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¿Se ha parado a pensar alguna vez que el mundo sigue sin ser igual para las niñas que para los niños, que las mujeres siguen sin tener las mismas oportunidades que los hombres? Como padres, madres, educadores, profesionales del ámbito de la infancia no podemos obviar este hecho si queremos educar adecuadamente a quienes serán los hombres y las mujeres del mañana. Hoy en día, para las niñas sigue siendo más difícil construir una autoestima fuerte y los niños siguen encontrando muchos obstáculos para poder expresar abiertamente sus emociones, para vivir sin tener que hacerse los duros. Sin duda, se han logrado grandes avances en materia de igualdad, pero aún esta igualdad no es plena, como demuestran las alarmantes cifras de hombres que maltratan a sus parejas en las relaciones afectivas, la discriminación salarial, el mayor desempleo femenino, la todavía escasa presencia de las mujeres en puestos de responsabilidad política, social, cultural y económica, o el mayor tiempo que las mujeres dedican al cuidado del hogar en relación con los hombres. La igualdad tampoco es real porque seguimos tratando y educando de un modo diferente a los niños y a las niñas. Se sigue llenando de rosa la vida de las niñas, de princesas que se enamoran y que hacen del amor su vida, de cuidados a los demás, de valoración desmedida a la belleza. Se sigue llenando de azul la vida de los niños, de superhéroes, de acción, de vivir de puertas para afuera del hogar y de evitar los sentimientos. Pero está en nuestra mano construir un mundo verdaderamente igualitario, educar a nuestros niños y niñas para que sean libres, seguros, autónomos y respetuosos. Educarlos ni en rosa ni en azul, sino en color igualdad. Este libro es una herramienta útil y muy práctica para, primero, entender por qué en el mundo sigue existiendo la desigualdad y, segundo, llevar a cabo esta educación igualitaria que termine con ella. Es hora de dejar de educar niños y niñas para educar personas, y está en nuestra mano. ¿Se apunta al reto de hacer el mundo un poquito más justo, un poquito mejor para los niños y las niñas? La autora, Olga Barroso, es Diplomada en Traumaterapia infantil-sistémica por el IFIV de Barcelona. Experta en Violencia de Género, Trauma, Apego y Cuentos Terapéuticos. Durante 14 años ha sido psicóloga y ha coordinado diferentes recursos de la Red de Violencia de Género del Ayuntamiento y de la Comunidad de Madrid. Actualmente es supervisora para equipos multidisciplinares que intervienen con Mujeres y Menores Víctimas de Violencia de Género y formadora para diferentes entidades.
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Seitenzahl: 425
Veröffentlichungsjahr: 2021
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NI ROSA NI AZUL
Pautas para educar en igualdad
Olga Barroso
Ni rosa ni azul
Pautas para educar en igualdad
© 2021 Olga Barroso
Directora de colección: Mercedes Bermejo
Directora de producción: M.ª Rosa Castillo
Revisora técnica: Mónica Gonzalo
Correctoras: Ana Briz y Anna Alberola
Maquetación: cuantofalta.es
Diseño de la cubierta: ENEDENÚ DISEÑO GRÁFICO
Las imágenes de las páginas 157, 269, 270, 283 y 296 están extraídas del Senticuento Los pájaros Arcoíris, cuya autora es Olga Barroso y la ilustradora es M.ª Jesús Santos Heredero.
© 2021 Editorial Sentir es un sello editorial de Marcombo, S. L.
Avenida Juan XXIII, n.º 15-B
28224 Pozuelo de Alarcón. Madrid
www.editorialsentir.com
«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra».
ISBN: 978-84-267-3327-6
Producción del ePub: booqlab
Pautas para educar en igualdad
Olga Barroso
Por todas las guerreras que han luchado por la libertad.
Por todo ese silencio abandonado es hora de gritarle al mundo
los abrazos que nunca pudimos dar y devolverle cada golpe
con más ganas de soñar.
Nunca más me verás con cicatrices en el alma.
Ahora ya somos más y hemos perdido el miedo
a ser valientes.
Y basta ya de rogar por querer ser iguales.
Nuestra batalla es por vivir y no por ser mejor que nadie.
Por todas las guerreras que han llorado por querer ser más.
Por todas esas voces contenidas es hora de gritar
que tenemos la fuerza, la valentía y el coraje de agarrar nuestro destino
aunque no llevemos traje.
Extracto de la canción
Nunca más, de Atacados Letra: Luis Frochoso
Como dicen los versos de Alejandra Pizarnik: «Soy mujer. Y un entrañable calor me abriga cuando el mundo me golpea. Es el calor de las otras mujeres, de aquellas que hicieron de la vida este rincón sensible, luchador, de piel suave y corazón guerrero».
Me considero muy afortunada por haber encontrado en mi camino a tantas y tantas mujeres de piel suave y corazón guerrero. Gracias a todas ellas porque con su calor pude llenarme de amor, de valentía y de ganas infinitas de aprender. Pude ser la mujer que hoy soy, que aprendió el camino para ser feliz y que trata de dar calor a las que llegan. Mi hija Vega me lo recuerda cada día.
A todas ellas está dedicado este libro, muy especialmente a todas las mujeres sabias de las que aprendí en Mercedes Reyna. A todas, pero muy especialmente a Elisabeth, Bea, Bea C., Carmen, Concha, María José, Felicia, Merche, Sagrario, Ana G., Ana, Natasha, María Jesús, Carina, Dori, Loli y María, porque sigo aprendiendo de vosotras y haciendo camino juntas.
Gracias muy especialmente también a la editorial Sentir por permitir con este libro que todas nos volvamos a reunir, y por su compromiso con la infancia y con la justicia.
A las mujeres nos dicen que nuestra felicidad está supeditada a conseguir el amor y el reconocimiento de un hombre. ¡Cuánto tiempo nos lleva desaprender esta falacia! Cuando, en realidad, la felicidad nos viene dada de la mano de esas otras mujeres, amigas, madres, abuelas, compañeras, profesoras y revolucionarias que lucharon para que hoy seamos un poquito más libres de lo que ellas fueron. En realidad, todos y todas somos afortunados porque, a poquito que miremos, descubriremos que están ahí, que la vida está llena de mujeres que hacen del mundo un lugar mejor. No os privéis de sentir su calor.
A todos los hombres igualitarios que se suman a la lucha contra el machismo y que han decidido renunciar a sus privilegios. Muy especialmente a mi pareja, Antonio, porque cuando juega con nuestra hija dice «nosotras».
Y a mi querido Luis Frochoso por sus canciones. Por permitirme abrir este libro con esas palabras suyas siempre tan bonitas, tan certeras, que esconden lo esencial y que, hechas música, nos llenan el alma de fuerza para saltar sin miedo, aunque a veces no seamos capaces, y para recordar eso de «No te olvides de quererte, que es lo que te hace fuerte».
PARTE ILOS DESAFÍOS DE EDUCAREN UN MUNDO QUE NO HA ALCANZADO LA IGUALDAD REAL ENTRE HOMBRES Y MUJERES
1.El mundo no es igual para los niños que para las niñas
1.1 La consideración de hombres y mujeres en nuestra historia
1.2 La definición de hombres y mujeres en la historia afecta a los niños y niñas de hoy
1.3 Expliquemos a los niños y niñas nuestra historia
1.4 Distintos peligros que pueden sufrir niños y niñas
1.5 Que el mundo sea igual para niños y niñas está en nuestra mano
2.Azul y rosa. Niños y niñas, ¿son diferentes o los hacemos diferentes?
2.1 Desde el principio creamos diferencias entre niños y niñas
2.2 La investigación muestra cómo hacemos a niños y niñas diferentes
2.3 Las diferencias que mantienen los estereotipos de género no existen
2.4 Cuidado con los estudios que revelan diferencias entre hombres y mujeres
2.5 Una habitación propia
2.6 El peligro de los estereotipos de género
3.A qué nos referimos cuando hablamos de igualdad
3.1 Hablar de igualdad aún no es fácil
3.2 Ponernos de acuerdo en los términos para entendernos
3.3 Igualdad no es ser idénticos
3.4 Hombres y mujeres somos cualitativamente iguales para cuidar
3.5 El valor de hombres y mujeres es el mismo
3.6 Si no fuéramos iguales, ¿esto pasaría?
4.Cómo se construyeron los estereotipos de género
4.1 ¿De dónde surge la diferente consideración de hombres y mujeres?
4.2 ¿Cómo se construyeron los estereotipos sexistas?
4.3 Los conceptos «sexo» y «género»
4.4 Grecia y Roma: ¿cómo empezó todo?
4.5 ¿Y después de Grecia y Roma?
4.6 Siempre hubo mujeres inteligentes, pero no se habla de ellas
4.7 Breve historia del feminismo
4.8 Los estereotipos de género perjudican especialmente a las niñas
4.9 Siglo XXI, es hora de poner fin a los estereotipos sexistas
5.Ejemplos de tratos desiguales que aún sufren niños y niñas
5.1 No podéis jugar porque sois chicas
5.2 No puedes hacer ballet porque eres niño
6.Situación de las niñas y mujeres en el mundo
6.1 La investigación muestra la injusticia hacia niñas y mujeres
6.2 Empecemos por los motivos para la esperanza
6.3 Analizando la injusticia
6.4 La injusticia de invisibilizar a las mujeres
6.5 Es dañino y falso decir que la igualdad está conseguida
PARTE 2CLAVES Y PAUTAS PARA EDUCAR DE MANERA IGUALITARIAA NIÑOS Y NIÑAS
7.Evaluando nuestras ideas sexistas
7.1 Todos y todas, a veces, emitimos conductas sexistas
7.2 Evaluando nuestras creencias sexistas
7.3 Cómo desarrollar una educación y una crianza igualitarias
8.Explicar a los niños y niñas el mundo en el que viven
8.1 Transformar las injusticias en oportunidades
8.2 Expliquemos a las niñas las discriminaciones que pueden sufrir
8.3 ¿Está bien que manden los hombres y las mujeres obedezcan?
8.4 Los niños varones también van a sufrir discriminaciones sexistas
9.Acciones para reducir la exposición a contenido sexista
9.1 El sexismo es como la contaminación
9.2 Ofrecer espacios igualitarios para jugar y aprender
9.2.1 Fomentar la realización de actividades físicas no etiquetadas arbitrariamente por la sociedad como actividades de niños y de niñas
9.2.2 Proponer juegos que sean muy divertidos en los que jugar juntos realizando tareas socialmente asignadas tanto a niños como a niñas
9.2.3 Facilitar a los niños y a las niñas todo tipo de juguetes
9.2.4 Evitar que la apariencia sea lo que capte nuestra atención en el caso de las niñas, y la conducta en el caso de los niños
9.3 Eliminar porciones de contaminación sexista
9.3.1 Hacernos conscientes de que podemos, sin darnos cuenta, acercar en exceso a las niñas lo que se nos ha dicho siempre que es de niñas y a los niños lo que se nos ha dicho siempre que es de niños
9.3.2 Exponer a niñas y niños a imágenes o contenidos que muestren lo contrario de los comentarios sexistas que les digan
9.3.3 No coartar en exceso a las niñas
9.3.4 Proponer tareas de cuidado a niños y niñas por igual
9.3.5 No seas tú quien la llame princesa
9.3.6 Impidamos el clásico «las niñas con las niñas y los niños con los niños»
9.3.7 Reacciones ante los éxitos y los fracasos
9.3.8 No acercar el amor de pareja solo a las niñas
10.Cómo proteger a las niñas de los mensajes sexistas
10.1 La contaminación sexista va a golpear de lleno a nuestras criaturas
10.2 Acciones para proteger a las niñas de los mensajes sexistas
10.2.1 Explicar a las niñas que las van a llamar guapas pero que ellas son mucho más
10.2.2 Dejemos a las niñas que elijan el tipo de mujer que quieren ser
10.2.3 Darnos cuenta de cuándo les dicen a las niñas que ellas hacen cosas peor que los niños
10.2.4 Aprovechar los momentos en los que las niñas lloran para hablarles de su fortaleza
10.2.5 No poner bajo un prisma adulto las relaciones afectivas de las niñas
10.2.6 Tu hija no es una marimandona
10.2.7 No la obligues a hacer cosas etiquetadas como de niñas si no le gustan. Anímala a que haga cosas etiquetadas como de chicos si le gustan. Déjala hacer lo etiquetado como de niñas si le gusta
10.2.8 Volver a intentarlo, no rendirse
10.2.9 Hagámoslas rebeldes con causa
11.Cómo proteger a los niños varones de los mensajes sexistas
11.1 Los mensajes sexistas también dañan a los niños varones
11.1.1 ¿De qué manera el sexismo impide que los niños desarrollen las capacidades psicológicas fundamentales para relacionarse afectivamente de un modo sano?
11.1.2 ¿De qué manera el sexismo empuja a los niños a que tengan conductas agresivas hacia otras personas, hacia sí mismos o hacia el entorno?
11.2 Visibilizando este daño a los niños varones
11.3 Acciones para proteger a los niños varones de los mensajes sexistas
12.Cómo crear un contexto educativo y de crianza igualitario
12.1 Educamos con lo que decimos, pero más con lo que hacemos
12.2 La lavadora, esa gran desconocida
12.3 No hacer sentir a las niñas que son menos capaces
12.4 Organicemos la librería de nuestros niños y niñas
12.5 Visibilizar el mérito de las mujeres
12.6 El amor no puede ser la única pasión de las mujeres
12.7 El sexismo no es gracioso
13.La importancia de los juguetes
13.1 Pintar idénticos juguetes de distinto color para venderlos dos veces
13.2 ¿Qué le hemos hecho al rosa que no le hemos hecho al azul?
13.3 Evitar que los juguetes sean una fábrica en miniatura de sexismo
13.4 Importancia de los juguetes en la vida de los niños
13.5 Cómo reaccionar ante los comentarios y regalos sexistas
PARTE IIIEDUCAR PARA PROTEGERA NIÑAS Y ADOLESCENTESDE LA VIOLENCIA EN LA PAREJA
14.Comprendiendo la violencia en las parejas adolescentes
14.1 Escuchémoslas a ellas
14.2 Por qué puede una chica adolescente verse atrapada en una relación violenta
14.3 Cómo es la violencia en las relaciones de pareja adolescentes
15.Cómo detectar si nuestra hija está en una relación de pareja violenta
15.1 Analicemos una situación real
15.2 Definición del maltrato en la pareja
15.3 Cómo ejerce la violencia un agresor: el patrón de comportamiento violento
15.3.1 Primera fase del patrón de comportamiento del agresor: engaño
15.3.2 Segunda fase del patrón de comportamiento del agresor: inicio de la violencia minimizando a la mujer 285
15.3.3 Tercera fase del patrón de comportamiento del agresor: de la violencia psicológica centrada en desvalorizar a la mujer a la violencia psicológica centrada en culparla tanto de que la relación vaya mal como de que él sea violento
15.3.4 Cuarta fase del patrón de comportamiento del agresor: recrudecimiento de la violencia
15.4 El ciclo de la violencia
15.4.1 Fase de luna de miel
15.4.2 Fase de acumulación de tensión
15.4.3 Fase de liberación de tensión
15.4.4 Vuelta a la fase de luna de miel
15.5 Un recurso educativo para explicar la violencia
Recursos adicionales
En el mundo en el que vivimos se han logrado grandes avances en materia de igualdad entre hombres y mujeres, pero aún, en muchas ocasiones, ante diferentes cuestiones, se sigue tratando y educando de un modo diferente a los niños y a las niñas. Se sigue construyendo un escenario rosa para las niñas, lleno de princesas que se enamoran y que hacen del amor su vida, de mensajes para incitarlas a vivir cuidando a los demás y de claves para que aprendan a medir su valor en función de su belleza física. Se sigue construyendo un escenario azul para los niños, lleno de superhéroes, de acción, de vivir de puertas afuera y de reprimir los sentimientos. Es hora de dejar de educar niños y niñas para educar personas, de dejar de construir un camino para las niñas y otro camino para los niños, de asegurar que los niños y niñas crezcan con libertad para ser personas libres. Este libro pretende dar claves para poder llevar a cabo esta educación igualitaria, para lograr, con nuestra crianza, que tanto las niñas como los niños de hoy se conviertan en adultos mañana seguros de sí mismos, autónomos pero capaces de pedir ayuda, dispuestos a cuidar cuando sea necesario y respetuosos.
El libro está dividido en tres partes. La primera parte está dedicada a analizar las desigualdades aún existentes en la vida de hombres y mujeres, así como el origen histórico de las mismas. El objetivo de esta parte del libro es comprender a fondo la situación de hombres y mujeres en la sociedad y cómo afecta a los niños y niñas, y a la educación que desarrollamos sobre ellos, el hecho de que el mundo aún no sea un lugar igualitario.
La segunda parte del libro es eminentemente práctica y está dirigida a dar claves para poder educar de un modo igualitario a los niños y a las niñas. En esta parte se recogen acciones concretas, pautas y herramientas para llevar a cabo este tipo de educación.
Y la última parte del libro está dedicada a la violencia de género en la pareja. Uno de los graves problemas que tiene nuestra sociedad por el hecho de no ser igualitaria es el maltrato que muchos hombres y muchos chicos ejercen contra sus parejas, contra sus novias. Lamentablemente, nuestras adolescentes pueden tropezarse con este problema e iniciar una relación de pareja enamoradas, ilusionadas por vivir el amor, y encontrarse con un chico que, poco a poco, las va haciendo sentir inferiores, y las va convenciendo de que no dediquen tiempo a sus amigos, familia, estudios; y ellas acaben atrapadas en él y viviendo para él. Para proteger a nuestras adolescentes de esta realidad es imprescindible que conozcamos en qué consiste la violencia de género. Por este motivo, hemos creado esta parte del libro en la que se explica este fenómeno y se describe con muchos ejemplos reales. Si, como adultos, conocemos esta realidad, podremos identificarla si la sufren nuestras hijas, nuestras alumnas, nuestras chicas. Y podremos ayudarlas finalmente a que reconozcan qué es lo que están viviendo y puedan salir de una situación tremendamente dañina.
Lo más grave es que la violencia contra las mujeres y las niñas persiste sin disminución en todos los continentes, todos los países y todas las culturas, con efectos devastadores en la vida de las mujeres, sus familias y toda la sociedad. La mayor parte de las sociedades prohíben esa violencia, pero en la realidad frecuentemente se encubre o se tolera tácitamente.
Ban Ki-moon
Exsecretario general de las Naciones Unidas
Nuestra sociedad occidental actual reconoce el mismo valor y, por tanto, los mismos derechos a las mujeres y a los hombres, a los niños y a las niñas. Así se recoge en nuestra Ley Orgánica 3/2007, de 22 de marzo, para la igualdad efectiva de mujeres y hombres:
El artículo 14 de la Constitución española proclama el derecho a la igualdad y a la no discriminación por razón de sexo.
La igualdad entre mujeres y hombres es un principio jurídico universal reconocido en diversos textos internacionales sobre derechos humanos, entre los que destaca la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer, aprobada por la Asamblea General de Naciones Unidas en diciembre de 1979 y ratificada por España en 1983.
La igualdad es, asimismo, un principio fundamental en la Unión Europea. Desde la entrada en vigor del Tratado de Ámsterdam, el 1 de mayo de 1999, la igualdad entre mujeres y hombres y la eliminación de las desigualdades entre unas y otros son un objetivo que debe integrarse en todas las políticas y acciones de la Unión y de sus miembros.
Pero esto no siempre ha sido así; es muy reciente en nuestra historia que hombres y mujeres sean reconocidos como sujetos iguales ante la ley. Precisamente por este motivo, aún no se ha logrado la igualdad real entre hombres y mujeres, como también reconoce la citada ley:
El pleno reconocimiento de la igualdad formal ante la ley, aun habiendo comportado, sin duda, un paso decisivo, ha resultado ser insuficiente. La violencia de género, la discriminación salarial, la discriminación en las pensiones de viudedad, el mayor desempleo femenino, la todavía escasa presencia de las mujeres en puestos de responsabilidad política, social, cultural y económica, o los problemas de conciliación entre la vida personal, laboral y familiar muestran cómo la igualdad plena, efectiva, entre mujeres y hombres, es todavía hoy una tarea pendiente que precisa de nuevos instrumentos jurídicos.
Resulta necesaria, en efecto, una acción normativa dirigida a combatir todas las manifestaciones aún subsistentes de discriminación, directa o indirecta, por razón de sexo, y a promover la igualdad real entre mujeres y hombres, con remoción de los obstáculos y estereotipos sociales que impiden alcanzarla.
A lo largo de nuestra historia, las mujeres no han sido reconocidas como iguales a los hombres ante la ley porque han sido consideradas individuos con menos capacidades, menos valiosas y, por ello, no merecedoras de los mismos derechos. Este es nuestro pasado como civilización. Y este es el motivo por el cual todo nuestro ordenamiento jurídico actual, nacional, europeo e internacional ha tenido que crear herramientas legales para establecer y explicitar la igualdad de hombres y mujeres. Herramientas con las que cambiar la visión y definición de las mujeres como seres inferiores y sin derechos. Si queremos entender el mundo de hoy, tenemos que tener presente este hecho, así como si queremos explicar correctamente el pasado a nuestros niños y niñas.
A nuestras espaldas tenemos cuatro mil años de civilización, de los que solo en los últimos cien —redondeando— las mujeres han sido consideradas individuos iguales que los hombres ante la ley. Para conseguir la igualdad es importante reconocer esta realidad, pero más aún conocer su causa; evidenciar y sacar a la luz esta consideración de las mujeres como diferentes —y definidas, en esta diferencia, como inferiores y no merecedoras de los mismos derechos—. Durante tres mil novecientos años, las diferentes culturas precursoras de nuestra sociedad defendieron, mayoritariamente, que las mujeres y las niñas eran inferiores a los hombres intelectual, física y moralmente.
Sin ir más lejos, en España, hasta 1975 (en concreto, hasta que se aprobó la Ley 14/1975, que abordaba la reforma de determinados artículos del Código Civil y del Código de Comercio), no se permitió a las mujeres algo tan básico como abrir una cuenta bancaria. Hasta ese momento, los requisitos legales para hacerlo eran ser hombre, ser mayor de edad y tener el documento de identidad en vigor. Que la mujer pueda disponer de su dinero es algo que hemos alcanzado en nuestro país hace, a día de hoy, solo cuarenta y cinco escasos años. Y hasta la entrada en vigor de la Ley de Relaciones Laborales en 1976, las mujeres necesitaban una autorización de su marido para conseguir un empleo.
En muchos países, los derechos civiles de hombres y mujeres aún no son los mismos. El informe de ONU Mujeres «El progreso de las mujeres en el mundo de 2011-2012» sacó a la luz que, en ese momento, de los 195 países del mundo, solo en 115 las mujeres gozaban de igualdad de derechos para poseer una propiedad, y solo en 93 tenían derechos de herencia igualitarios.
En cuanto a educación se refiere, en nuestro país no es hasta 1970, con la aprobación de la Ley General de Educación, cuando los niños y las niñas, por ley, estudian los mismos contenidos y su educación es obligatoria hasta los 14 años. Con anterioridad, desde 1857 hasta 1970, estuvo en vigor la Ley de Instrucción Pública (conocida como la Ley Moyano, por ser este su creador), que obligaba a niños y niñas a realizar la etapa de primera enseñanza (dividida en elemental y superior) en escuelas distintas y con contenidos distintos. En la etapa elemental, ambos sexos estudiaban religión, historia, lectura, escritura, ortografía, gramática y aritmética; pero los niños estudiaban, además, «breves nociones de agricultura, industria y comercio», y las niñas «labores propias de su sexo». En la etapa superior, los niños estudiaban «nociones generales de física y de historia natural acomodadas a las necesidades más comunes de la vida» y las niñas estudiaban «ligeras nociones de higiene doméstica».
Y ¿cómo era la situación en materia educativa antes de 1857?
Hasta el siglo XVI existió una prohibición explícita a las niñas a acceder a la educación formal.
Durante el reinado de Carlos III, comenzó la preocupación por la educación de todas las clases sociales, incluyendo a grupos tradicionalmente marginados como las mujeres, los habitantes de los campos y los trabajadores de las ciudades. Esta política se convirtió en uno de los principales objetivos educativos de Carlos III, e incentivó la presencia de las niñas en las escuelas de primeras letras mediante la aprobación del Reglamento para el establecimiento de escuelas gratuitas para niñas de 1783. Esta apuesta por la educación surge al comprobar que era necesario formar a la población para mejorar el desarrollo económico del país. La visión de la educación era completamente utilitarista: se quiso reformar el sistema educativo tradicional para modernizar España.
Aunque a lo largo del siglo XVIII la legislación cambió y se permitió que las niñas acudieran a las escuelas de primeras letras, en la práctica este acceso autorizado ya a las niñas, al no ser obligatorio, no se hizo efectivo. ¿El motivo? Que se seguía considerando, mayoritariamente, a las niñas carentes de la inteligencia suficiente. Su existencia se justificaba como complemento del hombre y era útil solo para asumir las tareas domésticas y el cuidado de la familia.
Con la llegada de la Ley Moyano, setenta y cuatro años después, ya sí se obliga —no solo se recomienda— a las niñas a ir a la escuela, pero con el objetivo de educarlas para que desempeñen mejor los roles que se consideran propios de ellas: amas de casa, esposas y madres. De nuevo, esto cambió en 1970, es decir, hace escasos cincuenta años.
Para cambiar estas injusticias, para conseguir los mismos derechos que los hombres, las mujeres, con el apoyo de algunos hombres igualitarios, tuvieron que organizarse y luchar mucho.
Lucharon para poder ser consideradas inteligentes, tan capaces como los hombres y poder, así, estudiar. Para que se asumiera que su papel en el mundo no solo era cuidar de la casa, de la familia y de la descendencia. Lucharon, después, para poder trabajar y, más adelante, para poder hacerlo en profesiones que se consideraban de hombres. Lo consiguieron y nos lo consiguieron. Todos estos logros se alcanzaron, gracias a ellas, en nuestro país y en Europa, hace escasos cien años. Anteriormente, la vida de las mujeres y de las niñas era una vida como ciudadanas de segunda y, en gran parte de la historia, ni siquiera como ciudadanas. Este es nuestro pasado y nuestros niños y niñas de hoy llegan a un mundo que tiene esta historia.
El pasado influye en el presente. Cuando una sociedad tiene un pasado que ha defendido dura y extensamente la desigualdad entre hombres y mujeres, en su presente habrá muchos obstáculos para alcanzar la igualdad. Uno de los más poderosos es la costumbre. Esta empuja fuerte, por lo que para alcanzar la igualdad real es imprescindible legislar y desarrollar actuaciones concretas que cambien lo que se ha pensado, dicho y hecho durante tanto tiempo. Un ejemplo claro es el que analizábamos anteriormente: aunque en España a partir del siglo XVIII se permitía escolarizar a las niñas, la realidad era que no se las llevaba al colegio. No se las escolarizó generalizadamente hasta que la ley obligó a hacerlo porque, a pesar de que se podía, se seguía pensando sobre ellas como se había venido defendiendo durante tantos años atrás.
Actualmente, aunque la igualdad legal entre hombres y mujeres se haya conseguido, la influencia de este pasado tan largo sigue siendo fuerte y sigue dificultando que la igualdad legal se haga real en el funcionamiento social. Este pasado hace que las reacciones de los adultos ante el mismo comportamiento infantil no sean iguales si quien lo emite es un niño o una niña. Analizaremos esto en profundidad en el próximo capítulo. Este pasado hace que las niñas tengan que esforzarse más que los niños para alcanzar los mismos éxitos. Que a las niñas se les ponga difícil participar en actividades consideradas «de niños» y que a los niños se les ponga difícil participar en actividades consideradas «de niñas». Que a las niñas se les regalen más juguetes catalogados como «de niñas» y a los niños se les regalen privilegiadamente juguetes catalogados como «de niños». Hace que aún sigamos creyendo que hay actividades «de niños» y actividades «de niñas» y juguetes «de niños» y juguetes «de niñas». Este pasado explica por qué aún hoy en sociedades legalmente igualitarias las mujeres, en muchas empresas, aun realizando el mismo trabajo que un hombre, cobran menos; por qué el tiempo de trabajo doméstico que dedica una mujer, que trabaja las mismas horas que su marido fuera de casa, sigue siendo notablemente superior; por qué los puestos de poder están fundamentalmente ocupados por hombres; y un largo etcétera.
Para educar adecuadamente a niños y niñas, tenemos que hacernos conscientes de todo esto; de que el mundo en el que van a vivir aún no es igual para unos que para otras debido a la desigual consideración sobre hombres y mujeres que ha existido y que aún está presente. Para educar adecuadamente a niños y niñas, tenemos que aceptar que la influencia de un pasado de tres mil novecientos años no se borra en cien y, por tanto, de alguna manera, sigue condicionando y dirigiendo algunos de nuestros pensamientos y comportamientos a la hora de tratar y enseñar a niños y niñas.
Nuestros niños y niñas de hoy crecen en un mundo en el que se acaba de lograr que las mujeres sean consideradas inteligentes, capaces, fuertes y con la misma potencialidad que los hombres para desarrollar estas cualidades. Crecen en un mundo en el que se acaba de lograr que se considere normal y sano que un chico, que un hombre, llore; tan adecuado como si lo hace una chica o una mujer. Crecen en un mundo que acaba de asumir que la crianza de los hijos e hijas también es una tarea y una responsabilidad de hombres.
Estos logros son tan recientes que nuestros niños y niñas están expuestos a que se los pueda tratar o intentar educar con ideas que aún defienden unas diferencias que, empírica y científicamente, son inexistentes entre hombres y mujeres. De esta manera, las niñas, durante la educación primaria y secundaria, se pueden encontrar con que les digan que ellas no son tan buenas en matemáticas, que son más torpes en los deportes, o con los mapas, que no se les dan tan bien las ciencias como a los chicos, etc. O se pueden encontrar con que, cuando expresen su opinión o asuman liderar alguna tarea, sean menos atendidas, menos miradas y menos escuchadas que los niños.
¿Nos gusta como padres, como educadores, que a nuestras niñas se les transmitan estos mensajes? Y, peor aún, ¿nos gusta que los incorporen y que con ellos definan su identidad y se definan a sí mismas? ¿Nos gusta que nuestras niñas aprendan que son intelectualmente peores, de menor calidad que un niño? ¿Queremos que las niñas se conviertan en mujeres que no se sientan cómodas al tomar la palabra, liderar o ejercer la autoridad?
Si no queremos que aprendan esto, tenemos que empezar asumiendo que alguna vez van a recibir mensajes sobre la inferioridad femenina de manera implícita o explícita y que, por tanto, algo tendremos que hacer en nuestra educación hacia ellas para protegerlas de estos mensajes.
¿Y qué pasa con los niños?
Los niños, durante la educación primaria y secundaria, se pueden encontrar con que el trato que se les dé les arrebate su derecho a la vulnerabilidad y a la sensibilidad. Que se les diga: «Tú eres un hombre, así que tienes que ser siempre fuerte», «Tú eres un hombre, los hombres no expresan sus emociones, eso es de débiles».
A las niñas no les pasará esto, no se tendrán que enfrentar con que no las dejemos llorar, con que les censuremos que compartan su intimidad con una buena amiga, con que las ridiculicemos por ser emotivas, con que se les prohíba tácitamente expresar lo que sienten.
¿Nos gusta, como padres, como educadores, que a nuestros niños se les transmitan estos mensajes? Y, peor aún, ¿nos gusta que los incorporen y que con ellos definan su identidad y se definan a sí mismos? ¿Nos gusta que nuestros niños aprendan que no tienen derecho a vivir sus emociones, a expresar su sensibilidad, a derrumbarse, a pedir ayuda? ¿Que no tienen derecho, algunas veces, a no ser fuertes, a no saber qué hacer? ¿Queremos que a nuestros niños se les extirpe su capacidad de sentir, de cuidar, de empatizar, de ser sensibles?
Si no queremos que aprendan esto, tenemos que empezar asumiendo que muchas veces van a recibir mandatos para ser siempre duros, siempre los fuertes.
Nuestra historia está marcada por la tendencia de nuestros predecesores a progresar, a pasar del nomadismo al sedentarismo, a transformar pueblos en ciudades, a transformar creencias sin base empírica en creencias basadas en la ciencia, a crear diferentes manifestaciones artísticas... En definitiva, a una dinámica que nos lleva a generar más conocimiento y más tecnología.
Está marcada tristemente también por las guerras, por la ambición de unos países por los territorios y riquezas de otros, y por la discriminación a diferentes colectivos o culturas.
Nuestra historia contiene todo esto y, si queremos que nuestras nuevas generaciones sigan mejorando y no cometan lo errores que nos comprometimos a no repetir, es necesario acercarles toda esta información. Deben conocer que el país en el que viven no siempre estuvo en paz, que en él hubo una guerra civil —muy reciente y aniquiladora de nuestro progreso—, que el continente en el que viven no siempre estuvo formado por países que quieren llevarse bien y colaborar, sino que protagonizó guerras de las más sangrientas y largas. Que en nuestro pasado se persiguió y se mató a las personas por su color de piel y por su religión. Todas estas barbaries han existido y, para no volver a repetirlas nunca, las enseñamos en colegios y universidades. Sacamos a la luz que se exterminó a los judíos, a los gitanos, que se esclavizó a los africanos.
Pero, de la misma manera que enseñamos a nuestras nuevas generaciones todo esto, tenemos la obligación de enseñar que la historia de la que venimos consideró —no de 1914 a 1918, no de 1939 a 1945, sino del año 2000 a. C al año 1950, redondeando— que las mujeres eran ciudadanos inferiores y que, por tanto, no podían votar. Que las mujeres, la mitad de la población mundial, por el simple hecho no de su color de piel, sino de su sexo, han sido durante toda la historia discriminadas, privadas de los derechos civiles más básicos y, por supuesto, de su participación plena en la sociedad, quedando confinadas en el territorio de lo doméstico, entre las cuatro paredes de un hogar. Porque nuestra historia está profundamente marcada por esto.
Esta realidad de nuestro pasado, ¿por qué no se nos cuenta?, ¿por qué se pasa siempre de soslayo sobre ella, sin darle la entidad sociológica que tiene?, ¿no es hora dejar de silenciarla, sobre todo si queremos erradicarla?
En el tiempo en el que escribo este libro, mayo de 2020, estamos sufriendo una pandemia mundial a causa de la COVID-19. En 1918, todo el mundo fue golpeado por la denominada gripe española, una pandemia causada por un brote del virus influenza A. Fue la pandemia más devastadora en la historia humana dado el número de muertes que causó: en un solo año mató entre veinte y cuarenta millones de personas. Lo que también llama poderosamente la atención es la similitud de tal infección con la situación que estamos viviendo ahora a causa del coronavirus. En 1918 terminaba la Primera Guerra Mundial, hecho que es bien conocido por todos. En ese mismo año empezaba la mayor pandemia de nuestra historia, fenómeno que apenas nos resulta conocido porque, a diferencia de la Primera y Segunda Guerra Mundial, casi no se nos ha hablado de él. Tal vez si lo hubiéramos estudiado más, si lo hubiéramos tenido más presente, la crisis sanitaria que sufrimos actualmente hubiera podido ser algo menor, o nos hubiéramos podido dar cuenta antes de que estábamos a las puertas de una grave pandemia. Esto son elucubraciones, sin duda; pero, desde luego, conocer nuestra historia nos puede preparar para los hechos que a lo largo de ella, lamentablemente, se repiten.
Afortunadamente, en nuestra sociedad española dudo mucho que se vuelva a prohibir a las mujeres que voten o que trabajen, o que se les vuelvan a arrebatar derechos civiles básicos. Pero, como explicábamos en el apartado anterior, las mujeres y las niñas hoy somos golpeadas por la herencia de ese pasado en el que se nos consideraba inferiores. Si no conocemos de dónde vienen esos golpes, ni por qué se producen, nos será más difícil verlos, reconocerlos y trabajar para eliminarlos hasta que llegue ese gran día en el que se hayan extinguido.
Por otro lado, las mujeres con su lucha consiguieron dar la vuelta a la historia, consiguieron revertir esta situación de discriminación y ganarse su consideración como seres con los mismos derechos que los hombres; no como opresoras de los hombres, no como mejores que los hombres, sino como sus iguales. De la misma manera que se estudian las grandes revoluciones, de la misma manera que alabamos y ensalzamos la Revolución francesa porque liberó al pueblo francés de un rey opresor, por su aporte a los valores humanos con su célebre liberté, égalité, fraternité, ¿por qué no reconocer el mérito de una revolución mayor, la revolución de las mujeres, que liberó a la mitad de la población y le garantizó los derechos fundamentales? Un hecho de esta magnitud debería narrarse a los niños y a las niñas, debería reconocerse su aporte humano y su valor para el progreso de la humanidad. Pero no se cuenta. Y, de nuevo, está en nuestra mano cambiarlo. Contémoslo, celebrémoslo, expliquémosles a los niños y a las niñas que las mujeres también pertenecen a ese colectivo de individuos que han hecho cosas importantes en la historia y por la historia de las generaciones futuras. Mostremos que ser mujer no solo es ser uno de esos sujetos que cuidaban el hogar e hilaban en la rueca, que ser mujer es ser también uno de esos sujetos que luchaban valiente y pacíficamente contra la injusticia construyendo una sociedad mejor.
Parte de esta realidad diferente que van a tener que enfrentar nuestros niños y nuestras niñas, aunque compartan país, ciudad o pueblo, es la que tiene que ver con los peligros a los que están expuestos y los problemas que pueden llegar a sufrir durante su desarrollo.
Para pensar más en profundidad sobre esta cuestión, nos gustaría plantear esta pregunta:
¿Qué peligro deseáis con más fuerza que no golpee a vuestros niños y niñas durante el proceso mediante el cual se van a convertir en adultos?
Una de las cuestiones que más deseamos la mayoría de los padres y madres, así como los profesionales del ámbito de la infancia, es que nuestros niños y niñas se desarrollen bien (que maduren dentro de ellos todas las capacidades necesarias para que se adapten satisfactoriamente al mundo adulto) y que sean felices. Y que no les ocurran hechos extremadamente dolorosos que los hieran e impidan tanto su sano desarrollo como su felicidad.
De hecho, gran parte de nuestro esfuerzo en la crianza y en la educación se dirige precisamente a esto, a protegerlos de peligros, de situaciones que los puedan dañar. También a dotarlos de herramientas y fortalezas para que, si dichas situaciones ocurrieran, aunque inevitablemente les causaran dolor, el impacto se quedara solo en eso, en un dolor que terminara por disiparse y no en un daño físico o psicológico permanente.
Esto es así porque, lamentablemente, en nuestra sociedad aún existen peligros que pueden cruzarse en el camino de nuestros menores. Lo que queremos que penséis ahora es si estos peligros son los mismos para los niños que para las niñas… A poco que lo pensemos, nos daremos cuenta de que no.
Si la pregunta que hemos formulado se refiriera a los niños: «¿Qué peligro deseáis con más fuerza que no golpee a los niños varones durante el proceso mediante el cual se van a convertir en adultos?», la respuesta que daríais ¿sería la misma que si la pregunta fuera esta?: «¿Qué peligro deseáis con más fuerza que no golpee a las niñas durante el proceso mediante el cual se van a convertir en adultas?».
Las niñas, desde bien pequeñas, y fundamentalmente en la adolescencia, pueden ser víctimas de miradas lascivas, de comentarios obscenos, tanto por parte de sus iguales como de hombres que les doblan o triplican la edad. Pueden también enfrentarse a que las llamen «guarras» porque a los 16 años hayan decidido explorar su sexualidad o, en el peor de los casos, se pueden enfrentar a que un desconocido las intente tocar o las toque por la calle, en un concierto o en algún medio de transporte. O que las acose de regreso a casa, haciéndoles pasar terror tras haber salido a divertirse o a comprar el pan. Si esto último te parece excesivo, haz un pequeño experimento: pregunta a las mujeres de tu entorno si alguna vez han pasado miedo volviendo a casa. Pregúntales quién fue el causante de su terror. Te sorprenderá la cantidad de mujeres que te van a decir que sí y que te van a contar experiencias muy desagradables. O que te van a contar que tienen miedo, en general, si regresan a casa solas por la noche. Y si quieres completar la investigación, pregunta a los hombres de tu entorno si han vivido alguna vez algo parecido a lo que ellas te contaron.
Los niños no tendrán que enfrentarse en su desarrollo a este tipo de peligros; tendrán que enfrentar otros, pero no este. Nuestra sociedad aún presenta estas amenazas para nuestras niñas. Nuestras pequeñas no están libres de que esta barbaridad les pueda suceder. Este tipo de situaciones no las tienen que vivir los chicos, les suceden en exclusiva a las niñas por el mero hecho de ser niñas. Nunca nos preocuparemos por que un chico de 14 años volviendo a casa por la noche, en una zona poco transitada, esté expuesto a que un grupo de cuatro o cinco chicas mayores de edad le acorralen y le fuercen sexualmente. No nos tendremos que preocupar por esto en el caso de un chico porque esto no pasa. En nuestra sociedad estas agresiones solo se producen en el sentido inverso: hombre que agrede, mujer agredida. Por lo que los peligros no son iguales para las niñas y para las adolescentes que para los niños y para los adolescentes.
Que exista este peligro para las niñas y adolescentes es muy grave. Por un lado, las menores que son golpeadas por él experimentan un dolor emocional inmenso y potencialmente permanente porque puede generar heridas psicológicas muy profundas. Pero, por otro lado, que exista este peligro daña también a las menores, sin que necesariamente lo sufran directamente, puesto que puede llevarlas a:
•Aprender, de manera implícita, que las mujeres somos objetos sexuales de los hombres. Si los hombres se permiten comentar el cuerpo de una niña, de una jovencita, usarlo para su gratificación sexual y esto pasa constantemente y no se impide ni censura —incluso a veces se felicita, se ríe o se refuerza—, las niñas pueden llegar a asimilar que no tienen tanto derecho a que se respete su cuerpo y su sexualidad, porque viven experimentando continuamente que no se respeta. Para que las niñas aprendan que su cuerpo es suyo y que nadie tiene derechos sobre él —solo ellas mismas—, hay que decírselo, pero también deben percibir un trato coherente con esta afirmación. Una sociedad en la que los hombres siguen haciendo comentarios obscenos hacia las mujeres sigue transmitiendo, mediante estas conductas, un mensaje que dice que el cuerpo de las mujeres pertenece a los hombres, y que los hombres tienen derechos sobre él. ¿Cómo aprender que soy respetable si no se me respeta?
•Que experimenten que la calle es un lugar peligroso para ellas; que están seguras si van con un chico, pero no solas. Esto puede llegar a extrapolarse, causando una peligrosa herida: asimilar que las mujeres no pueden enfrentar la vida por sí mismas, y que necesitan a un hombre.
•Ser víctimas de maltrato en el noviazgo. Este es otro peligro que pueden sufrir las niñas al llegar a la adolescencia —y, con ella, a las primeras relaciones afectivas—. Una adolescente puede tener que vivir que un chico le diga que la quiere, pero la insulte, la controle, le impida salir con sus amistades o, en el peor de los casos, la agreda también física o sexualmente. Este peligro, a diferencia de los anteriores, también lo pueden sufrir los chicos. Es decir, un adolescente puede iniciar una relación sentimental con una chica que se relacione dentro de una pareja de una manera violenta. Ahora bien, esto sucede con una frecuencia tan baja que es un fenómeno altamente improbable.
Nuestros niños también están expuestos a peligros. Un niño de hoy, futuro adolescente del mañana, se puede encontrar teniendo que vivir situaciones tan dañinas como que todo su grupo de amigos le presione para que realice una conducta peligrosa: beber en exceso, drogarse, conducir temerariamente, cometer una ilegalidad, meterse en peleas, tratar mal a una chica, consumir prostitución o asumir un riesgo físico, para demostrar que no es un «gallina», que es «un hombre de verdad».
Al igual que comentábamos en el caso de las niñas, estos peligros se dirigen exclusivamente a los niños en su futuro por el mero hecho de ser niños. No quisiéramos que les ocurrieran pero, lamentablemente, tenemos una sociedad en la que esto es algo que les puede suceder. Y, de la misma manera que exponíamos en el caso de los peligros que pueden sufrir nuestras niñas, lo terrible de que estos peligros que se dirigen a los niños existan es que, aunque no les golpeen directamente, los pueden llevar a aprender:
•Que la manera de estar seguros, de tener éxito o reconocimiento social es ponerse en peligro o hacer daño a un tercero (normalmente a una chica).
• Que la manera de ser adecuados, de ser lo que se espera de ellos, es «hacerse los duros». Para lograr esto, tienen que reprimir sus miedos, para lo que tendrán que aprender a desconectarse de sus sentimientos. Y tienen que bloquear también el uso de la empatía. Esto produce un daño muy severo, y cercena el funcionamiento emocional sano, que es lo que nos hace humanos y la pieza imprescindible para estar bien psicológicamente.
•Que no están seguros cuando expresan lo que sienten, porque, cuando lo hacen, pueden ser insultados. Esto lleva a que puedan extrapolar que la manera de estar seguros es no expresar emociones.
Que estos peligros existan y que existan de esta manera diferenciada supone que tenemos una sociedad y un mundo desigual para los niños y para las niñas. El escenario en el que transcurre su vida no es un escenario en el que haya una igualdad real porque, por mucho que en occidente legalmente hombres y mujeres tengan los mismos derechos, el trato que reciben unos y otros no es el mismo.
Asumir esta realidad diferenciada es doloroso, pero hemos escrito este libro porque no tenemos que conformarnos con que el mundo en el que van a vivir nuestros menores tenga que ser así. Hay motivos para la esperanza. El principal es que es posible ponerle un fin a este mundo dañinamente desigual y que está en nuestra mano lograrlo.
Tal vez no nos dé tiempo a erradicar estos peligros antes de que nuestros niños y niñas lleguen a la adolescencia, pero estamos a tiempo y es el momento de educar igualitariamente. Si lo hacemos, en el caso de que nuestras criaturas se tropiecen con estos peligros, estarán protegidas, sabrán cómo actuar y no las dañarán permanentemente.
Además, educarlos igualitariamente es la garantía de que ni ellos ni ellas serán generadores de dañinos comportamientos sexistas. Si lo hacemos cuando a un chico un amigo le pida que se sume a insultar y a humillar a una chica por haber tenido varios novios, este no lo hará. Si lo hacemos, cuando un amigo le diga que conduzca borracho porque no hacerlo es de «nenaza», este no lo hará.
Los datos respecto a esta cuestión son contundentes: en España el 80 % de las muertes en carretera son de chicos y/o hombres; realidad que se repite una y otra vez, año tras año. Aquí podéis analizar los datos de 20181.
En el periodo comprendido entre el 1 de enero y el 22 de octubre de 2019 y 2020 encontramos estos datos:
Fallecidos
2019
2020
Hombre
723
589
Mujer
164
119
Se desconoce
-1
4
Total
886
712
De nuevo, la proporción de hombres es muchísimo mayor2.
Si educamos igualitariamente, cuando a una chica su novio le diga que la quiere mucho y que por eso ella tiene que dejar de ver tanto a sus amigas y tiene que dejar de estudiar para estar con él, ella se dará cuenta de que esto no es sano y le dejará antes de que la situación sea más dañina o peligrosa. Si lo hacemos, cuando un chico con el que nuestra hija ya ha empezado a salir le diga que tiene que realizar una conducta sexual que ella no quiere realizar con el argumento «las mujeres tienen que satisfacer a sus parejas» o «hay un montón de chicas que, si tú no aceptas, estarán deseando hacerlo conmigo», a ella le será más fácil decir que no.
Si todos contribuimos a educar igualitariamente (padres, madres, familiares, profesorado, monitores de deporte, profesionales del ámbito de la salud, medios de comunicación), por fin llegará ese día en el que ya no existan niños que se acaben convirtiendo en hombres que intimidan con comentarios obscenos a las adolescentes y a las mujeres por la calle, o que agreden sexualmente a las mujeres. Existe la violencia contra las mujeres porque hay hombres que la ejercen y existen esos hombres porque hay una sociedad que los genera. No lo olvidéis, esos hombres fueron niños que no nacieron así, fueron vidas que, en algún momento, aún estuvieron a tiempo de ser dirigidas hacia el respeto y no hacia la violencia.
Si todos y todas educamos en igualdad, estaremos más cerca del fin de un dañino mundo diferenciado. Llegaremos a una vida en la que cueste recordar que a las mujeres se nos decía que éramos un peligro al volante, que a los bebés los cuidaban solo las mujeres, que los puestos de poder eran casi exclusivamente para los hombres... Igual que ahora nos cuesta recordar que en nuestro país hubo un tiempo en el que las niñas no tenían derecho a estudiar, ni las mujeres a votar, ni a abrir una cuenta corriente en el banco, etc.
Este libro pretende dar claves para poder llevar a cabo esta educación igualitaria y para que, aplicándolas, estemos más cerca del fin de este mundo dañinamente diferenciado que nos hiere a todos: a nuestros niños, a nuestras niñas y a los hombres y mujeres que serán mañana.
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1http://revista.dgt.es/es/noticias/nacional/2019/01ENERO/0103-Presentacion-balanceaccidentes-2018.shtml
2http://www.dgt.es/Galerias/seguridad-vial/estadisticas-e-indicadores/accidentes-24-horas/2020/Octubre/VIA_DESP_GEN_EDAD_-2020_10_22.pdf
Oprimidos los hombres, es una tragedia.
Oprimidas las mujeres, es tradición.
Letty Cottin
Como explicábamos en el anterior capítulo, durante la casi totalidad de nuestra historia se ha considerado tan cierto como que el sol sale de día y la luna de noche que hombres y mujeres no son iguales. Se ha considerado a las mujeres delicadas, amorosas, sensibles, frágiles, emotivas, tranquilas, etc. O, al menos, con estos atributos significativamente más marcados que los hombres. Se creía que estas características venían determinadas genéticamente por el hecho de nacer mujer, es decir, que una vez se gestara un cigoto XX, este se desarrollaría creando un individuo con tales cualidades. En el caso de los hombres, se consideraba que nacer XY implicaba el desarrollo de un individuo fuerte, intrépido, valiente, inteligente y especialmente dotado para trabajar fuera de casa, manejar el poder, y organizar y participar en asuntos políticos, económicos y científicos.