Memorias geográficas sobre Sudamérica - Varios Autores - E-Book

Memorias geográficas sobre Sudamérica E-Book

Autores varios

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Beschreibung

Memorias geográficas sobre Sudamérica es una compilación de textos de Varios Autores, todos ellos aportando sus únicos puntos de vista y análisis geográficos sobre esta región. Veamos una breve descripción de cada uno de los autores mencionados: José Sourryere de Souillac: Oficial francés que sirvió en el Ejército español durante la época colonial y que fue nombrado Gobernador de Paraguay en 1779. Escribió sobre la geografía y los pueblos de Sudamérica. Pedro de Angelis: Escritor, historiador, periodista, traductor, y diplomático italiano que vivió en Buenos Aires durante la época colonial. Recopiló una gran cantidad de documentos sobre la historia argentina. Francisco de Viedma: Marino y explorador español que jugó un papel importante en la colonización de la Patagonia en Argentina y la fundación de la ciudad de Viedma. Gonzalo de Doblas: Gobernador de la Provincia de Chiloé en Chile durante la colonización española, Doblas escribió extensamente sobre la geografía y las costumbres de la región. Pedro Andrés García: Fue un militar, geógrafo y botánico hispano-argentino que hizo importantes contribuciones a la exploración y documentación de Sudamérica. Sebastián Undiano y Gastelu: Aunque hay poca información disponible, parece que fue un importante funcionario colonial español en América del Sur. Ambrosio Cramer: Militar, cartógrafo y geógrafo español. Fue uno de los primeros europeos en hacer un mapeo detallado de la región sudamericana. Cada uno de estos autores, con sus propias experiencias y perspectivas, aportó al entendimiento de la geografía sudamericana durante el período colonial.

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Autores varios

Memorias geográficas sobre Sudamérica

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: Memorias geográficas sobre Sudamérica.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard.

ISBN tapa dura: 978-84-1126-779-3.

ISBN rústica: 978-84-9953-341-4.

ISBN ebook: 978-84-9953-340-7.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Proemio al itinerario de Buenos Aires a Córdoba Pedro de Angelis 9

Observaciones de latitud practicadas en la ciudad de Córdoba del Tucumán, en el palacio viejo del obispo, en uno de los ángulos de la plaza principal, con un sextante de reflexión y un horizonte artificial. 18

Memoria dirigida al señor márquez de Loreto, virrey y capitán general de las Provincias del Río de la Plata, sobre los obstáculos que han encontrado, y las ventajas que prometen los establecimientos proyectados en la costa patagónica Francisco de Viedma, gobernador e intendente de las provincias de Santa Cruz de la Sierra y Cochabamba, y comisario superintendente que fue de dichos establecimientos 22

Discurso preliminar a la memoria de Viedma sobre Patagonia 22

Memoria 24

Parte primera 25

Parte segunda 33

Parte tercera 48

Memoria histórica, geográfica, política y económica sobre la provincia de misiones de indios guaranís por Gonzalo de Doblas teniente gobernador 53

Discurso preliminar a la Memoria sobre Misiones 53

Al señor don Félix de Azara 56

Primera parte. Descripción del país, de sus habitantes y producciones 58

Segunda parte. Plan general de gobierno, acomodado a las circunstancias de estos pueblos 134

Nuevo plan de fronteras de la provincia de Buenos Aires, proyectado en 1816: con un informe sobre la necesidad de establecer una guardia en los manantiales de Casco, o laguna de Palantelén 179

Proemio al plan de fronteras de García 179

Nuevo plan de fronteras 181

Informe sobre la necesidad de establecer una guardia en los Manantiales de Casco, o Laguna Palantelén 203

Proyecto de traslación de las fronteras de Buenos Aires al Río Negro y Colorado 207

Advertencia del editor 207

Proyecto de traslación de las fronteras de Buenos Aires, etc. Representación al rey 207

Itinerario de un nuevo camino descubierto por el capitán retirado don José Santiago Cerro y Zamudio, desde la ciudad de Buenos Aires hasta la de San Agustín de Talca, capital de la provincia de Maule, en Chile. 214

Excelentísimo señor virrey 220

Reconocimiento del Fuerte del Carmen del Río Negro, y de los puntos adyacentes de la Costa Patagónica 224

Reconocimiento del Río Negro 224

Libros a la carta 231

Proemio al itinerario de Buenos Aires a Córdoba Pedro de Angelis

Este ensayo debe mirarse con indulgencia, por ser el programa de una obra más extensa, que emprendió el autor cuando fue a incorporarse a la Tercera División de límites, de la que era el primer astrónomo. Su espíritu metódico y laborioso le había acostumbrado a no descuidar ningún detalle, y a registrarlos con fidelidad en sus libros de memoria. Hacia lo que Rousseau recomendaba a su Emilio, y lo que un escritor moderno1 quisiera que todos hiciesen, considerándolo como un instrumento general de educación y perfeccionamiento.

Los mayores defectos de este trabajo son de haber quedado incompleto, y de tratar de la parte más conocida de las provincias argentinas. Ignoramos si el autor lo continuó hasta Santa Cruz de la Sierra: el cuaderno original de que nos hemos valido no contiene más de lo que hemos publicado, y nos parece probable que sea todo cuanto existe de este itinerario.

A pesar de su estado de imperfección no nos hemos animado a desecharlo. Profesamos el principio de la publicidad en el sentido más lato, porque los estragos que ha ocasionado el sistema contrario nos han convencido, que más vale exponerse a la censura de unos pocos lectores apáticos, que descontentar a los curiosos para quienes nada es indiferente. En un país donde los estudios geográficos están aun en su infancia, no son de desdeñarse los primeros pasos cuando son acertados, y tales nos parecen los de Souillac. Sus escritos no deslumbran por trozos exquisitos de erudición o elocuencia: no es un retor ni un filólogo él que habla; ni se espere tampoco hallar en ellos lo que la moderna escuela romántica llama cuadros y impresiones. La sencillez es su carácter distintivo, y para nosotros esta sencillez es un mérito, porque aun no ha llegado el tiempo de entregarnos a los viajeros sentimentales. Lo que más importa es reunir hechos para rectificar conjeturas, sacar el país de la oscuridad en que yace, y delinear su fisonomía actual para que sirva de término de comparación a sus progresos ulteriores. Estos trabajos, cuando se ejecutan con inteligencia, son como los cimientos, en que se requiere más solidez que elegancia. «Los itinerarios, dice oportunamente Buache, se han mirado siempre como uno de los fundamentos de la geografía, por ser los primeros elementos de que se hace uso para establecer la posición de los lugares, y los que pueden emplearse con más confianza, después de las observaciones astronómicas y las operaciones geométricas: son además los que pueden obtenerse en mayor número, y con más facilidad.»2 ¡Y efectivamente cuanta luz no ha derramado sobre la geografía antigua de Europa el Itinerario del emperador Antonino, que no es más que una árida nomenclatura de poblaciones! Al menos el de Souillac contiene algunos datos científicos, que sobre ser importantes, porque fijan la latitud de Buenos Aires y Córdoba, acreditan el esmero con que los encargados de la última demarcación de límites procedían en estos reconocimientos.

Córdoba, por su posición central en un vasto territorio desconocido, es un punto geodésico del mayor interés, en el que pueden provisoriamente apoyarse los cálculos de distancias de los parajes limítrofes. Los resultados no serán exactos, ni es posible que lo sean mientras no se sometan a la revisión de los astrónomos; pero pueden hacer desaparecer muchos errores de la topografía de estas provincias.

El primero que tuvo la idea de trazar su itinerario fue el padre Chome, en una de sus cartas, escrita al padres Vantiennen, fecha 17 de mayo de 1738.3 Su derrotero comprende desde Buenos Aires hasta San Ignacio de los Zamucos, en la provincia de Chiquitos, en donde hacia su habitual residencia.

Otro itinerario, más detallado, fue publicado con un título extraño por un natural del Cuzco, y (si hemos de prestar crédito a sus palabras) descendiente de los Incas. Esta obra poco conocida, y bastante rara,4 contiene anécdotas curiosas, y algunas noticias interesantes sobre la historia del país.

Un tercer itinerario publicó Helms en un libro que ha recibido los honores de la reimpresión en Inglaterra.5 El autor describe su viaje desde Buenos Aires hasta Lima, adonde iba a ejercer las funciones de director de las minas del Perú, después de haberlo sido de las de Cracovia. Es escritor diligente, menos en los nombres que desfigura, como acostumbran hacerlo los extranjeros.6

Podría también aumentarse la lista de estos ensayos con la colección inédita de los informes que se practicaron en 1779 para establecer la nueva administración y factoría de tabacos en el antiguo virreinato de Buenos Aires.7 Aunque los comisionados se contrajesen al objeto de su misión, reunieron muchos datos sobre la estadística, y pusieron un particular cuidado en averiguar las distancias.

Ninguna de estas obras es perfecta, y sin embargo todas merecen ser consultadas, porque en cada una se hallan indicaciones y noticias que pueden aprovecharse.

Buenos Aires, 17 de diciembre de 1838.

Observación de la latitud de Buenos Aires.

Altura meridiana aparente del limbo superior del Sol

37°

31’

12”

Refracción substractiva, menos la paralaje del Sol

00

1

20

Altura meridiana verdadera de limbo superior del Sol

37

29

52

Semidiámetro aparente del Sol, substractivo

00

15

53

Altura verdadera del centro del Sol

37

13

59

Declinación septentrional, aditiva

18

9

15

Complemento de la latitud

55

23

14

Distancia del Ecuador al polo

90

00

00

Latitud de Buenos Aires, S

34

36

46

NOTA. Esta latitud es mayor que la del teniente de navío de la Real Armada, don Rosendo Rico Negrón, de 3 segundos; lo cual hace muy poco en la práctica de la náutica.

La refracción la he tomado de la tabla que trae Magallanes para las alturas de los astros, dentro y fuera de los trópicos.

La paralaje de que he usado, es la que resultó del paso de Venus por el disco solar, año de 1769, que fue de 8» 5.

El semidiámetro del Sol, y sus declinaciones, del Conocimiento del tiempo de este año; corrigiendo estas de 4h 2’ 49», por la situación de dicha capital al occidente de París, (Observatorio real) según las mejores observaciones del primer satélite de Júpiter, practicadas por los comisarios de la primera y segunda división y por mí, en el ángulo del SO de la Plaza Nueva en mi casa. En la misma habitación se tomaron muchas alturas meridianas del Sol y estrellas de ambos hemisferios, con el cuarto de círculo astronómico de la segunda división (que estaba depositado en el Retiro), y por ellas resultó la misma latitud, con diferencia de pocos segundos menos: consistiendo tan pequeña variación en que las dos hechas últimamente con el sextante, fueron hechas en la calle de San Francisco, en casa de don Manuel Antonio Warnes (mi bienhechor), que está frente a la cocina de este convento, y más al S de mi casa, que está a la esquina de la Plaza Nueva de Amarita, lo que ya hace 7» 1/2. Lo cual da una prueba bien exacta del sextante que ha servido para las demás operaciones, y del cual me serviré en adelante.

Del mismo modo calcularé las demás latitudes que se me ofrecerán en el viaje, determinándolas por el Sol: por lo que advierto que en las demás solo anotaré los días que observé, las alturas meridianas aparentes del limbo superior de dicho astro, y las latitudes obtenidas, después de hecho el cálculo.

Para las observaciones del Sol, he hecho uso del horizonte artificial de agua; pero para las estrellas, de mercurio, por representar la imagen con más claridad.

Las diferencias de meridianos, para los demás pueblos, las he inferido de la estima, (que los españoles llaman fantasías) comparándola a uno de los planos de este virreinato, que construyó el célebre geógrafo y ingeniero, Brigadier don José Custodio de Saa Faria.

Mayo 17 de 1784. Limbo del Sol, y estrellas, alturas meridianas aparentes, limbo superior del Sol... 36° 06’ 20»

De todo lo cual se deduce, 34° 36’ 42» 5 de latitud austral, para la dicha ciudad de Buenos Aires.

De Buenos Aires para la puente del Río de las Conchas, que dista seis y media leguas de la capital, caminé por el rumbo del O 22° 30’ SO de la aguja, cuya variación era de 17° 28’.

El origen del Río de las Conchas dista de la puente (que llaman de Márquez) 12 leguas. Se forma este río de varios arroyos, y entra en el de la Plata, a cuatro y media leguas: corre como NNE SSO.

La puente está construida sin arte, y con troncos de árboles: tiene de largo 23 pies, y de ancho 10, y pueden pasar en ella carros, carretas, etc.

De esta puente caminé para la Villa de Luján, la cual demora al O 3° SO, a la distancia de 3 leguas cortas.

De Luján a la estancia de don Pedro José Piñeiro hay 15 leguas: esta estancia queda al O 27° NO.

Al salir de la Villa de Luján se encuentra un río que lleva su nombre, con una puente de madera, que tiene 31 pasos de largo, y 10 de ancho.

De la estancia de don Pedro José Piñeiro al paso del Río de Arrecifes hay 5 leguas, que corre al O 6° NO.

El origen de este río está a 9 leguas del paso ya citado, en un paraje que llaman las Salinas; y su desagüe, en el Paraná, distante del mismo paso como 11 leguas, entre el Convento de Recoletos que llaman San Pedro, y el pueblo de indios que nombran el Varadero. Este río corre N S, según el rumbo que lleva.

Del paso del Río de Arrecifes a las Chacras hay 5 leguas, las cuales me demoraban al O 46° N. El paso de este río es algo dificultoso, porque la bajada es muy pendiente y expuesta: su anchura entre las orillas, como de 60 varas, su fondo firme.

De las Chacras a los Manantiales de Morales hay 8 leguas, los cuales demoraban al O 30° NO: en este paraje hay varios ranchos y postas.

De los Manantiales de Morales al pago del Arroyo Pavón hay 11 y cuarta leguas, al rumbo O 22° NO: a las 6 y media leguas se encuentra un arroyo que llaman del Medio, el cual corre NNE SSO: es angosto, bajas sus riberas, su agua dulce y limpia, su caudal de dos pies, su fondo de arena firme. La jurisdicción de Buenos Aires se extiende hasta este arroyo, desde donde empieza la de Santa Fe. A las 10 y media leguas se encuentra un arroyo, que llaman el Salado, cuya agua está empantanada: corre NNE SSO.

El Arroyo de Pavón es más ancho que el antecedente, que más abajo entra en este: su agua no es de mal gusto; su origen está inmediato, se forma en una cañada, y entra en el Paraná. Desde este paso se rectificó la demarcación de los Manantiales, y se demarcó la posta o estancia de Francisco Antonio, cuyo camino habíamos de seguir al O 16° NO.

Del Arroyo de Pavón nos dirigimos a la posta ya expresada, y anduvimos 7 leguas de buen camino, al rumbo ya citado. En este paraje hay pocos ganados y ranchos; pero hay bastante que comer en el campo por lo que se halla en él: como son mulitas, quirquinchos o peludos etc.

De este paraje marchamos para la posta de los Desmochados, que dista 8 leguas. Desde este punto se demarcó el paso del Arroyo Pavón al E 12° NE, distante 15 leguas; cuya demarcación es la que vale, por no haberse verificado el rumbo de la estancia de Francisco Antonio; y así desde Pavón deshice el rumbo corregido de O 12° SO, distancia 15 leguas.

La posta se halla al S del camino, y tiene varios ranchos buenos, con su huerta de fruta y hortaliza.

De los Desmochados a la Guardia de la Esquina hay 10 leguas cortas, y demora al O 10°, 30’ SO. Desde que se sale de dicha posta, se empieza a costear por su parte meridional el río, que aquí denominan el Desmochado, que se sigue hasta pasarlo donde se dirá. El terreno de todo este lugar está muy poblado de ranchos y ganados. A las 7 leguas llegamos a su orilla, que nos pareció tener de ancho 60 varas, y ser de bastante profundidad: su corriente era suave y su agua limpia, aunque un poco salada. Este río entra en el Paraná por el Rincón de Savato, a distancia de 18 leguas.

Este paraje está en la jurisdicción de la ciudad de Santa Fe, que dista 40 leguas. Esta guardia divide las jurisdicciones de Santa Fe de la Vera Cruz, y de Córdoba del Tucumán.

De la Guardia de la Esquina a la posta del difunto Gutiérrez, hay 10 leguas: a las 3 leguas se llega a un pantano hoy transitable, (que llaman el Saladillo) y inmediatamente a un lugar que llaman la Cruz Alta: a las 7 leguas se hallan varios ranchos de estancias y chacras, que denominan la Cabeza del Tigre. Desde este paraje el terreno es arenisco, (pero no llega a guadales) y poblado de bosques y árboles de todos tamaños; cuando desde Buenos Aires apenas se ven algunos duraznos en las inmediaciones de los ranchos: siendo hasta aquí todo el terreno gredoso, y la capa de la tierra negra, cosa de uno a dos pies; más adelante la superficie es de arena, y lo interior, tierra negra. A las 4 leguas di con un grande arroyo, llamado el Saladillo, (bien que algunos me persuadieron que era el Río Cuarto, que entra en el Tercero) y como manifestaba traer mucha agua, me paré por ser tarde: la noche muy oscura y dicho río pantanoso.

Al amanecer pasé el Saladillo, cuyo fondo alcanzaba la cincha del caballo, y su anchura era de 48 pasos del caballo, su agua muy salada por causarlo la sierra de donde nace. A la media legua encontré el Fuerte del Saladillo, el cual es un cuadrado de estacas con sus cuatro baluartes terraplenados, sobre esto un tragante, y en él un cañón: tiene su foso con otras cortaduras que han formado de pequeño calibre: están con alguna seguridad 15 o 16 familias que se hallan establecidas en su proximidad. Lo guarnece un soldado o cabo, con nombre de comandante, y dos hombres, pagados, de los que viven en los ranchos.

Salí del expresado fuerte en demanda de la posta del Zanjón, siguiendo hasta aquí desde la Guardia de la Esquina en la dirección de la posta de Gutiérrez, O 6° NO: distancia computada, 21 y media leguas, que se reducen a 19 y una tercia: esta posta dista del Saladillo 7 leguas. Fui costeando el río por la banda mencionada, con buen camino, campo de pasto, poco ganado de hacienda, y abundancia de algarrobas en las cercanías del río.

Salí de la posta del Zanjón para la del Fraile Muerto, que dista 4 leguas al rumbo O 2° NO, y llegué al anochecer. Camino, campos, etc. lo mismo que por la mañana; con lo cual pasé allí aquella noche.

Antes de caminar rectifiqué la demarcación de la posta del Zanjón, que fue E 2° SE, que equivale a O 2° NO, en la cual tengo más confianza que en la anterior, y así los 11° los corregiré con 2°: y también demarqué el Paso de Ferreira, que es el del Río Tercero, al O 2° NO, a la distancia de 13 leguas.

El río está a una cuadra de la casa de postas, su caudal mediano, su fondo firme, sus márgenes casi a pique de terreno, muy seguro y sólido por ser gredoso: todo el camino es bueno y llano como el terreno, el pasto no sirve para los caballos: muchos árboles, chañares y sauces; los primeros sirven por su tamaño y calidad para fuego, estacadas y otros usos inferiores; los segundos, para carretas, y los terceros para tirantes. A las 6 leguas llegué a la posta llamada la Esquina de Medrano. Desde aquí seguí al Paso del Río Tercero, llamado de Ferreira, a las 13 leguas, a donde llegué de noche, y pasé a la banda septentrional, donde está la casa de posta: el camino, terreno, campos etc., son iguales a los de la mañana.

Toda la orilla del río está poblada de ranchos, en donde siempre crían sus ganados y labran la tierra. No hay dificultad en pasar el río, porque su fondo es firme y de arena, y su agua no excede de dos pies, su ancho 115 pasos de caballos, pero en las orillas llegará a 160: el agua es buena, tiene abundancia de pescado; como son, surubís, magurutices, sábalos, tarariras, bagres de tres clases, muchas bogas (no son como las de Europa), infinitos dorados, anguilas muy grandes, camarones, unos parecidos a sardinas, pero endentados.

El origen de este río me dijeron que estaba en las sierras más inmediatas de Córdoba, distante 40 leguas del Saladillo. A 22 leguas de aquí toma el nombre de Tercero, en donde tiene un salto, cuyas márgenes se estrechan tanto que se puede pasar, siempre que se quiera, de N a S, y no al contrario, por estar esta orilla más baja que la primera.

En estas inmediaciones se encuentra mucha caza, toda clase de patos, palomas, perdices, chorlitos, becacinas, loros, cotorras, periquitos, avestruces, chajás y otros: liebres en abundancia, venados, guanacos (de esta banda del N en adelante), biscachas, quirquinchos, de los que hay varias especies, como peludos, piches, matacos, mulitas, rubios, todos muy semejantes y de una misma especie, solo el último tiene la concha muy blanda. Hay también víboras, culebras y otros reptiles.

Distante una legua del paso, y a una cuadra y media del río, hacia el NE, se halla una laguna de nueve varas de profundidad, y 50 o 60 de ancho, casi circular, con infinito pescado.

Igualmente se hallan entro muchas, las yerbas medicinales siguientes: oruzú, zuma (raíces), canchalagua, jalapa, o lechetrema, ruibarbo, mostaza, perlilla, duraznillo, llantén, achicorias, malvavisco, hinojo y contra-yerba.

Desde aquí demarqué la posta del Fraile Muerto al SE, que corresponde en la derrota al NO: el rumbo demarcado desde dicha posta fue O 2° NO.

Salí por la mañana de la expresada posta del Río Tercero en demanda del Paso del Río Segundo, cuyo paso está en dirección de la posta de Impira: lo demarqué al N 35° O, distancia de aquel 20 leguas. A las 10 leguas se halla la posta nombrada de Tío Pugio, y de esta a la de Impira hay 5, la que pasada, fue necesario hacer alto. Todo el camino ha sido bueno, excepto más allá de Impira, donde hay un mal paso, muy pendiente y desigual. Los campos son de malos pastos, mucho bosque y árboles, algunos ranchos y demás como lo anterior.

Luego que amaneció continué mi camino por el Río Segundo, que solo distaba 5 leguas: este día fue cruel de viento, frío y nieve, por cuyo motivo no pude llegar a él hasta las once y media: el camino y demás es como el día antecedente.

A la una de la tarde pasé el río, y seguí para la ciudad de Córdoba, que dista 10 leguas, al rumbo del NO 3° O. Dicho río corre en su paso N 30° NE, S 30° SO: su caudal es menor que el del Tercero; como pie y medio de agua en su cauce, sus márgenes pobladas de los mismos árboles que el campo; tiene algunas especies de pescados: su nacimiento es en las sierras de Córdoba, que se descubren desde las inmediaciones del río, cuya parte septentrional demora al rumbo anotado. A las 5 leguas está una posta, y hasta las 7 y media leguas es buen camino, un poco pendiente, con bosque en el campo. A las 7 y media leguas empieza a bajar el terreno y camino, pero suavemente, hasta las 9 y media leguas de distancia, en donde hay que bajar una cuesta bastante pendiente, y de camino desigual. A las inmediaciones de todo el camino, hay espeso bosque que rodea a la ciudad por todas partes, la cual se halla en una profundidad. Llegué a ella a las diez.

Observaciones de latitud practicadas en la ciudad de Córdoba del Tucumán, en el palacio viejo del obispo, en uno de los ángulos de la plaza principal, con un sextante de reflexión y un horizonte artificial.

Día 30 de junio de 1784.

Altura meridiana, duplicada del limbo superior del Sol

71°

24’

00”

Su mitad

35

42

00

Refracción subs. (may.)

00

01

32

Semidiámetro - paralaje (conocimiento)

00

15

41

Altura verdadera

35

24

47

Declinación B, id.

23

8

6

Suma

58

32

53

Distancia del Ecuador al polo

90

00

00

Latitud austral de Córdoba

31

27

7

Variación NE media

15

20

00

Día 1.° de julio de 1784.

Altura duplicada meridiana del Sol

71

34

30

Su mitad

35

47

15

Refracción (-)

00

01

32

Altura aparente

32

45

43

Semidiámetro-paralaje (-)

00

15

41

Altura verdadera

35

30

02

Declinación B (+)

23

03

53

Suma

58

33

55

Arco del cuadrante

90

00

00

Latitud de Córdoba

31

26

05

Altura meridiana duplicada de Arturo

76

33

10

Su mitad

38

16

35

Refracción (-)

00

01

24

2

Diferencia proporcionada

38

15

10

8

Declinación B, corregida (+)

20

18

34

2

Suma

58

33

45

0

Aberración ± 7”5 8

Notación - 6 7 1

00

00

00

0

Latitud de Córdoba

31

26

13

8

Día 5 de julio de 1784.

Altura meridiana duplicada del Sol 72 17 30

Mitad 36 08 45

Refracción (-) 00 01 31

Altura aparente 36 07 14

Semidiámetro (-) paralaje (-) 00 15 41

Altura verdadera 35 51 33

Declinación B (+) 22 42 58

Suma 58 34 31

Distancia del Ecuador al polo 90

Latitud de Córdoba 31 25 29

Resumen.

31°

27’

7”

0

31

26

13

8

Latitudes

31

26

5

0

31

25

29

0

------------------------

125

44

54

8 : 4

Latitud media de Córdoba

31°

26’

14”

Según se ve en la operación, se deduce que, tomando un medio entre las expresadas cuatro observaciones, resulta la verdadera latitud de Córdoba, y así se debe obrar siempre.

Práctica.

Declinación media para el día 1.° de enero de 1784.

20°

18’

41”

Variación hasta 1° de julio (-)

00

00

09

6

Declinación media para dicho día

20

18

34

4

Aberración en declinación (+)

00

00

07

6

Suma

20

18

42

0

Notación (-)

00

00

06

8

Declinación aparente

20

18

35

2

NOTA. Esta es la declinación que me ha servido para la observación de Arturo, que se hizo el día 1 de julio de este año; y así bajo el mismo sistema y elementos he procedido en las demás operaciones de esta especie.

Salí por la mañana del día 6 de julio de 1784, con dirección al Molino de Caroyo, distante 12 leguas al rumbo del N 13° O: inmediatamente pasé el Río de la Ciudad, al que dan el nombre de Primero: su fondo y inmediaciones son muy pedregosas, su caudal mediano, y de uno y medio pies de profundidad, siendo su agua regular: el camino es de pendientes, suave y de buen piso: el campo todo de bosque y árboles, más o menos poblado; hay algún pasto, pero según he examinado es mucho menos de la cantidad que se dice, y hay, como en todo, mucha ponderación. A las 10 leguas pasé el Río Seco, que lo estaba enteramente. A las 12 leguas llegué a un pequeño arroyo, que llaman la Acequia, porque lo es del molino, en donde hay un puentecito para poderlo pasar cómodamente: su agua es mediana. Los árboles del campo son, entre otros, algarrobos, chañar, quebrachos, espinillo y garabato. En las inmediaciones del expresado arroyo hay varios ranchos pobres.

Por la mañana me puse en marcha para el Totoral Chico, distante 10 leguas cortas: el camino es regular, de suaves bajadas y subidas, campos de bosque y árboles muy poblados por todas partes, dejando por muchas partes el camino, incapaz de pasar carruajes: el terreno arenoso en la superficie, y tierra negra en el fondo. Comprendo no haber la greda que en los campos de Buenos Aires, porque los árboles que en estos se crían tienen profundas raíces, y estas no se dilatan en aquella por su natural dureza. A la primera legua después de la salida, se ve en una pequeña colina inmediata y a la izquierda del camino; un conjunto de ranchos, que llaman la Hacienda de Caroya, perteneciente al colegio de Monserrat (fue de los Jesuitas). A las 2 leguas se pasa un cristalino arroyo de buena agua, después del cual hay otra hacienda, con una grande y buena capilla, que también era de los expulsos, y hoy de don Félix Correa vecino de Córdoba. A las 2 y media leguas hay otra hacienda con su capilla, correspondiente a don N. Figueroa: desde aquí no se halla ni ve más hacienda ni rancho hasta el Totoral Chico, en donde don Antonio Quintana, también vecino de Córdoba, tiene una buena casa: tampoco se halla agua, a lo que deben atribuirse las 7 y media leguas de despoblado.

1 Mr. Jullien, en su Biómetro.

2 Observations sur la carte itinéraire des Romains, appelée communément Carte de Peutinger. En el V. tomo de las Memorias del Instituto de Francia.

3 Inserta en el IV tomo de las Cartas Edificantes, edición de Madrid de 1754, pág. 243.

4 El Lazarillo de ciegos caminantes desde Buenos Aires hasta Lima, con sus itinerarios, etc., por Calixto Bustamante Carlos Inca, alias Concolorcorvo, natural del Cuzco. Gijón, 1773, in-8.o

5 Travels from Buenos-Ayres by Potosí to Lima, etc., by Anthony Zachariah Helms. (Second edition) Londres, 1807, in-12.o

6 Entre estos corruptores de nombres merece un lugar distinguido el mayor Gillespie, por su obra titulada: «Gleanings and remarks, collected during many months residence at Buenos-Ayres. Leeds, 1819, in-8.º» Escribió Ensenada de Banagon, por Ensenada de Barragán: Río Chuelo y Chuello, por Riachuelo: Conchos, por Conchas: Arecifa, por Arrecifes: Capello del señor, por Capilla del señor: Fortuna de Areco, por Fortín de Areco: Pergimeno, por Pergamino:

Roccas, por Rojas: Salta de Areca, por Salto de Areco: Milanquí, por Melincué: Frailem del Muerto, por Fraile Muerto: Calamacheyta, por Calamuchita: Cabeza del Tygere, por Cabeza del Tigre, etc.

7 Forma parte de nuestra biblioteca.

Memoria dirigida al señor márquez de Loreto, virrey y capitán general de las Provincias del Río de la Plata, sobre los obstáculos que han encontrado, y las ventajas que prometen los establecimientos proyectados en la costa patagónica Francisco de Viedma, gobernador e intendente de las provincias de Santa Cruz de la Sierra y Cochabamba, y comisario superintendente que fue de dichos establecimientos

Discurso preliminar a la memoria de Viedma sobre Patagonia

Si todos los empleados que enviaba España a América hubiesen sido como el autor de la presente Memoria, hubieran progresado las colonias, y tal vez no hubiera sido tan general y vehemente el deseo de sustraerse de la dominación de la metrópoli. Miembro de una de las principales familias de Andalucía, y regidor o Veinticuatro del ayuntamiento de Jaén, su patria, don Francisco de Viedma disfrutaba en España de una consideración merecida.

El interés con que la Corte de Madrid empezaba a mirar sus establecimientos ultramarinos, y la actividad del ministro Gálvez, que presidía entonces el Consejo de Indias, iban cortando los abusos que se habían introducido en tan vasta y complicada máquina. El buen éxito que tuvo en México el plan de colonización de Sonora, inspiró a su autor el deseo de extenderlo a otras provincias, y Viedma fue encargado de plantificarlo en Patagonia.

Las circunstancias que acompañaron este nombramiento merecen ser referidas. Se excusaba Viedma por las muchas atenciones de familia, y por su ninguna aptitud para esta clase de empleos. Insistía el ministro, y volvía a excusarse el candidato. Por fin cansado Gálvez de la resistencia que encontraba en su protegido, mudó de conversación, y le preguntó en qué estado había dejado sus haciendas. Viedma, que ponía todo su orgullo en pasar por el primer agricultor de Andalucía, le contestó, que a fuerza de cuidados y trabajos había logrado llevarlas a un estado de prosperidad extraordinaria... «Esto es precisamente lo que quiere el rey que V. haga en Patagonia», le dijo el ministro, devolviéndole su renuncia.

Por primera vez esta porción considerable del antiguo virreinato de Buenos Aires contaba con el celo de un hábil administrador. Sus habitantes, desatendidos y entregados a sus propios recursos, no habían dado hasta entonces un paso fuera de la senda oscura y degradante de la vida salvaje. Las tentativas hechas por los Misioneros no solo habían sido limitadas, sino efímeras, y hasta el recuerdo de sus trabajos evangélicos se había borrado en aquellas regiones. La dificultad de sojuzgar los indígenas, y la ninguna utilidad que prometía una inmensa extensión de tierras incultas, despobladas y, según decían, estériles, las habían sustraído de la acción gubernativa de estas provincias. Los virreyes, satisfechos con tener en su dependencia a las fértiles campañas del Paraguay, y a los ricos valles del Perú, apartaban la vista de la parte meridional de su jurisdicción, que miraban como la Siberia de América. Este abandono, o mejor diremos desprecio, duró hasta que Viedma fue instalado en su cargo de Super-intendente de los establecimientos patagónicos. Desde entonces todo fue vida y actividad; y aunque tuviese el dolor de ver malogrado sus esfuerzos, no por esto renunció a la esperanza de hacer valer su experiencia para que se acogiesen sus indicaciones.

Entre los arbitrios que propone, y que nos han parecido oportunos y practicables, hay uno que debe llamar la atención del Gobierno, porque puede contribuir a aumentar los recursos del erario. Inculca Viedma en que se imite el ejemplo de la Corona de Portugal, que concedía licencias temporáneos a compañías establecidas, para ocuparse en la pesca de ballenas y lobos en la isla de Santa Catalina. El producto de este ramo debería ser de alguna importancia, si se calcula la extensión que tienen nuestras costas, y la prodigiosa abundancia de estos cetáceos.

También pondera la utilidad de ocupar la isla de Choelechel; y a este propósito no podemos dispensarnos de transcribir un trozo de su Memoria, para que se admire su previsión. «Tomando el sitio de Choelechel, ya aseguramos el pasaje para los indios de aquellas naciones (Peguenches y Araucanos) que son numerosísimos: le quitamos estos enemigos a los campos y fronteras de Buenos Aires; y vamos preparando la internación y demás importantes proyectos, que puede atraernos el Río Negro por la parte de Valdivia.» Estos sabios pensamientos fueron desatendidos, y solo al cabo de un medio siglo, el señor general Rosas ha tenido la gloria de realizarlos.

Promovido al gobierno de las importantes provincias de Cochabamba y Santa Cruz de la Sierra, él que esto escribía tuvo por sucesor en la superintendencia de Patagonia a su hermano don Antonio, que lo imitó en el vivo interés con que miró la prosperidad de aquellos establecimientos.

Viedma siguió administrando su nuevo departamento, y murió en Cochabamba en 1809, dejando sus bienes a una casa de hospicio para la educación de niños pobres, y fundando otra de huérfanas. Estos fueron sus servicios, toca a los Americanos a venerar su memoria.

El original de esta memoria se conserva en el archivo privado del señor doctor y Canónigo don Saturnino Segurola, que ha tenido la generosidad de franquearlo para su publicación.

Buenos Aires, 30 de enero de 1836.

Pedro de Angelis

Memoria

Dirigida al señor Márquez de Loreto, &a.

Excelentísimo señor:

El mucho amor con que he mirado los establecimientos patagónicos por el conocimiento que iba tomando de las ventajas que podían producir al Estado, me empañaba cada día más y más a sostenerlos y fomentarlos: pero ni mis constantes esfuerzos, ni las repetidas representaciones con que hacia ver su importancia por los descubrimientos y experiencias de la producción de sus terrenos, fueron capaces a contrarrestar el espíritu de oposición que les perseguía; y al fin triunfó esta, dejándolos reducidos al extremo que hoy se mira. No obstante, espero ha de ser la raíz que llegue a fomentar lo mucho que hemos perdido en su abandono; y a dar una verdadera luz y conocimiento de sus grandes ventajas por medio de las elevadas prendas que adornan a V. E., capaces solamente a restaurar unos establecimientos que pueden servir de muro incontrastable a los enemigos de la Corona, de seguridad a esta capital, de fomento a su comercio; y lo que es más, de medios para propagar nuestra Santa Religión, de extender el beneficio de la Redención a una prodigiosa multitud de idólatras, que la experiencia me ha hecho conocer son dóciles, y de quien sin temeridad se puede prometer una abundante mies a los obreros evangélicos.

Alienta más mi confianza el ver, que luego que tuve el honor de enterar a V. E. muy por encima de los acaecimientos de dichas poblaciones, sus proporciones y utilidades, le merecí grato oído, le encontré muy adicto y deseoso de enterarse radicalmente de todo ello; y como es un asunto tan vasto, que ni puede fiarse a informes verbales, ni retenerse estas noticias para un perfecto conocimiento, me mandó V. E. lo hiciese por escrito, en obsequio de tan superior precepto, en desahogo de mi amor al servicio del rey, y en bien común de estas provincias, me atrevo, con la confianza que dicta la verdad y la buena causa, a proponer a V. E., que los empeños que en todos tiempos ha tenido nuestra Corte en fijar poblaciones en la referida costa, han nacido de la ilustración que se tenía de las ventajas que había de traer al Estado y a la Religión; sin que deba mudarse de concepto, porque no haya correspondido el éxito a lo feliz del proyecto.

Que a pesar de la emulación con que se ha mirado siempre, será útil, como lo es en el día la subsistencia y fomento del que ha quedado en el Río Negro, por las prosperidades que atrae y se harán ver; proponiendo igualmente los medios y modos de fomentarlo sin dispendio del erario. Tres partes forman el plan de esta memoria. ¡Ojalá que yo acierte a desempeñarla según mis deseos, y como merece la importancia del asunto!

Parte primera

Desde que logró la España unir a sus dominios el vasto, fértil y riquísimo reino del Perú, siempre ha sido el objeto del infatigable celo de los reyes y sus ministros, el conservar inviolados sus fieles vasallos, y mejorar la disposición de las almas idólatras, para atraerlas a nuestra sagrada Religión. Al logro de estas importantes y benéficas ideas, con orden y permiso del Gobierno, se han hecho diferentes expediciones a descubrir las islas, costas y puertos de la mar del sur y tierras australes. Tales fueron las de Pedro Sarmiento de Gamboa en el ano de 1579, desde la ciudad o puerto de Lima, en la navegación que hizo por la mar del sur a la del norte, descubriendo las islas que componen el archipiélago de Chonos, el estrecho de Magallanes por donde cruzó, con los puertos, bahías, ensenadas, bajos, arrecifes y cuantas circunstancias ofrecen: por cuyos planos, relaciones, diarios y seguras noticias de haber pasado el Estrecho el corsario ingles, llamado Francisco Drake, se determinó la segunda que se aprestó en España el año de 1580, de veinte y tres bajeles al mando de Diego Flores de Valdés, con destino de transportar tropas al reino de Chile, para el socorro de las guerras que había en él, y dejar en el estrecho de Magallanes la gente que iba a poblar bajo la dirección y mando de Sarmiento, la cual se hizo a la vela el siguiente de 1581, del puerto de Sanlúcar. Y habiendo sufrido muchas pérdidas, atrasos y arribadas, por los grandes temporales y otras contrariedades, al fin desde el río Janeiro resolvió el comandante, con acuerdo de los demás oficiales, que Diego de la Rivera con dos navíos y tres fragatas saliese para el Estrecho con la gente, víveres y efectos destinados a poblar. Que con efecto así se ejecutó: y habiendo entrado en aquel paraje cosa de media legua, echó en tierra 280 personas, por no querer pasar adelante, con pérdida de una de dichas embarcaciones, de la que solo pudieron salvar la artillería y víveres. Todo lo cual dejó a cargo de Sarmiento, y un bajel pequeño, único auxilio para tan grande empresa; retirándose con las demás naves, sin haber tornado otra providencia para el fomento y subsistencia de aquellas gentes.

Con tan reducidas fuerzas formó una población Sarmiento en el mismo sitio del desembarco, y otra llamada San Felipe en un puerto pequeño y hondable más en lo interior del Estrecho; las que no pudieron subsistir por el abandono con que se miró aquella miserable gente, pereciendo todos, a excepción de un soldado llamado Tomé Hernández, natural de Badajoz, que se salvó en una embarcación inglesa que pasaba por el Estrecho a la mar del sur. La expedición de los dos hermanos Nodales que cruzaron el Estrecho: la de los padres Cardiel, Quiroga y Strobl, con el capitán Olivares el año de 1746, con destino a reconocer, y poblar la bahía de San Julián: la del capitán de fragata don Francisco Pando, para los mismos reconocimientos: la de don Domingo Perler, oficial de igual clase con la de su mando, llamada el Chambequin Andaluz; y últimamente las que han salido de Montevideo y Buenos Aires, para formar poblaciones en la Bahía sin Fondo, o Punta de San Matías, donde desagua el Río Negro y de San Julián, desde diciembre del año pasado de 1778. He traído a la memoria estas expediciones por la serie de tiempo en que acaecieron, para demostrar los empeños de la Corona en fijar establecimientos en aquellos despoblados parajes.

El poco tiempo a que estoy ceñido, por lo que estrecha mi viaje, no me da margen a demostrar los grandes gastos que han ocasionado a la Corona, y las gentes que se han sacrificado en tan arduas empresas. Los diarios, relaciones y noticias darán una verdadera idea de esta aserción. Pero ¿qué hemos conseguido en tan repetidas tentativas? ¿Qué hemos sacado de tantos gastos y pérdidas tan considerables? —A la hora presente solo podemos decir, nada más que satisfacer nuestra curiosidad para franquear la puerta y el camino que queremos cerrar y defender a nuestros enemigos; y hacer imposible la reduc ción de las almas idólatras, que siempre ha sido el mayor desvelo de nuestros católicos y religiosísimos Monarcas.

¡Rara desgracia de nuestra nación, que tan sagrados fines tengan semejantes resultas! Las órdenes y disposiciones de la Corte jamás han faltado al logro de ellos: no se ha perdonado gasto, aun en medio de los tiempos más calamitosos que afligían a la España: pero la inconstancia, la emulación, la falta de sinceridad y el poco sufrimiento a los trabajos en todas ocasiones, han sido unos poderosos enemigos que han malogrado tan heroicas empresas.

Para convencimiento de esta verdad, hagamos crítica con los establecimientos y poblaciones que formó Sarmiento, y los de San Julián y Río Negro. Para aquellas salió una armada del puerto de Sanlúcar, al mando de Diego de Flores de 23 naves; y bien que no toda ella destinada a este fin, como va sentado, fue reforzada posteriormente en el Río Janeiro con cuatro galeones; y por las pérdidas que ocasionaron los temporales, no pudieron destinarse a la ejecución de dichas poblaciones más que dos navíos y tres fragatas, a las órdenes de Diego de Rivera. Este capitán, como cosa perdida, arroja o desembarca la gente que iba a poblar, media legua dentro del Estrecho, pierde una embarcación, no deja más resguardo ni auxilios a Sarmiento que un bajel pequeño para el socorro de aquellas gentes en tan remotas distancias y parajes, cuyos terrenos en mucho tiempo no podían producir frutos para su conservación y subsistencia. Se vuelve con las demás naos, sin hacer memoria de repetir los socorros. Con estas disposiciones, ¿qué fin habían de tener aquellos miserables? —Claro está. La pérdida de todos.

Veamos ahora cual fue la causa de estas desgracias, y de que se malograse un fin tan santo. ¿La inutilidad de aquellos terrenos, o las malas disposiciones de Diego de Rivera? —Bien se deja entender que estas últimas. Los terrenos ni podían producir, ni dar frutos en muchos años para que subsistiese la gente, ya por falta de ganados, que es el mayor vigor y alma de las poblaciones, y ya porque, para preparar las tierras con las labores de la agricultura, era menester observar los tiempos más adaptados a las sementeras, y tener los aperos y bueyes que pide la necesidad. Nada de esto reflexiona su inconstancia, y el poco sufrimiento a los trabajos de la navegación, que debía hacer por el Estrecho a Lima y a otros puertos para sostener, fomentar y asegurar las poblaciones. Se efectúa tan extraño y violento desembarco: se mira con indiferencia el servicio del rey, y el estado en que quedaban aquellos miserables, abusando de la lealtad, obediencia y valor con que despreciaron la muerte.

¿Qué más pudo hacer la Corte, en unos tiempos en que se hallaba afligida la España con los empeños que le ocasionaba la obstinada rebelión de los Flamencos, que aprontar tan respetable armada, y reforzarla posteriormente con cuatro galeones? Si Diego de Rivera hubiera desempeñado sus encargos con más previsión, con otro amor, o con más humanidad; repitiendo los auxilios con las embarcaciones de su mando, se hubieran fijado aquellas poblaciones; o por lo menos no se hubieran perdido tan leales y desgraciados españoles: pero su inconstancia, y el ningún sufrimiento a los trabajos, hicieron inútiles los esfuerzos del rey, y sacrificaron a estos infelices.

Aunque la experiencia de estos sucesos dieron a los sabios ministros, que con tanta gloria de la nación dirigen la monarquía, las luces y conocimientos, para que no llegasen a tener tan desgraciado fin estos últimos establecimientos de las Bahías sin Fondo y San Julián, no por eso han podido libertarse de iguales contrastes, que al fin lograron reducirlos a un extenuado esqueleto de la corta población del Río Negro.

A estos dos grandes motivos, que siempre han movido el religiosísimo corazón de los reyes para el logro de estos establecimientos, se unieron en la presente ocasión los fundados recelos de las noticias que recibió la corte de España, que intentaba la de Londres establecerse en la Bahía sin Fondo, o Punta de San Matías, donde desagua el río Negro, por los conocimientos que de estos parajes tomó Falkner, y suministró a aquel ministerio en su descripción patagónica. Con tan fundado motivo (aunque jamás ha desistido del intento de estas poblaciones), determinó el rey tuviesen efecto a toda costa en las dos expresadas bahías. A este fin nombró comisionados, y mandó familias de diferentes provincias de España, siendo su real voluntad, que se alistasen las más honradas, laboriosas y de mejor conducta.

Puesto en práctica este proyecto con la primera expedición que salió de Montevideo, al mando de don Juan de la Piedra, se descubrió el puerto de San José, donde quedó formado el primer provisional establecimiento; y por la poca agua que llevaban las embarcaciones, falta de caballos, bueyes y mulas para conducirla de las fuentes que se descubrieron, y mala calidad de los víveres, enfermó la gente, y faltó la constancia a esperar los socorros del Río de la Plata o del Río Negro, que a poco tiempo fue descubierto: obligando con los términos más violentos al comandante don Antonio de Viedma a que se retirase con casi el todo de la gente, a la plaza de Montevideo, en el paquebot Santa Teresa.

Este contrario suceso lo ocasionó la arribada que hizo a Buenos Aires don Basilio Villarino del Río Negro, donde le despachó el Super-intendente don Francisco de Viedma, para que socorriese el puerto de San José, con la mucha aguada que conducía el bergantín Nuestra Señora del Carmen y Animas, y la pérdida de la urca, llamada la Visitación, que estaba para hacerse a la vela en aquella bahía a conducir auxilios a la de San José: pues a haber logrado cualquiera de estos socorros, no se hubiera arraigado el escorbuto con muerte de 28 hombres; no se hubiera desamparado aquel puesto, ni ocasionado la pérdida de los efectos y víveres que allí quedaron.

Estos desgraciados principios alteraron y previnieron generalmente los ánimos de modo, que nada ha sido más odioso que los establecimientos patagónicos, y todos no han conspirado a otro fin que a destruirlos.

Los muchos trabajos que mediaron para fijar el de San Julián, ya en el tiempo que acampó la gente en el Puerto Deseado, donde la poca constancia y sufrimiento del oficial comandante de la tropa, y contador interino, sedujeron y intimidaron a los demás; en términos que por evitar mayores inconvenientes se vio obligado el Super-intendente don Antonio de Viedma mandarlos a disposición del excelentísimo señor don Juan José de Vertiz, noticiando los motivos de esta deliberación; y ya por las enfermedades que se padecieron en dicho puerto de San Julián, por el desabrigo, larga navegación, alimento de carnes saladas, y otras causas, acabaron de levantar el universal clamor contra ambos establecimientos; cuyas continuadas quejas y suspiros abrieron en el benignísimo corazón del señor Vertiz la brecha a que se dirigían; por la cual le llegaron a ocupar y impresionar con el mismo horror.

Aunque el establecimiento del Río Negro estuvo exento de las calamidades que sufrieron los otros, por sus excelentes aguas, abundante caza, y ganado vacuno con que nos socorrieron los indios, no por eso pudo librarse de iguales o mayores persecuciones. Desde los principios reinó en las principales cabezas un espíritu de emulación, de inconstancia, y ningún sufrimiento a los trabajos: de cuyas preocupaciones no estaban exentas las personas más caracterizadas, y todas juntas dirigían sus ideas a conmover los ánimos de la demás gente, para que se abandonase el puesto, cuyos intentos siempre fueron rebatidos por la constancia del Super-intendente.

Frustradas estas primeras tentativas, viendo que por el superior Gobierno de Buenos Aires se había sostenido y socorrido el establecimiento del extremo de necesidad en que se vio, prepararon las armas por otros medios para destruirlos. Ponderaban los muchos gastos que ocasionaba; la esterilidad de la tierra, que solo era útil en los cortos y reducidos pedazos que en la orilla del río bañaban sus inundaciones, no suficientes a mantener una población. La barra del río, que hacia imposible la navegación a los enemigos de la Corona, por cuyo motivo por naturaleza estaba defendida aquella entrada; no haberse descubierto la jurisdicción de Mendoza por la dificultad de navegar el Río Negro, a causa de su rápida corriente, y los muchos indios salvajes que transitaban y concurrían a aquellos parajes, cuyas invasiones serían frecuentes, y por ellas no florecerían los vecinos, quedando muy expuestos a ser víctima de estos infieles.

Sin embargo de haber dado diferentes informes el Super-intendente a dicho señor virrey, con toda sinceridad, solidez y conocimientos de cuantas circunstancias ofrecían aquellos parajes, remitiendo muestras de los frutos de sus terrenos, en que acreditaba su fertilidad, y de haber aprobado el mismo señor virrey, por orden de 15 de noviembre de 1780, el establecimiento expresado —

que todo promete que podrá hacerse una útil población; y de no resultar, según entiendo, otros fundados motivos que la hiciesen ilusoria, llegó a prevenirse de tal modo con las repetidas quejas y clamores, que nada le era más violento, ni más repugnante que dichos establecimientos. Tomáronse informes de los mismos contrarios, cuyas profesiones, experiencia y talento en algunos los hacen sospechosos, y nada útiles para calificar la verdad. La misma aversión, que incitaba los más violentos deseos para triunfar de sus influencias, era la maestra que dictaba estos informes.

Con la multitud de ellos hay noticias, bien que no seguras, de que se mandó formar una junta de los capitanes de navío y coroneles que existían en Montevideo, para que reconociéndolos, manifestasen su dictamen sobre la utilidad o inutilidad que ocasionaba a la Corona la prosecución de los establecimientos. Todos unánimes, se dice, estuvieron por este último: tales probanzas tenía la causa.

Con estos documentos y decisiones, sin esperar otras resultas, que la misma experiencia y descubrimientos podían calificar de sinceros o de infundados, se procuró impresionar el real ánimo del rey, y sus sabios ministros, cuyas resultas fue la real orden de 1.º de agosto del año anterior próximo, mandando abando

nar los establecimientos de San Julián y San José, y que solo subsistiese el del Río Negro, reducido al triste esqueleto con que manifiesta dicho señor virrey podía permanecer.

Cuando iban caminando a España estas justificaciones, llegó de la bahía de San Julián a la plaza de Montevideo el Super-intendente don Antonio de Viedma, y le presentó una información, que a su pedimento recibió el capitán de infantería don Félix Iriarte, compuesta de los pobladores de aquella colonia, en que unánimes declaran, con referencia a lo experimentado en los frutos de sus sementeras, que aquellos terrenos eran productivos para mantener la población.

El Super-intendente del Río Negro, con la cosecha del trigo de dicho año, que ascendió a 1269 fanegas y tres cuartillas, acreditó podía subsistir la población con sus frutos; y de resultas del reconocimiento de aquel río, que emprendió el segundo piloto de la real armada, don Basilio Villarino, internándose hasta muy cerca de Valdivia, proporciones de los parajes que anduvo, esperanzas que prometían los ríos que quedaron por reconocer, y la descubierta que a poco tiempo hizo el teniente de infantería don José de Salazar, abriendo camino por tierra desde dicho puerto de San José a dicho río, en oficio de 13 de octubre del mismo año, expuso al señor virrey lo importante de ambos establecimientos; fundando las razones y motivos en estas últimas resultas, que rebatían las objeciones de los informes y dictámenes, y a un mismo tiempo manifestando las utilidades que podían sacarse de ellos. Pero como todo llegó tarde, no bastó a contener la desgraciada suerte que sufren; que, aunque no tan infelices, como las de Sarmiento en el estrecho de Magallanes, han tenido casi la misma inutilidad los gastos, trabajos, pérdidas y muertes que costaron para llevarlas al estado en que se hallaban al tiempo de su abandono; pues el de San Julián ya tenía habitaciones para repararse con alguna comodidad de la inclemencia de los tiempos; cuyo abrigo cortó el escorbuto causado de los muchos fríos de aquel clima. Empezaban a producir sus terrenos, frutos para mantenerse; los indios cada día se iban domesticando y aficionándose a los nuestros, de modo que con fundados motivos podía esperarse la reducción dentro de pocos años de estos idólatras al gremio de nuestra Santa Fe; y por este medio, que tuviera el rey nuevas poblaciones de estos naturales, sirviendo el ejemplo de unos para sus convecinos a tan santo fin. Y últimamente, con poco más que se hubiera gastado, quedaba efectuada la población, y en términos de subsistir por sí, siempre que se le hubiera podido auxiliar con todo género de ganados, como único vigor de la agricultura, y alma de los pueblos. De forma que puede decirse expiró esta población cuando empezaba a tomar aliento, y a dar unas grandes pruebas de poder conseguir lo que con tanto anhelo y tan repetidamente ha intentado la Corte.