Mirada al mas allá - Omraam Mikhaël Aïvanhov - E-Book

Mirada al mas allá E-Book

Omraam Mikhaël Aïvanhov

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Beschreibung

"""No hay que creer que una persona puede acceder a todas las regiones del mundo invisible porque posea cualidades mediúmnicas; no, sólo verá lo que corresponda a su estado de conciencia, a sus pensamientos, a sus deseos. La clarividencia se da a cada uno en función de su grado de evolución; el que todavía está inmerso en las regiones inferiores del plano astral, sólo se encontrará con las entidades que pueblan estas regiones; y sufrirá. Si queréis comunicaros con las entidades celestiales, con el esplendor divino, debéis purificaros, ensanchar vuestra conciencia y trabajar para el más alto ideal: la fraternidad entre los hombres, el Reino de Dios. Entonces, vuestras emanaciones se volverán más puras, vuestras vibraciones más sutiles, y los espíritus luminosos no sólo os dejarán acceder hasta ellos, sino que incluso vendrán a visitaros, porque en vosotros encontrarán su alimento""."

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Seitenzahl: 162

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Omraam Mikhaël Aïvanhov

Mirada al más allá

Izvor 228-Es

Tituló original :

REGARDS SUR L’INVISIBLE

Traducción del francés

ISBN 978-84-10379-40-4

©Copyrightreservado a Editions Prosveta, S.A. para todos los países. Prohibida cualquier reproducción, adaptación, representación o edición sin la autorización del autor y del editor. Tampoco está permitida la reproducción de copias individuales, audiovisuales o de cualquier otro tipo sin la debida autorización del autor y del editor (Ley del 11 de marzo 1957, revisada). -www.prosveta.es

I LO VISIBLE Y LO INVISIBLE

Si es tan difícil hacer que los humanos admitan la realidad de un mundo que no ven, es porque todavía no poseen, para observarlo o captarlo, unos órganos tan desarrollados como los que les permiten entrar en contacto con el mundo físico: tacto, vista, oído, olfato, gusto.

La idea de que existe otro mundo poblado por innumerables seres invisibles, tan reales como aquéllos con los que nos codeamos todos los días, y algunos de ellos más evolucionados que el hombre, es algo inverosímil o hasta insensato para la mayoría de la gente. Todo lo que no ven y que los instrumentos más perfeccionados utilizados por la ciencia (microscopios, telescopios, etc...) no pueden detectar, no existe. Pues bien, éste es un razonamiento erróneo. ¿Acaso ven lo que es esencial para ellos, su propia vida?... Un hombre está ahí, tendido en el suelo; es visible, es palpable, pero está muerto: algo invisible le ha abandonado, algo que le hacía caminar, amar, hablar, pensar. Podéis depositar a su lado toda la comida que queráis y todos los tesoros del mundo diciéndole: “Todo esto es para ti. ¡Alégrate!” Sin embargo no hay nada que hacer, no se mueve. ¿Cómo se puede, pues, poner en duda la existencia de un mundo invisible?

El mundo visible no sería nada si no estuviese animado, sostenido por el mundo invisible. En el origen de lo visible siempre hay que buscar lo invisible. Si el mundo existe para vosotros, si podéis ver el cielo, el sol, la tierra, es gracias a este principio invisible que hay en vosotros que os permite descubrirlos a través de unos instrumentos visibles, que son vuestros ojos. Si este principio invisible no estuviese presente, vuestros ojos, que están ahí, no os servirían de nada, no veríais con ellos. El mundo visible no es más que la envoltura del mundo invisible sin el cual no podríamos conocer nada de todo lo que existe a nuestro alrededor.1

Los que niegan tan categóricamente la existencia del mundo invisible demuestran, sencillamente, que no reflexionan. Porque ¿en qué se ocupan día y noche? ¿Acaso ven sus pensamientos y sus sentimientos? No. Entonces ¿cómo es que estos pensamientos y estos sentimientos representan para ellos una certeza absoluta? El que está enamorado ¿acaso duda, de su amor? No ve su amor, no lo toca, pero, por él, está dispuesto a remover cielo y tierra. Y el alma, la conciencia, ¿quién las ha visto? Cuando se dice: “En mi alma y en mi espíritu, condeno a este hombre”, se decide sobre la suerte de una persona en nombre de algo que nunca se ha visto y de lo que hasta se duda: ¿es esto razonable?

Sin querer reconocerlo, los humanos no creen más que en cosas invisibles, impalpables. Piensan, sienten, aman, sufren, lloran, siempre por razones invisibles, pero al mismo tiempo, se obstinan en pretender que no creen en el mundo invisible. ¡Qué contradicción! ¡Y cuántos crímenes se cometen, simplemente, porque la gente toma como realidad todo lo que le pasa por la cabeza! Un marido celoso sospecha que su mujer le engaña y, sin haberlo comprobado, la mata. Otro sospecha que un competidor trama su ruina, y otro muerto más.

Los hombres nunca ponen en duda lo que piensan o sienten, están absolutamente convencidos de que es la verdad. Cuando les exponéis vuestro punto de vista, dicen: “Voy a ver... voy a estudiar la cuestión... voy a hacer una encuesta”, pero, sobre lo que piensan y sienten ellos, no hay nada que estudiar, es la única realidad. En cierta manera tienen razón: puesto que gritan de alegría o de dolor, ¿cómo pueden dudar de la realidad de lo que experimentan? Las realidades interiores son realidades indiscutibles. Son, incluso, entidades vivientes, y por eso los Iniciados enseñan la existencia de un mundo invisible, impalpable, que es la única realidad. Por otra parte, este mundo llamado “invisible” no es tan invisible para ellos: es visible, tangible, palpable, recorrido por criaturas, por corrientes, por luces, por colores, por formas, por perfumes mucho más reales que los del plano físico, y lo conocen, lo estudian.

Sí, es un error creer que las emociones, los sentimientos, los pensamientos, todo lo que pertenece al mundo psíquico, espiritual, no puede ser estudiado con precisión. Todos los científicos que han menospreciado este mundo pensando que no hay aparatos para estudiarlo, se equivocan: estos aparatos existen y todavía son más precisos y verídicos que los que miden los fenómenos del plano físico. En química, en física, siempre se admite en las medidas y en los cálculos, un margen de error posible y casi inevitable. No se puede pesar una sustancia con una precisión a nivel de electrón. Mientras que en la ciencia del mundo invisible, hasta un electrón es contado, pesado, calculado: reina en ella una precisión absoluta.

Sí, la vida interior, espiritual, puede ser estudiada y con más exactitud aún que en el plano físico, pero sólo si se han desarrollado estos instrumentos de precisión absoluta que son los órganos espirituales. Mientras no los hayamos desarrollado, no tenemos derecho a negar la realidad del mundo invisible. Por otra parte, el hombre, ni siquiera ha desarrollado a fondo sus cinco sentidos. Algunos animales ven, oyen, huelen, captan manifestaciones que nosotros somos incapaces de percibir: olores, ultrasonidos, ciertas radiaciones luminosas o ciertos signos anunciadores de tormentas, de terremotos, de epidemias, etc.

La única actitud razonable que pueden tomar los científicos, es decir: “El estado de nuestros conocimientos no nos permite pronunciarnos, todavía tenemos que estudiar la cuestión.” Pero en vez de esto, se pronuncian e inducen a la humanidad a error. Son, pues, responsables y un día lo van a pagar muy caro, porque su responsabilidad está inscrita y el Cielo es implacable con aquellos que engañan a los humanos. Todos estos científicos a los que se toma como ejemplo y criterio universal no se dan cuenta de que, con sus propios límites, no sólo cierran su camino, sino que cierran también el camino a toda la humanidad. ¿Cómo es que, cuando un explorador ha ido al otro extremo del mundo y cuenta que ha visto tal país, cruzado por tal río, poblado por tales habitantes, le creen, y se niegan en cambio a creer en todos aquéllos que han ido a visitar otras regiones, regiones espirituales y que vuelven a contar su viaje? Esos viajeros podrían mentir, y sin embargo les creen, pero cuando se trata de los exploradores del mundo invisible, entonces sistemáticamente ponen en duda sus palabras.

Todos los Libros sagrados de todas las religiones mencionan la existencia de criaturas invisibles cuya presencia no deja de tener consecuencias para la vida y el destino de los humanos. La religión cristiana las ha dividido en dos grandes categorías: los espíritus de la luz y los espíritus de las tinieblas, los ángeles y los demonios. Otras tradiciones han insistido en los espíritus de la naturaleza que habitan en los cuatro elementos. Os he hablado a menudo de todas estas entidades, y particularmente de las Jerarquías angélicas que menciona la Cábala, reanudada por la tradición cristiana; por lo tanto no volveré sobre ello.2

Yo creo en el mundo invisible, incluso sólo creo en él: toda nuestra existencia está regida, impregnada por el mundo invisible. Hasta nuestras sensaciones de bienestar y de gozo, lo mismo que nuestras sensaciones de sufrimiento y de pena están relacionadas con la presencia de criaturas invisibles a las que atraemos con nuestra manera de vivir. Diréis: “No las vemos, y por tanto, no existen.” Escuchad, ¿acaso podemos pedirle a un ciego que se pronuncie sobre lo que no ve? Si fueseis clarividentes, cuando sentís un gran gozo, veríais a una multitud de seres alados que acuden a vuestro lado, cargados de presentes de luz, cantan y danzan dejando a su paso estelas de colores irisados y los más deliciosos perfumes. Y cuando sufrís por inquietudes y angustias, si fueseis también clarividentes, veríais a entidades gesticulantes que vienen a tiraros de los pelos, a arañaros y a pincharos. A estas entidades, la tradición esotérica las ha llamado las indeseables: se acercan a los humanos diciendo: “¡Ah! ¡esta mujer, o este hombre, nos interesan! Vamos a hacerles rabiar un poco, será divertido ver cómo gritan y gesticulan.” Sí, esto es lo que sucede cuando sois desgraciados y estáis atormentados.

Evidentemente, en el siglo veinte, las celebridades intelectuales y médicas no pueden admitir la idea de que hay entidades benéficas o maléficas que visitan a los humanos para ayudarles, consolarles, o al contrario, para atormentarles y destruirles. En su opinión, se trata de elementos químicos que perturban o restablecen el buen funcionamiento del psiquismo. Pues bien, es cierto que son elementos químicos, pero ¿de dónde vienen? Estos elementos químicos son la concreción de la presencia de espíritus benéficos o maléficos atraídos por el hombre mismo. Si los humanos, con sus debilidades, sus transgresiones, abren la puerta a las entidades tenebrosas, éstas entran en ellos y producen trastornos que los psicólogos, los psicoanalistas, bautizan con toda clase de nombres, pero que, en realidad, tienen un sólo y único origen: la presencia de indeseables, atraídos por nuestra manera defectuosa de vivir.3

Estos hechos están muy bien explicados en todos los Libros sagrados y los clarividentes los han constatado. Pero, mientras los humanos no hayan desarrollado estas facultades espirituales que permiten conocer el mundo invisible, mientras pongan en duda los conocimientos de la Ciencia iniciática, se formarán una filosofía basada únicamente en las observaciones de los cinco sentidos y las conclusiones de esta filosofía serán obligatoriamente erróneas.

Para ilustrar esta cuestión de los indeseables, basta ver lo que sucede con todos estos organismos microscópicos que no cesan de amenazar y de aniquilar a los humanos. Llámense microbios, virus, bacilos, bacterias, ¿cuánto tiempo hace que los biólogos han logrado detectarlos gracias a sus microscopios? Sólo hace algo más de un siglo, antes de su descubrimiento, las enfermedades se atribuían a las causas más inverosímiles. Ahora se sabe que las enfermedades tienen por causa todos estos “bichos” cuya naturaleza no ha sido muy bien identificada todavía. Pero los resultados están ahí: enfermedades, muerte. Pues bien, lo que sucede en el plano físico, sucede también en los planos astral y mental, y los resultados también están ahí: angustias, tormentos, obsesiones, locura. Sólo que todavía no se tienen microscopios suficientemente perfeccionados para poder detectar estos virus del plano astral y mental.

En el terreno psíquico, espiritual, los humanos están aún como en la época anterior a la de Pasteur: cómo no veían los microbios, no tomaban ninguna precaución contra ellos. Igualmente, como no ven estos microbios del plano psíquico, que son los indeseables, tampoco toman ninguna precaución. Quizá venga pronto otro Pasteur con nuevos instrumentos gracias a los cuales se podrán ver las entidades astrales que saquean a los humanos imprudentes. Pero mientras tanto, es preferible admitir su existencia, y sobre todo, aprender a protegerse de ellos llevando una vida razonable y sensata.

Ciertos cabalistas, que eran clarividentes, vieron estas entidades y hasta les dieron nombres. Los nombres que les dieron, teniendo en cuenta el valor numérico de cada letra, expresan exactamente las características de estos espíritus. Yo los conozco, pero no os los quiero comunicar para que no tengáis ningún contacto con ellos. Hay que ser muy fuerte, poseer un aura poderosa y saber trabajar con la luz y con los colores para estudiar estas entidades sin peligro. En todo caso, me creáis o no me creáis, si no estáis muy vigilantes, no podréis impedir que los indeseables os hagan daño. ¿Por qué Jesús dijo en los Evangelios: “Velad y orad”, o bien: “Estad vigilantes porque el diablo, como un león rugiente, está presto para devoraros”?4 ¿Hubiera podido decir Jesús cualquier cosa? ¿Cómo los humanos, si conociesen tan bien la realidad de las cosas, serían víctimas de tantos desequilibrios? Hay que volver de nuevo, pues, a esta sabiduría abandonada, despreciada, para transformar finalmente su existencia.

El espacio está poblado por miles de millones de entidades maléficas que han jurado la pérdida de la humanidad. Evidentemente, también está poblado por miles de millones de entidades luminosas que están ahí para protegerla y ayudarla. Sí, pero su ayuda y su protección nunca serán absolutamente eficaces si el hombre mismo no hace nada por andar por el buen camino. Y tampoco ningún Maestro será capaz de protegeros si os obstináis en llevar una vida irrazonable. Un Maestro os instruye, os ilumina, trata incluso de influenciaros con sus pensamientos y sus sentimientos, pero si con vuestra despreocupación, vuestra ligereza, o incluso vuestra mala voluntad, destruís todo su trabajo y abrís vuestras puertas a las entidades tenebrosas, ¿qué puede hacer?...

Aquél que verdaderamente quiera avanzar en el camino de la evolución, debe empezar por desarrollar su sensibilidad hacia el mundo invisible. Pero esto no son más que preliminares. No basta con admitir la existencia de entidades y de corrientes que pueblan el espacio o que nos habitan, hay que esforzarse por emprender con ellas un trabajo constructivo. Sí, todo esto es nuevo para vosotros, ¿verdad? Tenéis cuidado en poner orden en todas partes en el plano físico, en vuestra casa, en vuestro lugar de trabajo, o incluso en vuestra apariencia exterior, y todo esto está muy bien, pero interiormente, en vuestros pensamientos y en vuestros sentimientos, lo dejáis todo desordenado, porque no creéis que estos pensamientos y estos sentimientos pertenezcan a un mundo que existe realmente y sobre el que es necesario trabajar para ordenarlo, armonizarlo y embellecerlo.

¿Qué no hacemos para lo visible? Y mientras tanto, lo invisible está ahí, completamente abandonado. Pues bien, de ahora en adelante hay que cambiar de actitud: el mundo invisible es una realidad y una realidad más importante que el mundo visible, por tanto, tenéis que ocuparos de él antes que nada.

Cuando os concentráis en este trabajo interior, sentís que todo lo puro y luminoso que estáis viviendo, os conecta con otras existencias y con otras corrientes, hasta el infinito. Mientras que cuando concentráis vuestra atención únicamente en el mundo visible, material, os limitáis, os empobrecéis, y os materializáis vosotros también. En cambio si trabajáis con el mundo invisible, que es riqueza, inmensidad, os conectáis con todas estas fuerzas creadoras, con todas esas entidades luminosas que circulan a través de las estrellas, de las constelaciones, de todos los mundos que pueblan el universo, y saboreáis la vida divina.

1La fe que mueve montañas, Col. Izvornº ٢٣٨, cap. V:“La fe siempre precede al saber”.

2Del hombre a Dios: Sefirot y jerarquías angélicas, Col. Izvornº ٢٣٦, cap. II:“Las jerarquías angélicas”.

3El árbol de la ciencia del bien y del mal, Col. Izvornº ٢١٠, cap. VII:“La cuestión de los indeseables”.

4La verdadera enseñanza de Cristo, Col. Izvornº ٢١٥, cap. IX:“Velad y orad”.

II

I

La mayoría de los humanos rechazan como anormales y hasta peligrosos, todos los estados que les podrían acercar al mundo divino; quieren confiar sólo en al intelecto. En eso, por lo menos, son sensatos, tienen la cabeza sobre los hombros.

Cuando un profesor nos da explicaciones, se sirve de esquemas, de gráficos, gracias a los cuales le seguimos sin peligro de desviarnos. Sin embargo, no son estos gráficos, estos esquemas, estos argumentos tan ordenados, tan claros, los que impedirán que este profesor pierda la cabeza en otras circunstancias. Porque, si los intelectuales dan pruebas de tanta prudencia, disciplina y objetividad cuando se trata de sus trabajos, cuando salen de éstos, encuentran normal vivir en la subjetividad, e incluso entregarse al desorden y al desequilibrio de las pasiones. Pues bien, quizá sería mejor que entonces desconfiaran e hicieran intervenir un poco más a su intelecto. Pero no, prefieren desconfiar de las sensaciones celestiales, divinas, armoniosas, de las sensaciones que no desequilibran, que no introducen ningún elemento negativo en el interior del ser. ¡Qué mentalidad más peregrina!

Si estudiamos las estadísticas, veremos que donde hay más desequilibrados y enfermos mentales es entre los intelectuales. Porque el intelecto no protege a los seres de los trastornos psíquicos, más bien al contrario. La vida no consiste exclusivamente en hacer observaciones, medidas y cálculos, los humanos no son máquinas, y para afrontar las dificultades y los golpes de la existencia, para no dejarse arrastrar y destruir por las pasiones, para descubrir la verdadera realidad de las cosas, el intelecto no basta.

Dado que algunos que se dicen espiritualistas y místicos, en realidad son gente extravagante, descentrada y fanática, los intelectuales han sacado conclusiones arbitrarias sobre todos los espiritualistas y místicos. Pero esto no es honrado. Los verdaderos místicos son seres sensatos: sus modales, sus gestos, sus miradas, sus palabras, sus pensamientos, todo es ordenado, armonioso. ¿Por qué hay que imaginarse que el mundo del espíritu, el mundo divino, incita a los seres sólo a perder la cabeza, a imaginarse que ven al Señor cara a cara y que Le hablan, o bien que son Cristo, la Virgen Santísima, Juana de Arco, etc.? Muchos, para escapar a estas lucubraciones, han preferido ser intelectuales resecos. Evidentemente, si uno se lanza a la vida espiritual sin guía, sin directrices, puede desequilibrarse; esto es lo que le ha sucedido a mucha gente y se comprende un poco que, ante semejantes ejemplos, algunos desconfíen del misticismo. Pero, dar la preponderancia al intelecto tampoco es la solución.

El intelecto es una facultad que se ha desarrollado en el hombre después del corazón, del sentimiento. Al permitirle observar, razonar, comprender, le da inmensas posibilidades para trabajar y desarrollarse. En cierta manera, podemos decir que el intelecto es una facultad relacionada con los ojos: ver las cosas ya es comprenderlas un poco. Cuántas veces, para decir: “Lo comprendo”, decimos: “Lo veo.” La naturaleza ha trabajado millones de años en el desarrollo del intelecto, pero éste no está destinado a tener la última palabra: la naturaleza ha previsto desarrollar todavía en el hombre facultades muy superiores. El intelecto es limitado; para juzgar, para sacar conclusiones se basa en la apariencia de las cosas y en la visión parcial que tiene de ellas.

Al intelecto le falta, pues, el conocimiento sintético, así como tampoco puede tener un conocimiento del interior. Por ello el hombre no puede pronunciarse correctamente sobre los seres y las situaciones, y é