Los juegos olimpicos nunca fueron amateurs - Pierre Arrighi - E-Book

Los juegos olimpicos nunca fueron amateurs E-Book

Pierre Arrighi

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Beschreibung

(Este libro es la primera investigación exhaustiva sobre la historia de los reglamentos olímpicos. Permite comprender la historia del movimiento olímpico y restablecer la verdad sobre el tan debatido tema del amateurismo.) (Ce livre est la première recherche exhaustive sur l'histoire des règlements olympiques. Il permet de comprendre l'histoire du mouvement olympique et de rétablir la vérité à propos de la question très discutée de l'amateurisme.) ( This book is the first comprehensive research on the history of Olympic regulations. It allows us to understand the history of the Olympic movement and to re-establish the truth about the highly debated issue of amateurism.) (Pierre Arrighi es un historiador franco uruguayo, investigador y profesor de la Universidad de Picardie (Francia). Publicó el libro "1924, primera copa del mundo de la FIFA". Escribe para la prensa uruguaya.) (Pierre Arrighi est un historien Franco-Uruguayen, chercheur et professeur à l'Université de Picardie (France). Il a publié le livre "1924, première coupe du monde de la FIFA". Il écrit pour la presse uruguayenne.) ( Pierre Arrighi is a French and Uruguayan historian, researcher and professor at the University of Picardie (France). He published the book "1924, first FIFA World Cup". He writes for the Uruguayan press.)

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Este libro es un homenaje a Andrés Mazali (1902-1975), golero francouruguayo de origen corso, nieto de Veneziana Arrighi, que cuidó el arco celeste en los torneos olímpicos mundiales de 1924 y 1928, y que sus compañeros de equipo solían llamar «Mazalí».

Sumario

Abreviaciones

Introducción

Fundamento y objetivo de este libro

El amateurismo y el fútbol

La locura del amateurismo

Volver a los documentos

1.

Congreso de 1894: la gran confusión

Preparación del congreso

Composición del congreso

Desarrollo general del congreso

Catorce puntos y algunas decisiones claras

Votos inconsistentes en lo que respecta al contagio profesional

Votos confusos sobre la cuestión de la remuneración

Invitación a la Conferencia internacional de 1894 en La Sorbona

Votos del Congreso de 1894

2.

Comisión de 1894: un origen democrático

¿Quién legisla?

¿Quién quiere concursos profesionales?

Coubertin explica que el congreso no debe legislar

Defensores del profesionalismo en la Comisión de los juegos

3.

Juegos de 1900: profesionalización masiva

Antecedente 1: Olimpiada de 1896 en Atenas

Antecedente 2: Congreso de Le Havre de 1897

Preparación de los Juegos de 1900

Los juegos de 1900 y el barón de Coubertin

Algunas cifras

Reglamento de los juegos atléticos

Pruebas de los juegos atléticos

Otras pruebas

Profesionalización masiva

Cifras oficiales de participación en la Olimpiada de 1900

Reglamento de los juegos atléticos en la Olimpiada de 1900

Premios en dinero en la Olimpiada de 1900

Resultados del atletismo amateur y profesional en 1900

4.

Juegos de 1908: un amateurismo flojo

Antecedente 1: Juegos de 1904

Antecedente 2: congresos de 1905 y 1906

Litigios arbitrales en 1908

Reglas generales de 1908

Reglas de los diferentes deportes

Caso particular del fútbol

Balance reglamentario

El caso Tom Longboat

Falso amateurismo de la esgrima en la Olimpiada de 1908

Falso amateurismo del tiro a la paloma en la Olimpiada de 1908

Aceptación del futbolista profesional recalificado en la Olimpiada de 1908

5.

Encuestas internacionales: el

COI

entierra el amateurismo

Fracaso de las encuestas de 1902 y 1908

Fracaso de la encuesta de 1909

Profesionalismo como amateurismo en yachting y en equitación

6.

Juegos de 1912: el amateurismo ilegítimo

Las intenciones suecas

Nuevos reglamentos específicos

El caso Thorpe

Clasismo profesionalista en el reglamento del yachting de 1912

Explicación del COI sobre la descalificación de Jim Thorpe

7.

1914: todo el poder a las federaciones

Lecciones de 1908 y 1912

El contexto según Frantz Reichel

Las federaciones internacionales

El Congreso de París de 1914

Nuevas reglas, nueva organización

En 1914, las federaciones internacionales toman el poder legislativo

La FINA pide al COI que se apliquen sus reglamentos

Las federaciones internacionales fijan los criterios de admisión

8.

Juegos de 1920: sin poder legislativo

Durante y después de la guerra

Reglas generales de los Juegos de 1920

Reglamentos de las diferentes disciplinas en 1920

Retorno del liberalismo

Congreso olímpico de Lausana

En 1920, nuevos votos que no pasan por el congreso

9.

Juegos de 1924: un gran abierto

Reglas generales y poderes

Reglamentos de las diferentes disciplinas en 1924

Reglamento del fútbol

Récords mundiales y profesionalismo masivo

El abierto de fútbol de 1924

La FIFA oficializa el profesionalismo olímpico en 1924

10.

Congreso de 1925: primera muerte de la era de los votos

Discurso testamento de Coubertin

Regresión histórica

Fin de la era de los votos

Discusión sobre las compensaciones

Profesionalismo oculto y profesionalismo aristocrático

Propuesta de que el congreso olímpico se arrogue poder legislativo

El congreso olímpico pone fin a la «era de los votos»

Leyes y votos adoptados por el Congreso olímpico de Praga

11.

Juegos de 1928: la FIFA vence al COI

El tenis expulsado de los juegos

La victoria del fútbol

Celo amateurista en 1928

Reglamento del fútbol

Boicot inglés

Berlín consagra el profesionalismo oculto

Autorización de las licencias deportivas con salario pago

En 1928, la FIFA anula las disposciones de Praga

Reglamento del atletismo en la olimpiada de 1928

La equitación profesionalista protegida por Baillet-Latour

Premoniciones de Baillet-Latour en el congreso de Berlín de 1930

Seeldrayers denuncia el boicot inglés de 1928 contra la FIFA

12.

Tres anexos importantes

Breve historia de la llamada «carta olímpica»

La definición del amateur por la fifa de 1904 a 1956

La situación reglamentaria en los Juegos de 1936

En 1948 la FIFA todavía no tiene definición del amateur

Conclusión

Tres resultados claves

Dos mundiales olímpicos de fútbol

Coubertin y el amateurismo

Tablas

Cronología del período estudiado

Estatuto de los diferentes deportes según los votos de 1894

Estatuto de las diferentes pruebas en los Juegos de 1900

Estatuto de las diferentes disciplinas en los Juegos de 1908

Estatuto de las diferentes disciplinas en los Juegos de 1912

Variabilidad reglamentaria entre 1900 y 1928

Poderes legislativos en los Juegos de 1896 a 1914

Estatuto de las diferentes disciplinas en los Juegos de 1920

Estatuto de las diferentes disciplinas en los Juegos de 1924

Poderes legislativos en materia de admisiones de 1894 a 1930

Estatuto de las diferentes disciplinas en los Juegos de 1928

Estatuto de los torneos olímpicos de fútbol de 1900 a 1936

Definición del amateur en las «cartas olímpicas» de 1908 a 1930

Reseñas biográficas

Bibliografía

Las leyendas de antes eran inventos poéticos que deformaban agradablemente la realidad. Las de hoy son casi siempre el revestimiento descuidado de errores cometidos por falta de reflexión, que no han sido verificados antes de ser afirmados, y menos aún después. Se las enuncia para colmar las necesidades de la crítica interesada o por obedecer a un rencor mezquino; más frecuentemente aún, porque contienen un juicio rápido y fácil, con una apariencia lógica y favorable a los desarrollos cómodos.

Pierre de Coubertin, Memorias olímpicas, 1931.

Abreviaciones

de organizaciones deportivas empleadas en el texto

COI

Comité Olímpico Internacional

FIFA

Federación Internacional de Fútbol Asociación

3FA

Federación Francesa de Fútbol Asociación

AUF

Asociación Uruguaya de Fútbol

USFSA

Unión de Sociedades Francesas de Deportes Atléticos

FILT

Federación Internacional de Lawn Tenis

FINA

Federación Internacional de Natación Amateur

IAPA

Asociación Internacional de Arbitraje y Paz

YMCA

Asociación Cristiana de Jóvenes

FA

Asociación de Fútbol de Inglaterra

FIE

Federación Internacional de Esgrima

FFR

Federación Francesa de Rugby

FISA

Federación Internacional de Sociedades de Remo

CNS

Comité Nacional de Deportes (Francia)

FFA

Federación Francesa de Atletismo

IWF

Federación Internacional de Halterofilia

FFPH

Federación Francesa de Levantamiento de Pesas

COB

Comité Olímpico Británico

FAI

Federación Atlética Italiana

DIF

Federación Danesa de Deportes

CFI

Comité Francés Interfederal (Francia)

LFA

Liga de Fútbol Asociación (Francia)

Introducción

Fundamento y objetivo de este libro

El tema de este trabajo es la historia de los reglamentos olímpicos desde la fundación de las olimpiadas modernas en 1894 en La Sorbona de París, hasta el decisivo congreso de Berlín, reunido en 1930. Durante esos treinta y siete años se disputaron ocho olimpiadas, cinco antes de la Primera Guerra Mundial, tres después. La primera se organizó en Atenas en 1896; la octava tuvo lugar en Ámsterdam en 1928. Siguiendo lo establecido en los reglamentos, pese a que fue anulada a causa de la guerra, la edición de 1916 que debía disputarse en Berlín siguió ocupando el sexto lugar en la contabilidad y la organizada en Ámsterdam fue por tanto la novena.

Mucho se ha opinado sobre la reglamentación olímpica, pero hasta hoy no se ha publicado un solo artículo seriamente documentado sobre el tema. Para los investigadores académicos del mundo, el asunto está fundamentalmente resuelto transitando el camino de la facilidad. Según ellos, los reglamentos olímpicos fueron amateurs desde el principio, y los atletas profesionales o semiprofesionales que pudieron participar en los Juegos deben ser considerados como «amateurs marrones», es decir, como tramposos que, escondiendo el hecho de que solían competir por dinero, faltaban a la «virtud deportiva». Con este discurso, no solo se construyó una imagen negativa del deporte y de sus mejores exponentes, sino que además, se presentó la historia deportiva como un proceso absurdo, y la dirección olímpica como un grupo de tontos que, legislando contra sus propios intereses, se conformaban con organizar espectáculos poco atractivos, con atletas malos y magras perspectivas de recaudación. Este enfoque no resiste ni al sentido común ni a la prueba documental.

Que quede claro desde ya que no se trata aquí de dictaminar si en tal o cual olimpiada participaron muchos o pocos profesionales. Lo que se persigue es saber cuál era realmente el contexto reglamentario, es decir, la ley, cuya redacción era una actividad esencial de los equipos dirigentes. Los reglamentos constituían los fundamentos de las pruebas. Definían el contrato que se establecía entre los organizadores y los atletas, estableciendo los criterios de participación y la naturaleza de los campeonatos propuestos. Su conocimiento es la clave para interpretar los comportamientos y constituye el punto de partida indispensable de un análisis histórico serio del proceso de la profesionalización.

El voluminoso libro en cuatro tomos, Los desafíos de los juegos olímpicos de 1924, publicado en 2008 bajo la dirección de Thierry Terret, no niega que ciertos deportes de la elite, que se declaraban amateurs, cobijaban en realidad formas arcaicas pero agudas de profesionalismo. Así por ejemplo, los torneos olímpicos de tiro y de equitación estaban acaparados por aristócratas que seguían la carrera militar y que practicaban estas disciplinas como parte de su oficio. Y aunque los autores no sacan todas las conclusiones del caso, queda claro que los intensos entrenamientos efectuados durante la jornada de servicio constituían un trabajo remunerado comparable a las prácticas de los futbolistas profesionales de Inglaterra. En cuanto a la esgrima, las competencias que se llevaban a cabo entre miembros del ejército o de las fuerzas navales por premios en dinero, explícitamente mencionadas en ciertos reglamentos, daban a los campeones un sobresueldo perfectamente aceptado. Se describe también como muy normal el hecho de que en yachting (vela), disciplina típica de las clases altas, los mejores equipos del mundo, agrupados en selectos clubes «amateurs», competían constantemente por dinero. Sin embargo, cuando analizan las disciplinas populares, los mismos autores ceden a los habituales juicios morales y a las representaciones de la época, desacreditando a los campeones y alterando la verdad deportiva. La temprana profesionalización del tenis —con sistema de bonos, demostraciones pagas, complicidades publicitarias, vínculos estrechos entre los dirigentes y los fabricantes de material—, que afectaba incluso al naciente tenis femenino, es descrita como un proceso corruptor omitiendo el hecho de que esta rama dispuso casi siempre de reglamentos abiertos. En cuanto al fútbol, se confunde el sentido económico del término «profesional» con su significado técnico, hasta considerar el juego sistemático y organizado de un equipo como un indicador del nivel salarial de sus integrantes. El equipo húngaro de 1924, que no jugó bien pero alineó masivamente jugadores expatriados, es considerado amateur, mientras que los tan virtuosos campeones uruguayos pasan por ser «profesionales a la inglesa». Así, en ausencia de una adecuada consideración del aspecto jurídico, el problema se resuelve siempre mal.

Esto no quiere decir que se dejará de lado el análisis de la práctica económica concreta, es decir, de las formas que fue adoptando la profesionalización en un sector determinado. Un reglamento era verdaderamente amateur solo si se oponía al profesionalismo típico de su sector. Si se limitaba a condenar prácticas profesionales ajenas evitando designar las de su propia disciplina, entonces era falsamente amateur y verdaderamente profesionalista. Fue el caso de múltiples reglamentos de la esgrima o de la gimnasia que sancionaban los premios en dinero pero autorizaban la participación de los profesores asalariados; de los reglamentos del golf o de la equitación, que prohibían la inscripción de los trabajadores del sector —caddies, profesores, peones, vendedores de material— pero no la de los gentlemen; de los reglamentos del ciclismo, que condenaban los premios en dinero pero no las subvenciones, salarios y empleos que otorgaban los fabricantes de bicicletas; y de tantos otros reglamentos vagos que rechazaban el «lucro» pero no el pago de elevadas indemnizaciones.

La primera gran olimpiada mundial se organizó en París en 1900. Los Informes de los concursos internacionales de ejercicios físicos y de deportes, 795 páginas de crónica oficial, dan cuenta pormenorizadamente de los preparativos, hechos, resultados, asistencia de público y recaudaciones, y presentan las informaciones que interesan particularmente para esta obra: los programas detallados con los resultados deportivos y los reglamentos completos de las diferentes disciplinas.1

¿Qué dice este documento? Que se reglamentaron y se organizaron cantidad de campeonatos denominados «profesionales», abiertos a todas las categorías de competidores, y que se procedió además a una distribución masiva de premios en dinero, muchos de ellos consecuentes, incluso en pruebas amateurs y en concursos que no especificaban condiciones particulares de admisión. Hubo torneos «abiertos profesionales» en atletismo, tenis, ciclismo, esgrima, natación y pelota vasca, consagrándose oficialmente en ellos decenas de «campeones del mundo». Y hubo «abiertos puros», cuyos reglamentos no mencionaban categorías, en sectores como el tiro, la gimnasia y el automovilismo. Organizaban las actividades las asociaciones deportivas francesas competentes. El atletismo y los encuentros de juegos atléticos (fútbol, rugby, tenis, pelota vasca, etcétera) estuvieron a cargo de la Unión de Sociedades Francesas de Deportes Atléticos (Union des Sociétés Françaises de Sports Athlétiques, usfsa), cuyo secretario general no era otro que el barón Pierre de Coubertin, conceptor, fundador y máximo dirigente de los juegos olímpicos modernos.

Más cerca nuestro, los datos recabados en el marco de una precedente investigación sobre los torneos olímpicos de fútbol de 1924 y 1928 se revelan también incompatibles con la idea de que los juegos siempre fueron amateurs.2 El reglamento que rigió el torneo de Colombes, firmado por la Federación Francesa de Fútbol Asociación (Fédération Française de Football Association, fffa o 3fa) y por la Federación Internacional de Fútbol Asociación (Fédération Internationale de Football Association, fifa), rompió totalmente con los preceptos que habían impuesto los ingleses en 1908 y los suecos en 1912. No mencionó el tema de las categorías y descartó cualquier exclusión de futbolistas. El reglamento de Ámsterdam fue todavía más radical. Acompañando la evolución económica y social del fútbol mundial, la fifa se pronunció en favor del empleo de los jugadores por sus clubes —sin límite de cantidad—, autorizó las compensaciones por pérdida de salario vertidas a los futbolistas seleccionados por las asociaciones nacionales durante todo el período de viaje y de estadía en caso de partidos o de campeonatos internacionales, y permitió la recalificación del profesional en amateur sin condiciones.3 Estas disposiciones equivalían a legalizar la presencia de selecciones doblemente profesionales, compuestas por jugadores remunerados a la vez en sus clubes y en su selección. Más allá de los textos, el historiador francés Pierre Cazal, especialista del combinado tricolor, se expresó siempre claramente en cuanto a la presencia de profesionales en los equipos olímpicos de su país: 20 sobre 22 en 1920 y 1924, 17 sobre 22 en 1928. En el partido que Francia perdió 5 a 1 contra Uruguay en Colombes, nueve tricolores eran jugadores de oficio, siendo los únicos amateurs el capitán, Raymond Dubly, hijo de un rico industrial textil de la ciudad de Roubaix, y el zaguero derecho Philippe Bonnardel, este último por poco tiempo. En realidad, después de la Primera Guerra Mundial, todos los seleccionados importantes del fútbol europeo alinearon cantidad de profesionales, como lo certificó la propia fifa el 26 de mayo de 1924, en las actas de su 13.er congreso.4

La necesidad de abrir una investigación sobre la cuestión de la reglamentación olímpica se impuso definitivamente a la luz de ciertos intercambios con los historiadores franceses, en circunstancias que se describen a continuación. El segundo tomo de Los desafíos de los juegos olímpicos de 1924, redactado por catorce expertos académicos, trata del marco propio de cada deporte. Los artículos que lo componen tienen que ver directamente con el tema reglamentario.5 Como, a diferencia de lo sucedido en las ediciones olímpicas de antes de la guerra, los reglamentos de 1924 no figuran en el informe olímpico oficial, se plantea el problema de localizarlos. Consultados a ese respecto, muy sorprendentemente, los autores referidos no supieron responder. Habían redactado sus contribuciones ignorando los textos claves. Y sin embargo, dar con el mencionado material no es tan difícil. El Centro de Estudios Olímpicos6, que favorece el acceso a todos los documentos relacionados con los Juegos, informa a quien lo solicita que los boletines en cuestión pueden descargarse libremente en formato pdf en el sitio de la popular biblioteca digital Réro Doc (REd ROmanda de bibliotecas suizas, Réseau Romand).7

La investigación que se presenta aquí parte del estudio exhaustivo de los reglamentos de cada una de las ocho ediciones celebradas entre 1894 y 1930. Los reglamentos deportivos no se redactaron jamás a la ligera. Fueron siempre el fruto de días, meses, años de interminables discusiones, compromisos, ajustes y modificaciones. Para entenderlos, no hay otra solución que leerlos con suma atención, de la primera a la última palabra. Debe prestarse un cuidado particular al hecho de que las grandes y tajantes declaraciones que aparecen al principio son generalmente anuladas por las disposiciones prácticas que se enuncian posteriormente, siguiendo las reglas de una gramática muy especial que autorizaba el listado de artículos contradictorios en un mismo texto, y un antagonismo total entre el significado aparente y el significado real.8 Cada palabra cuenta, sobre todo las últimas; cada frase implica consecuencias; cada excepción pesa; cada modificación autoriza o no una práctica determinada. Con este enfoque, se buscó establecer si los torneos que se organizaban eran «abiertos», susceptibles de acoger a todos los competidores —en cuyo caso tenían pleno valor—, o si se excluían determinadas categorías —supuestos no amateurs, semiprofesionales, profesionales, empleados u obreros de tal o cual sector, o profesores asimilados al estatuto profesional—, lo que abrogaba en mayor o menor medida su universalidad.

Suelen imaginarse aquellos reglamentos del pasado como un solo texto general, aplicable a todas las pruebas y a todas las olimpiadas habidas y por haber, dictado por un Comité Olímpico Internacional todopoderoso. Esta visión no corresponde en absoluto a lo que sucedió realmente. Los reglamentos fueron siempre circunstanciales, redactados especialmente para cada deporte por las autoridades correspondientes, y estrictamente limitados a una sola edición olímpica. Así, de una olimpiada a otra, la legislación redactada para un mismo deporte pudo ser totalmente diferente. En cuanto a la estructura y al contenido de dichos reglamentos, aun en aquellos Juegos en que se intentó normalizarlos como en Holanda en 1928, se presentaron tres tipos de textos: a) los reglamentos puramente técnicos, que se limitaban a plantear las reglas de juego y a especificar las condiciones exactas de las pruebas, las canchas, las distancias, los sistemas de medidas, etcétera, y que obviaban totalmente el tema de las condiciones de admisión; b) los reglamentos que incluían condiciones de admisión más o menos serias y aplicables; c) los reglamentos completos que, además de especificar las leyes del juego, las reglas técnicas y las condiciones de participación, explicitaban todos los aspectos relativos al poder, a la nacionalidad, a las fechas de inscripción, a los reclamos y a los trámites administrativos.

La idea de que los juegos olímpicos siempre fueron amateurs tiene que ver con una interpretación equivocada de la convocatoria al primer congreso olímpico redactada en 1893 por Pierre de Coubertin. Para atraer a la gente de mundo y obtener el apoyo de la vieja aristocracia europea —políticos, militares, príncipes y arzobispos— a su proyecto de restablecimiento de las olimpiadas, el dirigente francés utilizó el tema del amateurismo como carnada. Pero al mismo tiempo, dejó claro en el reglamento del congreso que las decisiones que pudieran adoptarse no imponían obligación alguna ni constituían leyes internacionales.9 Nada debía impedir la participación de los más grandes campeones a la primera edición olímpica prevista originalmente para el año 1900 en la ciudad de París. El hecho es que, aunque todo esto está documentado, la estratagema de Coubertin originó infinitas confusiones que persisten hasta hoy y dieron lugar a la leyenda de la fundación de juegos puramente amateurs. Sobre la base de este error se fue forjando una historia de las olimpiadas moralizadora, ajena a los procesos de tecnificación y profesionalización de los deportes populares, y fundamentalmente equivocada.

Así, en su libro Juegos olímpicos, un siglo de pasiones publicado en 2008, el historiador francés Patrick Clastres, reconocido especialista de estos temas, afirma que, quince días antes del congreso de la USFSA de 1892, Coubertin había recuperado la idea de una «paz por el deporte» formulada por Hodgson Pratt, presidente de la Asociación Internacional de Arbitraje y Paz (International Arbitration and Peace Association, IAPA), pero «en vez de limitar la participación a los estudiantes, propuso la reunión de los mejores sportmen del planeta, es decir, los mejores deportistas amateurs».10 La tesis se completa con la afirmación de que, desde la 4.a olimpiada organizada en la capital inglesa, el poder olímpico dictó «desde arriba» los criterios de admisión de los competidores, dejando a las autoridades deportivas solo prerrogativas de orden técnico:

En 1908, para los juegos de Londres, quedó establecido un primer modus vivendi que fue confirmado en 1921 y 1926: para el Comité Olímpico Internacional, la organización general de las olimpiadas, la determinación de la cantidad de deportes y pruebas, y la definición del amateurismo; para las federaciones internacionales, la definición técnica de las pruebas y la constitución de los tribunales de reclamos.11

Un punto de vista similar fue formulado por Jules Rimet, presidente de la FIFA de 1921 a 1954, en su libro autobiográfico La historia maravillosa de la Copa del Mundo, publicado al margen del mundial de fútbol de Berna. Según Rimet, el Comité Olímpico Internacional imponía el amateurismo como condición para la admisión de los atletas, en consecuencia de lo cual las federaciones internacionales no podían reglamentar libremente sus pruebas, «salvo aceptar una subordinación incompatible con su dignidad».12 Siempre según Rimet, la FIFA se habría visto obligada a rechazar cualquier implicación en la organización de los torneos olímpicos de fútbol que, de todas formas, «como se limitaban a una sola categoría de jugadores […], estaban muy lejos de ser verdaderos campeonatos del mundo».13

Mediante este «juicio rápido y fácil», Rimet descalificó los grandes torneos de fútbol de 1924 y 1928 que él mismo había organizado, reglamentado y oficializado como «torneos mundiales», que los dirigentes olímpicos reconocieron como grandes campeonatos del mundo14, y que habían conferido a la FIFA y a su presidente un brillo planetario y una primera gran experiencia de la acción deportiva internacional. ¿Por qué Rimet renegó de su propia obra? ¿Qué ajustes de cuentas personales lo llevaron a sacrificar los intensos y exitosos momentos que enorgullecieron los primeros años de la 3FA? Es un misterio. Lo que sí se sabe es que su retractación fue tardía. El 30 de julio de 1930, en Montevideo, Rimet asistió a la final de la primera Copa del Mundo convocada por la FIFA, y apenas terminado el encuentro con la victoria de Uruguay sobre Argentina 4 a 2, escribió al presidente de la Asociación Uruguaya de Fútbol, Raúl Jude, en estos términos:

Mi querido presidente: el torneo por la Copa del Mundo termina en apoteosis. Mi pensamiento, en esa hora, evocó la bella jornada de 1924, en Colombes, totalmente semejante a la que acabamos de vivir, y donde por primera vez, el equipo del Uruguay fue campeón del mundo. […] La continuación del éxito ha hecho de la historia de vuestro equipo nacional, una verdadera epopeya: ella os autoriza a grabar en vuestros emblemas, los tres nombres: Colombes, Ámsterdam y Montevideo, como se llevan sobre la bandera los nombres de las grandes victorias.15

El amateurismo y el fútbol

En notas que dejó en sus cajones y que fueron redactadas en 1955, Rimet calificó el amateurismo de «pretensión antisocial», advirtiendo que «aún hoy se revela peligrosamente maléfico». Y aunque había sido menos radical en sus intervenciones públicas, en los congresos y en las columnas de su semanario France Football, el discurso que pronunció el 22 de junio de 1950 ante el 27.o congreso de la FIFA reunido en Río de Janeiro expresó claramente la posición histórica del fútbol internacional:

«El profesionalismo, que parecía separar el fútbol de su verdadera función, es una necesidad impuesta por el mismo éxito del fútbol. Desde el momento en que una taquilla fue instalada en la puerta de un estadio o que se percibió un derecho de entrada para asistir a un partido, el profesionalismo era ineludible un día u otro… Pero si el profesionalismo o su hermano enmascarado, el amateurismo remunerado, hacen del fútbol un oficio, único o accesorio, nuestro deporte continúa siendo un juego.»

Pese a la claridad de las indicaciones expresadas por los dirigentes deportivos, puede decirse que no ha surgido aún en la academia francesa un solo especialista que cuestione como es debido la leyenda amateurista. El sociólogo Georges Vigarello declaró hace unos años que los juegos olímpicos de 1900 disputados en París habían sido «juegos falsos», y que «recién después de la guerra del 14 [Primera Guerra Mundial] pudo constatarse la instauración de reglamentos, la exclusión de los profesionales, y claros progresos en materia de organización».16 El planteo, que pretende retomar las críticas del propio Coubertin contra el tentacular programa de la segunda olimpiada, contradice sin duda ciertas creencias, pero los errores que comete no ayudan a avanzar. Afirmar que en los juegos de 1900 no hubo reglamentos equivale a idear una especie de prehistoria del deporte moderno, exenta de escritos, que nunca existió. Es además, negar la realidad misma del trabajo de archivo. Aquella edición duró más de cinco meses, y lo que llama la atención no es la ausencia de reglamentos, sino el volumen de los mismos: cinco densas páginas para la gimnasia, tres para la espada, seis para el tiro, cuatro para la natación, y hasta quince páginas para los concursos de globo aerostático.17 Por otra parte, ¿qué especialista puede ignorar hoy que fue justamente después de la Primera Guerra Mundial que los dirigentes olímpicos favorecieron la afluencia de los profesionales del atletismo, y que a partir de 1936 se erigió como modelo del amateurismo al atleta asalariado de los Estados fuertes?

Uno de los puntos a aclarar es qué decían exactamente los reglamentos de los cinco torneos olímpicos de fútbol disputados entre seleccionados nacionales durante el período considerado: Londres 1908, Estocolmo 1912, Amberes 1920, París 1924, y Ámsterdam 1928. Se podrá determinar entonces si se cumplía o no ese requisito indispensable al reconocimiento de un verdadero campeonato del mundo, a saber, un reglamento sin exclusiones. El tema tiene que ver con la discusión sobre las cuatro estrellas que hoy lucen en la camiseta celeste de Uruguay y las dudas de algunos sobre si fueron o no campeonatos mundiales los torneos de fútbol de 1924 y 1928. Al respecto, existió la promesa que hizo el expresidente de la FIFA, Joseph «Sepp» Blatter, a los dirigentes uruguayos, el 31 de marzo de 2000, y que nunca se cumplió: «Es una idea que se puede discutir en el aniversario de la Federación. Veremos si la FIFA puede reconocer dichos torneos. De todos modos, deberíamos ir más hacia atrás en el estudio de esa situación porque esos no fueron los primeros torneos olímpicos en los que se jugó al fútbol oficialmente».

No cabe la menor duda de que los torneos olímpicos de fútbol de 1908 y 1912 fueron oficiales y que formaban parte del programa fijado por los organizadores. Nadie discute tampoco el hecho de que en 1900 y 1904, los triangulares disputados entre un puñado de clubes desconocidos, carecieron de significación internacional. A partir de 1914, la incorporación de los juegos atléticos en el programa oficial de las olimpiadas se volvió definitiva y la inscripción del fútbol fue aprobada unánimemente por el congreso olímpico reunido en París. En 1921, en Lausana, el congreso ratificó estas decisiones a la vez que puso fin al concepto de «deportes facultativos», que servía para catalogar disciplinas que podían ser agregadas o retiradas del programa sin previo aviso. Por lo tanto, siguiendo la sugerencia de Blatter, se estudiarán aquí las características reglamentarias de los cinco torneos oficiales anteriores a 1930.

Como es sabido, no hubo fútbol en las olimpiadas organizadas en Los Ángeles en 1932. Anticipando el viraje reglamentario que se aprestaba a votar el congreso olímpico de Berlín, los delegados de la FIFA se reunieron en 1929 en Barcelona y decidieron convocar a un Campeonato del Mundo fuera de los juegos, en Montevideo. Hubo una segunda edición en 1934, en Roma, y otra en 1938, en París, lo que no impidió el retorno del torneo de fútbol a los juegos olímpicos en 1936, bajo conducción de la FIFA, como no podía ser de otra manera. En esa oportunidad, pese a las restricciones impuestas por el congreso olímpico, se registró la inscripción masiva de profesionales, muy bien vista por el Comité Olímpico Alemán. En Berlín, la selección estadounidense fue prácticamente el equipo de Philadelphia German-Americans, que disputaba los primeros puestos de la muy profesional Liga de Fútbol Americana 2 (American Soccer League 2, ASL 2). Perú puso en la cancha a los mismos futbolistas de oficio que acababan de disputar el 13.er Campeonato Sudamericano de Selecciones en Lima. En cuanto a las formaciones de Alemania y de Italia, presentaron ambas muy buenos elementos de sus mejores equipos: FC Bayern Munich, Eintracht Frankfurt, Borussia Dortmund, Schalke 04; Fiorentina, Lazio, Ambrosiana, Juventus, etcétera. Estos jugadores no recibían compensaciones sino sueldos, y con el consentimiento de los dirigentes, no se declaraban profesionales, sino amateurs.

La locura del amateurismo

Desde cierto enfoque sociológico, puede definirse el período de 1894 a 1930 como el más aristocrático de la historia de los juegos olímpicos. La mitad de los miembros del Comité Olímpico Internacional pertenecía a la decadente nobleza europea, que veía en el control del deporte mundial una oportunidad de recuperar cierta influencia política, beneficios económicos y prestigio social. Esta configuración de casta, particularmente cerrada, se perpetuó hasta el fin de la presidencia del conde Henri de Baillet-Latour, en 1942. Pero sería un error pensar que de ella se desprende mecánicamente una política de clase y que esta adopta automáticamente las orientaciones ideológicas del amateurismo.

Hubo deportes de ricos o de militares, como el golf, el tiro, la esgrima y la equitación, tempranamente profesionalizados, y hubo también sociedades deportivas obreras radicalmente amateurs. Entre 1906 y 1914, los aristócratas que dirigían el fútbol londinense preconizaron el amateurismo integral en el seno de la FIFA, lo que no les impidió legalizar las primeras ligas profesionales de Inglaterra en 1885, idealizar a los gentlemen aficionados que, como Vivian Woodward, eran accionarios de sus clubes, y constituir, con la idea de vencer a Escocia, el equipo «amateur» del Corinthian FC, cuyos futbolistas se repartían los jugosos ingresos generados por las giras internacionales a través de Europa, América del Norte y del Sur. En realidad, los comportamientos sociales, si los hubo, fueron pragmáticos y estrechamente ligados a las perspectivas personales abiertas por la novedosa actividad: todo deportista amateur brillante tendió de un modo u otro a profesionalizarse, como atleta o como dirigente; y todo dirigente de espectáculos deportivos tendió a preconizar el amateurismo para no despertar los reclamos de los deportistas en materia de reparto de las recaudaciones.

Por otra parte, como se percibe en sus Memorias olímpicas, Coubertin complicó las cosas al extremo procediendo con una ambigüedad que lindaba con la manipulación. Había forjado la USFSA «como una especie de dios Jano, con dos caras, una que daba sobre el Jockey Club, compuesta por miembros honorarios que pagaban 20 francos por año, y otra sobre la pequeña burguesía, cuyo núcleo combativo nos proveía en trabajadores ardientes y nos confiaba los músculos de sus hijos».18 E hizo lo mismo con la dirección olímpica, que «desde el comienzo era lo que sería durante treinta años, una estructura compuesta de tres círculos concéntricos: un pequeño núcleo de miembros trabajadores y convencidos; un vivero de integrantes de buena voluntad susceptibles de ser educados; y una fachada de gente más o menos utilizable, pero cuya presencia satisfacía las pretensiones nacionales y daba prestigio al conjunto».

Lamentablemente, las astucias y combinaciones de Coubertin no apagaron el fuego de la religión amateur que, en ciertos medios dirigentes, alcanzó niveles propiamente delirantes. Según los cánones de los «amateuristas integrales», si un día, una sola vez, un atleta cobraba una insignificante suma de dinero por correr una carrera o pelear ante un público, perdía para siempre su condición de deportista respetable. El infractor podía verse impedido de participar tanto en los torneos para amateurs —porque ya no lo era— como en los torneos para profesionales —porque nunca lo había sido—. Estos anacronismos se difundieron por el mundo a medida que se desarrollaban los espectáculos deportivos pagos como manera de perpetuar el monopolio de las recaudaciones en manos de los organizadores pero sin alcanzar en ninguna parte los niveles del delirio europeo. En las Américas, pese a que en los múltiples cismas deportivos se abusó del tema del amateurismo para cubrir querellas de orden fundamentalmente político, el impacto real fue muy escaso. De la Copa Lipton a la Copa América, el fútbol internacional sudamericano adhirió al modelo del campeonato abierto. Y en los Estados Unidos, salvo en las cimas dirigentes del atletismo, se consideró el asunto como un falso problema, a imagen de lo sucedido en París con los Juegos Interaliados organizados en 1919 por el mando militar estadounidense y la Asociación Cristiana de Jóvenes (Young Men’s Christian Association, YMCA).19

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Los reglamentos deportivos son hechos históricos. A través de ellos, atletas y organizadores establecen acuerdos de participación que, independientemente de que sean respetados o no, definen la naturaleza legal objetiva de los torneos. Para acceder a la estructura y comprender el sistema de los reglamentos que rigieron las pruebas de los juegos entre 1896 y 1930 es preciso consultar las actas de los congresos olímpicos —que el Centro de Estudios Olímpicos (Olympic Studies Center) transmite a solicitud—, los informes oficiales de las olimpiadas —que pueden descargarse desde el sitio web LA84—, y en el caso de los juegos de 1920 y 1924, los boletines archivados en la biblioteca digital Réro Doc, que presentan los reglamentos de las diferentes pruebas no publicados en el informe oficial. En este trabajo, se hace también referencia a las actas de los congresos de la FIFA —que permiten entender la lucha del fútbol contra el COI a partir de 1925— y a las Memorias olímpicas de Coubertin —que aportan informaciones muy valiosas sobre la confección del reglamento olímpico de 1896, los problemas que planteó la olimpiada de 1900, y las encuestas sobre el amateurismo organizadas en 1909.

Para interpretar las evoluciones legislativas fundamentales, se hace indispensable también considerar los cambios que se operaron a nivel del contexto general y ciertas claves de la historia propiamente deportiva. El clima de unidad social de la posguerra y el boom de los nuevos oficios del arte popular durante los Años locos —cine, cabaret, canción, teatro, baile, boxeo, ciclismo, etcétera— explican en parte el liberalismo de los reglamentos olímpicos de la década del veinte y la explosión tolerada del profesionalismo; mientras que la dominación aplastante del atletismo estadounidense desde 1896 constituye el factor determinante que provoca el abstencionismo de los atletas británicos en 1900, las críticas que fundamentaron el boicot de los juegos de San Luis en 1904, y el viraje amateurista declarado por el Comité Olímpico Británico en 1908.

Cierran esta introducción dos consideraciones.

La primera tiene que ver con el destino que la historia parece reservar a los torneos olímpicos de fútbol. Salvo raras excepciones, los libros contemporáneos que tratan de los juegos los mencionan apenas, como si ese no fuera su lugar. A su vez, la FIFA y los historiadores del fútbol los desdeñan, entendiendo que no fueron verdaderos mundiales. De esta manera, el calificativo de «mundiales olvidados» (Vergessener Weltmeister) empleado por los historiadores olímpicos alemanes Jürgen Buschmann y Karl Lennartz se revela particularmente acertado.20

La segunda consideración tiene que ver con la trayectoria de Pierre de Coubertin. La opinión y la academia siguen considerándolo como un encarnizado defensor del amateurismo, a imagen de lo que declaró Vigarello a la revista Sciences Humaines en setiembre de 2004: «En 1900, para los juegos de París, el proyecto del Barón eran pruebas limitadas reservadas a una elite de amateurs rigurosamente seleccionados». Como sucede a menudo con las «citas» de Coubertin, esta fue deformada de tal modo que el significado original resultó totalmente invertido. Coubertin se oponía al programa mastodóntico que las autoridades políticas francesas habían confeccionado, y eso lo llevó a escribir: «La muchedumbre tendrá sus fiestas y sus concursos pero nosotros haremos juegos para las elites de los competidores, poco numerosos, que comprenden a los mejores campeones del mundo».21 No solo no mencionaba categoría alguna, sino que además tendía a defender a las elites deportivas sin exclusiones, conforme al voto 11 emitido por el congreso de 1894: «En cada país se procederá a pruebas eliminatorias con el objetivo de designar, para participar, a los verdaderos campeones de cada deporte».22

Coubertin se negó siempre a legislar sobre el amateurismo, y con el tiempo, su rechazo por el tema fue creciendo. Pero este aspecto sumamente positivo de su presidencia es sistemáticamente negado, constituyendo una rara excepción el libro semioficial Pierre de Coubertin, el humanista olímpico, redactado en 1994 por el presidente de la Academia Olímpica Española, Conrado Durántez, y publicado por el Museo Olímpico de Lausana (Musée Olympique de Lausanne).

En su capítulo 3 «La concepción social del deporte», Durántez opone acertadamente la visión democrática y popular de Coubertin a los preceptos clasistas de los ingleses enunciados en «la lapidaria definición de los estatutos fundacionales del Amateur Athletic Club de 1866». En dicho texto, «de genérica influencia en la sociedad inglesa», solo podía ser amateur el gentleman, «que en ningún período de su vida ha sido profesor o monitor de ejercicios de este tipo como medio de subsistencia: que no sea obrero, artesano ni jornalero».23 Se verá a lo largo de mi trabajo cómo el término gentleman y la fórmula «medios de subsistencia» fueron empleados en los reglamentos de las disciplinas clasistas, que por ello no dejaban de ser profesionalistas. Se verá también que, simplificando la historia de la reglamentación olímpica, el período considerado aquí puede ser interpretado como una lucha entre las posiciones democráticas de Coubertin y las orientaciones clasistas de los ingleses, con un punto de ruptura: el congreso técnico de Praga de 1925, y el reemplazo del Barón por el belga Baillet-Latour en la presidencia del comité internacional.

Entre otras citas rescatadas por Durántez, una expresa muy bien «el carácter superfluo y anacrónico» que Coubertin «atribuyó siempre al tema del amateurismo», a la vez que resume con justeza una clave de la historia olímpica: «Lo que interesa es el espíritu deportivo y no el respeto a ese ridículo concepto inglés que permite que se sacrifiquen al deporte únicamente los millonarios. Ese amateurismo no es un deseo mío, sino una imposición de las federaciones internacionales. No es, por lo tanto, un problema olímpico.»24 Al término de su existencia, el fundador de los juegos intentó restablecer su verdad multiplicando las declaraciones en la prensa. Así, el 27 de agosto de 1936, declaró a André Lang de Le Journal: «No me haga reír con la querella del amateurismo. No hay amateurismo ni lo hubo jamás, como no hubo tampoco la más mínima alusión a este asunto en el juramento olímpico que yo redacté».25 Y una semana después, al cotidiano deportivo francés L’Auto: «Se me ha reprochado a menudo, y siempre erróneamente, la pretendida hipocresía del juramento olímpico. […] Pido al juramento una sola cosa, la lealtad deportiva».

1 Este documento es considerado como el informe oficial de la 2.a olimpiada. Subtitulado Informes publicados bajo la dirección de M. D. Mérillon, fue impreso en la Imprenta Nacional de Francia (Imprimerie Nationale). Consta de dos tomos y cuatro partes: Historia y primeros estudios, Organización general, Ejecución, y Presupuesto. Puede ser descargado en el sitio LA84 Foundation.

21924, Primera Copa del Mundo de la FIFA, Pierre Arrighi, Montevideo, 2014.

3 La fifa adoptó estas decisiones en los congresos de 1925, 1926 y 1927.

4Actas del 13.er congreso anual de la fifa, p. 10. El congreso tuvo lugar en los locales del Automóvil Club de Francia, Place de la Concorde, del 24 al 28 de mayo de 1924, bajo la presidencia de Jules Rimet.

5Los desafíos de los juegos olímpicos de 1924, bajo la dirección de Thierry Terret, Atlantica, Biarritz, 2008. El tomo 2 se titula «Los desafíos deportivos» («Les paris sportifs») y se compone de catorce artículos que tratan de la situación de cada uno de los deportes programados: atletismo, natación, rugby, fútbol, ciclismo, gimnasia, esgrima, boxeo, lucha, levantamiento de pesas, tenis, remo, yachting, tiro, equitación, pentatlón y polo.

6 El Centro de Estudios Olímpicos (Centre d’études olympiques), situado en Lausana, es la referencia en materia de fuentes sobre el conocimiento olímpico.

7 Biblioteca numérica RéroDoc: https://doc.rero.ch

8 Pierre Arrighi, «Gramática de los viejos reglamentos deportivos», en Cuadernos de historia 14, A romper la red. Miradas sobre fútbol, cultura y sociedad, Biblioteca Nacional del Uruguay, Montevideo, 2014.

9 El documento a que se hace referencia se titula «Programa del congreso internacional atlético de París, 16-24 de junio de 1894» («Programme du Congrès International Athlétique de Paris, 16-24 juin 1894»). Se compone del programa y de la invitación propiamente dicha. El programa consta de tres partes: Amateurismo y profesionalismo, Juegos olímpicos, y Reglamento del congreso. El primer punto del reglamento dice así: «Las uniones y sociedades que participarán en el congreso no estarán atadas por las resoluciones adoptadas. El congreso tiene el objetivo de emitir opiniones sobre los diferentes asuntos que le serán sometidos, y de preparar, pero no de establecer, una legislación internacional» («Les unions et les sociétés qui participeront au Congrès ne seront pas liées par les résolutions adoptées. Le congrès a pour but d’émettre des avis sur les différentes questions qui lui seront soumises et de préparer, mais non d’établir une législation internationale»).

10 Patrick Clastres, Juegos olímpicos, un siglo de pasiones, Les Quatre Chemins, París, 2008, p. 12.

11 Ibidem, pp. 61-62. La afirmación, fundamentalmente falsa, presenta además una cantidad de inexactitudes incidentales. Así por ejemplo, hasta 1920 las federaciones internacionales no tuvieron el más mínimo poder olímpico.

12 Jules Rimet, Historia maravillosa de la Copa del Mundo, éditions René Kister, Ginebra, 1954, p. 22.

13 Ibidem, p. 23.

14 Es lo que aparece en el prefacio denominado «Espíritu ardiente en cuerpo musculoso» («Mens Fervida in corpore lacertoso») firmado por Coubertin, publicado en la página 1 del informe oficial de la olimpiada de 1924. El Barón expresa allí que los últimos juegos «fueron demasiado Campeonatos del Mundo. Y que sin duda tiene que ser así.»

15 Rimet reiteró incluso el término «apoteosis» que ya había utilizado como titular del editorial de France Football al término del «Torneo mundial» de Colombes. Su carta a Jude salió en todos los diarios montevideanos. En La Mañana del día sábado 20 de agosto de 1930, la página se titula «Consecuencias de nuestro rotundo triunfo en el Campeonato Mundial», y el artículo «El presidente de la FIFA felicita a la asociación». En la misma hoja figura la crónica «Palabras de Rimet», en donde el dirigente francés confirmó que el tribunal de reclamos no recibió protestas relacionadas con la controvertida final entre Argentina y Uruguay.

16 Estas posiciones se extraen de la entrevista que Vigarello dio a la revista Sciences Humaines el 1.o de agosto de 2004, y que fue publicada bajo el título «¿Acaso el deporte sigue siendo un juego?» («Le sport est-il encore un jeu?»).

17 Los reglamentos y programas publicados en el informe oficial se extienden de la página 57 a la página 311 del tomo 1, y de la página 5 a la página 372 del tomo 2.

18 En la página 12 de sus Memorias olímpicas, Coubertin explicó que el congreso sobre el amateurismo «tenía antes que nada, para mí, el interés de funcionar como un biombo». La USFSA, que aprobaba la reunión, había sido reformada en 1890, y disponía desde esa fecha de un consejo y de un comité, que constituían sus «dos caras». El problema fue que, con el tiempo, muchos dirigentes de opereta se creyeron dirigentes deportivos de verdad.

19 «Es de esperar que el ejemplo actual de los americanos, que no establecen ninguna distinción entre los amateurs y los profesionales, sea imitado por los organizadores de las futuras olimpiadas», escribió el cronista deportivo del diario francés Excelsior el 22 de junio de 1919. Citado por Thierry Terret en Los juegos interaliados de 1919, París, 2003, p. 128.

20 Jürgen Buschmann y Karl Lennartz, Los torneos olímpicos de fútbol. Libro 4. Mundiales olvidados de Uruguay, París 1924, Agon, Kassel, 2005.

21 Coubertin criticó el proyecto de «la administración», que «por la multitud de comisiones y de subcomisiones, y por la enormidad del programa» (se pretendía insertar el billar, la pesca con caña y el ajedrez), hacía de los juegos «una especie de parque de atracciones caótico y vulgar». Memorias olímpicas, p. 49.

22Boletín del Comité Olímpico Internacional, julio de 1894, p. 4.

23 Conrado Durántez, Pierre de Coubertin, el humanista olímpico, Museo Olímpico de Lausana, Lausana, 1994, p. 28.

24 Ibidem, p. 30.

25 «¿Los juegos en Tokio en 1940?» (Les jeux à Tokyo en 1940?), Le Journal, París, 27 de agosto de 1936, p.1. En esta entrevista, Coubertin fue interrogado sobre la instrumentalización política de los juegos de Berlín y la eventualidad de una situación semejante en Japón. Sus posiciones sobre estos puntos, que escapan al período estudiado y carecen de relación con los temas reglamentarios, no son objeto de mi trabajo. Pueden atribuirse a la ceguera política del Barón, a su acritud, y a su pueril fascinación por el protocolo y los grandes desfiles.

1. Congreso de 1894: la gran confusión

Preparación del congreso

El primer congreso olímpico —denominado en su momento «Congreso internacional»— tuvo lugar del 16 al 23 de junio de 1894 en la Universidad de La Sorbona, en pleno centro de la capital francesa. Su principal resolución fue «el restablecimiento de los juegos, proclamado el 23 de junio sin ninguna oposición». La decisión se completaba con la determinación de todos los principios fundamentales vinculados a su ejecución. Las olimpiadas se llevarían a cabo con un intervalo de cuatro años entre cada celebración; se les daría un carácter exclusivamente moderno; no se programarían juegos escolares; se constituiría un comité internacional; y se designarían sedes cambiantes. No se conservan actas del congreso, pero el primer boletín del comité internacional de los juegos olímpicos —publicado un mes después de creado el organismo— contiene un informe completo, con una descripción detallada de los preparativos, la transcripción de los debates más importantes y el registro de los votos emitidos por los delegados en materia de reglamentos.

Coubertin enunció por primera vez la idea del restablecimiento de los juegos el 25 de noviembre de 1892 ante el congreso de la USFSA, reunido para conmemorar el quinto aniversario de la Unión. El auditorio creyó entonces que lo que proponía era organizar una suerte de reconstitución de las olimpiadas de la Antigüedad, con participación de actores disfrazados de atletas, a imagen de ciertos parques de atracciones estadounidenses. La incom prensión fue alimentada por la prensa. Y como por otra parte las diferentes disciplinas deportivas se mostraban reticentes a la idea de trabajar juntas, la propuesta se volvió totalmente inaudible.26

Para relanzarla, Coubertin imaginó la siguiente estratagema: «recuperar un viejo proyecto que dormía en los cajones, cuyo objetivo era llamar a un congreso internacional para solucionar el tema de la admirable momia del amateurismo», y agregar discretamente en el programa de las discusiones la cuestión del restablecimiento de los juegos.27 La perspectiva de un congreso internacional se planteó finalmente en abril de 1893 por la directiva de la USFSA, a pedido del Barón, que ejercía entonces como secretario general de la Unión, y de Adolphe de Pallissaux, que después de haber sido un excelente atleta, era tesorero del Racing Club de Francia. Para asegurar el carácter mundial de la convocatoria se designaron tres comisarios: Coubertin, que ofició como «representante de Europa continental»; Charles Herbert, de la Asociación Atlética Amateur (Amateur Athletic Association), «por Inglaterra y sus colonias»; y el profesor de universidad William Sloane «por el continente americano».28

Una primera reunión preparatoria se llevó a cabo en el Club Universitario de Nueva York (University Club of New York) el 27 de noviembre de 1893, y otra tuvo lugar en Londres, en el Club de Deportes (Sports Club), el 7 de enero de 1894. Entretanto, «fue enviado a las federaciones atléticas y deportivas del mundo entero, el llamado a un congreso internacional que se reunirá en París el 17 de junio próximo bajo los auspicios de la Unión de Sociedades Francesas de Deportes Atléticos». El documento proponía dos ejes de trabajo. Primero, discutir sobre la situación del atletismo y de sus reglamentos, con el objetivo de «realizar la reforma que se impone a fin de conservar el carácter noble y caballeresco que tenía [el deporte] en el pasado y para que siga cumpliendo en la educación de los pueblos modernos el rol admirable que le atribuían los griegos». Segundo, restablecer los juegos olímpicos en condiciones conformes a las necesidades de la vida moderna, y «con representantes de todas las naciones del mundo». Se adjuntaba un programa detallado de discusiones dividido en dos partes. La primera, «amateurismo y profesionalismo», evocaba, sin mayor convicción, la posibilidad de llegar a una definición general del amateur, aplicable a todos los deportes y a todas las naciones. La segunda, «juegos olímpicos», esbozaba la cuestión de las condiciones del restablecimiento de las olimpiadas y proponía designar un comité internacional encargado de perennizar el proyecto.29