Memorial de Sololá - Varios Autores - E-Book

Memorial de Sololá E-Book

Autores varios

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Beschreibung

En la introducción al Memorial de Sololá anuncia el autor que va a escribir las historias de sus antepasados, tal como ellos solían contarlas.  Así cuenta cómo llegó su pueblo, desde el otro lado del mar, a la legendaria Tulán, núcleo de las razas de México y Guatemala. Luego cómo, después de organizarse, los guerreros de las siete tribus emprendieron el viaje hacia el sur, buscando los montes y valles donde debían fijarse y prosperar bajo el Sol de la civilización. En el Memorial de Sololá, llamado también Anales de los Kaqchikeles, se relatan distintos sucesos de la cultura maya caqchikel. Asimismo, se cuentan diversas historias de los antepasados mayas. Los primeros escritos son autoría de Francisco Hernández Arana Xajilá y abarcan desde 1560 hasta 1583. Posteriormente su nieto Francisco Rojas continuó con tal cometido a partir de 1583 hasta 1604. El objetivo de Hernández era escribir la historia de su pueblo para preservarla, ya que él vivió los momentos de la Conquista. El Memorial está dividido en dos partes, la primera hace referencia a lo mitológico o legendario. Toma en cuenta toda la parte ancestral, la creación, así como los linajes y las familias.  La segunda parte es más de carácter histórico y cronológico. Entre los hechos que se resaltan están los acontecimientos sucedidos entre los diversos señoríos indígenas. Igualmente, también se habla de la la Revolución de Iximché y la Conquista española. Es interesante notar que el manuscrito cakchiquel, lo mismo que el Popol Vuh y demás documentos quichés y los Libros de Chilam Balam, señalan a la legendaria Tula como el centro de difusión de las razas que poblaron las tierras de la Península de Yucatán y el interior de la actual República de Guatemala. Aunque entre los arqueólogos e historiadores ha habido discrepancia acerca de la localización de Tula, hoy parece un hecho establecido que la ciudad prehistórica era la misma cuyas espléndidas ruinas se contemplan al norte de la capital de México, en el Estado de Hidalgo, en el centro de la zona de Tula-Jilotepec. Adrián Recinos

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Autores varios

Memorial de Sololá Edición de Adrián Recinos

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: Memorial de Sololá.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño cubierta: Michel Mallard

ISBN rústica ilustrada: 978-84-9007-817-4.

ISBN tapa dura: 978-84-1126-343-6.

ISBN ebook: 978-84-9953-837-2.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Memorial de Sololá. Adrián Recinos 9

I. Historia del Manuscrito Cakchiquel 9

II. Los autores del Memorial 17

III. Contribución a la historia 22

Primera parte 29

La victoria de nuestros abuelos después de haber muerto uno de ellos: 56

La conquista de los Ykomagi: 59

Esta fue su aurora: 66

Estos son los trabajos que pasaron cuando estuvieron allí: 69

Van a presentarse ante Tepeuh: 73

Les dan sus mujeres: 74

En su busca: 75

Nueva llegada al bosque de Chiqohom: 75

Mueren Caynoh y Caybatz: 76

Llegan a Chiavar: 79

Entran a gobernar: 81

Nombres de todas las ciudades: 82

He aquí el principio de la revuelta contra Qikab: 83

Principia otra revuelta: 85

Estas fueron las órdenes dadas a los señores: 86

Cómo se marcharon de Chiavar: 87

La muerte de los reyes: 90

Lo que pasó: 91

La destrucción de los quichés: 93

La muerte del rey Ychal 94

(Amolac Lahuh Noh Chicum Cuat): 94

He aquí la muerte de Caoké: 96

Entonces tuvo lugar la revolución de Yximchée: 97

La muerte de los tukuchées que fueron completamente aniquilados: 98

Nombres de nuestros antepasados hijos de reyes: 107

Lo que pasó durante el 26.° año: 108

Segunda parte 111

Llegada de los castellanos a Xetulul: 111

Cómo vinieron a Yximchée: 113

Demanda de dinero: 115

Entonces nos fugamos de la ciudad: 116

La introducción del tributo: 120

Entonces comenzó nuestra instrucción: 127

Se comenzaron a juntar las casas: 129

Año de 1571: 142

Año de 1572: 142

Año de 1573: 143

Año de 1574: 143

Año de 1575: 143

Año de 1576: 144

Año de 1577: 145

Año de 1578: 146

Año de 1579: 147

Año de 1580: 147

Año de 1581: 148

Año de 1582: 149

Año de 1583: 150

Año de 1584: 151

Año de 1585: 154

Año de 1586: 156

Año de 1586: 158

Año de 1587: 159

Año de 1588: 162

Año de 1589: 163

Año de 1590: 165

Año de 1591: 167

Año de 1592: 171

Año de 1593 174

[Año de 1594:] 175

Año de 1595: 177

Año de 1596: 179

Año de 1597: 179

Año de 1598: 179

Año de 1599: 181

Cuaresma 183

Vinieron a hacer un Capítulo: 183

Año de 1600: 184

Año de 1601: 186

Año de 1602: 186

Año de 1603: 188

Año de 1604: 188

Los matrimonios del autor: 188

Esta es la relación de nuestra descendencia: 190

Esta es la relación de los descendientes de nuestros abuelos: 192

Esta es la descendencia: 194

Testamento: 195

Las tumbas de los antepasados: 197

Descendencia de los Gebutá Queh: 199

Bibliografía 201

Libros a la carta 207

Memorial de Sololá. Adrián Recinos

I. Historia del Manuscrito Cakchiquel

Hemos explicado en otra parte1 los orígenes de la escritura en América, especialmente en México y Guatemala, donde este arte casi divino alcanzó su mayor desarrollo. Los escritores indígenas aprendieron rápidamente el uso del alfabeto castellano, y ya sea obedeciendo a su propio deseo de conservar por escrito los hechos y leyendas de sus antepasados que se venían transmitiendo por tradición oral y con el auxilio de pinturas, o bien accediendo a los consejos de los misioneros católicos interesados en el conocimiento de la antigüedad americana, compusieron las historias, libros y anales que forman la fuente y base principal de nuestros conocimientos sobre la vida y cultura de los primitivos pobladores del Continente.

La literatura indígena de Guatemala ha contribuido al conocimiento de la antigüedad americana con un gran libro, el Popol Vuh, que condensa en sus páginas las ideas cosmogónicas y religiosas de las razas que poblaron el territorio que se extiende al sur de México, y cuya mentalidad está impregnada de la cultura que propagó en aquella zona el gran civilizador tolteca Quetzalcóatl.

El pueblo quiché, cuyas tradiciones y antigua historia refiere el Popol Vuh, no fue el único que desarrolló una cultura importante en Guatemala. A su lado, y rivalizando con él constantemente, prosperó la nación cakchiquel, que no era en rigor diferente de la quiché, y que, al contrario, forma con ella una rama de la raza maya cuya maravillosa civilización brilló varias siglos antes en la región, y presenta asimismo huellas de la influencia tolteca. Juntos peregrinaron los dos pueblos desde el norte siguiendo el litoral del Golfo de México a través de la Península de Yucatán hasta fijar su residencia en las tierras altas de la actual República de Guatemala, donde vivieron bajo una misma organización social y política.

Hasta el reinado del gran rey Quikab, o sea hasta mediados del siglo XV, los cakchiqueles permanecieron unidos a los quichés y vivieron junto a la corte de sus reyes. Pero cuando Quikab fue destronado por una revuelta encabezada por sus propios hijos, los cakchiqueles, que se veían amenazados por la hostilidad de sus hermanos de ayer, desalojaron los lugares que ocupaban cerca de ellos. El mismo sabio monarca, privado de la autoridad real, les aconsejó que fueran a establecerse en la fértil zona que se extiende alrededor de Yximchée (junto al actual Tecpán-Guatemala), donde fijaron la capital de su nación.

Allí se engrandecieron, vencieron a sus enemigos, hicieron grandes conquistas y vivieron en la abundancia hasta que los españoles los subyugaron en el siglo XVI.

Las vicisitudes de esta nación, sus luchas, sus triunfos, sus sufrimientos y su esclavitud y miserias cuando sopló sobre ellos el vendaval de la conquista extranjera, fueron descritos en un libro compuesto a fines del siglo XVI por varios indios instruidos en la escritura moderna. Este libro se conservó en el pueblo de Sololá, cabecera de corregimiento, situado en una montaña que domina el Lago de Atitlán, y fue recogido más tarde por los religiosos de San Francisco que administraban espiritualmente la región. El padre fray Francisco Vázquez, cronista de la Seráfica Orden, lo tuvo en sus manos desde fines del siglo XVII y lo utilizó en la narración de algunos episodios de interés para la historia general del país y especialmente para la historia de la fundación y desarrollo de los conventos franciscanos de Guatemala. A aquel libro llama el padre Vázquez «los papeles de los indios».2

Consumada la independencia de Centroamérica en 1821, y apenas organizada la República federal, estalló la guerra civil que produjo finalmente la separación de los Estados. El año de 1829, el general Francisco Morazán, al frente de un ejército compuesto principalmente de fuerzas de El Salvador y Honduras, ocupó la capital de Guatemala. El nuevo gobierno que se estableció con ese motivo decretó la expulsión de las congregaciones religiosas, y como consecuencia de esta medida los archivos y bibliotecas de los conventos fueron trasladados a centros pertenecientes al Estado o a la Curia eclesiástica, y no fueron pocos los que pasaron a manos de personas particulares. El manuscrito cakchiquel quedó por entonces bajo la protección de la Curia eclesiástica.

El abate francés Charles Etienne Brasseur de Bourbourg visitó Guatemala en 1855 y se dedicó a estudiar la historia y las lenguas indígenas del país, con el apoyo del arzobispo doctor Francisco García Peláez, que era también historiador distinguido, y que, como dice Brasseur, simpatizaba con todos los hombres de estudio. El investigador europeo recibió también valiosa ayuda de parte del doctor don Mariano Padilla, dueño de «una colección de libros y papeles que pueden considerarse como la biblioteca americana más completa de la América Central».3 El doctor Padilla había reunido en su colección muchos documentos originales y copias de otros tantos, relativos a la historia y a las lenguas del país. Hombre de espíritu amplio y desprendido, y amigo de las demás personas aficionadas a estos trabajos, sirvió de guía al doctor Carl Scherzer, quien visitó Guatemala en 1854 y publicó en Viena, tres años más tarde, la versión de Ximénez del Popol Vuh. Con el abate Brasseur de Bourbourg, Padilla llevó su generosidad hasta el grado de cederle algunos de los documentos que formaban su valiosa colección histórica.

El abate encontró en Guatemala otro espíritu no menos generoso e instruido en las antigüedades del país: don Juan Gavarrete, a quien el polígrafo francés llama «joven y celoso arqueólogo guatemalteco». Brasseur recuerda también, entre los amigos que tuvo en Guatemala, a don Francisco Gavarrete, hermano de don Juan, autor de la obra más antigua que se conoce acerca de la geografía de Guatemala.4

Don Juan Gavarrete conocía todos los documentos históricos de los archivos civiles y eclesiásticos, y acometió la empresa gigantesca de paleografiar los más importantes. El trabajo de más aliento realizado por él fue la transcripción de la Historia de la Provincia de San Vicente de Chiapa y Guatemala, por fray Francisco Ximénez, en seis volúmenes y cerca de 2.200 páginas. Dicha copia se conserva en la Biblioteca Nacional de Guatemala. Gavarrete paleografió también parte de la Recordación Florida de Fuentes y Guzmán, las Historias del Origen de los Indios del padre Ximénez, las Cartas del conquistador don Pedro de Alvarado y muchos otros documentos relativos a la historia de Guatemala.

Comisionado en 1844 para reorganizar el archivo del convento de San Francisco de la ciudad de Guatemala, que se encontraba bajo la custodia del arzobispado, descubrió entre aquellos papeles un manuscrito en lengua cakchiquel compuesto de 48 folios redactados de una misma mano en caracteres españoles y letra de principios del siglo XVII. Cuando, en 1855, llegó a Guatemala el abate Brasseur de Bourbourg, tuvo conocimiento del manuscrito, y comprendiendo su importancia para el estudio de la historia antigua del país, se ocupó en traducirlo al idioma francés y finalmente lo guardó para sí con la misma facilidad con que adquirió otros documentos de la misma clase. Antes de regresar a Europa dejó copia de su traducción al señor Gavarrete, quien la trasladó a su vez al castellano y la dio a luz en 1873 en el Boletín de la Sociedad Económica de Guatemala con el título de Memorial de Tecpán Atitlán, que le dio el primer traductor de este documento.

El señor Gavarrete refiere la historia del hallazgo de este manuscrito en la «advertencia» que puso al frente de su edición del Memorial, el cual dice que fue «encontrado casualmente por el editor cuando en el año 1844 se hallaba ocupado en arreglar el archivo del convento de San Francisco de esta capital, por disposición del limo. señor Arzobispo doctor don Francisco García Peláez para devolverlo a los religiosos de aquella orden, de cuyo restablecimiento se trataba». Agrega que el documento fue examinado «por muchas personas versadas en los idiomas indígenas sin que pudiera obtenerse, a pesar de sus esfuerzos, una traducción íntegra y exacta de su texto, habiendo sido bastante, sin embargo, lo que de su sentido pudo percibirse, para venir en conocimiento de su grande importancia histórica».

Continúa diciendo que en 1855 el abate Brasseur de Bourbourg, «habiendo habido a las manos el manuscrito de que se trata, se dedicó a traducirlo empleando los conocimientos que ya poseía en el idioma mexicano y en las tradiciones primitivas de los pueblos de este continente, y valiéndose, además, de vocabularios antiguos de las lenguas quiché y cakchiquel, con lo que logró llevar a cabo su empresa vertiéndole del cakchiquel al francés, aunque, a decir verdad, el mismo traductor, habiendo hecho posteriormente grandes progresos en el conocimiento de estos últimos idiomas y en la generalidad de sus estudios americanos, manifestó alguna desconfianza sobre la exactitud de una versión que desde entonces no tuvo ocasión de ver y corregir. El texto, sin embargo, quedó en su poder, y en la gran Colección histórica que logró formar se halla marcado con el número IX; pero habiendo dejado al que suscribe el borrador de su traducción, de él se ha servido para verterlo a su vez al español, coleccionándolo entre los documentos históricos del Museo Nacional y darlo ahora a la publicidad».

Brasseur utilizó el manuscrito cakchiquel en la composición de su Histoire des Nations Civilisées du Mexique et de l’Amérique Centrale, y aun llegó a incluir algunos pasajes completos del mismo en el tomo primero de dicha obra, pero nunca publicó su traducción íntegramente. El mismo investigador es responsable del título con que este documento ha sido conocido desde entonces, Memorial de Tecpán-Atitlán, por haber sido escrito en Tzololá, comunidad indígena de la raza cakchiquel establecida desde tiempo antiguo junto al Lago de Atitlán. Los mexicanos que ayudaron a los españoles a la conquista de Guatemala dieron a aquel lugar el nombre de Tecpán-Atitlán, pero el nombre primitivo ha subsistido, y el antiguo centro comercial se conoce hoy con el nombre eufonizado de Sololá. Por esta razón creemos más adecuado el título de Memorial de Sololá con que presentamos el documento indígena en esta edición.

A la muerte de Brasseur, su Colección Americana de documentos históricos y lingüísticos, a que esta obra pertenecía, pasó a manos de Mr. Alphonse Pinart, quien la puso en venta en París del 28 de enero al 5 de febrero de 1884. En el catálogo respectivo figuran una copia y la primera traducción del documento con el título de Memorial de Tecpan-Atitlan, texte cakchiquel et essai de traduction frangaise en regard, faite á Rabinal en 1856. Ms. 68 ff. El manuscrito indígena y la traducción de Brasseur fueron adquiridos por el doctor Daniel G. Brinton. Este distinguido investigador norteamericano estudió el importante documento indígena, lo tradujo al inglés y lo editó en 1855, y finalmente lo donó a la biblioteca del Museo de la Universidad de Pensilvania, en Filadelfia, donde se conserva como parte de la colección que lleva su nombre.

En 1885 publicó el doctor Brinton la interesante obra que intituló The Annals of the Cakchiquels, y que contiene el texto original del libro indígena, acompañado de su traducción al idioma inglés, una extensa introducción y algunas notas, todo presentado en la forma académica e irreprochable que caracteriza las publicaciones de aquel eminente sabio americanista. Brinton menciona en esta obra las noticias relativas al documento indígena y las traducciones que de él se habían hecho hasta aquel tiempo. Asegura que el abate Brasseur tenía la intención de editar el texto original junto con su versión al francés, pero no vivió lo suficiente para realizar su deseo.

El doctor Brinton había traducido previamente al idioma inglés una gramática de la lengua cakchiquel, de autor desconocido, que el doctor Mariano Gálvez, Jefe del Estado de Guatemala, donó en 1836 a la Sociedad Filosófica Americana de Filadelfia, junto con otras obras de la misma índole. El estudio de esos trabajos proporcionó al doctor Brinton un conocimiento general de la lengua en que fue escrito el Memorial de Sololá y le permitió llevar a cabo su traducción al inglés, la cual dice haber hecho directamente del texto indígena, pero con ayuda de la versión manuscrita de Brasseur de Bourbourg, cuya copia poseía. Sin embargo, como el mismo doctor Brinton declara, su traducción se aparta frecuentemente de la del americanista francés.

Brinton no creía haber superado todas las dificultades que ofrece este documento, y advierte que su objeto en este y los demás volúmenes de la serie de literatura indígena americana publicada por él, ha sido suministrar material de estudios y no presentar un trabajo acabado. Lo cierto es que la publicación, en inglés, del documento histórico de los indios cakchiqueles de Guatemala, ha atraído sobre ese pueblo, desde 1885, la atención de los hombres de estudio de los Estados Unidos y Europa.

El profesor de la Sorbona Georges Raynaud, autor de una traducción moderna del Popol Vuh, emprendió también la versión al francés del libro cakchiquel, conforme al texto publicado por Brinton. Ese trabajo, traducido al castellano por Miguel Ángel Asturias y J. M. González de Mendoza, ha sido editado con el nombre de Anales de los Xahil de los indios cakchiqueles.

Brinton no publicó todo el manuscrito de Sololá. De las 96 páginas que contiene, solamente dio a conocer 48, que a su juicio eran las que encerraban asuntos de interés general. En 1934, el licenciado don J. Antonio Villa-Corta publicó en Guatemala el texto indígena completo en la obra que lleva por título Memorial de Tecpán Atitlán (Anales de los Cakchiqueles). El texto original va acompañado en la edición del señor Villacorta de una traducción castellana que sigue de cerca a la de Brinton y que tampoco va más lejos del punto en que Brasseur suspendió la suya.

Recientemente, el padre guatemalteco Celso Narciso Teletor ha publicado una versión española de las partes del Memorial que no habían sido traducidas anteriormente.5

El doctor Ernest Mengin, de Copenhague, tiene en preparación una edición en facsímil del manuscrito cakchiquel de Sololá, como parte de la serie intitulada Corpus Codicum Americanorum.6

II. Los autores del Memorial

La cuestión relativa al autor o autores del Memorial de Sololá no presenta mayor dificultad. Es indudable que en su redacción intervinieron varias personas, cuyos nombres aparecen en algunos lugares del manuscrito. Desde luego, la sección legendaria que se refiere en la primera parte representa la tradición popular conservada durante centenares de años y transmitida de generación en generación. Un miembro de la familia o parcialidad de los Xahil tuvo la feliz idea, y la capacidad intelectual, de recoger esa tradición y escribirla, después de la Conquista, en su idioma original, valiéndose del alfabeto castellano.

El mismo escritor, u otro más moderno, prosiguió el relato y refirió las hazañas de los reyes y guerreros, las conquistas y fundaciones de pueblos, la sucesión de los jefes de la nación hasta la llegada de los conquistadores europeos. Se observa en esta parte un orden cronológico que justifica el título de Anales de los Cakchiqueles, que Brinton dio a este documento. La narración prosigue de la misma mano por algún tiempo, pero es indudable que, en la última época, varias personas tuvieron acceso al libro cakchiquel convirtiéndolo en una especie de diario de la comunidad indígena, en el cual se registraron nacimientos y muertes, tránsito de viajeros importantes, disputas de tierras, incendios de casas y plantíos, eclipses, terremotos, prisiones, socorros a gentes necesitadas, contribuciones, gastos comunes, compra de campanas, retablo y órgano para la iglesia, etc., etc. Toda la vida de la comunidad indígena se refleja en este curioso libro. A él puede aplicarse la frase de Brinton —quien dice hablando de los Libros de Chilam Balam— que todos esos volúmenes son una especie de libro de memorias en que se copiaron artículos diversos de libros más antiguos y sucesos contemporáneos de interés general o particular.

El Memorial de Sololá es justamente eso, y bien puede afirmarse que en su composición tomaron parte varios miembros de la antigua familia de los Xahil. Uno de ellos, Francisco Hernández Arana, nieto del rey Hunyg, declara su nombre hacia la mitad de la obra; y otro, Francisco Díaz, continúa la narración desde el punto donde la dejó el primero, hacia el año 1581, y la lleva hasta el año 1605. Del libro primitivo, escrito por estos dos compiladores, y que contenía, además, otros documentos de distinta mano, se sacó, probablemente a mediados del siglo XVII, la copia que se conserva hasta hoy y que parece ser la obra de un perfecto pendolista.

Debe advertirse que el primero de los compiladores no agregaba a su nombre la palabra Xahilá, y que el segundo se llamaba a sí mismo Francisco Díaz a secas, sin el aditamento de Gebutá Queh que arbitrariamente le impuso Brasseur de Bourbourg.

En los párrafos 117 y 118 relata el primer autor que los yaquis (mexicanos) de Culuacán, enviados por el emperador Moctezuma, fueron recibidos por los reyes Hunyg y Lahuh Noh allá por el año de 1510, y que él vio a los enviados y a sus numerosos acompañantes. Suponiendo que Hernández Arana tuviera en 1510 cinco años de edad, mínimo necesario para que se grabara en su memoria la llegada de los mexicanos, se puede fijar supletoriamente el año de su nacimiento en 1505.

En los párrafos 130 y 131 nos informa el autor que su padre fue el Ahpop Achí Balam, hijo primogénito del rey Hunyg. En el mismo lugar anota que el segundo hijo de aquel jefe se llamaba Ahmak y fue el padre de don Pedro Solís. Este don Pedro Solís parece haber sido hombre importante, y desarrolló su vida paralelamente a la de Hernández Arana. Fue alcalde varias veces, y en 1580, cuando había llegado a avanzada edad, lo designa el manuscrito como el Ahpoxahil, o rey cakchiquel. Murió en 1584.

Abuela del autor y de don Pedro Solís fue la reina Chuuyzut, primera esposa del rey Hunyg. Desgraciadamente, el rey y su hijo el Ahpop Achí Balam murieron en 1521, a consecuencia de la peste. Fueron electos entonces como reyes Cahí, Ymox y Beleché Qat, los últimos monarcas independientes de la nación cakchiquel. «Nosotros éramos niños —dice el autor— y por eso no nos escogieron a nosotros.» Efectivamente, Hernández Arana tendría entonces catorce años, y quedó sin el apoyo de sus padres. Es probable, sin embargo, que cuando mucho después contempló el sacrificio de los últimos reyes bajo el dominio de los españoles, haya bendecido el hecho de que sus mayores no lo hubieran tomado en cuenta al elegir a los sucesores de su padre y abuelo.

Un año más tarde, en 1522, Hernández Arana contrajo matrimonio, cuando tenía probablemente dieciséis años de edad. Era costumbre de los antiguos indios (fielmente seguida por los modernos) casar a sus hijos en edad temprana, y en el caso presente, es justo reconocer que Hernández Arana necesitaba más que nunca la compañía de una buena esposa.

En abril de 1524 presenció la llegada de los castellanos a la capital cakchiquel. «Sus caras no eran conocidas, y los señores los tomaron por dioses.» También Moctezuma había cometido el error, fatal para su imperio, de creer que Cortés era el propio dios Quetzalcóatl que realizaba su anunciado retorno al hogar de sus mayores.

Luego vino la insurrección general contra los castellanos, y los reyes y el pueblo entero abandonaron las ciudades y se refugiaron en los montes, huyendo del maltrato y las exacciones de los invasores. Durante cuatro años pelearon contra ellos, sufriendo pérdidas cuantiosas. Nuestro autor dice que en esos críticos tiempos pasó muchas penalidades y que dos veces estuvo en peligro de muerte.

El 12 de enero de 1528 nació su hijo Diego, cuando sus padres se encontraban en Bocó, hoy Chimaltenango. Por una coincidencia ese día comenzaron los cakchiqueles a pagar el tributo a los españoles y con ello se afianzó la paz. Este hijo Diego Hernández Xahil tuvo también una carrera cívica importante; fue electo alcalde de Sololá en 1559, 1567, 1573, 1576, 1583 y 1586.

El autor refiere los trabajos forzados impuestos a los indios en los lavaderos de oro, en las obras de construcción de la capital de la colonia y en los caminos; los actos de violencia de Alvarado, las ejecuciones de los nobles y la destrucción de la primera ciudad de Guatemala en 1541, y registra la muerte del adelantado y la de su esposa doña Beatriz de la Cueva.

Describe también la fundación y desarrollo de Sololá, que llegó a ser un centro importante de la nación cakchiquel, y los trabajos de conversión e instrucción religiosa llevados a cabo por los frailes de las diferentes órdenes.

El 1.° de enero de 1559, a tiempo que estaba escribiendo, fue atacado el autor por otra epidemia que causó innumerables víctimas en todo el país. Poco después, en 1560, aparece una nota en la cual un desconocido miembro de la comunidad indígena apunta que ese año murieron su padre, su madre y sus hermanos. Esta nota confundió a Brinton porque supuso que la había escrito el conocido autor del Memorial, que, en tal caso, no podía ser Francisco Hernández, cuyos padres murieron en 1519. Lo que ocurre en este lugar ha sido apuntado anteriormente; al libro de memorias de Sololá tenían acceso muchos de los vecinos del pueblo y alguno de ellos ha de haber escrito esta noticia de la muerte de sus padres, sin cuidarse de decir quiénes eran ellos ni quién era él. La existencia de otras anotaciones de diferentes individuos apoya esta explicación.

Don Pedro Solís y Francisco Hernández fueron alcaldes en 1561. Hernández volvió a serlo en 1562.

La última mención del nombre de nuestro autor se encuentra en el párrafo 212, donde se lee lo siguiente: «Nació Catalina, hija de Pedro Ramírez y mi hija ante Dios [ahijada]. Yo, Francisco Hernández Arana, en el mes de diciembre del año de 1581».

En 1583 aparece por primera vez una anotación suscrita por Francisco Díaz, la que dice así: «Me casé aquí, yo el viejo pacal Francisco Díaz, con Francisca Catalina, hermana del difunto Diego Pérez Atzih Vinak Baqahol». Desde este lugar en adelante aparece con frecuencia el nombre de Francisco Díaz, quien fue varias veces alcalde y mayordomo de la cofradía, casó tres veces, tuvo muchos hijos y sufrió prisiones y destierros, al parecer por causas baladíes, embriaguez y otras faltas que, por lo visto, se castigaban con rigor en aquel tiempo, principalmente cuando eran cometidas por los indios. En 1594 visitó la ciudad de México acompañando a varios religiosos.

Francisco Díaz, continuador del Memorial Cakchiquel, era hijo de Pedro Can y nieto del pequeño pacal Diego López, según declaración de esta última persona, que dejó escritos un testamento y una relación de sus antepasados en el libro común de Sololá. En dichos documentos afirma Diego López que sus abuelos descendían del rey Oxlahuh Tzíi. Por consiguiente, fue un error de Brasseur, que todos sus sucesores han repetido, unir al nombre de Francisco Díaz el de Gebutá Queh. Este último nombre aparece ciertamente en otro lugar del Memorial, pero no le corresponde al hijo de Pedro Can. Es evidente que Brasseur leyó muy por encima las páginas 14 y 15 del manuscrito, no traducidas por él, en que Francisco Canux, hijo de Gebutá Queh, creyó oportuno consignar la historia de su familia, la que no parece haber tenido relación alguna con la familia de Francisco Díaz.

Debe tenerse, en consecuencia, como únicos autores conocidos de la parte narrativa del Memorial de Sololá a Francisco Hernández Arana y a Francisco Díaz, miembros ambos de la familia Xahilá y descendientes del rey Oxlahuh Tzíi.

III. Contribución a la historia

No dedica mucho espacio este documento a las ideas cosmogónicas, aunque, sí describe en pocas líneas la creación del hombre y confirma las ideas del Popol Vuh acerca de este asunto. Envueltos en el velo de la fábula relata algunos episodios de la edad heroica, rindiendo culto a lo maravilloso como todos los pueblos primitivos. Pero el mérito principal de la obra radica en su valiosa contribución a la historia, desde las primeras fundaciones de los indios hasta la conquista española y el primer siglo de la colonización.

En la introducción al Memorial anuncia el autor que va a escribir las historias de sus antepasados, tal como ellos solían contarlas; cómo llegó su pueblo, desde el otro lado del mar, a la legendaria Tulán, núcleo de las razas de México y Guatemala, y cómo, después de organizarse, los guerreros de las siete tribus emprendieron el viaje hacia el sur, buscando los montes y valles donde debían fijarse y prosperar bajo el Sol de la civilización.

Es interesante notar que el manuscrito cakchiquel, lo mismo que el Popol Vuh y demás documentos quichés y los Libros de Chilam Balam, señalan a la legendaria Tula como el centro de difusión de las razas que poblaron las tierras de la Península de Yucatán y el interior de la actual República de Guatemala. Aunque entre los arqueólogos e historiadores ha habido discrepancia acerca de la localización de Tula, hoy parece un hecho establecido que la ciudad prehistórica era la misma cuyas espléndidas ruinas se contemplan al norte de la capital de México, en el Estado de Hidalgo, en el centro de la zona de Tula-Jilotepec. Es curioso observar que los investigadores no debatieron ni resolvieron este punto hasta fines del siglo pasado y primeras décadas del actual, y, sin embargo, un documento indígena de Guatemala había fijado desde la época de la Conquista la localización de la ciudad de las siete barrancas, la Tulán Ziván de los quichés, el Chicomoztoc de los aztecas. En efecto, el historiador guatemalteco Fuentes y Guzmán, escribiendo a fines del siglo XVII,7 decía que en el manuscrito de don Francisco Gómez, primer Ahzib quiché, que le confió el padre Vázquez, cronista de la orden franciscana, se leía que la familia de Tanub (jefe quiché) había fundado «la gran ciudad de Tula en el lugar que corre entre Santiago de los Valles y Xilatepeq, 50 leguas de México, de donde salieron innumerables y nobles gentes por orden de su oráculo a poblar de nuevo y fundar su monarchía en otra parte, para cuyo fin y buen efecto peregrinaron más término de 700 leguas con largos rodeos y demoras, parando muchos años, y muy de asiento, en sitios y parajes de su camino, hasta llegar, por orden de su oráculo, a darle vista a una laguna para hacer su fundación».

El Memorial de Sololá menciona los lugares por donde pasaron las tribus después de su salida de Tula, la estación que hicieron junto a la Laguna de Términos, que parece haber sido en el siglo X la zona de concentración de los pueblos emigrantes, y su llegada al interior de Guatemala. Algunos de los lugares mencionados en este documento conservan todavía su nombre antiguo. En la Introducción al Popol Vuh hemos dado todos los pormenores conocidos acerca de la peregrinación de los quichés y cakchiqueles, por lo cual referimos a aquel lugar al lector que se interese por esta materia.

Según se cuenta en este libro, los cakchiqueles convivieron en buena armonía con los quichés hasta mediados del siglo XV. Cooperaron en las conquistas del gran rey Quikab; pero cuando este monarca fue destronado, como se ha dicho anteriormente, a consecuencia de una revuelta encabezada por sus propios hijos, la nación cakchiquel se estableció por separado en el territorio que se extiende desde el Lago de Atitlán hasta los volcanes de Agua y de Fuego, y hasta las montañas del norte que los indios llamaban de Nimaché, o árboles grandes, alusión a los corpulentos cipreses y abetos que allí crecen. Al pie de dichas montañas corre el caudaloso Río Motagua Nimáya, o río grande. Los cakchiqueles fundaron su capital en el monte Ratzamut y la llamaron Yximchée, nombre del árbol conocido actualmente con el nombre de ramón.

Declarada la rivalidad entre los dos pueblos, se sucedió una serie de guerras que duró once años, como resultado de las cuales se debilitaron los quichés y se consolidó el reino cakchiquel.

En 1510 el emperador Moctezuma II envió una embajada a la corte de Yximchée, probablemente para comunicar a los reyes los temores que abrigaba por la presencia de los españoles en las islas de las Antillas. El autor del Memorial refiere haber presenciado la llegada de los mensajeros mexicanos.

Algunos años después los cakchiqueles, seguramente bien informados de la fuerza y poderío militar de los españoles, e impresionados por la conquista de México, buscaron la amistad de Hernán Cortés y le enviaron una embajada ofreciéndole acatar la soberanía de España. El hecho quedó consignado en la carta de Cortés al emperador Carlos V, fechada el 15 de octubre de 1524, en la cual el conquistador de México relata varios acontecimientos ocurridos hasta entonces. Refiere Cortés que regresando de la provincia de Panuco, en una ciudad llamada Tuzapán (¿Tuxpan?), se encontró con dos españoles que había enviado en unión de algunos naturales de Tenuxtitlán (México) y otros de la provincia de Soconusco «a unas ciudades de que muchos días había que yo tenía noticia, que se llaman Ucatlán y Guatemala, y están desta provincia de Soconusco otras 60 leguas». Y agrega: «Con los cuales dichos españoles vinieron hasta cien personas de los naturales de aquellas ciudades, por mandato de los señores dellas, ofreciéndose por vasallos y súbditos de Vuestra Cesárea Majestad». El hecho parece indudable, pero a juzgar por los acontecimientos ulteriores no deben haber tomado parte en la embajada los quichés de Utatlán, que poco después resistieron denodadamente la invasión española. Es probable que hayan sido solo los cakchiqueles de Iximché, ya desde entonces llamada Guatemala, los que se ofrecieron de paz a los castellanos.

Es bien sabido —y el libro de Sololá lo explica claramente— que los cakchiqueles continuaron demostrando sus sentimientos amistosos hacia los españoles, hasta que las exigencias de éstos y el trato duro que daban a los indios sometidos, los obligaron a levantarse en armas en la gran insurrección general que se inició el mismo año de 1524 en que dio principio la Conquista. Los propios españoles acusaron a Alvarado por las exacciones y actos de violencia que había cometido con los indios, y ese fue el origen del proceso instruido en México en 1529 contra el conquistador de Guatemala. Entre los cargos que entonces se le hicieron figura el de que había pedido a los reyes cakchiqueles que le dieran mil hojas de oro de a 15 pesos cada hoja, de lo cual le entregaron una parte, y que «por temor que del ovieron por las crueldades que le vieron fazer e porque avía tomado la señora muger del cacique para la traer por su manceba e porque le tenían por onbre codecioso e cruel, se alzaron de guerra e ansi han estado mucho tiempo e lo mismo fizieron en todas las comarcas e dezian e publicaban los señores e naturales que mientras el dicho Pedro Alvarado fuera capitán, no estañan de paz con los cristianos aunque murieran en la guerra».8

Alvarado negó haber tomado por fuerza a la mujer del cacique; declaró haberse apoderado de una india vieja que llamaban Súchil porque ésta sabía los secretos de la tierra que los señores se negaban a revelarle, y que esa mujer le sirvió de guía para marchar a la conquista de Cuzcatlán (El Salvador). El Memorial dice solamente, acerca de este asunto, que cuando Tunatiuh volvió (de Cuzcatlán) pidió una hija del rey cakchiquel, y que los señores se la dieron.

En cuanto a la exigencia del oro, Alvarado se limitó a presentar testigos que declararon que lo que los indios le dieron «cuando entró en la cibdad de Guatemala» no llegaba a 2 o 3.000 pesos de oro bajo «en cuentas e axícaras e bezotes».

Y respecto a la sublevación de los indios, se dice en la Provanza de los descargos del Adelantado que «después que volvió [de Cuzcatlán] a la provincia de Guatemala, los naturales della se alzaron y rebelaron contra el servicio de Su Magestad faziéndoles el dicho don Pedro de Alvarado buenos tratamientos, e aquella noche que se alzaron cenaron muchos señores y principales a su mesa con él e después de alzados le dieron muy cruda guerra e hicieron muchos hoyos e minas con estacas cubiertas con tierra e yerva donde cayeron e murieron muchos cavallos y españoles».

Coinciden en este punto los documentos españoles y el manuscrito indígena, pero éste nos revela que los indios se atrevieron a lanzarse a la revuelta engañados por un falso profeta de su raza que les ofreció usar de poderes sobrenaturales para aniquilar al invasor. Los indios lucharon en vano muchos años, sufrieron muertes y privaciones sin cuento, perdieron sus cosechas, sus hogares y su capital, que fue incendiada por los españoles, y finalmente se sometieron y aceptaron la esclavitud, el tributo y los vejámenes que siguió imponiéndoles el conquistador. Varios príncipes y señores fueron sacrificados, e igual destino sufrieron el último rey cakchiquel y el último rey quiché, a quienes, según el cronista Vázquez, tuvo presos «conservándoles las vidas el piadoso don Pedro de Alvarado hasta el año 1540...».

Al desaparecer Alvarado se aliviaron los sufrimientos de los indios y el Memorial hace justicia al trato moderado y conmiseración que aquéllos encontraron en los sucesivos gobernadores, como Maldonado y Cerrato. «Pronto cesó el lavado de oro, se suspendió el tributo de muchachas y muchachos. Pronto también cesaron las muertes por el fuego y en la horca y cesaron los despojos en los caminos por parte de los castellanos. Pronto volvieron a verse transitados los caminos por la gente como lo eran antes de que comenzara el tributo», dice el Memorial, hablando de la llegada de Maldonado. Y más adelante comenta que «el señor Cerrato alivió verdaderamente los sufrimientos del pueblo».

De esta manera el venerable documento indígena presenta el cuadro de la Conquista y colonización con sobriedad y mesura, pero también con los colores de la verdad que brillan solamente en la auténtica historia. Con razón el escritor norteamericano Justin Winsor (vol. II, pág. 419) declara que «tal vez la contribución indígena más importante a la historia de Guatemala es el Memorial de Tecpán Atitlán de Ernández Arana», y que este documento «es de gran valor porque proporciona la relación indígena de la conquista de Guatemala».

1 Popol Vuh. Las historias antiguas del Quiché, México, 1947.

2 Vázquez, vol. I, cap. XXI.

3 Brasseur, 1857, vol. I, págs. XXXV-XXXVI.

4 Francisco Gavarrete, Catecismo de Geografía de la República de Guatemala.

5 1946. (N. del E.)

6 Se editó en 1952. (N. del E.)

7 Fuentes y Guzmán, 1.ª parte, lib. VII, cap. II.

8 Proceso de Alvarado, Interrogatorio, § XXV.