No tan incendiario - Marta Sanz - E-Book

No tan incendiario E-Book

Marta Sanz

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No nos engañemos. Este libro responde a las exigencias del discurso hegemónico: parte de la base de que es necesario formular preguntas, pero se siente incapaz de responder a todas. Es un texto integrado en la masa de textos y, a la vez, una trompeta del Apocalipsis. Un ensayo esquizoide que pretende ser cualquier cosa, menos académico. Aquí no hay vocación de transparencia. Ni de limpieza. Ni de claridad. El exceso de higiene debilita la salud. Este texto aspira a manchar de tinta las manos que lo agarren. Como el papel de periódico. Estos pensamientos –soflamas al margen de cualquier cautela– responden a la incertidumbre y a cierta sensación de malestar: a la imposibilidad de estar conforme. Son un oxímoron: textos que parten de la radical convicción de que la literatura ya no le importa a casi nadie y que a la vez pretenden hablar de la literatura desde un lugar que no sea su templo, su jardín vallado, su paraíso perdido. ¿Se puede (o se debe) hacer política con la literatura en tiempos en los que se empeñan en hacer literatura de la política?   "No es un ensayo en absoluto académico, pero pocos he leído en español que lo igualen en matices, en agudeza reflexiva o en haber sabido captar las trampas de la ideología, sea ésta la neoliberal, que es la diana más sostenida, o la supuestamente revolucionaria, que también resulta desmontada alguna vez." José María Pozuelo Yvancos, ABC "Este libro es una confidencia articulada y un alegato vibrante. Es también un ensayo culto de una persona culta que decide perder las buenas formas y poner contra las cuerdas a sus propios colegas de afición y, en alguna medida, de oficio: la sociedad literaria. Expresa una carencia literaria en forma de amputación civil: ¿adónde ha ido a abrevarse la literatura para que tantos lectores sientan que ya no atañe a ciudadanos cargados de impaciencias sociales, políticas o ideológicas? ¿Por qué la narrativa no satisface la exigencia de una mirada analítica que descubra y deplore el comportamiento del poder o los desmanes de la economía?" Jordi Gracia, El País "¿Qué ha pasado con la cultura? ¿Quién ha barrido su capacidad convulsiva? ¿Por qué el ocio como único dios verdadero? ¿Quién desinstaló del pensamiento la hormona crítica? ¿Quién redujo el concepto de ciudadanía al de público? ¿Por qué hoy es el miedo nuestro único barómetro? Sanz responde con la valentía de quien no cree en la casualidad. Es una forense ante el cuerpo inmediato de nuestro tiempo inmediato. Hay libros inesperados que se van levantando a cada página como un vuelo extraordinario. Éste es uno de ellos. Porque nos hace visibles en lo invisible. Porque son contrapeso y resistencia." Antonio Lucas, El Mundo  

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LARGO RECORRIDO, 15

Marta Sanz

NO TAN INCENDIARIO

TEXTOS POLÍTICOS QUE SALEN DEL CENÁCULO

EDITORIAL PERIFÉRICA

PRIMERA EDICIÓN: febrero de 2014

SEGUNDA EDICIÓN: enero de 2019

DISEÑO DE COLECCIÓN: Julián Rodríguez

MAQUETACIÓN: Grafime

Esta obra ha recibido una ayuda a la edición del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.

© Marta Sanz, 2014, 2019

© de esta edición, Editorial Periférica, 2014

Apartado de Correos 293. Cáceres 10001

[email protected]

www.editorialperiferica.com

ISBN: 978-84-18264-48-1

El editor autoriza la reproducción de este libro, total o parcialmente, por cualquier medio, actual o futuro, siempre y cuando sea para uso personal y no con fines comerciales.

No nos engañemos. Este libro responde a las exigencias del discurso hegemónico: parte de la base de que es necesario formular preguntas, pero se siente incapaz de responder a todas.

Es un texto integrado en la masa de textos y, a la vez, una trompeta del apocalipsis. Un ensayo esquizoide que pretende ser cualquier cosa, menos académico.

Aquí no hay vocación de transparencia. Ni de limpieza. Ni de claridad. El exceso de higiene debilita la salud. Este texto aspira a manchar de tinta las manos que lo agarren. Como el papel de periódico.

Es la reivindicación del collage como género moderno. En el corte, en la escisión de la cadena fónica, reside el significado.

Estos pensamientos –soflamas al margen de cualquier cautela– responden a la incertidumbre y a cierta sensación de malestar: a la imposibilidad de estar conforme. No son un discurso superpuesto que justifique mi trabajo como escritora. Incluso a veces estos escritos corrigen mi producción literaria. La ponen en tela de juicio. O quizá es al revés y mi producción literaria discute con mi discurso sobre la literatura.

Son un oxímoron: textos que parten de la radical convicción de que la literatura ya no le importa a casi nadie y que a la vez pretenden hablar de la literatura desde un lugar que no sea su templo, su jardín vallado, su paraíso perdido.

Es un poema. Este texto. Por eso, a menudo, rima y no está pensado para discutir.

UNA PROPUESTA DE ABAJO ARRIBA

Imaginemos. Imaginemos un gabinete con un diván forrado en terciopelo –no es un boudoir, no es el retrete de una cortesana–. Imaginemos un aula boloñesa en la que se estimula la libre asociación y el brainstorming; un atractivo test de Rorschach que nos hace sentirnos muy importantes –la mancha es una vagina palpitante, un árbol frutal, un ave palmípeda, lo que nosotros queramos siempre y cuando olvidemos que existe una interpretación y alguien que la impone–. Imaginemos una asamblea en la que, pensando en alto, también se manipula y el más fuerte consigue la victoria porque el acto de pensar en voz alta, incluso la inocente acción de describir un paisaje, aspira a acotar –conquistar– un espacio1: el niño pinta la casita junto a la laguna, un sol que ríe –como la vaca–, Balzac y Mario Testino fotografían los salones burgueses y a sus personajes, Moro escribe la utopía y Huxley, los territorios distópicos. Conquistar un lugar. Tangible o intangible: desde una intangibilidad inicial –el hambre en el mundo como concepto abstracto más allá de las moscas que les comen la boca a los niños–, a menudo se logran objetivos concretos –goals!– y se abren cuentas bancarias para recaudar fondos. Conquistar un lugar: a veces el núcleo; otras veces, una periferia invasiva, unos márgenes depredadores, se extienden hacia el origen de irradiación de los discursos, como una mancha aceitosa sobre el papel donde se escurren los alimentos fritos. Es posible que también haya que desconfiar de la lateralidad, de los invisibles y los zombis que aspiran al trono. De la sombra y las conspiraciones. De lo mucho que vende la rebelión y de lo pronto que se apaga. De los que juegan a no decir y están diciendo; de los que se quejan de no ser escuchados y aprietan compulsivamente las teclas del sistema de megafonía: de los que sin creer que forman parte del discurso dominante, cada día, lo apuntalan. Me aplico el cuento.

Pero, ahora, imaginemos un proceso de comunicación que es, en esencia, colectivo. Juguemos al juego de una democracia que, cuando posa, es muy fotogénica. Otra cosa es pillarla desnuda, sin maquillar, recién levantada tras una mala noche que empieza a prolongarse más de lo recomendable para la salud. Comencemos a reflexionar a partir de una cascada de preguntas:

¿Nos importa, como sujetos de izquierda, la cultura?, ¿pensamos que vale para algo?, ¿tiene la cultura alguna utilidad?, ¿y alguna utilidad específicamente política?, ¿por qué o para qué leemos?, ¿por qué o para qué escribimos?, ¿es necesario formularse las preguntas anteriores?, ¿qué espacios de la vida asociamos a lo cultural?, ¿existen ámbitos diferenciados para el trabajo político y el trabajo cultural?, ¿se puede hablar de la belleza desde la política y del paro desde la cultura?, ¿asistimos a actos culturales?, ¿quiénes son nuestros cantantes, pintores, músicos de referencia?, ¿la cultura que apreciamos es la cultura-espectáculo?, ¿sólo el ocio es el momento de lo cultural?, ¿qué entendemos por «cultura popular»?, ¿es la cultura popular una cultura asequible, fácil, legible, desde un punto de vista intelectual?, ¿sólo la «literatura política» es literatura política o toda la literatura lo es?, ¿sólo la Cultura es cultura?, ¿es la cultura ideología?, ¿cuáles son los eslabones más débiles en la crisis del mercado cultural?, ¿afectan las crisis económicas a la creación cultural?, ¿está formada la cultura por una sucesión de acontecimientos?, ¿es dinámica o estática?, ¿hay una cultura del pobre?, ¿una cultura pobre?, ¿qué tienen los artistas de artesanos y los artesanos, de artistas?, ¿existen los bienes intangibles?, ¿y una cultura intangible?, ¿es la cultura una religión?, ¿es la cultura el olvido?, ¿la memoria?, ¿nos interesa la cultura sólo en tanto en cuanto educación?, ¿cómo se produce la relación de causa-efecto de las crisis: económica, educativa, cultural; educativa, cultural, económica; cultural, económica, educativa?2

No sé responder a todas las preguntas. No llegaré a sacar ni un seis en el examen. El maestro de Amanece que no es poco (José Luis Cuerda, 1989) es obligado por los invasores del pueblo a examinar a unos alumnos acostumbrados a vivir en una perpetua comedia musical. Texto del examen: Las ingles. Su importancia geográfica. ¿Son verdad las ingles? Las ingles y los americanos. Las ingles y la cabeza: su relación si la hubiera. Teoría general del Estado y las ingles. Dibujo a mano de las ingles. La ingle y Dios3…

Las preguntas –o los enunciados que las sugieren– son aparentemente una estrategia de pensamiento y de exposición del pensamiento que se define por su falsa ausencia de totalitarismo. El ejercicio sistemático de la duda avala el carácter abierto y tolerante de la filosofía que interroga. La falta de certezas es elegante. La realidad inaprensible. El universo y las contradicciones de clase, líquidos. Sin embargo, a menudo olvidamos que, además del gris, el violeta, el verde, el naranja o el rosa, siguen existiendo el blanco, el negro, el azul, el amarillo y el rojo. Colores básicos junto con el tono marrón parduzco que suele resultar de la mezcla del pantone. Hay preguntas formuladas desde el dogma: las preguntas pueden ser una comprobación, el modo de completar una ficha policial o desmontar el bello relato de una coartada. Desconfío de los que dicen que con sus libros sólo interrogan. Javier Cercas ejemplifica el mainstream: «… la pregunta novelesca queda sin respuesta o la respuesta es la propia pregunta, el propio libro»4. Javier Cercas tiene razón sobre todo en la segunda parte de su texto asertivo, porque incluso la incertidumbre está llena de respuestas y las preguntas sacralizan –cierran, excluyen, nimban, totalitarizan– el asunto sobre el que inquieren.

El torrente de preguntas en torno a la Cultura –las Ingles– se resume en una sola: ¿de verdad nos interesan estos asuntos o, en lo más profundo, estamos convencidos de que la cultura es siempre un cascarón de huevo, la voluta de una columna dórico-jónica, un bouquet, un aderezo, la guarnición que acompaña al filete? Podemos adelantar algunas respuestas, tratar de hacer un diagnóstico. Aunque hoy la postura intelectual de prestigio sea la del pensador de Rodin. La de los que se quedan mirando el cielo con la boca abierta y se duermen sin bajar los párpados. La de los que se las saben todas y pronuncian la última palabra. Las últimas palabras. El punto y final. El amén. Como si no lo hubieran dicho nunca. «Pío, pío, que yo no he…»

PRESUPUESTOS PARA UN DEBATE

1. La cultura no es tan sólo un artefacto lúdico para ocupar los momentos de ocio. O sí lo es y tendríamos que reescribir la sentencia anterior utilizando un verbo tan estigmatizado como la palabra «sentencia» –oigo a Cicerón, oigo a los enciclopédicos y a los cartesianos, oigo a los autores de la gramática de Port Royal–: «La cultura no debería ser…». Suenan peor los preceptos que las definiciones esencialistas: se han muerto los preceptores, pero no los metafísicos. Lo que quiero decir, a fin de cuentas, es que la cultura no es –o sí, pero no debería– sólo un espectáculo, aunque, precisamente, en las épocas de crisis la cultura de entretenimiento y la cultura espectacular se utilicen como respiradero para aliviar las tensiones que produce una acrecentada alienación cotidiana.

ILUSTRACIÓN 05

Mal pan, peor circo

En la crisis, les toca comer pan de borona a los de siempre. Asumir que las habas están contadas: quedarse sin casa; morir de un cáncer curable porque no llegan las pruebas; ser becario fósil o estar agradecido por un trabajo temporal de cuatrocientos euros al mes. En la crisis, estamos cansados y nos tapamos la cabeza para protegernos de las catástrofes que, como bombas, caen alrededor: jóvenes sin empleo, personas que se quedan en paro a los cuarenta y cinco, familias en las que no entra ningún salario… La democracia, como en el chiste, es una forma de elegir entre susto o muerte: mandan los mercados y siempre votamos al FMI por culpa de una ley electoral injusta. Entre otras razones.

Cuando el pan es malo, el fútbol es el mayor espectáculo del mundo. Cuando el pan es malo, el circo se vuelve peor. Nadie tiene tiempo para el circo y, cuando alguien paga para ver a los payasos, espera la belleza de la funambulista y la elegancia del trapecio. Experimentar pequeñas, controladas y previsibles emociones. Vivir la ficción de una felicidad paralela. La cultura se reduce a espectáculo. Cura sana, culito de rana. Otros van al circo porque quieren que el tigre se coma al domador: esos sólo tienen que poner la tele para ver a tertulianos-gladiadores que se escupen a la cara. Como en la lucha libre, es una impostura, pero esa violencia, que se regodea en su vacío, adormece al demonio –al rebelde con causa– que llevamos dentro. Después, frente a la agresión real de la hipoteca, ya hemos gastado la adrenalina. Tenemos miedo. El efecto que provocan en el «consumidor cultural» la amable funámbula y el tertuliano vesánico es el mismo: parálisis.

Mal pan, peor circo es una frase de denuncia política. Gracias al 15-M parece que es posible pensar desde otro sitio sin ser un ingenuo o un capullo. Ojalá la lógica empresarial que dirige la vida de la gente, comunidades y países, deje también de gobernar una cultura que se legitima en función de su rentabilidad y de su presencia anestésica, pero no inocua, en los mostradores. Salvémonos de la astenia colectiva en el mejor de los mundos posibles y recuperemos palabras robadas que hablan de una cultura que no es sólo supositorio anti-estrés, sino herramienta crítica para ver, pensar y actuar de otra manera. Lente de aumento o metafórico adoquín contra el escaparate.

2. En realidad, la cultura nos importa un pepino y nos parece algo secundario respecto a otras luchas. Ignacio Echevarría6 recoge específicamente las ideas de Peter Sloterdijk y Botho Strauss sobre la marginalización de la literatura. Escribe Strauss en Parejas, transeúntes (1981): «¿Qué puede decirse sobre la fundamental marginalidad del escritor y de la escritura? ¿Quiénes somos frente a la masa de los medios de comunicación y la fuerza de la banalidad?». Comenta Echevarría que la literatura no ha perdido su centralidad debido al arrinconamiento de los escritores, sino a «la progresiva insignificancia a la que la viene reduciendo su mansa adaptación a las condiciones creadas por la sociedad de consumo». Este fenómeno –la marginalización de la literatura– presenta un curioso síntoma: más allá de la censura ejercida por el rodillo del mercado, en la literatura no se practica una censura ideológica que quizá sí puede detectarse en la televisión. En la sección de Cultura del diario El País, «los hijos de la perestroika» hablan de la nueva literatura en Rusia: Todos insisten en que la literatura es «un fenómeno marginal; no influye en la sociedad». Por eso ya no hay censura, dicen. «Es la televisión», apunta Savéliev, «la que ejecuta la política del gobierno»7. Se produce un efecto bola de nieve: el público lector busca mayoritariamente ese libro que responde a los cánones ideológicos invisibles de la normalidad construida desde los mensajes televisivos. La censura se aplica a lo que importa, a lo que repercute, a lo que trasciende. Lo literario ya no le importa a nadie, aunque quizá deberíamos ser optimistas e igual que la ideología perpetuada por ciertos autores8 nos inquieta, tendríamos que confiar en el poder transformador de lo literario. No dejarnos engañar. Usar nuestras armas: nuestro modo de ejercer la violencia en un lugar intrínsecamente violento. Volver al punto de partida. Encender la llama en el pebetero –olímpico o pagano–. Prestigiar. Marcar un desnivel. Volver a un origen en el que la masa de escritores –bloggers, tuiteros, polemistas internáuticos, anónimos que hipócritamente aspiran a un nombre propio que se convierta en marca…– no era superior a la masa de lectores (de nuevo, Echevarría). Aún tengo mucha confianza en el poder transformador de la literatura entendida como un fenómeno pequeño-burgués y vigilo mis sueños para que ni ellos ni los poemas que escribo se llenen de imágenes perversas. Hay que resistirse a ciertos estímulos exteriores. Conocerlos bien.

ILUSTRACIÓN 19

A Antonio Machado, cuando dormía, bendita ilusión, una fontana le fluía en el centro de su corazón. No hace mucho yo soñé con la lolita alemana que ganó Eurovisión y con Antanas Mockus. La falsa Lolita, Mockus y yo vamos juntos a alguna parte. Dentro de mi propio sueño, estoy fuera de lugar: no me caigo por un precipicio ni se me mueven los dientes. Tampoco ando desnuda por los pasillos de un supermercado. No hay epifanías ni represiones eróticas. No barrunto a Dios ni bailo con un desconocido. No hay laberintos ni familiares a los que les alargo la vida matándolos al soñar. No se me cae el pelo. Mi vida interior cambia. Mis sueños no son recónditos. Ni dignos de contarse en un poema. Si Freud me tumba en su diván, sólo podrá distinguir en la ventanita de mi frente una pantalla plana de televisión… ¿Cambiarán así los temas de la poesía? Yo, por si las moscas, ando buscando un guardián de discoteca que haya aprobado su examen y no deje pasar a mis sueños ni a los presentadores de magazines ni a nadie con calcetines blancos.

3. Nadie salió indemne de la posmodernidad. Ahora toca luchar por la reivindicación y la recuperación de un espacio. Incluso hay que reivindicar la desprestigiada figura del autor (perdón, perdón, perdón). Personalmente, necesito escuchar en un patio donde todos hablamos, parloteamos, gritamos o susurramos y sólo hay ruido, monólogos, repentizaciones disfrazadas de diálogo. Quizá lo revolucionario sería que, ante la superioridad numérica de los que escriben frente a los que leen, todos nos hiciéramos lectores y sólo lectores.

4. J. Ernesto Ayala-Dip10 habla de la retransmisión de un partido de fútbol en televisión: de pronto, en el campo aparece un pavo real –la imagen es magnífica y bien podría formar parte de una película de Federico Fellini–, pero ninguno de los comentaristas deportivos conoce el nombre del ave. Dicen: «Es una gallina». Dicen: «Es un faisán». Dicen: «Es un gallo». Doy crédito a las palabras de Ayala-Dip porque yo misma a veces me he recogido los ojos de encima de los muslos viendo algún magazine televisivo. Mi última experiencia: tertulianos del corazón, en un arrebato de españolismo del que no suelen recuperarse nunca, escuchan aquello de «Yo soy la Carmen de Ronda, y no la de Mérimée y no la de Mérimée…». Cuando acaba la canción, una de las licenciadas en periodismo que forma parte de la plantilla del programa pregunta: «¿Qué es Mérimée?». Y el tertuliano más culto le responde: «El de la ópera, mujer, el de la ópera». Me escandaliza la falta de pudor para mostrar la propia ignorancia, me escandaliza la respuesta del tertuliano más culto, pero lo que más me escandaliza de todo es el «Qué» del primer interrogante.

5. Frente a la creencia de que vivimos en la sociedad del conocimiento, sucede lo mismo con las posibilidades de internet, con la velocidad de la luz, con las miríadas de amigos de las redes sociales: en la era de la comunicación y de las comunicaciones, experimentamos un efecto aislante. Viajamos sin mirar a través de la ventanilla y nunca hablamos con el pasajero de al lado: llevamos los auriculares en las orejas, consultamos nuestro correo en el móvil, escribimos un textículo en nuestro ordenador portátil, consultamos en Wikipedia alguna información. Menos mal que se vuelven a ocupar las calles, plazas y plazoletas: políticamente y en las festivas terrazas fumadoras que tanto molestan a los vecinos. Ya no aguantamos ni un pelo.

6. Quiero escuchar a los que tienen algo que decir. Porque lo han pensado dos veces. Porque han sudado tinta. Porque no basan su conocimiento en la maldad o en la ocurrencia. Siento nostalgia del antiguo catedrático de griego y de la profesora que, en 1º de BUP, se ensuciaba la pechera de tiza dibujando un cuadro sinóptico –las llaves eran casi perfectas caligráficamente hablando–, de las escuelas presocráticas. Siento nostalgia del oráculo de Delfos, de las brujas de Macbeth y de las viejas, ciegas y caníbales, que luchan por la posesión de su ojo de cristal, de la versión de Furia de titanes que rodó Desmond Davis en 1981 con efectos especiales y producción de Ray Harryhausen. Quiero que vuelvan los eruditos: contradigo el buenrrollismo de Ignacio Sánchez-Cuenca11 que se felicita por la desaparición, propiciada por el acceso al dato en internet, de la ancestral especie de los eruditos. Me parece mucho más temible la proliferación de colonias de alumnos copiones y quiero que vuelvan los intelectuales, los empollones, los sacerdotes laicos, los científicos darwinistas, los intérpretes de la realidad y del origen de las especies, los que se toman en serio su colección de sellos del mundo, los divertidísimos iluminados, las maestras ciruela, los que descubren las vacunas y escriben libros que cuentan cosas que no queremos saber; como Alberto Lema en Una puta recorre Europa (Caballo de Troya, 2008), que en la contraportada de esta primera novela, recoge algunos puntos fundamentales de su poética: su intención de «buscar las zonas oscuras del presunto lustre de las democracias occidentales», de «hacer visible lo visible» y, sobre todo, de poner al servicio de tales propósitos las estrategias de la literatura de masas. O sea, luchar contra el poder utilizando sus armas y convirtiendo al autor en una especie de buen terrorista de la literatura12. Pero todos esos se están convirtiendo en una manada trémula de escritores melancólicos o en niños hiperactivos que buscan un bote salvavidas –salvarse de la muerte– con la excusa de la hipertecnologización. Quiero escuchar a alguien que tenga algo que decirme. Mientras tanto, desconfío de la escritura colectiva y de las performances. Mueven mucho dinero.