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A consecuencia de la publicación de libro satírico cuya autoría se le atribuyó, José Cadalso tuvo que hacer frente al escándalo que corrió por la corte madrileña de su época hasta el punto de verse obligado a exiliarse durante meses en Zaragoza. Durante esa época escribió numerosos poemas, con temas que abarcan los que estaban en boga en su época: el amor, el desamor, lo pastoril, el humor o la sátira tanto política como social.
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Seitenzahl: 81
Veröffentlichungsjahr: 2021
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José Cadalso
Saga
Ocios de mi juventud
Copyright © 2014, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726797121
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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Poesías líricas: en continuación de Los eruditos a la violeta
Movido de un justo agradecimiento por la favorable aceptación con que el público honró la crítica de los falsos sabios que hice con nombre de los Eruditos a la violeta, compuse y le ofrecí el Suplemento. Y no siendo menor el favor con que le recibió, debe también ser mi gratitud en este caso igual a la que le manifesté en el otro. Pero como la crítica es materia tan delicada que, o suele degenerar en sátira, cosa opuesta a mi modo de pensar, o suele ser una fría repetición de lo ya dicho, cosa igualmente desagradable a los leyentes, he creído más acertado el publicar algunos manuscritos míos sobre varios ramos de literatura, empezando por la poesía.
Estos primeros cuadernillos son por la mayor parte del género menos útil de la poesía, pero del más agradable. Los intitulo Ocios de mi juventud, quedándome algún escrúpulo de que su verdadero título debiera ser Alivio de mis penas, porque los hice todos en ocasión de acometerme alguna pesadumbre, tal vez efecto de mis muchas desgracias, tal vez efecto de mis pocos años, y tal vez de la combinación de ambas causas.
En las materias amorosas he procurado escribir con la modestia de los Argensolas y Garcilaso, y no con la libertad de algunos otros poetas que se hallan impresos y reimpresos.
En el único asunto heroico que he tratado, puedo asegurar que la adulación no me ha dictado un verso; no ha seguido mi pluma otra voz que la de mi corazón.
En los versos en que se toca por incidencia la gloria de mi nación, he procurado hablar con todo el celo que profeso a mi patria y con toda la justicia que le hace la Historia; mayores ingenios lo ejecuten con toda la pompa que ella se merece. Los españoles lo agradecerán, los extranjeros lo aplaudirán; pues el espíritu de patriotismo que reina hoy en todos los países de la Europa hace que los hombres juiciosos de cada uno estimen a los que se declaran patriotas respectivamente en los suyos. Cuanto dijo Virgilio en alabanza de la gente romana, ponderando lo arduo que fue formar aquella nación gloriosa, atribuyéndola el derecho de destruir a cuantas se resistiesen a su poder, y de perdonar a cuantas implorasen su gracia, y profetizando una duración sin límite, ha sido justamente repetido en cada nación con más o menos verdad, pero con igual razón política, cual es el estímulo de los vivientes con los nombres de los muertos.
No creo que merezca menos mi patria, ni lo creerá su mayor enemigo, si lee nuestros anales, no sólo en la parte impresa por los españoles sino en la que dejaron escrita los romanos.
Hasta aquí por lo tocante a mis poesías en particular. De la poesía en general sería muy inútil referir su dignidad y mérito. Si en este siglo la han hecho menos apreciable algunos que han usurpado el título de poetas, sin tener la menor calidad para merecer este timbre, queda muy desagraviada la facultad con retroceder en la Historia y ver la consideración que obtuvieron en la corte y en la nación los que manejaron la lira con la misma mano y en el mismo tiempo que los negocios mayores de la religión, estado y guerra. Los nombres de Rebolledo, Ercilla, Hurtado de Mendoza, León y otros hacen ver lo compatible que es esta diversión con las ocupaciones mayores.
El erudito patriota que hace a la nación el servicio de publicar los extractos de nuestros poetas antiguos, nos da una noticia muy exacta del nacimiento y fortuna de los príncipes de nuestro Parnaso; y su lectura nos muestra evidentemente que los poetas verdaderos, aun en nuestros siglos más gloriosos, no tuvieron menos nombre en la república civil que en la literaria.
Id, versos dichosos,
id, consuelos míos,
a la excelsa Corte
del rey más benigno.
Desde esta cabaña
de techo pajizo,
que fue vuestra cuna
y mi dulce asilo,
llegad hasta donde
el humilde río
los cimientos baña
del palacio altivo.
Mas no la inocencia
de ser hijos míos,
en llanto engendrados
y en pena nacidos,
os lleve engañados,
con afán continuo,
buscando un Mecenas
entre los validos.
¡Qué mal entre adornos
de dorados libros
parecen las hojas
del libro sencillo
en que mi tristeza
gravó mis suspiros!
Tampoco a los sabios
lleguéis atrevidos,
pidiendo que os pongan
al lado de Ovidio,
Boscán, Garcilaso,
Marcial y Virgilio,
Argensola, Lope
y Homero divino.
No entréis tan endebles
en tanto peligro,
que corren gran riesgo
en un golfo mismo
las barcas pequeñas
entre los navíos
que llevan de Cádiz
a los mares indios
las armas de Carlos,
su fe y su dominio.
Si acaso llegáis,
(¡oh cuánto os lo envidio!)
llegad preguntando
por un buen amigo,
de prendas completo
y libre de vicios,
con dulzura sabio,
sin arte, benigno.
Por estas señales
a Ortelio os dirijo.
Ya esté con su padre,
de quien es alivio;
ya esté, como suele,
allá en su retiro,
contando en los astros
las fuerzas y giros;
o ya del teatro
en el noble circo,
aplaudiendo gracias
o tachando vicios;
o ya con su Lisis
(que también le he visto
pagar el tributo
de gozo y suspiro
al sexo amoroso,
con afecto fino),
llegad a su pecho,
archivo del mío,
y decidle: «¡Ortelio!,
con paz recibidnos;
venimos de parte
del triste Dalmiro».
Caro lector, cualquiera que tú seas
el que mis Ocios juveniles veas,
no pienses encontrar en su lectura
la majestad, la fuerza, la dulzura,
que llevan los raudales del Parnaso,
Mena, Boscán, Ercilla, Garcilaso,
Castro, Espinel, León, Lope y Quevedo.
No ofrezco asuntos que cumplir no puedo.
Sé que el mortal a quien benigno el hado
la morada del Pindo ha destinado,
halla en su cuna la sagrada rama
con que se sube al templo de la fama.
Tanta dicha a los cielos no he debido,
bajo tan fausto signo no he nacido.
En falsas cortes y en malicia fiera,
de mi vida pasé la primavera;
jamás compuse versos hasta el día
que me dejó la estrella más impía
a mi pena y rigor abandonado,
objeto débil del rigor del hado;
y con amor y ausencia, mal más fuerte
que cuantos he nombrado y que la muerte.
Entonces, por remedio en mi tristeza,
de Ovidio y Garcilaso la terneza
leí mil veces, y otros tantos gozos
templaron mi dolor y mis sollozos.
Huyendo de los hombres y su trato,
que al hombre bueno siempre ha sido ingrato,
sentado al pie de un álamo frondoso
en la orilla feliz del Ebro undoso,
¡cuántas horas pasé con los sentidos
en tan sabrosos metros embebidos!
¡Ay, cómo conocí que en su lectura
derramaban los cielos más dulzura
que en el divino néctar y ambrosía!
Mi tristeza en consuelo convertía,
y mis males yo mismo celebraba
por la delicia que en su cura hallaba.
Así como se alienta el peregrino
cuando encuentra con otro en el camino,
y con gusto el piloto al mar se entrega
si otro con él el mismo mar navega;
como se alivia el llanto si un amigo
de nuestras desventuras es testigo;
así los tristes versos que leía
templaban mi fatal melancolía,
hasta que en ellos me dispuso el cielo
de todo mi dolor total consuelo.
Así mi alma al Pindo agradecida,
cultivarle juró toda la vida.
Con pecho humilde y reverente paso
llegué a la sacra falda del Parnaso
y, como en sueños, vi que me llamaban
desde la sacra cumbre y me alentaban
Ovidio y Laso, a cuyo docto influjo
mi numen estos versos me produjo.
Todos de risa son, gustos y amores.
No tocaré materias superiores.
De los supremos dioses y los reyes
la oscura voz y las secretas leyes,
los arcanos, enigmas y misterios
no digo con osados versos serios;
antes con más sencillo y bajo tono
celebro la cabaña y dejo el trono.
Ya canto de pastoras y pastores
las fiestas, el trabajo y los amores;
ya de un jardín que su fragancia envía
escribo la labor y simetría;
ya del campo el trabajo provechoso,
y el modo de que el toro más furioso
sujete al yugo la cerviz altiva,
y al hombre débil obediente viva;
ya canto de la abeja y su gobierno,
y el dulce tono del jilguero tierno.
No mido con inútil osadía
cuánto anda el astro que preside al día,
ni celebro vilmente a los varones
funestos a la paz de las naciones.
Matar los hijos, degollar las madres,
violar las hijas, afrentar los padres,
lleven al hombre al templo de la gloria
al toque del clarín de la victoria;
pero jamás con versos inhumanos
héroes he de llamar a los tiranos.
Y di, lector, ¿acaso nos importa
(pues la vida es tan frágil y tan corta)
que Febo dé su vuelta concertada,
siendo la Tierra la que está parada,