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Tenía una nueva misión: conseguir que ella cayera rendida a sus pies y fuera su amante de verdad... Suzy nunca se había considerado un riesgo para la seguridad, pero el coronel Lucas Soames insistía en que eso era precisamente lo que era. Aún más, con el fin de proteger su importante misión secreta, el duro aunque amable millonario la obligó a hacerse pasar por su amante. Ahora la habían ocultado en una maravillosa villa italiana donde la atracción que había entre Lucas y ella no tardó en convertirse en una pasión desenfrenada...
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Seitenzahl: 174
Veröffentlichungsjahr: 2012
Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2004 Penny Jordan. Todos los derechos reservados.
NO SIN TU AMOR, Nº 1577 - julio 2012
Título original: Mistress of Convenience
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2005
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-0715-0
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Guau! ¡Mira eso! Su Alteza Real con el industrial que todo el mundo jura que no hará concesiones. ¿No parecen demasiado unidos para declararse eternos enemigos?
Suzy tenía que hacer un gran esfuerzo para oír la voz de Jeff Walker, el fotógrafo de la revista para la que ambos trabajaban. Por encima del ruido de la fiesta, lo oyó decir:
–Tengo que hacer una foto de esto. Venga.
Aquel era su primer mes de trabajo en la revista, y ella lo siguió inmediatamente.
Cuando ya había dado unos pasos, su compañero exclamó amargamente.
–¡Maldita sea! El coronel Lucas James Soames está con él. Ex-comando de las Fuerzas Especiales, héroe, ¡y enemigo de la prensa! –le explicó impacientemente al ver que Suzy fruncía el ceño, como dudando–. ¡Y eso que una periodista inglesa lo miraba con lascivia durante su última campaña!
Suzy fingió estar al tanto, cuando en verdad no sabía nada del coronel Soames. Miró alrededor discretamente, pero no vio a nadie con uniforme militar.
Sabía que debía estar agradecida al tutor de la universidad por haberla recomendado para aquel trabajo. El hombre se había mostrado tan entusiasmado diciéndole la gran oportunidad que se le presentaba, que ella había sido incapaz de rechazar aquel puesto provisional. Pero después de llevar un mes trabajando en la Sección de Política de la revista, empezaba a sospechar que había cometido un error.
No sabía si sería porque había estado totalmente apartada de la profesión durante los dos últimos años de su vida, el tiempo que había estado cuidando a su madre, pero el caso era que se sentía incómoda por los métodos que empleaba la revista para conseguir noticias audaces. Se había sentido infinitamente más vieja que sus compañeros de universidad cuando había vuelto a estudiar para completar sus estudios.
–Lo siento... –empezó a disculparse con Jeff–. No veo al coronel.
Pero sí veía a un hombre a unos metros de allí, que sobresalía por encima de los demás, o eso le parecía a Suzy. Y era muy atractivo. Las hormonas de Suzy parecieron transformarse, y su corazón empezó a latir aceleradamente. El hecho de que estuviera solo le despertó aún más interés...
Sintió deseos de acercarse a él, tal vez para que le hablase o la mirase, o quién sabía para qué. ¿Se había vuelto loca?
Se le habían debilitado las piernas y le había dado un vuelco al corazón. No sabía si era por la sorpresa o por la excitación. ¿Ella, excitada por un hombre? ¿Por un extraño? Era muy sensata para algo así. ¡Demasiado sensata!
Decidió mirar para otro lado. Pero él había girado la cabeza, y ella se quedó fascinada, y se excitó más. Deseaba a aquel hombre al que sólo había mirado.
¿Sería posible?
No pudo evitar observarlo. Él no estaba mirándola, pero pasó a su lado. En aquel instante, Suzy lo miró en detalle y absorbió todos sus rasgos físicos. Alto, moreno, y apuesto... Pero esos adjetivos no alcanzaban para describir aquella presencia masculina magnífica. Él era mucho más. Era el hombre más sexy que había visto en su vida. Su corazón volvió a agitarse nerviosamente cuando él giró nuevamente la cabeza, como si supiera que ella lo estaba mirando. El desconocido fijó sus ojos en ella, haciéndola prisionera con su mirada, ¡y ella se sintió incapaz de moverse!
Se sintió como si estuvieran haciéndole una radiografía, ¡y que no quedase nada que él no supiera de ella!
Se puso colorada y se dio cuenta de que su incisiva mirada se había fijado ahora en su boca. Ella sintió que sus labios empezaban a abrirse, como si estuvieran deseando un beso suyo. Los cerró rápidamente, y se puso colorada.
El hombre tenía los ojos azules oscuros, la piel bronceada, y el cabello castaño era tan oscuro que parecía negro. Su perfil era el de un dios griego, y como si eso no fuera suficiente, tenía un aura de sexualidad que despertaría los sueños más ocultos de cualquier mujer...
Finalmente, Suzy pudo poner brida a sus pensamientos a tiempo para oír a Jeff decirle cortésmente:
–Tendrás que distraer la atención del coronel mientras tomo la foto.
–¿Qué? –preguntó Suzy, advirtiendo la multitud que rodeaba al Príncipe.
–¿Dónde... dónde está?
–Allí, junto al Príncipe y la Secretaria de Estado.
Suzy miró alternativamente al fotógrafo y al hombre que acababa de indicar éste. Era «el hombre», «su hombre».
–Pero... Pero has dicho que era un coronel... No tiene uniforme –balbuceó como una tonta. ¡Era ridículo!, pensó.
–¿Uniforme? –exclamó Jeff–. No, por supuesto que no lleva uniforme. Ya no está en el ejército. ¿En qué mundo vives? Trabaja por su cuenta, dando protección a aquéllos que lo necesitan. Aunque no necesita trabajar. Tiene mucho dinero y contactos. Su padre era el hijo menor de una antigua familia aristocrática, y su madre era estadounidense. Es ex-alumno de Eton. Estuvo en Irlanda del Norte y le ascendieron a mayor. Luego fue condecorado por su servicio en Bosnia... Y entonces consiguió el siguiente ascenso...
Jeff continuó susurrando:
–Pero, como te he dicho, ya no está en el ejército, aunque sigue haciendo trabajos peligrosos... como guardaespaldas, por ejemplo. Está muy solicitado entre la gente importante, como jefes de estado, políticos, y otros.
De pronto, Jeff subió la voz y exclamó, excitado:
–¡Mira eso! ¡Como consiga esa foto, no necesitaré trabajar más! Eso es... Quédate ahí, muchacho... –habló solo Jeff. Luego se dirigió a Suzy–:¡Venga! ¡Tienes que distraer al coronel para que pueda hacer esa foto!
–¿Qué? ¿Qué se supone que debo hacer? –preguntó Suzy, ansiosamente, mirando hacia donde estaba el coronel.
Jeff la miró, desesperado.
–¿Por qué diablos me has tocado tú en vez de alguien con más experiencia en estas cosas? He oído decir que Roy sólo te ha escogido para hacerte un favor, y porque le gustan tus piernas... Probablemente, te haya entrevistado imaginando cómo se verían alrededor de él.
Suzy intentó disimular la repulsión que le producían sus palabras. Los comentarios directos de corte sexual de su jefe eran uno de los motivos por los que no se sentía cómoda en su trabajo.
–Eres una mujer, ¿no? Acércate y haz algo –gruñó Jeff antes de abrirse paso entre la multitud, dejando que Suzy lo siguiera.
Un estremecimiento de peligrosa excitación le recorrió el cuerpo al mirar al hombre que ahora se encontraba exactamente delante de ella. Decididamente era el hombre más sexy que había visto jamás, pensó.
«¡Aquellos hombros anchos! ¡Esa cara atractiva!», pensó.
¡Empezaba a preocuparle seriamente su reacción hacia él! Su amiga Kate siempre la estaba regañando porque salía poco. Y ahora le daba la razón. No era normal que reaccionase así ante el primer hombre que veía.
Cerró los ojos, deseando recuperar la sensatez...
¿Qué había de excepcional en un hombre de esmoquin? ¿Qué había de excepcional en aquel hombre de esmoquin?
Bueno, parar empezar, aquél lo llevaba con una naturalidad que dejaba claro que estaba acostumbrado a hacerlo, y para seguir, le quedaba tan bien que parecía que la prenda era parte de él. ¿Cómo le habría quedado su uniforme de combate?
Se estremeció al imaginarlo.
Y esos dientes blancos... ¡Y estaba segura de que debajo de la ropa había unos músculos muy bien modelados para que el esmoquin le quedase tan bien!
Por el rabillo del ojo vio que Jeff la estaba mirando, frunciendo el ceño. Suzy tomó aliento y dio un paso al frente, pensando en un plan de acción: Le sonreiría al coronel, y luego le daría una breve disculpa por haberlo confundido con otra persona. Sería un segundo, nada más, pero lo suficientemente largos como para que Jeff pudiera hacer la foto.
A sabiendas de que no era la forma normal suya de comportarse, intentó desestimar el nudo en el estómago que tenía y dio un paso adelante.
Y luego se detuvo. Había dado un solo paso y de pronto tenía al coronel a pocos centímetros. ¿Cómo había sido posible?
Sintió su perfume, mezclado con algo muy masculino. Una fragancia muy inquietante para sus hormonas.
Él le agarró el brazo.
Suzy lo miró sorprendida, como si acabara de salir de un trance. Pero entonces, un instinto más profundo que cualquier pensamiento, se apoderó de ella, y no pudo más que entregarse a él. Los ojos azules se fijaron en Suzy. Ella se excitó más al notarlo, y entonces la disculpa que había estado practicando mentalmente quedó muda en sus labios. Llevada por su deseo, su mirada se deslizó del fuego de sus ojos azules a la curvatura de su boca. Todo su cuerpo femenino se galvanizó en una serie de temblores diminutos, y exhaló un pequeño, suave y femenino suspiro de placer.
Sin saber lo que estaba haciendo, alzó su mano libre para dibujar con su dedo la firme línea de su boca, para saber si la carne tenía el tacto que había imaginado. Pero de pronto bajó la mano, al pensar en otro plan aún más placentero.
Tenía que ponerse de puntillas para besarlo, pero la mano que la sujetaba pareció ayudarla a mantener el equilibrio. El rumor de las conversaciones en la sala pareció desaparecer cuando los labios de Suzy lo besaron y ella descubrió que era como abrir una puerta a un nuevo mundo.
Ciega y sorda a todo lo que la rodeaba, Suzy dejó escapar un suave sonido de placer. Fue un anhelante susurro de reconocimiento femenino.
Cerró los ojos, y se apoyó en el cuerpo masculino, esperando hambrientamente que el coronel le devolviera el beso, que abriera sus labios con una leve presión de su lengua, para que compartiera con ella la devoradora intensidad de deseo que él había despertado en ella.
Al suspirar su placer y deseo contra la boca de él, sintió la presión de la boca del coronel.
Una mano masculina se deslizó hacia los rizos pelirrojos de Suzy mientras la otra se posaba en el centro de su espalda, apretándola contra su cuerpo.
Suzy sabía que ella no tenía demasiada experiencia sexual, y lo que le estaba sucediendo en aquel momento no podía ser cierto. Aquel modo en que la boca del coronel se movía sobre la de ella...firmemente, cálidamente, magistralmente... El modo en que la punta de su lengua acariciaba la suavidad de sus labios... ¡Era como volver a escribir el libro de la historia de su sexualidad y agregarle un nuevo Capítulo!
Perdida en el éxtasis de lo que estaba sucediendo, Suzy se apretó más, envuelta en una nube de fantasía producida por sus hormonas.
Él era el amante con el que había soñado toda su vida ... Su alma gemela.
Suzy hubiera querido decirle cómo se sentía, la alegría que la recorría.
De pronto, él la apartó, y ella se sobresaltó y dejó escapar un gemido suave de sorpresa.
Se quedó confusa hasta que se dio cuenta de cómo la miraba. Inmediatamente su alegría fue reemplazada por tristeza y desesperación al reconocer el enfado y disgusto en sus ojos azules.
«¡No!», susurró para sí, negando con agonía lo que ya era inútil negar. Él no la estaba mirando como a su alma gemela, sino como a su peor enemigo.
Ira, desprecio, hostilidad... Era lo que estaba escrito en el brillo de sus ojos azules antes de ocultarlo y mirarla con profesionalidad de acero.
¿Qué diablos había hecho? ¿Por qué lo había hecho? Se había puesto completamente en ridículo. ¿Qué estupidez le había hecho resucitar aquel viejo sueño estúpido de un alma gemela? ¡Creía que ya se había convencido de que eso no existía en la realidad!
Estaba colorada, y no solamente por la mirada del coronel, sino por el shock emocional que significaba para ella. Aquel rechazo era uno más en su vida de traumas, admitió, reacia.
Sus propios sentimientos la habían dejado en estado de shock.
Sabía que él la estaba mirando, pero no quería devolverle la mirada. ¿Porque tenía miedo?
En algún lugar de su mente aún sentía las palabras que había pensado pero que no se atrevería a pronunciar: «Te amo». Eran como un pequeño animal herido, desesperado por escapar. Pero Suzy sabía que no podían quedar libres. Debían mantenerse en prisión, para proteger su propia salud mental y su respeto a sí misma.
–De la revista Down and Dirty –lo oyó decir–. Debí imaginarlo. Sus tácticas son tan baratas e insípidas como sus artículos.
Suzy sintió pena y rabia. Era absurdo, pero en cierto modo se sentía traicionada por él por no reconocer a la persona que era en verdad, por juzgarla mal, por no preocuparse en absoluto de lo que le había sucedido a ella.
–Creo que su amigo la está esperando –dijo con voz hostil.
Temblando, Suzy se dio la vuelta para dirigirse a la puerta, donde Jeff estaba de pie, sujetando su cámara. Parecía enfadado.
–¿Qué diablos has hecho? –exclamó–. Te he pedido que lo distrajeras, ¡no que te lo comieras!
Aún colorada, Suzy no supo qué decir.
–¿Has conseguido tu foto?
–¡Sí! ¡Pero si no hubieras estado tan ocupada besando al enemigo, te habrías dado cuenta de que uno de sus gorilas me estaba quitando la cámara! ¿Y? ¿Es bueno besando? Sí, apuesto a que sí. Después de todo, tiene mucha experiencia. Ya te he dicho que en la última campaña una periodista estaba loca por él. Tiene éxito con el sexo opuesto. Un instinto asesino dentro y fuera de la cama.
Suzy empezaba a sentir náuseas. Por oír aquello del coronel, y por su idiotez. No comprendía su reacción. Su amiga Kate pensaría que estaba loca si se lo contaba.
Kate y Suzy habían sido compañeras de universidad, y habían mantenido el contacto cuando Suzy había dejado los estudios para cuidar a su madre en el estadio último de su enfermedad. Kate estaba casada ahora, y tenía una pequeña agencia de viajes con su marido en la que les iba muy bien.
Kate insistía en que Suzy disfrutase más de la vida, pero ella aún tenía deudas que pagar: el préstamo que la universidad le había otorgado, y la renta del pequeño piso que había compartido con su madre viuda.
El pensar en su madre hacía que sus ojos verdes se oscurecieran. Su madre había quedado viuda desde antes de su nacimiento. Su padre había muerto en un accidente en la montaña y su madre jamás había superado su muerte, le parecía a Suzy. No había dejado de culparlo por haberse muerto.
Cuando había crecido, había sido ella quien había cuidado a su madre, en lugar de ser al revés. No habían tenido el dinero suficiente para vivir, y Suzy había tenido que trabajar desde adolescente para ayudar. Recordaba que Kate siempre le había dicho que tenía el sentido de la responsabilidad exageradamente desarrollado, y que permitía que otros dependieran de ella. Claro que no podía imaginarse al coronel Lucas James Soames dependiendo de nadie, pensó amargamente. Ni debía dejar que los demás dependieran de él.
Suzy se puso tensa, enfadada consigo misma por volver a pensar en el coronel.
No comprendía por qué había reaccionado de aquel modo con él. No era ese tipo de persona.
Era una experiencia que sería mejor olvidar.
Y eso sería exactamente lo que haría.
Luke miró su agenda. El príncipe le había dado a entender que quería que estuviera con él, como parte del personal fijo. Pero aquél no era un papel que quisiera. Nunca había sido alguien que disfrutase de una rutina mundana. Hasta de pequeño le había gustado el desafío de cruzar límites y el aprender y crecer continuamente.
Sus padres habían muerto en un accidente cuando tenía once años. El ejército lo había enviado con su abuela, a la acogedora casa de campo donde había crecido su padre. Su abuela había hecho todo lo que había podido, pero Luke se había sentido constreñido en el internado al que lo había enviado. Ya entonces, incluso, había sabido que seguiría a su padre en la vocación por el ejército. Y el día más feliz de su vida había sido aquél en que había sido libre de seguir su vocación.
El ejército no había sido sólo su profesión, sino su familia. Hasta hacía poco. Hasta que se había despertado una mañana y se había dado cuenta de que ya estaba cansado de ser el testigo del dolor y de la muerte de la gente. Que sus oídos se habían vuelto demasiado sensibles al grito de dolor de los niños heridos, y sus ojos estaban demasiado dañados por la vista de cuerpos delgados y muertos de hambre. Lo que le pasaba lo había visto en muchos otros soldados como para dudar. Sus emociones empezaban a meterse en su profesionalidad. ¡Era hora de cambiar!
Sus superiores habían intentado convencerlo de que cambiase de idea. Lo habían querido tentar con un nuevo ascenso. Pero Luke no se había dejado influir. Él ya no se sentía un soldado. Si tenía que elegir entre destruir al enemigo y proteger a un niño, Luke sabía que ya no podía garantizar que pudiera poner el primer caso como prioridad.
¡Y trabajar para su Alteza Real no era un trabajo para él! Demasiado pueril después de haber trabajado en el ejército. Aunque había algunas similitudes entre ambos trabajos. ¡Las periodistas femeninas! ¡Las despreciaba! Eran mucho peor que sus compañeros varones, en opinión de Luke. Había visto de primera mano el daño que podían hacer sólo para conseguir una noticia. Un momento de tristeza oscureció sus ojos, y la herida de su cadera pareció latir.
Para él, Suzy Roberts era tan despreciable como la revista para la cual trabajaba.
Volvió su atención al trabajo de papeleo que estaba haciendo, pero, aunque era ridículo, no podía quitársela de la cabeza. ¿Qué diablos le pasaba? Aquel cabello pelirrojo y esos ojos verdes que se habían fijado en él debían de haber dañado su cerebro.
Pero, ¿por qué diablos se acordaba de ella? ¿De verdad había sido tan tonta como para pensar que él se dejaría engañar por la atracción que había fingido? ¿Por el igualmente falso temblor de su cuerpo? Y en cuanto a aquella fragancia suya que aún respiraba...
Se puso de pie enfadado y abrió la ventana para que entrase aire frío. Tal vez el involuntario celibato de aquellos años empezaba a afectarle. Pero, ¿hasta tal punto como para desear a una mujer como Suzy Roberts?
«¡En absoluto!», se dijo. Pero la excitación en sus partes bajas decían algo muy distinto.
Era tarde, y tenía una cita de negocios.
Terminó lo que estaba haciendo y salió de su oficina rumbo a la intimidad de su apartamento, controlando automáticamente la zona. Cuando se había sido del ejército, se seguía siéndolo, aun cuando ya no pudiera...
Borrando los pensamientos a los que no quería dar más vueltas, Luke entró en su suite y, después de desnudarse, se metió en la ducha.
El agua caía sobre las diferentes cicatrices de su cuerpo: las antiguas y la más reciente.
Cuando terminó, se puso ropa interior limpia. Recordó los días de combate, llenos de sudor, lodo y suciedad. La abundancia de agua, jabón y ropa limpia era un lujo que agradecía sinceramente.
Seis meses más tarde...
Suzy observaba los yates atracados en el puerto del pequeño enclave turístico italiano. Pasaron dos mujeres por delante de ella, vestidas con ropa cara y muy arregladas. Suzy se había vestido lo mejor que pudo para aquel lujoso lugar. Llevaba pantalones de lino y una blusa sin mangas, con sandalias y gafas de sol. Pero era evidente que aquel lugar no era el suyo.
Había intentado decírselo a Kate cuando ésta le había dicho que, ya que su marido y ella no se podían tomar una semana de vacaciones que les habían regalado a través de su agencia, querían que fuera ella.
–Oh, no, Kate. No puedo aceptar tu generosidad –le había dicho.
–No es generosidad. Necesitas estas vacaciones. Estos años han sido muy duros para ti, cuidando a tu madre, y luego perdiéndola, estudiando durante las pocas horas libres que te quedaban para terminar tu carrera, ¡y luego ese trabajo horrible que tuviste!
Suzy suspiró.