Obras reunidas 3 - Martín Lutero - E-Book

Obras reunidas 3 E-Book

Martín Lutero

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Beschreibung

Las Cartas y las Charlas de sobremesa de Martín Lutero (1483-1546) son una fuente de información imprescindible para conocer en profundidad la personalidad y la trayectoria vital del reformador alemán. Tanto en unas como en otras encontramos al Lutero más íntimo y personal. Su relación epistolar con personalidades de la época (Erasmo, Melanchton, el papa León X) aporta valiosos detalles de la intrahistoria de la Reforma. Las Charlas, por su parte, recogen las opiniones del líder carismático que fue. Locuaz y persuasivo, «Herr Doktor» habla sin cortapisas de lo divino y de lo humano, incluso de temas que nunca trató en ninguno de los escritos de su vasta obra.

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Obras reunidas 3CartasCharlas de sobremesa

Martín Lutero

Obras reunidas 3CartasCharlas de sobremesa

Edición de Gabriel Tomás

ColecciónTorre del Aire

 

 

Esta obra ha recibido una ayuda a la edición

del Ministerio de Cultura y Deporte

© Editorial Trotta, S.A., Madrid, 2023

© Gabriel Tomás López, edición y estudio introductorio, 2023

Ilustración de cubierta: Retrato de Martín Lutero (1543), taller de Lucas Cranach el Viejo Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ISBN (Obra completa): 978-84-9879-714-5

ISBN (volumen 3, edición digital e-pub): 978-84-1364-228-4

www.trotta.es

ÍNDICE

Presentación

Abreviaturas

CARTAS

Introducción

Lutero epistológrafo

Ediciones

Períodos históricos de las cartas

Bibliografía

Cartas

1507-1522

1522-1530

1530-1546

CHARLAS DE SOBREMESA

Introducción

Tradición y originalidad de las Charlas de sobremesa

El ambiente de las Charlas luteranas

Ediciones

Nuestra edición

Bibliografía

Charlas de sobremesa

Recuerdos autobiográficos

Su carácter

Dios

Cristo

La Biblia

La doctrina y la fe

La Iglesia y los Padres

La teología

La predicación

La oración

Los sacramentos

El diablo

El papa y la sede romana

Las tentaciones

El pecado y los vicios

El mundo

El dinero y las riquezas

La autoridad civil

Los campesinos

Alemania y otros países

Los turcos

La música

Las mujeres

Su esposa Catalina y el matrimonio

La familia, los hijos y su educación

Sus adversarios

La brujería

La enfermedad y la muerte

Glosario onomástico

PRESENTACIÓN

La compilación que presentamos en este volumen nos planteó ciertas dificultades durante el tiempo de su elaboración, ya que previamente tuvimos que llevar a cabo una ardua tarea de selección, al objeto de elegir entre aquellas cartas y charlas de sobremesa de los diecisiete extensos volúmenes de la edición de Weimar (once de cartas y seis de charlas) que mejor pudieran ilustrar no solo la carrera del reformador y sus preocupaciones teológicas, sino también a Lutero como hombre de su tiempo, en sus múltiples facetas personales (profesor universitario, marido fiel, padre afectuoso pero severo, amigo jovial, a veces depresivo, pastor de almas, aficionado a la música, etc.). Para ello espigamos también aquellos textos que, en cierta forma, nos aproximaran lo más posible tanto a su vida cotidiana como a la variedad de su trabajo diario. En efecto, contemplar a los grandes personajes de la historia en su cotidianidad sin duda nos ayuda a percibir muchos detalles de su vida que, de otro modo, pasarían desapercibidos. Por eso, para los biógrafos de Lutero, cartas y charlas son un material esencial a la hora de emitir un juicio ponderado sobre la manera en que abordó los grandes desafíos con los que tuvo que lidiar a lo largo de su vida, que fue la de un homme complet de pensée et d’action (Brunet, 1844, 5).

Así pues, las cartas y las charlas de sobremesa de Lutero son, en sí mismas, un retazo vivo y centelleante de la historia de la Reforma, en ellas podemos olisquear los conflictos externos y las luchas intestinas de aquel movimiento, en los cuales el doctor biblicus jugó un papel destacadísimo durante la primera mitad del siglo XVI. En este sentido, tanto las cartas como las charlas no son solo una fuente de información primordial para entender los hechos históricos de aquel período, sino también para poder apreciar, desde dentro, la evolución que siguieron muchas de las controversias en las que Lutero se vio envuelto y que allí se encuentran descritas de forma somera y espontánea, sin filtros.

Aparte de esto, no debemos perder de vista que las cartas y las charlas son, por su naturaleza, fuentes históricas claramente desemejantes. Las unas expresan la opinión, el punto de vista, los sentimientos de Lutero en primera persona y en una estricta sucesión cronológica; las segundas, en cambio, recogen el juicio, el punto de vista, los sentimientos de Lutero por parte de terceros, básicamente amigos y discípulos, sin orden establecido y con una vaga referencia a las circunstancias en las que se registraron. La diferencia, pues, entre ambas fuentes es considerable. Por desgracia, no todas las cartas de Lutero se han conservado; en buena parte porque no tenía por costumbre conservarlas. A pesar de este hándicap de partida, el exhaustivo trabajo de búsqueda, realizado por multitud de investigadores desde el momento mismo de la muerte del reformador, ha conseguido rescatar de las turbulencias de los tiempos unas dos mil quinientas de ellas, lo cual ya es de por sí un logro muy meritorio. Las cartas siguen siendo, aun a día de hoy, un tesoro que no ha sido suficientemente evaluado y valorado por los expertos en el conjunto de la extensísima y prolija obra luterana (cf. Aland, 1983, 6). Así, por ejemplo, las cartas de consolación e instrucción que el doctor escribió en su condición de pastor de almas merecerían, por su valor imperecedero, un estudio aparte.

Precisamente por no estar destinadas al gran público, muchas de las cartas de Lutero nos ofrecen la visión más íntima y profunda tanto de su corazón como de su círculo más próximo. A través de las líneas de estas misivas, recorremos sus diversos estados de ánimo (a veces cordial, a veces airado) y sus cambiantes condiciones de vida; una vida siempre presidida por sus indestructibles convicciones cristianas: Dios, Cristo y el mantenimiento de su honor y gloria con frecuencia se cuelan incluso en aquellos pasajes aparentemente más triviales y mundanos. Por otro lado, alrededor de dos tercios de las cartas están escritas en latín, según la costumbre de la época, y el resto en un alemán farragoso y difícil de leer. Aquí, en auxilio de nuestra labor traductora, tuvimos que cotejar otras traducciones a lenguas modernas, de las que hemos dejado constancia referencial en el encabezamiento de cada una de las letras.

En cuanto a las charlas, estas nos introducen aún más, si cabe, en el ambiente cotidiano y familiar del doctor en el refectorio del monasterio agustino de Wittenberg. Con ellas nos sentamos a su mesa y, entre viandas y copas de vino o de cerveza, el reverenciado doctor nos habla de lo divino y de lo humano durante unas sobremesas que (presumimos) se alargaban durante horas. Es el mismo cuadro de conjunto que Platón nos transmitió en su diálogo de El banquete. Pero aquí no hay diálogo, sino que más bien son monólogos que Lutero inicia a raíz de la pregunta de un comensal o sin ella. Estamos, pues, ante un Lutero locuaz, maduro, que habla de todo y aborda una gran cantidad de temas (teológicos, pero también «de actualidad», como diríamos hoy), algunos de los cuales nunca trató en sus escritos, pero que conocía bien no solo por sus contactos en la corte, sino también por la habilidad que tenía Lutero para enterarse de todo cuanto sucedía a su alrededor. Así pues, en 1531, Cordato fue el primero en tomar notas de lo que decía el maestro, y a él le siguieron en dicha tarea una decena de amigos del reformador, cada uno con su estilo propio y dentro de sus posibilidades. Y, aunque sabemos, por las propias trascripciones, que Lutero toleraba esta práctica (que podríamos hasta considerar un antecedente del llamado periodismo off the record), nunca mostró ningún interés en su publicación.

Cabe añadir también que la característica esencial de las charlas es el tono informal en el que están escritas, ya que son el fruto de un momento de relajación y asueto entre camaradas y, por tanto, el taquígrafo de turno no hacía otra cosa que compartir la espontaneidad de lo que oía, incluyendo las típicas muestras de vulgaridad a las que era muy dado Lutero. Por eso, la extensión y la temática de las charlas varían tanto de unas a otras, lo que nos obligó a la adopción de cierto orden para presentar todo este abigarrado material de un modo conveniente. Optamos para ello por una sencilla organización temática, en donde cada una de las transcripciones está debidamente datada, apareciendo en la correspondiente entradilla la fecha o rango de fechas en que fue registrada. También hemos consignado aquí las referencias bibliográficas que las recogen, empezando por la edición de Weimar, en la cual se puede consultar el texto en su formato y lengua originales (latín o alemán). En parte, hemos seguido la estructura que impuso la primera edición de las charlas, la de Aurifaber del año 1566. Con esta estructuración, creemos que la consulta de las charlas será más eficiente y sin duda el lector podrá disfrutar de una lectura más comprensiva.

Para culminar nuestro trabajo, también revisamos y cotejamos lo que hasta el momento presente se había publicado en nuestra lengua, con el fin de aglutinar en un solo volumen todo ese material disperso en diferentes ediciones. Por ello, consultamos la recopilación del profesor Teófanes Egido (1977) y los extractos incluidos en las principales biografías del reformador. De este modo, ahora ya podemos disponer en español de una limitada pero variada selección de cartas y charlas (unas doscientas de unas y de otras) con la que el público hispano podrá formarse una idea más precisa de una personalidad tan compleja, y a menudo tan contradictoria, como la de Lutero. Asimismo, en toda esta labor de selección, traducción y revisión final invertimos cerca de un año, que lo daremos por bien empleado si el resultado tangible de todo ello, es decir, este volumen tercero de las Obras reunidas de Lutero, es capaz de suscitar el debido aprecio e interés hacia su persona y su obra por parte tanto del gran público como del lector especializado.

Y, por último, desearíamos transmitir nuestro más afectuoso y sincero agradecimiento a todo el equipo de la editorial Trotta, por su paciencia y buen hacer a la hora de revisar nuestro trabajo y pulirlo hasta en el más mínimo detalle. Esto lo hacemos extensivo también al personal bibliotecario del CRAI de la Universitat de Barcelona y de la Facultat de Teologia de Catalunya, por habernos suministrado de forma rápida y diligente cuanto documento les ha sido requerido.

Santa Perpètua de Mogoda, 12 de enero de 2023

GABRIEL TOMÁS

ABREVIATURAS

AUTORES, OBRAS Y EDICIONES

OTRAS ABREVIATURAS

Bmo. P.

beatísimo padre

D.

don

Dña.

doña

Dr.

doctor

Excmo.

excelentísimo

Fr.

fray

Il.

ilustre

Ilmo.

ilustrísimo

Ldo.

licenciado (baccalaureus)

M.

maestro (magister), maese

M. G. S.

mi gracioso señor

P.

padre

RR. PP.

reverendos padres

Rvdmo. P.

reverendísimo padre

Rvdo. P.

reverendo padre

S. A.

su alteza

S. G.

su gracia

S. G. E.

su gracia electoral

S. I. G.

su ilustrísima gracia

S. M.

su majestad

S. M. I.

su majestad imperial

S. S.

su santidad

Sermo.

serenísimo

Sr.

señor

Sra.

señora

SS. GG.

sus gracias

V. A.

vuestra alteza

V. E.

vuestra excelencia

V. G.

vuestra gracia

V. G. E.

vuestra gracia electoral

vol./s.

volumen/volúmenes

CARTAS

INTRODUCCIÓN

«Son infinitas las cartas que le llegan de todas partes pidiéndole consejo sobre cuestiones de dogma, de culto, de administración eclesiástica, de interpretación bíblica, o sobre problemas individuales, y a todos responde en forma clara y categórica; en latín a los eruditos, en alemán a los príncipes, a las ciudades, a los caballeros. Obruor undique litteris, repite una y otra vez; me abruman los montones de cartas que me llegan de todas partes, el mundo tiene sed de evangelio».

(RGV 2, 103)

LUTERO EPISTOLÓGRAFO

A Lutero, como escritor de cartas, cabe enmarcarlo dentro de la tradición epistolar que, si bien se remontaba al siglo XII, había sufrido una profundísima transformación debido, sobre todo, a la renovadora influencia de los humanistas de su tiempo. Se puede decir que el arte epistolar (ars dictandi), sujeto a la vieja escuela, promovía una estructura rígida y estable que todo autor debía respetar. Por ejemplo, era muy importante iniciar con buen tino una carta (salutatio), dirigiéndose al destinatario de la forma apropiada, porque, en caso contrario, el transgresor podría «ser golpeado no solo por la vergüenza de la ignorancia, sino también por el estigma de la abominación religiosa»1. En las otras cuatro partes de toda carta: Exordium, Narratio/Argumentatio, Petitio y Conclusio, se dejaba algo de margen para la creatividad individual, aunque paulatinamente se fueron imponiendo unos moldes que ahogaban cualquier tipo de libertad expresiva. En contraposición a esto, Erasmo y los humanistas proponían abiertamente huir de este encorsetamiento administrativo en el que habían caído los modelos epistolares propios de las cancillerías —tanto laicas como religiosas— y otorgar más relevancia a una expresión más personal. Se esperaba, pues, que el redactor de la carta, respetando una estructura mínima, pudiera crear una pieza comunicativa en la línea ciceroniana de las Epistulae ad familiares, haciendo prevalecer la viveza y la originalidad en la redacción. En este contexto, podemos considerar a los humanistas como los verdaderos revitalizadores de la carta tanto como género literario o como simple medio de comunicación2 y, una buena prueba de ello, son los numerosos tratados que escribieron, poniendo sobre todo el acento en la libertad y la naturalidad que debían caracterizar el lenguaje de las epístolas. Para Erasmo y los humanistas, había que adecuar la rígida doctrina retórica escolástica a la ductilidad de las cartas, entendiéndolas más como oratio y como sermo, según fueran sus fines. En esto, los reformadores no les fueron a la zaga y, para muchos de ellos, la carta fue un medio crucial para difundir las nuevas ideas entre la población más cultivada (en especial, profesores de universidad, académicos, y altos mandatarios eclesiásticos y civiles), puesto que era un género que se prestaba muy bien para exponer los propios argumentos de forma directa y efectiva.

Lutero, que sobre todo era un gran comunicador, jugó a fondo la baza de las cartas como medio para convencer. A juzgar por algunos comentarios que él mismo hizo, podemos considerarle un redactor compulsivo de cartas y lo fue (paradójicamente) a su pesar, movido más por su alto sentido de la responsabilidad en defensa de la causa evangélica frente a tantas dificultades como surgieron, que por una inclinación natural a relacionarse con los otros. Esta necesidad de comunicarse ya podemos advertirla claramente en los inicios de su carrera, a raíz de su nombramiento como prior de once conventos de la orden agustina (1515). De aquella etapa es su conocida carta a un amigo suyo, Juan Lang, datada el 26 de octubre de 1516, en la que expresa su extenuante actividad epistolar en estos términos: «Dos amanuenses o secretarios me son casi indispensables; en todo el día casi no hago otra cosa que escribir cartas» (cf. carta 11). Por desgracia, no han podido conservarse hasta la actualidad todas las que escribió, debido, en general, al escaso interés que siempre mostró en tener bien ordenados los papeles de su archivo personal. Si aconsejaba quemar casi todos sus libros, ¡qué no habría hecho con tantas cartas como se amontonaban en su gabinete! Pero, como veremos más adelante, algunos de sus secretarios o fámulos sí que asumieron la tarea de recolectar, clasificar y preservar este tipo de escritos, porque vieron en ellos una magnífica fuente de información para conocer al hombre que realmente había detrás del célebre reformador. A pesar de todas las vicisitudes, se nos han conservado unas dos mil seiscientas cartas escritas por Lutero, a las que cabría añadir unas mil más aproximadamente en las que él aparece como destinatario. La edición crítica de Weimar (WABr), que ha servido de base a nuestro trabajo, incluye también una selecta antología de estas últimas, motivo por el que el número de cartas que reúne se eleva a casi unas tres mil quinientas. Esta es una suma total ciertamente modesta para un personaje de su talla histórica, sobre todo, si la comparamos con el volumen de correspondencia conservada de coetáneos suyos mucho menos influyentes que él, tales como Enrique Bullinger o el propio Felipe Melanchton, sin ir más lejos3.

Herr Doktor también empleó con frecuencia el género epistolar para componer algunas obras suyas, destinadas a llegar a un público más amplio, puesto que el esquema de la carta le permitía, en sintonía con una larga y rica tradición cristiana, la interpelación directa a una persona o colectivo determinados, ya fueran estos reales o imaginarios. Como él asumía con naturalidad su papel de evangelista o eclesiastés (el portavoz de Dios), se sentía en la obligación de exhortar a todos aquellos que deseaban permanecer fieles a la palabra divina, de amonestar a cuantos habían abandonado el camino recto de la religión, y de consolar a todos los que sufrían tribulaciones por causa de la fe. Así pues, el formato de carta abierta aparece ya explícitamente en el título mismo de esta clase de obras, como, por ejemplo:

— A la nobleza cristiana de la nación alemana (An den Christlichen Adel deutscher Nation von des Christlichen Standes Besserung, 1520);

— A los concejos de todas las ciudades de Alemania, para que funden y mantengan escuelas cristianas (An die Ratherren aller Städte deutsches Landes, daß sie christliche Schulen aufrichten und halten sollen, 1524);

— Una carta cristiana de consuelo a la gente de Miltenberg, cómo deben vengarse de sus enemigos (Ein christlicher Trostbrief an die Miltenberger, wie sie sich an ihren Feinden rächen sollen, 1524),

— Carta a los príncipes de Sajonia sobre el espíritu revolucionario (Ein Brief an die Fürsten zu Sachsen von dem aufrührerischen Geist, 1524);

— Carta a los cristianos de Estrasburgo en oposición al espíritu fanático (Ein Brief an die Christen zu Straßburg wider den Schwärmergeist, 1524);

— Carta abierta sobre el duro librito contra los campesinos (Ein Sendbrief von dem harten Büchlein wider die Bauern, 1525);

— Consolación a los cristianos de Halle por la muerte de su predicador, el Sr. Jorge (Tröstung an die Christen zu Halle über Herr Georgen ihres Predigers Tod, 1527);

— Misiva sobre el arte de traducir y la intercesión de los santos (Sendbrief vom Dolmetschen und Fürbitte der Heiligen, 1530);

— Carta a los cristianos de Fráncfort del Meno (Sendschreiben an die zu Frankfurt an Main, 1533);

— Carta del D. Martín Lutero a un buen amigo: Contra los sabatistas (Ein Brief D. Mart. Luther. Wider die Sabbather: An einen guten Freund, 1538).

Los ejemplos podrían multiplicarse.

Ni que decir tiene que el espíritu de las epístolas de Pablo, del que él tanto se había impregnado desde su larga etapa de monje agustino, estaba muy presente en la mayoría de estas letras, muchas de los cuales se dirigen a comunidades evangélicas concretas y expresan por imitación la extraordinaria consciencia apostólica del reformador4. Pero, aunque formalmente presenten elementos propios del género epistolar, cabe convenir que este tipo de cartas son, ya sea por su extensión o por su intencionalidad divulgativa, auténticos tratados o piezas con la personalidad suficiente como para quedar fuera del objeto de estudio de este volumen. En efecto, nuestro trabajo de selección y traducción se ha centrado en las cartas por antonomasia, es decir, en aquellas que sirvieron a un fin comunicativo generalmente interpersonal y que, en su gran mayoría, se circunscriben al ámbito privado, lo que significa que no fueron redactadas para ser leídas y conocidas por la generalidad de la población, el senado de una ciudad o la feligresía de una congregación. Por cierto, exceptuando estas cartas «abiertas» —que podríamos calificar de pastorales—, Lutero siempre se mostró reacio a que se publicaran sus cartas privadas5, si bien no pudo evitar que algunas de ellas (en particular, las de carácter consolatorio) vieran la luz ya en vida del reformador, como veremos más adelante.

Los historiadores sabemos muy bien que las cartas de cualquier persona, ya sean estas el fruto de una actividad pública o de una relación privada, son un material biográfico de primer orden6. De hecho, con una buena colección de cartas privadas se puede sustentar el esqueleto de la biografía de cualquier personaje, dado que nos revelan no solo el afán de sus intereses más triviales, sino también aquella parte más personal e íntima de su personalidad. En el caso de Lutero, esta afirmación adquiere todo su sentido, puesto que el wittenbergués dejó bien patente en sus cartas tanto las múltiples ocupaciones y deberes que tuvo que asumir a lo largo de su carrera de teólogo y reformador como los sentimientos que brotaban de su alma en las circunstancias más diversas. Así pues, lo podemos ver ejerciendo como superior de los agustinos, profesor de universidad, reformador y líder religioso, esposo y padre de familia, párroco, predicador y consolador de almas, amigo, consejero político y espiritual, etc. En todos estos casos, Lutero se mostró siempre como una persona infatigable en la defensa y cumplimiento de la alta misión que tenía encomendada (sc. su causa) y para la que se creía llamado por el mismísimo Dios. Sin duda, una figura como la suya tuvo muchos defectos (él mismo reconocía a menudo ser un «saco de gusanos» o «un pecador indigno»), pero nadie que conozca apenas un poco de su vida y obra podrá acusarlo en absoluto de haber renunciado a sus ideales o de haber rehuido su responsabilidad. Por eso, a nivel personal, las cartas también fueron un eficaz instrumento de persuasión que Lutero empleó a fondo para hacer avanzar la Reforma.

Las cartas de Lutero, por lo general, suelen ser breves y están escritas en un latín vivo y conciso, sin las florituras estilísticas que pudieran hacerlo comparable al latín clásico de los humanistas7. Siguiendo, pues, la costumbre de la época, el reformador se relacionaba en latín con su círculo de amigos, con los humanistas, con otros reformadores y con todos aquellos que tenían una sólida formación académica. Sin duda, Lutero había aprendido latín en la escuela primaria y, posteriormente, se familiarizó con la lingua mater durante sus años de monacato y, por tanto, no debe extrañarnos que usara el latín con individuos con los que, evidentemente, empleaba el alemán en su trato directo y personal, pero que, como él, habían sido educados en la lengua de Cicerón, la oficial de la Iglesia. Por otro lado, el alemán, de fuerte acento sajón, lo reservaba para la comunicación con sus superiores jerárquicos, ya fueran estos políticos (el príncipe-elector, el canciller Gregorio Brück, el landgrave Felipe de Hesse, etc.) o eclesiásticos (el arzobispo de Maguncia), y con su familia (padres, esposa e hijos), y otros parientes y amigos de Mansfeld (Juan Rühel, Marcos Crodel, etc.). También mezclaba ambas lenguas en una misma carta, y no es extraño verlo pasar del latín al alemán, a fin de expresar con más viveza sus sentimientos (en especial, cuando quería descargar su ira) o como recurso literario para hacer más gráfico el lenguaje.

Si las cartas reflejan el carácter de quien las redacta, en el caso de Lutero diríamos que fue un hombre amante de su trabajo y comprometido con sus valores; esposo feliz y padre exigente con sus hijos, sobre todo, con el primogénito. De profundas convicciones religiosas, vehemente en los debates y poco dado a componendas o a transigir en lo más mínimo cuando se trataba de la doctrina y fe cristianas, que (a su juicio) él había rescatado de las tinieblas del papado. Amante de la música, que consideraba un don divino, de la buena mesa y de la mejor cerveza (o el buen vino). Con los suyos daba rienda suelta a un humor socarrón, con un punto sarcástico. Solía ser afable e ingenioso con los compañeros de fatigas, pero hiriente y despiadado con los adversarios. Un hombre, en definitiva, con muchas aristas, difícil de encasillar (¿fue un revolucionario o un conservador?, ¿héroe cristiano o heresiarca?) y a menudo desconcertante, pues al lado del Lutero despreocupado por el dinero, que se conmueve ante los maravillosos prodigios de la naturaleza y que se muestra apartado de toda vanidad humana, las cartas también nos lo presentan en su papel de puntilloso líder religioso, padre de la Reforma protestante, que amonesta y conmina a todo el mundo a seguir sus instrucciones. Por eso, no es extraño que muchos de sus amigos y colegas de primera hora se alejaran de él y rompieran toda relación (entre ellos, Andrés de Karlstadt es quizás el ejemplo más emblemático). En la etapa final, el rigorismo doctrinal y su desaforado discurso de odio le restaron autoridad, acusándole incluso de ser «el nuevo papa de Wittenberg»8.

Pero, como hemos apuntado más arriba, las cartas luteranas no solo son un testimonio de su personalidad y de sus preocupaciones más eminentes. El doctor también muestra una cierta carencia a explicar en ellas aspectos personales y, me atrevería a decir, incluso íntimos de su propia cotidianidad. Gracias a las cartas y a la sinceridad con la que las escribió, conocemos con todo lujo de detalles los achaques que Lutero padecía y cómo fueron agravándose con el paso de los años. A partir de los datos que él mismo nos proporciona, de su puño y letra, los especialistas en patologías del cuerpo humano han podido reconstruir un cuadro clínico bastante detallado de las enfermedades crónicas que fustigaban al reformador y que le perturbaron de una forma inmisericorde desde muy temprana edad, tal vez como consecuencia de las duras penitencias a las que sometió a su cuerpo durante su etapa de riguroso monje observante. El cuadro es desolador: dolores de muelas, molestos zumbidos en los oídos, trastornos del aparato digestivo y estreñimiento, mareos y repentinas pérdidas de conciencia, ataques de gota, etc. Los síntomas de estas patologías los menciona en sus cartas con todo lujo de detalles, como, por ejemplo, cuando, estando en la fortaleza de Wartburg, describía a Melanchton el calvario que vivía a causa de su prolongado estreñimiento (cf. carta 54). Pero, sin género de duda, su peor afección eran aquellos cálculos renales que en más de una ocasión lo martirizaron con dolorosísimos ataques de piedras (cólicos nefríticos), como el que sufrió en febrero de 1537, mientras se encontraba en la ciudad de Esmalcalda para asistir a una programada reunión de teólogos y que lo dejó a las puertas de la muerte (cf. carta 175).

Tampoco faltan las gotas de humor en sus misivas. Por ejemplo, la correspondencia con su esposa Catalina rezuma guiños traviesos y sobreentendidos de pareja. Buscando el efecto burlesco, mezcla el tratamiento altisonante propio de las cartas de Cancillería (las destinadas a los grandes mandatarios) con títulos de una abnegada ama de casa: «A mi querida Käthe, doctora Lutherina, etc., señora del nuevo mercado de cerdos», o «A la rica señora de Zülsdorf, Sra. Dra. Catalina Lutherina, con residencia física en Wittenberg, pero cuyo espíritu mora en Zülsdorf», etc. Esta variación con fines paródicos es clara y se repite en casi todas sus cartas. En ocasiones, también se burla de su carácter autoritario y la masculiniza llamándola Herr Käthe, para acentuar su papel de severa gobernanta del hogar conyugal: «A mi querido y amable Sr. Catalina Lutherina, doctora y predicadora en Wittenberg», «A mi querido señor, la Sra. Catalina Lutherina en Wittenberg», o «A mi amable y querido señor, Dña. Catalina de Bora, Dra. Lutherina en Wittenberg». Los títulos que dedica a su Käthe se multiplican a medida que su afanosa mujer asume las más variadas tareas domésticas, ya que recordemos que dirigía la «hospedería de estudiantes» con hasta cuarenta residentes, se ocupaba de la enfermería y la guardería, de la gestión diaria de la finca, alimentaba a las gallinas, cabras, vacas y caballos, se cuidaba del estanque de peces, cultivaba las tres huertas, y recolectaba cereales y melocotones. Y aún le quedaba tiempo para producir su propia cerveza en unas dependencias anejas al «monasterio negro». Lutero debía de estar impresionado con tanta actividad y no escatimaba títulos para su diligente esposa en las salutaciones de las cartas: «A mi amable y querida esposa Catalina de Lutero de Bora, predicadora, cervecera, jardinera y cuantas más cosas pueda ser», o «A mi querida esposa Catalina Lutherina, doctorina, zülsdorferina, charcuterina y cuantas más cosas pueda ser», etc. Sabemos por el propio reformador que su matrimonio con Catalina no fue por amor, sino más bien lo que podría llamarse una «unión de manutención», algo habitual en los usos y costumbres de la época, pero lo cierto es que, con el tiempo, el amor se asentó entre los cónyuges, de modo que las cartas nos muestran a un Lutero amante de su esposa, a la que dedica cálidas y cariñosas palabras hasta pocos días antes de su muerte. Por desgracia, no se ha conservado ninguna misiva de las que escribió Catalina a su marido. En esta edición, hemos tratado de incluir el mayor número de las escritas por Lutero a su esposa, que le remitía durante sus ausencias por motivos de trabajo9.

Resumiendo, las cartas privadas de Lutero nos permiten adentrarnos en su manera de ser y de pensar, y nos muestran especialmente la incansable lucha que sostenía Lutero por llegar a alcanzar una comprensión más clara y segura del Evangelio, que era, al fin y al cabo, el centro de todas sus acciones y preocupaciones. Por tanto, las cartas son aquí, como han sido en otros casos, una fidedigna fuente de información para bosquejar y reconstruir la intrahistoria del pensamiento de su autor.

EDICIONES

Ediciones históricas

Las cartas luteranas fueron objeto de estudio y publicación desde muy temprano. Ya en vida del reformador comenzaron a aparecer colecciones de sus misivas. La primera de la que se tiene noticia fue en 1525 y contenía cuatro cartas10. En 1545, Gaspar Cruciger (1504-1548), con el beneplácito de Lutero, publicó ocho cartas consolatorias del reformador, que gradualmente fueron incrementándose. Pero, en esta incesante actividad de recopilación y edición de documentos luteranos destacaron sobre todo dos discípulos del doctor que en alguna etapa de sus vidas ejercieron el cargo de secretarios privados suyos nos referimos a Jorge Rörer (1492-1557) y Juan Aurifaber (ca. 1519-1575)11. En efecto, en los años que siguieron a la muerte del reformador, tanto el uno como el otro se convirtieron en los buscadores, compradores y recopiladores más conspicuos de sermones, cartas y charlas de sobremesa del maestro que, en muchos casos, se encontraban diseminados por media Alemania, así como de conferencias y exposiciones de otros teólogos de Wittenberg, como Felipe Melanchton o Juan Bugenhagen. Por eso, no es de extrañar que, cuando el duque Juan Federico regresó en 1552 a sus tierras después del confinamiento al que le había condenado el emperador Carlos, no encontrara a una persona más idónea que Rörer para encomendarle una edición de las obras completas de Lutero. El encargo se realizó en breve plazo y se sustanció con la publicación de la llamada «edición de Jena» (Jenaer Lutherausgabe, 1555-1558), dispuesta en doce volúmenes (ocho en alemán y cuatro en latín), con dos suplementos tirados por Aurifaber en Eisleben (1564-1565). Esta edición organizaba las obras según un sencillo orden cronológico, con la voluntad de contraponerla a la edición que por entonces se llevaba a cabo en Wittenberg (Wittenberger Lutherausgabe, 1539-1559), la cual, de acuerdo con el deseo expresado en más de una ocasión por el propio Lutero, había optado por una ordenación temática de las obras. Al final, fue Aurifaber quien, en este contexto de rivalidad entre las distintas facciones luteranas, editó una colección en dos volúmenes de las cartas del reformador. En 1556, pues, apareció en Jena el primero de dichos volúmenes, que contenía las cartas latinas de Lutero de 1507 a 1522 bajo el título: Epistolarum reverendi patris Domini D. Martini Lutheri... El segundo volumen no se imprimió hasta 1565 en Eisleben12.

Durante el siglo XVII se hicieron algunas ediciones de las obras luteranas que, siguiendo la estela iniciada por Rörer y Aurifaber, fueron aumentando y corrigiendo el número de originales y traducciones incluidos13. Bien entrado el siglo XVIII, entre 1740-1753, Johann Georg Walch (1693-1775), que era profesor de Teología y Filosofía en la Universidad de Jena, acometió la gran empresa de publicar las obras de Lutero en alemán y en veintidós volúmenes, con dos volúmenes complementarios, uno de índices y otro que contenía una extensa introducción histórica a Lutero. Walch organizó las obras temáticamente y el volumen veintiuno recoge las cartas del reformador, todas traducidas al alemán. Una segunda edición de estas obras completas se publicó en Estados Unidos, la conocida «edición de San Luis» (1880-1910), en la que las cartas aparecen dispuestas en dos tomos: 21/1 (1507 a 1532) y 21/2 (1533 a 1546), así como diseminadas a lo largo del cuerpo de los restantes volúmenes. Por otra parte, también se debe señalar que la Walchsche Ausgabe, como se la conoce, fue la primera edición de unas obras completas del reformador que consagraba un volumen a las Charlas de sobremesa, material documental que no había visto la luz desde la famosa edición príncipe de Aurifaber en 1566.

A principios del siglo XIX, entre 1825-1828, apareció la primera edición exclusivamente dedicada a las cartas, a cargo del teólogo alemán, profesor en la Universidad de Basilea, Leberecht De Wette (1780-1849), quien logró reunir más de dos mil trecientas cartas de Lutero, que publicó en una obra de cinco volúmenes, con uno complementario que corrió a cargo del también teólogo Johann K. Seidemann en 1856. Coincidiendo en el tiempo con la edición de De Wette, apareció otro proyecto de publicar las obras completas de Lutero, que se concretó en la llamada «edición Erlangen» (Erlanger Ausgabe), la cual consta de sesenta y siete volúmenes (en sesenta y ocho tomos) de escritos en alemán y veinticinco volúmenes en latín, que fueron viendo la luz entre 1826 a 1857. Los dedicados a las cartas, once en total, empezaron a publicarse en 1884 y estuvieron a cargo del teólogo Ernst L. Enders (1833-1906). Tras su muerte, la empresa fue continuada por los académicos Gustav Kawerau, Paul Flemming y Otto Albrecht, quienes publicaron los seis volúmenes restantes entre 1907-1932, completando así la serie histórica hasta alcanzar un total de diecinueve volúmenes. Una segunda edición mejorada de la Erlanger Ausgabe, que se lanzó entre 1862-1885, se suspendió a la mitad del volumen veintiséis, porque en 1883 salió el primer volumen de la edición de Weimar (Weimarer Ausgabe). No hay duda de que esta es la edición integral por excelencia de las obras de Lutero, las cuales están organizadas en cuatro secciones (Abteilung) con numeración separada:

1. Escritos (Schriften, WA), en setenta y tres volúmenes, publicados de 1883 a 2009.

2. Charlas de sobremesa (Tischreden, WATr), en seis volúmenes, de 1912 a 1921.

3. La Biblia alemana (Die Deutsche Bibel, WADB), editada en doce volúmenes, de 1906 a 1961, y

4. Correspondencia (Briefwechsel, WABr), en dieciocho volúmenes, que se publicaron entre 1930-1985. El plan general de esta edición comprende: once volúmenes de textos (1930-1948), dos volúmenes de correcciones y añadiduras (1967-1968), un volumen relativo a las fuentes empleadas (1970) y cuatro volúmenes de índices (1978-1985). Desde el principio, contó con la dirección y supervisión de los prestigiosos profesores Otto Clemen, Hans Volz y Eike Wolgast. Las cartas se presentan en orden cronológico y su número asciende a unas 3500 (3511 para ser exactos), de las que 2585 salieron del puño y letra de Lutero; el resto son cartas en las que el doctor es el destinatario (926).

El texto de las misivas, siempre que esto ha sido posible, se presenta en la versión original, ya sea en latín o en alemán. Además, los editores se han esforzado por incluir en todas ellas material complementario e información biográfica que sin duda ayudan a entender el contexto en el que fueron escritas. Trata de ser una edición crítica y comprehensiva (kritische Gesamtausgabe), por cuanto se propone restituir el texto en su forma original. Las variantes redaccionales (variae lectiones) que se dan con respecto a las ediciones anteriores están consignadas (junto a las notas) en el apartado crítico, si bien sus editores no entran a evaluar la tradición manuscrita que permitiría fijar el texto más recomendable para aquellas cartas que carecen de un texto original autógrafo. En estos casos, los editores han adoptado mayoritariamente el textus receptus de la edición Enders-Kawerau.

En el apartado dedicado a la bibliografía, ofrecemos las referencias de algunas de las ediciones que hemos mencionado más arriba y que, en buena medida, nos han servido también para confeccionar el presente volumen, así como de otras ediciones menores y parciales que vieron la luz a lo largo del siglo XX.

Nuestra edición

En este tercer volumen de la colección Obras reunidas de Martín Lutero, presentamos al gran público de habla española una selección de doscientas cartas del doctor de Wittenberg, todas ellas completas —sin extractar— y precedidas de un pequeño resumen que pretende ayudar al lector a entenderlas mejor, ya que trata de situarlas en el contexto histórico y personal en el que fueron escritas. No hemos incluido aquí, por tanto, ninguna carta en la que él fuera el destinatario, aun reconociendo la importancia que en una relación epistolar tienen tanto las cartas que uno escribe como las que se reciben. De haber hecho esto, hubiéramos sobrepasado con mucho nuestro objeto de estudio y con toda seguridad este volumen habría engordado unas cuantas decenas de páginas.

Los criterios que hemos empleado a la hora de seleccionar una antología como esta han sido los siguientes:

1) En primer lugar, queríamos abarcar la totalidad de la vida de Lutero, desde sus misivas iniciales, siendo un simple fraile en los monasterios de Erfurt y Wittenberg, hasta las postreras cartas a su esposa Catalina desde Eisleben días antes de su muerte, pasando por todas las etapas de su intelectualmente intensa vida como reformador.

2) Segundo, era nuestro deseo que hubiera la mayor variedad posible de temáticas y de destinatarios. Por tanto, el lector podrá encontrar aquí no solamente cartas que abordan puntos doctrinales de lo que podría llamarse «la nueva fe», sino también cartas familiares (a su esposa Catalina y a su hijo Hans), consolatorias (a Jorge Spenlein, a Justo Jonas, etc.)14, dirigidas a las autoridades políticas (los sucesivos electores de Sajonia, el landgrave de Hesse) o religiosas (al papa, a su superior Juan de Staupitz, al cardenal de Maguncia), a amigos o bien simpatizantes de la Reforma (Spalatino, Melanchton, etc.) y también a otras personas que no lo eran tanto (Erasmo de Róterdam o el rabino Josel de Rosheim). El universo de personajes, como puede verse, es variadísimo.

3) En tercer lugar, hemos querido que, en nuestro muestrario, tuvieran una especial representación dos momentos clave en la evolución de la vida y del pensamiento luterano y que se corresponden con sus dos estancias de reclusión (más o menos voluntaria), en los que su actividad epistolar cobró especial relevancia y significación: una, cuando estuvo en la fortaleza de Wartburg (entre mayo de 1521 y marzo de 1522, después de su intervención en la Dieta de Worms), y la otra, cuando siguió y hasta cierto punto vigiló las sesiones deliberativas de la Dieta de Augsburgo desde la atalaya del palacio-fortaleza de Coburgo (entre abril y octubre de 1530). Por ello, más abajo nos detendremos a analizar estos dos momentos cruciales de su vida con un poco más detenimiento, y

4) En cuarto lugar, también ha sido nuestra voluntad compilar todas las cartas que ya hubieran sido traducidas al castellano en cualquier otra edición y formato, de manera que lector hispanohablante tuviera reunidas todas ellas en un único volumen. Por desgracia, aquí nuestra búsqueda acabó muy pronto, debido a la escasez de este tipo de ediciones. En efecto, la única que encontramos fue el volumen antológico que realizó el profesor salmantino Teófanes Egido en el año 1977, en donde aparecen seleccionadas un total de cuarenta y dos cartas del reformador alemán. Algunas otras cartas traducidas pueden encontrarse también de forma extractada en la excelente (pero sesgada) biografía de Lutero que firmó el historiador jesuita Ricardo García-Villoslada en 197315.

Para la traducción de los textos, hemos podido consultar las principales ediciones del epistolario luterano en su lengua original (De Wette, Enders y WABr) y, siempre que nos ha sido posible, la hemos cotejado con las correspondientes versiones en otras lenguas: en alemán (Walch, Wart.), inglés (LW, Smith), francés (MLOE) e italiano (Dithmar). Asimismo, hemos revisado, como era de esperar, las traducciones existentes en español (RGV, Egido). Todas ellas aparecen, con su título abreviado, en el encabezamiento de todas las cartas. Este esfuerzo bibliográfico supletorio tiene la intención de ofrecer al lector la información necesaria para localizar y consultar las diferentes versiones que hoy día existen de las cartas luteranas, un material muy propenso a ser extractado o resumido. Por otra parte, las notas, al final de cada una de las cartas, pretenden aclarar algún pasaje poco claro o simplemente aportar una información complementaria de utilidad para el público.

PERÍODOS HISTÓRICOS DE LAS CARTAS

El primer período abarca las cartas escritas por Lutero entre el año 1507 y marzo de 1522, el momento en que decide abandonar su confinamiento en Wartburg y regresar a Wittenberg. Las misivas de estos años vienen a ilustrar los episodios que, por lo general, se consideran los más emocionantes en la vida del reformador: su carrera monástica y académica, su desafío a la iglesia romana, su juicio por herejía, su presencia en la Dieta de Worms y, finalmente, su retiro en el castillo de Wartburg.

El segundo período comprende las cartas escritas por Lutero desde marzo de 1522 hasta octubre de 1530. Este período abarca desde el momento en que Lutero, declarado hereje y fuera de la ley por el Edicto de Worms, se instaló de nuevo en Wittenberg para hacerse con las riendas del movimiento reformador hasta que, desde su gabinete en la fortaleza de Coburgo, dirigió a los teólogos evangélicos que asistían a las sesiones de la Dieta de Augsburgo en 1530. Para hacerse una idea de la dinámica de estos años, baste recordar que, en 1521, Lutero estaba absolutamente solo ante el emperador y el papa, y que únicamente podía contar con el tácito apoyo de su señor territorial, el elector Federico el Sabio. Aun así, reafirmó sus convicciones evangélicas y, para 1530, ya se alineaban en torno a él un grupo de Estados del Imperio que habían decidido plantar cara al emperador y defender con uñas y dientes la libertad de conciencia frente al papa y la curia. Logro este que se consumó con la presentación, en lectura pública, de la llamada Confesión de Augsburgo en la dieta imperial de aquel año. Una confesión de fe que debe su elaboración y redacción definitiva al irénico Melanchton, quien a veces no siguió el consejo de Lutero16. Este será el documento fundacional de la iglesia evangélica que, a la larga, supondrá un punto de inflexión en la evolución religiosa de Alemania y, por ende, de Europa.

En el plano personal, lo más destacado de este período fue su matrimonio con Catalina de Bora. El monje agustino y el profesor universitario, que hasta aquel momento había vivido por y para su trabajo, ahora tuvo que asumir las tareas propias de un marido y pater familias. Desgraciadamente, como dijimos más arriba, apenas se ha conservado una veintena de cartas de Lutero dirigidas a su esposa, lo que supone un formidable vacío para todos los que, de un modo u otro, están interesados en descubrir la faceta más humana del «ruiseñor de Wittenberg».

Finalmente, el tercer período comprende las cartas escritas por Lutero entre octubre de 1530 y el 14 de febrero de 1546, fecha de la última carta conservada, cuatro días antes de su muerte por causas naturales. Para muchos especialistas en Lutero, los años finales de la vida del reformador suponen una regresión en el pensamiento luterano. Muy lejos de la audacia intelectual y la originalidad creativa que caracterizan los primeros años del «joven Lutero», el «viejo Lutero», en cambio, destaca por su obstinación, su gradual egocentrismo y su mayor tendencia a la violencia verbal. Tal vez todas estas acusaciones tengan un punto de verdad, pero, en nuestra opinión, son el resultado de una evolución natural en la que las desgracias personales y el inveterado pesimismo del wittenbergués jugaron un papel determinante. En las cartas de este período, Lutero manifiesta cierto hartazgo de vivir y son frecuentes sus referencias a una muerte próxima, que él veía como liberadora de todos los males que venía padeciendo. Incluso en 1545 manifestó su deseo de abandonar la antaño querida ciudad de Wittenberg por la vida reprensible de sus conciudadanos (cf. carta 192).

Como dijimos más arriba, hay dos momentos en la vida del Doktor en el que las cartas que él podía enviar o recibir jugaron un papel de primer orden en el curso de los acontecimientos. Nos referimos a cuando tuvo que residir por un tiempo en los castillos de Wartburg (1521-1522) y Coburgo (1530), puesto que entonces su aislamiento hizo que la correspondencia diaria fuera el principal (y a veces único) canal de comunicación con el exterior.

Wartburg: en el reino de los aires (mayo de 1521-marzo de 1522)

En la escarpada fortaleza de Wartburg, con espléndidas vistas a su querida ciudad de Eisenach, Lutero permaneció durante aproximadamente once meses de incógnito, adoptando para ello la falsa identidad del «caballero Jorge» (der Junker Jörg). En aquel tiempo, su contacto con el exterior fue, al menos al principio, muy limitado en aras de salvaguardar el secreto de su escondite, que muy pocos conocían a ciencia cierta. Para entender su situación allí, hay que tener en cuenta que Lutero venía de comparecer en Worms ante el emperador y que poco después, tal como era de esperar, por el edicto resultante de aquella dieta, fue declarado hereje y prófugo. En esta delicada situación personal y para no comprometer todavía más la posición política de su señor territorial, Federico el Sabio, Lutero consintió (no de muy buena gana, por cierto) aquella reclusión forzosa y se comprometió de palabra a actuar con prudencia y discreción en aquel particular Patmos suyo, como él lo llamaba. Su principal interlocutor en el mundo exterior fue el secretario del príncipe-elector, su valedor y confidente Jorge Spalatino, con quien le unía una relación de sincera y devota amistad. Desde el Wartburg, también siguió de cerca los acontecimientos que se fueron desarrollando en Wittenberg en su ausencia, gracias a las informaciones que le suministraban su estrecho círculo de amigos, entre los que se encontraban Felipe Melanchton, Justo Jonas y Nicolás de Amsdorf.

Las primeras cartas de aquel peculiar exilio procuran mantener el secreto de su paradero. Por eso juega muy a menudo con su localización y firma sus cartas empleando un lenguaje críptico, pero de evidentes ecos bíblicos: «en el reino de los pájaros», «en el reino de los aires», «en la montaña», «en la tierra de los pájaros», «desde mi desierto» o «desde la isla de Patmos». Por la misma razón, también alterará su nombre y, con una buena dosis de humor, en una ocasión firmará su carta con el pseudónimo de Hinricus Nesicus, sc. «Enrique Isleño» (cf. carta 59).

Por otro lado, las cartas de aquellos días reflejan el sufrimiento psicológico de un hombre forzado a estar recluido y aislado de su ambiente natural y el sufrimiento físico del monje castigado por los continuos achaques de su mala salud. Excomulgado por el papa y condenado por el emperador, Lutero se debate entre temores y angustias. Pero, a pesar de todas estas circunstancias hostiles, el pensamiento del Doktor evoluciona y su actividad literaria no se detiene en absoluto, más bien, todo lo contrario. Las cartas nos muestran al mismo tiempo un personaje solitario, sí, pero que ha asumido plenamente su papel en la historia: el de ser el debelador del viejo y depravado orden de la iglesia papal, erigiéndose en el portador de un esperanzador mensaje de regeneración religiosa y social como cumplimiento de la voluntad de Dios. Desde Wartburg, Lutero se opone a los poderosos, se enfrenta al cardenal de Maguncia e incluso a su protector, Federico el Sabio (por poner este su fe más en las colecciones de reliquias de santos que en el Señor Jesucristo). Se opone también al papa y a la curia romana por prohibir sin fundamento escriturístico el matrimonio de los sacerdotes. Lucha, pues, contra el celibato forzado de monjes y sacerdotes, a los que defiende cuando son perseguidos por haberse casado17. Quiere liberar las conciencias de todas las falsas ataduras del papa. La posición que entonces defendió con respecto al matrimonio sacerdotal sigue siendo aún hoy día un aspecto crucial que diferencia a la iglesia romana de la iglesia evangélica.

Como ya hemos mencionado, en poco menos de once meses su incansable pluma produjo decenas de escritos que, no sin esfuerzo y con algún que otro contratiempo, acabaron en las prensas de los editores de Wittenberg para su publicación18. Las cartas nos dan pistas y datos concretos de cómo se gestaron muchas de ellas; la lista se nos antoja sencillamente impresionante:

— El Magnificat traducido y explicado (Das Magnifikat verdeutscht und ausgelegt, WA 7, 544-604);

— Respuesta al libro hipercristiano, hiperespiritual e hiperactivo del chivo de Emser de Leipzig (Auf das überchristlich, übergeistlich und überkünstlich Buch Bock Emsers zu Leipzig Antwort, WA 7, 621-688);

— Explicación en alemán del salmo 67 (68) (Deutsche Auslegung des 67. [68.] Psalmes, WA 8, 4-35);

— Contra Latomus (Rationis Latomianae confutatio, WA 8, 43-128);

— Sobre la confesión, si el papa tiene el poder de exigirla. Salmo 118 (Von der Beicht, ob die der Papst Macht habe zu gebieten. Der hundertundachtzehnte Psalm, WA 8, 168-204);

— Exposición del salmo 36 (37) de David (Der 36. [37.] Psalm Davids, WA 8, 210-240);

— Retractación del Dr. Lutero del error al que le forzó el más erudito sacerdote de Dios, Sr. Jerónimo Emser, vicario en Meissen (Ein Widerspruch D. Luthers seines Irrtums, erzwungen durch den allerhochgelehrtesten Priester Gottes, Herrn Hieronymus Emser, Vicarien zu Meißen, WA 8, 247-254);

— Juicio de los teólogos de París sobre la doctrina del Dr. Lutero (Ein Urtheil der Theologen zu Paris über die Lehre D. Luthers, WA 8, 267-312);

— Puntos relativos a los votos (Themata de votis, WA 8, 311-335);

— El evangelio de los diez leprosos (Das Evangelium von den zehn Außätzigen, WA 8, 336-397);

— Sobre la abrogación de la misa privada (De abroganda missa privata Martini Lutheri sententia, WA 8, 398-481);

— Juicio de Martín Lutero sobre los votos monásticos (De votis monasticis Martini Lutheri iudicium, WA 8, 564-669);

— Una sincera admonición de Martín Lutero a todos los cristianos para que se protejan contra la insurrección y la rebelión (Eine treue Vermahnung zu allen Christen, sich zu hüten vor Aufruhr und Empörung, WA 8, 670-675);

— Bula coenae domini, esto es, la bula de la cena voraz de Su Santidad el papa, explicada por M. Lutero (Bula coenae domini, das ist: Bulle vom Abendfressen des allerheiligsten Herrn, des Papstes, verdeutscht durch M. Luther, WA 8, 688-720);

— Apostillas eclesiásticas (Die Wartburgpostille, WA 10/1, 1-728).

Sin olvidar, claro está, su extraordinaria traducción al alemán del Nuevo Testamento, Das neue Testament deutsch, realizada en tan solo diez semanas a partir del texto griego del Novum instrumentum (1516) de Erasmo.

En paralelo a esta fructífera actividad literaria, vemos la propia evolución de su pensamiento en cuestiones que hasta aquel momento no tenía del todo definidas y sobre las que no había reflexionado lo suficiente. Esto se ve claro, por ejemplo, en la espinosa cuestión de los votos monásticos. En Wittenberg, Karlstadt había tomado las riendas de las reformas; muchas de ellas iban más allá de lo que el reformador estaba dispuesto a tolerar. Por eso, cuando en junio de 1521, su antiguo colega planteó sus tesis sobre el celibato, el doctor no pudo eludir por más tiempo una polémica que iba acrecentándose día a día. Al principio, dudó de que fuera conveniente eliminarlos por completo y, por ese motivo, en septiembre propuso dos series de tesis sobre los votos, en las que ya se advierte la evolución, al convencerse de que los votos entraban en contradicción con la gracia divina. En su opinión, no había duda de que el celibato era absolutamente indefendible entre los sacerdotes, pero se resistía a eliminarlo entre los monjes. Al final y, por pura deducción lógica, acabará clamando en su tratado sobre los votos monásticos19, que estos también eran contrarios a la fe, a la libertad evangélica y a los mandamientos de Dios. En su correspondencia de aquel verano con Melanchton, este progreso de su pensamiento con relación a los votos puede trazarse con una claridad meridiana (cf. las cartas 62 y 64).

Al final, la situación en Wittenberg se hizo tan inestable que Lutero, aun sin la autorización de Federico el Sabio, decidió retornar a la ciudad y hacerse así con el control de la situación. A principios de diciembre de 1521, Lutero ya había hecho una visita relámpago y de incógnito con la intención de acelerar la publicación de algunos de sus manuscritos y apaciguar los ánimos de algunos de los suyos. No le gustó lo que vio durante aquellos días y prometió escribir una exhortación pública para corregir algunos comportamientos con los que él no estaba de acuerdo (cf. carta 72). Como los desórdenes no cesaron, el 5 de marzo de 1522 decidió regresar a Wittenberg por su cuenta y riesgo, «bajo una protección mucho mayor que la del príncipe-elector» (cf. carta 82), dando así por finalizado su confinamiento en Wartburg.

En total se han conservado treinta y ocho cartas de las escritas por Lutero desde su exilio en Wartburg20, más siete escritos de dedicatoria que se ajustan también al formato del género epistolar. De este conjunto, en nuestra edición hemos recogido veintisiete cartas, con las cuales esperamos dar al lector una adecuada visión general de lo que significó aquel período de confinamiento en la vida del reformador.

Coburgo: desde el reino de los grajos voladores (abril-octubre de 1530)

Después de nueve años de haber convocado y presidido la fatídica Dieta de Worms (1521), Carlos V volvía de nuevo a Alemania y lo hacía habiendo sido recientemente coronado emperador por el papa en Bolonia con todo el boato propio de las grandes celebraciones. El césar había firmado la paz con el francés, se había reconciliado con el pontífice Clemente VII y ahora tenía las manos libres para abordar con los estados alemanes la amenaza turca y la forma de restaurar la unidad perdida de la Iglesia. Estos eran los dos principales objetivos que, desde su posición, justificaban convocar una nueva dieta, esta vez en la ciudad imperial de Augsburgo. Por su parte, tanto los príncipes como los representantes de las ciudades imperiales donde la Reforma había triunfado acudían a la dieta dispuestos a defender el mensaje que resonaba desde Wittenberg y a hacerse responsables de todas las medidas que habían adoptado para organizar la nueva iglesia resultante en sus territorios. Estaban decididos a no dejarse avasallar por el bando católico, como había sucedido un año antes en Espira.

Abordar un estudio profundo y pormenorizado de la Dieta de Augsburgo, de todas sus sesiones, sería una labor ímproba que, evidentemente, escapa al cometido de esta breve introducción. Sin embargo, sí que vale la pena apuntar, aunque sea someramente, la intensa relación epistolar que Lutero desplegó desde el castillo de Coburgo con sus colegas presentes en la dieta, en particular con Felipe Melanchton, su principal confidente aquellos días. Recordemos que Lutero siguió la dieta a distancia (in absentia), porque su presencia en Augsburgo estaba vetada por la vigencia del Edicto de Worms (1521) que lo declaraba prófugo y fuera de la ley en todo el Imperio. En esas circunstancias, Melanchton se erigió en el líder natural de los evangélicos y su objetivo era combatir con tenacidad para que el emperador reconociera la nueva fe y esta fuera aceptada por el resto de los estados del Imperio, al menos hasta que el concilio previsto resolviera el asunto definitivamente. De esta manera, los protestantes pretendían situar la cuestión religiosa en el terreno que más les favorecía, el de la estricta libertad de conciencia —entendiendo que cada príncipe era libre de adherirse a la fe que quisiera, católica o evangélica— y dejar así sin efecto el edicto aprobado el año anterior en Espira (marzo-abril de 1529), cuando los príncipes católicos, con el regente Fernando a la cabeza, acabaron de facto con cualquier atisbo de tolerancia religiosa en el Imperio.

La dieta estaba prevista que comenzase sus sesiones el 8 de abril, pero la coronación imperial en Bolonia hizo que se retrasara su inicio hasta el 20 de junio. La comitiva sajona, encabezada por el duque Juan, partió de Torgau el 4 de abril y llegó a Coburgo el 15. Entonces ya estaba decidido que Lutero no siguiese camino y se quedase en el palaciofortaleza de aquella ciudad, en el que entró en la noche del 23 al 24 de abril. Como el reformador no podía traspasar los límites de Sajonia por ser un proscrito, el elector decidió tenerlo lo más cerca posible para contar con su opinión y asesoramiento durante el trascurso de la dieta. De buena gana Lutero hubiera regresado a Wittenberg, pero, como en otras ocasiones, siguió al pie de la letra las instrucciones que su señor le dio. El elector con su comitiva llegó a Augsburgo el 2 de mayo y allí esperaron la llegada del emperador.

Apenas se hubo instalado en Coburgo con sus dos compañeros de viajes21, Lutero se puso a escribir y despachar cartas. En una de esas primeras misivas, en concreto a Spalatino, el reformador compara la dieta que debía celebrarse en Augsburgo con una que estaba teniendo lugar en aquellos momentos alrededor de las almenas y torreones del castillo, protagonizada por las bandadas de grajos que revoloteaban sin cesar por encima de su cabeza (cf. carta 137). Con un poco de humor, Lutero rebajaba la gravedad del momento. Todavía hoy nos sigue fascinando la facilidad con la que el Doktor elaboraba fábulas, parábolas y relatos fantasiosos a partir de la mera observación de la naturaleza. Recordemos que un poco más tarde, hacia el 19 de junio, escribirá su célebre carta a Hans, su hijo primogénito, en la que dará muestra de esta imaginación desbordante, describiendo el entorno de un jardín paradisíaco, en donde los niños que se portan bien y rezan sus oraciones pueden jugar libremente entre árboles frutales y montar en lindos caballitos (cf. carta 144). Fue sin duda un magnífico regalo de cumpleaños para su hijito, que entonces cumplía cuatro años de edad.

Desde Coburgo, como también lo hizo en Wartburg, Lutero firmará sus cartas haciendo referencia a su soledad y a la ubicación encumbrada del castillo, de modo que en sus despedidas dirá: «en el reino de los pájaros», «desde el reino de los grajos voladores» y, el más repetido, «desde el desierto», con la variante críptica «desde el desierto Gruboc» o simplemente «desde Gruboc» (anagrama de Coburg[o]). Por otro lado, también se advierte que durante su estancia allí el Doktor dispuso, como era de esperar, de más tiempo para dedicarlo a escribir cartas, ya que estas son sensiblemente más extensas que las que acostumbraba a despachar desde Wittenberg.

Aunque su residencia en Coburgo debía permanecer en secreto, está claro que se trató de un secreto a voces, ya que Lutero no dejó de recibir visitas en su supuesto escondite. Por allí pasaron, entre otros, su amigo Wenceslao Link, el abad Federico Pistorius, el consejero del concejo de Núremberg, Wolfgang Stromer, sus paisanos de Mansfeld, Juan Reinicke y Jorge Römer, la noble dama, Argula von Grumbach, cuyo hijo estudiaba en Wittenberg, el canciller de los duques de Mansfeld, Gaspar Müller y su propio hermano, Jacobo. En una de las misivas a su esposa Catalina, Lutero se queja, con un punto de ironía, de este continuo trasiego de personas. Eran tantas la visitas, llega a decir, que «¡esto se está convirtiendo en un lugar de peregrinación para todos!» (cf. carta 140).

Dispuestas así las cosas, Lutero en Coburgo y Melanchton en Augsburgo estuvieron separados por espacio de seis meses22