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Las fiestas de la Navidad y de la Pascua, celebradas cada año en toda la cristiandad para conmemorar el nacimiento y la resurrección de Jesús, se inscriben en una larga tradición iniciática muy anterior a la era cristiana. Su emplazamiento en el ciclo del año (solsticio de invierno y equinoccio de primavera) que pone de relieve su significado cósmico, nos enseña que, el hombre, al formar parte del cosmos, participa íntimamente en los procesos de gestación y de manifestación que se desarrollan en la naturaleza. Navidad y Pascua, el segundo nacimiento y la resurrección, son, en realidad, dos formas diferentes de presentar la regeneración del hombre, su entrada en el mundo espiritual.
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Seitenzahl: 134
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Omraam Mikhaël Aïvanhov
Navidad y Pascua en la tradición iniciática
Izvor 209-Es
ISBN 978-84-10379-26-8
Traducción del francés
Tituló original:
Noël et Pâques dans la tradition initiatique
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I LA FIESTA DE NAVIDAD
Si existen cuatro fiestas cardinales: Navidad, Pascua, la fiesta de san Juan y la de san Miguel, no es por casualidad o porque algunos religiosos hayan considerado conveniente instituirlas, sino porque corresponden a fenómenos cósmicos. En el transcurso del año, el sol pasa por cuatro puntos cardinales (equinoccio de primavera, solsticio de verano, equinoccio de otoño y solsticio de invierno), y durante estos cuatro períodos se produce en la naturaleza gran afluencia y circulación de energías que ejercen influencia sobre la tierra y sobre todos los seres que la pueblan: las plantas, los animales, los humanos... Los Iniciados, que han estudiado estos fenómenos, han observado que si el hombre está atento, si se prepara y se pone en armonía para recibir estos efluvios, pueden producirse en él grandes transformaciones.
La tradición cristiana relata que Jesús nació el 25 de Diciembre, a medianoche. En dicho día, el sol acaba de entrar en la constelación de Capricornio. Simbólicamente, Capricornio está relacionado con las montañas, con las grutas, y es precisamente en la oscuridad de una gruta donde puede nacer el Niño Jesús. Durante el resto del año la naturaleza y el hombre han desarrollado una gran actividad, pero cuando se acerca el invierno muchos trabajos se paralizan, los días menguan, las noches se alargan; es el momento de la meditación, del recogimiento, lo cual le permite al hombre penetrar en las profundidades de su ser y elaborar las condiciones requeridas para el nacimiento del Niño.
Cuando sale de Capricornio, el sol entra en Acuario, y Acuario es el agua, el bautismo, la vida que brota produciendo nuevas corrientes. Al salir de Acuario el sol entra en Piscis, y allí tiene lugar esta pesca de la que hablaba Jesús cuando les decía a sus discípulos que serían pescadores de hombres.
Pero volvamos al nacimiento de Jesús. Cada año, el 25 de Diciembre, a medianoche, la constelación de Virgo asciende en el horizonte; por eso se dice que Jesús nació de la Virgen. En el punto opuesto aparece Piscis, y en medio del Cielo se puede ver la magnífica constelación de Orión en cuyo centro se alinean las tres estrellas que, según la tradición popular, representan a los tres Reyes Magos.
Dejemos a un lado la cuestión de saber si Jesús nació verdaderamente el 25 de Diciembre, a medianoche. Lo que nos interesa es que en esta fecha tiene lugar en la naturaleza el nacimiento del principio erístico, de esta luz y de este calor que van a transformarlo todo. Durante este período, en el Cielo también se celebra esta fiesta: los Ángeles cantan y todos los Santos, los grandes Maestros y los Iniciados se reúnen para orar, para dar gloria al Eterno y festejar el nacimiento de Cristo, que nace realmente en el universo.
Y durante este tiempo, en la tierra, ¿dónde está la gente? En los cabarets, los dancings y los clubs nocturnos, en donde comen, beben y están de juerga para festejar el nacimiento de Jesús... ¡Qué mentalidad! Y lo más extraordinario es que hasta las personas más inteligentes encuentran que es normal celebrar la Navidad de esta forma. En vez de ser consciente de la importancia de un acontecimiento que no se produce más que una vez cada año, cuando toda la naturaleza está atenta para preparar la nueva vida, el hombre tiene la cabeza en otra parte. Por eso no recibe nada: al contrario, pierde la gracia y el amor del Cielo. ¿Porque, qué creéis que puede dar el Cielo a un ser que permanece insensible a estas corrientes divinas? El discípulo, en cambio, se prepara: sabe que en la noche de Navidad, Cristo nace en el mundo en forma de luz, de calor y de vida, y prepara las condiciones convenientes para que este Niño divino nazca también en él.
Hace dos mil años Jesús nació en Palestina, pero eso no es más que el aspecto histórico de la Navidad, y el aspecto histórico, ¿sabéis?, es secundario para los Iniciados. Porque, además de ser un acontecimiento histórico, el nacimiento de Cristo es un acontecimiento cósmico: es la primera manifestación de vida en la naturaleza, el principio de todas las manifestaciones. Luego, este nacimiento es un acontecimiento místico, es decir, que Cristo debe nacer en cada alma humana como principio de luz y de amor divino. Eso es el nacimiento de Jesús, y en tanto el hombre no posea la luz y el amor, el Niño Jesús no puede nacer en él. Puede celebrarlo, puede esperarlo... pero nada va a ocurrir.
Jesús nació hace dos mil años, así que, para conmemorarlo, vamos a la iglesia, cantamos que Jesús vino para salvarnos, y, puesto que estamos salvados, ¿verdad?, podemos seguir pecando, bebiendo y comiendo: estamos tranquilos para toda la eternidad. Así es como los humanos comprenden el nacimiento de Jesús. Pero pocos piensan en trabajar, en estudiar, en hacer esfuerzos para que Jesús nazca interiormente en cada alma, en cada espíritu. Si basta con que Jesús haya venido a la tierra hace dos mil años, ¿por qué el Reino de Dios todavía no ha llegado? Las guerras, las miserias, las enfermedades, todo eso debería haber desaparecido...
No niego que el nacimiento de Jesús haya sido un acontecimiento histórico de una gran importancia, pero lo esencial son los aspectos cósmico y místico de la fiesta de Navidad. Porque no solamente el nacimiento de Cristo es un acontecimiento que se produce cada año en el universo, sino que, en cada instante, Cristo puede nacer también en nosotros. Podéis releer la historia del nacimiento de Jesús tan a menudo como queráis, y cantar: “Ha nacido el divino Niño”, de nada os servirá si Cristo no nace en vosotros. Lo que ahora hace falta es que cada uno tenga el deseo de hacerlo nacer en su alma para llegar a ser como él, a fin de que la tierra esté poblada de Cristos. Esto es, además, lo que pedía Jesús cuando decía: “En verdad, en verdad os digo que aquél que crea en mí hará, también él, las obras que yo hago. Y aún más grandes...” Pues bien, ¿dónde están esas obras, más grandes que las de Jesús?...
Para algunos Cristo ha nacido ya, para otros nacerá pronto, y para los demás, desgraciadamente, sólo nacerá dentro de algunos siglos. Todo depende de la preparación de las condiciones. Por eso es muy importante prepararse con mucha anticipación para esta fiesta de Navidad, a fin de comprender todo su significado. ¿Qué significa, por ejemplo, el nacimiento de Jesús en un pesebre entre un asno y un buey? ¿Y los pastores? ¿Y los Reyes Magos? Diréis: “¡Pero todo el mundo lo sabe!” Veremos si se sabe o no, y cómo se sabe... De todos los evangelistas, san Lucas es el que da más detalles sobre este acontecimiento; los demás apenas lo mencionan e incluso empiezan cuando Jesús se fue a orillas del Jordán a recibir el bautismo de manos de san Juan Bautista. Os leeré pues, ahora, el relato del nacimiento de Jesús en el Evangelio de san Lucas:
“En aquel tiempo se publicó un edicto de César Augusto que ordenaba el empadronamiento de todo el mundo. Este primer empadronamiento tuvo lugar siendo Quirino gobernador de Siria. E iban todos a empadronarse, cada uno a su ciudad. José fue desde Galilea, desde la ciudad de Nazaret, hasta Judea, hasta la ciudad de David llamada Belén, por ser él de la casa y de la familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Estando allí, se cumplieron los días de su parto, y dio a luz a su hijo primogénito y le acostó en un pesebre, por no haber sitio para ellos en el mesón.
“Había en la región unos pastores que pernoctaban al raso, y de noche se turnaban velando su rebaño. Se les apareció un Ángel del Señor, y la gloria del Señor les envolvió con su luz, quedando sobrecogidos de gran temor. Pero el Ángel les dijo: ‘No temáis, pues os anuncio una gran alegría que será la de todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador que es el Cristo, el Señor. Esto os servirá de señal: encontraréis un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre...’ Al instante se unió al Ángel una multitud del ejército celestial que alababa a Dios diciendo: ‘¡Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres que El ama!’
“Así que los ángeles se fueron al Cielo, se dijeron los pastores entre sí: ‘Vamos pues a Belén y veamos lo que ha acontecido y lo que el Señor nos ha anunciado...’ Fueron, pues, con presteza, y encontraron a María, a José y al niño recién nacido acostado en un pesebre. Y habiéndole visto, contaron lo que se les había dicho acerca de este niño; y cuantos les oían se maravillaban de lo que decían. María conservaba cuidadosamente estos recuerdos y los meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.
“Cuando se hubieron cumplido los ocho días circuncidaron al niño, y le dieron el nombre de Jesús, tal como había indicado el ángel antes de su concepción.
“Cuando llegó el día en que, según la ley de Moisés, debía tener lugar la purificación, lo llevaron a Jerusalén para presentarle al Señor, según está escrito en la ley del Señor: ‘Todo varón primogénito será consagrado al Señor’, y para ofrecer en sacrificio, según lo prescrito en la ley del Señor, un par de tórtolas o de pichones. Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Este hombre era justo y piadoso; esperaba la consolación de Israel y el Espíritu Santo habitaba en él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu vino al Templo, y al entrar los padres con el niño Jesús para cumplir las prescripciones de la Ley a su respecto, lo tomó en sus brazos y, bendiciendo a Dios, dijo:
“Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar ir a tu siervo en paz;
porque mis ojos han visto tu salvación,
la que has preparado ante la faz de todos los pueblos;
luz para iluminar las naciones y gloria de tu pueblo Israel...”
Ciertamente habéis oído leer varias veces este relato. Muchos de los detalles que contiene son simbólicos. Hay también dos pasajes muy misteriosos. ¿Por qué se dice: “María conservaba cuidadosamente estos recuerdos y los meditaba en su corazón”? Había, pues, algo que no podía decir. De tratarse de lo que había oído decir a los pastores, habría podido hablar de ello puesto que éstos lo contaban a todo el mundo. Era, pues, otra cosa lo que conservaba preciosamente en su alma, algo sagrado. Y, ¿quién era Simeón? Se dice que el Espíritu Santo habitaba en él; era, pues, muy puro. Pero no podré abordar la cuestión de Simeón porque ello haría que se tambaleasen todas las conciencias cristianas. Sí, ¿quién era Simeón? ¿Qué lazo le unía con el niño Jesús?...
Ahora veréis si habéis comprendido verdaderamente este capítulo. En primer lugar, ¿quiénes eran María y José? Si fueron escogidos para ser los padres de Jesús, es que estaban muy preparados para ello: para ser dignos de recibir a Jesús, el Salvador de la humanidad, en su familia, habrían hecho, ciertamente, un gran trabajo espiritual en sus vidas anteriores; eran excepcionales, estaban predestinados. Ya desde muy joven, María se había consagrado, había ido al Templo para ser sierva del Señor. Se había, pues, purificado y había hecho los más grandes sacrificios para ser digna de recibir en su seno a un espíritu tan poderoso y elevado como Cristo. La gente no piensa en estas cosas. Cree que a Dios todo le es posible, que hace todo lo que Le viene en gana, incluso las cosas más inverosímiles, y que puede, por tanto, escoger a uno cualquiera para la más alta misión. No, también en este terreno hay una justicia, unas reglas, unas leyes. El Señor es quien ha hecho las leyes y, por lo tanto, no va a ser El quien las quebrante.
Cuando Dios escoge a determinadas criaturas es señal de que reúnen ciertas condiciones. Desde luego, “de las piedras puede Dios hacer hijos de Abraham”, pero haciéndolos pasar previamente por el estado de planta, después de animal y, finalmente, de hombre. Lo mismo sucede con el niño: el germen también debe pasar por toda clase de formas y de estados antes de tomar el aspecto de una criatura humana. Igualmente, Jesús se vio obligado a franquear ciertas etapas antes de llegar a ser Cristo. Otra cosa aún que los cristianos no pueden aceptar: piensan que Jesús era Dios mismo, que nació perfecto. Pero entonces, ¿por qué tuvo que esperar hasta los treinta años para recibir el Espíritu Santo y hacer milagros?... Aunque Dios en persona tenga que venir a encarnarse a la tierra, acepta someterse a las leyes que El mismo ha establecido. El Señor se respeta a Sí mismo, ¿lo comprendéis? Así es como ven las cosas los Iniciados: en su cabeza todo está en orden, todo es lógico, todo es sensato.
Así pues, para ser dignos de recibir a Jesús, María y José ya se habían preparado durante mucho tiempo, en otras encarnaciones, y eran puros. ¿Fue el Espíritu Santo quien engendró a Jesús? Sí, fue el Espíritu Santo. En el plano divino fue el Espíritu Santo, pero en el plano físico hacía falta también algo... alguien, a fin de que en dicho plano, igualmente, hubiese un reflejo del Espíritu Santo. Para que la correspondencia fuese perfecta entre los tres mundos, para que en el plano físico, en el plano espiritual y en el plano divino todo fuese siempre santo, luminoso y puro, también en el plano físico se precisaba de un conductor del Espíritu Santo.
Diréis: “Pero, ¡todo es posible para el Espíritu Santo!” Lo sé. Habría podido, por ejemplo, tomar un poco de materia del espacio y formar un cuerpo sin necesidad de pasar a través de una mujer. Sólo que un cuerpo hecho de materia etérica no puede subsistir por mucho tiempo: apenas una horas, un día, y luego hay que devolver las partículas. Eso es lo que sucede en las sesiones espiritistas. Para que el cuerpo sea duradero es necesario que esté formado de partículas materiales suministradas por la madre. Por eso el Espíritu Santo tenía necesidad de una mujer pura para crear un cuerpo en su seno. El resto no os lo diré, lo adivinaréis vosotros.
Desde luego que Jesús nació “por obra del Espíritu Santo”. En la medida en que su concepción no fue manchada por ningún deseo, por ninguna pasión, por ninguna sensualidad, puede decirse que nació por obra del Espíritu Santo. Así es como hay que comprender la virginidad de María. La virginidad es una cualidad más espiritual que física. ¡Cuántas mujeres son vírgenes exteriormente, pero interiormente... son peor que prostitutas! Eso es todo. No os diré más sobre este asunto, pero ya os he dicho mucho.
El nacimiento de Jesús debe ser comprendido en los tres mundos, es decir, como un fenómeno histórico, como un fenómeno psíquico, místico, y, finalmente, como un fenómeno cósmico. Hoy me interesa, sobre todo, el fenómeno místico.
San Lucas era el más erudito de los evangelistas, y comienza su Evangelio diciendo: “... también yo he decidido, después de haberme informado cuidadosamente de todo lo acontecido desde los orígenes, escribir para ti el relato ordenado de los hechos...” El no había sido, pues, testigo de los acontecimientos como los demás, pero investigó, y para su relato del nacimiento de Jesús solamente seleccionó las imágenes de aquellos acontecimientos que se repiten en el alma de cada ser humano. Vamos a detenernos ahora en estas imágenes simbólicas.