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Este libro sin duda, es uno de los aportes más importantes a las investigaciones, que aún continúan sobre la Operación Cóndor, la coordinadora criminal de las dictaduras del Cono Sur de América Latina en los años 70. Es el testimonio más acucioso, preciso y doloroso sobre la historia de dos jóvenes cubanos, víctimas del terrorismo de Estado en Argentina, en los años del lobo. Escrito desde el dolor, pero también desde la responsabilidad de responder a un pueblo, el de Cuba, a las familias, a las madres de ambos que durante años esperaron el retorno de los suyos día por día.
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Seitenzahl: 504
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Edición:Vivian Lechuga
Diseño de cubierta y pliego gráfico:Zoe Cesar
Realización:Carla Otero Muñoz
© José Luis Méndez Méndez y Pedro Etcheverry Vázquez, 2020
© Sobre la presente edición: Editorial Capitán San Luis, 2020
ISBN: 9789592115668
Editorial Capitán San Luis, Calle 38 No. 4717 entre 40 y 47, Playa, La Habana, Cuba.
Email: [email protected]
www.capitansanluis.cu
facebook/capitansanluis
Sin la autorización previa de esta Editorial, queda terminantemente prohibida la reproducción parcial o total de esta obra, incluido el diseño de cubierta, o su transmisión de cualquier forma o por cualquier medio. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.
A los héroes y mártires cubanos Jesús Cejas Arias y
Crescencio Galañena Hernández por el legado que dejaron.
A los desaparecidos durante la Operación Cóndor.
A todas las víctimas del terrorismo de Estado,
A quienes hicieron posible que esta misión humanitaria
fuese cumplida, a los familiares de estas víctimas
por la confianza en el final.
Agradecemos de manera especial a las personas que de forma decidida y desinteresada contribuyeron a la humanitaria misión de encontrar, identificar y repatriar a Cuba los restos de los dos jóvenes cubanos víctimas de la última dictadura militar argentina. También a aquellos que con sus experiencias, recomendaciones y aportes lo hicieron posible.
Al poeta y luchador argentino Juan Gelman que nos desbrozó el camino, a la excelente y consagrada investigadora uruguaya Anabel Alcaide Pérez por su entrega y pasión, a Sonia Silva Olmedo del Archivo del Terror en Paraguay dada su dedicación en la búsqueda, a la solidaridad de Sandro Gaete Escobar de la Policía de Investigaciones de Chile.
La entereza y contribución sin límites del inolvidable Dr. Eduardo Luis Duhalde. A los funcionarios de la Secretaría de la Nación para los Derechos Humanos, a sus investigadores, al personal de la Comisión Nacional de Desaparición de Personas, (CONADEP). Al Archivo Nacional de la Memoria, al Instituto Espacio para la Memoria y otras entidades argentinas que aportaron muchos granos de arena para construir esta obra.
A los estimados Aníbal Fernández y Darío Díaz por el respaldo ilimitado. Los consejos y aportes de la periodista argentina Stella Calloni. Al juez federal Dr. Daniel Eduardo Rafecas y su equipo por las diligencias, pesquisas y entusiasta consagración por una década, en particular para Albertina Carón, Sergio Alfredo Ruiz y Diego Perone. Al diligente secretario Adrian Rivera Solari agradecemos sus gestiones desde el inicio de la indagación.
Al Equipo Argentino de Antropología Forense y sus excelentes profesionales Patricia Bernardi, Carlos Somigliana, Luis B. Fondebrider, Daniel Bustamante y otros. A la querida Antonella D’Bruno y otros miembros del Grupo de Arqueólogos y Antropólogos Memoria e Identidad, GAAMI, por su dedicación en las excavaciones. El apoyo del médico argentino Alejandro Inchaurregui.
Nuestra gratitud al personal de la Policía Federal Argentina participante, a los buzos y funcionarios de Prefectura Naval Argentina y la Gendarmería Nacional Argentina, por el aseguramiento y custodia de las exploraciones realizadas. La vehemente labor en la remoción de suelos en el predio indagado de la Dirección Nacional de Vialidad, al Instituto Nacional de Tecnología Industrial, y a las autoridades de la Municipalidad de San Fernando. Nuestra especial gratitud al fiscal Luis Angelini, por su gestión expedita en el momento del hallazgo. A los operadores en las excavaciones dada su dedicación, en especial para Eduardo Aguilar, quien encontró los tambores.
Al estimado Dr. Jorge Taiana, por sus acertados consejos. Al Dr. Martín Fresneda, Secretario de la Nación para los Derechos Humanos. También valoramos las diligencias e investigaciones de los abogados argentinos Jorge Raúl Baños y Rodolfo Yanzón.
A José Luis Bertazzo sobreviviente del terror, quien compartió sus vivencias. Apreciamos las recomendaciones recibidas del Dr. Beinusz Szmukler y de la distinguida jueza Dra. María Romilda Servini de Cubría. A los investigadores estadounidenses John Dinges y Saul Landau, a los paraguayos Marcial Riquelme y Martín Almada, a los chilenos Juan Guzmán Tapia, Fabiola Letelier, Eduardo Contreras Mella, y Juan Carlos Manns Giglio, a los periodistas uruguayos Samuel Blixen y Roger Rodríguez, muy especiales a Carlos Fazio, por su luz. Al investigador argentino Walter Fabián Kovacik, a las apreciadas Karina Sofía Vanerio, María del Carmen Castro, Ana María Careaga y Alba Rosa Pereira, por el acompañamiento solidario todo el tiempo. A la compañera argentina Juliana Isabel Marino, embajadora de su país en Cuba, por sus sentimientos y solidaridad permanente.
Al Fiscal Guillermo Friele y a su equipo consagrado y profesional, cuyo trabajo permitió hacer justicia y condenar a represores culpables de los asesinatos en Automotores Orletti. A la imprescindible Mercedes Souza-Reilly, alma de ese grupo para ellos la gratitud de los familiares de las víctimas cubanas.
A los viceministros Abelardo Moreno y Rogelio Sierra, a los embajadores Alejandro González, Aramis Fuentes, Jorge Néstor Lamadrid, Irma González, Alfonso Fraga y a otros funcionarios del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba, que apoyaron con sus buenos oficios las diligencias necesarias. En particular al embajador cubano Orestes Pérez, con quien compartimos esperas para entrevistar al general chileno Manuel Contreras.
A la Sociedad Cubana de Derecho Internacional de la Unión de Juristas de Cuba; al Laboratorio Central de Criminalística y al Instituto de Medicina Legal, por el respaldo institucional y científico tributado.
A los cubanos Guillermo Peraza León, Rafael Pérez González, Orlando Rodríguez Hernández, Wilfredo Vega Guerrero y otros compañeros que prestaban servicios en la embajada de Cuba en la República Argentina en el momento de los hechos.
Al Dr. Manuel Hevia Frasquieri y su dedicado equipo profesional de trabajo, a tantas otras personas, conocidas y anónimas, que durante una década aportaron datos, hicieron sugerencias y críticas, que contribuyeron a rectificar el camino para alcanzar los resultados finales, para ellos nuestra eterna gratitud. Un sentido recuerdo para los que ya no están. También a quienes les dieron forma al libro y la posibilidad de trasmitir a las actuales y futuras generaciones esta memoria histórica.
LOS AUTORES
Esta es la historia de la búsqueda, hallazgo, identificación y repatriación de los restos mortales de los jóvenes cubanos Jesús Cejas Arias y Crescencio Galañena Hernández, de veintidós y veintiséis años respectivamente, secuestrados en Buenos Aires, Argentina, el 9 de agosto de 1976, en el escenario de la Operación Cóndor, cuando se desempeñaban como funcionarios administrativos de la embajada cubana en ese país.
Después del secuestro, los condujeron al Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio “Automotores Orletti”, donde fueron torturados hasta la muerte, sin que revelaran ninguna información a sus captores. Sus cuerpos, como destino final a sus vidas, introducidos en tanques metálicos a los que se les añadió cemento, y después arrojados en un basural en las afueras de la ciudad de San Fernando, en la provincia de Buenos Aires, donde luego de más de treinta y seis años, incluyendo una década de intensa investigación, fueron hallados en los años 2012 y 2013.
Tras un largo proceso de identificaciones científicas y tramitadas sus repatriaciones ante las autoridades argentinas, sus restos llegaron a Cuba, recibieron los honores merecidos y depositados en el Panteón de los Caídos en Defensa de la Patria en el cementerio de Yaguajay, provincia de Sancti Spíritus y en la ciudad de Pinar del Río, sus respectivos lugares de nacimiento.
Ambos jóvenes retornaron a la Patria que un día los vio partir a cumplir con su deber laboral, para quedar eternamente en la memoria de los cubanos, donde no hay espacio para el olvido por el legado que dejaron a las presentes y futuras generaciones, como ejemplo de entereza, valentía y lealtad a la Revolución y a nuestro pueblo. Ellos, con su actitud constituyen un ejemplo fehaciente del Hombre Nuevo, al que se refirió Ernesto Che Guevara.
Este nuevo libro de José Luis Méndez, y Pedro Etcheverry Vázquez Más allá del dolor es, sin duda, uno de los aportes más importantes a las investigaciones, que aún continúan sobre la Operación Cóndor, la coordinadora criminal de las dictaduras del Cono Sur de América Latina en los años setenta. Es el testimonio más acucioso, preciso y doloroso sobre la historia de dos jóvenes cubanos, víctimas del terrorismo de Estado en Argentina, en los años del lobo.
Jesús Cejas Arias de veintidós años y Crescencio Galañena Hernández de veintiséis trabajaban en la embajada de Cuba en Buenos Aires y habían llegado a Argentina con la ilusión de dos jóvenes que cumplirían una misión diplomática para su país.
Nadie podría imaginar que iban a vivir junto a miles de argentinos la “noche y niebla” de las desapariciones forzadas, que iban a compartir aquella tragedia dantesca, tan difícil de contar y tan necesaria de dar a conocer por el mundo para que nunca más se repita.
Es un libro escrito desde el dolor, pero también desde la responsabilidad de responder a un pueblo, el de Cuba, a las familias, a las madres de ambos que durante años esperaron el retorno de los suyos día por día. Respuestas a una sociedad que ha hecho de la solidaridad una forma cotidiana de vida, en un proceso revolucionario, donde también la resistencia fue y es una forma de vida cotidiana.
El libro narra la historia de dos héroes muy jóvenes, y va más allá del interés de un estudioso que siempre es válido. Aquí los investigadores deben contener su propio dolor, la indignación y la impotencia, cuando en ese camino de búsqueda de la verdad, hubo que enfrentarse a los responsables, a los asesinos respondiendo a los interrogantes con absoluta frialdad, como si se tratara de un tema administrativo de poca monta.
Además de mantener la rigurosidad que exige el tema, el libro acude a varios géneros, incluso en su primera parte novelada nos lleva a un recorrido que inicia Méndez, para no omitir recuerdos, vivencias, a partir de datos, señales, algunos documentos que se entrecruzan. Lo que sorprende y hace más viva esta historia, es la descripción de cada momento, de cada lugar, ciudades, aeropuertos, caminos sesgados que debe recorrer el investigador, y el lenguaje que se elige para contar esta búsqueda, sobre el destino de dos jóvenes secuestrados en una calle de Buenos Aires en agosto de 1976, a menos de seis meses de la imposición de la más cruenta dictadura en la historia de Argentina, que dejó alrededor de treinta mil desaparecidos, miles de asesinados, escasos sobrevivientes, en más de quinientos Centros Clandestinos de Detención (CCD).
Pero también el robo de unos quinientos niños nacidos en cautiverio o secuestrados con sus padres, que fueron desaparecidos.
En un increíble ejemplo de tenacidad y lucha las Abuelas de Plaza de Mayo han recuperado hasta ahora ciento diecinueve nietos, hombres y mujeres jóvenes, que estaban la mayoría de ellos en manos de los asesinos de sus padres, y que hoy recuperaron su identidad. Una de las historias más dolorosas en ese tiempo del horror.
También este libro es la demostración de una tenacidad revolucionaria que demandó una tarea muy intensa y requirió de una voluntad inquebrantable por más de diez años. La búsqueda de alguna pista, un pequeño dato que se va sumando, testimonios largos, que a veces contienen una frase que se incorporará al entramado que llevará al investigador Méndez desde México, por distintos países de América Latina, como un rastreador en pos de la verdad, donde entrevistará tanto a víctimas sobrevivientes, a familiares de desaparecidos y a personajes oscuros, de tinieblas, pero necesarios para la reconstrucción del entorno y de los sucesos de una época donde todos los países del Cono Sur estuvieron bajo dictaduras terribles.
Fueron las dictaduras de la Seguridad Nacional de los Estados Unidos, imponiendo el terrorismo de Estado en toda una región, en el esquema de la guerra fría, cuando nuestros pueblos fueron convertidos en el “enemigo interno” y la contrainsurgencia imperó para cercenar todo intento emancipador.
Este extraordinario y meticuloso trabajo, para el cual se requirió recorrer tantos caminos, es clave para rearmar los laberintos de la Operación Cóndor, sus orígenes, sus verdaderos creadores intelectuales, logrando el testimonio y la reconstrucción más completa que hayamos leído, sobre uno de los casos más emblemáticos de esta operación criminal, cuya perversión supera toda imaginación.
A través de esta investigación se incorpora nueva documentación, datos inéditos que permitirán reconstruir muchos otros casos, que aún permanecen en la nebulosa de la impunidad y en archivos ocultos.
Lo que conmueve, es que el investigador Méndez revela todo lo que siente cuanto entrevista a personajes como el general Manuel Contreras Sepúlveda quien fuera jefe de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) de la dictadura del general Augusto Pinochet.
Además de superar toda clase de pensamientos y sentimientos frente a esta figura siniestra, que fuera clave en la creación de la Operación Cóndor, Méndez advierte que se encuentra ante un hombre que, sin duda, tiene un enorme resentimiento, porque de alguna manera quienes lo impulsaron, le pagaron, lo apoyaron en sus crímenes lo dejaron a la deriva, como suele suceder en estos casos. El general Contreras trabajó para la CIA estadunidense y Cóndor fue un proyecto clave que repetiría experiencias como la criminal Operación Fénix en Vietnam o la Operación Gladio en Italia que se extendió bajo otros nombres en toda Europa, mediante el terrorismo de “los ejércitos secretos” de la Organización del Atlántico Norte (OTAN), como investigó magistralmente el académico suizo Daniele Ganser.1 Los más connotados criminales de la OTAN como los fascistas italianos Vincenso Vinciguerra, Stefano Delle Chiaie y otros de su calaña, ex nazis, y asesinos como los de la Organización del Ejército Secreto (OAS) de Francia amparados por los servicios de informaciones de los países europeos, fueron enviados como una contribución de la OTAN a participar en la Operación Cóndor, como está comprobado.
En el caso de los testimonios que logró obtener el investigador en el camino de la búsqueda, sabía que debía escuchar atentamente, escoger entre lo que era verdad y lo que eran mentiras.
Recorriendo y reconstruyendo la historia de estos jóvenes diplomáticos cubanos, se describe –como nunca antes– los detalles más ocultos de ese trágico laberinto que significó el Cóndor y no deja ninguna duda sobre sus autores intelectuales y directos, desmontando toda posibilidad de evadir las responsabilidades.
Cuarenta años han pasado desde que el 25 de noviembre de 1975 se firmó el documento de “institucionalización” de la Operación Cóndor en la reunión de los representantes de las dictaduras del Cono Sur (en el caso Argentino lo hizo un oficial de la marina, cuando gobernaba el país, todavía en democracia, Estela Martínez de Perón) que se realizó en Santiago de Chile, convocado por el general Contreras. La aparición de este libro en estos momentos es un gran aporte para lo que aún falta investigar.
“La historia inédita del secuestro, tortura, muerte, desaparición, hallazgo y repatriación de los restos de dos jóvenes cubanos en Argentina”, como señalan los autores Méndez y Etcheverry, no solo permite conocer el desarrollo de esta acción criminal sino que aportan nuevas pistas, testimonios de sobrevivientes. Los datos que surgen en los históricos juicios contra los responsables de delitos de lesa humanidad en el marco de Cóndor, colaboran además, con su entrega, a esclarecer los miles de crímenes de las dictaduras de la Doctrina de Seguridad Nacional.
El juicio a los responsables de crímenes en el Centro Clandestino de Detención de Automotores Orletti, una sede clave de la Operación Cóndor en Argentina, adonde fueron llevados decenas de detenidos-desaparecidos extranjeros, chilenos, uruguayos, bolivianos y los compañeros cubanos, fue histórico.
Allí estuvo Méndez dando su denuncia histórica y aporte.
Fue además emocionante el compromiso tomado por todos los diplomáticos cubanos que siguieron paso a paso todas las instancias en la búsqueda de la verdad y la justicia en el caso de los jóvenes Jesús y Crescencio, pero también en casi la veintena de argentinos, que por trabajar en la Embajada de Cuba, incluso como maestros, fueron secuestrados y desaparecidos y todavía se buscan.
El libro de Méndez La Operación Cóndor contra Cuba publicado en Buenos Aires por el Instituto Espacio para la Memoria fue otro aporte importantísimo para estos juicios y para los que vendrán. En los expedientes de estos juicios una palabra, una frase, una declaración, que permita horadar “la noche y niebla” han sido incorporados en esta nueva entrega Más allá del dolor y como se verá nunca interpretados con esta profundidad, sobre lo que fue la Operación Cóndor.
Aparecen las complicidades de diversos sectores, la metodología perversa de sus crímenes por los “caminos del mundo”, la participación central de los grupos terroristas cubanos de Miami, no solo en los diseños operativos sino en la mayoría de los crímenes cometidos. La intervención de estos grupos es nada más y nada menos que el sello de la CIA estadunidense y los gobiernos de ese país. Y qué decir de las empresas locales y transnacionales y su papel clave, no solo en lo económico, sino en la participación directa con las dictaduras, entregando listas de trabajadores, colaborando con los secuestros y desapariciones.
Son infinidad de elementos y hechos que se han hilvanado con sabiduría en este libro que nos pone frente a una historia que no deja respiros al lector.
Pocas veces en las tantas obras de investigación sobre la Operación Cóndor, hemos logrado tener tantas confirmaciones sobre datos o sospechas que a veces quedaban sin explicación. Esta entrega es ejemplo de constancia, perseverancia, oficio científico, dedicación y entereza en pos de un objetivo humanitario logrado.
La participación de los terroristas anticubanos refugiados en Miami, trabajando con la CIA de los Estados Unidos, queda plenamente verificada a través de este documento que tiene además la virtud de no ser un trabajo lineal, sino que se humaniza hasta hacernos sentir cada momento de aquellas víctimas del terror, andando en un laberinto de muerte.
Cada testimonio, cada entrevista significa, no solo abrir una puerta hacia lo que estamos buscando, verdad y justicia, sino que servirá para poder cerrar otras historias que aún están en la oscuridad.
Los autores Méndez y Etcheverry nos llevan desde la vida de cada uno de estos jóvenes en sus pueblos, con sus familias, sus estudios, su dedicación a la Revolución, sus sueños y esperanzas y con ellos recorremos su historia hasta aquel 9 de agosto de 1976 en que ambos son secuestrados y llevados a uno de los más temibles centros de tortura como fue Automotores Orletti.
Conociendo este lugar, hoy recuperado como un Espacio para la Memoria, un enorme taller de mecánica devenido en el “ábrete sésamo de la muerte” por los represores en una casa de barrio de dos plantas, uno entiende que allí ninguno de los detenidos-desaparecidos que pasaron, podía no escuchar el horror de las torturas de sus compañeros, los desgarradores gritos y lamentos apenas confundidos en la música a todo volumen que ponían los torturadores, y el llanto de los niños que fueron secuestrados junto a sus padres, como revelan las investigaciones actuales. Mientras, al lado, niños de una escuela colindante, ajenos a la barbarie, jugaban y cantaban tonadas infantiles mientras la muerte rondaba.
Para entender este nivel de perversión, el edificio de Automotores Orletti, está separado por una pared de una escuela primaria.
En este Centro Clandestino durante el tiempo en que funcionó, los casos de los cubanos aparecen registrados como los números 40 y 41, por los cargos de privación ilegal de la libertad y tormentos a Jesús Cejas Arias y Crescencio Galañena Hernández. Se incluyeron todos los testimonios que dieron fe del paso de ellos por allí y su destino final. Se acreditó, sin lugar a dudas, que los cubanos fueron ilegalmente privados de su libertad el 9 de agosto de 1976, en el barrio de Belgrano por personal de fuerzas de seguridad, luego de lo cual fueron alojados en el centro de detención llamado Automotores Orletti donde fueron sometidos a tormentos hasta causarles la muerte, cuentan los autores.
Descubrir después de este trabajo de largos años, para encontrar la verdad, la posibilidad real de que ambos jóvenes, hubieran sufrido el destino de las víctimas asesinadas en Automotores Orletti: cadáveres introducidos en toneles (barriles) de aceite de doscientos litros, mezclados con cemento, siniestra metodología de ese Centro Clandestino, fue otro paso gigante.
Fui testigo de la incansable tarea realizada tanto por Méndez, como por todos aquellos que en estos años pasaron por la embajada de Cuba y acompañaron cada día, sin descanso esta otra búsqueda tan dolorosa. Es imposible describir esos días y horas, en que se debatían diversas hipótesis, sobre todo lo que podía haber pasado con Jesús y Crescencio. Ya existía la certeza de su paso por Automotores Orletti, y de la carta que perversamente les obligaron a firmar, en medio de atroces torturas para decir que habían decidido “pasar al mundo occidental”, abandonar su misión y que ninguno de sus compañeros de la embajada creyó, como entonces sostuvo con toda firmeza el embajador cubano Emilio Aragonés, a quien en agosto de 1975 intentaron secuestrar o matar.
Fui testigo de esa tenacidad revolucionaria y a la vez la angustia de todos los compañeros, un sentimiento mezclado ante el horror de la posibilidad de encontrar esos restos amados en donde se suponía, un barril con cemento para llegar hasta el fondo de un río. Fueron años y días, de ansiedad y temor de que entre los barriles que fueron encontrados en octubre de 1976 estuvieran esos restos y pudieran haber sido confundidos. Todo era posible, como lo narran Méndez y Etcheverry en este libro.
Finalmente el hallazgo esperado en los Virreyes zona de San Fernando, en un inmenso basurero de tres barriles con restos humanos en el interior trajo la luz a miles de días de penumbras en la búsqueda y la certeza de que tenían que ser los cubanos. Databan de por lo menos treinta años atrás y eran similares a otros encontrados mucho tiempo antes, muy cerca de este sitio, donde se hallaron los restos de víctimas de Automotores Orletti.
Comenzaron a establecerse la competencia de los juzgados que debían hacerse cargo de esta situación. Fueron una serie de trámites inevitables, como narra la investigación. Entraría en acción el Equipo Argentino de Antropología Forense, EAAF, “que después de un exhaustivo proceso identificativo dio a conocer que el cuerpo encontrado y numerado como SFdo-3 correspondía en un 99,99 por ciento de probabilidades al diplomático cubano Crescencio Galañena Hernández. Para esa conclusión habían utilizado las muestras de sangre de sus familiares en Cuba, además sus registros dentales y otros datos identificativos personales aportados por los investigadores cubanos años atrás”.
Esta noticia se reveló el 3 de agosto de 2012. Se habían reconocido los otros restos: los de Ricardo Manuel González, argentino secuestrado el 4 de agosto de 1976, hijo de un oficial superior de la Policía Federal Argentina y los de la joven María Rosa Clementi de Cancere, trabajadora de la Escuela cubana “José de San Martín”, anexa a la embajada de Cuba en Argentina secuestrada el 3 de agosto de 1976. Fue un momento único. Parecía imposible que la búsqueda de tantos años terminara allí, en lo que quedaba de los restos de un canal. Todo lo que Cuba había denunciado era verdad. Se acababa la mentira y la espera, pero la angustia proseguía: faltaba encontrar a Jesús.
El 18 de abril de 2013 en el mismo predio del hallazgo anterior frente al aeródromo internacional de San Fernando apareció, a pocos metros del lugar, un barril de metal oxidado. Estaba algo deteriorado y en su interior se apreciaban restos humanos. Otra vez la esperanza y el temor. Este hallazgo tan lleno de simbolismos culminaría, después de una serie de indagaciones que confirmación por parte del Equipo de Antropología Forense, gracias a los materiales genéticos entregados por Cuba, se había podido establecer que los restos encontrados correspondían al cubano Jesús Cejas Arias.
Todo volvió a revivirse. En ambos casos los restos colocados en urnas fueron expuestos en la sede de la embajada, en aquel mismo edificio, desde donde salieron los dos jóvenes, aquel aciago día de agosto de 1976. Nuevamente me resulta imposible describir lo vivido en ambos casos, los miles de argentinos que pasaron junto a las autoridades gubernamentales, militantes políticos, a la solidaridad hacia Cuba y a la causa de los desaparecidos para hacer una guardia de honor en larga fila luctuosa. El dolor profundo que embargaba a los miembros de la embajada y a la vez la tranquilidad “más allá del dolor” de haber podido llegar hasta el trágico final de esta historia y llevar la paz a sus hogares campesinos por haber recuperado los restos de los suyos, de la “noche y la niebla” donde aún aquí en Argentina deambulan miles de desaparecidos.
Este libro es precisamente: memoria histórica, verdad, justicia y sobre todo compromiso vívido y renovado por el nunca jamás. Y solo queda agradecer a los investigadores y autores quienes con el pueblo y el gobierno cubano siguen colaborando con todos aquellos que buscan justicia y desafían a los poderes hegemónicos que intentan, imponer olvidos, borrar memorias, perder identidad, cultura, regresar a aquellos horrores, que hoy vemos revivir en otros lugares del mundo contra pueblos hermanos. Nuevas amenazas se ciernen sobre el Cono Sur de la Patria Grande.
El terrorismo mundial impulsado por el gobierno de los Estados Unidos y sus socios en el mundo, desarrolla otras nuevas operaciones. Han creado nuevos “enemigos” que según ellos amenazan su seguridad. Fronteras seguras, dicen. Como lo decía Adolf Hitler en otros momentos de horror. La Guerra contra el Terrorismo, mediante la cual se invaden y ocupan países, se cometen genocidios y crímenes aberrantes de lesa humanidad utiliza operaciones como Cóndor, Gladio, Fénix y otras tantas, que involucran a fuerzas estadunidenses y de otras potencias, y a “sus mercenarios” en secuestros, creación de cárceles secretas en Europa y otros lugares, verdaderos centros de torturas, laboratorios de experimentos con seres humanos en pleno siglo XXI.
Pero mientras existan libros como este, ejemplos como el de Cuba en el mundo y luchadores por la paz, la justicia y la vida, contra todo tipo de guerra, la humanidad en su mejor espejo, continuará resistiendo para “que nunca más sea”.
Gracias a Méndez y Etcheverry.
STELLA CALLONI
Buenos Aires, Argentina,
2 de diciembre de 2015
En marzo de 2004 estaba en marcha en Panamá un proceso legal que juzgaba a los integrantes de un comando terrorista de origen cubano, detenido en noviembre del 2000, cuando organizaba, en ese país, un atentado magnicida contra la vida del presidente de Cuba, Fidel Castro Ruz. Intereses promovidos por la embajada de los Estados Unidos en el Istmo y sectores contrarrevolucionarios cubanos en la Florida influían para que fuesen absueltos o condenados a leves penas, y lo más indignante, la presidenta de Panamá, Mireya Moscoso, tenía la intención de indultarlos al término de su mandato en agosto de ese año, si finalmente resultaban condenados.
En México y otros países, en solidaridad con Cuba y en lucha contra el terrorismo, se realizaron jornadas de protesta ante la inminente liberación de estos criminales. Sociedades profesionales y estudiantiles de universidades mexicanas convocaron a eventos para tratar el tema. Recibí la invitación de la Universidad Nacional Autónoma, para presentar dos libros e impartir conferencias sobre los actos terroristas ejecutados en ese país por extremistas de origen cubano, que incluían a los integrantes del grupo que era juzgado en Panamá. Los medios de prensa locales se hicieron eco de estas acciones de denuncia.
Profesores y estudiantes de universidades en la capital mexicana, y en las ciudades de Cuernavaca y Guadalajara, organizaron presentaciones de libros y encuentros con periodistas y activistas sociales interesados en conocer más sobre las agresiones contra Cuba y otros países. En una de las reuniones me encontré con un admirado amigo, el destacado periodista e investigador uruguayo Carlos Fazio, radicado en México.
Después de los saludos y recordar a amigos comunes, le expliqué a Carlos que el proyecto para investigar en Argentina la desaparición de dos diplomáticos cubanos estaba terminado y en fase de organización, para comenzarlo ese mismo año. Añadí detalles de lo conocido sobre el hecho, y lo que históricamente se había podido establecer sobre este acto de terror ejecutado en el escenario de la Operación Cóndor.
Lo más esperanzador expresado por Fazio, era que en México vivía el destacado poeta argentino Juan Gelman, quien junto a su compañera Mara La Madrid, había dedicado muchos años a buscar los restos de su hijo Marcelo Ariel, de la hija de este, Macarena2 y de su nuera María Claudia García Irureta-Goyena de Gelman. La pareja había sido secuestrada en agosto de 19763 y llevada a Automotores Orletti de donde desaparecieron. María Claudia, en el momento de su secuestro, estaba embarazada.
Al centro clandestino mencionado habían sido llevados los jóvenes cubanos secuestrados y por tanto Juan Gelman podría tener pistas e informaciones de utilidad sobre el tema que se investigaba. Le pedí a Carlos la posibilidad de hablar con el promotor de utilizar la poesía como arma, y que para mí era un paradigma de constancia y persistencia en la búsqueda de desaparecidos. El estar en México me daba la posibilidad excepcional de hacer esta consulta e insistí.
El 9 de marzo me comuniqué con Juan Gelman, quien ya tenía antecedentes de lo que se investigaba, porque Fazio le había adelantado mi presencia y el interés de conversar con él. Acordamos vernos en su apartamento de la calle Campeche 365, Colonia Condesa, pero al final no fue posible la cita, el poeta estaba agripado y prefirió tratar el tema brevemente por teléfono. Se expresó muy cooperativo y sensible ante el caso, además de la coincidencia de que tanto sus familiares como los cubanos habían compartido suplicios en el mismo centro clandestino en Buenos Aires.
Gelman expresó: “Todas las claves para tu investigación las tiene en Argentina una persona de mi entera confianza y puedes acudir a ella de mi parte sin ninguna duda, te será de mucha utilidad. Busca en Buenos Aires a Anabel Alcaide, es quien sabe más de Orletti en ese país. Te deseo mucha suerte y paciencia, la vas a necesitar…”.
Agradecí su ayuda y prometí mantenerlo al tanto de los resultados de la investigación. Cuando murió en México el 29 de mayo de 2013, a la edad de ochenta y tres años, ya los restos de uno de los jóvenes cubanos desaparecidos, Crescencio Galañena, habían sido encontrados y repatriados a Cuba en octubre de 2012. Lo que Juan no llegó a conocer es que el 18 de abril de 2013, apenas un mes antes de su cruce a la inmortalidad, ya el otro cubano, Jesús Cejas, había sido hallado y el proceso de su identificación estaba en curso, que se confirmaría semanas después, cuando las autoridades forenses argentinas dieron a conocer la noticia.
La necesaria discreción para preservar el resultado final, impidió que conociese esa noticia de seguro gratificante para alguien como él que hasta sus últimos momentos había luchado por encontrar a su nuera María Claudia, sin lograrlo, aunque había tenido la satisfacción de la identificación de su hijo Marcelo y el hallazgo de su nieta Macarena,4 quien había sido escamoteada por un militar uruguayo.
El intelectual argentino pudo conocer con alegría, que su nieta había podido convivir durante dos meses con su madre, antes de ser asesinada y desaparecida. La historia inicial establecía que María Claudia había sido llevada a Uruguay para terminar su embarazo, que inmediatamente después de dar a luz la habían asesinado militares de la dictadura uruguaya y su hija entregada a la pareja integrada por el comisario retirado Ángel Julián Tauriño y su esposa Esmeralda Vivian, que no había podido tener descendencia. La inscribieron como propia y bautizaron con el nombre de María Macarena. El apropiador conocía la procedencia de la niña.
La vida y obra de Juan Gelman perdurará y más temprano que tarde los restos de su nuera aparecerán y estarán para siempre al lado de su esposo Marcelo Ariel, acompañados del cariño eterno de su hija Macarena, quien aunque no disfrutó de su compañía, los venera.
La etapa de exploración y verificación en el terreno de la limitada información disponible en Cuba sobre el secuestro, desaparición y presunta muerte de dos jóvenes diplomáticos cubanos se diseñó, en su primera etapa, para ser investigada en Argentina, Paraguay y Chile, los tres países estudiados durante dos años de recopilación, procesamiento, ordenamiento y análisis de la información, donde había pistas o posibilidades de obtener nuevas evidencias o corroborar las existentes y que permitieran el hallazgo de los probables restos, el esclarecimiento del hecho, y de ser posible, la identificación de autores del acto criminal.
Lo conocido durante los veintiocho años transcurridos de este episodio terrorista se limitaba, de manera imprecisa, a que habían sido secuestrados a dos cuadras de la embajada de Cuba en Buenos Aires, Argentina, el 9 de agosto de 1976, llevados a Automotores Orletti y asesinados unos días después. Esta presunción se ponía en duda tomando en cuenta el parecer de los familiares de las víctimas. Nadie admite la muerte de un ser querido a menos que existan pruebas que lo confirmen y el encontrar los restos era una manera inequívoca de confirmarlo. Se respetó esta premisa en todo momento de la investigación.
El ciudadano argentino José Luis Bertazzo, sobreviviente de ese Centro, había recibido, durante su cautiverio, el testimonio de un detenido argentino-chileno llamado Patricio Antonio Biedma Schadewaldt, y de otro chileno referenciado solamente, hasta ese momento, como Mauro, su nombre de guerra, quienes aseguraban haber escuchado a los cubanos cuando eran torturados. Bertazzo había prestado declaración en 1984 durante su refugio en España, primero de forma anónima que se enumeró como el 3812 y después ante las autoridades diplomáticas españolas en Buenos Aires, el primero de junio de 1998, donde ratificó lo expresado por los chilenos.
Entre las pocas versiones sustentadas, con documentos fiables, sobre el probable paradero de los restos revelaba, que en julio de 1982 se había publicado en México la versión en español de un libro titulado: Asesinato en Washington. El Caso Letelier,5 de los autores estadounidenses John Dinges y Saul Landau. En la página 207 de la referida obra se describía, sin dudas, el destino final de los restos de los cubanos: “A fines de octubre, los cuerpos hinchados de los dos cubanos, Jesús Cejas y Crescencio Galamena (sic),6 con los pies encementados, aparecieron en los bancos arenosos del río Luján, cerca de Buenos Aires”. Sin más comentarios, los autores no revelaban la fuente de la información referente al hallazgo. Lo afirmaban, no había titubeos en la redacción del texto.
La primera versión en inglés del libro había sido publicada en los Estados Unidos en 1979. Una pregunta saltaba a la vista: ¿Cómo los autores habían conocido esa información a poco más de dos años de cometido el secuestro y del supuesto hallazgo en el canal?
Esta acotación “sin más datos” era una incógnita crucial ya que se había conocido que durante las últimas horas del 13 de octubre de 1976 y las primeras del siguiente día, se había producido el lanzamiento de varios tanques, de los conocidos en Argentina como tambores, con una capacidad de doscientos litros, al canal de San Fernando en la provincia de Buenos Aires, en un punto muy cercano al puente ferroviario ubicado en el lugar.
Durante la mañana del día 14 se habían extraído del mencionado canal y abierto ocho tanques; en el interior de cada uno había restos en descomposición de seis hombres y dos mujeres, que después de haber estado insepultos hasta el 22 del propio mes, habían sido inhumados como no conocidos en las parcelas del cementerio local reservadas a los indigentes. Allí estarían hasta 1989, cuando comenzó el proceso de identificación después de haber sido encontrados y exhumados por parte del Equipo Argentino de Antropología Forense, EAAF.
Lo más revelador del comentario aparecido en el libro era que las aguas del Canal de San Fernando desembocan en el río Luján uno de los afluentes del Río de la Plata.7 La referencia ubicaba, de manera probable, los restos de los cubanos con los dos todavía no identificados aparecidos en los tanques.
En quince años no fue posible esclarecer este acertijo, que cobró relevancia cuando el antropólogo argentino Dr. Alejandro Incháurregui, quien acompañó a Cuba los restos de Ernesto Guevara de la Serna y de sus compañeros encontrados en Bolivia en 1997, expresó tener información sobre la desaparición de los cubanos.
Durante su presencia en octubre de ese año reveló que en el EAAF habían partes de dos cadáveres encontrados y no identificados que pertenecían al lote de los tanques arrojados al canal de San Fernando, los que podían pertenecer a los cubanos, y pedía datos identificativos de ellos para procesar los restos y dictaminar si su presunción era cierta. Esta suposición generó una gran expectativa en Cuba alimentada por la posibilidad real de poder encontrarlos.
Entre la fecha de esa revelación y mayo de 2004 no se había podido, por distintas causas, establecer contacto nuevamente con Incháurregui en la Argentina, con el propósito de verificar la información dada por él. Habían transcurrido casi siete años más, pero la indagación seguía vigente. Se conocía que este médico forense vivía en las afueras de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires y no trabajaba ya en el EAAF.
En agosto de 2003 se había tomado la decisión de desarrollar una investigación en el terreno que había acumulado varias rutas de indagación. Los cambios políticos producidos en la Argentina ese año en materia de derechos humanos eran favorables para por fin encausar una pesquisa que esclareciera y estableciera, de forma inequívoca, el destino de los cubanos y lo más importante: encontrar sus restos y repatriarlos, pues existía ya la sólida convicción de que habían sido asesinados.
En julio de 2003 el presidente argentino Néstor Kirchner derogó el decreto que desde 2001 impedía la extradición de aquellas personas sindicadas de estar vinculadas a la represión durante la dictadura militar. Fue un paso decisivo inicial de su intento por anular las leyes de “Obediencia Debida”8 y “Punto Final”9, aprobadas en 1986 y 1987 respectivamente, durante la presidencia de Raúl Alfonsín y que habían convertido a los represores en impunes.
En agosto de ese año, se presentó ante el Congreso Nacional la propuesta para derogar esa legislación; ambas cámaras aprobaron el proyecto, que quedó a la espera de la decisión de la Corte Suprema. En junio de 2005, la más alta instancia judicial del país las declaró inconstitucionales y las anuló. Para esa fecha ya la investigación destinada a encontrar a los jóvenes cubanos estaba en pleno desarrollo en la Argentina.
Esta trascendental decisión permitiría abrir los caminos para que la verdad, la justicia y la memoria histórica se abrazaran a un compromiso sólido y duradero para esclarecer muchas desapariciones, pero también interpondría enormes y nuevos obstáculos. Si hasta ese momento los represores propalaban sus fechorías sin escrúpulos ni limitaciones, por sentirse protegidos por las leyes, a partir de comenzar las pesquisas por parte de las autoridades sobre los miles de delitos de lesa humanidad cometidos, que no prescribían, los criminales se ocultaron, no deseaban ser vistos ni entrevistados para aportar datos que esclarecieran hechos punibles. Tampoco la jurisdicción vigente permitía hacer negociaciones que trocaran informaciones por impunidad aunque fuese limitada, como había sucedido al amparo de las llamadas comisiones de la verdad que durante el gobierno del mencionado Raúl Alfonsín, habían acopiado cientos de testimonios esclarecedores, pero también otorgado inmunidad e indulgencia hacia miembros de las llamadas Fuerzas de Tareas, también para los jefes en las cadenas de mando, lo cual había generado, con sobradas razones, malestar en las organizaciones de derechos humanos en la Argentina.
Si bien estas medidas tenían una esencia justa, creó una serie de obstáculos para las investigaciones que fue necesario sortear. Cuando participantes en la represión comenzaron a ser denunciados, detenidos e interrogados, en general negaron todo conocimiento, daban datos ficticios, inculpaban a otros y desviaban las pesquisas hacia derroteros falsos y tortuosos.
Hasta ese momento los represores no se cuidaban, por el favor que disfrutaban, pero después todo cambiaría, incluso para procesos poco conocidos de negociación extra oficial que propiciaban el acceso a actores de la represión y obtener de ellos informaciones que permitieran encontrar a los desaparecidos, en particular a los niños que habían sido apropiados ilegalmente. Había algunos criminales que se prepararon para posibles cambios futuros en el país; tampoco la aparente y sugerida destrucción de la documentación de la época dictatorial había borrado el pasado, muchos aseguraban que ese conocimiento acumulado se conservaba para futuros tiempos y que la democracia alcanzada era reversible y lo guardado cobraría validez.
Numerosos criminales guardaron informes, fotos, datos de los apresados y de los procedimientos operativos de detención, todo cuidadosamente preservado, y que pudiera ser negociable. Unos represores eran más trascendentes que otros por las posiciones ocupadas y el acceso a la toma de decisiones en la época de la dictadura. Se esperaba que a partir de 2003, la necesidad de conocer dónde estaban los desaparecidos sería un objetivo priorizado de la administración argentina, empeñada en hacer justicia como una legítima aspiración del pueblo; sin embargo, cómo lograrlo, era lo menos conocido y difundido, más allá de poder encarcelar a los genocidas.
Para alcanzar ese propósito no antagónico con la política de derechos humanos, se habían tendido puentes de negociación con posibles represores arrepentidos, quienes para beneficio propio comenzaron a filtrar informaciones que permitieron esclarecer algunos casos. Las comisiones que funcionaron durante el gobierno de Alfonsín, ya explicadas, constituían un antecedente cercano. Los arreglos y sus participantes trataban de no exponerse debido a que ello implicaba enormes riesgos personales para poder encontrar los restos de los desaparecidos, no solo de argentinos sino de ciudadanos de otros países víctimas de la represión en los ocho años de la dictadura, incluso antes del golpe de Estado.
La realidad, en números, de esos ocho largos y oscuros años, se resume a un estimado de treinta mil desaparecidos; diez mil presos políticos, quinientos mil personas se exiliaron hacia otros países, incluso se refugiaron en el interior del país para evadir la represión, se mimetizaron en la geografía argentina, cambiaron de identidad, permanecieron escondidos. El 30,2 % de los desaparecidos, fueron obreros; el 21,0 %, estudiantes; 17,9% empleados, 10,7, profesionales y hasta las amas de casa, se estiman en 3,8. % de los ausentes.
Este aparente proceso negociador, que tal vez nunca existió como esfuerzo gubernamental, fue boicoteado por quienes se resistían a esa alternativa o no participaron en diálogos por no tener confianza en el sistema o simplemente prefirieron el voto mafioso y vitalicio del silencio. Un factor que inquietaba a los criminales era que junto a las revelaciones de los paraderos de los ausentes podían aparecer nombres de participantes en los hechos, iniciarse acciones judiciales de oficio y estos ser detenidos, juzgados y sentenciados.
Una cadena de venganzas contra quienes podían aportar datos reveladores se destapó por medio de sitios digitales que acusaban a delincuentes ya juzgados como potenciales fuentes utilizables por fiscales, abogados, investigadores, incluso por partícipes en un negocio próspero e inhumano que se desarrolló por quienes lucraron con la esperanza de los familiares de víctimas, que no escatimaron esfuerzos por encontrar a sus deudos y cayeron en las redes de los impresentables estafadores. La historia pasada y presente de Argentina registra decenas de casos de timos de este tipo.
Uno de los sitios más fustigador era uno identificado como “Alacrán777” ubicado en seprin.com de Internet, donde se aportaban datos personales, direcciones de viviendas, teléfonos, lugares frecuentados y nexos de represores que supuestamente estaban clandestinos y se incitaba a denunciarlos a las autoridades; en la jerga de ese medio se decía que era para “mandarlos al frente”, es decir delatarlos. Un interés particular se enfocó contra un represor con una visión muy amplia en ese mundo criminal y que ya había sido condenado por apropiador de una menor: Eduardo Alfredo Ruffo,10 calificado como el clandestino más visto en Buenos Aires y que fue detenido, como consecuencia o no de estas denuncias, el 26 de octubre de 2006, en una mansión de un barrio residencial de alto nivel y muy cerca de la División Unidad de Investigaciones Antiterroristas y luego trasladado a la cárcel de la ciudad de Marcos Paz, donde solicitó protección.
Más de un emprendimiento legislativo fue concebido para transitar una ley que buscara una forma que le diera al gobierno argentino instrumentos legales para encontrar los cuerpos de los desaparecidos, por medio de informaciones obtenidas a través de vías no convencionales. Era una corriente de solución que concluyó en el fracaso al menos por lo poco conocido sobre estas iniciativas. El tiempo transcurría inexorablemente y con ello, la desaparición física y mental de represores, fuentes potenciales de datos esclarecedores.
Después de indagar y recopilar la escueta y fragmentada información obtenida en Cuba y con la versión histórica conocida, se elaboraron agendas de trabajo para ser cumplidas en los países donde más posibilidades había de esclarecer, verificar y encontrar evidencias que confirmaran o negaran lo conocido e históricamente establecido.
Era importante determinar la disposición y apoyo que estuviesen a bien proporcionar las autoridades de los países elegidos para la búsqueda, también el nivel de conocimiento pretérito del hecho y determinar los lugares donde pudiera haber información. La indagación abarcaba la consulta de documentos, la entrevista a fuentes orales, sobre todo de actores históricos, para poder establecer la cadena de sucesos que habían concluido en el secuestro y el proceso posterior de desaparición. Si bien la exploración tenía una base histórica, no se trataba de reconstruir un pasaje de ese tipo solamente, la prioridad era encontrar los restos de los dos jóvenes. Este objetivo le añadió otras aristas forenses y antropológicas a la pesquisa, se convirtió, en esencia, en una labor científica multifactorial. Las décadas transcurridas desde el hecho, la añadieron dificultades adicionales a la misión.
Para encausar estas necesidades se cursaron notas diplomáticas a los Ministerios de Relaciones Exteriores de Argentina, Chile y Paraguay, que fueron presentadas en La Habana y en las respectivas capitales. Se les impartieron instrucciones a los embajadores de Cuba en esos países para comenzar a preparar el trabajo de terreno.
En febrero de 2004, viajé a Pinar del Río, para informarle a parte de los familiares de Jesús Cejas Arias que, de acuerdo a su solicitud, se comenzaría una investigación en Argentina. Les pedí me otorgaran un poder especial que me habilitara como representante legal para todas las diligencias necesarias.
Se necesitaba acopiar todos los datos de Cejas, muestras de sangre y saliva de los padres11 para establecer el requerido ADN, obtener algunas de sus pertenencias recibidas desde Argentina, posterior a su desaparición, así como registrar sus características físicas, signos distintivos, posibles cicatrices en huesos producto de caídas, accidentes, defectos físicos y todo aquello que pudiera ayudar a su identificación. Además, cotejar muestras de su caligrafía, cartas recibidas, huellas dactilares, establecer su hoja de vida, corta pero intensa, para en esa ruta encontrar nuevas evidencias utilizables.
Se había obtenido su expediente médico y el último control de su estado de salud realizado dos años antes de salir del país, el cual proporcionó datos muy útiles sobre su registro dental y otras características de su anatomía facilitadoras de su identidad.
Solicité a Teresita, su hermana gemela, fuese el enlace con su numerosa familia, integrada por sus padres, ocho hermanos y sus descendientes. Sus progenitores, todavía –como todos los padres de desaparecidos– abrigaban el anhelo de encontrarlo con vida. Le pedí discreción para hacer más viable el esfuerzo.
Miguel y Rosa, los padres de Cejas Arias, estaban ajenos a los pasos que se daban para encontrar a su hijo, así era necesario. La madre, como es típico en estos casos, no admitió nunca la pérdida de su hijo como desaparecido. Durante años le guardó su sitio en la mesa familiar, con la esperanza de que en cualquier momento apareciera. Cuando fue encontrado Galañena Hernández, la mamá de Jesús confirmó lo peor y enmudeció, se le agotaron las ganas de vivir, la ilusión de encontrar con vida a su hijo se desvaneció, se deprimió mucho, enfermó y requirió de cuidados especiales.
Lo mismo hice en Yaguajay, en la provincia cubana de Sancti Spíritus, donde vivían los hermanos de Crescencio. Sus padres habían fallecido y su hermano Mario estaría al tanto de nuevas solicitudes que surgieran de apoyo. También se accedió a sus antecedentes médicos y con esa información se hizo un resumen para ser utilizado en la búsqueda en el terreno.
El Laboratorio Central de Criminalística y el Instituto de Medicina Legal de Cuba, favorecieron la obtención y conservación de las muestras con los requerimientos internacionales establecidos y la cadena de custodia necesaria para estos casos. Por distintas causas, en más de cinco ocasiones, fue necesario obtener nuevas muestras de sangre de sus familiares. Este trámite, aparentemente sencillo, se tornaba complejo por el desconocimiento y negativa a aceptar la desaparición en particular de los padres de Jesús Cejas.
Fue necesario tomar las muestras de manera justificada, pero sin revelar el fin que se perseguía. No era ético, ni humano crear falsas expectativas y durante muchos años fue ineludible optar por el secreto. Intervenían muchos compañeros que se sumaron al mutismo en aras de un bien superior, gracias a ellos se logró satisfacer las renovadas solicitudes del Equipo Argentino de Antropología Forense.
A medida que se avanzaba en la investigación se suministraron más resultados a la familia, primero a su padre, después a sus hermanos, pero nunca se pudo revelar la realidad a su madre. Toda la documentación a tramitar fue debidamente legalizada ante las autoridades cubanas y la representación diplomática de Argentina en Cuba, para que tuviese efectos legales en ese país.
La misión humanitaria de encontrar los restos de los ciudadanos cubanos desaparecidos y presuntamente muertos, estaba en marcha con el apoyo decidido de muchas personas que se sumaron al sostén de la búsqueda.
Mientras se iniciaba la etapa exploratoria en el terreno, en Cuba, el historiador y periodista Pedro Etcheverry Vázquez, continuó en la recopilación de informaciones por medio de entrevistas a decenas de funcionarios y a sus familiares, quienes habían estado en Argentina en el momento de los hechos. Seguiría la indagación, en archivos nacionales, en búsqueda de documentos con antecedentes de las investigaciones realizadas sobre el secuestro, procesaría los resultados que se obtuvieran en el exterior, y sería la necesaria contrapartida de lo que se hacía en Buenos Aires, para que todo funcionara como un equipo durante los largos años de la perseverante investigación.
El 2 de mayo de 2004 se inició el trabajo en Argentina; se le explicó al embajador cubano Alejandro González Galiano el contenido, alcance y limitaciones de la investigación, se conoció lo hecho por la embajada cubana hasta ese momento y el programa preparado en apoyo al investigador y a su vez representante legal de las familias de los jóvenes.
Se redactaron varias y sucesivas notas diplomáticas para solicitar apoyo y recabar las informaciones que existiesen en los archivos históricos del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de la República Argentina, y en los registros de entidades especializadas en el orden interior y que pudieran haber estado relacionadas con lo acontecido durante los ocho años de la última dictadura militar. Se proporcionaron los datos personales de los desaparecidos para viabilizar la búsqueda. Fueron entregadas las notas y los resúmenes ante el entonces vice canciller Dr. Jorge Taiana, quien se interesó en el caso y dijo que informaría al canciller Rafael Bielsa, quien estaba en el exterior por compromisos de trabajo.
El vice canciller designó a una funcionaria del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto (MREC) para que sirviera de enlace entre la cancillería y la embajada de Cuba para la solución de problemas, encauzar entrevistas y hacer contactos necesarios en el país durante la investigación, lo cual fue de mucha ayuda. Recomendó, además, se consultara al Dr. Eduardo Luis Duhalde, secretario de Derechos Humanos del Ministerio de Justicia, que atesora el documentado Archivo de la Memoria y dentro de este a la Coordinadora Nacional de Desaparición de Personas, CONADEP, entidad que históricamente se ha dedicado a estos casos.
Allí conocí que el 29 de abril de 2002, esa entidad había solicitado a la embajada de Cuba en Argentina, antecedentes de la participación del terrorista internacional Luis Posada Carriles, en el secuestro de los diplomáticos cubanos. La solicitud estaba promovida por el exhorto internacional no. 19.146/01 librado por la Fiscalía Primera del Primer Circuito Judicial de la República de Panamá ante el Juzgado Nacional en la Criminal y Correccional Federal no. 4, en su Secretaría no. 7 a cargo del Dr. Eduardo Nogales.
El 21 de agosto de 2002 el MREC argentino envió a la coordinadora de la Comisión Nacional sobre Desaparición Forzada de Personas de la Secretaría de Derechos Humanos, a cargo de la Dra. Cristina Scacheri, un requerimiento de antecedentes sobre el probable nexo entre el criminal Posada Carriles en el secuestro de los cubanos, siempre a solicitud de las autoridades judiciales de la República de Panamá, que juzgaban a ese asesino y a otro grupo de secuaces por un intento de asesinato contra Fidel Castro Ruz, hecho frustrado en ese país en noviembre del año 2000. El 18 de septiembre la CONADEP respondió al MREC argentino con el envío de los antecedentes que obraban en sus archivos sobre Posada Carriles y el secuestro y desaparición de los cubanos. No se aportaban datos vinculantes de manera directa.
Esta pesquisa involucraba al mencionado criminal de origen cubano con este acto de terror, ya que desde que se constituyó oficialmente la organización terrorista Coordinación de Organizaciones Revolucionarias Unidas, CORU, en la región de Bonao, República Dominicana, en junio de 1976, cuando se aprobaron todas las operaciones que se llevarían a cabo, estimadas en dieciséis, en los meses siguientes; a Posada se le vinculó con algunas de ellas, como la colocación de la primera bomba en el Centro Cultural de Amistad Costa Rica-Cuba en San José el 30 de junio de ese año.
Cuando el terrorista fue detenido en Venezuela por estar involucrado en el derribo en pleno vuelo del avión cubano en las costas de Barbados, en su oficina apareció un mapa que mostraba el recorrido que haría el ex canciller chileno Orlando Letelier del Solar, el día de su asesinato en la capital de los Estados Unidos, con la participación de terroristas de origen cubano asentados en ese país. Sus asesinos eran miembros del llamado Movimiento Nacionalista Cubano, MNC del cual era cabeza principal Guillermo Novo Sampoll, sindicado por el ex general chileno Manuel Contreras, como uno de los interrogadores de los cubanos secuestrados en Buenos Aires, como antes se ha explicado.
Un represor con elevado rango en Automotores Orletti expresó: “Desconozco la conexión entre los cubanos y los chilenos. En los interrogatorios de Biedma y Mauro estuvo Townley y un agente de la DINA conocido como Fernández Fernández. No me consta que hayan interrogado a los cubanos”.12
Otros datos aseguraban que el secuestro había sido ejecutado por un denominado “Grupo Trinchera” y que Posada Carriles13 había realizado varios viajes a Argentina como parte de los preparativos. Este método de secuestrar funcionarios cubanos, nunca antes ensayado, lo probaron los terroristas de Miami el 23 de julio de 1976 cuando intentaron secuestrar al cónsul cubano en Mérida, Yucatán, Daniel Ferrer Fernández, hecho en que resultó asesinado Artaigñan Díaz Díaz, técnico cubano que lo acompañaba, y el 9 de agosto del mismo año en un nuevo intento lo lograron en Argentina con los jóvenes diplomáticos.
En los asuntos de la represión las casualidades no existen o son inducidas para que así lo parezcan, y este parecía ser un caso de ese tipo. En la búsqueda de documentos de la época, se encontró en el Centro de Documentación y Archivo de la Comisión Provincial por la Memoria, un grupo de informes en el legajo 5674 Sec. “C” no. 1949 en la carpeta “Varios”, sobre una investigación realizada por las fuerzas represivas de una vivienda ubicada en San Isidro, provincia de Buenos Aires. La documentación estaba fechada 21 de junio de 1976.
Una de las solicitudes de investigación se originaba en la Secretaría de Inteligencia del Estado dirigida a la Policía de la Provincia de Buenos Aires, DIPBA, referente a una casa, cuyo texto decía:
En la zona conocida como Lomas de San Isidro, barrio Santa Rita, localidad Boulogne, partido de San Isidro, se encuentra ubicada una propiedad adyacente a otra perteneciente a la embajada de Cuba, caracterizada por encontrarse pintada de amarillo y en cuyo techo se halla instalada una veleta coronada por la figura de un gallo.
Se solicitaba al jefe de la DIPBA, que en el plazo de una semana, antes del primero de julio, indicara la dirección correcta y el número de teléfono, nombre del o de los propietarios, así como sus datos identificativos, además las actividades que realizaban y sus profesiones, y si la vivienda era utilizada de manera permanente o para reuniones esporádicas. El 29 de junio se terminó esta indagación. La cual sugiere que la SIDE de la época buscaba, entre otras variantes posibles, una casa que accediera a la embajada de Cuba, la cual ya era vigilada.
En los pasos iníciales también se recomendó establecer vínculos con el Centro de Estudios Legales y Sociológicos, CELS,14 organismo que había en el pasado presentado solicitudes y causas judiciales sobre el tema de los desaparecidos y con el Equipo Argentino de Antropología Forense, EAAF, entidad con la cual se establecieron nexos sólidos. Las sugerencias del vice canciller Jorge Taiana fueron muy positivas y encausaron de forma dinámica las indagaciones sobre el caso.
Este funcionario había participado en la lucha contra la dictadura militar y estaba muy sensibilizado con las desapariciones. En las entrevistas sostenidas con él añadió que se había creado una Secretaría de Derechos Humanos en el MREC que estaba a cargo de la embajadora, la Dra. Alicia Oliveira, encargada de conocer de todos los casos de extranjeros desaparecidos en Argentina y de argentinos desaparecidos en el exterior.
El 12 de mayo de 2004, me presenté en el edificio ubicado en la avenida Comodoro Py15 2002, sede de juzgados y tribunales federales en la ciudad autónoma de Buenos Aires, como se le denomina a la capital argentina. Conocía que en febrero de ese año se había iniciado una causa para investigar los crímenes cometidos en Automotores Orletti, presentada a solicitud de familiares de víctimas uruguayas que fueron internadas en ese foco de represión para después ser asesinados y desaparecidos.
El Juzgado Federal no. 3 estaba a cargo del Dr. Rodolfo Conicoba Corral, se encontraba ubicado en el tercer piso del colosal e imponente edificio, donde se había entregado por los acusadores la documentación necesaria para dar inicio a la indagación sobre el caso denunciado. Uno de los nombres por los cuales se conocía la Causa en cuestión era: Causa no. 2637/04 caratulada “Vaello, Orestes y otros sobre privación ilegal de la libertad agravada y homicidio agravado” del registro de la Secretaría no. 6 del Juzgado Nacional en lo Criminal y Correccional Federal no. 3.16
El secretario de ese juzgado era el diligente y amable licenciado Adrián Rivera Solari, de la Secretaría no. 6 quien recibió la documentación que se había reunido sobre la desaparición de los diplomáticos cubanos y la posible presencia de estos en Automotores Orletti. Se le solicitó que mediara en una entrevista con el titular del juzgado para explicarle el objetivo de la investigación iniciada en Argentina en ese año. Se ofreció, de forma solidaria, para prestar ayuda después de conocer que representaba a los familiares de los desaparecidos al mostrarle los sendos poderes que me acreditaban como tal y que habían sido legalizados ante las autoridades argentinas para darle la necesaria validez fuera del territorio cubano.
Se le pidió, también, que la documentación entregada se aportara a la causa mencionada para que surtiera efectos legales y que se me incorporara como parte de esta, lo que me permitiría tener acceso a la documentación y recibir notificaciones sobre incidencias que se produjeran en el curso de las actuaciones judiciales.
La presencia de un apoderado de los familiares de los cubanos desaparecidos, causó una grata admiración en el Juzgado Federal no. 3. Se había aportado, además, un grupo de datos que sería de valiosa ayuda para los investigadores argentinos, que instruían el seguimiento de las indagaciones. Se inició un proceso que permitiría seis años después juzgar y condenar a represores por las muertes de los cubanos y de sesenta y tres casos más, todos asesinados en Automotores Orletti. Ya entonces, algunos familiares de las víctimas uruguayas estaban representados.
Esperamos unos días para realizar la entrevista con el juez Rodolfo Conicoba Corral, a cargo del Juzgado, acción que era vital para el seguimiento de los planes concebidos en el diseño investigativo. Uno de los objetivos adicionales a lograr en el encuentro, además de explicarle el propósito de la pesquisa, era acceder por su vía y buenos oficios a su colega la jueza, Dra. María Romilda Servini de Cubría.17
Esta jueza había entrevistado en diciembre de 1999 en Santiago de Chile, por medio de su abogado, al general Manuel Contreras sobre el asesinato en Buenos Aires del general chileno Carlos Prats González en 1974.18