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En este libro se aborda como tema fundamental el terrorismo de Estado ejercido por los Estados Unidos, a través de sus mercenarios contra Cuba. Entre 1974 y 1976 los planes para derrocar al gobierno revolucionario cubano se acrecentaron, mediante la utilización de todos los recursos disponibles con la ayuda de figuras connotadas del terrorismo internacional como: Orlando Bosch Ávila y Luis Posada Carriles. Entre los casos que aparecen está el sabotaje a la aeronave de Cubana de Aviación que, en pleno vuelo, fue dinamitada truncando la vida a 73 personas inocentes.
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Seitenzahl: 339
Veröffentlichungsjahr: 2018
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Edición base: Ricardo Barnet Freixas
Edición para e-book: María de los Ángeles Navarro González
Diseño de cubierta: Francisco Masvidal
Diseño de interior: Dora Alfonso
Corrección: Natacha Fajardo Álvarez
Emplane para e-book: Madeline Martí del Sol y Ana Molina González
©José Luis Méndez Méndez, 2006
© Sobre la presente edición:
Editorial de Ciencias Sociales, 2018
Estimado lector, le estaremos muy agradecidos si nos hace llegar su opinión, por escrito, acerca de este libro y de nuestras ediciones.
ISBN 978-959-06-1981-6
EDHASA
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RUTH CASA EDITORIAL
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A Gerardo, Antonio, René, Fernando y Ramón,
luchadores contra el terrorismo.
Al pueblo estadounidense, víctima del terrorismo anticubano.
A la juventud cubana, por su futuro.
El eterno agradecimiento a los héroes y
mártires de la Revolución, protagonistas,
conocidos unos y anónimos otros, todavía, de esta lucha.
A Laura, por el rigor de su edición.
A Humberto, por la excelencia y el mensaje del diseño.
A todos los que aportaron su experiencia, dedicación y constancia.
La lectura de este libro Los años del terror (1974-1976). Una historia no revelada, de José Luis Méndez Méndez, no solo impactará al lector, al conocer detalles asombrosos de la guerra terrorista que los Estados Unidos han sostenido durante casi medio siglo contra Cuba, sino que también permitirá reconstruir zonas oscuras en los laberintos de la muerte sin fronteras que significó la Operación Cóndor en las décadas de los años setenta y ochenta, en América Latina y el Caribe.
Esta operación criminal de contrainsurgencia, que posibilitó la coordinación de las dictaduras del Cono Sur para asesinar, secuestrar, torturar, trasladar ilegalmente de un país a otro a todos los opositores, fue posible por la capacidad y experiencia que para estas acciones habían acumulado los grupos terroristas cubano-americanos de Miami, agentes predilectos de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) estadounidense.
La lectura de este y de otros libros del mismo autor, y también de una grupo de investigadores cubanos, cuyos trabajos están estrictamente documentados, obliga a una revalorización en todos los análisis y las investigaciones sobre la Operación Cóndor.
Al sistematizar cuidadosamente lo actuado por estos grupos, que contaban y cuentan con la impunidad protectora de sus jefes estadounidenses, el autor de este libro posibilita un seguimiento que nos lleva a descubrir nuevas redes y lazos; pero, esencialmente, estamos viendo con trazos precisos, uno de los antecedentes más definidos sobre lo que fue la Operación Cóndor.
Utilizados los mercenarios por la CIA y otras instituciones para cubrir sus acciones de guerras sucias y de baja intensidad —en el esquema de la denominada Guerra Fría— como se hace con el común asesino a sueldo, los Estados Unidos fueron creando un monstruo sin control en muchos momentos. Al saberse impunes y protegidos, a veces accionaron más allá de las órdenes de sus jefes, poniendo en peligro algunas de aquellas operaciones; pero eso no determinó ningún cambio en la relación de empleador y empleado.
Amparados en esa impunidad, que sigue protegiéndolos en estos momentos, como se advierte en el caso de Luis Posada Carriles y de otros terroristas connotados, responsables de crímenes de lesa humanidad, estos grupos siguen conspirando con la anuencia total del gobierno de George W. Bush y de su hermano Jeb Bush, gobernador del estado de La Florida, como antes lo hicieran con el padre de ambos, George H. W. Bush.
Son numerosos los documentos que muestran estas relaciones y en los tiempos en que el futuro presidente George H. W. Bush estaba al frente de la CIA (1976-1977) se registra un salto cualitativo en las acciones terroristas, esencialmente en sus actividades en toda América Latina, y en sus conexiones directas con las dictaduras. Estas dictaduras —como ha sido revelado por una serie de documentos y los propios testimonios de los responsables intelectuales y directos— fueron mayoritariamente instaladas, apoyadas y sostenidas por los gobiernos de Washington.
Es por eso que también este libro permite a los investigadores descubrir y documentar la relación íntima entre los grupos y sus acciones y las órdenes y necesidades de la CIA, cómo se discutían en la oficina oval, donde Bush padre “cocinó” junto a otros altos funcionarios una cantidad de operaciones de guerra sucia.
Las administraciones estadounidenses sucesivas han estado preocupadas por el terrorismo de otros, mientras que dentro de su territorio estos grupos han actuado con total impunidad; excepcionalmente se ha reprimido a sus miembros con sanciones benévolas. Ha prevalecido la intimidación a jurados y a jueces, quienes en el momento de condenar han expresado simpatía por la causa política de los terroristas, faltando a toda ética profesional, temerosos de ser víctimas del castigo de estos o de sus compinches [...] En este libro se habla de terrorismo, del llevado a cabo por los terroristas del Imperio, de cómo ese flagelo mantuvo el pánico en las calles de Miami, de la historia que se quiere ignorar y borrar, de la que se debe conocer, porque quedan como cicatrices en la memoria de ambos pueblos. Enfrentar y vencer esta ola de terror causó pérdidas de vidas irreparables en el pueblo de Cuba, que ha pagado un alto tributo de sangre y dolor...
Asimismo, demarca con precisión los cambios producidos en el accionar terrorista desde que en la década de los años sesenta las acciones estadounidenses contra Cuba —incluyendo por supuesto la invasión por Playa Girón en 1961— estuvieron caracterizadas “por los ataques aéreos y marítimos al servicio de la CIA contra el territorio cubano”.
De allí nos lleva hacia las nuevas modalidades en los años setenta que significan los ataques terroristas contra los intereses de Cuba “y de otros países relacionados con la Isla en el exterior”, etapa que caracteriza como “sórdida” (1974-1976). Es en ese período cuando los extremistas anticubanos realizaron, por ejemplo, 202 actos terroristas, que afectaron a 23 países de varios continentes y que el autor refiere con detalles por momentos escalofriantes.
Solo en los Estados Unidos documenta 113 actos terroristas contra entidades estadounidenses y de otras naciones relacionadas con Cuba. “Cada cinco días, como promedio, se realizó un acto de terror, con su efecto de pavor, daños humanos y materiales”.
Después de esto el lector entra ya en el desarrollo del tema y en la sistematización de los actos de terror, tomando algunos años claves, aunque ya desde 1965 estos grupos estaban señalados por sus actuaciones en diversos países y especialmente en México, donde fueron acusados de una cantidad de atentados y asesinatos.
En todos los casos se observó la protección de los Estados Unidos para los responsables de estos delitos, cuando algunos de ellos eran capturados en países sobre los que Washington ejercía su dominio.
Caracteriza muy bien el autor este período en las relaciones de los Estados Unidos con América Latina y las incidencias que esto tuvo en las decisiones de sus gobernantes en relación con Cuba. A veces, inclusive, debió aflojarse la tensión levemente, pero al pasar a describir lo actuado por los terroristas queda establecido que los ataques, atentados y asesinatos estaban destinados tanto a golpear al interior de Cuba como a amedrentar a todos aquellos que se atrevían a desafiar ese aislamiento.
También revela los juegos políticos de las administraciones estadounidenses y las contradicciones que siempre ha habido —y hay— en las sombras de ese poder, en relación con Cuba y su casi increíble capacidad de resistencia, de casi medio siglo: una isla donde su revolución socialista no logró ser derribada ni por el más prolongado sitio de guerra que se haya impuesto a un país en la historia del mundo.
En el primer capítulo, en el cual el autor menciona al año 1974 como “el preludio del terror”, se nos revela los trasfondos de la doble moral de los gobiernos estadounidenses, tan nítidamente como se puede reconocer hoy, cuando el Imperio se ha desnudado ante el mundo, y ha establecido lo que muy bien puede caracterizarse como un terrorismo de Estado al nivel mundial.
El centro clandestino de detención de Guantánamo, el genocidio contra los pueblos de Afganistán e Irak, las cárceles ilegales y los “vuelos de la muerte”, las torturas, las leyes abiertamente fascistas del Acta Patriótica, entre otras medidas de control absoluto aplicadas contra los ciudadanos de su propio país, son hechos visibles aun para las mayorías atrapadas en la manipulación informativa.
En este caso el libro es un profundo y necesario ejercicio de la memoria para entender el presente.
Eso se logra rápidamente por medio de la propia estructura de esta obra, sin ningún desborde ni desmesura, al describir los hechos, los tan bien investigados movimientos de esos ejércitos de las sombras, que no solo se dedicaron a aterrorizar al pueblo cubano, sino que llevaron su guerra contra todos nosotros. Es por eso que su lectura se hace imprescindible para reconstruir nuestra propia historia
También es importante observar los movimientos pendulares de la política de los Estados Unidos contra Cuba, cuyas posiciones de principios profundos pusieron más de una vez en trances difíciles a la mayor potencia del mundo; así vemos cómo Washington debió realizar un extraño entretejido de movimientos y maniobras para enfrentar los desafíos que la Isla le planteaba en la región. Incluso aparecen los períodos de intentos de distensión en reuniones secretas, que son para Nuestra América de una riqueza insuperable como experiencias políticas que enriquecen las perspectivas regionales.
La saga de atentados y crímenes contabilizados además en los años 1975 y 1976, cuando —como dice el autor “se desata el terror”— puede seguirse por las noticias aparecidas en algunos medios en los cuales se publicaban además incluso los compendios de “las actividades violentas” y se definía la llamada (por los extremistas anticubanos) “Tercera Posición “sinónimo de terrorismo y de lo que estos grupos definirían en algún momento como “guerra por los caminos del mundo”, tan identificada luego en la Operación Cóndor, o en lo que hoy están llevando adelante los Estados Unidos en todo el planeta.
Al parecer, la administración estadounidense ha retomado al nivel global aquellas enseñanzas de la guerra terrorista “por los caminos del mundo”, pero incluso ya ni siquiera en el antiguo esquema de la guerra sucia y de la contrainsurgencia encubierta.
En el año 1975, por ejemplo, las 65 muertes por atentados triplicaban las cifras de 1974 (21 muertos y 176 heridos); los “daños a la propiedad”, según el FBI, “se valoraron por un monto aproximado de 24 millones 500 mil dólares. El año anterior solo habían ascendido a 8 millones de dólares, es decir, en 1975 ¡hubo un incremento de un 300 % en relación con el año precedente!”
La larga jornada terrorista de 1976, que disparó no solo las acciones criminales sino la cifra de víctimas comenzó —como señala el autor en el capítulo final— el 2 de enero, cuando estalló una bomba en el auto de un matrimonio de emigrados cubanos residentes en Cliffside, estado de Nueva Jersey. Ricardo Maldonado y su esposa salieron ilesos por escasos segundos. Al día siguiente, un cable de la agencia española EFE, fechado en los Estados Unidos, sentenciaba: “Entra Estados Unidos en su bicentenario bajo el signo de las bombas y el terrorismo”. El día 7 de ese mes Réplica, en su balance anual sobre el comportamiento del terrorismo durante el año anterior, publicó: “La actividad que ha caracterizado al exilio cubano durante 1975 ha sido el terrorismo”; es decir, estaban muy bien identificados los actos y los autores, pero eran los tiempos del esplendor de la impunidad.
No obstante, al releer los capítulos del libro, que obliga a ver en su conjunto los hechos de terrorismo de aquellos tiempos y la perdurabilidad hasta hoy de sus responsables, nos preguntamos ¿Cómo ignorábamos esto?
La reflexión surge de inmediato: Si quienes hacíamos un seguimiento de esta situación desconocíamos una cantidad de estas acciones protagonizadas por los mismos grupos que actuaron junto a las dictaduras centroamericanas y sureñas, ¿qué sentirán todos aquellos que acceden a esta información, tan precisa como estremecedora, por primera vez?
Son los mismos terroristas los que actuaron contra Cuba, los que fueron torturadores en Viet Nam y en otros países, los que se jactaban de “volar” los automóviles de las víctimas del terrorismo de Estado que unificaba a las dictaduras en su accionar conjunto en la Operación Cóndor. Razones tenían los fascistas italianos en sus declaraciones como “testigos protegidos” en Italia, al referirse a las dictaduras del Cono Sur. “Los cubanos de Miami, eran los más expertos” en el arte de asesinar y volar “enemigos”.
Esos “expertos”, formados para matar sin piedad ni miramientos, instrumentos de un poder perverso, figuras claves en la represión en Venezuela, en Centroamérica, trabajando codo a codo con la DINA de Chile, la policía política del entonces dictador Augusto Pinochet; con los “escuadrones de la muerte” en todo el continente, con la Triple A, sembrando el crimen en las calles argentinas en los años 1974-1975, y luego con los dictadores, deben ya ser llevados ante la justicia. La impunidad es también una forma de muerte para las víctimas y una tentación perversa para la continuidad de los crímenes.
En estos capítulos escritos tan brillantemente con la austeridad necesaria, todos encontraremos nuevos caminos hacia la verdad, y aprenderemos a reconocer los signos de las amenazas, cuando el enemigo está regresando sobre Nuestra América, soñando un esquema de recolonización que terminará siendo el derrotero de su propio final. Este libro es también un homenaje, quizás uno de los más profundos, a cinco jóvenes cubanos cuyo “delito”, según los lineamientos de Washington, fue precisamente intentar detener la mano del crimen, por amor a su pueblo. Si en aquellos años del horror hubiera habido en el nido de los cóndores, en el sitio exacto donde se trazaba el esquema de la muerte y el genocidio que nos aconteció, cinco jóvenes verdaderamente antiterroristas, capaces de sacrificarlo todo por amor a la vida de los otros y la paz, no estaríamos buscando aún las tumbas sin nombre de miles y miles de desaparecidos en Nuestra América ni asistiendo a la exhibición aterrorizante de las torturas y los torturados, como lo estamos viendo por los grandes medios masivos del poder hegemónico, no para desterrarla, sino como un mensaje aterrorizador para los pueblos.
Cada trabajo, como este que nos entrega José Luis Méndez, es un paso gigante en defensa de la humanidad toda y un llamado a la conciencia para evitar que en el marco de la guerra, infinita y sin fronteras, declarada por los Estados Unidos al mundo, se pueda reeditar al nivel global —como lo estamos viendo ya de alguna manera— y caso sin límite alguno, aquellos años del terror “por los caminos del mundo”.
Stella Calloni
26 de julio de 2006
El pueblo de los Estados Unidos, como el de Cuba, ha sido víctima del terrorismo y no toleraría que en su territorio se proteja a notorios terroristas mientras se castiga injustamente a quienes los han combatido sacrificando sus propias vidas...
Mensaje al pueblo de los Estados Unidos, Asamblea Nacional del Poder Popular de la República de Cuba. 21 de diciembre de 2002.
En Miami nunca debió celebrarse el juicio contra los cinco jóvenes cubanos, cuya única misión siempre fue la de luchar contra el terrorismo, en favor de la paz para Cuba y los Estados Unidos.
Por más de cuatro décadas ha sido una plaza tomada por una minoría que, por medio de la violencia, trata de someter a la emigración cubana y a las otras comunidades que allí residen. La mafia anticubana ha arrastrado a Miami, durante años, a la más escandalosa corrupción. Muchos estadounidenses la asumen como una porción de los Estados Unidos secuestrada por una facción extremista de la comunidad cubana; una minirrepública con leyes y códigos propios, que ilusoriamente aspira a tapar el sol que ilumina, controlar el aire y cortar el agua en Cuba. Es también la ciudad que más ha sufrido los actos de terror de esos mismos grupos.
La agresión sostenida le ha impuesto a Cuba el estado de permanente necesidad de conocer, prevenir y neutralizar los planes que se han engendrado, organizado y protegido en los Estados Unidos por organizaciones y elementos extremistas de la comunidad cubana radicada allí. Ha sido el deber legítimo y elemental de defender a los ciudadanos cubanos y sus intereses, la seguridad interna y el desarrollo normal de la sociedad.
Si algunas de las diez administraciones que han desfilado por la Casa Blanca no han utilizado el terrorismo para alcanzar sus propósitos políticos en el intento por derrocar al Gobierno Revolucionario, por lo menos lo han tolerado, han “dejado actuar” a los grupos de terroristas anticubanos, los han protegido según sus intereses coyunturales. Ha habido momentos de mayor auge, cuando el terrorismo ha sido evidentemente el instrumento de la política exterior de los Estados Unidos contra la Revolución Cubana, cuando se utilizó con más violencia contra el territorio cubano y contra sus intereses y su personal en el exterior.
El terrorismo procedente de los Estados Unidos también ha afectado su propia seguridad nacional. Desde sus inicios, se ha tratado como un caso de terrorismo doméstico. Paradójicamente, después de Cuba, ha sido el país más afectado por los actos de terror de los grupos extremistas anticubanos que tienen allí sus bases y han sido utilizados como instrumentos de la agresión. Han sido cuervos criados por el Imperio que, en ocasiones, se han vuelto en su contra.
Si bien la década de los años sesenta se caracterizó por los ataques aéreos y marítimos al servicio de la CIA contra el territorio cubano, los años setenta expresaron un cambio de modalidad con predominio de los ataques con bombas a los intereses de Cuba y de otros países relacionados con la Isla en el exterior. La investigación que se presenta en esta obra nos aproxima a una etapa particularmente sórdida y brutal del terrorismo anticubano, el trienio 1974-1976, cuando se desató contra Cuba y los Estados Unidos una intensa campaña, que afectó a intereses y personal de ambos países, así como a objetivos europeos y latinoamericanos. En esos tres años los extremistas anticubanos llevaron a cabo 202 actos terroristas, que afectaron a 23 países de varios continentes. En los Estados Unidos se efectuaron 113 actos contra entidades estadounidenses y de otras naciones relacionadas con Cuba. Cada cinco días, como promedio, se realizó un acto de terror, con su efecto de pavor, daños humanos y materiales.
En estas páginas el lector encontrará el proceso de acercamiento diplomático entre los Estados Unidos y Cuba, más la reinserción de esta última en el entorno regional como resultado del ejercicio soberano de países latinoamericanos y caribeños, que hicieron valer su derecho a la libre determinación y restablecieron relaciones con la Isla. Estos países, inmediatamente, fueron víctimas de decenas de actos de terror ejecutados por extremistas anticubanos como acción punitiva por haber reconocido a la Revolución.1
1 En 1972 Barbados, Guyana, Jamaica, y Trinidad y Tobago habían alcanzado su independencia y establecieron relaciones plenas con la República de Cuba. Guyana fue blanco de los terroristas por su cooperación en el tránsito por su territorio de los aviones civiles cubanos con destino a África. Como se verá, más adelante, Luis Posada Carriles, Orlando García Vázquez y Ricardo Morales Navarrete instaron, en septiembre de 1976, a Orlando Bosch para que realizara acciones contra Guyana. En el avión civil cubano que explotó en pleno vuelo el 6 de octubre de 1976 en Barbados iban estudiantes guyaneses que se superarían en la Isla. Para más información, consultar el documento desclasificado del FBI número 105-304390 de 16 de agosto de 1978.
Otro factor que rompió el aislamiento fue la resolución adoptada en el marco de la OEA, que dejaba, a discreción individual, la decisión de restablecer vínculos bilaterales plenos o parciales con Cuba. Por su parte, Cuba había dado continuidad a su legítima tradición internacionalista de apoyar la liberación de los pueblos de Asia, África y América Latina y, en particular, a la consolidación de la independencia de Angola con armas y hombres.
El 9 de agosto de 1974 asumió la administración de los Estados Unidos el republicano Gerald Rudolph Ford, quien, en un proceso político, sucesivo y acelerado había pasado de vocero de la mayoría de la Cámara de Representantes a vicepresidente y, con la renuncia de Richard Nixon como presidente, a la más alta magistratura, sin que ningún estadounidense hubiera colocado una boleta en su favor en las urnas.
Esa administración, que duró algo más de dos años, fue el período más virulento que registra la historia de las agresiones contra Cuba en el exterior. Se realizaron tres acciones directamente contra el territorio cubano. El último año del trienio (1976) fue electoral y, en ese contexto, los terroristas anticubanos actuaron con impunidad total.
A principios de 1975 se iniciaron conversaciones secretas, en Nueva York, entre representantes de los Estados Unidos y de Cuba para buscar una distensión en las relaciones bilaterales. Fueron iniciadas el 11 de enero y suspendidas, después del 15 de noviembre por la parte norteamericana, cuando se incrementó la asistencia solidaria de Cuba a la consolidación del Movimiento para la Liberación de Angola (MPLA).
Las organizaciones terroristas anticubanas recibieron indicaciones de actuar con libertad en todas direcciones, con el uso de recursos cuantiosos, e incluso, retomaron sus acciones dentro de los Estados Unidos. La situación se les fue de control a las autoridades y ocasionó, como se verá, daños considerables para la estabilidad y seguridad ciudadana en el sur del estado de La Florida y en otras ciudades de ese país.
En 1976 la Revolución Cubana consolidó el proceso de institucionalización del país con la aprobación, por mayoría abrumadora, de su Constitución socialista, inicio de su fortalecimiento como Estado socialista, libre, soberano e independiente.
En este libro se podrá conocer sobre la aparición, el desarrollo y el fin de la agrupación Omega-7, que durante diez años, entre 1974 y 1983, efectuó más de sesenta actos de terror dentro de los Estados Unidos. Se llega hasta la mitad de los años ochenta, cuando se encausó a su cabecilla principal, Eduardo Arocena, y a un grupo numeroso de sus miembros. No hay ruptura del alcance de esta entrega, porque la mayoría de sus miembros tenían un historial extenso de actos de terror que abarcaba la década precedente, período en que se enmarca esta investigación. Son tendencias que trascienden, en más de cuatro décadas de terrorismo contra Cuba.
El lector podrá encontrar respuestas, hasta ahora desconocidas, a preguntas sobre los motivos de este proceder criminal: conocerá del proceso de desarrollo y ejecución de los actos de terror; de los resultados de las pugnas internas cuando grupos diversos lucharon entre sí para imponer su voluntad y someter a otros sedientos de poder; de los esfuerzos de las autoridades por restablecer el orden y encausar a las organizaciones terroristas. Al final se tendrá una visión documentada de por qué estos años, no los únicos, fueron los del terror anticubano y cómo impactó también a los ciudadanos estadounidenses, quienes durante años han tenido como vecinos a mafiosos corruptos y terroristas protegidos por diferentes administraciones; tal es el caso del gobierno de George W. Bush, que todo lo tolera.
Intereses y voluntad política de utilizar a los terroristas en los planes para derrocar a la Revolución han prevalecido por encima de las propias necesidades de seguridad interna. Contrario, en ocasiones, al parecer de las autoridades judiciales, han delinquido e irrespetado al país que les dio refugio. Contradicciones internas puntuales, no antagónicas en su esencia, han provocado que los terroristas intimiden a su aliado para conseguir mejores facilidades y autonomía.
Las administraciones estadounidenses sucesivas han estado preocupadas por el terrorismo de otros, mientras que dentro de su territorio estos grupos han actuado con total impunidad; excepcionalmente se ha reprimido a sus miembros con sanciones benévolas. Ha prevalecido la intimidación a jurados y a jueces, quienes en el momento de condenar han expresado simpatía por la causa política de los terroristas, faltando a toda ética profesional, temerosos de ser víctimas del castigo de estos o de sus compinches.
En este libro se habla de terrorismo, del llevado a cabo por los terroristas del Imperio, de cómo ese flagelo mantuvo el pánico en las calles de Miami, de la historia que se quiere ignorar y borrar, de la que se debe conocer, porque quedan como cicatrices en la memoria de ambos pueblos.
Enfrentar y vencer esta ola de terror causó pérdidas de vidas irreparables en el pueblo de Cuba, que ha pagado un alto tributo de sangre y dolor. Los que no vivieron este proceso tienen el derecho de conocer estas páginas heroicas de sus abuelos y sus padres, como un legado indeleble de la historia nacional. El sacrificio no fue en vano, preservó la seguridad y estabilidad nacional y la de otros países víctimas del terrorismo contra Cuba, incluidos los Estados Unidos; permitió la construcción en paz de un socialismo sólido, indestructible, solidario, internacionalista y garante de la justicia social de que disfrutamos.
el autor
El análisis del contexto político en la década de los años setenta en los Estados Unidos y en el mundo permite conocer e interpretar las causas que condicionan el uso del terrorismo como política oficial norteamericana con respecto a Cuba. Para diciembre de 1972 siete países latinoamericanos mantenían relaciones diplomáticas con la Isla, y otros manifestaban intenciones claras de restablecerlas. En abril de 1974 el gobierno de los Estados Unidos aprobó las licencias para que las filiales de las empresas automovilísticas Ford, Chrysler y General Motors en Argentina negociaran con Cuba un convenio comercial por valor de 1 200 millones de dólares.
Aparentemente, las condiciones internas en los Estados Unidos y las de carácter continental e internacional propiciaban un cambio de política. No obstante, el entonces secretario de Estado estadounidense, Henry Kissinger, señalaba a raíz de su regreso de la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA) en 1974: “Estados Unidos no restablecerá relaciones con Cuba”.2
2 Colectivo de autores: De Eisenhower a Reagan. La política de Estados Unidos contra la Revolución Cubana, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1987, p. 202.
Las prácticas del ejecutivo estadounidense hacia Cuba eran objeto de fuertes críticas en múltiples sectores económicos, políticos y sociales dentro y fuera de los Estados Unidos. El fracaso era evidente desde 1969. La Revolución Cubana había demostrado ser un proceso irreversible a pesar del esfuerzo de administraciones sucesivas por derrocarla. Esta percepción llevaba a diversos grupos intelectuales y figuras prominentes del Congreso estadounidense, durante 1973 y 1974, a reclamar una revisión de dicha política. Congresistas como William Fulbright, Edward Kennedy y Frank Church, entre otros, y la opinión pública, por medio de diversas encuestas, se pronunciaron en favor de este análisis.3
3 Véase editoriales de The New York Times, 19 de noviembre de 1972; The Washington Post, 17 de noviembre de 1972; Christian Science Monitor, 27 de noviembre de 1972. Asimismo, una encuesta Gallup de 29 de marzo de 1973 señalaba que el 71 % de los entrevistados favorecía las relaciones con Cuba, en U. S. Policy Toward Cuba, Oficina de Imprenta del Gobierno, Washington, 18 de abril de 1973, p. 56.
Hasta entonces, la aplicación de esta política había dificultado las relaciones estadounidenses con otros países vinculados al comercio con Cuba y causaba mayores gastos políticos que beneficios. Además era, a todas luces, inconsistente en momentos en que se afianzaba la distensión internacional y Washington mantenía importantes negociaciones con la Unión Soviética y China. Además, no tenía sentido luego del planteamiento del presidente Richard Nixon, quien había señalado, en octubre de 1969, al referirse a América Latina: “trataremos de manera realista con los gobiernos [...] tal y como son”.4
4 Véase Weekly Compilation of Presidential Documents, Washington, 31 de octubre de 1969, p. 42.
Pocos años después se vería que ese tal “realismo” sería un pragmatismo reaccionario mediante el cual los Estados Unidos apoyaron a los regímenes de corte dictatorial. Fue el caso de Chile en septiembre de 1973 y de Argentina en 1976. Súmense el manejo turbio de Nixon en la agresión a Viet Nam y en el escándalo de Watergate.
Era obvio que la solidaridad verdadera de Cuba no hubiera aceptado ninguna distensión con los Estados Unidos mientras estos agredían cobardemente a Viet Nam y practicaban una política de gendarme internacional, bombardeando a Cambodia y derrocando, por medio de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), al gobierno progresista de Salvador Allende en Chile; y mucho menos, mientras Washington mantenía su política agresiva, el bloqueo económico, y su presidente fuese Nixon, cuyos sentimientos anticubanos y su vinculación personal con la contrarrevolución hacían imposible una solución al llamado “diferendo histórico”, y que en realidad es todavía una agresión sostenida y generalizada. Así lo expresaba Fidel Castro:
[...] los yanquis no tienen derecho ni base para soñar con ningún tipo de normalización en las relaciones con Cuba [...] ¿Qué tipo de relaciones normales o arreglos pueden haber entre un país revolucionario como Cuba [...] y este imperialismo yanqui, este gobierno genocida, este gobierno policíaco, este gobierno agresivo? [...] Desde luego, el antiguo lenguaje insolente y falta de respeto ya no es usado por aquellos que una vez pensaron que nos pondrían de rodillas. Ahora casi ellos parecen anhelar un gesto de Cuba. Pero tal anhelo, señor Nixon, [...] nunca será realizado.5
5 Colectivo de autores: De Eisenhower a Reagan..., ed. cit., p. 204.
Cuando Nixon salió de la Casa Blanca, en agosto de 1974, se abrieron nuevas posibilidades de cambio en la política oficial de Washington hacia Cuba. A solo veinte días de ocupar la presidencia, Gerald Ford señaló, en una conferencia de prensa, que la política de los Estados Unidos hacia Cuba estaba determinada por las sanciones adoptadas en la OEA: “Si Cuba cambiara su política hacia los Estados Unidos y sus vecinos latinoamericanos, nosotros, por supuesto, ejerceríamos la opción, en dependencia de los cambios que fueran, para cambiar nuestra política. Pero antes que hiciéramos algún cambio, actuaríamos ciertamente en concierto con los otros miembros de la OEA”.6
6Ibíd., p. 205.
Así enunciada, la política de Ford no se diferenciaba mucho de los últimos discursos de Nixon sobre el tema, solo se notaba un intento de legitimarla mediante la OEA, en concordancia con el “nuevo diálogo” que había instrumentado Kissinger para América Latina. Aparentemente, Ford daba a entender que si la OEA, levantaba las sanciones, los Estados Unidos actuarían “en concierto”, cambiando su política; sin embargo, esta impresión, como se comprobaría más tarde, era falsa.
Así, en noviembre de 1974, en una reunión especial de la OEA, en Quito, Ecuador, para levantar las sanciones anticubanas, Washington, aparentando neutralidad, logró manejar los votos necesarios para mantenerlas; pero, a su pesar, esta actitud y la aprobación de la Ley de Comercio de los Estados Unidos a comienzos de 1975, habían puesto en crisis el “nuevo diálogo”, y el ejecutivo comenzó a considerar la posibilidad de un cambio de política hacia Cuba que eliminara el obstáculo cubano en sus relaciones con América Latina. Además, otras condicionantes objetivas de carácter interno y mundial se sumaban: los fracasos sucesivos de la política exterior norteamericana; el afianzamiento del proceso de la distensión internacional y la coexistencia pacífica; la retirada de las tropas estadounidenses de Viet Nam en 1973, así como los efectos de la crisis económica de 1974-1975, que coincidía con un alza considerable de los precios del azúcar.
Persistía, en la agenda bilateral, una lista larga de problemas por resolver: los millones de dólares que se reclamaba por concepto de indemnización por las expropiaciones; el mantenimiento del bloqueo económico, que había ocasionado daños y perjuicios cuantiosos a Cuba durante más de quince años, y la campaña en los Estados Unidos sobre la supuesta violación de los derechos humanos en la Isla, que era utilizada como pretexto para mantener la política de aislamiento.
En consonancia con el primer objetivo, Washington se veía obligado a derogar las legislaciones punitivas referidas al bloqueo económico en las que resultaran implicados terceros países. Paralelamente, para la consecución de su segundo objetivo, la administración de Ford aprovechó varios gestos positivos aparentes para sondear la posición del gobierno cubano: extensión del permiso de viaje a los diplomáticos cubanos acreditados ante Naciones Unidas a 250 millas; licencia a las ventas canadienses y argentinas de filiales; votación en Costa Rica en favor del levantamiento de sanciones; derogación del bloqueo a través de terceros países; un tono más moderado en las declaraciones públicas con respecto a la Isla, y, por supuesto, aparecieron en escena argumentos para cuestionar nuestra solidaridad militante con el hermano pueblo de Puerto Rico en los momentos en que se desarrollaba la Conferencia de Solidaridad con ese país en La Habana. Según Kissinger, Cuba estaba interfiriendo en los asuntos internos de esa isla.7
7 Véase The New York Times, 29 de marzo de 1977, p. 8.
En 1974 tuvieron lugar negociaciones secretas entre altos funcionarios del Departamento de Estado estadounidense y diplomáticos cubanos de la Misión de Cuba ante las Naciones Unidas en Nueva York, y en 1975 se experimentó una cierta flexibilización de las medidas del bloqueo, al aceptar los Estados Unidos que subsidiarias de sus empresas en terceros países comerciaran con Cuba, e, incluso, promovió, en ese mismo año, una decisión de la OEA que permitía a cada país determinar por su cuenta las relaciones oficiales con la Isla, lo que revirtió las sanciones colectivas de 1964 y excluyó al hemisferio del proceso negociador a pesar de haberse comprometido con la multilateralización del esquema de hostilidad. Este proceso continuó en los dos años siguientes, como expresión de la voluntad ejecutiva, durante la administración de Gerald Ford. Como consecuencia, el conflicto entre Cuba y los Estados Unidos se circunscribió en esta etapa al marco bilateral.
Otro factor de importancia lo constituía la presión de intereses económicos y políticos poderosos, con grandes inversiones en el exterior o al comercio internacional, para los que el bloqueo y la hostilidad abierta contra Cuba quedaban obsoletos en el desarrollo de la estrategia en política exterior que estos propiciaban y alentaban, en momentos de una grave crisis económica mundial y para los que el objetivo de los Estados Unidos no podía ser menos que el fin del régimen marxista-leninista en Cuba sin recurrir a la guerra, subversión o, incluso, el embargo, en una versión actualizada de la política de “tendido de puentes” instrumentada por Washington desde la década anterior hacia los países socialistas de Europa. Ese fue el objetivo del primer informe de la Comisión Linowitz,8 integrada por antiguos ejecutivos del gobierno, académicos y altos empresarios, y financiada por las fundaciones Ford, Rockefeller y Clark. Dicho informe, presentado al presidente Ford, en octubre de 1974, señalaba que no estimaba que: “continuar la política de aislamiento con relación a Cuba adelante en forma significativa afectaba los intereses de los Estados Unidos. Políticamente, los Estados Unidos se arriesgan a convertirse en el país que quede aislado a medida que país tras país latinoamericano restablece relaciones con Cuba”, y recomendaba que los Estados Unidos buscasen una relación más normal y pusieran fin al bloqueo económico. En este propósito se mostraban de acuerdo, esta vez, muchos de los grandes consorcios económicos, tales como Dow Chemical, General Motors, Pepsi Cola Inc., entre otros, que calculaban las posibilidades de este nuevo mercado.
8 Colectivo de autores: De Eisenhower a Reagan..., ed. cit., p. 206.
Por su parte, la corriente favorable a Cuba dentro del Congreso se iba consolidando y reclamaba con urgencia un cambio, cuyo impacto sobre el Ejecutivo se hacía más significativo luego de varias visitas de congresistas a la Isla y del fortalecimiento creciente de ese órgano en conjunto frente a la presidencia, después que Nixon renunciara.
La primera y notable manifestación pública, que apuntó al aparente cambio de la línea política de Ford, lo constituyó el discurso del secretario Kissinger, el 1ro. de marzo de 1975, en Houston, Texas. En este, los Estados Unidos considerarían cambios en sus relaciones bilaterales con Cuba, si la OEA levantaba las sanciones. De esta forma, Kissinger reforzaba la impresión que había dado el presidente en agosto de 1974, pero, a diferencia de entonces, Washington estaba decidido a que la OEA pusiera fin, de una manera aceptable, para los Estados Unidos, al bloqueo económico y diplomático de 1964. Con este objeto, Kissinger se había encargado de promover, desde fines de 1974, una revisión de los estatutos del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), de forma tal que solo fuera necesaria una mayoría simple, en lugar de los dos tercios, para levantar las sanciones. En su intervención —considerada la más conciliatoria de un alto ejecutivo estadounidense desde hacía muchos años— señaló al referirse a la Isla: “No vemos virtud en un perpetuo antagonismo entre Estados Unidos y Cuba [...] Hemos tomado algunos pasos simbólicos para demostrar que estamos preparados para movernos a una nueva dirección si Cuba lo deseaba”. Sin embargo, a pesar de esta retórica de alto vuelo, el secretario de Estado demostraba en su propia alocución que no existía un cambio sustancial de concepción con respecto a Cuba al retomar los viejos argumentos hegemónicos y agresivos: “Nuestras preocupaciones se relacionan, sobre todo, con las políticas externas de Cuba y las relaciones militares con países fuera del hemisferio”.9
9Ibíd., p. 207.
En realidad este discurso no había sido pensado para un auditorio cubano sino latinoamericano, en un esfuerzo por desactivar el problema cubano como foco de fricción en los intentos de resucitar el “nuevo diálogo”.
Luego de varias consultas y de la enmienda al TIAR, la OEA, en una reunión especial en Costa Rica en julio de ese año, aprobó la mencionada fórmula, según la cual los países miembros quedaban en libertad de restablecer los lazos con Cuba al nivel que estimaran pertinente. Para esa fecha once países latinoamericanos habían tomado la decisión, en forma soberana, ignorando los acuerdos. En esa ocasión, los Estados Unidos votaron en favor, en concordancia con su nueva concepción del caso cubano. Las posiciones conservadoras de Ford y sus seguidores no se diferenciaban mucho de las opiniones que fundamentaban la política anticubana llevada a cabo por las cuatro administraciones estadounidenses que le precedieron, solo que actuaban con un mayor realismo político.
Avanzado 1975 surgieron asuntos internos en los Estados Unidos, que comenzaron a imponerse y a dañar las posibilidades de normalización de las relaciones. Se está hablando de la campaña electoral en curso para las elecciones generales de 1976 y de la oposición de sectores demócratas y republicanos a los vínculos con la Isla, en un intento por ganarse el apoyo político, económico y electoral de la emigración cubana, sobre todo en La Florida. En ese mismo contexto, el subsecretario de Estado para Asuntos Interamericanos, William D. Rogers, quien había tenido un desempeño protagónico en las conversaciones secretas con funcionarios cubanos, comenzó a oponerse a una acción legislativa de la Cámara de Representantes para levantar el bloqueo afirmando que esta medida “desmantelaría nuestras restricciones comerciales bilaterales [léase bloqueo económico] automáticamente sin quid pro quo en retorno”.10
10Ibíd., p. 210.
A partir de noviembre de 1975, cuando se incrementaba la presencia militar de Cuba en Angola, y durante todo 1976, el presidente Ford y el secretario de Estado Kissinger desarrollaron una campaña anticubana intensa a raíz del triunfo del Movimiento para la Liberación de Angola con el apoyo internacionalista de Cuba y del movimiento revolucionario, y que hizo fracasar los planes de Kissinger y la CIA de apoderarse de Angola antes del 11 de noviembre, por medio de las bandas fantoches del Frente Nacional para la Liberación de Angola (FNLA), la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA), y las tropas de Sudáfrica.
El 20 de diciembre de 1975, el día siguiente al que el Senado cortara todos los fondos de ayuda a las bandas contrarrevolucionarias en Angola, el presidente Ford exclamó: “La acción del gobierno cubano al enviar fuerzas de combate a Angola destruye cualquiera oportunidad de mejoramiento de relaciones con Estados Unidos”.11 Dos días después, en la clausura del Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC), el primer secretario, Fidel Castro, respondía:
11Ibíd.
Es curioso que el Presidente de Estados Unidos, el señor Ford, nos amenace con eso. Antes, cuando existía cuota azucarera, la suprimieron; cuando existía comercio entre Estados Unidos y Cuba lo suprimieron; pero ya no les queda nada por suprimir y ahora suprimen las esperanzas. Esto pudiera llamarse “el embargo de la esperanza” por parte del Presidente de Estados Unidos. Ha embargado realmente lo que no existe. Si para tener relaciones con Estados Unidos hay que renunciar a la dignidad de este país, hay que renunciar a los principios de este país, ¿cómo se pueden tener relaciones con Estados Unidos?12
12Ibíd., pp. 210-211.