El escándalo Irán-Contra: conexión Miami - José Luis Méndez Méndez - E-Book

El escándalo Irán-Contra: conexión Miami E-Book

José Luis Méndez Méndez

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Beschreibung

Cuando el domingo 5 de octubre de 1986 un avión C-123k cargado de armamentos y explosivos para los grupos armados organizados por la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos para destruir la Revolución nicaragüense, fue derribado por un cohete sandinista en plena selva centroamericana, el mundo conoció a través del único sobreviviente del desastre, un estadounidense mercenario, Eugene Hasenfus, la realidad que devino en escándalo Irán-Contra, que estremeció los cimientos de la Administración del republicano Ronald Reagan y mostró al desnudo la verdadera cara del imperialismo injerencista y de sus aliados de Centroamérica y del mundo. Las armas, adquiridas con la ganancia de la venta a Irán de equipamiento militar a fin de persuadir a dicho país para que a su vez, liberara a unos rehenes estadounidenses, formaron parte de una estrategia en la que estuvieron involucrados, no solo colaboradores cercanos del presidente Reagan, sino también y, en gran medida, la contrarrevolución de origen cubano asentada en Miami que tenía la idea de derrotar al sandinismo primero, para invadir a Cuba después y que el socialismo no se replicará en otros países de la región Latinoamericana. Esta es la historia de la llamada "Conexión Miami", en la que su autor, José Luis Méndez Méndez, narra con lujo de detalles como fue la participación de los anticubanos en los hechos alrededor del escándalo, con los nombres de sus protagonistas y sus vínculos con la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos.

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Seitenzahl: 491

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Página legal

Edición: Ana Teresa Molina Alvarez

Corrección: Marilyn Rodríguez Pérez

Dulce M. Proenza Morales

Diseño de cubierta: Emigdis García Cordovés

Realización: Yunet Gutiérrez Fernández

© José Luis Méndez Méndez, 2025

© Sobre la presente edición:

Editorial Capitán San Luis, 2025

ISBN: 9789592116771

Editorial Capitán San Luis, Calle 38, no. 4717, entre 40 y 47, Playa,

La Habana, Cuba

Email: [email protected]

Web: www.capitansanluis.cu

https://www.facebook.com/editorialcapitansanluis

Reservados todos los derechos. Sin la autorización previa de esta Editorial queda terminantemente 

prohibida la reproducción parcial o total de esta obra, incluido el diseño de cubierta, o transmitirla de cualquier  

forma o por cualquier medio.

A los pueblos centroamericanos, por la lucha que libran contra la violencia, para alcanzar la paz y la soberanía.

A quienes con sus testimonios, conocidos unos, anónimos otros, revelaron parte de esta inédita memoria histórica centroamericana para que fuese transmitida.

A los que hicieron posible la publicación.

Table of Contents
Página legal
Prólogo
Presentación al lector
PRIMERA PARTE
De Miami a Centroamérica: comienza la conexión
Después del fracaso, continuó la agresión
Los mercenarios cubanos al servicio de la CIA
Nuevos planes agresivos
La conexión Miami
Los protagonistas
De Venezuela a Ilopango
Armas y dinero para la guerra
La conexión israelí
SEGUNDA PARTE
La caja de Pandora
Estados Unidos en busca de la “negación plausible”
La conexión Miami al desnudo
Las verdades del mercenario
Conexión blanca
Las agencias se unen
Se gesta el escándalo
Las contradicciones afloran y se incrementan
Se acerca el final
Costa Rica restablece relaciones con Cuba
TERCERA PARTE
La conexión Miami en Centroamérica
Los movimientos guerrilleros en Centroamérica objetivos de la CIA
Los republicanos neoconservadores se instalan en la Casa Blanca
Ofensiva terrorista en Nicaragua
Plan tenaza contra Nicaragua
Los contrarrevolucionarios de Cuba y Nicaragua se unen
El terrorismo amenaza desde Centroamérica
Epílogo
Referencias bibliográficas
Publicaciones periódicas
Datos del autor

Prólogo

Una vez más el autor de este libro, José Luis Méndez Méndez, nos sorprende con un trabajo extraordinario sobre lo que ha significado medio siglo de terrorismo ejecutado por los grupos paramilitares y militares de origen cubano, que tienen su base terrorista en Miami, Estados Unidos. Sus jefes directos están en la CIA, el Pentágono estadounidense y también en los servicios de inteligencia de otros países como Israel y Gran Bretaña.

Por supuesto, se ha contado con la plena cooperación de los terroristas locales, entre paramilitares, parapoliciales, sectores de los ejércitos, las policías así como los poderes económicos. En plenas dictaduras durante la llamada Guerra Fría, y después de la caída de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, en los años 90, continuaron manteniendo el mismo esquema agresivo con otro argumento: apuntando a un enemigo supuesto como el narcotráfico, el crimen organizado y el terrorismo, término manipulado ya que los miles de asesinados y desaparecidos en Nuestra América han sido calificados como terroristas.

También estos terroristas o mercenarios locales tenían el apoyo de otros servicios de inteligencia como socios imperiales y, por supuesto, la propia Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, que tiene sus “ejércitos secretos” su red de mercenarios, muchos de ellos nazis alemanes y fascistas italianos que circulaban por los laberintos oscuros de la post guerra. La OTAN fue parte activa en la Operación Cóndor y ahora pretende instalarse en Colombia y de ahí extender sus tentáculos desestabilizadores en América Latina.

Estos terroristas de Miami vinculados a la mafia y a los servicios secretos de países europeos, participaron en diversas acciones criminales en Europa y en otros lares del mundo. Los “ejércitos secretos” de la OTAN, les asignaron tareas criminales, en las que también convergieron los terroristas de Miami.

En el ala “política” de estos últimos, organizados en un lobby sostenido por la mafia y la corrupción no solo tienen sus representantes y senadores en el Congreso de Estados Unidos, sino que se han convertido nada más y nada menos, en asesores de los presidentes estadounidenses, antes de Donald Trump y hoy de Joe Biden.

Este es el caso de los representantes y senadores en el congreso, Marco Rubio, Bob Menéndez, Ted Cruz. Vale citar a Ileana Ros Lehtinen exrepresentante muy activa en el cabildeo anticubano, relevada por María Elvira Salazar, devota de Álvaro Uribe. La mimética Ileana fue clave para preparar y tocar todas sus influencias y lograr el apoyo en favor del golpe de Estado contra el expresidente de Bolivia Evo Morales en 2019.

En estos momentos el número de estadounidenses de origen cubano aumentó a diez en el Congreso de Estados Unidos. Sumados a los que figuran, en la Cámara de Representantes donde fueron reelectos los republicanos Mario Díaz Balart, Anthony González, Alex Mooney y el demócrata Albio Sires, a los que se agregaron los nuevos: Carlos Giménez y María Elvira Salazar, ambos republicanos y una novedad, por Nueva York fue elegida la greco-cubana Nicole Malliotakis. Todos ellos son claves en su tarea contra el gobierno de Cuba, conformando los halcones que representan a un lobby millonario, dueños de negocios sucios.

Asimismo, el presidente Donald Trump decidió imponer al norteamericano de origen cubano Mauricio Claver Carone como titular del Banco Interamericano de Desarrollo, BID, lo que afecta a Cuba y a cualquiera de nuestros países que intenten desafiar la hegemonía económica de Washington. El bloqueo a Cuba además afecta a todos los países.

Es importante destacar que Marco Rubio, como asesor para nuestra región, junto con Cruz y Menéndez, en la administración de Donald Trump fue el más activo militante contra Venezuela, acompañó en Cúcuta, Colombia, en febrero de 2019 el intento de invadir Venezuela, por “razones humanitarias” manteniéndose junto al fantoche “presidente designado” (autoproclamado) Juan Guaidó, enriquecido por los dineros del saqueo de ese país por Estados Unidos, en uno de los episodios más denigrantes que vivió nuestra región.

Mientras que la ahora ex representante Ileana Ros Lehtinen continúa manejando un poder de lobby, muy cercana, además, a los servicios secretos de Israel, que todos los años vota en favor del bloqueo a Cuba, contra una inmensa mayoría de naciones que exigen inútilmente que se termine con ese acto de guerra permanente, que es un sitio medieval, una violación de todas las normas internacionales, violentando los derechos humanos del pueblo cubano hasta límites tan fuertes como privarlos de medicamentos y equipos durante la pandemia de COVID 19. La heroica respuesta fue la creación de las vacunas Soberana, Abdala, Mambisa y otras en desarrollo.

Debajo de esta brutal guerra contra Cuba, que se libra en el propio Congreso estadounidense y se extiende a toda nuestra región y al mundo está esta historia soterrada que nos transmite este incansable investigador, jurista, profesor universitario, que es José Luis Méndez Méndez, que nos ha legado una obra trascendente y necesaria para la justicia, la verdad y los derechos humanos.

Su entrega reconstruye parte de la memoria histórica de las agresiones de Estados Unidos contra los pueblos centroamericanos con el empleo de sus terroristas de origen cubano, el autor nos lleva de la mano para mostrarnos la continuidad agresora desde la Operación Cóndor hasta la guerra de Estados Unidos en Centroamérica y la presencia de estos servidores del imperio en ese escándalo, uno más, que fue el Irán- Contra, también conocido como Irangate, que estremeció la estructura gubernamental del republicano Ronald Reagan.

En las investigaciones sobre la Operación Cóndor, los jefes terroristas de la mafia cubana como Orlando Bosch, Virgilio Paz, Luis Posada Carriles y otros fueron enviados a asesorar al dictador Augusto Pinochet. Todos participaron de forma activa de las acciones criminales. Para ello se reunieron pruebas y testimonios irrefutables en los archivos desclasificados a cuentagotas por Estados Unidos. De estas verdades ocultas el autor ha develado algunas, con revelaciones inéditas.

La tenacidad de Méndez Méndez para lograr armar estos laberintos del horror ha logrado una obra imprescindible que debiera estar en todas las bibliotecas de los movimientos de derechos humanos y, en especial, en Centroamérica, el Caribe y toda nuestra región, como legado imperecedero de los pueblos.

A partir de las investigaciones realizadas por el autor, cuya imagen nos remite a la de un académico persistente, sereno y tranquilo, a un jurista con gran reconocimiento que ha podido investigar en los más complejos recovecos de esta historia de América Latina, de África y en otros continentes siguiendo el rastro de “los mensajeros de la muerte” o, como él mismo ha dicho, que cimentaron los caminos del Cóndor basados en su llamada “guerra por los caminos del mundo”. Centroamérica fue uno de sus caminos, que quedaron sembrados de muerte y destrucción, pero que jamás apagaron el sueño de la liberación definitiva.

Así, él inmortaliza la historia vívida: “Durante sesenta años, Centroamérica ha sido un laboratorio donde, sin pausa, los terroristas anticubanos han probado todo tipo de agresión contra Cuba. En todos los países de la región, estos “mensajeros de la muerte” han encontrado refugio seguro para su accionar: desde la sublevación militar de Puerto Barrios, la invasión directa de Playa Girón en 1961, la agresión de los Estados Unidos en la década de los ochenta, hasta las bombas dentro de Cuba en los noventa y el plan magnicida de noviembre del 2000 en Panamá”.

Sus acciones en la Nicaragua sandinista y la corrupción entre la droga cambiada por armas para la contrarrevolución, los diplomáticos de Estados Unidos acompañando y amparando los hechos más terribles de la represión, todo está en este libro, sin lo cual no se podría entender los alcances de la renovada contrainsurgencia actual.

Méndez Méndez hace por fin justicia al enorme sufrimiento de los pueblos centroamericanos, que fueron las primeras víctimas de la expansión del imperio naciente en el siglo XIX. De manera injusta, los países de América Central eran identificados como “las repúblicas bananeras” con desdén. Sin embargo las luchas de resistencia de los pueblos centroamericanos fueron una muralla de protección para el resto de América Latina, como lo fue y sigue siendo el Caribe, donde hasta hoy repúblicas pequeñas nos siguen dando ejemplos de dignidad.

Méndez ha sido un observador atento de esos procesos, los ha seguido y con humildad científica ha recopilado, analizado, generalizado y presentado para su transmisión en más de una decena de libros, referidos al mercenarismo practicado por emigrados cubanos al servicio de sucesivas administraciones norteamericanas.

Este libro, acucioso en datos, pasajes históricos, no deja nada por esclarecer, denuncia la articulación de los represores argentinos con sus émulos de origen cubano actuando en varios países de Centroamérica, para aplicar las enseñanzas represivas adquiridas en ocho años de la última dictadura militar, aplicadas para incitar al asesinato, previas torturas, de maestros cubanos, colaboradores en Nicaragua. No hay ficción en la obra de José Luis, es acusación de los escuadrones de la muerte, que masacraron a cientos de personas.

El sagaz investigador cubano escudriña y denuncia los vericuetos de los canales creados desde Centroamérica por las agencias estadounidenses como la CIA y la DEA, para introducir drogas en ciudades californianas pobladas de negros y latinos para intoxicarlos hasta la muerte y el asesinato de periodistas que desafiaron al sistema con sus denuncias.

Por todo esto quiero rendir en este sencillo prólogo un homenaje a José Luis Méndez Méndez, con quien he trabajado y compartido los sótanos donde se intenta esconder la verdadera historia de nuestro continente, que con tanto empeño y dignidad el autor de este libro expone ante el mundo.

Su obra es la obra de toda Cuba, esa bella isla del Caribe, “nuestra Cuba” que desde 1959, sitiada y aislada tantas veces, víctima de ataques terroristas que dejaron miles de víctimas y también de la guerra biológica entre otras, sigue siendo el centro de la irradiación, el faro, la luminaria de una resistencia estoica, que nadie podrá ignorar al escribir la historia de la humanidad.

Stella Calloni

Buenos Aires, Argentina

Presentación al lector

El 19 de julio de 1979 las columnas guerrilleras del Frente Sandinista de Liberación Nacional, FSLN, entran en Managua, con un amplio respaldo popular, ya consumada la derrota de Anastasio Somoza Debayle y, con ello, la sucesión de gobiernos dictatoriales, controlados por esa familia dinástica, desde el asesinato del líder nicaragüense Augusto César Sandino en 1934.

A partir de entonces, comienza el periodo conocido como Revolución nicaragüense o sandinista. Se instaura un nuevo gobierno, con un amplio espectro ideológico, presencia socialde-mócrata, socialista, marxista-leninista y una influencia muy grande de la Teología de la Liberación, que trató de introducir reformas en los aspectos socioeconómicos y políticos del Estado nicaragüense, enfocadas en la sanidad, la educación y el reparto de la tierra que el país necesitaba: logran avances significativos y reconocidos en el ámbito internacional.

En 1980 comienza la llamada guerra Irán-Irak y Estados Unidos apoya al gobierno de Irak en contra del gobierno islamista de Irán, donde acababa de triunfar la Revolución iraní. Tras este triunfo y la crisis de los rehenes estadounidenses, Estados Unidos había roto relaciones con ese país.

Desde el triunfo de la Revolución y con el desmantelamiento de la Guardia Nacional, grupos de guardias somocistas, establecidos en Honduras, mantuvieron hostilidades armadas contra el nuevo Gobierno nicaragüense. A mediados de los 80, la llamada Contra había establecido campos de entrenamiento en la frontera de ese país con Nicaragua. Originalmente estos grupos bloqueaban el supuesto flujo de armas desde Nicaragua para los insurgentes salvadoreños. En poco tiempo la Contra comenzó a llevar a cabo actos de sabotaje al otro lado de la frontera con Nicaragua.

La Cámara de Representantes del Congreso de los Estados Unidos, por iniciativa de los demócratas, aprobó una enmienda que limitaba la ayuda a estos grupos armados que, a finales del año 1981, recibían apoyo de la dictadura argentina, que transitaba por el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983) y una ayuda secreta de los Estados Unidos.

La administración Reagan, con el pretexto de que el nuevo gobierno sandinista de Nicaragua se proponía exportar la revolución marxista a toda América Central representando así una amenaza estratégica para Estados Unidos, apoya de manera decidida las acciones destinadas a derribarlo. A fines de 1981, Washington autorizó a la CIA a invertir recursos para crear la mencionada Contra, una fuerza paramilitar de opositores que se componía básicamente de antiguos miembros de la Guardia Nacional de la dictadura de Somoza derrocada por los sandinistas.

Desde la llegada al poder de la administración republicana de Ronald Reagan, el apoyo a los contras aumentó, mientras que bloqueaban y presionaban al gobierno nicaragüense, impidiendo la ayuda de otros países y diversos organismos e instituciones internacionales. Estimados apuntan que entre 1982 y 1990, los Estados Unidos gastaron en el apoyo a la Contra más de 300 millones de dólares.

En 1983, el Congreso estadounidense había limitado el presupuesto de ayuda a la Contra nicaragüense a 24 millones de dólares. Este presupuesto era gestionado por la CIA. Para saltarse la limitación del Congreso, la CIA pasó al Consejo de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, del cual era parte el teniente coronel Oliver North, las responsabilidades de financiación de las acciones en contra de Nicaragua. Oliver North junto a otros miembros de la administración Reagan realizaron una solicitud de fondos privados para mantener el nivel de financiamiento de la Contra.

El teniente coronel Oliver North, insertado en la parte militar en el Consejo de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, fue el ideólogo del plan, sin que se haya podido establecer la responsabilidad directa de Ronald Reagan, ni su paternidad.

A comienzos de los años ochenta son secuestrados en el Líbano media docena de estadounidenses por el grupo chiita libanés Hezbollah, que estaba relacionado con los Guardias de la Revolución islámica del gobierno de Irán. En los primeros meses de 1985, informaciones llegadas desde el gobierno de Israel e Irán, hacen creer a los responsables de la política exterior de los Estados Unidos, que el suministro de armas al gobierno de Teherán favorecería la liberación de los rehenes en el Líbano dada la influencia que Teherán tenía en el grupo que los había secuestrado.

Los grupos contrarrevolucionarios en Honduras crecen y se fueron alimentando con las reformas revolucionarias del sandinismo. Incluso, un relevante jefe sandinista como Edén Pastora creó su propio grupo armado de oposición, en este caso con base en Costa Rica. También algunos grupos étnicos radicados en la costa atlántica, –los sumos, ramas y miskitos– pasan a integrar estos movimientos antisandinistas. A todo este conglomerado contrarrevolucionario se le denominó “contras”, acortamiento de “contrarrevolucionarios”, en contraposición de “compas”, acortamiento de “compañeros”, como se deno-minaban los sandinistas entre sí.

La Contra, en la que militaban muchos exguardias somocistas estaba dirigida por agentes ligados a los Somoza, cometió grandes atrocidades entre la población civil nicaragüense, llegando a ser acusada de no respetar los derechos humanos. En esta coyuntura se comenzó a cuestionar dentro de los Estados Unidos, el apoyo que se prestaba a estos grupos armados, que habían llegado a ser denominados por Ronald Reagan como “defensores de la libertad”. El Congreso de los Estados Unidos comenzó a restringir el apoyo a los contras, llegando a prohibirlo totalmente en 1985, prohibición mantenida hasta octubre de 1986.

El gobierno estadounidense mantuvo la financiación de la intromisión armada en Nicaragua, hasta la salida del poder de los sandinistas. La ingerencia de los Estados Unidos llegó a ser tan intensa y evidente que la Corte Internacional de Justicia condenó la misma en la sentencia del 27 de junio de 1986, por el apoyo a la Contra y el minado de las aguas nicaragüenses.

El escándalo Irán-Contra, también conocido como Irangate, fue un relevante acontecimiento político ocurrido entre 1985 y 1986, en el cual el gobierno de los Estados Unidos, bajo la administración del presidente Ronald Reagan, vendió armas al gobierno iraní, cuando este se encontraba inmerso en la guerra Irán-Irak y con las ganancias de ese negocio financió el movimiento armado conocido como Contra nicaragüense, creado y financiado por los Estados Unidos para derrocar al gobierno de Nicaragua, durante el período conocido como Revolución sandinista. Ambas operaciones, la venta de armas y la financiación de la Contra, estaban prohibidas por el Congreso estadounidense.

Está acción contradecía el discurso público de Ronald Reagan que rechazaba cualquier trato con terroristas. Iba contra la política oficial de Estados Unidos de no vender armas a Irán. Todo a espaldas del Congreso y sin garantía alguna de que el grupo que tenía secuestrado a los ciudadanos estadounidenses en el Líbano accediera a las presiones de Irán. De hecho, entre 1985 y 1986, mientras Estados Unidos suministraba armas a Irán, se produjeron más secuestros de estadounidenses en el Líbano.

El 5 de diciembre de 1985, Robert Carl McFarlane dimitió, alegando motivos personales, y fue sustituido por John Poindexter. Dos días después, este le propone a Reagan cambios en las transacciones de armas a Irán; en vez de mandar las armas al grupo de oposición iraní se mandarían a mandos moderados del ejército iraní. Aún con la oposición del secretario de Estado George Shultz y el secretario de Defensa Caspar Weinberger, Ronald Reagan autoriza el plan. McFarlane, ya fuera de la administración, viajó a Londres para negociar con los israelíes y Manucher Ghorbanifar para que este último persuadiera a Irán para que utilizara su influencia con los grupos que mantenían rehenes en el Líbano antes de nuevas entregas de armas. Ghorbanifar rechazó tal plan.

El día en que dimitió McFarlane, Oliver North propuso un nuevo plan para la venta de armas a Irán: que Estados Unidos venda directamente las armas a Irán y que una parte de las ganancias de la operación sirva para financiar a los contras nicaragüenses. North propuso una cantidad de 15 millones de dólares y Ghorbanifar suma 41 % de sus propios beneficios.

El plan de North contó con el apoyo de varios miembros del Consejo de Seguridad Nacional y Poindexter lo autorizó sin la notificación al presidente Reagan, ejecutándose de inmediato.

Los iraníes rechazaron comprar las armas por el alto precio ofertado, debido a los beneficios que querían obtener North y Ghorbanifar. En febrero de 1986 se envían 1 000 misiles anticarro TOW y entre mayo y noviembre más armas y pertrechos.

Ambas acciones, la venta de armas a Irán y la financiación a la Contra nicaragüense, intentaron evitar las limitaciones que, tanto la propia política de la administración del gobierno de Estados Unidos, como su Congreso, a través de la conocida como «Enmienda Boland» habían hecho públicas, con el argumento de buscar fondos provenientes de los sectores privados y de otros países para la consecución de estos fines por parte del presidente o, en este caso, por la Administración.

La financiación por terceros países quedó en evidencia cuando Fawn Hall, secretario de North, equivocó el número de la cuenta suiza en que gestionaban los pagos e ingresó a un ciudadano de ese país 10 millones de dólares en su cuenta. El dinero procedía del sultán de Brunei quien tuvo devolución con intereses. También hay indicios sólidos de la implicación de los gobernantes de Arabia Saudita.

En 1985 McFarlane visita a Ronald Reagan en el hospital naval de Bethesda y le informa de las relaciones que Israel mantenía con un grupo opuesto al ayatolá Jomeini, los cuales intentaban entablar una relación con los Estados Unidos y que, para demostrar sus buenas intenciones, estaban dispuestos a hablar con Hezbollah para tantear la liberación de los rehenes que estos mantenían prisioneros. Reagan justifica esta relación por creer que era un movimiento beneficioso. Aun cuando la venta de armas era con un grupo iraní opuesto al ayatolá esta beneficiaba a Irán. La ética se echó a un lado.

El 7 de enero de 1986, John Poindexter propuso al presidente una modificación del plan aprobado: en vez de la negociación con el grupo político iraní moderado, negociar con los miembros moderados del gobierno iraní. Poindexter dijo a Reagan que Ghorbanifar tenía conexiones importantes dentro del gobierno iraní, así que, con la esperanza de la liberación de los rehenes, Reagan aprobó esta modificación del plan. En febrero de 1986, las armas fueron enviadas directamente a Irán por los Estados Unidos, como parte del plan de Oliver North, sin el conocimiento del presidente Reagan y ninguno de los rehenes fue liberado. McFarlane viajó a Teherán para entrevistarse con el grupo político iraní moderado y lograr la liberación de los rehenes que quedaban en el Líbano. Estas negociaciones fallaron al pedir los iraníes que Israel se retirara de los Altos del Golán.

A finales de julio de 1986, Hezbollah liberó a otro rehén, al padre Lawrence Martin Jenco. El jefe de la CIA William Casey pide que se autorice un envío de las pequeñas piezas de misil a las fuerzas militares iraníes como forma de expresar gratitud y prevenir ejecuciones de rehenes. En septiembre y octubre secuestran a tres estadounidenses más, Frank Reed, Joseph Ciccipio y Edward Tracy; luego liberaron a David Jacobsen y, aunque los secuestradores prometieron liberar a otros dos, esto nunca se hizo.

La operación de venta de armas a Irán produjo más de 47 millones de dólares, dinero que fue gestionado por el teniente coronel Oliver North mediante un entramado de cuentas bancarias en Suiza.

El 5 de octubre de 1986, el Ejército Popular Sandinista, EPS, de Nicaragua derribó un avión en el sur del país destinado al abastecimiento de los contras. Su tripulación era estadounidense, entre ellos solo sobrevivió el mercenario Eugene Hasenfus, hecho prisionero el mismo día. El 3 de noviembre de 1986 un semanario libanés publicaba la venta de armas de guerra a Irán por parte de los Estados Unidos.

El 25 de noviembre en una rueda de prensa, el presidente Ronald Reagan y el procurador general Edwin Messe reconocían que ambos hechos estaban relacionados y que existía una nota escrita del militarOliver North, de abril de ese mismo año, en la que se aclaraba que 12 millones de dólares de las ventas de armas serían utilizados para ayudar a los contras. Todo ello llevó a la creación, por parte del Senado de los Estados Unidos, de una comisión de investigación.

El escándalo estalló cuando Oliver North destruyó documentos oficiales del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos. North argumentó que la destrucción de documentos era para proteger la vida de algunas personas implicadas en Irán y en operaciones de los contras. Durante la investigación North eliminó la que pudo ser la única copia firmada de un decreto secreto de la presidencia que autorizaba la participación de la CIA en el envío de armas a Irán. El 25 de noviembre el procurador general, Edwin Meese, admite que parte de los beneficios de la venta de armas a Irán fueron usados para financiar a los insurgentes nicaragüenses. Ese mismo día dimite Poindexter y North es destituido por Reagan. A Poindexter le sustituye Frank Carlucci el 2 de diciembre de 1986.

El director de la CIA, William J. Casey, en declaraciones al periodista Bob Woodward, admitió, en febrero de 1987, que él era consciente de las acciones que la agencia de inteligencia estaba realizando para la financiación de la contrarrevolución nicaragüense. El 6 de mayo de 1987, William Casey murió, un día después de que el Congreso comenzara sus vistas públicas en el asunto Irán-Contra.

El mismo día de sus declaraciones, el presidente Reagan anunció la creación de una comisión de investigación especial para estudiar el escándalo. Reagan designó al exsenador John Tower como su presidente, junto con el exsecretario de Estado Edmund Muskie y a Brent Scowcroft, exconsejero del Consejo de Seguridad Nacional. La comisión comenzó sus labores oficialmente el 1 de diciembre y es conocida como Comisión Tower.

La Comisión Tower tenía el objetivo de investigar «las circuns-tancias que rodean la materia Irán-Contra, otros estudios de caso que pudieran revelar fuerzas y debilidades en la operación del sistema del Consejo de Seguridad Nacional bajo tensión y la manera de la cual ese sistema ha servido a ocho presidentes diferentes desde su inicio en 1947». Esta comisión fue la primera que investigó asuntos relacionados con el Consejo de Seguridad Nacional.

El presidente Ronald Reagan comparece ante la comisión el 2 de diciembre y, en sus declaraciones, se contradice diciendo que recordaba algún episodio sobre la venta de armas a Irán, para después decir que no recordaba nada. En su autobiografía, Una vida estadounidense (1990), Reagan reconoció que había autorizado los envíos a Israel.

El 4 de marzo de 1987 el presidente Ronald Reagan en una declaración televisada desde el Despacho Oval de la Casa Blanca informa a la ciudadanía de la situación. Esta era la primera declaración pública del presidente después de tres meses de que saltara el escándalo, Reagan argumentó la razón por la cual no había informado a la ciudadanía de la siguiente forma:

La razón por la que no he informado antes de estos hechos es esta: ustedes merecen la verdad. Y como creí incorrecto venir a informar con informes incompletos, o incluso declaraciones erróneas, que luego deberían ser corregidas provocando más dudas y confusión.

El presidente se hizo responsable de todos los actos cometidos.

Lo primero, déjenme decirles que tomo la responsabilidad total para mis propias acciones y las de mi administración. Tan enfadado como puedo estar sobre las actividades emprendidas sin mi conocimiento, soy todavía responsable de esas actividades. Tan decepcionado como pueda estar con algunos que me sirvieron, soy yo quien tiene que responder al pueblo estadounidense sobre estos actos.

Finalmente, el presidente indicó que sus aserciones anteriores acerca de los Estados Unidos de que no negociaron las armas por los rehenes eran incorrectas:

Hace unos meses dije al pueblo estadounidense que no negocié las armas por los rehenes. Mi corazón y mis mejores intenciones todavía me dicen que eso es verdad, pero los hechos y la evidencia me dicen que no lo es. Como el informe Tower ha informado, lo que comenzó como una apertura estratégica a Irán se deterioró, en su puesta en práctica, en el comercio de armas por los rehenes. Esto va contra mi propia creencia, contra la política de la administración, y contra la estrategia original que teníamos en mente.

El 26 de febrero de 1987, la comisión entregó su informe al presidente. Había interrogado a 80 testigos, incluyendo al propio Ronald Reagan y a dos de los intermediarios del comercio de armas: Manucher Ghorbanifar y Adnan Khashoggi. El informe, de 200 páginas, era muy crítico y en él se ponían en tela de juicio las acciones de Oliver North, John Poindexter, Caspar Weinberger y otros funcionarios.

La comisión determinó que Ronald Reagan no tenía conocimiento detallado del programa y en especial sobre la financiación con esosfondos a los contras nicaragüenses. Afirmó que Reagan debería haber tenido mejor control del personal del Consejo de Seguridad Nacional, con duras críticas al presidente por no haber controlado a sus subordinados y de no ser consciente de sus acciones. Un resultado importante de la Comisión de Tower fue el que Reagan debía haber escuchado más a su consejero de Seguridad Nacional.

El Congreso de los Estados Unidos, controlado por los demócratas, publicó el 18 de noviembre de 1987, que «si el presidente no sabía lo que hacían sus consejeros de Seguridad Nacional, deberían haberlo sabido». Este informe señalaba al presidente como el “último responsable” de la actividad de sus subordinados y lo acusaba de «secreto, engaño y desdén para con la ley”. Indicaba que la cuestión principal era saber el papel del presidente en el asunto Irán-Contra. También criticó la destrucción de documentos que habían realizado Oliver North y Poindexter así como la muerte de Casey.

El escándalo afectó la popularidad del presidente Ronald Reagan la cual pasó del 67 % al 46 % en noviembre de 1986 –aunque para principios de 1989 la misma se volvió a situar en el 64 %–. Hizo daño a la credibilidad de los Estados Unidos, poniendo en evidencia que sus palabras no correspondían con sus hechos y avaló la utilización de los secuestros para la obtención de beneficios políticos. Magnus Ranstorp escribió:

La buena voluntad de los Estados Unidos de acceder a concesiones con Irán y Hezbollah no solo ha señalado a sus adversarios que la toma de rehenes era un instrumento extremadamente útil en la extracción de las concesiones políticas y financieras, sino que también minó la credibilidad de las críticas de Estados Unidos a otros estados y la desviación de los principios de ninguna negociación y de ninguna concesión a los terroristas y a sus demandas.

Mientras, Oliver North y John Poindexter fueron acusados de múltiples cargos el 16 de marzo de 1988. North, acusado por 16 cargos, fue condenado por 3 cargos menores. Las penas fueron declaradas vacantes ya que North se acogió a la Quinta Enmienda que podía haber sido violada, ya que había declarado al Congreso en forma indirecta. En 1990, Poindexter fue condenado de varios cargos de conspiración, por mentirle al Congreso de Estados Unidos, por obstrucción a la justicia y alterar o destruir documentos relativos a la investigación. Sus condenas fueron anuladas cuando apeló.

El miembro de la Oficina del Consejo Independiente de Estados

Unidos, Lawrence E. Walsh, eligió no reenjuiciar a North ni a Poindexter.

En 1992, casi al final de su mandato, George H. W. Bush perdonó a los seis funcionarios involucrados en el escándalo: Elliot Abrams1, Duane R. Clarrige, Alan Fiers, Clair George, Robert McFarlane, y a Caspar Weinberger, quien fue condenado por mentirle al consejero independiente.

De esto y mucho más se relatará a continuación, en particular cómo los contrarrevolucionarios cubanos radicados en Estados Unidos se insertaron y participaron como mercenarios en estos sórdidos planes carentes de ética y moral, como fue negociar con terroristas, vender armas a un país con el cual habían roto relaciones los Estados Unidos, traicionar a Irak, país entonces aliado circunstancial, todo esto a espaldas del pueblo estadounidense, mediante el quebrantamiento de leyes específicas aprobadas por el Congreso, decenas de múltiples violaciones, tráfico de drogas para envenenar a los ciudadanos, funcionarios criminales que al final fueron indultados por el presidente Bush, quien, incluso, contrató a participantes en el escándalo en su administración.

La conexión Miami, es una historia inédita que denuncia más de una década de agresiones, donde los mercenarios de origen cubano radicados en Estados Unidos fueron protagonistas estelares antes, durante e incluso después de los llamados “acuerdos de paz”2, que quedaron la mayoría en letra muerta.

Centroamérica sigue siendo una región volátil, donde la violencia sin límites invade a la sociedad, la impulsa a emigraciones indeseadas con escenas desgarradoras de familias fragmentadas, sin esperanzas de solución. La crisis humanitaria no es menos importante, que la pobreza en África o la violencia en el Medio Oriente, pero si es menos conocida, se mantiene oculta, ya ha hecho metástasis en el tejido social de toda la región. Ninguno de sus países escapa a esa realidad.

Las heridas abiertas, secuelas dejadas sin resolver en los conflictos residuales por los años de guerra civil en la zona, que ocasionó más de 400 000 muertos en varias décadas del pasado siglo, en el entonces llamado “triángulo del Norte”, ahora “triángulo de la muerte”, siguen hoy mutilando esperanzas en las nuevas generaciones.

Esto y mucho más se denuncia en esta obra, que devela historias no contadas, verdades a medias, para que la verdad se abra paso, sea trasmitida y no pueda ser callada.

El autor

PRIMERA PARTE

De Miami a Centroamérica: comienza la conexión

Al triunfo de la Revolución cubana elementos reaccionarios radicados en Estados Unidos, comenzaron a operar en Centroamérica para desde allí intentar derrocarla. Encontraron una región sometida a los designios imperiales, con gobiernos dóciles prestos a ceder sus territorios para organizar acciones contra el archipiélago cubano. El hostigamiento a las representaciones diplomáticas de la Isla, que aún permanecían en los países del área, fue una de las modalidades, con el fin de amedrentar a los funcionarios, provocar la ruptura de relaciones y lograr el aislamiento diplomático de Cuba, que exigía la administración de turno para asfixiarla y crear la imagen de un país incompatible con la democracia “Made in USA” imperante en América Latina en esos primeros años de la década de los 60.

Los anticubanos aprovecharon el apoyo de los gobiernos serviles a los Estados Unidos, estimulados por las campañas difamatorias que situaban los cambios políticos en la Isla como una amenaza para la seguridad y la estabilidad de las pequeñas repúblicas, calificadas por muchos como “bananeras” por el predominio e influencia de las transnacionales estadounidenses dedicadas al cultivo y exportación del banano, fuente principal de sus ingresos.

En la práctica, estas dominaban la vida política, económica y social. Un ejemplo fue el derrocamiento del gobierno progresista de Jacobo Arbenz en Guatemala con la participación de la CIA y esas empresas; incluso, el modelo utilizado para derribarlo sería ensayado, sin resultado, de nuevo contra la naciente democracia en Cuba.

En junio de 1960 se firma en Costa Rica el acta constitutiva del Movimiento de Recuperación Revolucionaria, MRR, integrado, entre otros, por los exoficiales traidores del Ejército Rebelde, Ricardo Lorié, Antonio Michel Yabur, Higinio “Nino” Díaz Anné y Manuel Artime Buesa. Poco tiempo después, los referidos se separaron de Artime y formaron el llamado MRR de los Comandantes3.

Después del fracaso de la invasión trujillista a Cuba procedente de República Dominicana el 13 de agosto de 1959 y otro intento similar desde México, el imperialismo trasladó de Santo Domingo el centro más importante del ataque contra Cuba y convirtió a Guatemala en el nuevo y principal foco, ahora con la conducción política, estratégica y táctica de la CIA. En una reunión de análisis de esa Agencia, un especialista no identificado relató:

El 21 de septiembre de 1959 se asumió la responsabilidad de planificar el accionar de la CIA en situaciones de contingencia, que pudieran desarrollarse en América Latina. La mayoría de los países de América Central (Guatemala, Nicaragua, Honduras, El Salvador) fueron identificados como problemas potenciales de contingencia debido a la inestabilidad de sus gobiernos (…) Cuba constituía el objetivo número uno para la planificación de contingencias. Se consideró, además, que desde la perspectiva de los Estados Unidos, la situación cubana continuaba deteriorándose. En diciembre de 1959 se decidió que la CIA necesitaba considerar con urgencia la activación de dos programas al respecto4.

Desde su creación, el Grupo de Estudios sobre Cuba examinó problemas neurálgicos en torno a la Operación Pluto:

El Departamento de Estado había evidenciado su preocupación por los centros de instrucción militar instalados en Nicaragua y Guatemala a partir del incremento de las fuerzas que se entrenaban. Solicitó a la CIA la retirada de Guatemala e instalar una base en territorio de los Estados Unidos, lo que fue descartado5.

La CIA comenzó el reclutamiento de los contrarrevolucionarios cubanos radicados en la Florida a principios de 1960; luego los enviaría a la finca Helvetia, en Guatemala, del latifundista Roberto Alejos Arzú, quien, a solicitud del agente de la CIA, Robert Kendall Davis, había accedido a facilitar su propiedad. Allí se construyó una pista aérea en Retalhuleu, campamentos y otras obras financiados por la Agencia y por la United Fruit Company. A los mercenarios se les pagaba diez dólares diarios, que ascendieron después a unos doscientos. Alejos y Kendall influyeron en el entonces presidente de Guatemala, el general Miguel Ydígoras Fuentes, para que aceptara la fuerza mercenaria en el país. El plan para derrocar a Arbenz se había desarrollado totalmente en el exterior. Solo se utilizó el aeropuerto de Opa-Locka, en Miami, para almacenar y enviar los suministros bélicos y transmitir desinformación a los guatemaltecos en los días previos y durante la invasión.

El 26 de enero de 1960, Manuel Artime Buesa, en una conferencia de prensa en el Hotel Costa Rica, en San José, expresó que había recibido fondos de la iglesia católica para sus planes subversivos. Allí hizo contactos con sacerdotes y se relacionó con José M. Navarro, ex alcalde de San José de las Lajas, radicado en ese país.

El periódico cubano Revolución denunció el 2 de marzo la presencia en Honduras de mercenarios que se entrenaban para atacar la Isla. El Congreso de ese país había prometido que investigaría la presencia de campamentos en las propiedades de la United Fruit Company, según las denuncias presentadas por el diputado José Y. Orellana Bueso.

Con la aprobación del llamado Programa de Acciones Encubiertas contra Cuba, aprobado el 17 de marzo de 1960, se estructuró un vasto plan de entrenamiento de emigrados cubanos que utilizó al territorio de Guatemala para instalar bases de adiestramiento lo cual, según el informe redactado por el Inspector General de la CIA para analizar el fracaso de la invasión por Playa Girón, en una de sus partes hizo mención a lo desastroso de los preparativos en términos de seguridad y, para avalar este sentimiento, redactó: “Ahora resulta obvio que pudiera haberse hecho de forma más segura dentro de Estados Unidos, como se hizo con el escuadrón de tanques, que nunca recibió publicidad”6.

El 4 de marzo de 1960, los diputados costarricenses Marcial Aguiluz Orellana y Enrique Obregón Valverde denuncian que en su territorio existían campamentos y bases aéreas para agredir a Cuba y denuncian el apoyo y la participación activa de la Embajada de los Estados Unidos en estas actividades.

Bajo la presión de la política estadounidense de aislamiento político- diplomático contra Cuba, los gobiernos centroamericanos comienzan a romper relaciones; el de Guatemala fue el primero, el 28 de abril de 1960.

Le seguirían otros países de la región. A estas acciones punitivas se sumaron, además, las agresiones realizadas por los vinculados a la derrocada dictadura de Fulgencio Batista que se refugiaron en la región y, desde allí, urdieron planes y realizaron acciones para atentar contra la naciente Revolución.

El plan invasor era evidente que se había concebido a partir de la experiencia exitosa obtenida en Guatemala, se basaba en una filosofía de espejo, que pretendía repetir el proyecto que había derrocado a Arbenz años antes; imaginaban sus organizadores que la situación en la Isla era similar y permitía aplicar la misma receta. Sin embargo, el secreto amasado con esmero, se hizo público y comenzaron a trascender a los medios de comunicación de Estados Unidos y en los de la región, los preparativos. Se exhibieron fotos tomadas en los campamentos; desertores de estos y lugareños dieron la versión de lo que acontecía y pronto, lo que se había planeado en silencio, era del dominio de todos. En los Estados Unidos había sido posible mantener la discreción, pero esta era quebradiza y con el pasar de los meses casi todo salió a la luz. Así sucedió con los operadores de radio que fueron recalificados allí, después de haber sido adiestrados en Guatemala.

El 16 de mayo un primer grupo de radistas se concentró en el pequeño motel de Fort Lauderdale llamado Marie-Antonie; tres días después llegaría Manuel Artime Buesa acompañado de dos entrenadores. Los miembros del equipo fueron llevados a Fort Myers y trasladados a la isla de Useppa, donde los esperaban otros entrenadores estadounidenses. Hasta el 20 de mayo siguieron arribando hasta completar los primeros sesenta y cuatro hombres. El jefe de todos era el mercenario Emilio Martínez Venegas, representante personal de Manuel Artime.

Un mercenario testimonió sobre cómo conoció el destino definitivo: “El 2 de julio se recibió la noticia de que al día siguiente seríamos trasladados al país donde recibiríamos entrenamiento, situado en un clima tropical parecido al nuestro. A las 9 de la noche montamos en lanchas y nos trasladaron a tierra firme donde montamos en unos camiones, de ahí al aeropuerto de Opa-Locka donde abordamos un avión DC-4 sin asientos y las ventanas cubiertas, luego de cuatro horas de vuelo aterrizamos en el aeropuerto de San José, Guatemala, donde un autobús nos trasladó a la finca Helvetia, llegamos a mediodía y allí nos esperaba con una sonrisa nuestro instructor norteamericano Carl”7.

El oficial de la CIA, Grayston Lynch, en su libro Decision for Disaster: Betrayal of the Bay of Pigs, reconoce que en mayo de 1960 un grupo de veintiocho mercenarios cubanos, ubicados en la mencionada isla de Useppa, cerca de Fort Myers, fue enviado a una base de la CIA en el Canal de Panamá. Iban bajo el mando del ex militar de la dictadura de Fulgencio Batista, José “Pepe” Pérez San Román, uno de los organizadores militares de la proyectada invasión a Cuba. Luego de ocho semanas de entrenamiento fueron remitidos a Retalhuleu, en el Pacífico de Guatemala, donde se unieron a los que habían llegado desde Miami. En septiembre, un segundo grupo de cincuenta mercenarios escogidos en Miami, fue enviado a la jungla en la zona del Canal de Panamá y después a Guatemala para su adiestramiento especializado.

El 22 de mayo de 1960, el embajador de Cuba en Honduras, José R. Castro, se entrevistó con el presidente Ramón Villeda Morales, quien le aseguró que su territorio no sería utilizado para fraguar acciones contra Cuba, al que calificó de país hermano con el cual mantenía excelentes relaciones8.

Después hay un ataque contra esa sede diplomática en Tegucigalpa. Son lanzados cócteles incendiarios, que destruyen varios autos y la fachada del inmueble. Ninguna organización se acreditó la acción.

Por entonces, el cabecilla principal de los contrarrevolucionarios cubanos en Costa Rica era Orlando Alberto Núñez Pérez9. A ese país arribó, desde Guatemala, el batistiano Leo Aníbal Rubens, quien, en el hotel Europa, se entrevistó con Sergio Fernández y Chale Salazar, altos jefes militares del gobierno del entonces presidente Mario Echandi. En los encuentros se acordó cómo se adquirirían y el precio de un lote de armas, que ascendió a 100 mil dólares; dinero entregado por Justino Sansón en la embajada de Nicaragua en Guatemala y traído por medio de Carmen Reina, quien viajaba con frecuencia a los dos países. Los compradores en Costa Rica eran Guillermo Campos Pérez, Eugenio Herrera y Tobías Retana.

En Nicaragua, la familia Somoza intentó, al inicio de la Revolución en Cuba, captar a los funcionarios cubanos acreditados para que conspiraran y abandonaran sus funciones. Estos fueron invitados a bacanales para comprometerlos; pero muy pronto esa actitud cambió y las amenazas y presiones aparecieron. Así, el 22 de mayo de 1960 se ensayó un asalto a la Embajada de Cuba en Managua, que fue defendida por tres funcionarios. El 1ro. de junio todo el personal cubano fue expulsado del país. Por esa época, la CIA logró la fusión de cinco organizaciones de emigrados cubanos, que se concretó el 22 de junio de 1960 en México.

Al inicio, en los campamentos de los mercenarios había oficiales del ejército guatemalteco como entrenadores. Entre ellos, dos primeros tenientes con entrenamiento de rangers en los Estados Unidos. Se nombraban Alfredo Matas y José Fuentes, este último era sobrino de Ydígoras Fuentes. Cuando fueron trasladados a la base Trax, los oficiales guatemaltecos fueron sustituidos por estadounidenses.

El 17 de mayo de 1960 se habían iniciado las trasmisiones de Radio Swan, desde una isla, de igual nombre, cercana a las costas de Honduras. Por esa emisora subversiva, comenzaron los ataques difamatorios contra Cuba.

Los campamentos de mercenarios cubanos en Guatemala alteraron su rutina de preparación en la segunda semana de noviembre de 1960, por un hecho que puso en crisis la estabilidad del gobierno del presidente Miguel Ydígoras Fuentes. Un grupo de oficiales del ejército, dirigido por el coronel Eduardo Uerena Müller, el capitán Rafael Sessar Pereira y los oficiales subalternos Luis Augusto Turcios Lima y Marco Antonio Yon Sosa, se levantó en armas y tomó Puerto Barrios y Zacapa. La aviación mercenaria acantonada en su base fue llamada en auxilio de las fuerzas del gobierno y bombardeó posiciones rebeldes en Puerto Barrios.

El mercenario Félix Rodríguez Mendigutía recordó así este hecho: “Apenas a los tres meses de haber llegado al campamento nuestra unidad participó en combate por primera vez. Pero no contra Castro. Fuimos llamados para ayudar a dominar un intento de golpe en Puerto Barrios, cerca de la frontera de Honduras, contra el gobierno del presidente Miguel Ydígoras. Éramos cerca de 600 en Trax; casi todos se ofrecieron voluntariamente para ayudar al presidente guatemalteco y 200 de nosotros fuimos seleccionados... El plan era que cerca de un centenar de nosotros volásemos a Puerto Barrios –en tres C-46, cerca de 33 en cada avión– para tomar el aeropuerto después que éste hubiese sido ablandado por nuestra fuerza aérea de cubanos libres que utilizarían pequeños bombarderos DC-26, y sostener el aeropuerto hasta que llegase el resto de las fuerzas”10.

Otros contrarrevolucionarios cubanos que han escrito sobre este pasaje mercenario, como Enrique Ros Pérez, lo califica de “fuertes combates”; otros, que la intervención fue moderada e incluso mínima. Para el capitán Eduardo Ferrer, miembro de la fuerza aérea de la Brigada 2506: “El levantamiento solo ocasionó que en nuestra base se tomaran las medidas de seguridad como el aumento de guardias y se cavaran trincheras en torno a la base”11.

Mientras que, según Carlos Rivero Collado, otro miembro de la 2506: “Los mismos aviones B-26 que serían utilizados unos meses más tarde en Girón, bombardearon y ametrallaron los reductos rebeldes en Puerto Barrios...”12.

La brigada 2506 estaba compuesta, entonces, por más de 400 hombres; ocuparon Puerto Barrios, el principal embarcadero del Caribe guatemalteco. Su utilización se insertaba en la necesidad de mantener al régimen de Ydígoras, firme puntal del imperialismo en América Central. También entraban en juego los intereses de la United Fruit Company –la toda poderosa Mamita Yunai–, que explotaba la riqueza bananera de la zona. La CIA movilizó todos los efectivos militares de la base Trax y del campo aéreo de Retalhuleu.

Más de 250 hombres de Retalhuleu fueron trasladados al pequeño aeropuerto en poder de los alzados. Había quedado demostrado que los cubanos eran mercenarios de un ejército, listo a actuar en los problemas del área y, por supuesto, el de Cuba era el mayor.

El 17 de noviembre Eisenhower dispuso que barcos norteame-ricanos protegieran las costas de Guatemala y Nicaragua ante una posible invasión de Cuba contra esos países, envueltos en la preparación de una agresión a la Isla, proyecto que era ya público en ese mes.

En noviembre de ese año, también, se organizó una infiltración contra Cuba desde Costa Rica, pero no llegó a realizarse. En la acción participarían: Luis Román, Félix Toral, Clotildo Sánchez y Félix Berwides.

El 18 de ese mes, el entonces inspector general de la CIA, Lyman B. Kirkpatrick Jr., se dirigió al Commonwealth Club en San Francisco, California, para responder al profesor Ronald Hilton de la Universidad de Stanford, quien había denunciado que la CIA financiaba una base de entrenamiento en Guatemala para invadir a Cuba y que sería un día negro para América Latina si eso ocurría. Kirkpatrick contestó, como era de esperar, que sería un día negro si eso fracasaba13.

En La Habana se produjo una denuncia sobre los preparativos a principios de noviembre de 1960 en la voz de Fidel Castro Ruz. Entre otros aspectos dijo:

Una vez nosotros hicimos esta pregunta: “¿Armas para qué?” Y hoy nosotros hacemos esta afirmación: armas para combatir a los mercenarios; armas para destruir a los que osen pisar el suelo de la patria en plan de conquistadores o de invasores. Ahora sí hacen falta las armas…; y por eso hemos adquirido armas, muchas armas…

Ustedes recordarán con la claridad que hablamos hace dos o tres semanas, y explicamos los términos de la situación, como deben explicársele los problemas al pueblo; le expresamos las noticias que teníamos sobre concentraciones de mercenarios, de equipo bélico, de aviones y de barcos de transportes en Guatemala, con el propósito de invadir a nuestro país.

No era lógico pensar que el enemigo esperara a que nosotros dispusiésemos de todo el tiempo necesario para prepararnos; no era lógico esperar eso. Además, no es lo mismo organizar una invasión de mercenarios que organizar un pueblo; no es lo mismo movilizar mercenarios que movilizar al pueblo, y mientras ellos reclutan un mercenario, nosotros podemos organizar 30 hombres del pueblo. Y no es lo mismo transportar 10 000 hombres que transportar 30 000 hombres; el número de barcos o de aviones necesarios sería extraordinariamente mayor14.

Parte de lo acontecido durante los preparativos se conoció después de vencida la invasión, tal fue el caso de Manuel Artime Buesa, denominado jefe civil invasor, quien en sus extensas declaraciones, al ser detenido en Playa Girón, dijo que viajó a Costa Rica y allí se entrevistó con los políticos locales Luis Alberto Monge Álvarez, José Figueres Ferrer, y con Jaime Daremblum, entonces líder del partido político de Figueres, quien le prometió apoyo moral. Daremblum15 le consiguió una carta de recomendación del cubano Alberto Inocente Álvarez Azpiazu para Juan Bosch, en República Dominicana. Luis Alberto Monge le dio otra para el delegado del Partido Acción Democrática en Venezuela. De Costa Rica, Artime viajó a Panamá, en busca de nuevos apoyos, según sus declaraciones.

Allí estableció contacto con miembros del, aún en formación, Movimiento Demócrata Cristiano. Sus miembros le facilitaron nombres y accesos a los medios de comunicación, pero le aclararon que el triunfo de la Revolución en Cuba había impactado de manera favorable en Panamá por el sentimiento antinorteamericano que allí existía.

Los primeros preparativos, que involucraban a Nicaragua en los planes agresivos contra Cuba, fueron realizados por los oficiales de la CIA, William Roberston, Rip, y Grayston Lynch, reclutados para ese fin. Ambos tenían la experiencia combativa de la II Guerra Mundial y la guerra de Corea. Rip había colaborado en la operación de la CIA contra Jacobo Arbenz en Guatemala, donde fue responsable de que no llegaran armas soviéticas a ese país.

El jefe de la Estación de la CIA en Managua lo llamó para utilizar sus influencias en el gobierno de Luis Somoza. El jefe inmediato fue el coronel Jack Hawkins. Rip fue asignado a la base de la CIA en Cayo Hueso, Florida, mientras que Lynch lo fue a Luisiana; allí se preparaba una base de entrenamiento provisional, donde antes existió una de la Marina estadounidense.

En enero de 1961, un grupo de contrarrevolucionarios cubanos es trasladado a Nicaragua. Allí se encontraban 30 cubanos recibiendo entrenamiento militar en el cuartel de El Coyotepe, en Masaya, a unos veinticinco kilómetros de Managua. Más tarde se trasladan a Puerto Cabezas, en la costa norte del país.

En ese año el oficial CIA Carl E. Jenkins, destacado en la organización de la brigada mercenaria, dirigió la construcción de los campamentos en Guatemala. Se reclutaron contrarrevolucionarios en Miami, contratados con la fachada de que trabajarían en el acondicionamiento de terrenos para la siembra de banano. Uno de ellos fue Benigno Pérez Vivanco, quien, en Cuba, había sido operador de equipos pesados16.

El 24 de febrero, Orlando Núñez Pérez, delegado del Frente Democrático Revolucionario en San José, envió una carta a Manuel Antonio de Varona, Tony17, quien se hallaba en Miami. En ella menciona al contrarrevolucionario Néstor Novo, cuñado de Juan Panellas Perera, como colaborador del Frente. Según Núñez, en Costa Rica había un grupo de cubanos y costarricenses dispuestos a la acción bélica. Este demanda de Varona el traslado a Cuba de armas o dinero para adquirir los medios. Contaban con una finca de veinte mil manzanas de bosques y montañas, situada en un lugar apartado con acceso al Atlántico, con un campo de aterrizaje. Consideraba que podía obtener la complicidad de las autoridades del país para que se “hicieran de la vista gorda”. La carta la firmaban Núñez Pérez y José Miguel Tarafa, ambos delegados del Frente18. Como para que no se dude de la situación de hostilidad contra la presencia de Cuba en ese país, el 19 de marzo su embajada en San José es tiroteada.

El periódico cubano Revolución publicó el martes 7 de marzo de 1961, que un DC-4 procedente de Guatemala sobrevoló la fortaleza de La Cabaña y dejó caer propaganda. En el avión iban nueve contrarrevolucionarios, al parecer con destino a la Base Naval de Guantánamo. Con anterioridad se había denunciado que había trasiego de contrarrevolucionarios desde los campamentos en ese país y la Base, como preludio de la invasión.

Al final, los mercenarios entrenados en Guatemala y en Estados Unidos se concentran en la costa atlántica de Nicaragua y, desde allí, parten para la invasión, que es derrotada en menos de sesenta y seis horas. Desde territorio nicaragüense salieron los aviones que el 15 de abril bombardearon la capital cubana y otros puntos del país, como preámbulo de la agresión. Este sería el segundo acto donde los contrarrevolucionarios sirvieron al imperialismo como mercenarios.

Después del fracaso, continuó la agresión

El 19 de abril, mientras se celebraba la victoria sobre la invasión, es tiroteada la Embajada de Cuba en Panamá. El 20 de mayo del propio año se ejecuta un ataque incendiario y es tiroteada de nuevo la sede diplomática cubana, mientras se efectuaba una recepción diplomática. El 25, es secuestrado el funcionario de esa sede, Gregorio Amor, quien es golpeado y acusado de traficar con drogas. Las provocaciones contra la embajada y su personal continúan. El 4 de junio es tiroteada de nuevo la Embajada de Cuba en Panamá. El 24 se repite un ataque incendiario y el tiroteo. El 5 de julio, otro tiroteo, el 22 lanzan botellas incendiarias; el 26 pomos de pintura roja contra la fachada. El 4 de septiembre se produce la amenaza de una bomba colocada en el inmueble. El 24 de octubre, colocan otra bomba en la embajada; seis días después, el 30, lanzan otra en su jardín. Dos días después, dos funcionarios cubanos son golpeados.

El 9 de noviembre de 1961, el gobierno de Mario Echandi en Costa Rica rompió relaciones con Cuba, presionado por los Estados Unidos para internacionalizar el aislamiento diplomático de la Isla.

El 31 de diciembre, en su acostumbrado mensaje a la nación, el entonces presidente de Guatemala, Miguel Ydígoras Fuentes, admitió que la fuerza mercenaria cubana se había preparado en suelo guatemalteco. El cerco para lograr el aislamiento político diplomático de Cuba ordenado por Estados Unidos se cierra aún más.

En esa época se celebró, en San José, el Congreso de la Junta Revolucionaria, JURE, donde participaron Manuel Ray19 y Antonio Costales Neumier, quien disentía con las posiciones de aquel y por ese motivo se separó de esa organización. Esta concertación fue conocida como el Congreso de Irazú, celebrado en el hotel del mismo nombre, para intentar alcanzar la unidad contrarrevolucionaria, que no fructificó.

Centroamérica siguió siendo un laboratorio para las agresiones contra Cuba. Después del regreso de los mercenarios sentenciados en Cuba a los Estados Unidos, en diciembre de 1962, las aspira-ciones de una nueva invasión continuaban latentes. En ese año la CIA fracasa en la operación Mangosta y son fraguados nuevos planes, entre estos la instalación de campamentos de mercenarios en Nicaragua. Para ello, simulan que pertenecen al llamado Movimiento de Recuperación Revolucionaria, MRR, de Manuel Artime, pero en realidad fueron instalados y financiados por la Agencia.

En Nicaragua habían tres bases: el cuartel general, la de comunicaciones y la de los comandos. Artime radicaba en Miami; los depósitos de armas estaban en Costa Rica; el plan era dirigido por la CIA. Los fondos estaban encubiertos por medio de una compañía llamada Marítima BAM, que eran las siglas del nombre de Artime al revés. Gastaron en dos años y medio más de seis millones de dólares, se hicieron catorce operaciones; cuatro alcanzaron sus objetivos.

Entre octubre de 1963 y mayo de 1964 se organizó todo. Félix Rodríguez Mendigutía tenía el rango de mayor y comandaba a nueve hombres. Según su testimonio, la Seguridad de Cuba infiltró a un agente en la base de Monkey Pointllamado Gabriel Albuerne; fue detectado y entregado al gobierno de Nicaragua20.

El terrorista y operativo de la CIA, Rafael “Chichi” Quintero, describió las relaciones con los entonces gobiernos de Costa Rica y Nicaragua, cuando los cubanos operaban desde campamentos en territorios de ambos países:

Por otra parte teníamos problemas porque teníamos que vérnoslas con dos gobiernos. Y los dos gobiernos eran el de Nicaragua y el de Costa Rica. Y voy a decirlo con mucha claridad. Estoy hablando de corrupción. Yo era el segundo al mando; Artime era el comandante militar... bueno era muy difícil. Estábamos comenzando la operación cuando el presidente John Kennedy fue asesinado21.

Una de las bases, cerca de Puerto Cabezas, era dirigida por Pedro Acebo. Esta fue el centro de acción de los comandos, que volaban en avionetas hasta el puerto de Bluefields