Los frutos del árbol de la vida - Omraam Mikhaël Aïvanhov - E-Book

Los frutos del árbol de la vida E-Book

Omraam Mikhaël Aïvanhov

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Beschreibung

El Árbol sefirótico, el Árbol cabalístico de la Vida, es una imagen del universo que Dios habita e impregna con su esencia, una representación de la vida divina que circula a través de toda la creación. Ahí tenéis un sistema que os impedirá dispersaros en vuestra actividad espiritual. Si trabajáis durante años con este Árbol, si lo estudiáis, si saboreáis sus frutos, introduciréis en vosotros el equilibrio y la armonía de la vida cósmica.

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Veröffentlichungsjahr: 2024

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Omraam Mikhaël Aïvanhov

LOS FRUTOS DEL ÁRBOL DE LA VIDA La Tradición cabalística

Traducción del francés

ISBN 978-84-10379-04-6

Título original:

LES FRUITS DE L’ARBRE DE VIE. La Tradition kabbalistique

© Copyright reservado a Editions Prosveta, S.A. para todos los países. Prohibida cualquier reproducción, adaptación, representación o edición sin la autorización del autor y del editor. Tampoco está permitida la reproducción de copias individuales, audiovisuales o de cualquier otro tipo sin la debida autorización del autor y del editor (Ley del 11 de marzo 1957, revisada). - www.prosveta.es

I Cómo abordar el estudio de la Cábala

A veces, algunas personas me dicen que están interesadas en la Cábala, que leyeron los libros de Lenain, de Papus, de Eliphas Levi, de Dion Fortune, o incluso de Arthur Waite, de Israel Regardie... y quieren saber mi opinión, que les aconseje. Todos esos libros son interesantes, por supuesto, y les pregunto cómo los leen: “¡Oh! De vez en cuando, por aquí y por allí, hojeo algunas páginas...” Pues bien, no es así como se debe estudiar la Cábala. Si os ponéis a estudiar las matemáticas empezando por cualquier capítulo, los diferenciales y las integrales por ejemplo, antes de haber aprendido las cuatro operaciones, ¡no entenderéis nada! Hay que empezar por el principio, comprender bien las primeras lecciones, lo que facilitará luego un rápido avance. Mientras quede algún punto que no haya sido bien comprendido, es preferible no avanzar. Hay que hacerlo poco a poco, sin prisa. No se lee la Cábala cómo se lee una revista.

Ahora bien, debo añadir además que, si en mis conferencias a veces os hablo de la Cábala (el Árbol sefirótico, las Jerarquías angelicales, los setenta y dos Genios), no es para invitaros a estudiarla con premura, simplemente es para daros algunas nociones esenciales que pueden ayudaros en vuestro desarrollo espiritual. La Cábala es una ciencia muy especial, un estudio diferente de todos los demás: exige cualidades particulares por parte de aquel que quiera comprometerse con ella. Incluso es aconsejable no comenzar antes de la edad de cuarenta años. Y no puede hacerlo cualquiera: únicamente aquellos que estén predestinados para ello, que tengan las capacidades mentales, psíquicas, y que además posean cualidades morales que les impedirá utilizar esos conocimientos con un fin personal. La Cábala es una doctrina misteriosa, sagrada, difícil e incluso peligrosa, para todos los que no estén en condiciones de abordarla. Una prueba de ello, es esta pequeña parábola que circula entre los cabalistas: cuatro rabinos se reunieron con la intención de estudiar la Cábala; algún tiempo después, el primero renunció, el segundo perdió la fe, el tercero se volvió loco, y únicamente el cuarto prosiguió su estudio y recibió por ello grandes bendiciones.

Por eso no os aconsejo que os sumerjáis en un estudio profundo de la Cábala. Aprended simplemente lo que sea útil para vosotros, lo que esté a vuestro alcance; yo no os revelaré más. Y si no estáis preparados, empezad por otros asuntos, otros ejercicios que os prepararán para abordarla más tarde. Creedme, es una ciencia muy difícil que no todo el mundo se puede permitir estudiarla; incluso es un sacrilegio hacerlo si no se está bien preparado, y se corren grandes riesgos.

Si os digo esto, no es para desalentaros, sino para seros útil. Es mi deber advertiros de que lanzarse imprudentemente en la Ciencia cabalística produce desequilibrios psíquicos. Y no se podrá acusar a esta Ciencia, sino a una curiosidad mal dirigida, o al deseo de satisfacer la codicia, la ambición. A algunos les digo: “Estudiáis el Shem Hameforasch para conocer el nombre y las atribuciones de los setenta y dos Genios: ¿y qué haréis con ello? ¿Vais a pedirles la protección, el éxito, el amor, las riquezas?” Pues bien, precisamente, ¡ese es el peligro! En primer lugar, es totalmente desaconsejable intentar poner a los espíritus luminosos al servicio de las apetencias humanas. Además, es necesario saber que no son seres que obedecen así como así al primero que llega. Antes debéis alcanzar una cierta talla en el mundo espiritual, si no, los espíritus verán pronto con quien están tratando y os dejarán chapotear solos.

Los setenta y dos Genios no están obligados a venir y satisfacer vuestros caprichos. Para darles órdenes, hay que tener una gran fuerza, una gran voluntad, un gran dominio; para obtener resultados, no basta con conocer sus nombres y pronunciarlos. No, muchos se lo imaginan, lo intentan, y no obtienen resultados. Entonces, antes de lanzaros, estudiad bien el problema, ya que aventurarse solo en esos estudios, sin guía, sin instructor, sin Maestro, puede conduciros a la brujería, a la magia negra.

Mirad cuántos editores desde hace algunos años vuelven a publicar obras de ocultismo. ¡Pero son pura hechicería! Alguna de ellas contiene recetas espantosas, hasta el punto de indicar cómo hacer un pacto con el Diablo. Y lo que es grave, y que no sabéis, es que hay mucha gente, más de la que os imagináis, que se interesa en esos libros y cree en todas las imbecilidades que exponen. Algunas cosas son ciertas, pero muchas son falsas, e incluso peligrosas, y ellos lo aceptan todo. Estoy bien informado, sé que la brujería está aún muy viva en los pueblos: gentes provistas de viejos libros mágicos hacen ceremonias, evocaciones; convocan al mismísimo Diablo, ¡y lo que es más grave, es que lo logran! ¿Por qué? Porque su fe, su tenacidad, su paciencia principalmente, sirve de alimento, de cebo, a los espíritus infernales; consiguen comunicarse con ellos y casi entregarles la vida. Estoy al corriente de todo esto. Muchos han muerto víctimas de sus propias prácticas. Jamás deben hacerse cosas semejantes, jamás. Ésta no es la verdadera ciencia espiritual. El saber que yo os transmito, nunca os llevará hacia esas prácticas. ¿De qué sirve obtener riquezas, poderes, placeres, para encontrarse luego maniatado, perseguido, poseído, verse obligado a recurrir a exorcistas para desembrujarse?

La gente no se da cuenta del peligro que presentan las prácticas de hechicería. ¡Qué responsabilidad para los editores que reeditan esos libros, y para los libreros que los venden! Y cuanto más estrafalarios son los títulos, tanto mejor: presuntos nombres hebraicos, caldeos, persas, pero deformados y sin relación con los verdaderos nombres, porque después de siglos y siglos que circulan esos manuscritos, se deforman cada vez más a medida que son copiados. Y nunca se os advierte de los peligros que corréis. Practicáis esto y aquello, de acuerdo, pero ¿cuáles serán los resultados psíquicos sobre vosotros mismos?...

Debéis saber que yo nunca os embarcaré en este género de aventuras. Tratad de comprender bien la diferencia entre nuestra Enseñanza espiritual, iniciática, orientada siempre hacia la luz, y las otras prácticas ocultistas. Aquí estáis al abrigo, a salvo. Si queréis aventuraros más allá sin guía, sin luz, hacedlo, pero corréis el riesgo de caer en la magia negra. Sois libres de probarlo, pero entonces ya no respondo de vosotros. Si elegís salir de la enseñanza de la luz, yo no me siento responsable en absoluto de vuestra decisión.

Para abordar esta Ciencia sagrada de la Cábala, debéis purificaros, purificar vuestro corazón, vuestra cabeza, si no, los espíritus celestes se opondrán a vuestros esfuerzos pues considerarán que cometéis un sacrilegio. Por el contrario, los espíritus tenebrosos estarán encantados de poder atraer a sus redes a un ingenuo más, seduciéndolo con éxitos fáciles. Elevarse hasta las regiones celestes es difícil, mientras que descender al Infierno es muy fácil: basta con seguir la pendiente de sus codicias.1

A algunos les digo: “¿Por qué os sentís tan atraídos por las prácticas del ocultismo? ¿Por qué despreciáis las grandes verdades que os he dado para mejorar vuestra salud, vuestro comportamiento respecto a los humanos, vuestra relación con las fuerzas inteligentes de la naturaleza, con las entidades celestes, con Dios mismo? Esas verdades no os interesan realmente, hay algo que os tienta más... una esperanza algo turbia, el deseo de satisfacer una ambición... Si sois honestos, íntegros, empezaréis por estudiar todas esas grandes verdades: hay mucho que aprender y regocijarse durante toda la vida. Si las descuidáis, es que estáis animados por deseos inferiores: queréis dominar a los espíritus para que os procuren el dinero, el amor, el éxito social, sin haber adquirido la pureza, la inteligencia, la bondad. Pues bien, entráis en la logia negra. Es la logia negra la que os inspira la voluntad de dominar a los espíritus antes de ser dignos de ello, antes de ser un hijo de Dios...”

El deseo de aprender la Cábala no tiene, en sí mismo, nada que ver con la hechicería. Pero antes de descubrir sus secretos, hay que aceptar pasar por las etapas preliminares, trabajar sobre uno mismo, perfeccionar el carácter para demostrar que se es digno y capaz de ir más lejos. Pero si uno se apresura, si quiere transgredir las reglas, quemar etapas, introducirse directamente en el mundo sagrado sin estar preparado, entonces se encontrará con guardias que le detendrán. Imposible ir más allá si no se ha pasado el examen, si no se han dado pruebas suficientes de tal o cual virtud.

Mientras que para hacer el mal, no hay que someterse a prueba alguna: cuánto más malvado y dañino uno es, más rápido es aceptado como el número uno, el cabecilla, el jefe. Tomad el ejemplo de una banda de malhechores: todos elegirán por jefe al más violento, al más grosero, al más brutal. Lo mismo sucede en el Infierno: el ser más tenebroso, es el jefe. Mientras que en el Cielo, por el contrario, quien gobierna es el ser más luminoso, el más bondadoso y lleno de amor. Es por ello que la Cábala compara a veces al universo, con una cabeza blanca que se refleja bajo la forma de una cabeza negra: la cabeza negra es la sombra, el reflejo invertido de la cabeza blanca. El Infierno es una imagen invertida del Cielo. En el Infierno, el más degradado es el que gobierna, en el Cielo lo hace el más elevado.2

“Lo que está abajo es como lo que está arriba”, dijo Hermes Trismegisto. Así pues, lo que está en el fondo es como lo que está en la cima. A la séfira Kether, situada en la cúspide del Árbol de la Vida, corresponde una Kether invertida, situada bien en el fondo. Y en el mundo de los humanos, ¿quiénes son los que dirigen? ¿los mejores?... Aquéllos que están en el poder, que ostentan la autoridad, los grandes financieros, políticos, economistas, ¿acaso son las personas más nobles, las más generosas, las más desinteresadas? Al contrario, son los más ambiciosos, los más interesados. Es un mundo que está por debajo del diafragma, es el mundo del reflejo invertido o, utilizando la imagen empleada por Dante, es “el cono invertido”. Y los que gobiernan, son los mejor equipados para ese mundo. Sé que hay excepciones, afortunadamente; pero en general, los mejor equipados son los que tienen los dientes más largos, las garras más aceradas, y las pezuñas más duras. Es cierto y loable que aún quedan, aquí o allá, en los gobiernos, en las sociedades, seres excepcionales, inteligentes, cualificados, honestos, desinteresados, pero son raros.

Volviendo a la Cábala, es preferible para vosotros estudiar primero en profundidad lo que ya os he dado en mis conferencias. Aún no veis la utilidad de todas esas verdades, no sospecháis que, gracias a ellas, podéis hacer trabajos formidables. “¡Pero yo quiero fórmulas para gobernar a los espíritus!” Pues no, vais demasiado deprisa. Hojead primero, una o dos veces, todos mis libros, y os daréis cuenta de que en ellos he infiltrado reglas, e incluso revelaciones de la más alta magia, la Cábala más profunda, e incluso sobre la teúrgia. Las he infiltrado esporádicamente, sin hacer ruido, sin acentuar, sin insistir ni alzar la voz, solamente para aquellos que están despiertos. ¿No las habéis captado? Pues bien, a vosotros os corresponde descubrirlas.

Tal vez ni siquiera os dais cuenta, pero la mayoría de los conocimientos que recibís aquí fueron, en el pasado, conocimientos casi inaccesibles que únicamente eran confiados a los Iniciados. Habéis podido comprobar, cuando os di la conferencia sobre las Iniciaciones egipcias, cuán difícil era en la Antigüedad de ser aceptado en el templo, por cuántas pruebas era preciso pasar. Los postulantes aceptaban incluso arriesgar su vida para ser admitido y tener acceso a estos conocimientos. En nuestra época, el mundo invisible ha permitido que la Ciencia esotérica sea propagada para iluminar, para instruir a los humanos, pero si abusan de ella y se precipitan hacia la magia negra, el castigo será terrible.

Sevres, 21 de Diciembre de 1964

1“Y él me mostró un río de agua de la vida”, Parte X, cap. 1: “La puerta del mundo psíquico: Iesod”.

2“Y él me mostró un río de agua de la vida”, Parte IX, cap. 1: “El río de la vida divina”.

II El número 10 y los 10 sefirot

I

Lectura de un pensamiento del Maestro Peter Deunov:

“Determinar el número personal es recibir inesperadamente una herencia de diez millones de levas. Si sois razonables, resolveréis con ese número muchas dificultades. Los números ocultan una fuerza mágica. Recibir diez millones de levas, es poder adquirir mansiones, amigos, la felicidad... ¿Qué mayor riqueza que esa? Todo el mundo se inclina ante diez millones de levas. ¿Por qué? Porque es un número viviente. Y si tal fuerza está oculta en un número, ¡mucho más grande es esa fuerza cuando se manifiesta a través de un ser humano! Cuando un hombre penetra en la fuerza de los números, los profesores de la luz abren para él las puertas de su Universidad. Si al menos una puerta se abre para el hombre, entrará sobre un carro de fuego como el profeta Elías entró en el Cielo. Pero aquél que no comprende los números vivientes, rondará largo tiempo alrededor de las puertas de esta Universidad y nadie se las abrirá. Para poder entrar en la Universidad de la luz, hay que poseer amor, pues el amor resuelve todos los problemas. Fuera del amor no hay nada, sólo el fracaso...”

Algunos detalles de este pensamiento del Maestro Peter Deunov seguramente os sorprenderán, y si no os los explico, os iréis con ideas erróneas sobre su Enseñanza. Él dijo: “Todo el mundo se inclina ante diez millones de levas...” Naturalmente, esto no es extraordinario, lo vemos por todas partes... Aunque hoy en día diez millones de levas ya no representan gran cosa, ¡ni siquiera alcanzan para construirse una cabaña! “Recibir diez millones de levas es poder adquirir mansiones, amigos, la felicidad...” ¡Ah! Eso no es seguro; las mansiones, sí; pero los amigos y la felicidad, eso no es en absoluto seguro. Pensaréis que estoy contradiciendo y criticando a mi Maestro... En absoluto, al contrario, y voy a mostraros la profundidad de lo que él sobreentiende.

¿Qué significa “conocer el número personal” y por qué el Maestro eligió el número diez? El Maestro habla el mismo lenguaje que todos los grandes Iniciados: para ellos todo es número. Los números representan el armazón del universo, y quien los conoce, no solamente posee la ciencia de la creación, sino que se vuelve todopoderoso, pues los números son fuerzas mágicas. Cada ser tiene un número determinado, y si lo conoce, conoce al mismo tiempo su lugar en el universo. Incluso puede decirse que cada ser es un número dotado de una vibración totalmente especial, y que según esa vibración fundamental, esencial, todo está determinado para él: su destino, su camino, pero también su cuerpo, su rostro, el estado de su organismo. El número representa las vibraciones de su ser íntimo que atrae ciertos elementos y rechaza otros, gracias a esa ley de afinidad y de polaridad de la que os he hablado tan a menudo.

Para los Iniciados, el número es el esqueleto alrededor del cual vienen a ubicarse todos los elementos. Hace mucho tiempo, vi un mercader ambulante que atraía a la multitud presentándole estructuras metálicas que tenían la forma de árboles de todas clases: proyectaba encima ciertas sustancias químicas que, al aglutinarse, daban verdaderamente la impresión de una gran frondosidad. Pues bien, es absolutamente la imagen de la creación. Un número es una abstracción, pero es un ser real. Cuando debe descender para manifestarse en el plano físico, se cubre de carne con el fin de tener un cuerpo. Es un número, pero desaparece bajo tantas envolturas que ya no se sabe lo que representa; para encontrarlo de nuevo, hay que despojarlo de sus apariencias y volver a descubrirlo mucho más allá de la carne, de la sangre, de la piel, de los músculos, e incluso de los huesos.

Todas las ciencias, la astronomía, la física, la química, la mecánica, no estudian otra cosa que formaciones que se produjeron alrededor de un número, o a partir de un número. Todas las ciencias saben muy bien que no pueden hacer ningún progreso, ni obtener ningún éxito, tanto en sus hipótesis como en sus aplicaciones, si no parten de bases matemáticas. Por eso trabajan con un lenguaje matemático: han comprendido que los números dirigen todo, y que hay que conocer todas sus relaciones y combinaciones para poder dominar la materia.

Decía que el número está en la base de todo; en realidad, sería más justo decir que está en la cima, en el origen, y que es por un fenómeno de cristalización, de acumulación de materia alrededor de él, que aparecen todos los elementos de la creación: los árboles, las rocas, las montañas, las flores, los animales, los insectos, los hombres... Toda la creación está hecha exclusivamente de números que se han encarnado. Es evidente que os explico esto de forma rápida, porque es difícil encontrar los términos para expresar esta realidad compleja. Así es como cada ser humano, al venir a la tierra, está determinado por un número fundamental que la Inteligencia cósmica le dio, o más bien que él mismo logró obtener por la manera en la que vivió durante sus encarnaciones anteriores.

Pero volvamos a esos diez millones de levas de los que habla el Maestro Peter Deunov, para estudiar más precisamente el número diez. Quienes idearon darle esta forma, 10, ¿cómo procedieron? ¿creéis que lo hicieron así por azar? No, poseían la ciencia de los símbolos, y es lo que voy a intentar demostraros.

Releed el principio del Génesis: Moisés relata allí, que Dios situó al primer hombre y a la primera mujer en el jardín del Edén. En ese jardín crecían dos árboles: el Árbol de la Vida, y el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal. Adán y Eva recibieron la orden de comer únicamente de los frutos del Árbol de la Vida, pero ya conocéis la continuación de la historia, en cuanto a la forma en que, empujados por la serpiente, probaron los frutos del otro árbol.3 Pero dejemos por el momento este tema de la serpiente, y ocupémonos del Árbol de la Vida. Este Árbol de la Vida, estaba impregnado por fuerzas tan armoniosas y benéficas, que sus hojas curaban todas las enfermedades y sus frutos aportaban la vida eterna. No había pues en el Paraíso ni enfermedades, ni sufrimiento, ni muerte. ¿Acaso los cristianos, cuando leen las primeras líneas del Génesis, tienen una idea muy clara de lo que es el Árbol de la Vida? Conocen el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal, ya que todo el tiempo están alternando entre la alegría y la tristeza, la salud y la enfermedad, la opulencia y la miseria, pero ¿y el Árbol de la Vida?...

El Árbol de la Vida es el universo que Dios habita e impregna con su existencia, es una representación de la vida divina que circula a través de toda la creación. Y el ser humano también representa, en miniatura, el mismo Árbol de la Vida. ¿Por qué entonces no es inmortal? Era inmortal mientras estaba unido al gran Árbol, pero al transgredir las prescripciones de Dios, se desprendió de él y perdió la inmortalidad. Hubo pues una época en la que el hombre no se había separado del Árbol de la Vida, estaba en relación permanente con él, comía sus frutos, y éste es el sentido simbólico del verbo comer: estar en comunión. Pero cuando el hombre se separó del Árbol, fue a vivir “sobre la tierra”, en la región más densa de la materia, Malkut, la décima séfira que describen los cabalistas.

Los cabalistas dividen al universo en diez regiones o sefirot, que corresponden a los diez primeros números. Esos números son originalmente realidades puramente abstractas, pero al descender a regiones más densas, se cubrieron de materia. Es por eso que cada uno de los diez sefirot posee, no sólo un espíritu (el número), sino también un alma, un intelecto, un corazón, y finalmente un cuerpo físico que los resguarda. Esta estructura se repite en los diez sefirot, por lo que en cada uno hay cinco aspectos a estudiar.

El primer aspecto, que corresponde al espíritu, está representado por el nombre de Dios. De Kether a Malkut, esos diez nombres son: Ehieh, Iah, Jehovah, El, Elohim Gibor, ElohavaDaath, Jehovah Tsebaot, Elohim Tsebaot, Chadai-El-Hai,Adonai-Meled.

Esos nombres de Dios son nombres sagrados que hay que pronunciar siempre con el mayor recogimiento, en el silencio del alma. Si me atrevo a hacerlo hoy, es porque siento la presencia de entidades magníficas que nos rodean, y que se cumplen ciertas condiciones de pureza y de luz. Pronunciando esos nombres sagrados, cuyo verdadero significado y poder conocen únicamente los cabalistas, pueden proyectarse rayos sobre todas las conciencias del mundo, a fin de que los seres que están mejor preparados para recibir esas bendiciones, despierten a una vida nueva.

Cada séfira es una región habitada por toda una jerarquía de espíritus luminosos, y gobernada por un Arcángel sometido, él mismo, directamente a Dios. Es pues Dios mismo quien dirige esas diez regiones, pero bajo un nombre diferente en cada región. Por ello la Cábala otorga diez nombres, diez atributos a Dios. Él es Uno, pero cambia de expresión. Se manifiesta en forma diferente según la región. Es siempre el mismo Dios, pero bajo diez expresiones, diez rostros diferentes.

El segundo aspecto de una séfira, el que corresponde al alma, está representado por el nombre de la séfira misma. Los diez sefirot son: Kether (la corona), Hochmah (la sabiduría), Binah (la inteligencia), Hesed (la clemencia), Geburah (el rigor), Tipheret (la belleza), Netzach (la victoria), Hod (la gloria), Iesod (el fundamento), y por último Malkut (el reino).

El tercer aspecto, que corresponde al intelecto, está representado por el jefe de cada uno de las diez órdenes angelicales. Éstas son Metatron: que participa en el trono; Raziel: secreto de Dios; Tsaphkiel: contemplación de Dios; Tsadkiel: justicia de Dios; Kamael: deseo de Dios; Mikhaël: quién es como Dios; Haniel: gracia de Dios; Raphaël: curación de Dios; Gabriel: fuerza de Dios; Uriel: Dios es mi luz, o Sandalfon.

El cuarto aspecto, que corresponde al corazón, está representado por el orden angélico que mora en cada séfira. Ellos son: los Hayot Ha-Kodesch (es decir los animales de santidad) o, en la religión cristiana, los Serafines; los Ophanim (ruedas) o Querubines; los Aralim (leones) o Tronos; los Hachmalim (resplandecientes) o Dominaciones; los Seraphim (ardientes) o Potestades: los Maadim (reyes) o Virtudes; los Elohim (dioses) o Principados; los Bnei-Elohim (hijos de los dioses) o Arcángeles; los Kerubim (fuertes) o Ángeles, y por fin los Ischim (los hombres) o almas glorificadas. Cada jerarquía angelical tiene sus formas, sus colores, sus manifestaciones, y cada una está predestinada a realizar un trabajo particular. En la estructura del Árbol de la Vida cósmica, cada una encuentra su lugar y se integra en un conjunto sublime de una belleza y de una armonía indescriptible.

Por último, el quinto aspecto de una séfira, que corresponde al cuerpo físico, está representado por un planeta. Es el soporte material de los cuatro primeros aspectos, algo así como un cuerpo de carne y hueso. Son Neptuno, Urano, Saturno (en hebreo Chabtai), Júpiter (Tsedek), Marte (Maadim), el Sol (Chemesch), Venus (Noga), Mercurio (Kohav), la Luna (Levana), La Tierra (Aretz).

Cada séfira tiene por consiguiente cinco aspectos, y cinco aspectos para cada uno de los diez sefirot, lo que da cincuenta. Esto es lo que se llama las Cincuenta Puertas, esas cincuenta puertas que se representan en Binah.

Hay que agregar que los Antiguos, que trabajaban únicamente con siete planetas, además de la Tierra, no situaban sobre el Árbol sefirótico ni a Urano ni a Neptuno. Para ellos, Hochmah representaba el zodíaco (Mazaloth), y Kether las nebulosas, los primeros torbellinos (Reschit Ha-Galgalim). Es el orden que los astrólogos respetaron cuando establecieron las horas planetarias que tienen en cuenta para sus trabajos.4 Pues, según la Cábala, las veinticuatro horas de la jornada y de la noche, están situadas bajo la influencia de los siete planetas conocidos desde la Antigüedad, y en un orden determinado que se repite eternamente, es decir: Saturno, Júpiter, Marte, Sol, Venus, Mercurio, Luna.

Todas las representaciones simbólicas, todas las ceremonias mágicas, la teúrgia, todos los rituales, incluso el de la misa, se inspiran en el Árbol de la Vida. Por todas partes se encuentran números, colores, formas simbólicas que llegan fragmentadas de esta tradición cabalística. Incluso las veintidós cartas del Tarot tienen como origen el Árbol de la Vida.

La Cábala enseña que por encima de Kether existe otra región desconocida, misteriosa, inconmensurable. Allí reside el Dios Absoluto, del cual emana el Dios Padre. Así, el Dios Padre que habita en Kether desciende de ese Dios Absoluto que no conocemos, que nadie puede conocer. Los cabalistas llaman a esta región Ain Soph Aur (Aur: luz, Ain: sin, Soph: fin). Ain es una negación, pero en su espíritu significa algo más que una simple negación. En las Iniciaciones egipcias, cuando el discípulo pasaba por ciertas pruebas, se le decía: “Osiris es un dios negro...” Negro porque no se lo puede conocer, pero también porque es de las tinieblas de donde nace la luz.

Encontramos precisamente esta idea en el número 10. El número 10, que está formado por el 1 y por el 0, representa el espíritu y la materia. De Hyle, es decir del caos o del 0, surge la vida, el 1. Los dos juntos forman el 10, y he aquí los elementos de todas las operaciones matemáticas, el diez, los diez dedos. El uno representa el principio masculino, el cero el principio femenino, y los dos reunidos representan la materia animada por la vida. Y es verdad, Dios creó las cosas así: del cero, gracias a la acción del uno, hizo surgir la vida entera que es el diez. ¡Los matemáticos ni se imaginan, cuando combinan sus cifras, que trabajan sin cesar con el Árbol de la Vida, el diez, la plenitud! Nada le falta al número diez, posee los dos principios. Si se dibuja así, es el lingam de la India, el mismo símbolo que el sello de Salomón, los triángulos masculino y femenino entrelazados.

Conocer los números del uno al diez, es conocer los principios de todas las cosas, pero también de tener la posibilidad de trabajar ya que el hombre tiene diez dedos. Las dos Tablas de la Ley de Moisés situadas en el Arca, tienen su equivalencia en las dos manos, con cinco prescripciones visibles y cinco prescripciones ocultas. Las Tablas de la Ley representan los diez sefirot, y es a través de los poderes de los diez sefirot cuyo instrumento son las dos manos, que Moisés hacía prodigios. Las manos están vinculadas a los poderes cósmicos de los diez sefirot: gracias a los diez dedos de la mano todo es posible, por eso el número diez representa la plenitud.

En la página que os leí, el Maestro Peter Deunov hablaba de diez millones de levas. Diez millones, es el uno seguido por siete ceros. Los ceros detrás de una cifra representan todas las posibilidades, todas las condiciones favorables para la realización en la materia. Cuantos más ceros tenga una cifra, más grandes son esas posibilidades... ¡con la condición de que los ceros estén detrás de ella, no delante! Diez millones, es el uno seguido de siete fuerzas, de siete poderes.

¿Qué mayor riqueza puede haber que la de tener los diez sefirot desarrollados en uno mismo? Desde el momento en que queréis entrar en las regiones angelicales, en los tabernáculos celestes, se os abren las puertas, y entonces os regocijáis, os alimentáis, saciáis vuestra sed, es decir tenéis inspiraciones, proyectos magníficos.

¿Cómo trabajar con el diez, que es el número de Malkut? Malkut es la décima séfira, resume todo lo que está arriba y todo lo que está abajo (el 1 y el 0, el espíritu y la materia), e indica al discípulo el trabajo a realizar: elevarse con el pensamiento hasta la cima, y después volver a descender para animar, vivificar, purificar su cuerpo físico (pues eso es Malkut), con el fin de impregnarlo de las cualidades y virtudes de los otros nueve sefirot. Es así como él se forma un nuevo cuerpo, el cuerpo de gloria, el cuerpo de luz. Quien llega a unir en sí mismo a Malkut con los otros sefirots, realiza el diez y posee la riqueza, la plenitud.

El número diez es el del éxito, simboliza la realización de todos los demás números. Malkut, reunido con todos los demás sefirot, representa el Reino de Dios. Desde el punto de vista del espíritu, la séfira más importante es naturalmente Kether, pero desde el punto de vista de la realización en la materia, es Malkut, porque en su perfección, condensa y concreta las cualidades de todas las demás regiones. Es por esta razón que los hombres, en cierto aspecto, superan a los Ángeles. Somos más ricos que ellos, pues tenemos algo que ellos no poseen: el cuerpo físico. Diréis que este cuerpo nos vuelve esclavos de la materia. De acuerdo, pero si llegamos a obtener las cualidades de los Ángeles: la pureza, la inteligencia, el desinterés, esas cualidades transforman nuestro cuerpo, lo iluminan, lo inmortalizan, lo divinizan, y gracias a ese cuerpo divinizado, somos más que los Ángeles, somos el número diez.

Éstas son, mis queridos hermanos y hermanas, algunas palabras, algunos fragmentos de la verdadera ciencia, pero es tan vasta, que toda una vida es insuficiente para agotarla. Si pedís a un Iniciado que condense en algunas horas esta ciencia que estudió durante toda su vida, evidentemente podrá hacerlo. Dos palabras son incluso suficientes para ello: el Árbol de la Vida. Sí, pero ¿qué es lo que vosotros comprenderéis? Hay que ampliar, y esto es lo que he empezado a hacer hoy. El Árbol de la Vida es el número diez. Pero para expresar la plenitud de la vida divina, la décima séfira debe ser conectada con el Árbol. Es por ello que cada día, varias veces por día, el discípulo se pone en comunicación con el Cielo para que las corrientes pasen, para que se haga la circulación, y un día reencontrará su rostro divino.

La Cábala dice que con el primer pecado el hombre perdió su rostro divino, enredó los números. En lugar de poner el uno delante del cero, lo puso detrás, dio la preferencia a la materia. Si tuviera que resumir el materialismo, escribiría en la pizarra: 01. Pero únicamente un Iniciado comprenderá esta síntesis. Y si escribo 10, eso representará la filosofía espiritualista: el espíritu primero como causa, y a continuación la materia. 0 también, primero el intelecto, y luego el sentimiento. Primero la reflexión, después la acción.5 El cero representa todas las posibilidades para el espíritu de realizar sus proyectos en la materia. Así el 10 representa el 1, el espíritu puro envuelto en la materia más sutil, la quintaesencia de Kether, esa materia tan sutil que ya casi no es materia: Isis en todo su esplendor.

Videlinata, 3 de Junio de 1963 (mañana)

II

El ser humano fue creado a imagen del Árbol de la Vida: Kether está en él, y también Hochmah, Binah, Hesed... con todos sus elementos, sus entidades, sus actividades, sus materiales. Por eso, el verdadero conocimiento de uno mismo pasa por el conocimiento del Árbol de la Vida. Sí, conocerse supone ver esa inmensidad que representa el hombre interiormente, con todas las regiones y los vínculos que existen entre ellas. Pues los diez sefirot no están separados unos de otros, están unidos, y toda una vida circula entre ellos. Es lo que queda expresado por los veintidós caminos que van de uno a otro. Desgraciadamente en el hombre la décima séfira, Malkut, la tierra, se desprendió del Cielo. Por eso es ahora preciso restablecer el vínculo, restablecer el número diez. Los diez sefirot existen en el universo, existen los diez juntos, pero es en el hombre donde no están juntos. El hombre cortó el lazo y ya no recibe las corrientes de vida, de luz, de alegría.

El verdadero discípulo trabaja para restablecer ese vínculo. Él es Malkut, la materia compacta, condensada, y su trabajo consiste en vincularse con las regiones que están por encima de él, dentro de él. Y es aquí precisamente donde aparece la dificultad: a causa de la vida desordenada, oscura, insensata, incluso criminal, que ha llevado, el mismo se ha formado un obstáculo que le cierra el camino. En la Ciencia iniciática, a ese obstáculo se le denomina el Guardián del Umbral; está ahí en la novena séfira, Iesod, y espera al postulante para amenazarlo, asustarlo bajo las formas más horrorosas, más terroríficas, y si el discípulo no tiene suficiente luz y audacia, si no tiene el corazón puro, será derribado.

La séfira Iesod es la región de la Luna, ya lo vimos. Aquél que no ha trabajado con la luz y en el dominio de sí mismo, entra en la región de las ilusiones y de los extravíos. Pero para el que se ha preparado, es la región de la pureza. Atravesándola, se purificara, llegará a ser límpido, lúcido y clarividente. Es ahí donde toma contacto con los Ángeles, los Kerubim, que son los portadores de la vida.

La Luna es una región con dos caras, es el depósito de todo lo que es puro, pero también de todo lo que es impuro, pues tiene una cara oculta en donde se acumulan todas las inmundicias, y es ahí donde los magos negros extraen los elementos para sus malas acciones. Y como sucede que la Tierra y la Luna se comunican, de esa cara oscura vienen seres espantosos que atormentan y extravían a los humanos. ¿Comprendéis pues por qué, antes de acceder a la región de la Luna, hay que prepararse?6 Esta preparación se hace bajo la dirección de un Maestro que conoce el camino, pues él mismo ya lo ha recorrido y experimentado. Sin Maestro no se puede pasar, uno es detenido en la frontera por el Guardián del Umbral. Pero cuando el discípulo, armado de conocimientos, domina todo en sí mismo: la cólera, la fuerza sexual... el Guardián del Umbral desaparece y le deja el camino libre.

Entra entonces en la tercera séfira, Hod, la región de Mercurio, donde puede estudiar todas las disciplinas de la Escuela divina: la magia, la Cábala, la astrología, la teúrgia. Es la región del saber: todas las ciencias están ahí, todos los conocimientos, clasificados, arreglados, ordenados. En la séfira Hod, entra en relación con el orden angélico de los Bnei-Elohim (los Hijos de los Dioses) que la tradición cristiana llama los Arcángeles.

Terminado este periodo, el discípulo se dirige hacia la séfira Netzach, que es la región de Venus. Es la séfira de la belleza y de la gracia. Todo lo que puede inspirar a los artistas, los verdaderos creadores, todos los colores, las formas, los sonidos, los perfumes, están ahí. Es en la séfira Netzach, precisamente, en donde se encuentran los Elohim que crearon el Cielo y la tierra, como se dice en el principio del Génesis.

Y la prueba de que son los Elohim, los Ángeles de la séfira Netzach, quienes crearon el mundo, es que este acontecimiento se reproduce en miniatura cada vez que un niño es concebido. Para crear un niño, el hombre y la mujer están bajo la influencia de Netzach, el amor, y los Elohim construyen el cuerpo de ese niño. Incluso si el hombre y la mujer no son conscientes de ello, los Elohim hacen su trabajo. Los sefirot no están lejos de nosotros, trabajan cada día en todos los aspectos de la existencia. Así es, mirad tan sólo la creación de un niño: los Elohim están ahí, y si son llamados, algunos meses después aparece un pequeño ser ante el cual todos quedan maravillados.

Después de haber estudiado en Netzach los principios de la creación, y las fuerzas que trabajaron en la construcción del universo y del hombre, hay que subir a la séfira Tipheret, la región del Sol, y entrar en contacto con su espíritu. No conocemos realmente el espíritu del sol, pero si nos unimos a él, que es el mismo que el espíritu de Cristo, una emanación de Dios mismo nos da todo lo que posee: la luz, el calor, la vida, la belleza, la pureza, la salud... Y unirse al sol, no significa exponerse de vez en cuando a sus rayos como mucha gente hace, automáticamente, maquinalmente. Por supuesto, el cuerpo físico recibirá así algunas partículas, pero para recibir del sol elementos espirituales, es nuestro espíritu el que debe ir a tocarlo, entrar en contacto con él, penetrarlo, fundirse en él... Sí, nuestro espíritu ¡no nuestra piel! Exponerse físicamente al sol, ya está muy bien, de acuerdo; pero si nuestra conciencia, nuestra inteligencia, nuestro espíritu participan en ese encuentro con él, recibiremos mucho más que el calor o la vitalidad: un conocimiento, una iluminación.

El sol está habitado por una Inteligencia sublime de la cual dependen los acontecimientos en Saturno, Júpiter y todos los demás planetas. Pues está en el centro del sistema solar, como Tipheret está en el centro del Árbol sefirótico; es el corazón del mundo. Es de la región de Tipheret de donde vienen todos los grandes Maestros de la humanidad. Por ello hay que trabajar sin cesar con la luz, penetrar con la luz todo nuestro ser, nuestros huesos, nuestros músculos, nuestras células, y proyectar la luz por todas partes, en todas las criaturas. Así es como un día se consigue entrar en esta región del Sol.

Cuando se deja Tipheret, hay que poseer una gran audacia para defender la verdad sin temor alguno. El discípulo se convierte en un combatiente valeroso, un soldado de Cristo, un caballero; afronta todas las adversidades para ayudar a la humanidad. Entonces, las puertas de la séfira siguiente se abren, entra en Geburah, el dominio de la fuerza, del poder, y se vuelve invencible. La séfira Geburah es activa, fogosa, dinámica, es de fuego. Es la morada de los Ángeles exterminadores: cuando Dios ordena la destrucción de una ciudad, como fue el caso de Sodoma y Gomorra por ejemplo, el aniquilamiento de una civilización, o incluso de un continente, se dirige a los Ángeles de Geburah para que derriben y quemen todo lo que es impuro.

Cuando el discípulo llega a desarrollar en sí mismo la generosidad, la grandeza, la nobleza, el amor por la humanidad, entra en la región de Hesed, la misericordia. Previamente debió aprender a dominar todas las tendencias egocéntricas que le impulsan al deseo de imponerse a los demás, de rebajarlos, despojarlos o perjudicarlos. En ese momento comprueba que, lejos de sentirse disminuido por ello, se vuelve más grande, pues es precisamente cuando uno sabe eclipsarse que se convierte realmente en un ser poderoso: se descubre la herencia de Hesed que nos da el poder de gobernar, de reinar en el orden, la armonía, la riqueza y el esplendor; Hesed nos transmite la herencia de todos los Iniciados, sus descubrimientos más admirables, todos los frutos de sus trabajos.

Después de esta región tan grandiosa de Hesed, el discípulo toma el camino de la séfira Binah: la inteligencia. Es una región terrible, implacable, donde reinan los Veinticuatro Ancianos, los señores del Karma, quienes poseen el conocimiento absoluto de todos los destinos.7 Saben lo que cada ser ha hecho, lo que merece, las pruebas que aún tiene que pasar, lo que debe pagar para satisfacer todas sus deudas y ser libre. La libertad, la libertad absoluta, se adquiere únicamente en Binah. En esta región sólo es admitido aquél al que ya nada puede conmover, ni las pérdidas, ni los abandonos, ni los sufrimientos, aquél que sabe permanecer impasible incluso frente a toda expoliación. Saturno nos invita a ser como un ermitaño, un asceta, a practicar el total renunciamiento, la abnegación más absoluta. Quien continúa rebelándose contra las injusticias de su suerte, quien siempre cree merecer más de lo que le sucede, está aún lejos de Binah.

Binah es la puerta angosta.8 Quien pasa por esta puerta estrecha, abandona su piel, como lo hace la serpiente que muda, deslizándose por una grieta entre dos piedras rugosas. Cuando el destino quiere renovar a alguien, lo hace pasar por acontecimientos que le obligan a desembarazarse de todo su equipaje y vestidos inútiles. Pues la puerta estrecha está hecha exactamente de acuerdo con su forma y a su medida, debe pasar sin equipaje, absolutamente desnudo simbólicamente. Y tan pronto como pasa la puerta, descubre todos los tesoros de la sabiduría universal.

No olvidéis, sin embargo, que todas esas regiones están dentro de nosotros. Vivimos con ellas y trabajamos al mismo tiempo sobre todas a la vez. Ahora bien, si queréis concentraros particularmente sobre alguna de ellas para trabajar y desarrollar ciertas virtudes, podéis hacerlo. Pero en general, se trabaja simultáneamente sobre todos los sefirot, consciente o inconscientemente, y con más o menos éxito. Estas regiones están en nosotros, y también están en el cosmos, y cuando hacemos progresos interiores, las puertas exteriores se abren también.

Es en Binah donde las puertas comienzan a abrirse, en esa región severa, implacable, donde reina Jehovah. Cuando por fin se ha concebido claramente la idea de que las pruebas por las cuales se ha pasado son necesarias para nuestro bien, entonces se ve a Binah bajo otro aspecto. Se siente que ella es una madre. Por otra parte, la Cábala la llama la Madre Cósmica. Es a la vez una madre severa que castiga, y una madre llena de amor, pues ella nos abre las puertas. Esas puertas son cincuenta en total: las cincuenta puertas de la inteligencia, son los diez sefirot con sus cinco divisiones. Binah abre las puertas de la inteligencia para hacer comprender al discípulo todo lo que hasta entonces era misterioso para él. El discípulo ha pasado por cada séfira, ha desarrollado las virtudes correspondientes, pero no por ello lo ha comprendido todo. Cuando obtenéis un diploma de física o de química, habéis estudiado un cierto programa, pero eso no quiere decir que conozcáis absolutamente toda la física o toda la química. Vivís sobre la tierra, pero eso no quiere decir que la conocéis en su totalidad. Pues bien, cuando lleguéis a Binah, conoceréis todo el camino que habréis recorrido porque ella os abrirá las cincuenta puertas y, en particular, la puerta que conduce hacia Hochmah, la sabiduría.

Hochmah es la región del Cristo, del Verbo.9 Allí se encuentran los nombres y las letras del alfabeto sagrado con el cual se pueden formar palabras, frases, poemas, practicar la magia divina, la teúrgia. Una tradición cuenta que fue el Arcángel de Hochmah, Raziel, quien transmitió a Adán el libro que contenía los secretos de la creación, pero que ese libro le fue arrebatado después de la Caída. La Cábala es una tentativa para recuperar estos secretos.

Cuando san Juan dijo: “En el comienzo era el Verbo”, es decir el Cristo, hablaba de Hochmah. Es en Hochmah donde el hombre llega a ser todopoderoso porque conoce cada nombre, cada letra, cada sonido, así como sus poderes y las relaciones, las afinidades, las correspondencias que tienen entre ellas. La séfira que libera al hombre, ya os lo he dicho, es Binah; la que lo vuelve omnisciente y todopoderoso, es Hochmah, pues ha comprendido que cada letra, cada nombre es una fuerza cósmica con la cual puede actuar.

Las lenguas eslavas son particularmente significativas en este aspecto. En ruso y en búlgaro, por ejemplo, la palabra se dice: slovo, y gloria: slava. Existe una afinidad, una analogía entre la palabra y la gloria, entre la gloria y el verbo. De esta forma, el que llega hasta Hochmah, que conoce el verbo y lo profiere correctamente, éste entra en la gloria divina. ¿Comprendéis ahora por qué el Cristo es llamado Gloria del Padre? La primera Gloria es el Padre. La segunda Gloria que Lo refleja, es el Cristo, su Verbo.

En Hochmah es donde se abren los treinta y dos caminos de la sabiduría. Estos treinta y dos caminos están en relación con los treinta y dos dientes. Es gracias a ellos que el Iniciado llega a alimentarse masticando la sabiduría divina. Pues sí, ¿por qué se habla de los dientes del juicio?...

Por último, y a condición evidentemente de estar predestinado para ello, el Iniciado puede alcanzar la séfira siguiente. La tradición cuenta que únicamente dieciocho Iniciados pudieron llegar hasta la cima: Kether, y volver a la tierra. Los demás que alcanzaron esa cima, no pudieron resistir la fuerza de las corrientes de Kether y murieron fulminados. Pues la séfira Kether es una región en donde todas las formas son abolidas, y por eso quien llega hasta allí desaparece. A su contacto es consumido y llega a ser, él mismo, fuego. Sólo permanecieron los seres que estaban predestinados desde hace siglos para cumplir una misión grandiosa sobre la tierra. Fueron preparados previamente para que llegaran hasta la región de Kether