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Durante más de 10 lustros, el Imperialismo ha intentado destruir por todos los medios a la Revolución Cubana, y exterminar a nuestro pueblo. Operación extermino… refleja claramente esa guerra no declarada de Washington contra Cuba: la invasión por Playa Girón; la confrontación más grave de la Guerra Fría —la Crisis de Octubre—; cómo se "fabricaron" pruebas para tratar de vincular a Cuba y a su máximo líder con Lee Harvey Oswald, el presunto asesino de Kennedy; el apoyo a las bandas de alzados; la utilización de la guerra sicológica; el empleo de medios biológicos; las presiones económicas y financieras, y la gestación de más de 600 planes de atentado contra Fidel, entre otros temas. El libro recoge además la respuesta del pueblo de Cuba, actor principal en esta gesta silenciosa contra el terrorismo, el asesinato y la subversión.
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Seitenzahl: 554
Veröffentlichungsjahr: 2017
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Primera edición, 2008 Segunda edición, 2010
Edición digital: 2016
Título original: Operación exterminio. 50 años de agresiones contra Cuba
Revisión Editorial: Javier Bertrán Martínez
Edición: Ricardo Barnet Freixas
Edición digital: Suntyan Irigoyen Sánchez
Diseño de cubierta: Deguis Fernández Tejeda
Corrección: Osvaldo de la Caridad Padrón Guás
Emplane: Irina Borrero Kindelán
Maquetación digital: Oneida L. Hernández Guerra
©Fabián Escalante Font, 2008
© Sobre la presente edición:
Editorial de Ciencia Sociales, 2016
ISBN 978-959-06-1827-7
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Anuestro valiente pueblo, artífice y héroe de esta gesta.
A mis compañeros de luchas, caídos y presentes, sin cuyo concurso, abnegación, sacrificio y esfuerzo no hubiera sido posible narrar esta historia.
A los valerosos agentes y colaboradores de la Seguridad, infiltrados en las filas enemigas, dispuestos a cumplir la tarea de la defensa de la patria en cualquier lugar e instante.
A Arturo Rodríguez Mendoza, amigo y hermano de aventuras, cuyo recuerdo aún inspira.
A Teresita, mi compañera; mis hijos: Raúl, César y Maryuris y los nietos; César y Fabián.
A Osvaldo Sánchez Cabrera, Gervasio Reymont, Carlos Figueredo Rosales, Ramón Vázquez, Eduardito Delgado Bermúdez, Haydee Díaz, Susana Reymont, María Díaz Ojeda, Gisela Domenech y todos aquellos que participaron en la formación de este valeroso destacamento de la Revolución.
A Manuel Piñeiro Losada, Orlando Pantoja Tamayo y Eliseo Reyes (San Luis), entrañables jefes.
A Gerardo, Ramón, René, Fernando y Antonio, cuya valentía, dignidad, patriotismo y lealtad revolucionaria constituyen leyenda y ejemplo para las nuevas generaciones de compatriotas.
A Ramiro Valdés Menéndez, fundador.
A Fidel y Raúl, artífices de la Revolución, de la Patria Socialista y de los servicios de Seguridad. Su ejemplo ha sido guía y paradigma, en estos años de combates y victorias.
[…] en los años venideros habrá tantos y tantos que quieran escribir sobre la Revolución, y quieran expresarse sobre la Revolución, recopilando datos e informaciones para saber cómo fue, qué pasó, cómo vivíamos.
Fidel Castro
Las ambiciones de los Estados Unidos por apoderarse de la mayor de Las Antillas tienen su origen en la primera mitad del sigloxixcuando la nueva nación iniciaba su expansión imperialista y avizoraba la recolonización de las repúblicas liberadas del coloniaje español.
A principios de 1823 el secretario de Estado norteamericano, John Quincy Adams, escribía:
Existen leyes políticas, así como de gravitación física; y si una manzana separada por la tempestad de su árbol, de su origen, no puede escoger sino caer al suelo, Cuba, por fuerza, separada de su artificial conexión con España, e incapaz de sostenerse por sí misma, solo puede gravitar hacia la unión americana, la cual, por la misma ley de la naturaleza, no puede rechazarla de su seno.1
1 Mensaje de William McKinley al Congreso, Washington DC, 11 de abril de 1898, Mensajes al Congreso, XII, Archivo Nacional de los Estados Unidos.
Meses después, el 2 de diciembre del propio año, el presidente James Monroe, en su mensaje al Congreso de la Unión, santificaba esas ideas como política de Estado, en la conocida Doctrina que lleva su nombre.
José Martí, el más esclarecido patriota que luchó por la independencia de Cuba, supo comprender el peligro que entrañaban las ambiciones del poderoso vecino cuando, en vísperas de su caída en combate, el 19 de mayo de 1895, expresó en carta a su amigo, el mexicano Manuel Mercado:
Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber —puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo— de impedir a tiempo, con la independencia de Cuba, que se extiendan por Las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América.2
2 José Martí: “Carta a Manuel Mercado”, Obras Completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, t. 20, p. 161.
El gobierno norteamericano aprobó en 1898 la Resolución Conjunta. Patentizaba que “el pueblo de Cuba es y de derecho debe ser libre e independiente” y que los Estados Unidos no tenían “deseo, ni intención, de ejercer dominio sobre la Isla, excepto para su pacificación”, pero no reconocían a la República en Armas. El real interés de apropiarse de la Isla llevaba al Presidente de esa nación a procurar negociaciones con España, intentando reiteradamente la compra del territorio insular, siempre infructuosamente. Una vía más expedita se presentó con la explosión del acorazado Maine, atracado en la bahía de La Habana. Entonces, los Estados Unidos intervinieron directamente en la guerra cubano-española para frustrar la inminente victoria de las armas cubanas con el pretexto de la agresión y para justificar su intromisión en la contienda. El momento escogido no fue casual. El Ejército Libertador, en su ofensiva, ganaba una guerra que España no podía sostener.
El 11 de abril, el presidente William McKinley propugnó “la enérgica intervención de los Estados Unidos en el conflicto”.3 La guerra duró apenas tres meses, concluyó con la rendición incondicional de España y la exclusión de los patriotas cubanos de las negociaciones, allanó el camino para imponernos una república mediatizada por sus cónsules y cañoneras durante más de medio siglo.
3 William McKinley: ob. cit.
La guerra imperialista culminó con la ocupación militar de Cuba. Se le concedió la independencia formal a la sombra de nuevas bases navales norteamericanas en su territorio y con una enmienda constitucional que daba derecho a los Estados Unidos de intervenir en Cuba. El país había cambiado de amo.
Durante más de cincuenta años, gobiernos manipulados por Washington administraron la Isla para garantizar las prósperas inversiones norteñas, amenazadas constantemente por los patriotas que se enfrentaban a la política neocolonial de la recién estrenada metrópoli. La miseria, el hambre, el analfabetismo y la discriminación proliferaban en el país. La corrupción, el latrocinio, la prostitución y el juego se enraizaron. El descontento, la inconformidad, la rebeldía y el sentimiento antimperialista se acrecentaban. Nuestro pueblo libró grandes batallas durante ese período: la fundación del Partido Comunista y de numerosas organizaciones revolucionarias, obreras y sociales; el derrocamiento de la tiranía de Gerardo Machado en 1933; la lucha contra la primera dictadura de Fulgencio Batista; el establecimiento de una Constitución progresista en 1940; las luchas obreras de esa década que desembocaron en la formación de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC); la batalla por el diferencial azucarero, que costó la vida al prestigioso dirigente comunista Jesús Menéndez; y, finalmente, el enfrentamiento a la dictadura batistiana, con el asalto al Cuartel Moncada en 1953, que conjuntamente con el desembarco del Granma, en 1956, y protagonizados por Fidel Castro, iniciaría la lucha armada en las montañas orientales y la resistencia clandestina en las ciudades, marcando el último capítulo de la dominación norteamericana.
El 1º de enero de 1959 triunfó en Cuba una revolución nacional y antimperialista que derrocó a la dictadura de Batista. A partir de entonces, los Estados Unidos desencadenarían una verdadera guerra contra el nuevo proyecto social emprendido en la Isla. No podían “admitir que en sus propias fronteras se expropiara la tierra a los latifundistas nativos y extranjeros, se eliminara la discriminación racial y de sexo; se enseñara a leer a los analfabetos; se comenzara a construir una sociedad nueva cuyo objetivo central ha sido y es la justicia social y el bienestar del pueblo.
Desde entonces, los gobiernos de los Estados Unidos han pretendido destruir el proceso revolucionario. En 1960, con la aprobación de la orden ejecutiva para derrocar al gobierno de la Isla, después, en 1962 con el Proyecto Cuba, que inició el feroz bloqueo que aún perdura; más tarde en 1963, con las “alternativas cubanas”, luego con las leyes Torricelli de 1992 y Helms-Burton de 1996 y, finalmente, en 2003, con el “Plan para la Asistencia a una Cuba Libre”, las administraciones de la Casa Blanca han pretendido exterminar no solo la Revolución, sino también al pueblo cubano; sin embargo, todo ello ha fracasado por una sola y única razón: la unidad del pueblo cubano y sus líderes en torno a un proceso político, social y económico verdaderamente revolucionario, soberano, independiente y antimperialista.
Han transcurrido cincuenta años de revolución victoriosa, a pesar de las agresiones, bloqueos y demás aventuras militares y subversivas emprendidas por el imperio. Durante este tiempo, la CIA y sus aliados han cometido los crímenes más horrendos en nombre de la gran democracia norteamericana. Al reflexionar sobre esta secular historia de agresiones y de guerras —unas veces encubiertas, otras declaradas—, comprendimos la necesidad de que nuestros pueblos de América conozcan los peligros que corren quienes pretendan liberarse de la dictadura generalizada que ejercen los Estados Unidos bajo la cobertura de la “defensa de los derechos humanos y sus conceptos de democracia representativa”, que no ha sido sino un pretexto para intentar tiranizarnos.
Las políticas imperiales y el papel de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en el proyecto subversivo para desarticular la Revolución Cubana, los dos objetivos propuestos, han transitado por diferentes caminos: van desde la constitución de las primeras organizaciones contrarrevolucionarias y el desarrollo de la conspiración trujillista; la preparación del ataque mercenario por Playa Girón; las operaciones Patty y Cuba en Llamas; los planes para asesinar a Fidel; la Operación Mangosta; la creación de JM / Wave, el enclave subversivo y terrorista más poderoso que haya existido en suelo norteamericano; el complot para involucrar a Cuba en el asesinato de Kennedy; las operaciones “autónomas”; la agresión biológica desatada en los años setenta; “las guerras por los caminos del mundo”, uno de los proyectos terroristas más abarcadores emprendidos y probable génesis del terrorismo actual; las campañas de guerra psicológica; la subversión política; el terrorismo contra el sector turístico para arruinar la economía, hasta nuestros días, cuando las campañas diversionistas desde la Sección de Intereses de los Estados Unidos en La Habana y otros centros subversivos pretenden caotizar la sociedad cubana, destruir su economía, desarmar la ideología socialista y estimular una “oposición legal” que, en su momento, pueda propinar el golpe de gracia a la Revolución, exterminándola y diluyendo su ejemplo.
Documentos desclasificados en los Estados Unidos, testimonios de participantes directos, informes de la Seguridad cubana y vivencias del autor, son los medios que nos proponemos utilizar para que el lector pueda formularse una idea de los principales acontecimientos ocurridos durante estos cincuenta años.
También pretendemos aportar experiencias relativas a la formación y desarrollo de los servicios de seguridad cubanos y cómo en su combate cotidiano, apoyados en la voluntad del pueblo para defender su revolución y el pensamiento de Fidel, han podido vencer a enemigos de tan poderosa talla.
Reconstruir la memoria de unos e informar a los más jóvenes contribuirá a que el lector, guiado en este laberinto de intrigas, golpes sucios, crímenes y destrucción, tenga una panorámica de lo que han sido estos años de agresiones, luchas y victorias en defensa de la Revolución Cubana.
En junio de 1961, en sus Palabras a los intelectuales, Fidel avizoraba la necesidad de que los escritores revolucionarios y honestos de los tiempos venideros plasmaran en sus obras la realidad de esos primeros años, y señalaba: “ustedes tienen la oportunidad de ser más que espectadores, de ser actores de esa Revolución, de escribir sobre ella, de expresarse sobre ella”4 para que las generaciones futuras conocieran esa realidad. Ese ha sido y será nuestro propósito.
4 Fidel Castro: “Palabras a los intelectuales”, Biblioteca Nacional, La Habana, 30 de junio de 1961, Política cultural de la Revolución Cubana, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1977, pp. 5-47.
Quedarán siempre episodios por narrar que dejamos a la iniciativa de otros. Sirva este relato como un modesto aporte a la historia contemporánea de nuestro heroico pueblo.
Capítulo I
Siete años de lucha heroica… no van a servir para que los mismos que hasta ayer fueron cómplices y responsables de la tiranía y sus crímenes sigan mandando en Cuba.
Fidel Castro
Allen Dulles5 estaba realmente preocupado. Las informaciones recibidas a través de distintas fuentes parecían contradictorias. Unas hablaban de rebeldes en apuros; otras de la desmoralización del ejército constitucional; las más sobre los incontables crímenes y asesinatos cometidos por la alta oficialidad, el desconcierto de las clases vivas de la sociedad cubana y el temor de algunos empresarios norteamericanos que veían en Las Vegas una mayor seguridad de inversión que en La Habana. Ya para 1958 los Estados Unidos tenían muy importantes intereses en Cuba. El volumen de sus inversiones en esos años ascendía a mil millones de dólares, cifra muy elevada si tenemos en cuenta que su total en América Latina era de unos ocho mil millones.
5 Allen Dulles (1893-1969), director de la CIA desde 1947 hasta 1961.
Necesitaban un hombre de su confianza en el terreno. Alguien con capacidad para cotejar informaciones y consolidar análisis. El Inspector General podría ser una buena opción.
El color plateado de la nave producía reflejos brillantes como señales cuando el sol de septiembre le iluminaba en su descenso sobre la pista habanera del aeropuerto de Rancho Boyeros. El cuatrimotor de la Panamerican se acomodó en su aparcamiento, le colocaron una escalerilla y comenzaron a descender personas con diferentes semblantes—sonrientes, ceñudas, indiferentes o ensimismadas— y vestimentas, hasta que apareció la suave figura de una aeromoza rubia, bella, a quien el fuerte sol habanero obligaba a semicerrar los ojos mientras se acostumbraba a aquel derroche de luz tropical. Hizo señas desde su altura a dos mozos uniformados que esperaban en tierra, y subieron presurosos, sabiendo de antemano a qué iban. Minutos después bajaban cargando entre sus brazos tensos a un hombre alto, de hombros anchos, que también parpadeaba por el sol. Detrás, esforzándose por llegar a tiempo, alguien conducía una silla de ruedas: era la única forma de trasladarse que le había permitido al hombre la poliomielitis y que él admitía resignado, pero que influía sobre sus opiniones y decisiones en su importante trabajo de Inspector General de la CIA. Una anciana lo miró con pena y un poco más lejos un perro le ladró a un camión cisterna cuyo motor se había encendido para salir a reabastecer al avión recién llegado.
Transcurría 1958. El sujeto era Lyman Kirkpatrick,6 y traía la misión de examinar con el dictador Fulgencio Batista7 la situación político-militar del país. También se proponía entrevistar a hombres de negocios, personalidades de la vida social y pública; en fin, a todos aquellos que componían las denominadas “clases vivas” de la sociedad para conocer directamente la estabilidad del régimen que protegían.
6 Lyman Kirkpatrick (1916-1995) inspector general de la CIA.
7 Fulgencio Batista y Zaldívar (1901-1973) ascendió al poder mediante un golpe de Estado en 1952 y gobernó de forma dictatorial hasta 1958.
Finalmente quería inspeccionar el trabajo de los diferentes órganos policíacos de la tiranía, en particular de un engendro creado en años recientes al calor de la Guerra Fría, el Buró para la Represión de las Actividades Comunistas (BRAC), que tenía como misión extirpar las ideas revolucionarias con el asesoramiento y asistencia de la CIA y el Buró Federal de Investigaciones (FBI).
Y por supuesto realizaría una amistosa visita al lujoso apartamento de Avenida del Río Nº 1413, en Miramar, donde residía el agregado diplomático William Caldwell, jefe del centro de la CIA, quien había realizado toda su carrera en América Latina y cultivaba sin reparos sus relaciones con los policías locales. Sabía por experiencia propia que estos organismos eran, a fin de cuentas, el baluarte en el que se apoyaba la estabilidad de los regímenes imperantes en el continente, la espina dorsal de las inversiones norteamericanas.
Los acontecimientos políticos presagiaban una convulsión social que repercutiría necesariamente en los intereses norteamericanos, y era esa la causa fundamental por la que Kirkpatrick se encontraba en La Habana para asegurar a su gobierno la información necesaria y oportuna sobre la tormenta desencadenada en Cuba. Hasta el momento, el gobierno norteamericano brindaba todo su apoyo militar, económico y político al régimen cubano, perseguía desenfadadamente a los revolucionarios que trabajaban desde la emigración y contribuía en todo lo posible a dar estabilidad y credibilidad al dictador, pero ahora era necesario reevaluar la situación en el propio terreno.
Una de las primeras visitas que realizó fue a la guarida del tirano, en la parte antigua de la ciudad. Kirkpatrick tuvo que apelar a los servicios de la soldadesca para que lo ayudaran a acceder a los pisos superiores de aquel majestuoso edificio donde aguardaba el edecán del dictador para conducirlo al lugar de la reunión.
Con paso rápido, el militar empujó el sillón de ruedas hasta la oficina del Presidente. Allí estaban Batista, el general Francisco Tabernilla, jefe del ejército, y el coronel Mariano Faget, comandante del BRAC.
Después del intercambio de saludos y de un interminable y afectuoso estrechón de manos, el tirano le cedió la palabra a Tabernilla. Al desplegar un amplio mapa sobre la mesa, comenzó su explicación:
—Esta es la Sierra Maestra. Los comunistas de Fidel Castro se encuentran en las zonas más intrincadas y montañosas y como usted podrá observar, están rodeados. Vamos a bombardearlos hasta que salgan de sus madrigueras. Puedo asegurarles que los días de estos facinerosos están contados.
Batista sonrió con benevolencia, apoyando a su hombre. Daba la impresión de una tranquilidad absoluta. Tabernilla aprovechó el ambiente creado y continuó:
—Comprendo las preocupaciones que existen en los Estados Unidos por la prolongación de nuestra campaña militar contra los rebeldes, pero esto se debe a que no los tomamos en serio desde el principio. Cuando desembarcaron prácticamente los aniquilamos y supusimos que todo había acabado.
Y así continuó durante cerca de una hora. Batista le dirigió varias miradas intencionadas hasta que al fin el General, con sonrisa obsequiosa, cerró sus labios. Luego le tocó el turno a Faget, hombre de apariencia pulcra y atildada, quien explicó con lujo de detalles cómo trabajaba su cuerpo de “expertos”. Ellos solo se encargaban de los comunistas. Aplicaban los métodos aprendidos en las escuelas norteamericanas, y aunque en ocasiones se cometían algunos excesos debido al celo de sus subordinados, las acusaciones de torturas eran habladurías y propaganda política para empañar la imagen del gobierno.
En resumen, la situación estaba controlada y la guerrilla de Fidel Castro y la oposición en las ciudades pronto serían aniquiladas.
Kirkpatrick hizo numerosas preguntas. Pidió detalles sobre la cantidad de rebeldes que operaban en el macizo montañoso de la Sierra Maestra, las fuerzas de los comunistas en las ciudades, el control sobre el movimiento obrero, la situación en los centros de estudios; en fin, hurgó en todos aquellos rincones donde podría surgir la fuerza precipitadora de la caída del gobierno militar de Batista.
Al anochecer de ese día se reunió con el embajador norteamericano Earl Smith y sus colaboradores. Estos defendían la tesis de que el gobierno atravesaba por un momento difícil, pero superable si los Estados Unidos abrían un poquito la mano y enviaban más recursos bélicos y los asesores de contrainsurgencia prometidos.
El jefe local de la CIA informó de sus relaciones con la policía y el papel de los “técnicos norteamericanos” en sus dependencias. Su única preocupación tenía que ver con algunas quejas conocidas en la embajada que denunciaban abusos de poder por parte de varios mandos policiales, pero atribuía esos fenómenos a la enconada lucha sostenida contra los “comunistas”.
Sin embargo, en las siguientes entrevistas con otros personajes de la política y la sociedad cubanas le afirmaron lo contrario: predecían el fin de Batista e insistían en que el gobierno de los Estados Unidos debía hacer algo para desligarse del dictador cuanto antes.
La tranquilidad del gobierno y la posición asumida por la embajada contrastaban con las opiniones recogidas entre los opositores consultados.
Kirkpatrick necesitaba otra fuente de información, alguien que no estuviera parcializado. Solicitó al cuartel general de la CIA, en Langley, Virginia, el contacto con un agente de cubierta profunda y acceso a la información política.
La respuesta no se hizo esperar. Debía entrevistarse con el ciudadano norteamericano David Atlee Phillips,8 establecido en la capital habanera como jefe de una oficina de relaciones públicas vinculada al medio periodístico e intelectual. La Agencia había aprendido la lección derivada de la revolución guatemalteca a inicios de esa década, cuando un gobierno nacionalista expropió la tierra y las empresas de servicios públicos a los monopolios norteamericanos en beneficio de los campesinos y el pueblo. Esta experiencia impulsó un programa de infiltraciones de agentes en aquellos países convulsionados por las “ideas comunistas” para que fueran contrapartida de la información obtenida por sus embajadas.
8 David Atlee Phillips (1922): oficial de la CIA desde 1952, especialista en guerra psicológica. Tuvo una destacada participación en el derrocamiento del gobierno de Jacobo Arbens en Guatemala en 1954. Desde 1958 desempeñó un importante papel en todas las operaciones desarrolladas por la CIA contra Cuba. Varios investigadores privados del asesinato del presidente Kennedy lo vinculan al magnicidio. En 1972 fue jefe de la División del Hemisferio Occidental en la CIA.
Phillips se había educado en la escuela latina. Fue reclutado en 1952 en Chile mientras dirigía un periódico local y se hizo experto en acciones psicológicas. Aficionado al teatro desde su más temprana juventud, tenía don de gentes y penetraba fácilmente los círculos donde frecuentaba. También era un veterano de la operación guatemalteca, cuando dirigió la campaña de guerra psicológica, elemento esencial en el derrocamiento de aquel gobierno. La reunión se llevó a cabo en un local seguro de la academia de idiomas Berlitz, ubicada en la céntrica Avenida 23 del populoso barrio de El Vedado. A la hora convenida y en uno de los locales de la dirección de la escuela, Phillips lo esperaba con su característico desenfadado.
La entrevista se prolongó durante más de dos horas. El espía informó a su jefe, en detalle, sus impresiones sobre el gobierno y la situación político-social del país:
—Batista ya no tiene fuerzas para controlar a los revolucionarios —afirmó Phillips. La economía es un desastre y los empresarios extranjeros no desean invertir en un lugar que no se sabe cómo amanecerá al día siguiente. Es necesario que los Estados Unidos tomen distancia del régimen. Quizás apoyar a una fuerza política —sugirió— identificada plenamente con nuestros intereses. Estoy pensando en los hombres de Prío, Sánchez Arango y Tony Varona,9 destituidos por el golpe de Estado, quienes podrían regresar con la legitimidad del gobierno que representaban.
9 Carlos Prío (1903-1977): ex presidente de Cuba; Aureliano Sánchez Arango y Antonio Varona Loredo: ex funcionarios de ese gobierno y dirigentes del Partido Auténtico.
El Inspector General lo miró con atención. Recostó la cabeza sobre el espaldar del sillón donde lo habían colocado y respondió:
—Yo mismo he pensado en esa solución, pero la oposición en Washington podría ser fuerte. Pienso que existen algunas autoridades muy comprometidas con Batista, como por ejemplo, el embajador Smith. La idea de los auténticos es buena. Podemos sugerirla.
Ambos coincidían, y Kirkpatrick concluyó su entrevista con la satisfacción de haber encontrado a un oficial inteligente y con buenas perspectivas. Terminada la reunión, se dirigió a la embajada y redactó un telegrama de máxima prioridad en el que explicaba sus impresiones de la visita y manifestaba crecientes dudas sobre las posibilidades de que Batista continuara en el poder.
En el cuartel general de Langley se inició un debate interminable. El coronel J. C. King era jefe de la División del Hemisferio Occidental y se oponía resueltamente a cualquier cambio de la política norteamericana hacia el régimen de La Habana. Batista era un “hombre fuerte” y esa era la única manera de gobernar en Latinoamérica. Los años vividos en Argentina, mientras era agregado militar de su embajada, así se lo enseñaron. Conoció muchos militares y policías convertidos luego en jefes de gobierno; desde entonces había “tranquilidad y estabilidad” en todas partes.
Sin embargo, los oficiales del Directorio de Análisis no compartían este punto de vista. Quizás esa fue la causa que llevó a Allen Dulles a adoptar una posición dual. Sabía que el gobierno no retiraría su apoyo a Batista; sin embargo, consideraba que si bien debían apoyar los regímenes autoritarios, también era válido contar con elementos en las filas de la oposición [...] por si fuera necesario. No obstante, podrían valorar la existencia de una fuerza política alternativa e impedir la victoria del movimiento revolucionario. Por ello, la Agencia había tomado sus previsiones y desde hacía algún tiempo contaba con varios agentes cercanos a las filas revolucionarias.
Existía una fuente supersecreta que merodeaba a los rebeldes en la Sierra Maestra. Se trataba de un norteamericano: Frank Angelo Fiorini o Frank Sturgis, como era más conocido.
Desde los años cincuenta, la CIA lo había vinculado a Carlos Prío en la Florida, donde fue su hombre de confianza. Allí estableció relaciones con los exiliados que en América Latina buscaban recursos y armas para los rebeldes cubanos.
En México conoció a Pedro Luis Díaz Lanz, un piloto cubano relacionado con el movimiento revolucionario, quien recaudaba fondos y armas para enviar a los rebeldes de la Sierra Maestra. Su fanfarronería le ganó el aprecio de Díaz Lanz. Pronto lo involucró en los viajes que realizaba en secreto a la Isla.
Sus jefes en la CIA lo apremiaban para trabar conocimiento directo con los barbudos de Fidel Castro y apreciar sus verdaderas intenciones políticas por si triunfaba su lucha contra el tirano Batista. En agosto de 1958 por fin le llegó la oportunidad. Una pequeña avioneta se alistó en un aeropuerto secreto del fraterno país azteca y Sturgis se enroló como copiloto de Díaz Lanz, quien tenía la misión de trasladar un importante alijo de armas a Cuba.
El día 28 aterrizaron en el lugar conocido como Cayo Espino, en las inmediaciones de la Sierra Maestra. La fuerza aérea batistiana, que había recibido la confidencia de sus agentes en México o había sido alertada por la CIA para facilitar la misión al agente, “descubrió” la nave en la pequeña e improvisada pista donde esperaba el regreso. La metralla la destruyó. Díaz Lanz y Sturgis se vieron obligados a unirse “provisionalmente” a la guerrilla revolucionaria que operaba por esos lugares.
Semanas después, los rebeldes les permitieron el regreso a Santiago de Cuba, ocasión en la que aprovecharon para entrevistarse con el Cónsul norteamericano, oficial de la CIA,10para informar sobre sus recientes experiencias con los rebeldes y responder así a las insistentes demandas de la estación en La Habana.
10 Robert Wichea: cónsul y oficial de la CIA destacado en la ciudad de Santiago de Cuba.
La entrevista se efectuó en el bar del céntrico Hotel Casa Granda, donde se alojaba Sturgis. Era un lugar ideal, porque a pesar de la fuerte represión desatada por el gobierno en esa provincia, nadie podría sospechar de dos norteamericanos que se reunían para tomar unos tragos. El oficial de caso fue directo a su objetivo y preguntó:
—¿Es Fidel comunista o filocomunista?
Sturgis recostó su espalda sobre la silla y respondió:
—Castro no es comunista, aunque algunos de los que están a su lado sí lo son. Pero pueden ser neutralizados a su debido tiempo. Hay hombres muy capaces que son fieles amigos y se manejan para un futuro gobierno provisional. Nuestro gobierno se ha empecinado en apoyar a Batista y como las bombas lanzadas todos los días en las montañas tienen la inscripción “Made in USA” se produce un gran resentimiento hacia nosotros. Debemos retirar el apoyo al régimen y otorgarlo a los revolucionarios democráticos para evitar una explosión social incontrolable, estimulada por sentimientos antinorteamericanos.
El Cónsul observó con atención a aquel hombre: era un mercenario de profesión. Después de la Segunda Guerra Mundial había sido policía en un oscuro pueblo del medio oeste norteamericano. No se pudo adaptar a la tranquilidad local y reenganchó en el ejército dentro del servicio de inteligencia, donde fue destinado a Alemania. Allí la CIA lo reclutó y desde entonces era un experimentado agente. Podía confiarse en sus predicciones.
—Frank —inquirió el oficial—, ¿entonces recomiendas apoyar a Fidel Castro como a una eventual opción de gobierno?
—Sí —respondió—, condicionándolo a formar un gobierno provisional con figuras prominentes de la sociedad y hombres de negocios cubanos que han roto con Batista.
La entrevista concluyó. El cuartel general de la CIA recibiría el cablegrama cifrado con las opiniones de Sturgis y las del propio oficial de caso, que aprovechando la ocasión de disentir veladamente de sus jefes, las respaldaba.
Una segunda opción con que contaban era el proyecto encabezado por Eloy Gutiérrez Menoyo. En los últimos meses de 1957 se había organizado un nuevo frente guerrillero en las montañas del Escambray, en la estratégica provincia de Las Villas, en el centro del país, encabezado por Menoyo y un grupo de sus seguidores. Menoyo había ganado méritos políticos a la sombra de su hermano Carlos, caído en el ataque al Palacio Presidencial el 13 de marzo de ese año, cuando los hombres del Directorio Revolucionario intentaron ajusticiar al tirano en su propia madriguera.
Después de la acción se aprovechó del proyecto del Directorio para iniciar la lucha armada en el macizo montañoso del Escambray, apropiarse de los planes en marcha y alzar a un grupo de sus hombres, procedentes mayormente de las organizaciones auténticas, y así fundar lo que pomposamente denominó Segundo Frente Nacional del Escambray11 con un propósito expreso: que “no existieran dudas de que ellos eran los dueños de aquellas montañas”.
11 La historia se encargaría de ubicarlos en su verdadero lugar en la memoria de nuestro pueblo, cuando los calificó como los mayores depredadores del Escambray. Asesinaron a decenas de campesinos por la única razón de no aceptar sus tropelías y enfrentarse a ellas. Un cartel a la entrada del campamento de Gutiérrez Menoyo definía sus verdaderas proyecciones «patrióticas»: PROHIBIDA LA ENTRADA A LOS COMUNISTAS.
Desde los primeros momentos, la CIA conoció el alzamiento planeado. En realidad, el proyecto se encontraba en la línea de sus intereses mediatos. La atmósfera estaba demasiado sobrecargada en la Isla y ello podría contribuir a proporcionar un pequeño escape a las tensiones, que cuando fuera necesario se extinguiera mediante cualquier subterfugio político. Por otra parte, tenían en cuenta la presencia de los rebeldes de Fidel Castro en las sierras orientales. Estos fortalecían cada vez más sus posiciones y llegado el caso de que el ejército batistiano fuera arrasado por la marea verde olivo, la gente de Menoyo actuaría como una especie de muro de contención.
Fue esa, entre otras razones, la que llevó a la CIA a prestar la atención debida al frente guerrillero recién creado, designando para ocupar las posiciones de mando fundamentales a varios de sus agentes, entre los que se encontraba William Alexander Morgan, mercenario de profesión y espía, con la misión de convertirse en el segundo jefe de aquella tropa.
Sin embargo, Morgan era muy indisciplinado e informaba poco, lo cual causaba serios disgustos en la estación, que constantemente se quejaba de ello. Por este motivo, J. C. King envió a otro de sus agentes como enlace del volátil e inestable Morgan: se trataba del ítalo-norteamericano John Maples Spiritto, reclutado a principios de la década del cincuenta en México, donde la estación de la CIA lo había utilizado para merodear a los hombres de Fidel Castro cuando preparaban la expedición libertaria que los llevó a tierras cubanas en las postrimerías de 1956.
Spiritto fue llamado al cuartel general de la CIA y después de una rápida instrucción enviado a Cuba, donde le esperaban los contactos que lo subirían al macizo montañoso del centro de la Isla. El encuentro entre los dos norteamericanos fue borrascoso. Morgan no quería que lo controlaran; había reclutado a Eloy Gutiérrez Menoyo y a otros jefes de la organización y no proyectaba compartir sus triunfos. Pensaba convertirse en una personalidad política cuando triunfaran y entonces venderle el favor a su gobierno.
Finalmente, Spiritto se impuso. La amenaza de informar sobre el comportamiento de Morgan a la estación de La Habana resultó decisiva. Morgan lo presentó a Menoyo y este lo hizo capitán12desde el primer día. La situación de las huestes del Segundo Frente era sombría hasta para los escasos escrúpulos políticos de Spiritto. Después de conversar con la mayoría de los oficiales de aquel autotitulado “ejército”, informó a la embajada que poco se podía esperar de aquellas fuerzas en el terreno militar. Las ambiciones de los jefes por controlar una zona de operaciones provocaban disputas cotidianas, y las acciones de guerra no pasaban de ser puras extorsiones a los campesinos de la comarca.
12 Al triunfo revolucionario, Menoyo y Morgan no pudieron validar los grados otorgados a Spiritto; al final solo obtuvo el de sargento mayor.
Desde el punto de vista político, sus posiciones eran anticomunistas y podrían formar la barrera que obstaculizara el avance de las tropas de Camilo Cienfuegos y Che Guevara hacia el occidente del país.
La información que tenía la CIA sobre el Segundo Frente del Escambray se ajustaba a la valoración de Spiritto. Todo dependía de una propaganda adecuada mediante la cual el pueblo de Cuba se conoce a estos “libertadores” y les diera su aval si la dictadura fuera derrocada ante el empuje de lainsurrección encabezada por Fidel Castro. Una agencia de publicidad norteamericana fue contratada para estos fines y David Atlee Phillips recibió instrucciones precisas para que sus colaboradores actuaran en los medios masivos de difusión de La Habana.
Durante los últimos días de diciembre de 1958, la embajada norteamericana hacía malabares por mediatizar la marea revolucionaria que amenazaba con barrer el régimen; el ejército batistiano estaba prácticamente derrotado. Temían —como así ocurrió— que fuese poco el tiempo para maniobrar, sustituir a Batista e impedir el triunfo revolucionario. Las tropas comandadas por Fidel Castro y Juan Almeida,13 junto con las fuerzas del Segundo Frente Oriental bajo las órdenes del comandante Raúl Castro, en la región norte de Oriente, atenazaban la ciudad de Santiago de Cuba. Ya las columnas de Camilo y Che se encontraban en el Escambray y en el norte de Las Villas, y habían iniciado una fuerte ofensiva militar que estaba venciendo a las tropas más selectas del ejército. La fulminante campaña del Ejército Rebelde sorprendió a todos. Los días del régimen batistiano estaban, en efecto, contados.
13 Juan Almeida Bosque: comandante y jefe del Tercer Frente Oriental “Mario Muñoz”. Asaltante al Moncada y expedicionario del Granma. Después del triunfo revolucionario Comandante de la Revolución hasta su fallecimiento en 2009.
En las ciudades de todo el país se desarrollaba la lucha clandestina. Las tres organizaciones que integraban el frente revolucionario —el 26 de Julio, el Partido Socialista Popular y el Directorio Revolucionario— incrementaban los sabotajes, las huelgas obreras y las acciones cívicas poniendo en pie de lucha a todo el pueblo, que por primera vez en su historia neocolonial veía cercano el momento de su emancipación.
El último intento se realizó a través de Roy Rubottom,14quien envió el 9 de diciembre a su testaferro William D. Pawley,15 para convencer a Batista de que capitulara y se exiliara en Daytona Beach, oferta rechazada. La selección de Pawley para la tarea fue acertada, pues se buscaba un hombre al servicio de las agencias de inteligencia norteamericanas, pero bien relacionado con las familias de la mafia —en especial con Meyer Lansky— radicadas en La Habana.
14 Roy Rubottom (1899-1990): subsecretario para Asuntos Interamericanos del Departamento de Estado.
15 William D. Pawley (1896-1977): ex embajador norteamericano en Brasil, amigo del presidente Eisenhower y dueño de la fábrica de gas licuado de la ciudad de La Habana.
Precisamente en esos días ocurrió una interesante reunión en el cuartel general de las fuerzas armadas de República Dominicana, tiranizada por otro prohijado de los norteamericanos: Rafael Leónidas Trujillo. Chapitas comentaba con mucha preocupación a sus generales más allegados los acontecimientos que ocurrían en el vecino país:
—Castro seguramente va a tumbar a Batista y luego, ¿cuáles serán sus próximos pasos?, ¿sembrar su revolución por el Caribe? En tal caso, ¿cómo podrá resistir el ejército dominicano a guerrilleros bien adiestrados? Nuestros militares no son más que policías. ¿Acaso la República Dominicana no debería disponer, como España y Francia, de una legión extranjera, de un cuerpo de mercenarios que obedezca a quien le paga?
Sus interlocutores le dieron la razón. Todos comprendían los peligros que se derivaban del triunfo de una revolución popular en Cuba. Sabían del apoyo brindado a Batista y de las simpatías que despertaban en su propio pueblo los rebeldes cubanos. Era imperioso evitar que el ejemplo contagiara a los dominicanos. Estaban seguros de que los norteamericanos los apoyarían porque ellos también compartían la misma preocupación. Trujillo puso manos a la obra. Reclutaría un ejército de mercenarios para arrebatar el poder a los revolucionarios cubanos, en caso de que lo tomaran. Quizás Batista no pudiera regresar, pero no faltarían hombres para encabezar un gobierno que calmara los enardecidos ánimos de los cubanos.
El 31 de diciembre de 1958, Batista y sus cómplices más cercanos huían, primero hacia Miami y después a Santo Domingo, al abrigo del dictador. Esa noche, mientras festejaba el fin de año, Trujillo repasaba mentalmente los planes que debía poner en marcha. Sería —pensó— el nuevo abanderado de la lucha contra el comunismo.
Capítulo II
La tiranía ha sido derrotada […] No nos engañemos creyendo que en lo adelante todo será fácil. Quizás en lo adelante todo sea más difícil.
Fidel Castro
El 1º de enero de 1959, Fidel Castro y su Ejército Rebelde entraron victoriosamente en Santiago de Cuba, segunda ciudad de la Isla, tras derrotar las mejores unidades del ejército batistiano. El pueblo les brindó un recibimiento apoteósico. La huelga general aportó un elemento decisivo para el triunfo. Apenas unas horas antes, la dictadura de Fulgencio Batista se había desplomado estrepitosamente.
Al día siguiente, durante una reunión en el Estado Mayor de las fuerzas armadas dominicanas, Trujillo habló otra vez de crear una “legión extranjera”, contratando para ello a cuanto mercenario se brindara. Así comenzaron a fraguarse los primeros complots contra Cuba por el solo delito de haberse liberado de una sangrienta dictadura. Entre enero y marzo de ese año fueron reclutados y trasladados en secreto a la República Dominicana varios centenares de mercenarios a un costo millonario. También doscientos ex militares batistianos fueron incorporados a esa fuerza.
La CIA conocía los planes en marcha y los informaba a las más altas instancias de su gobierno. Richard Nixon, entonces vicepresidente de los Estados Unidos, se interesó en los pormenores y dio luz verde a la Agencia para que enviara a un alto oficial a entrevistarse con el dictador caribeño y valorara la seriedad del proyecto anticubano. Ese hombre designado fue Gerry Droller, alias Frank Bender o Don Federico.16
16Frank Bender (1905?-1992) nació en Alemania bajo el nombre de Gerard Droller. Durante la Segunda Guerra Mundial participó en la resistencia antinazi. Al finalizar el conflicto se estableció en los Estados Unidos. Trabajó en la Office of Strategic Services (OSS) y posteriormente en la CIA.
Por otra parte, en la Florida se comenzaban a organizar los ex militares de la dictadura, a quienes se les sumaron rápidamente viejos politiqueros y una nueva emigración de burgueses y seudo-revolucionarios que aspiraban a que la Revolución restableciera la democracia de la explotación y la miseria. Fueron estas las bases de la primera organización contrarrevolucionaria, creada el 28 de enero de 1959 en los Estados Unidos con el propósito de derrocar al gobierno cubano, denominada farisaicamente La Rosa Blanca, que pretendía manipular la figura de nuestro Héroe Nacional José Martí. Dirigida por Rafael Díaz-Balart,17 ex ministro batistiano, aspiraba a capitalizar los favores del gobierno de los Estados Unidos y con ello recuperar el poder perdido en Cuba. En dos palabras, lo que no pudieron defender cuando eran los dueños del país, querían obtenerlo con la ayuda del Tío Sam. Así fueron a parar a los brazos del único aliado posible: el dictador Trujillo, quien vio en estas fuerzas el instrumento para organizar la quinta columna interna que facilitara la invasión mercenaria de su flamante ejército mercenario.
17 Rafael Díaz-Balart Gutiérrez (1926-2005): representante a la Cámara durante la dictadura de Fulgencio Batista.
Mientras, en Cuba, por iniciativa de un grupo de exilados dominicanos y con la participación de algunos cubanos, se organizó una expedición de revolucionarios que luego desembarcó en tierra quisqueyana. Era tanto el repudio que inspiraba la dictadura trujillista, que jóvenes de todo el continente se sumaron a la lucha por la liberación del pueblo hermano. La oportunidad de utilizar este hecho en los planes agresivos contra Cuba no pasó inadvertida para el dictador. Envió embajadores a Washington y otras capitales del continente para convocar a la Organización de Estados Americanos (OEA) con el propósito de acusar al Gobierno Revolucionario de intervenir en sus asuntos internos, creando la excusa para la agresión militar que estaba en marcha. El cargo que se formuló fue la “exportación de la revolución”.
Quizás esa fue la primera ocasión en que a Cuba se le hizo esa acusación, falsa por demás, porque cada pueblo ha sido, es y será decisor de su destino. Sin embargo, habrá que reconocerle al dictador Trujillo el mérito histórico de haber acuñado esa falacia, más tarde esgrimida por los Estados Unidos y varias dictaduras latinoamericanas.
Los hechos demostrarían que aquella fanfarria tenía como propósito crear las condiciones propicias para la agresión contrarrevolucionaria. Un poco antes de la pretendida injerencia cubana, a fines del mes de febrero de 1959 Frank Bender, el enviado de la CIA, se había reunido con Trujillo y el jefe de su inteligencia, el coronel Johnny Abbes García, para analizar los planes que fraguaban contra Cuba.
Le resultaba interesante el proyecto de la Legión del Caribe —así se llamaba el cuerpo expedicionario mercenario—, la cual podría convertirse en una especie de fuerza policial para utilizarse cuando fuera necesario. Además, ya los planes estaban muy adelantados y en realidad los Estados Unidos ni siquiera tenían que dar su consentimiento. Solo se trataba de no impedirlos, y luego, cuando los hechos estuvieran consumados, darse por enterados. En síntesis, una vez más Norteamérica podría negar plausiblemente su participación.
La única recomendación de Bender consistió en enviar algunos emisarios a la Isla para reclutar renegados y darle verosimilitud a la idea de que en Cuba las propias fuerzas revolucionarias luchaban contra sus dirigentes. Pero no informó a sus colegas que tenía agentes para representar ese papel, entre ellos William Alexander Morgan, comandante del Segundo Frente del Escambray, por entonces ya en una posición relegada en el Ejército Rebelde. Habían sido tales sus desmanes, que pronto fue sustituido y puesto a disposición de la reserva. El resentimiento se apoderó de él y comenzó a frecuentar a otros oficiales del Segundo Frente, afectados por similares causas. Su colega John Maples Spiritto había dado muerte a un sargento del Ejército Rebelde en una riña tumultuaria y estaba prófugo. Ambos se encontraban defraudados porque no recibieron las prebendas a que aspiraban.
En los primeros días de marzo, Morgan recibió una llamada telefónica de un mafioso norteamericano nombrado Fred Nelson: deseaba verlo para trasladarle un importante mensaje de su gobierno. El encuentro se efectuó en una habitación del hotel Capri y tras varias horas de conversación y después de apurar algunas copas de más, Morgan declaró enfáticamente:
—Por un millón de dólares viraré al Segundo Frente contra la Revolución y haré saltar del poder a Fidel Castro.
Al día siguiente, Nelson ratificó su propuesta de unirse al complot trujillista y después de comprobar la inalterable posición del mercenario, tomó un avión rumbo a Miami, no sin antes advertirle que, de aceptarse su ofrecimiento, viajaría a la Florida para concretar los planes con el Cónsul dominicano. El 12 de marzo de 1959 Fred Nelson arribó a Ciudad Trujillo para informar al tirano lo acordado con Morgan.
—Muy bien —aseveró el dictador—, Morgan recibirá el millón de dólares. La mitad se le depositará en una cuenta bancaria y el resto cuando haya concluido la operación.
Solo unas semanas después, a mediados de abril, Fidel realizó su primera visita oficial a los Estados Unidos y se entrevistó con el vicepresidente Richard Nixon. En esa reunión le explicó con amplitud los planes de la Revolución. Una vez concluida, después de despedir a Fidel, Nixon escribió un memorándum al presidente Eisenhower donde aseguraba que el dirigente cubano era un comunista convencido y debía ser expulsado del gobierno de la Isla.
Casi simultáneamente, el 15 de abril Morgan viajó a Miami y estableció contacto en una habitación del hotel Dupont Plaza con el coronel Augusto Ferrando, cónsul dominicano en esa ciudad. Estaban presentes el traficante de armas Fred Bosther y el contrarrevolucionario Manuel Benítez. Allí le explicaron el proyecto de invadir a Cuba por una legión extranjera al mando del general batistiano José Eleuterio Pedraza, para lo cual era necesario organizar un alzamiento interno como preludio a la agresión. Pensaban que las fuerzas del Segundo Frente y las estructuras de la organización contrarrevolucionaria La Rosa Blanca podrían cumplir esa tarea.
El tema de la paga prolongó la discusión mucho más que los asuntos operativos. El acuerdo final fue: la mitad del millón de dólares la llevaría Pedraza cuando invadiera la Isla y la otra se situaría en una cuenta bancaria.
Siete días más tarde, Morgan regresó de nuevo a Miami para informar de los progresos de su traición. Allí explicó que Eloy Gutiérrez Menoyo y los más importantes jefes de la organización habían aceptado participar en el complot, pero ponían como condición la anuencia del gobierno de los Estados Unidos. El coronel Ferrando le garantizó la coordinación con los más altos niveles y brindó las seguridades necesarias a Menoyo. El dinero para los gastos operativos sería entregado en partidas de diez mil dólares a dos emisarios de Morgan que viajarían a Miami periódicamente. La Rosa Blanca estaba compuesta en la Isla por varias células separadas, integradas fundamentalmente por antiguos militares del ejército de Batista capitaneados por los ex militares Renaldo Blanco Navarro y Claudio Medel. Otro núcleo conspirativo compuesto por elementos de las llamadas clases vivas desplazadas del poder, lo dirigía el doctor Armando Caíñas Milanés, presidente de la Asociación Nacional de Ganaderos de Cuba.
Cuando John Maples Spiritto conoció los planes de Morgan y Menoyo, intentó ponerse de nuevo en contacto con su oficial de caso. Este, sin embargo, rechazó la entrevista. La embajada había sufrido profundos cambios con la designación del embajador Phillip Bonsal, un veterano diplomático que, enfrascado en borrar la imagen de procónsul de su antecesor, había puesto obstáculos a las actividades de la CIA desde la sede diplomática porque amenazaban con deteriorar aún más las relaciones.
Los viajes de Morgan y Menoyo a la Florida se hicieron sospechosos, hasta tal punto que ambos fueron alertados de que el Departamento de investigaciones del Ejército Rebelde (G-2) tenía indicios sobre su proyectada traición. El temor se apoderó de los complotados. Imaginaron que el Comandante en Jefe Fidel Castro ya estaba al tanto de los planes. Menoyo demostró una vez más sus aptitudes camaleónicas y sugirió a Morgan informar al Jefe de la Revolución. Acordaron no mencionar el dinero recibido y mucho menos la envergadura de los planes para, llegado el momento, contar con algunas cartas en sus manos. Si la legión desembarcaba en Cuba y consolidaba algunas posiciones podrían cambiarse de bando.
Al otro día Menoyo se dirigió al Palacio Presidencial para solicitar una entrevista secreta y urgente con el Primer Ministro cubano. La reunión se llevó a cabo en un apartamento de la calle 11, en El Vedado. Menoyo y Morgan expusieron sus trajines conspirativos, justificando el silencio inicial con la excusa de que intentaban comprobar la “seriedad de los planes”.
Fidel los escuchó con paciencia y al final autorizó continuar adelante, mientras cursaba nuevas instrucciones a los organismos de la Seguridad para penetrar la conspiración. La zona de Trinidad había sido seleccionada para realizar el desembarco mercenario. Las estribaciones de las montañas del Escambray eran el lugar apropiado donde establecerían el gobierno provisional que los legionarios llevarían consigo. Morgan y sus cómplices debían preparar un programa de alzamientos en las montañas cercanas, y en el momento debido, cortar las comunicaciones, emboscando a las tropas revolucionarias que acudieran a enfrentar la invasión. Con el objetivo de coordinar las acciones, la inteligencia dominicana envió tres radiotransmisores Viking Valiant, una antena direccional de veinte metros y todo el equipamiento necesario.
En Miami, los responsables de la compra de armas eran el yerno de Trujillo, un Don Juan de casinos de juego nombrado Porfirio Rubirosa, y el mercenario cubano Félix Bernardino. Habían recibido una “donación” de doscientos mil dólares de parte del ex dictador venezolano Marcos Pérez Jiménez. Este quería ganarse los favores de su colega dominicano para recuperar el poder perdido en su país cuando el año anterior había sido depuesto por un movimiento revolucionario. Mientras todo esto ocurría, Fidel recibía constantes informaciones sobre los movimientos del enemigo y se disponía a librar la batalla que se avecinaba.
A mediados de julio la jefatura revolucionaria conocía los elementos principales de los planes enemigos. Se trataba de provocar el alzamiento de las fuerzas del Segundo Frente en el Escambray y con los hombres del antiguo ejército de Batista que aún prestaban servicios como técnicos e instructores en el Ejército Rebelde, apoderarse de los tanques y armas pesadas y sabotear los pocos aviones de la fuerza aérea cubana. Así, cuando los trujillistas bombardearan las instalaciones militares, estas se encontrarían indefensas.
Más tarde, la legión extranjera, con una fuerza de unos tres mil hombres, desembarcaría por playa El Inglés, al sur de la provincia de Las Villas, entre las localidades de Cienfuegos y Trinidad. En La Habana y otras ciudades se desataría una ola de terrorismo, sabotajes y asesinatos que evidenciaría ante la opinión pública internacional el caos y la anarquía reinantes en Cuba, y justificaría la invasión legionaria. Ese sería el momento aprovechado por los Estados Unidos para denunciar, en la reunión de la OEA que se encontraría sesionando en Santiago de Chile, convocada por el imperialismo a solicitud de Trujillo, la agudización del conflicto cubano-dominicano y la supuesta violación de los derechos humanos en la Isla. Se crearían así las condiciones para solicitar a los Estados americanos una urgente intervención colectiva con el fin de “pacificar la convulsionada Isla”.
En los primeros días de ese mes de julio, el sacerdote español Ricardo Velazco Ordóñez llegaba a La Habana enviado por Trujillo para supervisar los preparativos del alzamiento de Morgan y Menoyo, conectarlos con los restantes grupos contrarrevolucionarios y concertar sus acciones. Esa oportunidad la aprovecharon los hombres del G-2 cubano para infiltrar al cura, con un agente como chofer y guardaespaldas mientras permaneciera en la Isla.
Velazco se entrevistó con todos los conspiradores. Entre ellos se destacaban el ex senador Arturo Hernández Tellaheche y el doctor Caíñas Milanés, vecinos de la capital, a quienes les ofreció en nombre de Trujillo la presidencia y la vicepresidencia del futuro gobierno. Ambos aceptaron. Ramón Mestre Gutiérrez, ex dueño de la compañía constructora Naroca, sería el primer ministro; Rolando Masferrer, tránsfuga y criminal de guerra, ocuparía el Ministerio de Gobernación. La última reunión del cura falangista se celebró el día 20 de julio en el hotel Capri y participaron Morgan, Hernández Tellaheche, Mestre y otros conspiradores. Aquí se dieron los toques finales a los planes y se concretó la posible fecha para la introducción en Cuba de las armas destinadas a los contrarrevolucionarios.
El 28 de julio Morgan visitaba de nuevo Miami. Allá recibió del cónsul dominicano un barco con armas, parte de las cuales debía descargar en los cayos de San Felipe y Los Indios, próximos a Isla de Pinos. Las restantes serían desembarcadas en las cercanías de Trinidad para abastecer a los grupos de alzados en la región.
Mientras se desarrollaba el complot, informado de todo, Fidel daba los toques finales al plan para liquidar la conspiración mediante la destrucción de la legión extranjera, la captura de los contrarrevolucionarios del patio y la incautación de armas, pertrechos militares y recursos económicos. La señal para desencadenar el plan revolucionario sería dada por el propio Morgan, sin él saberlo, cuando comunicara a La Habana su partida con el barco cargado de armas. En ese momento se iniciaría la recogida de los conspiradores, desarticulándose la quinta columna que debía facilitar los planes invasores. El jueves 6 de agosto Morgan zarpó de la Florida con las armas. Sin embargo, el mal tiempo lo obligó a cambiar de ruta. Simultáneamente, los complotados se acuartelaban en distintas casas de la ciudad y esperaban los acontecimientos.
Esa noche serían detenidos en todo el país varios centenares de contrarrevolucionarios mientras aguardaban la señal para lanzar su artero ataque contra la Revolución y consumar su traición. Al día siguiente, un grupo de veinticuatro ex casquitos de la dictadura fueron capturados cuando intentaban alzarse en las inmediaciones del central Soledad, al este de Cienfuegos.
Sin embargo, a pesar de las detenciones realizadas y la natural consternación provocada en muchos elementos conocedores de los planes, que no fueron capturados en los primeros momentos, la agencia de prensa norteamericana UPI transmitía informaciones hábilmente entregadas por el G-2 cubano en las que se hacía referencia a alzamientos militares contra el Gobierno Revolucionario. En su cuartel general Trujillo no cabía de gozo, al parecer sus planes marchaban viento en popa y a toda vela.
El 8 de agosto, a las 12:30 de la noche, el yate en que viajaba William Morgan atracaba en un muellecito de la localidad de Regla, en la bahía habanera. Esa madrugada Fidel inspeccionó el botín de guerra, todo un arsenal que incluía cuarenta ametralladoras calibre 30, varias decenas de fusiles y abundantes municiones.
Según el proyecto, la legión extranjera debía desembarcar en las próximas 72 horas. Morgan y Menoyo fueron trasladados al Escambray; una vez allí, junto con el comandante Camilo Cienfuegos y un grupo de oficiales, se desplazaron hacia la playa El Inglés. En ese lugar se instaló el equipo de radio por medio del cual Menoyo se comunicó con Trujillo planteándole que ya se encontraba en las montañas combatiendo a los comunistas y que El Americano (Morgan) había desembarcado por el punto acordado.
Menoyo había comprendido que su única alternativa era cooperar con la Revolución en el desmantelamiento de la conspiración. Las últimas entrevistas con el Comandante en Jefe le habían demostrado que este se encontraba al tanto de todos los pormenores de los planes trujillistas. Seguramente el G-2 había infiltrado a varios de sus agentes, quienes tenían acceso, además de Morgan, a la inteligencia dominicana. Por ello había aprovechado la ausencia de su asociado para informar algunos detalles “olvidados” en la vorágine de los sucesos. Morgan se encontró con los hechos consumados cuando arribó a la playa El Inglés y no tuvo más remedio que aceptar la situación creada.
Ese día 8 de agosto, en La Habana, la Seguridad cubana arrestaba a dos funcionarios de la embajada norteamericana. Uno de ellos, el sargento Stanley F. Wesson, estaba acreditado oficialmente como miembro del servicio de seguridad y fue detenido cuando dirigía una reunión de elementos contrarrevolucionarios para preparar sabotajes y otras acciones criminales en apoyo a los planes trujillistas. Por otra parte, la emisora La Voz Dominicana transmitía constantemente mensajes dirigidos a estimular a los contrarrevolucionarios que creían estaban a punto de tomar el poder en Cuba.
En horas de la noche del domingo 9 de agosto un avión de la fuerza aérea dominicana sobrevoló la cordillera del Escambray. En el rústico y pequeño aeropuerto de El Nicho, los revolucionarios iluminaron la pista, pero las condiciones meteorológicas impidieron el aterrizaje y el aparato regresó a su base. Aproximadamente a las diez de la mañana del día siguiente, Morgan estableció comunicación con el coronel Abbes y le informó los “avances” obtenidos por las tropas del Segundo Frente. Según la desinformación preparada, prácticamente controlaban una extensa región y se alistaban para la toma de la ciudad de Trinidad.
Al filo de las dos de la madrugada del martes 11, los combatientes apostados en la playa El Inglés sintieron el ronroneo de los motores de un avión de transporte. La carretera del Circuito Sur fue iluminada con luces multicolores que el piloto pudo observar desde las alturas. Minutos más tarde, varios paracaídas con pertrechos militares se divisaron sobre las montañas y la playa cercana, donde debían ser recuperados en las primeras horas del amanecer.
Los supuestos trujillistas reportaron a Santo Domingo el éxito de la operación aérea y comentaron la inminente captura de la ciudad de Trinidad. Después de un detallado análisis de la evolución de los acontecimientos, Fidel decidió ampliar el teatro de operaciones militares y dispuso simular la captura de Trinidad por las fuerzas contrarrevolucionarias. Con esta maniobra el enemigo ganaría en confianza e incrementaría el envío de armas, para finalmente lanzar su legión extranjera al combate.
Alertadas por algunas confidencias, las agencias internacionales de prensa comenzaron a reportar las detenciones realizadas y esto hizo que Trujillo desconfiara del plan y suspendiera el envío de otros aviones. Esa noche los “complotados” se comunicaron con el dictador dominicano y este exigió la presencia de Morgan ante el equipo transmisor, por las dudas. Con seguridad, Morgan le explicó que las noticias difundidas por las agencias de prensa eran preparadas por el gobierno, por lo que no debía hacerles caso, pues se trataba de un plan para confundirlos y evitar el refuerzo que se imaginaban estaba en camino. “Me acaban de comunicar que Trinidad cayó en poder de nuestras tropas. Ya pueden hacer los envíos por el aeropuerto”.
Esa misma noche del 11 de agosto, las fuerzas del Ejército Rebelde ocuparon Trinidad y cortaron el fluido eléctrico mientras un auto con altoparlantes brindaba a la población información sobre las medidas tomadas.
Al día siguiente, después de varios mensajes cursados entre los complotados y sus jefes trujillistas, se acordó el envío de un nuevo avión en el que vendría un representante personal del dictador. Aproximadamente a las siete de la tarde, un C-47 de transporte sobrevoló el aeropuerto. Minutos después aterrizaba en veloz carrera y se situaba en el centro de la pista sin detener los motores. Al abrirse la portezuela del avión, apareció la regordeta figura del cura Velazco; entonces se escucharon aplausos y gritos: ¡Viva Trujillo! Los combatientes disfrazados de campesinos crearon en el enemigo la impresión de apoyo popular. El cura, emocionado, saludó desde la escalerilla a varios oficiales que lo vitoreaban. A poca distancia el tableteo de las ametralladoras y las descargas de fusilería daban la sensación de un gran combate nocturno. Velazco se fue convencido y con la firme promesa de enviar más armas y personal adiestrado convenientemente.
En la mañana del día 13 de agosto, por orientación de Fidel, el equipo de radio emitía un mensaje a Santo Domingo:
Las tropas del Segundo Frente avanzan sobre Manicaragua para luego caer sobre Santa Clara. Un contraataque fidelista ha recuperado el central Soledad, pero continúan en nuestras manos Río Hondo, Cumanayagua, El Salto y Caonao. Es necesario aprovechar la desmoralización reinante para desembarcar la legión extranjera que dará el puntillazo final.18
18Bohemia, La Habana, agosto de 1959.
Esa noticia llenó de gozo a Trujillo, quien sin embargo pensó que la utilización de la legión extranjera sería innecesaria y con ello se ahorrarían varios millones de dólares. Siguiendo esta estrategia, orientó cursar un mensaje a Morgan explicándole que la legión marcharía cuando las condiciones fueran más favorables y mientras tanto le despacharía otro avión con pertrechos de guerra, asesores y un enviado personal con nuevas instrucciones.