la voz de Elena. Su vecina caminaba llevando en sus brazos a un bonito ejemplar de labrador retriever.

—¡Buenas tardes, Elena! ¿Y ese cachorro? ¿Es el nuevo Sr. Hitchcock?

—Es una nena, Tommy —respondió la mujer—. La trajimos anoche de un criadero que está camino a la ciudad, ¿te gusta?

—¡Es preciosa! ¿Cómo se llama?

—Después de pensarlo mucho le puse “Tippi”.

—¿Te parece un buen nombre? —La expresión de Tomás era de asombro. Le ofreció un mate a su vecina.

—Le puse así por Tippi Hedren, que fue la musa de Hitchcock en la película Los pájaros, fijate que tienen casi el mismo color de pelo —dijo Elena seriamente mientras tomaba el mate que Tommy le había ofrecido—. ¿Sabías que las actrices se tenían que teñir de rubias para las películas porque así las prefería el director?

—No lo sabía —respondió Tomás acariciando el pelaje dorado de la cachorra, que se había convertido en una nueva víctima de la fanática número uno en Argentina del director de películas Alfred Hitchcock.

—Muy rico tu mate, ¿qué le pusiste que tiene un gustito dulce? —Elena se sentó a descansar al lado de Tomás, quien seguía acariciando a la pequeña Tippi.

—Le puse unas cascaritas de pomelo que tenía secando al sol —respondió Tomás—. Debo decirte que me asombra lo que sabés de cine y de las películas de este hombre, Elena, ¡deberías tener un canal en YouTube para relatar los filmes de Mr. Hitchcock! —concluyó el joven de pelo amarillo como las cáscaras del pomelo que flotaban en el mate.

—Ay, no sé, la verdad es que no me llevo bien con la tecnología —dijo la mujer de cabellera voluptuosa del mismo color que su mascota—. Lo voy a pensar, quizás el día de mañana haga un libro con mis memorias y ahí cuente mi pasión por este señor.

—No imagino lo que dirían esas memorias… —bromeó Tomás. Su vecina soltó una carcajada.

—Bueno, querido —dijo la mujer poniéndose de pie—, te dejo, voy a caminar un poco y a comprar algunas cosas en la veterinaria del zángano ese.

—¿Quién es el zángano? ¿El veterinario? —Tomás estalló en una carcajada.

—Sí, es un sujeto tan desagradable…, tiene suerte de ser el único en el pueblo. —Elena sacudió la cabeza—. Además, me apuro a hacer todo porque no me quiero perder el programa de Vicente Tömmey —La mujer se puso de pie.

—¿Quién? —Tomás la imitó, ayudando a levantar de la escalinata a la señora, quien acusaba sesenta y cinco años, pero todos en el barrio sabían que tenía casi una decena más.

—¡Tommy!, ¿Cómo no lo conocés? Es un procurador que investiga casos policiales y tiene un programa en la televisión. ¡Me extraña que no hayas oído de él!

—¿Y por qué debería saber yo de ese sujeto? —Tomás frunció el ceño mientras su vecina movía la cabeza de un lado a otro.

—Porque es arcoíris como vos —susurró Elena.

—¿Arcoíris como yo? —Tomás explotó nuevamente en una carcajada —¿Te referís a que él es gay también?

—¡Si, pero prefiero decir que es LGBT o arcoíris, me siento más cómoda! —La mujer se quedó un momento con actitud reflexiva. Miró hacia el suelo y luego dirigió su mirada a Tomás —mirá Tommy, desde lo que pasó aquel día en el puesto de diarios de don Manuel, muchas personas en el pueblo nos dimos cuenta de que debemos aprender a aceptar la diversidad. La forma en que Mateo te defendió ese día en que ese bobo los insultó, fue toda una revelación. Y debo decir que verlos a ustedes juntos es un grito de libertad, una bocanada de aire fresco y nuevo que trajeron a este pueblo —mientras se levantaba tambaleante, Elena levantó una bandera con todos los colores en cuestión de segundos. Dio una palmadita en el hombro al muchacho y sus ojos se clavaron en la mano del joven que la ayudaba a ponerse de pie.

La sagaz vecina no dejó pasar el detalle que Tomás portaba en su dedo anular e, imaginando la respuesta, no dudó en lanzar un interrogatorio:

—¿Y ese anillo? ¿Qué significa?

—Please, no digas nada todavía. —Como si fuera posible mantener un secreto en Aldea del Norte—. Es un anillo de compromiso.

—¿Te comprometiste con Mateo?

—¡No, con el Muñeco Gallardo! ¡Por supuesto que con Mateo! —Tomás soltó una risotada que se escuchó hasta en el otro continente.

—¡Bueno, yo decía! —bromeó la vecina—. ¡Qué emoción, te felicito, Tommy! —Elena se veía visiblemente emocionada y no dejaba de admirar el anillo que traía puesto Tomás.

No era para menos, la delgada argolla era de un material negro mate y tenía incrustados unos pequeños cristales que eran casi imperceptibles, pero que al contacto con la luz brillaban de la misma forma que la mirada de Tomás cuando Mateo le pidió casamiento.

—Sí, ayer… —Tomás miró la pequeña argolla en su dedo y sus ojos se volvieron vidriosos.

—¡Qué romántico! —exclamó la mujer.

—Y mirá qué detalle, los anillos se encastran uno con el otro.

—¿Cómo? —Elena ladeó la cabeza y se rascó el cabello.

—El anillo de Mateo es un poquito más ancho que el mío y tiene una especie de hendidura en uno de sus lados, donde calza perfectamente el que traigo puesto. ¿Podés creer esa genialidad del que lo hizo?

—¡Más romántico aún! —La mujer se llevó las manos a sus mejillas—. ¡Exactamente como el uno para el otro formando uno solo!

—Sí, tenés toda la razón… —Tomás torció a un lado sus labios y la picardía invadió su rostro—, ahora que lo pienso, ¡Mateo me calza más que bien! —El muchacho soltó una risa grotesca y su vecina le pegó de forma cómplice en el codo—. Uy, ¿lo dije o lo pensé? —bromeó Tomás.

—¡Ay, callate, atrevido! —Elena apretó una de las mejillas de Tomás y soltó una carcajada—. ¡Estoy tan contenta por vos, Tommy! Qué bueno que no vas a estar más solo. ¿Ya fijaron una fecha, eligieron algún lugar?

—Todavía no, pero me gustaría encargarme de organizar todo. La verdad que con el tema de sus viajes a Italia y su trabajo, Mateo anda a mil y no quisiera encima cargarlo con otra responsabilidad. En cambio yo, que tengo posibilidad de manejar mis tiempos, tengo un poco más cintura para hacerlo.

—¿Y… por qué no lo hacés acá?

—¿Acá? —Tomás se quedó pensativo.

—¡Sí, acá! Podrían utilizar para la ceremonia la pérgola que está en la plaza. Podemos decorarla y hacer la fiesta allí mismo; es un lugar hermoso y muchas parejas lo han hecho.

—Es una buena idea, no se me había ocurrido. Tendría que pensar en la logística para los invitados que vengan de otros lados, como la familia de Mateo y los amigos.

—Podrías reservar la Posada del Roble Caído que, si bien es el único lugar para hospedarse en Aldea, es un lugar muy bonito. Si lo hablás con suficiente tiempo, don Esteban de seguro no tendrá problema —concluyó Elena con relación al dueño del único hotel de todo el pueblo.

—Es verdad, no se me había ocurrido —dijo Tomás—. Lo voy a conversar con Mateo a ver qué opina, aunque…

—¿Aunque qué? —preguntó Elena.

—Podría darle una sorpresa…

—Me gusta, el tema es que para mantener en secreto toda la logística va a ser complicado; pero bueno, desde ya contá con mi ayuda, ¡ay, qué emoción! —concluyó la mujer, que estaba más entusiasmada con la idea del casamiento que el mismísimo Tomás.

—Gracias, Elena, sé que siempre cuento con vos y con tu esposo Alfredo.

—Bueno, lindo, ahora sí me voy; ¡ay, qué feliz estoy! La mujer se alejó con su nueva mascota, que la observaba pasmada como una vaca mirando a un tren pasar.

“Es una muy interesante idea”, se dijo para sí Tomás. Dejó el termo y el mate, y con decisión fue a hacerle una visita a don Esteban, el longevo dueño de un complejo de cabañas que componían la Posada del Roble Caído.

CAPÍTULO 3 LA NOTICIA DEL DÍA EN LA ALDEA UN REGUERO DE PÓLVORA

—Buenas tardes —dijo Tomás al entrar a la posada.

En un volumen muy bajo sonaba la canción “Loco”, y la joven apostada en la recepción la tarareaba.

—Buenas tardes, Tommy, ¿cómo estás? —dijo.

—Muy bien, Clarita, ¿y vos? Vengo a ver a don Esteban, ¿estará disponible?

—Sí, ya te lo llamo. —La joven se arrimó a Tomás—. ¿Venís por lo del casamiento? —le susurró al oído.

—Ah, veo que ya te enteraste. ¡Voy a matar a Elena! —Tomás se tapó la cara y luego soltó una risotada.

—En realidad, me lo contó Elsa, que se lo contó Elena cuando se la cruzó hace cinco minutos mientras paseaba a su perra. —Clara meneó la cabeza.

—No lo puedo creer —dijo Tomás sorprendido.

—¿Qué no podés creer?

—Que hace quince minutos se lo conté a Elena ¡y ya lo debe saber toda Aldea!

—Bueno, no te hagas problema, de todas formas ya nos dijo que era una sorpresa para Mateo, así que nadie va a decir nada.

—¿Nadie? —preguntó Tomás con desconfianza.

—Absolutamente nadie —respondió resueltamente Clara—. Yo le pregunté a don Esteban si habría problema para cerrar la posada para los invitados, y me dijo que ninguno. Él se fue ahora a ver a Cacho a la Sociedad de Fomento para revisar qué fechas serían las ideales. Las chicas de la pastelería se van a encargar de hacer la torta de bodas y de las cosas dulces.

—¿Las chicas de la pastelería? ¿Las reposteras?

—¡Sí! ¿Acaso hay otras?

En ese momento Tomás meneó la cabeza y sonrió. Era el gesto que solía hacer cuando comenzaba a ordenar todas las piezas en su cabeza. Recordó que en el trayecto desde su casa hasta la posada se hallaban: el centro comercial, la pastelería, la peluquería de Elsa, la Sociedad de Fomento. Cruzando la calle y llegando a la plaza, frente a ella estaba el Juzgado de Paz, el Registro Civil, la Policía y la iglesia. Teniendo en cuenta esto y que Elena se había cruzado con Elsa en el camino donde le había contado sobre la boda (la capacidad de la mujer para hacer correr un chisme era asombrosa, ganándole inclusive a Google, WhatsApp, Facebook o a cualquier red social o medio de comunicación), ya todo el barrio a esa altura conocería la noticia.

Una frase que le dijo la recepcionista de la posada le dio la razón:

—¡Te felicito! Es un anillo relindo el que te dio Mateo, ¡debe estar muy enamorado!

—Sí, la verdad que sí, Clarita. Es un sentimiento mutuo el que tenemos.

—Lo que te voy a pedir es que cuando sepas qué fechas estarían disponibles me avises, así armo todo en función de eso, ¿puede ser? Y también te pido que me pases un presupuesto con los gastos que me demandaría la estadía de los invitados.

—Despreocupate, Tommy, ¡vas a ver que todo va a salir divino!

—¡Gracias, Clarita! —Tomás le dio un beso en la mejilla—. Y dejale mis saludos y agradecimiento a Esteban. ¡Chau!

—¡Hasta pronto!

De esta forma, Tomás ya tenía una parte del asunto resuelta.

La Posada del Roble Caído era una suerte de complejo de cabañas con suficiente capacidad para albergar a casi un centenar de personas. Era la única posada que estaba permitida y que había sido edificada por el padre de don Esteban, casi cien años atrás.

Tenía una fachada muy pintoresca, acorde con el resto de las casas del barrio: hecha en madera, rodeada de pinos, robles y eucaliptos; con cientos de flores en sus jardines y con innumerables servicios. Contaba en su oferta con una inmensa piscina, un gimnasio, una sala de juegos; además de la calidez que le daba un imponente hogar a leña en el salón central que, en épocas de frío, se mantenía encendido con leña de quebracho, y cuyo calor daba una sensación tan acogedora que muchos turistas visitaban la hostería solo para disfrutar de esa comodidad.

El nombre era en honor a un gigante roble que se había caído y que el barrio, que NO es un pueblo, había declarado patrimonio histórico.

Alrededor de ese árbol se había construido una rotonda donde los turistas que visitaban el poblado solían sacarse fotos o daban vueltas con sus autos, motos o bicicletas; alrededor del hito histórico.

CAPÍTULO 4 EL VENDEDOR DE DIARIOS LUCHITO LAS NOTICIAS DESDE NORJDENIA

Tomás salió de la posada y fue a hacer una recorrida a la plaza. Quería verificar las condiciones en las que estaba la famosa “pérgola del amor”, donde cada 21 de septiembre se juntaban los estudiantes y las noveles parejas a celebrar la primavera, y cada 14 de febrero se realizaba algún festival en honor al Día de San Valentín.

En el trayecto, y llegando a una de las esquinas de la plaza, se topó con el puesto de diarios de don Manuel, el anciano que, junto a su nieto Luciano, se encargaba de llevar los periódicos a todo el pueblo. El hombre estaba hablando con un sujeto alto, vestido con traje, y a quien Tomás reconoció un poco más tarde.

—¿Cómo le va, Manuel? —saludó al llegar.

—Muy bien, Tommy, ¿vos, cómo estás? —respondió el anciano, un hombre blanco en canas y con una barba tan blanca que era la envidia del mismísimo Papá Noel—. Acá, conversando con un viejo amigo y cliente de toda la vida —dijo en alusión al hombre con quien conversaba.

—Hola, Tomás —dijo el individuo, que parecía un eucalipto por lo alto que era. Se colocó debajo de la axila un diario doblado y se quitó las gafas que llevaba puestas.

—¿Andrés Tarragona? ¿Mi profesor de Derecho de la secundaria y actual juez de Paz de la ciudad?

—El mismo, un gusto de verte —se presentó el sujeto, extendiéndole la mano a Tomás.

—Un gusto de verlo, Andrés. —Tomás le estrechó la mano y lo observó detenidamente. Algo en esa escena no estaba bien—. Qué extraño verlo por estos lados.

Don Manuel de pronto se había puesto nervioso y era evidente que intentaba ocultar algo. De reojo Tomás alcanzó a ver que el diariero guardaba una especie de carpeta gigante bajo unas revistas. Volvió la mirada al juez y siguió conversando.

—No suelo venir mucho para estos lados, la actividad en la ciudad es intensa, pero cuando la ocasión de ver a un amigo llama, no puedo decir que no. —Andrés Tarragona sacó un pañuelo del saco, empañó con su aliento los bifocales y los frotó hasta dejarlos relucientes. Se los colocó y miró al recién llegado—: ¿Cómo están tus cosas? Me contaron por ahí que te estás por casar… con un italiano, ni más ni menos.

—Ah, sí. —Tomás se pasó la mano por la nuca y miró el suelo. Pateó una piedrita y sonrió—. Pero no con un italiano, con un argentino, se llama Mateo.

—Ah, pero me contaron que trabaja en Italia. —El juez torció levemente su rostro y se inclinó hacia Tomás, como una jirafa que se estira hacia un pequeño árbol.

—En realidad, trabaja acá, con su familia, y cada dos por tres viaja a Italia, allí es socio en una empresa con unos amigos italianos.

—¡Qué interesante! —El hombre se llevó una de sus manos al bolsillo del pantalón—. No todos los días uno conoce a un italiano en Argentina…

—Pero Mateo no es italiano, es argentino, juez. —Tomás negó con la cabeza y sus ojos miraron a don Manuel, que tenía los suyos en blanco.

—Sí, sí; como sea —respondió Andrés Tarragona mirando su reloj pulsera.

Don Manuel comenzó a toser, hizo un gesto con la cabeza, y esa fue la señal con la que el juez se despidió.

—Bueno, regreso a mi oficina; Tomás, nuevamente, un gusto de verte y lo mejor para vos y tu novio italiano. En cuanto a usted, mi querido amigo —dijo mirando al diariero—, me llevo estos documentos y después le cuento qué podemos hacer —concluyó, tomando un sobre de papel madera que evidenciaba contener una innumerable cantidad de papeles. Levantó una mano en carácter de saludo y caminó unos metros, se subió a un viejo pero muy bien mantenido vehículo y emprendió la retirada hacia los tribunales de la ciudad.

Tomás se quedó en silencio. Don Manuel intentaba tapar la gigantesca carpeta verde con cuanto diario había y mientras hacía eso cambió de tema. O eso quiso hacer.

—¿Qué andás haciendo por acá, Tomás? —preguntó.

—Vine a ver algunas revistas, necesito ideas para el casamiento. —Tomás comenzó a hojear unas revistas sin quitar su mirada del anciano—. Manuel, ¿cómo están las cosas? ¿Cómo sigue de su salud?

—Ahí ando, a veces bien, a veces no tanto; pero la voy llevando, sobre todo, por Luchito, que es tan chico aún y es todo un hombrecito.

—Sí —dijo Tomás—, es admirable esa criatura.

Luciano era el nieto de don Manuel, tenía once años y vivía con su abuelo desde hacía tres, cuando su madre falleció a causa de una enfermedad terminal, detectada en un estadio muy avanzado. De su padre, nunca se supo su existencia; así que el niño tenía solamente en el mundo a su abuelo, a quien de muy chico ayudaba con la tarea de repartir en su bicicleta muy temprano por la mañana los diarios para que las personas al levantarse pudieran tener las noticias. Por la tarde concurría al colegio y, al término de la jornada de clases, jugaba en el equipo local de fútbol de Aldea del Norte Fútbol Club.

Era un niño que parecía un hombre en miniatura, la responsabilidad con que hacía sus tareas y su forma respetuosa de tratar a todos hacían que fuera un chico muy querido en la comunidad. Más aún, teniendo en cuenta que, como la salud de su abuelo iba en deterioro, el niño trataba de ayudarlo en todo lo que podía. Incluso, en día domingo, era cuando más temprano se levantaba para realizar la entrega de los diarios a los vecinos del barrio en su bicicleta. Llegado el mediodía, repetía la rutina, cuando pasaba a cobrar por cada casa las ventas de periódicos de ese día más los de todos los diarios que había entregado en la semana.

—A veces me pregunto si no es demasiado trabajo para alguien tan chico. —Don Manuel sonaba distinto.

Su voz ya no era la del anciano que, a pesar de sus casi ochenta años, cuando hablaba parecía un presentador de circo. Esta vez se oía apagada, débil.

—Conozco la sensación. —Tomás sonó reflexivo—. De chico también trabajé, haciendo jardines, pintando casas o lo que fuera para tener un billete en el bolsillo y poder comprarme algo sin pedirles a mis viejos; pero nunca hice ni vi hacer a nadie lo que hace Luchito, tiene que estar muy orgulloso de él.

—Es mérito de su madre, ella lo educó bien —recordó con emoción a su hija fallecida.

—Manuel, ¿le puedo preguntar algo? —Tomás ojeaba algunas revistas y soltó la pregunta casi por descuido.

—Lo que quieras —respondió el diariero.

—¿Qué pasó con el padre de Luciano?

—Ah, qué tema ese. —Manuel meneó la cabeza, mientras le pasaba el plumero a una colección de fascículos que descansaban sobre uno de los escaparates vidriados de su negocio—. Mi hija nunca quiso decirlo, ella era muy orgullosa y nunca mencionó por qué el padre no quiso hacerse cargo del nene, así que optó por tenerlo ella sola.

—¿Y fue entonces que se mudaron a vivir con usted? —preguntó Tomás, que no sabía bien el trasfondo de la historia.

—No, ella tuvo al nene y siguió viviendo en la capital, puesto que tenía su trabajo allí. Luego, cuando enfermó, vino a vivir conmigo hasta sus últimos días. —El anciano se detuvo un momento y dejó el plumero sobre unos diarios. Sacó del bolsillo de su camperita de lana un pañuelo, se quitó los anteojos, que quedaron basculando colgados de un cordón, y secó algunas lágrimas que se escaparon de sus arrugados y amorosos ojos.

—No lo sabía, perdón si soy metido. —Tomás se sintió avergonzado.

—No hay problema, Tommy. Yo… yo te considero parte de la familia. —En ese punto de la conversación, la voz de Manuel se aclaró y su expresión fue la de alguien agradecido—. Ni hablar de cómo ayudás a mi nieto con las clases y las veces que vas al club a hacer de merendero a él y sus compañeros, eso no lo hace cualquiera.

Tomás sonrió, su rostro se llenó de manchas rojas e intentó cambiar de tema.

—¿Le está yendo mejor en el colegio? —preguntó.

—Sí, ya levantó las notas en las que andaba flojo, por eso también lo dejo ir al club a jugar a la pelota. —A pesar del inmenso amor que tenía por su nieto, Manuel era un hombre muy disciplinado y estaba muy atento a la educación del pequeño.

El ruido del freno de una bicicleta que se detuvo en la acera del kiosco sacó a Manuel y a Tomás de su charla.

—Hablando de Roma… —rio Manuel al ver a su nieto.

—¡Hola, Tommy; hola, abuelo! —gritó el niño de melena castaña que estaba tan transpirada como sus agitadas mejillas coloradas. Llegó tarareando la canción “Stressed Out”, que sonaba desde la usina de la música; dejó la bicicleta en el suelo y corrió a darle un abrazo a Tomás.

—¡Hola, Luchito, qué agitado estás! —Se alegró al verlo. —¿Cómo salió el partido?

—Empatamos 2 a 2, Tommy; pero el referí botón no nos cobró un penal.

—¡Típico! —bromeó Tomás.

—¡Hola, abuelo! —El pequeño abrazó al hombre de pelo blanco, quien le dio un beso en su alocada cabellera.

—Justo estábamos hablando de vos con Tomás —dijo don Manuel—. Le estaba contando que andás mejor en el colegio.

—¡Sí! Y el lunes tenemos prueba de matemáticas, así que cuando llegue a casa me tengo que poner las pilas —dijo Luciano riendo.

—Bueno, si necesitás ayuda avisame, ¡pero no esperes hasta el domingo a última hora para preguntar las dudas! —Tomás rio.

—Está bien, entre hoy y mañana te aviso y, si me surgen dudas te llamo o te mando un WhatsApp —dijo el niño—. ¿Y Mateo cómo está?

—Bien, siempre que hablamos me pregunta por vos. Qué suerte que les guste el fútbol y veas los partidos con él. —Tomás soltó una risotada—. A mí me sacás un peso de encima porque, aunque entienda y me guste, tampoco me enloquece quedarme dos horas mirando un partido de la Liga o los de la previa del Mundial, como aquel 31 de agosto del año pasado cuando vieron el partido de Uruguay versus Argentina.

—Pobre Messi, cómo lo tacklearon en el segundo tiempo, y encima lo empataron cero a cero —se quejó Luciano.

—Sí, hasta a mí me dolió esa pata que le metieron —dijo Tomás, que entendía de fútbol tanto como un pez puede saber del desierto.

De pronto, don Manuel cambió de tema con una pregunta.

—¿Es cierto que vos y Mateo se van a casar? —le preguntó.

—Ah, veo que hasta acá llegaron las noticias. —Tomás se pegó la cara con la palma.

—“Pueblo chico, infierno grande”. —Manuel rio.

—Sí, es verdad. Justamente, vine a comprar alguna revista donde aparezcan organizaciones de eventos al aire libre o algo así. —Tomás sostenía un ejemplar de una revista de decoración y otra de algo que se asemejaba a la organización de bodas—. ¿Tiene otras aparte de estas, alguna que esté en español entendible? —continuó preguntando mientras trataba de entender en qué idioma estaban las publicaciones.

—A ver, dejame que me fijo. —Manuel se zambulló entre una montaña de revistas de todo tipo que estaban en el lateral derecho del kiosco.

—¡Qué buena onda! —exclamó Luciano levantando sus manos. El pequeño tenía un gran cariño por Tomás y, sobre todo, por Mateo, con quien tenía una especie de “cofradía” de hermanos de cancha. Tanto a Mateo como a Luchito los unía la pasión por el fútbol y, puesto que Tomás apenas diferenciaba una pelota de fútbol de una de golf, era el socio ideal con el que, cuando visitaba Aldea, solía hablar o sentarse a mirar algún partido importante.

Era común ver al niño que, cuando los domingos pasaba a cobrar el diario por la casa de Tomás, acostumbraba a quedarse un rato a leer el suplemento deportivo con Mateo (cuando este se encontraba en Buenos Aires y se quedaba en la casa de su prometido).

—Sí, Luchito, ayer nos comprometimos, y me dio este anillo. —Tomás le enseñó la sortija. El niño abrió sus ojos al máximo.

—Me alegro mucho, ustedes son una pareja de lujo —dijo el niño imitando la voz de Bart Simpson.

—Gracias —dijo Tomás con una sonrisa—. Mateo es una gran persona, y te aprecia mucho también.

—Yo también le tengo un gran aprecio, Mateo es muy cool.

Y era algo de lo que no cabían dudas. Era tal la conexión que ambos tenían que luego de su último viaje a Italia, Mateo le había traído una camiseta de la Roma, la que Luciano no se sacaba ni para bañarse y, de hecho, la traía puesta mientras conversaba con Tomás.

—A ver, fijate estas revistas qué te parecen. —Manuel le entregó varias a Tomás.

Luciano se volvió a su abuelo y le dio un abrazo.

—Abuelo, yo voy a casa a bañarme y después vengo a buscarte, ¿te parece?

—Sí, andá a bañarte y quedate haciendo la tarea —dijo su abuelo abrazándolo tiernamente—. Acá está muy tranquilo, así que voy a cerrar temprano el puesto.

—Está bien —respondió el niño—. Nos vemos más tarde. ¡Chau, Tommy!

—¡Nos vemos, Luchito, y estudiá mucho!

El niño subió a su bicicleta y tomando carrera salió con su cabellera al viento. Tomás siguió revisando las revistas, eligió cuatro que le interesaron y, una vez que las pagó, se despidió del anciano diariero. La canción “In the Shadows” se escapó traviesamente del parlante que se apoyaba en el puesto de diarios y el ambiente se tornó más ecléctico.

—Cualquier cosa que necesite, avíseme, Manuel —dijo Tomás previo a retirarse—. Puede contar conmigo y ahora con Mateo también para lo que puedan necesitar usted o el nene.

Don Manuel se quitó las gafas y las dejó basculando, una vez más, del cordón que pendía de su cuello. Se sentó en la banqueta de madera, que rechinó con su peso.

—Ya lo estás haciendo, Tommy, muchas gracias igualmente por decirlo.

Tomás enrolló las revistas y, cuando se estaba por ir, Manuel lo detuvo.

—Te quiero decir algo.

—Dígame, hombre —respondió Tomás.

—Sé que en el pasado he sido un poco duro con vos y que te critiqué severamente por…, bueno, ya sabés por qué.

—Porque soy gay, no tenga miedo de decirlo, que la verdad no ofende. —Tomás habló con una mirada serena y tranquila.

—Sí, pero soy un hombre de otra generación, de otro mundo que ya no existe y me cuesta mucho aceptar todo lo que está pasando en la sociedad.

—Me imagino. —Tomás se quedó callado.

Don Manuel lo miró como si comprendiera su repentino silencio, y continuó diciendo:

—No me gusta lo que le está ocurriendo a la gente, Tommy.

—No lo entiendo. —Tomás ladeó la cabeza y entrecerró los ojos, como queriendo adivinar hacia dónde iba el diálogo.

—No sabría decirlo con exactitud, pero estar aquí en este puesto tantos años me ha permitido observar los comportamientos de la gente, y he notado un cambio. Antes pasaban a toda prisa, pues sabían adónde iban y estaban impacientes por llegar.

—¿Y ahora?

—Ahora tienen otros motivos: el miedo. No van a ningún lado, solo escapan, y no creo que sepan de qué están escapando. No se miran entre sí y se sobresaltan al ser tocados por otros; llevan una sonrisa dibujada que no tiene nada de agradable, no expresa alegría, sino una especie de súplica, no sé qué le está pasando al mundo.

—¿Eso lo ve acá en el barrio o lo dice en general?

—En general lo digo, acá viene mucha gente de otras ciudades, turistas, visitantes, viajantes, etc.

—¿Por qué me dice todo esto, Manuel?

—Voy al punto. Cuando hace unos años te vi con el que era tu anterior novio, fui uno de los primeros en criticarte porque no podía tolerar esa situación. —Manuel hablaba con total sinceridad.

—Nunca lo hubiera imaginado, siempre me trató con mucho respeto. —Tomás estaba algo sorprendido. Él sabía que don Manuel no era precisamente uno de sus promotores, sin embargo, nunca lo había tratado de mala manera.

—Es que, a pesar de no pensar igual, el respeto es lo primero.

—Le agradezco la franqueza.

—El hecho es que este último tiempo y, sobre todo, cuando te pusiste de novio con Mateo, he sido testigo de todo lo que desinteresadamente han ayudado a Luciano. Pude conocerlos un poco más y descubrir lo buena gente que son. De hecho, vos y Mateo son las únicas personas que rescato de este lugar, y por eso también es que quiero pedirte perdón si en algún momento dije algo que te ofendiera —concluyó el hombre en un tono sentido y sincero.

—Le agradezco sus palabras, Manuel, viniendo de usted, las valoro aún más y, como le dije antes, en lo que sea que podamos darles una mano, cuenten con nosotros. —Tomás sonrió extendiéndole la mano en señal de saludo respetuoso y agradecido—. Y, respecto al otro tema, seguramente la gente ya cambiará —agregó.

—Ojalá, Tommy, pero bueno, es lo que hay.

—Sí, y no me gusta esa expresión popular. —Tomás habló secamente y, al instante que se escuchó decirla, agregó a manera de disculpa—: Nunca me gustó esa frase, no sé quién la inventó ni de dónde viene.

—Nadie lo sabe. —Don Manuel se encogió de hombros, se acomodó las gafas sobre la punta de su nariz y soltó un bufido.

—No entiendo por qué la gente la repite, como si tuviera un significado especial.

—¿Por qué te molesta tanto esa frase? —El diariero miró por encima de sus anteojos a Tomás. Se dio cuenta de que el muchacho se había sentido incómodo.

—Porque no me gusta lo que parece insinuar. —Tomás meneó la cabeza y se quedó con la mirada perdida en un punto.

Don Manuel inspiró fuertemente, como si quisiera apoderarse de todo el oxígeno de Aldea del Norte y lo soltó muy lentamente mientras hablaba con un tono casi de tristeza:

—A mí tampoco, Tommy, a mí tampoco…

Tomás inspiró fuertemente, soltó el aire resoplando y volvió a la tarea de buscar revistas. Comenzó a ojear los escaparates y su mirada se detuvo en el titular de un periódico:

“Norjdenia, sitiada por Surjdenia en un conflicto sin precedentes”.

El muchacho no pudo evitar tomar el diario y zambullirse de cabeza a leer acerca de la pugna que mantenía el País del norte de Europa con su vecino, quien desde hacía varios meses había encallado sus buques de guerra en la zona de los puertos fronterizos, dejando a Norjdenia comunicada solamente por aire y tierra.

Con cada renglón, la expresión de Tomás fue palideciendo al punto que el dueño del negocio se acercó a ver qué le pasaba.

—¿Te sentís bien, muchacho? —quiso saber.

—Si Manuel, es que…no puedo creer que esto esté ocurriendo —Los ojos de Tomás se veían tristes.

Don Manuel tomó el periódico, calzó sus bifocales sobre su amplia nariz y continuó leyendo hasta donde Tomás se había detenido.

—Parece que ese pequeño País está en problemas, pero ¿por qué te interesa tanto lo que pasa en el extremo del mundo?

—Porque tenemos un amigo allí, se llama Alexander.

—Alexander… ¿así no se llama el príncipe de Norjdenia? —Don Manuel miró a Tomás por sobre sus gafas.

—Sí, el mismo —Tomás le quitó el periódico y lo dobló cuidadosamente—. Lo conocí en un evento en Roma.

—¿Cómo es eso? —el diariero se cruzó de brazos.

—Norjdenia es uno de los principales clientes de la empresa de Mateo y sus socios italianos. Y justamente a Alex lo conocí en la fiesta que se llevó a cabo en Roma, precisamente para celebrar el convenio entre ambos —Tomás sonrió levemente, al recordar los detalles de aquel encuentro que fue precisamente el que más tarde sellaría el romance entre él y su querido Mateo.

—Ahora entiendo tu preocupación, esos malditos surjdenios, siempre quieren arrebatar más territorio, y hacen cualquier cosa —La voz de don Manuel sonaba enérgica—. Comienzan despacito, bloqueando las fronteras y con el paso del tiempo comienzan a avanzar, conquistando, matando y destruyendo todo tipo de cultura que se ponga en su camino. Esto que está pasando me hace mucho acordar a una época que espero no vuelva a repetirse en la historia —el hombre cruzó sus manos por detrás de la espalda y volvió a su asiento.

—Yo deseo lo mismo, y espero por el bien de nuestros amigos y de la comunidad internacional, que Surjdenia no inicie hostilidades a Norjdenia.

—Ojalá que así sea Tomás, el País de tu amigo es una hormiga en comparación a su vecino que es un elefante. De desatarse un conflicto no tienen posibilidades, excepto que el resto del mundo los apoye. Pero teniendo en cuenta los políticos y sus formas de gestión, dudo que hagan algo —Manuel levantó unas revistas y las ató con un piolín.

—¿Por qué dice eso Manuel? —Tomás volvió a palidecer.

—Porque lamentablemente, Tommy, las guerras se volvieron lugares donde chicos y chicas jóvenes que ni se conocen ni se odian, se matan entre sí; por las decisiones de políticos que sí se conocen y que sí se odian… pero que no se matan —Las palabras del anciano sonaron como un martillo golpeando sobre un yunque—. Ya no reconozco este mundo, no hemos aprendido nada—concluyó mientras ataba una pila de diarios.

Tomás se quedó pensativo.

El mundo está cambiando.

O, al contrario, seguía siendo la misma mierda de siempre.

Gobernantes que no eran más que dictadores. Otros que pecaban de inútiles y corruptos.

Países ricos y pacíficos que se volvían sus presas. Países pobres que no eran amenaza para quitarles el territorio.

La historia se repite una vez más, lamentablemente.

Dos guerras mundiales a principios del siglo pasado más una que laceró el corazón de Argentina en 1982.

Y ahora se suma este conflicto que afecta a los habitantes del hemisferio norte.

El muchacho caminó unos pasos, se llevó unas pocas revistas y todos los periódicos que hablaban del conflicto armado en el norte de Europa, y emprendió el regreso en silencio hacia su casa. Dentro de toda la alegría que venía viviendo con Mateo, sintió que el corazón le dolía, la humanidad le dolía, y no pudo evitar soltar alguna lágrima al recordar el día en que bailó con el Príncipe de Norjdenia.

Fue el mismo día en que el corazón le estalló por Mateo y supo que era él la persona a quien siempre había soñado.

CAPÍTULO 5 OPERACIÓN “BODA” FUERZAS DE LA NATURALEZA

Mateo estacionó su auto frente a la acera de la casa de Tomás. Mientras se quitaba sus gafas oscuras y las guardaba en su estuche, se quedó esperando a su enamorado, que tardaba en salir.

“Qué raro —pensó para sus adentros—, Tommy generalmente me espera cuando ya estoy a pocas cuadras de llegar”. Comenzó a golpetear con los dedos el estribillo de “Read my Mind”, que explotaba en los parlantes del pueblo y esperó un momento, mientras disfrutaba de la canción.

Entretanto, dentro de su casa, Tomás junto a Elena y parte del comité organizador de la boda escondían todo en cajas. Las sacaban por la parte de atrás de la cabaña del rubio con rumbo a la casa de Elena, para evitar que Mateo viera la sorpresa.