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Carrie Michaels necesitaba un novio urgentemente. Su vida en Barcelona se había puesto patas arriba desde que había aceptado hacerse cargo de su sobrina, que acababa de quedarse huérfana, pero ya no podría imaginar la vida sin la pequeña. Las cosas estaban poniéndose cada vez más difíciles, la única solución era encontrar un hombre y fingir que estaba prometida. Carrie no podía creer la suerte que había tenido cuando el guapísimo abogado español Max Santos le ofreció hacerse pasar por su prometido. Lo que Carrie no sospechaba era que Max también tenía sus necesidades... entre las que se incluía una esposa...
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Seitenzahl: 185
Veröffentlichungsjahr: 2018
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Kathryn Ross
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Objetivo: casarse, n.º 1492 - septiembre 2018
Título original: A Spanish Engagement
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9188-647-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Si te ha gustado este libro…
ERA EXTRAÑO cómo la vida podía cambiar en un instante, pensó Carrie tomando asiento en la primera clase del avión. En otra época, cuando iba en viaje de negocios a la oficina de París, se marchaba de compras por los Campos Elíseos después de las reuniones. O tomaba una copa con los colegas. Últimamente le daba igual, sólo pensaba en volver a casa para estar con su sobrina.
Carrie miró el reloj al oír al piloto disculparse por el retraso y anunciar que la hora estimada de llegada a Barcelona eran las cuatro y media. Era dudoso que pudiera llegar a tiempo para recoger a Molly del colegio. En otra ocasión no hubiera importado, pero Silvia, la niñera, le había pedido unos días libres, y su aspecto era tan lamentable que Carrie había accedido. Se las había apañado para recoger ella misma a Molly durante toda la semana. Había sido duro, pero también muy satisfactorio. De hecho el mejor momento del día era el instante en que Molly salía corriendo de clase con una enorme sonrisa en el rostro. La ternura de la bienvenida y la forma en que Molly se lanzaba a sus brazos siempre la conmovía.
Carrie era una ejecutiva publicitaria de éxito y estaba acostumbrada a las prisas, pero tenía que reconocer que durante los últimos meses, desde el momento en que Molly se había mudado a vivir con ella, sus prioridades habían sufrido un verdadero vuelco. De pronto su carrera profesional había dejado de ser lo más importante en su vida. Y para Carrie ese era un cambio supremo. Siempre había sido una mujer entregada a su profesión: la primera en llegar a la oficina por la mañana y la última en marcharse. Y esa dedicación le había valido un importante puesto en la sucursal de Barcelona de la agencia publicitaria. Sin embargo últimamente sólo deseaba volver cuanto antes a casa, y prefería leerle cuentos a Molly por las noches que repasar informes.
Los compañeros de la oficina comenzaban a notar el cambio… y Carrie sabía que a su inmediato superior no le sentaba nada bien. Se trabajaba bajo una enorme presión a cambio de un sueldo alto, y había muchas personas por debajo esperando a que Carrie dejara el puesto libre.
Pero Carrie no tenía intención de cometer ningún error. A pesar de haberse visto presionada al límite en dos ocasiones aquella semana había conseguido numerosos contratos nuevos, demostrando con ello que seguía en la brecha. Por eso no le importaba demasiado lo que pensaran los demás. Molly la necesitaba y eso era lo único que importaba.
Hacía ya tres meses del trágico accidente que había arrebatado a la niña a su padre. Carrie no había vacilado entonces en tomarla a su cargo. ¿Qué otra cosa podía hacer? Molly era la hija de su hermanastro, y no tenía más parientes que unos abuelos que vivían en Australia a los que apenas conocía.
Un simple vistazo a aquella niña asustada que la esperaba en la comisaría había bastado para que Carrie firmara los papeles. Y aunque le había causado muchos trastornos en su vida profesional y social, prácticamente ya inexistente, Carrie no lo lamentaba. De hecho había rellenado hacía unas semanas la solicitud de adopción legal de Molly. Carrie creía que se trataría de una simple formalidad, pero la abuela de Molly le había mandado una desagradable carta en la que le decía que esa adopción no le hacía ninguna gracia y que pronto iría a verla. De hecho debía llegar al día siguiente por la noche, y Carrie estaba muy ansiosa.
Carrie abrió el maletín y trató de olvidar el asunto. Al día siguiente era viernes, quedaba un día entero de trabajo por delante. Y un día importante, porque Carrie tenía mucho interés en conseguir el contrato de promoción de las Bodegas Santos. Se le habían ocurrido unas cuantas ideas en la reunión de la oficina de la semana anterior, y su jefe, José, le había dado el visto bueno. Sin embargo Carrie sabía que José comenzaba a observar su trabajo con ojo crítico. La verdadera prueba consistiría en venderle la idea al director de las Bodegas Santos en su encuentro del día siguiente.
Carrie estaba inmersa en el trabajo cuando un hombre se sentó en el asiento de al lado. Alzó la vista un segundo sonriendo cortésmente y… de pronto ocurrió algo… Era incapaz de concentrarse de nuevo ante aquellos ojos oscuros. Aquel hombre era guapísimo.
Por mucho que lo intentara su presencia la distraía. Era perfectamente consciente de su largo y musculoso cuerpo a escasos centímetros de ella, jamás le había ocurrido algo así. Nunca en la vida había sentido semejante atracción por ningún hombre. Hasta la sutil fragancia de su loción de afeitar la trastornaba.
Carrie le lanzaba miraditas de reojo de vez en cuando. Observaba su bello perfil, su cabello espeso y moreno, el corte de su traje caro e incluso sus manos, grandes y capaces. Y notó la forma en que la azafata le sonreía al pasar. Indudablemente era un hombre acostumbrado a que las mujeres lo admiraran, pensó. Así que, a propósito, trató de hacer caso omiso.
Tenía que guardar los papeles y cerrar el maletín para despegar. Al comenzar el avión a tomar velocidad Carrie se agarró al brazo del sillón y rozó accidentalmente la mano del vecino.
–Perdón.
Él sonrió. Aquella sonrisa tuvo un efecto de lo más extraño en Carrie: el corazón le dio un vuelco. Carrie sonrió educadamente y apartó la vista. Detestaba esa sensación, le gustaba controlar cuanto le ocurría, y el hecho de que no fuera así era un infierno. Debía calmarse, se dijo. Era una mujer de negocios de veintinueve años, no una adolescente.
Nada más despegar el avión Carrie volvió a abrir el maletín y a sacar los papeles. Notó la mirada de él sobre sí mientras trataba de leer, fue muy consciente de que la observaba con profundo interés. Ojalá aquella mañana no se hubiera peinado con aquel moño severo, no le hubiera ido nada mal una cortina de pelo tras la que esconderse.
–¿Va usted a Barcelona en viaje de negocios? –preguntó él de pronto.
–No, vivo en Barcelona. Vuelvo de un viaje de negocios.
Carrie admiró el atractivo acento español con que hablaba inglés. Eso explicaba que sus cabellos fueran morenos y sus ojos oscuros y penetrantes, pensó.
–¿Y usted? –preguntó Carrie, incapaz de reprimir la curiosidad–. ¿Vive en Barcelona, o va en viaje de negocios?
–Un poco de todo –sonrió él.
Aunque su curiosidad era grande, Carrie reprimió el ansia de preguntarle a qué se dedicaba. Era evidente que era un hombre de éxito, tenía un fuerte aire de autoridad. Carrie trató de volver a los papeles, pero de pronto se dio cuenta de que estaba leyendo el mismo párrafo una y otra vez. Su mente se negaba a concentrarse, observaba cada movimiento y cada palabra de su vecino.
Lo escuchó charlando en español con la azafata. Si su acento le había parecido sexy hablando en inglés, no era nada comparado con aquellos tonos profundos y cálidos de su lengua nativa. Carrie era inglesa de nacimiento, pero hablaba español con tal fluidez que no le costó seguir la conversación. La azafata flirteaba descaradamente con él, y él no se mostraba reacio. De hecho flirteaba también.
Carrie frunció el ceño. Debía dejar de escuchar. No era asunto suyo. Lo importante era conseguir el contrato con Bodegas Santos al día siguiente, y si lo preparaba bien tendría tiempo de limpiar la casa y prepararse para la visita de la abuela de Molly.
–¿Quiere tomar algo? –preguntó él de pronto.
Carrie alzó la vista y vio a la azafata esperando. Se sintió tentada de aceptar, pero finalmente sonrió, sacudió la cabeza y contestó:
–Gracias, pero no puedo. Tengo que concentrarme en esto.
–Muy sensata –sonrió él.
Aquella sí que era una sonrisa preciosa, pensó Carrie. El avión se bamboleó de pronto y unos cuantos papeles cayeron al suelo a los pies de él, que inmediatamente se agachó a recogerlos.
–Gracias.
Sus manos se rozaron accidentalmente. Carrie tomó los papeles y se quedó de pronto sin aliento. ¿Qué le ocurría? Había conocido a muchos hombres, pero ninguno le había causado ese efecto.
–¿Trabaja usted para Bodegas Santos? –preguntó él observando el membrete de uno de aquellos documentos.
–No exactamente. Trabajo para una agencia de publicidad, y espero poder ocuparme de los anuncios televisivos de esos vinos.
–¿En serio? ¡Vaya, qué interesante! Son unos vinos excelentes.
–¿Sí? –sonrió Carrie de pronto, olvidando su habitual reserva–. Yo no los he probado… aunque supongo que no debería contárselo.
–Probablemente –contestó él con una sonrisa maliciosa muy atractiva.
–Pero puedo venderlos de todos modos. Se me da bien eso de buscar ideas nuevas para los productos, por malos que sean. Es mi trabajo.
–¿Y no sería de gran ayuda que creyera en lo que está vendiendo?
–Por supuesto –asintió Carrie–. Mañana lo sabré todo acerca de las Bodegas Santos, voy a ir a visitarlas y a hablar con los productores.
De pronto él le lanzó una larga mirada de arriba abajo, tomando nota de todo: desde el elegante peinado de los cabellos rubios hasta el traje de chaqueta y falda negra. Carrie sintió que la sangre se le calentaba con aquella mirada. Era casi como si la tocara con los ojos.
–Bien… si me disculpa… –dijo ella apartando la vista–. Será mejor que vuelva al trabajo.
–Por supuesto –asintió él educadamente.
Carrie se preguntó si serían imaginaciones suyas, si verdaderamente la había mirado con interés. La azafata se presentó en ese momento con una copa, y Carrie los oyó charlar. Poco después sirvieron la comida, y se vio obligada a cerrar una vez más el maletín. Era extraño, pero se sentía más vulnerable sin esos papeles. No podía fingir que él no le interesaba ni escapar de aquella perturbadora y poderosa atracción sensual.
–Bien, ¿qué tal el trabajo? –preguntó él mientras ella sacaba los cubiertos.
–Bien, gracias.
–Eso está bien.
La azafata llegó con una botella de vino.
–¡Ah!, ahora no puede rehusar –añadió él con una sonrisa–. Puede mezclar el trabajo y el placer e incluso investigar.
Carrie observó que él había pedido una botella de vino blanco de las bodegas de Santos.
–Es usted muy amable, pero…
–No es para tanto, tengo un motivo oculto –contestó él interrumpiéndola y sirviéndole vino.
–¿Un motivo oculto?
–Quiero saber con sinceridad si le gusta el vino –sonrió él–. Ya sé que me ha dicho que eso no afecta a la campaña, pero… –se encogió de hombros con un gesto típicamente español– siento curiosidad por saber la verdad.
Carrie tomó la copa de vino que él le tendía poniendo especial cuidado de no rozar su mano. Él la observó dar un sorbo examinado detallada y lentamente sus rasgos: los pómulos altos, la generosa curva de los labios. Notó incluso que no llevaba demasiado maquillaje, que no le hacía falta. Carrie tenía una piel exquisita, y sus enormes ojos azules no necesitaban pintura para destacar.
–¿Y bien?
Carrie esperó unos segundos a que su paladar saboreara aquel vino y luego dijo:
–Es muy refrescante… ligeramente afrutado, no demasiado seco… Sí, es muy bueno –añadió dando otro sorbo–. No es que sea una gran catadora ni nada de eso, pero se lo recomendaría a mis amigos. Y no tendré cargo de conciencia por venderlo… es decir, si consigo el contrato. Aún no hay nada seguro.
Él se sirvió una copa y la alzó en su dirección a modo de brindis, diciendo:
–Cuénteme algo acerca de su agencia, ¿es grande?
–Se llama Images, y es muy grande. Tiene sucursales en Londres, Nueva York, París y Madrid, y hace doce meses abrió otra en Barcelona, que es donde trabajo. Ha sido un desafío montarla allí, pero estamos consiguiendo importantes contratos. La empresa se expande rápidamente.
–Y supongo que a usted la han trasladado desde Londres, ¿no?
–Sí, me destinaron aquí junto a mi jefe, José, y luego comenzamos a contratar a más personas de Barcelona. Es una ciudad preciosa, me gusta mucho vivir en Barcelona.
–Sí, lo es –convino él–. Siempre me gusta volver.
–Si necesita publicidad para su negocio acuérdese de Images.
–Lo recordaré –sonrió él–. ¿Qué ideas tiene para Bodegas Santos?
Carrie vaciló, y él añadió con una sonrisa:
–No trabajo para ninguna empresa de publicidad.
–¿En qué trabaja? –preguntó ella notando de pronto que él le hacía muchas preguntas.
–Soy abogado.
–¿En serio?
Carrie hizo una pausa. De pronto sintió deseos de preguntarle si sabía algo sobre adopción, pero se reprimió. Una cosa era hablar de trabajo y otra muy distinta discutir asuntos personales con un extraño. Le sorprendía que él fuera abogado, habría jurado que trabajaba al aire libre. Tenía un físico impresionante, estaba en forma. Debía tener unos seis o siete años más que ella, e indudablemente se cuidaba.
–Me ocupo de asuntos corporativos, así que en su mayor parte se trata de grandes negocios.
–Comprendo –asintió Carrie.
Se alegraba de no haberle pedido opinión acerca de su problema. Además, tampoco era para tanto. En cuanto consiguiera calmar a la abuela de Molly y ahuyentar sus miedos la adopción seguiría adelante.
–Deberíamos presentarnos. Me llamo Max.
–Carrie Michaels.
–Encantado de conocerte, Carrie.
La azafata retiró las bandejas de la comida dejando sólo las copas.
–Bien, estabas contándome tus planes para Bodegas Santos –continuó él, que parecía realmente interesado.
–Bueno, es un negocio familiar, así que he pensado que debería enfocarlo desde ese punto de vista. De hecho fue esto lo que me dio la idea –añadió Carrie tendiéndole un dibujo de Molly.
Él tomó el dibujo y lo examinó. En él había figuras como palos bailando en un paisaje que parecía un viñedo y un sol amarillo enorme.
–Muy bonito –sonrió Max–. ¿Lo has hecho tú?
–No, mi sobrina de cuatro años –sonrió Carrie–. Nada más verlo me di cuenta de que era perfecto. Las Bodegas Santos necesitan cambiar de imagen, expandirse basándose en la idea de la familia y al mismo tiempo dar la sensación de empresa joven y moderna.
Era fácil entablar conversación con aquel hombre que, además, hacía exactamente las preguntas pertinentes en cada momento, las mismas que le haría el director de la bodega. Carrie no se dio cuenta de cómo pasaba el tiempo hasta el momento de encenderse el piloto luminoso indicando que los pasajeros debían abrocharse el cinturón de seguridad para aterrizar.
–El tiempo pasa rápido… –murmuró Carrie–. Espero no haberte aburrido con mi trabajo.
–Al contrario, lo encuentro fascinante.
Carrie se preguntó si trataba simplemente de ser cortés. Nadie podía estar tan interesado en la publicidad del vino. El avión tocó tierra y ella lamentó no haber averiguado más cosas acerca de él. A pesar de haberse mostrado reservado a la hora de hablar de sí mismo, Max había sabido sonsacarle información suficiente para hacerse un perfil de ella.
El piloto luminoso se apagó y todo el mundo comenzó a ponerse en pie para recoger sus cosas. Entonces Carrie se dio cuenta de lo alto que era él. Miró el reloj y trató de pensar en otra cosa.
–Ha sido un vuelo muy interesante, he disfrutado mucho de tu compañía –dijo él con naturalidad al ponerse Carrie en pie.
–Sí, yo también…
Max dio un paso atrás para cederle el paso y salir del avión. Al pasar ella notó que la azafata sólo tenía ojos para él. Entonces volvió la cabeza atrás llevada por la curiosidad y observó que ambos hablaban. La azafata ponía una mano sobre su hombro. Probablemente le estuviera dando su número de teléfono. Por un momento eso le recordó a su ex marido. Él también era así: las mujeres hacían lo imposible por llamar su atención, y su presencia no parecía importarles. El recuerdo la amargó tanto, que Carrie alzó la cabeza y siguió caminando.
El calor del sol español dio de lleno sobre Carrie nada más bajar del avión. El cielo era de un azul sorprendente, la brisa seca y polvorienta a causa de la sequía del suelo. No tardó en pasar la aduana. Carrie alzó el pasaporte y entró en el moderno aeropuerto.
Por lo general había siempre una fila interminable de taxis esperando en la puerta de la terminal, pero aquel día sólo quedaba uno. Carrie se apresuró a tomarlo, pero al llegar vio que ya tenía pasajero. Éste se volvió al acercarse ella y entonces Carrie vio que se trataba del mismo hombre que había viajado sentado a su lado. ¿Cómo diablos se había dado tanta prisa? Max abrió la puerta cuando estaba a punto de darse la vuelta.
–Parece que tienes prisa –dijo él–. ¿Quieres compartir el taxi?
Carrie lo miró a los ojos, a aquellos arrebatadores ojos negros, y vaciló. Luego, acordándose de que Molly la esperaba, asintió.
–Gracias –dijo subiéndose al vehículo–. ¿Te importa dejarme a mí primero? La verdad es que tengo mucha prisa, dispongo sólo de unos minutos para recoger a mi sobrina en el colegio.
–Por supuesto –accedió él sin dudar, oyéndola darle la dirección al taxista.
–Gracias –repitió Carrie relajándose por fin.
–No importa, de todos modos tenía que atravesar la ciudad, voy a las afueras.
Carrie sacó el móvil y llamó a una amiga que se había ofrecido a recoger a Molly si el avión se retrasaba.
–Hola, Bernadette, soy Carrie. No hace falta que vayas a recoger a Molly, gracias. Llegaré una pizca tarde, pero me da tiempo.
Carrie desvió la vista hacia Max mientras escuchaba la respuesta de su amiga. Se preguntaba si estaría casado. No llevaba anillo, pero eso no significaba nada. Muchos hombres no lo llevaban… sobre todo si les gustaba flirtear.
–¿Cómo es que te ha tocado a ti ir a recoger a tu sobrina? –preguntó Max en cuanto ella colgó–. ¿Y sus padres?
–Los dos están muertos –murmuró Carrie–. Su madre murió hace dos años y su padre… mi hermano murió en un accidente de tráfico hace unos meses.
–¡Vaya, lo siento! –sacudió él la cabeza–. ¡Pobre cría!
–Sí…
Por un momento Carrie fue incapaz de decir nada más, la pena la atenazaba. Tony era sólo su hermanastro, pero siempre habían estado muy unidos. Una de las cosas que más la había atraído a la hora de mudarse a Barcelona era que él vivía cerca. Aún no podía creer que estuviera muerto… era una pesadilla.
–Pero estamos bien.
–Sin duda, pareces una joven muy capaz. Sin embargo no debe ser fácil –contestó él.
–Estamos bien –repitió ella tratando de calmarse–. Tengo una niñera, pero me ha pedido esta semana libre y eso me ha complicado las cosas –añadió observando que llegaban a la esquina del colegio–. Gracias por compartir el taxi. ¿Cuánto te debo?
–No importa, de todos modos tenía que pasar por aquí –se apresuró él a responder.
Carrie estaba a punto de insistir, pero de pronto alzó la cabeza y vio a una mujer con Molly en la acera. Se inclinó extrañada para ver quién era y descubrió que se trataba de su abuela. Y a juzgar por la expresión de su rostro parecía enfadada.
–¿Ocurre algo? –preguntó Max notando su sobresalto.
–No… es que ha venido la abuela de Molly, y parece enfadada… seguramente porque llego tarde.
–No llegas tan tarde, hay muchos niños saliendo del colegio.
–A juzgar por la carta que me mandó no creo que me tolere ni cinco minutos de retraso. Dice que Molly estaría mejor con ella y con su marido porque yo estoy volcada en mi trabajo y no estoy casada. Cree que ellos tienen más tiempo para dedicarle.
–Puede ser, pero hay miles de madres solteras. Y si Molly es feliz contigo, no veo el problema.
–No, ni yo –convino Carrie–. Su intención es buena, sólo quiere lo mejor para su nieta. Espero poder convencerla para que Molly se quede conmigo.
El taxi se detuvo delante de la anciana. Carmel McCormack tenía unos sesenta años y el cabello cano, y parecía una buena mujer.
–Bueno, gracias otra vez –se despidió Carrie.
Max la observó bajar del taxi y vio cómo Molly corría hacia ella para abrazarla con el rostro iluminado. El taxi arrancó, pero inmediatamente él se dio cuenta de que Carrie se había dejado el móvil. Le ordenó parar de nuevo y bajó la ventanilla.
–Carrie, te has dejado el móvil –gritó Max.
–Gracias –sonrió ella–. Definitivamente tengo demasiadas cosas en la cabeza.
–Es comprensible –contestó Max observándola a ella y a la niña–. Espero que te vaya todo bien, Carrie, hasta luego.
¿Por qué se despedía Max así?, se preguntó Carrie. Probablemente no volviera a verlo. Ni siquiera sabía su apellido. Era una lástima, porque era muy amable. Resultaba tan agradable y fácil de tratar… Carrie jamás se había mostrado tan abierta con ningún extraño. Sin embargo ya tenía suficientes problemas en su vida como para complicarse con hombres.
–Carrie, llegas tarde –le reprochó Carmel.
–Sólo cinco minutos, Carmel. Me alegro de verte, no te esperaba hasta mañana.
–Conseguí un billete de avión que salía un poco antes. Mi marido llegará mañana.
Carrie asintió preguntándose si la anciana lo había hecho a propósito para pillarla desprevenida.
–¿Qué tal está Bob? –añadió Carrie recordando que había sufrido un ataque al corazón aquel año.
–No demasiado bien, de otro modo habríamos venido antes –contestó Carmel.
–Vaya, lo siento mucho.
–Sí, no ha sido fácil –admitió Carmel suspirando–. Lamenté no venir al funeral de Tony, estoy tan preocupada por Molly…
–Molly está bien, ¿verdad, Mol?
La niña asintió y se bajó de sus brazos para ir a ver a una amiga.
–Lo que te dije en la carta iba en serio, Carrie –continuó la anciana–. No creo que sea buena idea que adoptes a Molly.
Al oír la seguridad con la que Carmel lo decía Carrie sintió de pronto mucho miedo, pero contestó:
–No creo que éste sea el mejor lugar para hablar, Carmel, pero tengo que confesarte que no comprendo tus objeciones.