Oradores menores. Discursos y fragmentos - Varios autores - E-Book

Oradores menores. Discursos y fragmentos E-Book

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Este tomo alberga los discursos y fragmentos conservados de de cuatro oradores áticos, habitualmente calificados como oradores menores: de Licurgo, Dinarco, Démades e Hiperides. Los cuatro pertenecen a la época del máximo florecimiento ateniense de la oratoria: el siglo IV a.C. La mayoría de los discursos aquí recogidos pertenecen al género forense, pero algunos son de carácter político, como, por ejemplo (en su sentido más hondo) el Contra Leócrates de Licurgo, el Contra Demóstenes de Dinarco, y el fragmentario Sobre los doce años de Démades, mientras que el Epitafio de Hiperides es un excelente ejemplo de retórica epidíctica. Literariamente estos textos son importantes como muestras del desarrollo de la prosa griega, pero culturalmente lo son, tanto o más que por su brillantez formal, por sus testimonios sobre la vida política y cotidiana de la Atenas de su tiempo. Aquí se presentan con precisas y claras introducciones a cada autor y texto.

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BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS, 275

Asesor para la sección griega: CARLOS GARCÍA GUAL .

Según las normas de la B. C. G., la traducción de este volumen ha sido revisada por JAVIER MARTÍNEZ GARCÍA .

© EDITORIAL GREDOS, S. A.

Sánchez Pacheco, 85, Madrid, 2000.www.editorialgredos.com

REF. GEBO360

ISBN 9788424932916.

INTRODUCCIÓN GENERAL *

1. Panorama histórico del s. IV a. C.

El siglo IV es una época de transición y de profundas transformaciones, en la que llega a su culminación la crisis de la polis clásica y se ponen las bases de un nuevo orden representado por las monarquías helenísticas.

La primera mitad de este siglo asistió a la lucha por la hegemonía del mundo griego entre las tres principales polis, Esparta, Atenas y Tebas.

La principal beneficiaria de la derrota de Atenas en 404 a. C., que puso fin a la Guerra del Peloponeso, fue Esparta. Pero ésta, en vez de garantizar la autonomía de las polis —muchas de ellas antiguas aliadas— ejerció sobre éstas un férreo control 1 , aún más severo que el practicado por Atenas sobre los miembros de la Liga de Delos, apoyado por Persia, que se convirtió en árbitro de los asuntos griegos 2 . Esta situación provocó el odio y el rechazo hacia Esparta en toda Grecia, por lo que comenzaron pronto los intentos por zafarse de su yugo. El primer episodio de esta rebelión fue la conocida como Guerra de Corinto (395-387 a. C.), que vino a demostrar las dificultades de Esparta para mantener su supremacía 3 .

Atenas, por su parte, se esforzó por recuperar su papel dirigente en la Hélade. Así, tras la restauración de la democracia, consiguió levantar de nuevo su imperio marítimo con la creación de la Segunda Liga Délica (377 a. C.), que llegó a contar con casi setenta miembros, asociados ahora en condiciones de absoluta igualdad para defender su autonomía frente a Esparta 4 .

Tebas fue, sin duda, la polis que más hizo por oponerse al dominio espartano, pues a partir de 379 consiguió la expulsión de la guarnición lacedemonia que ocupaba la acrópolis de la ciudad (la llamada Cadmea), restauró la democracia y reconstruyó la confederación beocia. Los progresos tebanos provocaron la reacción violenta de Esparta. La victoria tebana en Leuctra (371 a. C.) significó el declive definitivo de Esparta y el comienzo de un breve período de hegemonía de Tebas que culminó con la victoria de Mantinea (362) sobre las fuerzas coaligadas de Esparta y Atenas. No obstante, a partir de este momento, la debilidad del mundo griego es manifiesta y ello será aprovechado por una nueva potencia que surgía en el norte, Macedonia.

Bajo la jefatura de Filipo II (359-336 a. C.) Macedonia, un país considerado «bárbaro» pero con una fuerte impronta cultural griega, pasó a convertirse en el árbitro de la Hélade. Filipo basó su poder en un reino fuertemente centralizado, en el apoyo de la nobleza terrateniente (los hetaîroi ), en la superioridad de su ejército —la conocida falange macedónica armada con la lanza larga o sárisa, el empleo de la caballería y de máquinas de guerra para el asedio de ciudades— y en la plata procedente de las minas de Disoro y Pangeo. A todo ello hay que unir su propia habilidad como estadista y la debilidad y desunión que reinaban entre los Estados griegos.

La conquista por parte de Filipo de territorios aliados o pertenecientes a Atenas 5 y su intervención en la Guerra Sagrada (356-346), que le permitió entrar en la Anfictionía délfica, hizo ver a los atenienses y a los griegos en general que la amenaza del monarca macedonio era algo real e inmediato. En Atenas surgieron dos facciones enfrentadas, la antimacedonia, entre cuyas figuras se contaban los oradores Demóstenes, Hiperides y Licurgo, que proponía la guerra abierta con Filipo con intención de defender la libertad de los griegos y recuperar la hegemonía ateniense, y la promacedonia, con los oradores Esquines, Dinarco y Démades entre sus filas, que era favorable a un entendimiento. La facción antimacedonia triunfó y se hizo con las riendas del poder. En poco tiempo consiguió concienciar a sus conciudadanos y a la mayoría de los griegos del peligro que suponía Filipo, y unir en 340 a un gran número de Estados griegos en una gran alianza cuyo objetivo era oponerse al avance macedónico 6 .

El enfrentamiento final se produjo en Queronea (338 a. C.). La derrota de los griegos trajo consecuencias decisivas para el futuro de la Hélade. A Tebas se le impusieron duras condiciones de paz —disolución de la liga beocia, creación de un gobierno oligárquico promacedonio e instalación de una guarnición macedonia en la ciudad—; Atenas, en cambio, vio respetada su independencia, aunque se la obligó a disolver su confederación marítima; todos los Estados griegos, salvo Esparta, entraron en la llamada Liga de Corinto, una alianza de carácter político y militar, encabezada por Filipo, cuyo principal objetivo era organizar una expedición contra Persia. De esta manera Grecia entera quedaba unificada bajo la autoridad del rey macedonio —y con ello suprimida de facto la libertad de los griegos—, y, tras su muerte violenta en 336, su hijo Alejandro se encargó de llevar a la práctica sus planes. Así comenzó de hecho una nueva etapa en la historia de Grecia, la que conocemos como época helenística.

2. La oratoria griega en el s. IV

Como afirma G. Kennedy, la oratoria, es decir, la práctica de pronunciar discursos en público, es una de las más antiguas y más activas tradiciones de Grecia, sólo que no se tenía conciencia de ello 7.

Sin embargo, cuando en realidad se empiezan a dar los primeros pasos para hacer de la oratoria un arte, será a finales del siglo v a. C., coincidiendo con el desarrollo de la democracia y con la aplicación en Atenas, a gran escala, del proceso democrático al procedimiento judicial tras la reforma de Efialtes (462 a. C.) 8 . En efecto, la aparición del sistema democrático en Atenas, después de las Guerras Médicas, y en la ciudad siciliana de Siracusa, una vez derribada la tiranía (467 a. C.), dio al ciudadano la posibilidad de participar activamente en la Asamblea, en la que utilizaba la palabra como arma política para hacer triunfar sus ideas. De otro lado, la reforma de Efialtes supuso no sólo que en cualquier proceso todo ciudadano debía intervenir personalmente ante los tribunales, sino que pasó a convertir a esos mismos ciudadanos en jueces con poder decisorio sobre la culpabilidad o inocencia del acusado, lo cual dio como resultado unos tribunales no profesionales. De estos dos factores, el que más contribuyó a la aparición y desarrollo de la oratoria fue, sin duda, la reforma de la práctica procesal en Atenas 9 .

Pero esta primera oratoria, fruto en gran medida de la espontaneidad y de las dotes naturales del orador, pronto hubo de ser sometida a ciertas reglas. Es decir, el desarrollo de la oratoria no puede concebirse sin el desarrollo casi simultáneo de la retórica, que también comenzó a gestarse en el siglo v 10 .

En el desarrollo de la retórica, el primer paso fue la elaboración de Artes (Téchnai), o tratados teóricos en los que se abordaban todos los aspectos relativos a la confección de un discurso 11 , Luego vino la creación de escuelas donde enseñarla. Ésta fue labor de los sofistas, quienes, a cambio de un precio a veces muy elevado, enseñaban al ciudadano todos los secretos del arte de la elocuencia. A pesar de las críticas recibidas, los sofistas fueron los primeros en establecer en Grecia lo más parecido a un programa de educación superior, basado en el dominio de la retórica, que luego ejerció notable influencia en las instituciones educativas que surgieron en el siglo IV .

Por tanto, en el siglo V se pusieron las bases para hacer de la oratoria un auténtico género literario; sin embargo, la culminación de este proceso se produjo un siglo después.

En primer lugar, la oratoria, como otros géneros literarios (la historia y el teatro por ejemplo), fue un fenómeno básicamente ateniense, sobre todo en el siglo IV . En efecto, de los oradores del canon 12 que vivieron o desarrollaron su actividad en este siglo, todos son o bien originarios de Atenas y el Ática (Isócrates, Demóstenes, Esquines, Licurgo e Hiperides), o bien metecos afincados en la ciudad (Lisias, Iseo y Dinarco).

De otro lado, al siglo IV correspondió el desarrollo pleno de los tres géneros de la oratoria clásica: el género deliberativo, el judicial y el epidíctico 13 . De ellos, el que alcanzó un auge mayor fue el género judicial o forense, y más en concreto la logografía. En esta época se populariza y se hace habitual la figura del logógrafo, que vende sus dotes oratorias.

Todos los oradores áticos del siglo IV comenzaron su carrera siendo logógrafos y viéndose empujados a ello, en algunos casos, por acuciantes problemas económicos: Isócrates, que fue un gran maestro de la elocuencia, se dedicó a componer discursos por encargo desde el 402 al 391, tras la ruina de su patrimonio familiar debida a la Guerra del Peloponeso; Demóstenes, el mejor representante de la oratoria deliberativa griega, se estrenó como orador judicial, tras un duro período de formación, planteando un pleito contra los administradores de su herencia, Áfobo, Demofonte y Terípides, que éstos habían dilapidado: en vista del éxito obtenido, consagró sus primeros esfuerzos a la logografía. Otros, aunque sin dejar de cultivar otros géneros, se dedicaron en particular a éste: es el caso de Lisias, el mejor representante de la oratoria judicial ática, o de Iseo, que llegó a especializarse en los casos de herencia, convirtiéndose de hecho en una especie de consejero legal en la materia. Por último, alguno hizo fortuna con esta profesión, como Dinarco, que durante los quince años en que los principales oradores atenienses estuvieron fuera de la vida pública, tras la muerte de Alejandro, llegó a amasar una considerable fortuna.

Por regla general, las obligaciones del logógrafo terminaban cuando entregaba el discurso a su cliente y éste le pagaba. Por ello, no debe extrañamos que los principales «redactores de discursos» atenienses sólo pronunciaran ellos mismos los discursos que escribían en casos muy contados: Lisias, al que la tradición atribuía más de cuatrocientos discursos, sólo pronunció personalmente su Contra Eratóstenes, sin duda porque estaba en juego la condena de los responsables de la muerte de su hermano Polemarco y la devolución del patrimonio familiar confiscado por los Treinta; Isócrates, que se sepa, nunca llegó a pronunciar un discurso en público por sus escasas cualidades físicas y su falta de valor.

En cambio, otras veces el logógrafo podía componer un discurso y tomar la palabra como synḗgoros, o abogado, para defender a un cliente o un amigo 14 , cosa que se dice que hizo Demóstenes en su Defensa de Formión, aunque hay dudas muy razonables al respecto, o Hiperides en su famosa defensa de la cortesana Friné, discurso muy admirado en la Antigüedad pero que no nos ha llegado. En otras ocasiones el logógrafo tomaba la palabra como katḗgoros, o acusador, como hizo Hiperides en su Contra Filípides, en una demanda por proposición ilegal contra un personaje del partido promacedonio, o en su Contra Demóstenes, discurso pronunciado contra su amigo y correligionario en relación con el caso de Hárpalo; discursos de acusación son casi todos los que compuso Licurgo, aunque de éstos sólo nos ha llegado uno, su Contra Leócrates.

Al ser discursos por encargo, es cierto que las obras de los logógrafos no reflejan habitualmente las opiniones políticas, morales o personales de sus autores. El orador compone en función de las circunstancias y de las características del caso y del cliente. Por ello estos discursos son para nosotros inestimables fuentes de información de aspectos diversos de la vida ateniense: los discursos de Lisias nos ayudan a conocer detalles de la vida privada y los de Iseo tienen gran interés histórico para conocer la ley de herencia ática y aspectos referidos a las relaciones en el ámbito familiar. No obstante, no todo es artificial en ellos, sino que hay pasajes que reflejan el alma del orador que los compuso 15 .

Además, no debemos olvidar que una cosa son los discursos escritos por el logógrafo y pronunciados por el cliente ante el tribunal, y otra muy distinta los discursos tal como nos han llegado. En este sentido, «tal como la conocemos, la oratoria ática se compone de obras artísticas conservadas por una tradición literaria» 16 .

Por último, una práctica habitual de la oratoria judicial ateniense es la de descalificar personalmente al adversario, práctica que tendrá su más viva manifestación en Iseo y Demóstenes 17 .

También el género deliberativo alcanzó su pleno desarrollo en el s. IV . La división de la sociedad ateniense entre los partidarios de luchar contra la influencia macedonia, y recuperar así el prestigio perdido como gran potencia, y los partidarios de un acuerdo, se reflejó en los oradores del canon. Además, la mayoría de los discursos de índole deliberativa conservados de esta época están relacionados con esta lucha. Los mejores representantes de este tipo de oratoria, Demóstenes y Esquines, fueron las cabezas visibles de antimacedonios y promacedonios respectivamente, y algunos de los mejores ejemplos de oratoria deliberativa fueron Sobre las simmorías, las cuatro Filípicas, Sobre la falsa embajada y Sobre la corona de Demóstenes y Sobre la embajada y Contra Ctesifonte de Esquines.

El orador del siglo IV no se dedicaba al género deliberativo de forma exclusiva. Generalmente comenzaba siendo logógrafo —es el caso de Demóstenes y Esquines, por ejemplo—, y sólo después saltaba a la arena política componiendo discursos que habrían de pronunciarse en la Asamblea.

De la oratoria epidíctica o «de aparato» el mejor representante durante el siglo IV fue Isócrates. Pero lo que hace de éste un orador epidíctico no es tanto el contenido de sus discursos, como el hecho de que sea el primer orador que crea sus obras para que circulen en forma escrita o para ser leídas en voz alta en pequeños grupos, después de haberlas sometido a un lento proceso de maduración y composición. Por lo demás, el discurso así elaborado sirve para demostrar las cualidades oratorias del escritor así como es vehículo de sus opiniones políticas, sociales o filosóficas 18 . De esta índole son obras como Contra los sofistas, un retrato preciso de la escuela de Isócrates, la Antídosis, una defensa de su vida y pensamiento, y el Panegírico, una defensa a ultranza del panhelenismo, comandado por Atenas, cuyo objetivo ha de ser la lucha contra los persas.

Al género epidíctico también pertenecen discursos destinados a ser pronunciados con ocasión de los funerales públicos en honor de los caídos en combate, los conocidos como epitáphioi, representados por el Epitafio de Demóstenes por los caídos en Queronea y, quizás el mejor de todos, el Epitafio de Hiperides por los muertos en la guerra lamiaca.

Finalmente, al género encomiástico, otro de los subgéneros de la oratoria epidíctica, pertenecen la Helena y el Busiris de Isócrates, en la mejor tradición de los sofistas.

De otro lado, en la historia de la oratoria, al siglo IV le cabe también el honor de haber convertido la retórica en la base de la enseñanza antigua, sobre todo de la enseñanza superior. En este terreno fueron decisivas las instituciones educativas que, siguiendo el ejemplo de los sofistas, proliferaron en la Atenas de entonces, destacando especialmente la escuela de Isócrates, la Academia platónica y el Liceo de Aristóteles. De todas ellas, la que dio a la retórica el papel preeminente que a partir de entonces tendría en la enseñanza hasta el período renacentista, fue la escuela de Isócrates.

Isócrates, además de orador, fue también un educador profesional que abrió escuela propia en Atenas, muy cerca del gimnasio del Liceo donde se establecerá Aristóteles. La suya no fue una institución cerrada, como la Academia, y en ella los alumnos, por unos mil dracmas, completaban un ciclo de estudios de unos tres o cuatro años 19 .

En su escuela, Isócrates convirtió a la retórica en la base de la enseñanza superior, mientras que Platón en su Fedro la desdeña, considerándola una mera aplicación de la dialéctica 20 . Frente a los sofistas, Isócrates critica la retórica formal, la de los manuales teóricos o téchnai, insistiendo en la importancia de la práctica y en la necesidad de poseer dotes innatas. Su enseñanza comenzaba dando una exposición sistemática de lo que él llamaba idéai, es decir, los principios fundamentales de la composición y la elocución. Luego el alumno pasaba inmediatamente a poner en práctica lo aprendido a partir de un tema dado. En este momento, el alumno era ayudado mediante el estudio y comentario de buenos modelos, sólo que en la mayoría de los casos esos modelos eran las propias obras del maestro 21 .

Del éxito de su método y de su escuela son buenas pruebas la fortuna que llegó a acumular y la nómina de sus discípulos, muchos de ellos hombres ilustres que triunfaron en el ejercicio de las funciones públicas, como Timoteo, el hijo de Conón, hombres de letras, como los historiadores Teopompo y Éforo, o algunos de los principales representantes de la oratoria ateniense, como Iseo, Hiperides y Licurgo 22 . De Demóstenes se cuenta que había querido asistir a las lecciones de Isócrates, pero que se lo impidió su pobreza 23 .

Los oradores del siglo IV aquí mencionados fueron convertidos pronto por los autores de tratados de retórica (Aristóteles, Teofrasto, etc.) en modelos indiscutibles dentro de su arte. De sus obras se extrajeron leyes generales, preceptos, esquemas y clasificaciones que sirvieron de ayuda a los escritores posteriores. Además, si tenemos en cuenta la importancia de la retórica en la educación antigua, algo ya mencionado, y que casi toda la cultura de entonces es retórica, podremos hacemos una idea de la importancia de la tradición cultural representada por estos autores. Por supuesto, su contribución a la creación de la prosa artística griega es algo reconocido por todos.

* Cristóbal Macías Villalobos ha colaborado en la Introducción General y en las de Licurgo, Dinarco e Hiperides.

1 Habitualmente en las ciudades sometidas se entregaba el poder a un grupo de diez oligarcas —las llamadas decarquías —, simpatizantes con la causa espartana, tras expulsar a los partidarios de Atenas; luego se instalaban guarniciones de soldados espartanos al mando de un comandante militar o harmosta.

2 Aunque formalmente Esparta y Persia estaban unidas por un tratado de alianza, firmado el 411, esto no fue obstáculo para que ambos se enfrentaran abiertamente en varias ocasiones: así, en 399-394, cuando los espartanos intervinieron en Asia Menor para liberar a las ciudades griegas del dominio persa; o cuando los persas apoyaron la rebelión de las polis griegas contra Esparta en la Guerra de Corinto.

3 En esta ocasión Tebas, Atenas, Corinto y Argos se aliaron, con el apoyo persa, para enfrentarse a Esparta. La guerra terminó con la llamada Paz del Rey o Paz de Antálcidas (386 a. C.), donde, de nuevo con intervención persa, Esparta recuperaba provisionalmente su hegemonía, al quedar como garante de los acuerdos.

4 La restauración de la Liga Délica parecía confirmar la esperanza ateniense de recobrar su antiguo papel dirigente. Pero el sueño duró poco, pues a partir de 357 algunos aliados la abandonaron, lo cual provocó la reacción violenta de Atenas en la llamada Guerra Social o Guerra de los Confederados (357-355).

5 Conquista de Anfípolis (357), Pidna y Potidea (356), Metona (354), la península Calcídica y Olinto (349-348), etc. Con estas conquistas Filipo se garantizaba una salida al mar, mientras que Atenas veía amenazado el control de los Estrechos y su propio suministro de cereales que importaba de la región del Mar Negro.

6 La alianza estuvo integrada en un principio por Atenas, Acarnania, Acaya, Ambracia, Corcira, Corinto, Eubea, Léucade y Mégara. A última hora se unió Tebas y la confederación beocia. A pesar de todos los esfuerzos, los Estados del Peloponeso no quisieron abandonar su neutralidad.

7 G. KENNEDY , The art of persuasion in Greece, Princeton, 1963 (1974, 6.a reimpr.), pág. 27. En efecto, desde los primeros tiempos, todos los géneros literarios atestiguan la importancia que el arte de la palabra tenía para los griegos: los debates que aparecen en Ilíada I y II; el llamamiento de Príamo de Ilíada XXIV; la práctica de los poetas líricos de incluir discursos en sus obras; la aparición, en las Euménides de ESQUILO , de una escena de juicio, que refleja las prácticas procesales atenienses, etc.

8 G. KENNEDY , ibíd.

9 Por lo pronto, obligó al simple ciudadano a tener un cierto dominio del arte de la palabra, pues era costumbre que los discursos se pronunciaran sin la ayuda de ningún texto escrito; en segundo lugar, favoreció la aparición de los logógrafos, o «redactores de discursos», profesionales de la oratoria y con amplios conocimientos de derecho que, por un precio determinado, confeccionaban un discurso para sus clientes, que éstos luego memorizaban y pronunciaban ante el tribunal —como es sabido, la logografía constituye el núcleo de la oratoria forense griega y alcanzó su pleno desarrollo en el s. IV —; finalmente, el carácter no profesional de los jueces-jurados atenienses favoreció entre los oradores una serie de prácticas habituales como: simpatizar con su auditorio por medio del discurso, mostrando un carácter democrático y políticamente correcto (el éthos o «carácter»); excitar sus sentimientos para conseguir un veredicto favorable (el páthos o «pasión»); provocar la admiración y el goce estético a través de la perfección formal del discurso pronunciado (sobre esto, cf. A. LÓPEZ EIRE , Retórica clásica y teoría literaria moderna, Madrid, 1997, pág. 17).

10 Cuenta la tradición que la retórica fue «inventada» por el siciliano Córax, cuando tras la caída de la tiranía, enseñó a los siracusanos implicados en procesos por expropiaciones de tierras efectuadas por los tiranos, las distintas maneras de argumentar (sobre esto, cf. L. RADERMACHER , Artium Scriptores. Reste der voraristotelischen Rhetorik, Viena, 1951, págs. 11-35).

11 El primero de estos tratados fue elaborado por Tisias, discípulo de Córax, y en él ya se establecían las cuatro partes que acabaron siendo las habituales en el discurso forense clásico: el proemio o introducción, la diégesis o narración, la pistis o demostración, y el epílogo o conclusión.

12 Lo que hoy conocemos como «oratoria ática» fue un concepto desarrollado fundamentalmente por los retóricos y gramáticos alejandrinos de los siglos II y I a. C., aunque ya los atenienses tenían cierta conciencia de ello (v. gr. ISÓCRATES , Antídosis 295-296). En algún momento del siglo II a. C., uno de estos estudiosos, quizás Apolodoro de Pérgamo, seleccionó un grupo de diez oradores áticos cuyos discursos consideraba que eran más dignos de conservación y estudio, constituyéndose así un «canon» que luego fue generalmente aceptado. Este canon estaba formado por: Antifonte, Andócides, Lisias, Isócrates, Iseo, Demóstenes, Esquines, Licurgo, Hiperides y Dinarco. De ellos, salvo Antifonte y Andócides, los demás desarrollaron total o parcialmente su actividad en el s. IV . Aunque de origen alejandrino, de este canon sólo empezamos a tener documentación en la época de Augusto, de la mano de Cecilio de Caleacte, Quintiliano y PSEUDO -PLUTARCO , autor de unas Vidas de los diez oradores que, como veremos, es la fuente principal para conocer a la mayoría de los llamados «oradores menores», el objeto de este libro.

13 En efecto, la división de la oratoria en géneros con límites precisos y marcados fue un trabajo desarrollado por Aristóteles y sus sucesores.

14 La participación del synḗgoros se hacía insustituible cuando el encausado era un menor de edad, un meteco o una mujer.

15 Cf. A. LÓPEZ EIRE , «La oratoria», en J. A. LÓPEZ FÉREZ (ed.), Historia de la literatura griega, Madrid, 1988, pág. 579, contradiciendo en este sentido la opinión de K. J. DOVER , Lysias and the Corpus Lysiacum, Berkeley-Los Ángeles, 1968, respecto de Lisias.

16 G. KENNEDY , «La oratoria», en P. E. EASTERLING , B. M. W. KNOX (eds.), Historia de la literatura clásica, I. Literatura griega [trad. F. ZARAGOZA ALBERICH ], Madrid, 1990, págs. 541-570, en esp. pág. 550. De sobra es sabido que en los procesos judiciales no se leían los discursos y ni siquiera se usaban notas. Por ello hay que sobreentender que los discursos que conservamos de los oradores griegos no fueron los realmente pronunciados ante el tribunal. La decisión de escribir un discurso respondía a veces a otras intenciones, como demostrar ante los posibles rivales las dotes intelectuales y artísticas propias o para servir como arma arrojadiza en el enfrentamiento político. Cuando se implantó y difundió la enseñanza de la retórica, el discurso escrito se convirtió en un instrumento fundamental para el trabajo docente.

17 Cf. G. KENNEDY , «La oratoria», pág. 553.

18 G. KENNEDY , «La oratoria», pág. 554.

19 H.-I. MARROU,Histoire de l’éducation dans l’antiquitéHistoria de la educación en la antigüedad [trad. JOSÉ RAMÓN MAYO ), Editorial Universitaria, Buenos Aires, 19702 , pág. 99.

20 PLATÓN , Fedón 266b. Sobre el papel de la retórica en Platón remitimos a G. KENNEDY , «La oratoria», págs. 74-79.

21 MARROU , Historia..., págs. 101-102.

22 MARROU , Historia...., pág. 104.

23 PLUTARCO , Isócrates 837d.

LICURGO

INTRODUCCIÓN

1. Vida

La fuente principal para conocer la vida de Licurgo es la biografía que sobre él hizo Pseudo-Plutarco en sus Vidas de los diez oradores 841-44a. Además, como apéndice, este autor incluyó el decreto en su honor propuesto por Estratocles en el 307 a. C., del que también tenemos fragmentos epigráficos (C.I.A. II 240). Esta biografía, a su vez, derivaría de la obra de Cecilio de Caleacte (s. I a. C.), quien utilizó también una temprana vida de Licurgo escrita por Filisco poco después de la muerte del orador. Foción nos transmite una biografía de Licurgo que es copia casi literal de la de Pseudo-Plutarco. La Suda incluye un pequeño artículo (s. v. ‘Licurgo’) donde aparece una lista de sus discursos conservados entonces. Hay también fragmentos de inscripciones relativas a su labor política (C.I.A. II, 162 168, 173, etc.) 1 .

Licurgo, hijo de Licofrón, era ateniense, del demo de Butadas. Su vida transcurre entre 390 2 y 324 a. C. aproximadamente. Nació en el seno de una noble familia, los Eteobútadas 3 , que estaba vinculada con el ejercicio de ciertos cargos religiosos hereditarios, los hombres, con el sacerdocio de Posidón Erecteo, que el propio Licurgo ejerció en persona, y las mujeres, con el de Atenea Poliada. La nobleza de su origen y las dignidades sacerdotales que acaparó su familia debieron de contribuir a la integridad y rigidez moral que siempre le caracterizaron 4 . Por otro lado, sabemos que su esposa se llamaba Calisto y que tuvo con ella tres hijos: Habrón, Licurgo y Licofrón; de ellos, Habrón y Licurgo murieron sin descendencia, mientras Licofrón tuvo una hija, llamada también Calisto. De sus hijos, Habrón tuvo una importante carrera política 5 .

Según Pseudo-Plutarco (841b), fue discípulo de Platón y asistió a la escuela de Isócrates, por lo que habría recibido la misma formación que su contemporáneo Hiperides. A la influencia de Platón, según su biógrafo Filisco, se habrían debido sus cualidades y su éxito como hombre de Estado. Con Platón se habría consolidado su admiración por las instituciones y el modo de vida de Esparta y su idea del sacrificio total del individuo al Estado. A Isócrates debería ciertos hábitos de estilo y expresiones reproducidas tal cual 6 .

Intervino tardíamente en los asuntos públicos de Atenas, quizás cuando contaba algo más de cincuenta años. Es posible que acompañara a Demóstenes, a Polieucto y Hegesipo en 343 en la embajada enviada a varias ciudades griegas para formar una alianza contra Filipo, tras su invasión del Epiro 7 . Se integró pronto en las filas del partido antimacedonio, aunque sólo ocupó un puesto importante en la vida pública tras el episodio de Queronea. Poco después de esta batalla 8 , y por un periodo de doce años, estuvo al frente de la hacienda pública, una magistratura extraordinaria y de gran importancia 9 . Como gestor de la hacienda se podía estar un máximo de cuatro años, una pentetéride, y Licurgo ocupó este cargo tres veces seguidas; pero como la ley no permitía que recayera en la misma persona durante dos periodos consecutivos, en el segundo de estos periodos el cargo recayó nominalmente en un amigo suyo, aunque en la práctica él siguió ejerciéndolo l0 .

Desde su puesto se encargó en primer lugar de llenar las exhaustas arcas del Estado. Para ello recurrió, en un principio, a préstamos de particulares, para atender las necesidades más urgentes, por un montante de 650 talentos, únicamente bajo su garantía personal l1 . Su gestión se coronó con el éxito, pues consiguió elevar los ingresos del Estado hasta los 1.200 talentos cuando antes habían sido de 600 12 .

Sin embargo, no se detuvo aquí su actividad pública, pues le vemos encargado de supervisar ciertos aspectos de la política militar 13 : reforzó los muros de la ciudad sustituyendo el ladrillo por la piedra y construyendo un foso alrededor; acumuló en la Acrópolis un armamento considerable, en concreto, hasta 50.000 armas arrojadizas; aumentó la flota hasta los cuatrocientos navíos y terminó los muelles y el arsenal que Eubulo había comenzado; bajo su mandato se cambió el sistema de elección de los generales, pues éstos pasaron a ser nombrados de entre todo el pueblo sin tener en cuenta la tribu a la que pertenecía; la efebía, creada hacía poco, fue reorganizada para que en ella los jóvenes atenienses de 19 y 20 años recibieran entrenamiento militar, bajo la autoridad de un kosmētḗs y un sōphronistḗs. Aunque no tenemos pruebas de que estas reformas fueran emprendidas por Licurgo en persona, sí se produjeron coincidiendo con su periodo de administrador militar 14 .

De otro lado, llevó a cabo también una cierta restauración religiosa. Su intervención en el culto se explica porque en la actividad del hombre público antiguo no se distinguía entre los intereses materiales de la ciudad y los de la divinidad; además, no debemos olvidar el influjo que en él ejercieron sus tradiciones familiares y el hecho de que él mismo desempeñara funciones sacerdotales 15 . En este terreno dio un mayor empuje a ciertos cultos, restituyó las estatuillas de oro de la Victoria en la Acrópolis, que durante la guerra del Peloponeso habían sido usadas para sufragar los gastos del conflicto l6 ; hizo construir vasos de oro y de plata para las procesiones sagradas; dictó normas para regular el comportamiento del público durante el sacrificio y el culto a los dioses, y pronunció discursos relativos a cuestiones del culto 17 .

Se embarcó también en un ambicioso programa de construcciones civiles: levantó un pórtico en Eleusis, terminó el estadio comenzado por Filón y reconstruyó el teatro de Dioniso, usando la piedra en vez de la madera. Como admirador del drama ático y para evitar la corrupción del texto en manos de los actores, mandó sacar copias de las obras de los tres grandes trágicos —cuyas estatuas hizo colocar en el recién reconstruido teatro de Dioniso— 18 .

Según su biógrafo, tuvo también a su cargo la vigilancia de la ciudad y el arresto de los malhechores, a los cuales expulsó, de modo que algunos de los sofistas dijeron que Licurgo firmaba órdenes contra los malvados con una pluma mojada no en tinta sino en sangre 19 .

Uno de los momentos más difíciles de su carrera tuvo lugar en 335, tras la toma de Tebas por Alejandro, cuando los macedonios exigieron la entrega de Licurgo, Demóstenes y otros destacados representantes del partido antimacedonio. La demanda fue retirada por la intervención de Foción y Démades 20 .

Licurgo dejó una profunda huella entre sus contemporáneos, por su sinceridad, su patriotismo, y su dedicación a la ciudad 21 , por lo que fue coronado muchas veces y se le levantaron estatuas 22 . Sin embargo, no pudo evitar frecuentes ataques de sus enemigos, que acabaron fracasando, incluso después de su muerte en 324 23 . En esta ocasión, su sucesor en el cargo, Menesecmo, le acusó de malversación de fondos, por dejar un déficit en el tesoro. A causa de ello, los hijos de Licurgo fueron encarcelados, aunque consiguieron pronto la libertad gracias a los esfuerzos de Hiperides y Demóstenes 24 . Él mismo y algunos de sus descendientes fueron enterrados a expensas del Estado y sus monumentos fúnebres estaban frente a la Atenea Peonia, en el jardín del filósofo Melando 25 .

Respecto a la valoración de su labor política, hay acuerdo en considerarla más efectiva que la de Hiperides 26 . Este patriota de vida austera —de él se contaba que vivía como un espartano, llevando la misma ropa en invierno que en verano y caminando normalmente descalzo—, de moral inflexible, conservador y restaurador de la tradición en materia religiosa, desde su puesto de administrador de la hacienda y los asuntos militares, hizo mucho por levantar a su ciudad tras el desastre de Queronea y por devolverle parte de su confianza perdida; lo que ya no pudo hacer fue devolverle el puesto de gran potencia que tuvo antaño.

2. Obra

No sabemos si Licurgo pronunció discursos, ya ante la Asamblea, ya como acusador ante los tribunales, antes de 338. Toda la información que poseemos al respecto corresponde al periodo posterior a esta fecha, por lo que en él oratoria y actividad política van íntimamente unidas.

Pseudo-Plutarco nos habla de quince discursos auténticos, mencionando varios de ellos por sus títulos 27. La Suda, en su artículo sobre Licurgo, menciona catorce discursos, citando también los recogidos en la biografía, así como algunas cartas y otro tipo de escritos 28 . Esta lista de catorce o quince discursos, sin embargo, no abarcaría su obra completa, sino sólo la que llegó a publicar. A éstos habría que unir un gran número de discursos que pronunció ante la Asamblea para defender las numerosas leyes que, según el decreto de Estratocles, llegó a presentar, y los que pronunció como acusador en causas particulares, como en los casos de Euxenipo y Licofrón, en los que Hiperides actuó como defensor 29 .

Los discursos que Licurgo compuso se pueden clasificar en tres grupos: a) discursos en defensa de su propia administración; b) discursos sobre cuestiones de índole religiosa; c) acusaciones públicas, muchas de ellas de claro trasfondo político y en las que pedía a menudo la pena capital 30 .

Entre los discursos en defensa de su administración (Apologías), se pueden citar con certeza dos, un Perì tês dioikḗseōs, citado así por la Suda y Harpocración, el cual incluye alguna glosa y algunos fragmentos muy breves, que es posible que Licurgo pronunciara al final de su primera pentetéride, en la rendición de cuentas de su cargo, o como respuesta a una acusación de Dinarco. El segundo, que Harpocración cita cuatro veces como Apologismòs hôn pepolíteutai y que podría identificarse con la Apología pros Dēmádēn que cita la Suda, sería una defensa general de su actividad pública 31 .

Entre los discursos sobre asuntos religiosos, destacamos un Katà Menesaíchmou eisangelía, citado así por Harpocración, del que poseemos algunos fragmentos, en el que Licurgo acusa a Menesecmo de impiedad, usando el procedimiento excepcional de la eisangelía, por haber violado las formalidades del rito durante un sacrificio a Apolo, con ocasión de una embajada, encabezada por él, enviada a Delos durante las fiestas del dios. No cabe duda de que este proceso está en la base del odio de Menesecmo contra nuestro orador y que se manifestó en el proceso que intentó contra sus hijos a la muerte de Licurgo. De temática también religiosa son: un Perì tês hiérelas, del que se conservan algunos fragmentos, que debía referirse a la sacerdotisa de Atenea Poliada, cuyo sacerdocio era hereditario entre las mujeres de la familia de Licurgo; el Perì tês hierosýnēs, citado por la Suda, se puede identificar con el Krokonidôn diadikasía pròs Koironídas, que cita el lexicógrafo Harpocración, y se trataría de un proceso entablado entre las familias Croconida y Coironida por algún privilegio sagrado, en el que el orador Dinarco debió de actuar como adversario de nuestro orador; por fin, un Pròs tàs manteías, citado únicamente por la Suda, que podría referirse a las consultas del oráculo de Delfos, hechas en época de Licurgo, para restablecer viejos usos o introducir innovaciones, aunque esto no deja de ser una mera hipótesis 32 .

Acusaciones públicas fueron la mayoría de los discursos atribuidos a Licurgo y, en particular, el único conservado, Contra Leócrates. Además, entre los antiguos fue proverbial su severidad y dureza como acusador, que no dudó en recurrir en causas privadas a procedimientos extraordinarios como la eisangelía, prevista en principio para los crímenes contra el Estado.

Un buen ejemplo de su manera de actuar fueron sus dos discursos Contra Licofrón, de los que tenemos noticias por el discurso, que conservamos de modo fragmentario, de Hiperides, que actuó en este caso como defensor. El motivo del proceso contra Licofrón, hiparco, que fue coronado varias veces por sus servicios, fue una acusación de adulterio que éste habría cometido con una mujer ateniense, cuyo resultado habría sido un hijo. En realidad, detrás se ocultaba un oscuro caso de herencia 33 . Para este proceso, como ya se ha dicho, Licurgo compuso dos discursos, uno que pronunció ante la Asamblea y otro como synḗgoros del acusador principal, un tal Aristón. A pesar de lo banal del caso, la acusación utilizó el procedimiento excepcional de la eisangelía, arguyendo que el comportamiento criminal del acusado podía subvertir la institución familiar y el propio sistema democrático. En parecidos términos Licurgo actuó en el Contra Euxenipo, sólo que ahora se acusaba al procesado de haber cambiado los términos de un sueño revelado por el héroe Anfiarao y por el que se obligaba a dos tribus atenienses a devolver un lote de tierras que se les había concedido en Oropo, tras la entrega del territorio a Atenas por Filipo 34 . Aquí Licurgo de nuevo tuvo en frente a Hiperides como defensor y nuevamente se utilizó el procedimiento de la eisangelía.

Otros discursos de este grupo son:

—Contra Aristogitón, discurso pronunciado en 324 a. C., poco antes del proceso contra Hárpalo, en el que Licurgo actuó como acusador principal, hablando antes que Demóstenes por el privilegio de la edad. El acusado, Aristogitón, era un orador y sicofanta profesional, que había llevado a los tribunales a Hiperides y a Demóstenes (a éste nueve veces), aunque con poco éxito —él mismo fue acusado varias veces y condenado a pagar diversas multas—. El discurso de Licurgo, que no nos ha llegado, debía de ser bastante extenso y se dedicaba a exponer y discutir los hechos. Su tono era muy tenso.

—Contra Cefisódoto35 , del que conservamos un pequeño fragmento, fue pronunciado contra este personaje, que en 334 había propuesto que se concedieran honores excepcionales a Démades —una estatua de bronce en el ágora y manutención en el Pritaneo— por su trayectoria política y sus favores a la ciudad 36 . En este caso, la acusación fue dirigida por Licurgo y Polieucto de Esfeto —Demóstenes guardó silencio— y es un claro ejemplo de proceso con trasfondo enteramente político. El resultado del proceso fue contrario a nuestro orador.

— Contra Lisicles fue pronunciado en 338 contra este general ateniense al que se acusaba de ser el responsable de la derrota de Queronea 37 . El discurso, del que conservamos un fragmento, estaba lleno de vehemencia y desprecio hacia el acusado y es buena prueba del desconcierto que reinaba en la ciudad tras esta infausta batalla. La acusación consiguió la pena capital para el acusado.

— Contra Autólico, del que conservamos fragmentos, fue pronunciado poco después de los hechos de Queronea contra este miembro del Areópago que, tras la derrota, había huido de la ciudad para poner a salvo a su familia. Las circunstancias del caso coinciden en todo con las del Contra Leócrates, y en ambos comprobamos la determinación del acusador por perseguir conductas individuales que consideraba censurables en momentos de peligro para la ciudad. También aquí la acusación consiguió la pena de muerte para el acusado 38 .

El discurso Contra Leócrates, el único conservado más o menos completo, fue pronunciado en 330 a. C., poco tiempo antes del discurso de Demóstenes sobre la corona. Está relacionado con la derrota de Queronea y en él Licurgo actuó como fiscal, persiguiendo a aquellos que, en los momentos de peligro para la ciudad, son capaces de abandonarlo todo por salvar sus vidas, como ya hizo en el mencionado proceso contra Autólico. Gran parte de las circunstancias que rodearon el caso nos son conocidas por el propio discurso.

Leócrates era un ciudadano ateniense, de condición acomodada, herrero de profesión, que al enterarse de la derrota de la ciudad en Queronea frente a Filipo, optó por reunir todas las pertenencias que pudo y embarcó rumbo a Rodas. A su llegada difundió el rumor de que Atenas había sido tomada por Filipo, lo cual originó el pánico, hasta que se descubrió que era falso. Más tarde se trasladó a Mégara, donde se dedicó al comercio de grano. Allí permaneció como residente extranjero durante casi seis años. Su intención parecía que era no regresar a la ciudad, pues vendió a su cuñado Amintas todas sus propiedades en Atenas y pidió que le enviara sus penates. Sin embargo, inopinadamente, volvió a la ciudad ocho años después de su marcha, pensando quizás que el tiempo habría hecho olvidar su acción. Sin embargo se equivocaba, pues poco después de su llegada Licurgo presentó contra él una acusación de traición, y escapó a la condena por un solo voto 39 .

La tesis de Licurgo es la siguiente: La huida de Leócrates no sólo supone un acto de cobardía, sino también un auténtico crimen contra la patria, que debe ser castigado con la muerte. Para demostrarlo recurre más a argumentos morales que jurídicos, prueba de un patriotismo radical que no perdonaba las debilidades. En el exordio comienza diciendo nuestro orador que él no siente un odio personal contra Leócrates. Entre las circunstancias agravantes de la conducta del acusado cita las dificultades a las que tuvo que hacer frente la ciudad; que con su actitud contribuyó a destruir su propia ciudad; que abandonó a los dioses de Atenas; que renegó de todas las tradiciones gloriosas de su patria. Por ello, son los mismos dioses los que claman venganza. Recordando leyendas antiguas y citando versos de Eurípides y Tirteo, nos traza un retrato de lo que antaño se entendía por patriotismo. Por ello, aprovechando este caso, los jueces tienen la ocasión de dar un buen escarmiento.

Es casi seguro que Leócrates no infringió ninguna ley concreta al abandonar la ciudad, aun cuando Licurgo mencione ciertas medidas de excepción aprobadas después de la batalla y que el acusado habría incumplido 40 . De hecho Autólico, un areopagita, como hemos visto, fue condenado a muerte por infringir una de esas disposiciones. Es probable también que Leócrates se marchara de la ciudad antes de que esas medidas se hubieran aprobado, pues en ese caso se habría esperado un ataque más directo de Licurgo contra el acusado. En efecto, el discurso está lleno de motivos generales en torno al patriotismo, y los argumentos que usa nuestro autor a veces son poco convincentes. Da la sensación de que Licurgo actuó con excesivo rigor respecto a un hombre en el que sería más censurable su actitud personal que el hecho de haber cometido un auténtico delito 41 .

Respecto a la valoración que de él hicieron los antiguos, su biógrafo indica explícitamente su falta de dotes naturales para la oratoria y para la improvisación, pues nos lo describe estudiando día y noche y durmiendo en una cama incómoda, con un solo cobertor, para tener el sueño ligero y no quitar así horas al estudio 42 . Introducido en el canon de los diez mejores oradores, Hermógenes lo colocó penúltimo, delante de Dinarco 43 . Sabemos que Dídimo lo había comentado. Los autores latinos lo citan de pasada, sin damos su opinión 44 .

En cuanto a la crítica moderna, la mayor parte de los juicios deben hacerse a partir del único discurso conservado. Éste confirma las valoraciones que los antiguos hicieron sobre su elocuencia. Su principal característica es la deínōsis o aúxêsis, es decir, la tendencia a magnificar los temas. Se le reconocían como virtudes la elevación, la franqueza, la gravedad y la nobleza de espíritu, pero le faltaba, en cambio, gracia: era, en suma, demasiado duro y áspero. Su estilo resulta a menudo monótono, por la repetición continua de las mismas construcciones, de las mismas palabras; falta armonía entre las diversas partes y no siempre se respeta el orden lógico en el desarrollo del pensamiento. El tono es uniformemente tenso y elevado. Contribuyen a romper esta uniformidad las frecuentes citas de poetas y el uso, en la narración, de mitos. Le falta, como a Demóstenes, el sentido del humor45 . Se ha señalado también que si por un lado se nota la influencia de su maestro Isócrates —sobre todo, en la armonía de la frase, en la claridad del periodo, en la tendencia a evitar el hiato—, se aleja de éste por la fuerza de su carácter y temperamento 46 .

3. Tradición manuscrita

Dado que las fuentes para conocer el texto de Licurgo y de Dinarco coinciden, hemos creído conveniente estudiar juntas ambas tradiciones manuscritas 47 . El texto de ambos autores nos ha llegado en dos manuscritos fundamentales que parecen derivar de un arquetipo común perdido en la actualidad:

1) El Crippsianus o Burneianus 95 (A), fue adquirido en Grecia por J. M. Cripps en 1803 y vendido más tarde a J. Bumey. Ahora se conserva en el Museo Británico. Este manuscrito incluye a los oradores Andócides, Iseo, Dinarco, Antifonte y Licurgo. Se cree que es del siglo XIII48 . El texto de A contiene muchos errores obvios y hay algunos pasajes en que está seriamente corrompido.

2) El Oxoniensis Bodleianus (N), incluye a los oradores Dinarco, Antifonte y el Contra Leócrates, §§ 1-34, 98-147. Se conserva en Oxford y se cree que es de los siglos XIII o XIV49 . El texto de N fue escrito de manera mucho más cuidadosa.

La similitud de ambos manuscritos es tal, que hay que admitir que derivan de un arquetipo común. En cuanto a la autoridad relativa que hay que atribuirles, Blass se inclina por concedérsela a N, mientras que la mayoría de los críticos se la atribuyen a A 50 . Esta discusión no tiene apenas interés tratándose del texto de Licurgo, pues las diferencias son mínimas.

Los dos manuscritos presentan un cierto número de correcciones: las primeras (A1 , N1 ), que son las más numerosas e interesantes, corresponden a los mismos copistas que las hicieron al releer su texto, según el original que transcribían; las otras (A2 , N2 ) no son más que conjeturas hechas posteriormente, o bien por los propios copistas, o bien por un lector según sus criterios personales, por lo que no tienen más valor que el de simples conjeturas.

Junto a estas fuentes principales encontramos estos otros manuscritos: el Laurentianus (B), el Marcianus (L), el Ambrosianus (P), el Burneianus 96 (M), todos del siglo XV , y el Vratislaviensis (Z), quizás del siglo XVI51 , que derivan uno del otro en el mismo orden en que los hemos enumerado y, como han demostrado Blass y Bürmann, el más antiguo de ellos, B, deriva de A.

Entre las fuentes del texto, hay que mencionar la editio princeps de Licurgo, una Aldina de 1513, que contiene variantes tomadas de un manuscrito desconocido para nosotros, y que se convirtió en la vulgata adoptada por todos los editores hasta comienzos del siglo XIX ; un ejemplar de la Aldina, conservado en la Biblioteca municipal de Hamburgo, añade al margen algunas lecturas nuevas de procedencia desconocida 52 .

4. Nota sobre esta traducción

En primer lugar, no conocemos ninguna traducción de Licurgo en español. De otro lado, como texto base para nuestra traducción hemos seguido la edición de N. C. Conomis, Lycurgus. Oratio in Leocratem, Leipzig, 1970.

Nos apartamos del texto de Conomis en los siguientes pasajes:

1 Cf. Fr. BLASS , Lycurgi…, 3, págs. 95-96; F. DURRBACH , Lycurgue. Conlre Léocrate el fragments, París, 19562 , págs. VII y VIII; J. O. BURTT , Minor..., 2, Londres, 1973 (2. a reimpr.), pág. 2; E. MALCOVATIet al., Oratori attici minori, Turín, 1977, pág. 801, n. 1.

2 No conocemos con exactitud la fecha de su nacimiento, pero sabemos que era algo mayor que Demóstenes, nacido en 384/3 a. C., pues, según el argumento de Libanio que aparece al comienzo del primer discurso Contra Aristogitón, él habló el primero en el proceso por el privilegio de la edad; además, en la obra de Pseudo-Plutarco su biografía precede a la de Demóstenes.

3 Los Eteobútadas eran una de las familias aristocráticas más ilustres de Atenas por su origen, pero muy unida a la causa democrática. Sus miembros creían que eran descendientes del héroe Butes, hermano de Erecteo, de ahí el significado de su nombre, «los verdaderos Bútadas», es decir, los descendientes directos del héroe. Por su antepasado epónimo, Butes, la familia se vinculaba con Posidón Erecteo, que según una antigua leyenda era el padre mismo del héroe. Conocemos detalles interesantes sobre algunos de los ascendientes del orador. El más antiguo de ellos parece ser un Licurgo que llegó a ser jefe de las gentes «de la llanura» en su lucha contra Pisístrato. Su bisabuelo era Licomedes, que obtuvo, como su abuelo Licurgo, el privilegio de una sepultura pública en el Cerámico. El abuelo fue ejecutado por los Treinta por la denuncia de Aristodemo de Butes. De su padre Licofrón no se sabe nada. Para más detalles sobre su familia, cf. PSEUDO -PLUTARCO , 841b; A. CROISET , Histoire de la littérature grecque, t. IV, París, 1947, págs. 629-30; DURRBACH , op. cit., págs. VIII-XII; y BURTT , Minor ..., pág. 3.

4 Cf. DURRBACH , Lycurgue. Contre Léocrate ..., pág. X; y A. CROISET , Histoire ..., pág. 630.

5 Cf. PSEUDO -PLUTARCO , 843a-b, donde se amplían los detalles sobre su descendencia, y DURRBACH , Lycurgue..., págs. XIX-XX.

6 Cf. DURRBACH , ibíd..., pág. XII. MALCOVATI , Oratori..., pág. 802, comparte esta misma opinión, precisando que su admiración por Esparta, tradicional en la aristocracia ateniense, también derivaba de su familia. Por su parte, R. F. RENEHAN , «The Platonism of Lycurgus», Greek, Roman and Byzantine Studies, XI (1970), 219-31, considera que ciertas semejanzas entre Licurgo y Platón se entienden mejor si aceptamos la influencia de éste sobre aquél, en particular de Las Leyes. Por el contrario, A. CROISET , Histoire..., págs. 630-631, duda de esta supuesta influencia platónica, pues es imposible apreciarla en sus discursos y ni siquiera en el plano moral, cuya base, según él, no tiene por qué considerarse platónica.

7 PSEUD -PLUTARCO , 841e, y DURRBACH , ibíd..., pág. XIII.

8 Se discute la fecha exacta en que Licurgo comenzó sus funciones como encargado de la hacienda. Frente a la opinión tradicional, que postulaba el año 338 como fecha de inicio, DURRBACH , págs. XXII-XXIII, apoyándose en G. COLIN , «Note sur l’administration financière de l’orateur Lycurgue», Revue des Études Anciennes (1928), 191-94, considera como más probable la de 337/6, coincidiendo la elección de Licurgo con la de los magistrados ordinarios.

9 Cuestión muy debatida ha sido también el nombre exacto del cargo que ocupó Licurgo. Sobre esto, A. CROISET , Histoire..., pág. 631, n. 1, cree que éste sería «intendente de los fondos militares» o bien presidente del colegio formado por los «intendentes del teórico». DURRBACH , págs. XX-XXI, que resume muy bien el estado de la cuestión, considera que el nombre del cargo debía ser tamías epi tḕn dioíkēsin («intendente encargado de la administración »). MALCOVATI , Oratori..., pág. 803, por su parte, apoya la denominación de tamías tés koinês prosódou («intendente de la hacienda pública»).

10 PSEUDO -PLUTARCO , 841c, y DURRBACH , págs. XXI-XXII.

11 PSEUDO -PLUTARCO , 841d, habla de 250 talentos, mientras que el decreto de Estratocles, de 650. Es posible que la diferencia entre ambas sumas se deba a un error del copista en la biografía. Sobre esta cuestión, cf. DURRBACH , pág. XXIV y en n. 2.

12 PSEUDO -PLUTARCO , 842f. Para DURRBACH , pág. XXV, 1.200 talentos habría sido la media de los ingresos estatales durante los doce años de su mandato.

13 Es posible, como opina DURRBACH , pág. XXVI, que interviniera en la administración militar desde otra magistratura, también extraordinaria, pues tanto Pseudo-Plutarco como el decreto distinguen claramente las dos funciones. Nada se sabe sobre las características ni la extensión en el tiempo de este nuevo cargo.

14 Cf. DURRBACH , págs. XXVI-XXVII.

15 DURRDACH , págs. XXVIII-XXIX.

16 Sobre el uso que se hacía de los objetos sagrados para financiar gastos extraordinarios, cf. DURRBACH , págs. XXIX-XXX.

17 PSEUDO -PLUTARCO , 843d, y DURRBACH , pág. XXXII.

18 PSEUDO -PLUTARCO , 841d y f, y DURRBACH , págs. XXXIII-XXXV.

19 PSEUDO -PLUTARCO , 841e. Estas palabras deben ser matizadas. No parece que Licurgo desempeñara funciones oficiales de policía de Estado, sino que más bien, desde su función de acusador, él mismo se había propuesto perseguir todo lo que considerara comportamientos inaceptables. No olvidemos que en Atenas se dejaba a los particulares la denuncia y persecución de los crímenes que atentaban contra la seguridad del propio Estado (cf. DURRBACH , págs. XLI y XLII).

20 DURRBACH , pág. XV.

21 Según C. MOSSÉ , «Lycurgue l’Athénien, homme du passé ou précurseur de l’avenir», Quaderni di storia XV (1989), núm. 30, 25-36, Licurgo, como gestor de las finanzas públicas atenienses, anuncia ya los grandes administradores y gestores de los futuros Estados helenísticos. Sugiere también este autor que Demetrio Falereo, siguiendo el ejemplo de Licurgo, que había mandado establecer un texto oficial de los grandes poetas trágicos, habría animado a Ptolomeo I Soter a crear la gran Biblioteca de Alejandría.

22 PSEUDO -PLUTARCO , 843c, nos dice que se le levantó una estatua de bronce en el Cerámico. PAUSANIAS , I 8, 2 menciona otra estatua suya no lejos del Pritaneo. También Pseudo-Plutarco menciona que su hijo mayor y sus descendientes recibieron el honor de la comida en el Pritaneo.

23 La fecha de su muerte se puede establecer con bastante precisión: vivía aún cuando en Atenas se suscitó un gran debate sobre los honores que se debían conceder a Alejandro (324), pero murió ese mismo año de enfermedad, justo cuando se emprendió el proceso contra Demóstenes por el asunto de Hárpalo (sobre esto, cf. DURRBACH , pág. XVIII).

24 Sobre esto, cf. PSEUDO -PLUTARCO , 842e. CROISET , Histoire..., pág. 632, n. 4, duda del resultado final del proceso emprendido contra los hijos de Licurgo, dando por cierto que éstos fueron encarcelados finalmente por no haber podido pagar la fuerte multa que se les impuso.

25 PSEUDO -PLUTARCO , ibíd.

26 Cf. CROISET , Histoire..., pág. 629.

27PSEUDO- P LUTARCO,843c-e. Los discursos mencionados, todos acusatorios, son:Contra Autólicoel areopagita,contra Lisiclesel general,contra Démadesel hijo de Démeas,contra Menesecmo, contra Dífiloycontra Aristogitón, LeócratesyAutólico, por cobardía.

28 Sobre los problemas que plantea la identificación de los discursos de Licurgo, cf. DURRBACH , págs. XXXVII-XXXVIII.

29 A. CROISET , Histoire..., pág. 633, respecto a la labor oratoria de Licurgo, duda que éste llegara a ejercer funciones de logógrafo, en parte por su propia fortuna personal. Sin embargo, no tenemos por qué dudar de ello, pues en su función de acusador no sólo le vemos hablando a él mismo ante el tribunal, como en Contra Aristogitón, sino que también compuso discursos para otros y les apoyó en la acusación, como en los discursos Contra Licofrón y Contra Euxenipo. Además, como nos dice PSEUDO -PLUTARCO (841f), en los tribunales Licurgo era considerado como una ayuda para todos aquellos que necesitaran un abogado.

30 La clasificación más completa de las obras de Licurgo la dio F. BLASS , Die attische..., III, págs. 108-110.

31 La identidad entre el discurso mencionado por Harpocración y el que menciona la Suda es defendida por DURRBACH , pág. XXXIX. MALCOVATI , pág. 809, por su parte, considera que ambos serían discursos diferentes.

32 Sobre esto, cf. MALCOVATI , págs. 809-810, y DURRBACH , págs. XL-XLI.

33 Sobre las circunstancias de este proceso, cf. infra, págs. 241-242.

34 Sobre las circunstancias de este proceso, cf. infra, págs. 245-246.

35 El discurso que en la Suda se denomina Katà Kēphisodótou es llamado en una glosa de Patmo Katà Kēphisodótou perì tôn Dēmádou timôn, por lo que parece que es el mismo que en otros autores, como Ateneo, se denomina Katà Dēmádou. Sobre esto, cf. MALCOVATI , pág. 813, y DURRBACH , pág. XLVII, n. 1.

36 Démades había alejado de Atenas el peligro del castigo de los macedonios en dos ocasiones: una, en 336, cuando tras la muerte de Filipo Alejandro penetró en Tesalia y Beocia, y se detuvo por los ruegos e insistencias de una delegación ateniense encabezada por él; otra, en 335, cuando tras la destrucción de Tebas Alejandro exigió la entrega de los diez cabecillas de la oposición —entre los que se encontraba Licurgo— y él junto con Foción hicieron desistir al rey de su petición.

37 Se ha tratado de explicar de modo diverso por qué el único acusado fue Lisicles y no también Cares y Estratocles, colegas suyos en aquellas fechas. Sobre esto, cf. MALCOVATI , pág. 815, y DURRBACH , pág. XLIX.

38 Para más detalles sobre los discursos acusatorios de Licurgo aquí mencionados, cf. MALCOVATI , págs. 811-815 y DURRBACH , págs. XLIII-L.

39 Según nos dice MALCOVATI , pág. 817, n. 30, en realidad hubo igualdad de votos. Pero en esos casos se aplicaba el calculus Minervae («el voto de Minerva»), que deshacía los empates en favor del reo. El nombre derivaría del episodio mítico en que Atenea, durante el juicio de Orestes ante el tribunal del Areópago, deshizo el empate que se produjo, dando su voto a favor del acusado.

40 BURTT , Minor..., pág. 10, y MALCOVATI , Oratori..., pág. 816.

41 De hecho el discurso pone muy a las claras la ética personal de nuestro autor: admiración hacia el pasado y desprecio global hacia el presente, sacralizando los valores políticos y sometiendo la vida privada de los ciudadanos a las exigencias comunitarias. Sobre esto, cf. S. SALOMONE , «L’impegno etico e la morale di Licurgo», Atene e Roma XXI (1976), 41-52. Por otro lado, sobre este mismo discurso, G. KENNEDY , The art of persuasion , pág. 251, opina que es un buen ejemplo de acusación desmedida emprendida por la confianza de su autor en la técnica retórica.

42 PSEUDO -PLUTARCO , 842c.

43 HERMÓGENES , Sobre las formas de estilo II 11, 178.

44 CICERÓN , De Oratore II 94, Brutus 36; QUINTILIANO , De institutione oratoria XII 10, 22.

45 MALCOVATI , op. cit., pág. 818, y DURRBACH , op. cit.. págs. L-LII.

46 Cf. CROISET , op. cit., pág. 636.

47 Sobre la tradición manuscrita de estos dos autores cf. DURRBACH , op. cit.. págs. LIII-LIV (dedicada en principio sólo a Licurgo); BURTT , op. cit., págs. Xl-XII (donde se estudian juntos ambos autores); M. NOUHAUD y L. DORS -MÉARY , Dinarque: Discours, págs. XXIII-XXV (dedicada en principio sólo a Dinarco).

48 Nouhaud y Dors-Méary lo consideran de comienzos del siglo XIV .

49 Nouhaud y Dors-Méary lo consideran con certeza del siglo XIV .

50 Nouhaud y Dors-Méary siguen la tesis de Blass.

51 Nouhaud y Dors-Méary consideran al Vratislaviensis de finales del XV .

52 Cf. DURRBACH , op. cit. , pág. LIV.