Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
En noviembre de 2008, mientras el derrumbe financiero global se profundizaba, la entonces octogenaria reina Isabel visitó la Escuela de Economía de Londres y sorprendió a los prestigiosos académicos allí reunidos con una pregunta inocente pero muy aguda: dada la magnitud de la crisis, ¿por qué nadie la había advertido? La pregunta fue directo al corazón de dos grandes fracasos: el del capitalismo occidental, que todavía no se ha recuperado, y el de los economistas, que no entendieron qué estaba pasando. Este libro trata sobre ese doble fracaso y propone salidas completamente innovadoras. Está claro que el sistema actual no funciona: los hogares están endeudados por no poder cubrir sus gastos básicos, el desempleo afecta cada vez a más jóvenes, se ahonda la brecha entre los que más y los que menos tienen, entre las burbujas del sector financiero y el estancamiento de la economía real. Necesitamos pensar otro capitalismo desde los cimientos, para que el objetivo no sea solo redistribuir sino crear riqueza y valor, en un ciclo virtuoso y sustentable. ¿Cómo hacerlo? Para encontrar soluciones, los autores –las y los mejores economistas contemporáneos– proponen hacer a un lado las teorías ortodoxas que sustentan la mayoría de las políticas actuales, recetas que no permiten entender cómo funciona el capitalismo moderno y, por lo tanto, nunca lograrían que funcione mejor. Esas recetas, sin embargo, son muy taquilleras y dominan el debate público, porque se sostienen en visiones idealizadas y simplistas de los mercados. Los capítulos de este libro, llenos de ideas y de propuestas, comienzan por desmontar uno a uno los lugares comunes de la ortodoxia que se escuchan todo el tiempo: que la inversión pública expulsa la inversión privada, que los impuestos desincentivan la creación de riqueza y trabajo, que los gobiernos no deben tratar de dirigir o regular los mercados, que hay que tercerizar los servicios públicos, que la austeridad fiscal es la llave maestra para reducir el déficit. Con audacia, evidencia empírica y originalidad para construir un enfoque que contempla a los actores reales de la economía y la sociedad, este libro deja al desnudo que la ortodoxia anticuada que todavía decide el rumbo de muchos países no tuvo y no tiene nada para aportar. El fracaso del capitalismo no es inevitable, y esta es una contribución magistral para identificar qué políticas podrían dar forma a un futuro diferente.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 574
Veröffentlichungsjahr: 2023
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Índice
Cubierta
Índice
Portada
Copyright
Agradecimientos
Prólogo a la edición en castellano (Mariana Mazzucato)
Introducción. Otro capitalismo tiene que ser posible (Michael Jacobs, Mariana Mazzucato)
1. El fracaso de la austeridad: invitación a repensar la política fiscal (Stephanie Kelton)
2. Comprender el dinero y la política macroeconómica (L. Randall Wray, Yeva Nersisyan)
3. Los costos del cortoplacismo (Andrew G. Haldane)
4. Los emprendimientos innovadores y la teoría de la empresa (William Lazonick)
5. La innovación, el Estado y el capital paciente (Mariana Mazzucato)
6. Invertir para crecer: una solución para la crisis europea (Stephany Griffith-Jones, Giovanni Cozzi)
7. La desigualdad y el crecimiento económico (Joseph E. Stiglitz)
8. Las paradojas de la privatización y la tercerización del servicio público (Colin Crouch)
9. La descarbonización: la innovación y la economía del cambio climático (Dimitri Zenghelis)
10. Capitalismo, tecnología y una edad de oro global verde: el papel de la historia en ayudar a moldear al futuro (Carlota Pérez)
Sobre las autoras y los autores
Michael Jacobs
Mariana Mazzucato
editores
OTRO CAPITALISMO TIENE QUE SER POSIBLE
Pensar por fuera de la ortodoxia
Traducción de Mario Rucavado Rojas
Otro capitalismo tiene que ser posible / Michael Jacobs; Mariana Mazzucato, eds.- 1ª ed.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2023.
Libro digital, EPUB.- (Sociología y Política)
Archivo Digital: descarga
Traducción de Mario Rucavado Rojas // ISBN 978-987-801-238-4
1. Capitalismo. 2. Economía. 3. Política. I. Mazzucato, Mariana. II. Rucavado Rojas, Mario, trad. III. Título.
CDD 306.342
Título original: Rethinking Capitalism (2016, The Political Quarterly Publishing Co)
© 2023, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.
<www.sigloxxieditores.com.ar>
Diseño de portada: Pablo Font
Digitalización: Departamento de Producción Editorial de Siglo XXI Editores Argentina
Primera edición en formato digital: diciembre de 2022
Hecho el depósito que marca la ley 11.723
ISBN edición digital (ePub): 978-987-801-238-4
Para Calum, Natasha y Lucienne,
y para Leon, Micol, Luce y Sofi
Agradecimientos
Estamos en deuda con Daniele Girardi, Caetano Penna, Frank Brouwer y Jeff Masters por su invaluable labor editorial en capítulos clave de este libro.
Estamos muy agradecidos a Joni Lovenduski y Deborah Mabbett de The Political Quarterly por su apoyo, y a Emma Anderson por la gran ayuda que nos dio. Les agradecemos también a Sandra Fardon Fox, Lena Hawkswood y Rachel Smith de Wiley Blackwell, así como a Kristy Barker y Sarah Price por la edición y corrección de las pruebas.
Mariana Mazzucato agradece el apoyo de una beca de investigación del Instituto del Nuevo Pensamiento Económico (beca nº 5474) y de la convocatoria H2020-Euro-Society-2014 de la Comunidad Europea sobre “Superar la crisis: nuevas ideas, estrategias y estructuras de gobernanza para Europa” (beca ISIGrowth nº 649186).
Prólogo a la edición en castellano
Mariana Mazzucato
Pasaron seis años desde la primera edición de Otro capitalismo tiene que ser posible. Hoy en día, después de que la pandemia global de covid-19 azotara al mundo entero, muchos hogares tienen dificultades para cubrir sus gastos básicos, debido a una crisis en el costo de vida. Además, una inflación descontrolada, impulsada por la invasión rusa a Ucrania, genera preocupación por la creciente inseguridad alimenticia y energética que conlleva. Al mismo tiempo, la crisis climática tiene consecuencias cada vez más drásticas, desde los daños causados por condiciones meteorológicas extremas hasta los riesgos a que se ve expuesto el suministro de agua potable. Estos son apenas algunos de los síntomas de la crisis cada vez mayor del capitalismo. En conjunto, apuntan a una misma conclusión: el sistema actual no funciona. Hoy más que nunca, el estado de nuestro ambiente social, económico y ecológico nos exige volver a la cuestión urgente: necesitamos pensar otro capitalismo desde los cimientos.
Publicado por primera vez en 2016, este libro se ocupa de las amenazas a la compatibilidad entre capitalismo y democracia, la urgencia de la transición hacia la neutralidad de carbono (cuya meta son las “cero emisiones”), la priorización del valor para los accionistas por sobre el valor para las demás partes interesadas, las consecuencias negativas de la tercerización y la lógica defectuosa de los ajustes fiscales. En nuestro presente, la incapacidad de transformar de raíz el sistema económico afianzó aún más las desigualdades persistentes y los obstáculos en el camino hacia un futuro sostenible. Hay una profunda sensación de injusticia, impotencia y desconfianza de las élites, lo cual desgastó aún más la fe en las instituciones democráticas y allanó el camino hacia el populismo y el autoritarismo, aprovechando el clima de miedo. La ausencia de un cambio genuinamente transformador permitió que la extrema derecha aprovechara las inestabilidades socioeconómicas y ganara terreno en el mundo entero, ya que, siempre que los grupos de bajos ingresos sufren (como ocurre actualmente con la crisis en el costo de vida), los partidos xenófobos sacan provecho de sus problemas y culpan a “otros”.
Sin embargo, los fracasos políticos del pasado y las promesas populistas incumplidas ofrecen una oportunidad para repensar y reestructurar de raíz el sistema capitalista actual. A la hora de trazar una hoja de ruta para semejante cambio de sistema, hay que pensar no solo en la redistribución sino también en la creación de riqueza y valor. El objetivo no puede limitarse a mitigar el daño de las crisis actuales, y los argumentos progresistas contra la austeridad deben ir más allá del tradicional clamor por los proyectos de rápida implementación: lo que realmente hace falta es un cambio sistémico y transformacional para generar un futuro sólido, sostenible e inclusivo. Necesitamos nuevas ideas e instituciones para limitar el catastrófico calentamiento global, reducir la brecha entre los ricos y los pobres, y revertir la implacable financiarización de la economía. Otro capitalismo tiene que ser posible ofrece una recopilación plural de evaluaciones honestas y proyecciones audaces para el capitalismo del siglo XXI que actualmente son aún más relevantes que cuando se publicó el libro. Cada capítulo aborda aspectos importantes de los problemas del capitalismo contemporáneo.
La maximización del valor para los accionistas ha atentado contra el crecimiento económico sostenido, entre otros motivos porque fomenta las ganancias a corto plazo para los accionistas en detrimento de las ganancias a largo plazo para las empresas, un desarrollo estrechamente vinculado con la cada vez mayor influencia de los administradores de fondos que buscan rentabilidades para ellos y para sus clientes. En su capítulo sobre los costos del cortoplacismo, Andrew G. Haldane plantea que el mundo se volvió miope. Hoy en día, podemos notar que esto se refleja en la financiarización cada vez mayor de la economía.
En primer lugar, el sector financiero sigue invirtiendo, sobre todo en finanzas, seguros y bienes raíces; es decir, invierte en sí mismo y no en bienes como infraestructura e innovación. Por ejemplo, el exceso de préstamos en el sistema (que solo aumentó durante la pandemia de covid-19) hizo que la cantidad de deuda privada, y en particular la deuda de los hogares, creciera a niveles récord.[1] Y como el consumo de los hogares aumentó más que el ingreso disponible, el sector financiero cubrió la brecha con crédito, y de ese modo consolidó su expansión. Las rentas y los pagos de intereses aumentaron, y con ello la concentración de ingresos y riqueza en el sector financiero y en los más ricos. Para que verdaderamente sea posible otro capitalismo, hay que transformar el sector financiero, de modo que genere valor para todos.
En segundo lugar, las empresas que no ofrecen servicios financieros, como aquellas que se dedican a la manufactura, ahora gastan más en recompras de acciones y reparto de dividendos que en capital humano, maquinaria e I+D.[2] El índice de recompra de Standard and Poor’s (conocido como S&P 500), que mide el rendimiento de las cien acciones con mayor ratio de recompra, aumentó en un 231% los últimos diez años y en un 692% los últimos veinte.[3] Si bien las recompras impulsan el precio de las acciones en el corto plazo, estas operaciones limitan las posibilidades de una empresa para reinvertir en sus capacidades, y afecta la productividad a largo plazo.
La combinación de estos dos factores deja en desventaja a la mayor parte de la sociedad. La reorientación insuficiente de las finanzas hacia la economía real y el trabajo es responsable de la ampliación de la brecha entre quienes poseen capital y quienes no. Dado que la remuneración de los ejecutivos suele depender en gran medida de la cotización de las acciones, la recompra de esos títulos es uno de los factores que explican el aumento de la relación entre la remuneración de quienes ocupan estos cargos y los ingresos de los trabajadores. La mayor amenaza contra el empleo es la falta de reinversión, no los robots y la inteligencia artificial, como se suele afirmar. La priorización del valor para los accionistas y la remuneración de los ejecutivos mediante la recompra de acciones implican una decisión activa de no distribuir el valor creado entre los asalariados.
Está más claro que nunca que los mercados no van a encontrar la dirección correcta por sí mismos, y que solo habrá progreso verdadero cuando el propósito público y la gobernanza de las partes interesadas se vuelvan centrales para la forma en que se dirigen las organizaciones y en cómo interactúan.
Al mismo tiempo, la tercerización de los servicios públicos socavó la capacidad de los administradores públicos para innovar en los procesos de creación de valor estatales, así como el aprendizaje a partir de rutinas que contribuye significativamente a la innovación. Las mismas ideas neoliberales que describe Colin Crouch en su capítulo siguen impulsando la tercerización de los servicios públicos, que no ha hecho más que aumentar en escala y alcance.[4]
Sin embargo, desde que se publicó el libro también pudo verse que se sigue considerando que los Estados son vehículos legítimos para promover los intereses comunes. Las regulaciones económicas desempeñaron un papel central en la respuesta a la pandemia de covid-19, desde la coordinación de los sistemas nacionales de testeo hasta la distribución de planes de apoyo a los ingresos y el despliegue de programas de vacunación. Nos enfrentamos a la oportunidad de reconfigurar el papel del Estado en la economía como actor clave en la creación de valor público, capaz de moldear los mercados para abordar los “grandes desafíos sociales” mediante una política de innovación orientada a misiones. Para superar la tendencia a la tercerización de los servicios básicos de la administración, el Estado podría involucrarse aún más en la producción de valor público; ahora, con este espíritu, los gobiernos tienen la oportunidad de lograr un cambio real. Quiero destacar y ofrecer más contexto sobre tres áreas de atención importantes para los gobiernos que se mencionan en las contribuciones de Otro capitalismo tiene que ser posible.
En primer lugar, para poner en práctica políticas innovadoras, los gobiernos tienen que invertir en la administración pública y así desarrollar nuevas capacidades dentro de las instituciones públicas. Los gobiernos desempeñan un papel fundamental a la hora de proporcionar un canal sólido y constante para la inversión, que garantice que la regulación y la innovación converjan en una “vía verde” que haga frente al cambio climático. Facilitar los procesos de aprendizaje basados en la práctica dentro de las instituciones gubernamentales en vez de tercerizar las competencias clave puede ayudar a hacer realidad la estrategia de un sector público audaz. Si se crean el conocimiento y el espacio para políticas novedosas, se generará una cartera cada vez mayor de lecciones aprendidas y se habilitarán nuevas sinergias entre los sectores y dentro de ellos. Esto requiere, entre otras cosas, la capacidad de adaptarse y aprender, de lograr una congruencia entre los servicios públicos y las necesidades de los ciudadanos, de administrar sistemas de producción resilientes y gestionar los datos y las plataformas digitales. Afrontar riesgos es un ingrediente esencial para la innovación radical. De hecho, como expuse en un libro anterior, el Estado emprendedor desempeñó un papel fundamental en las innovaciones más revolucionarias del capitalismo moderno, como el GPS o internet.[5]
El capítulo de Carlota Pérez, “Capitalismo, tecnología y una edad de oro global verde”, ofrece otro análisis oportuno de cómo los gobiernos dirigieron las revoluciones e innovaciones tecnológicas del pasado, y sostiene que el sector financiero tiene que volver a acoplarse a la economía de producción para generar el cambio de paradigma necesario. En este sentido, el compromiso de no utilizar paraísos fiscales, de invertir en la formación de los trabajadores, o bien de reducir los niveles de emisión de carbono a cambio del acceso a tecnologías financiadas con fondos públicos o subsidios, puede convertirse en la norma.
En segundo lugar, los gobiernos pueden beneficiarse de la adopción de una política industrial orientada a misiones que les permita hacer frente a los mayores desafíos económicos, sociales y ambientales de nuestros días.[6] Esto significa alejarse de las políticas industriales del siglo XX centradas en la tecnología y en los sectores, que consistían en “elegir a los ganadores”, y apoyar a los sectores basados en recursos naturales, para adoptar un enfoque económico que involucre a múltiples ministerios y sectores para dar respuesta de una manera más coordinada, colaborativa y “pangubernamental” a los principales desafíos. Un enfoque orientado a misiones se centra en las problemáticas que requieren la participación de todos los sectores. En otras palabras, la política debe diseñarse no para elegir ciertos sectores o tecnologías como “ganadores”, sino para optar por aquellos que estén mejor dispuestos, mediante el apoyo condicionado a que las empresas avancen en la dirección correcta. Una estrategia exitosa en materia de clima, por ejemplo, requiere no solo nuevas formas de energía renovable, sino también nuevos servicios digitales verdes, nuevas formas de aseguramientos, nuevos tipos de materiales y una serie de procesos que faciliten la reducción de la carga del material en todas las manufacturas, desde el acero hasta el cemento. Como explica de forma alarmante el capítulo de Dimitri Zengheli, para enfrentar la crisis climática tenemos que repensar a fondo nuestro sistema económico. Se necesitan políticas públicas sólidas para dirigir la economía hacia un futuro sostenible.
En una economía orientada a determinadas misiones,[7] todos los instrumentos de los que disponen los gobiernos pueden usarse para catalizar la innovación inclusiva de abajo arriba, dejando espacio para la disputa y la adaptabilidad. Nuevas medidas e instrumentos políticos permitirían a los gobiernos trabajar de manera diferente con el sector privado y medir su impacto dinámicamente (por ejemplo, al presupuestar y contratar en función de resultados). Los gobiernos deben evaluar las organizaciones que financian y con las que se asocian teniendo en cuenta si sus acciones se traducen en resultados positivos concretos para la mayor cantidad de personas en diferentes empresas, sectores y países. El establecimiento de nuevas métricas y normas rigurosas para la evaluación dinámica de las políticas es un paso crucial en esta dirección. Además, las misiones ambiciosas podrían no seguir una estructura vertical y centralizada, sino permitir tipos de innovación y experimentación horizontales y descentralizados. La flexibilidad de las organizaciones y la colaboración horizontal permiten procesos de disputa activa y adaptabilidad. Los movimientos sociales pueden desempeñar un papel fundamental en la configuración de estos procesos de abajo arriba.
Así, los desafíos y problemas pueden convertirse en estrategias de inversión e innovación, con procesos de transformación en el centro. Los sectores basados en recursos naturales ya no deben ser tratados como sectores “ricos en recursos” a proteger, sino como plataformas clave para estimular nuevas formas de inversión, producción y distribución. Ya se trate de la minería, la industria siderúrgica o la industria cementera, la reducción de la carga del material requiere de inversiones e innovaciones que generen puestos de trabajo, competencias y servicios futuros, para así distribuir los beneficios de la innovación económica entre un sector más amplio de la población.
En tercer lugar, para encarar el desafío que este libro plantea –precisamente, que otro capitalismo tiene que ser posible–, debemos cambiar las relaciones entre los gobiernos, las empresas y la sociedad civil. Es necesario un nuevo contrato social entre el sector público y el privado que reduzca la extracción de rentas y aumente la inversión. Es posible cuestionar la acumulación de riqueza por parte de unos pocos si los beneficios generados por las inversiones se comparten entre una mayor cantidad de personas. Si bien las medidas redistributivas, como los impuestos progresivos sobre la renta, son importantes en sí mismas, no afrontan el mayor desafío: reconocer el carácter colectivo de la creación de valor y la consiguiente necesidad de compartir los rendimientos de manera más equitativa. Comprender la diferencia entre la creación de valor y la extracción de valor es esencial para la viabilidad futura del capitalismo.[8]
Repensar la relación entre las empresas y el Estado requiere un cambio en los modelos de negocio (más centrados en el valor para las partes interesadas), así como en la forma de gobernar del sector público con una coinversión real en diferentes tipos de tecnología, capacidades e infraestructura. En efecto, no hay mejor manera de luchar contra la desigualdad que hacerlo desde la vertiente de la producción, creando valor de un modo diferente con una relación simbiótica y dinámica entre todos los actores. Aprovechar instrumentos como las subvenciones, los préstamos y la contratación pública, y condicionarlos a resultados económicos sostenibles y justos, puede ayudar a dirigir la economía de forma proactiva para afrontar los grandes desafíos de nuestro tiempo. Por ejemplo, durante la pandemia de covid-19, el gobierno francés supeditó sus rescates a Renault y Air France-KLM a compromisos de reducción de emisiones.[9] Asimismo, Francia, Bélgica, Dinamarca y Polonia negaron la ayuda estatal a cualquier empresa con domicilio en un paraíso fiscal designado por la Unión Europea.[10]
Las instituciones públicas pueden recuperar el papel que les corresponde como servidores del bien común. Los últimos años demostraron que los bancos públicos, como el Banco Europeo de Inversiones (BEI) del que hablan Stephany Griffith-Jones y Giovanni Cozzi en su capítulo, siguen teniendo un papel crucial a la hora de orientar la financiación hacia ámbitos socialmente valiosos como la economía verde. El enfoque de innovación orientada a misiones adoptado por la Comisión Europea ofrece la oportunidad de diseñar este plan para enfrentar los problemas complejos de hoy y mañana. Las misiones del programa Horizonte Europa 2021-2027 ponen en primer plano la direccionalidad de la innovación y el crecimiento económico mediante un presupuesto a largo plazo de €1.211.000.000. Sobre todo cuando se considera la transición ecológica, el papel de las finanzas (en especial, del Banco Europeo de Inversiones) es crucial para apoyar la direccionalidad ecológica y circular necesaria para las políticas de innovación orientadas a misiones. El programa de recuperación “Próxima Generación UE” (NGEU, por sus iniciales en inglés) incluye condiciones e inversión pública en digitalización y cuestiones climáticas, y la magnitud de los fondos disponibles no tiene precedentes. Es más necesario que nunca alinear estratégicamente las economías con los objetivos de mitigación del cambio climático. Esto significa una mayor coordinación entre la política financiera, la estrategia industrial, la política de innovación y los estímulos fiscales.[11]
En definitiva, este es el momento de construir gobiernos con capacidades sólidas y herramientas dinámicas y orientadas a resultados, así como un nuevo contrato social con el sector privado. Al reunir todos estos hilos, Otro capitalismo tiene que ser posible es una lectura esencial para cualquier persona que desee reformar el sistema actual, ya sea mediante la investigación, la formulación de políticas, la innovación o la inversión. Se trata de una importante crítica del capitalismo que combina análisis perspicaces de un statu quo problemático con directrices concretas sobre los caminos para llegar al cambio.
[1] Deuda de los hogares, según consta en OECD Data, información disponible en <data.oecd.org/hha/household-debt.htm>.
[2] W. Lazonick, M. E. Sakinç y M. Hopkins, “Why stock buybacks are dangerous for the economy”, Harvard Business Review, 2020, disponible en<hbr.org/2020/01/why-stock-buybacks-are-dangerous-for-the-economy>.
[3] J. Dillian, “The 1% tax on share buybacks is just the start”, The Business Times, 2022, disponible en<www.businesstimes.com.sg/opinion/the-1-tax-on-share-buybacks-is-just-the-start>.
[4] R. Collington y M. Mazzucato, Beyond Outsourcing. Re-embedding the State in Public Value Production, UCL Institute for Innovation and Public Purpose, Working Paper Series (IIPP WP 2022-14), 2022, disponible en <www.ucl.ac.uk/bartlett/public-purpose/wp2022-14>.
[5] M. Mazzucato, The Entrepreneurial State. Debunking Public vs. Private Sector Myths, Londres, Anthem, 2013 [ed. cast.: El estado emprendedor. La oposición público-privado y sus mitos, Barcelona, Taurus, 2022].
[6] UCL Institute for Innovation and Public Purpose [Instituto para Innovación y Propósito Público del Colegio Universitario de Londres], “Mission oriented innovation”, disponible en <www.ucl.ac.uk/bartlett/public-purpose/research/mission-oriented-innovation>.
[7] M. Mazzucato, Mission Economy. A Moonshot Guide to Changing Capitalism, Londres, Allen Lane, 2021 [ed. cast.: Misión economía. Una carrera espacial para cambiar el capitalismo, Penguin Random House Grupo Editorial, Santiago de Chile, 2021].
[8] M. Mazzucato, The Value of Everything. Making and Taking in the Global Economy, Londres, Allen Lane, 2017 [ed. cast.: El valor de las cosas. Quién produce y quién gana en la economía global,Taurus, Barcelona, 2019].
[9] M. Mazzucato, “Why the Covid-19 recovery needs a proactive public sector”, The New Statesman, 2020,disponible en <www.newstatesman.com/spotlight/2020/07/why-covid-19-recovery-needs-proactive-public-sector>.
[10] S. Meredith, “These European countries are refusing to offer bailouts to companies linked to offshore tax havens”, CNBC, 2020, disponible en <www.cnbc.com/2020/05/19/coronavirus-eu-countries-deny-bailouts-to-firms-linked-to-tax-havens.html>.
[11] M. Mazzucato y O. Mikheeva, The EIB and the New EU Missions Framework. Opportunities and Lessons from the EIB’s Advisory Support to the Circular Economy, UCL Institute for Innovation and Public Purpose (IIPP), Policy Report (IIPP WP 2020-17), 2020.
Introducción
Otro capitalismo tiene que ser posible
Michael Jacobs, Mariana Mazzucato
En noviembre de 2008, mientras el derrumbe financiero global cobraba impulso, la entonces octogenaria reina Isabel, monarca británica, visitó la Escuela de Economía de Londres (LSE, por sus iniciales en inglés). Había asistido para inaugurar un nuevo edificio, aunque estaba más interesada en los académicos allí reunidos, a quienes hizo una pregunta inocente pero aguda: dada la enorme magnitud de la crisis, ¿por qué nadie la advirtió?[12]
Los monarcas hereditarios no suelen malograr las pretensiones de quienes están a cargo de la economía global, tampoco las de los economistas cuyo trabajo es entenderla. Sin embargo, la pregunta de la reina fue directo al núcleo mismo de dos grandes fracasos: el capitalismo occidental estuvo cerca de derrumbarse en el bienio 2007-2008 (y aún no se ha recuperado), y casi ningún economista entendió lo que estaba pasando.[13]
Este libro trata sobre esos dos fracasos. Las economías capitalistas del mundo desarrollado, que por obra de un dinamismo sin precedentes transformaron la sociedad humana a lo largo de doscientos años, se demostraron profundamente disfuncionales durante la última década. No es solo cuestión de que el derrumbe financiero haya llevado a la recesión más larga y profunda de la historia moderna, sino de que, casi diez años después, pocas economías avanzadas han regresado a una situación más o menos normal o estable, y las perspectivas de crecimiento no dejan de ser muy inciertas. Aun durante el período previo al derrumbe, en el que hubo un crecimiento económico intenso, apenas si aumentaron los estándares de vida de la mayoría de los hogares en los países desarrollados. Actualmente, la desigualdad entre los sectores más pudientes y el resto de la sociedad está en niveles que no se veían desde el siglo XIX. A la vez, las constantes presiones ambientales, en especial las causadas por el cambio climático, plantean profundos riesgos para la prosperidad global.
Al mismo tiempo, la economía como disciplina tuvo que enfrentar serios cuestionamientos a su concepción del funcionamiento de las economías modernas. Lo que hizo de la crisis financiera semejante shock (en dos sentidos) no fue simplemente que muy pocos economistas pudieron predecirla, sino que durante la década anterior la perspectiva predominante fue que la formulación de políticas había resuelto el problema fundamental del ciclo de negocios. Según se creía, las depresiones severas eran cosa del pasado. Y a partir de la crisis la política económica no se demuestra más exitosa: la receta ortodoxa de “austeridad fiscal” (recortar el gasto público en un intento de reducir el déficit público y la deuda) no ayudó a que las economías occidentales se recuperasen, y, obviamente, la política económica no pudo resolver las profundas debilidades de largo plazo que las aquejan.
La tesis central de este libro es que estos fracasos teóricos y políticos están relacionados. El pensamiento económico predominante ofrece recursos inadecuados para entender las múltiples crisis que hoy en día enfrentan las economías contemporáneas; para encararlas, necesitamos comprender mejor cómo funciona el capitalismo moderno (y, sobre todo, por qué ya no funciona en algunas facetas clave). Hace falta replantear algunas de las ideas imperantes en el pensamiento económico, y así sustentar una serie de orientaciones nuevas para la política económica, orientaciones capaces de encarar con mayor éxito los problemas del capitalismo moderno.
Por ende, cada uno de los capítulos del libro encara un problema económico clave y también la forma económica ortodoxa de entenderlo. Los autores aportan un análisis económico distinto y más complejo; desde ese punto de partida, generan nuevas soluciones para la adopción de políticas. En ese plan, se nutren de importantes escuelas de pensamiento económico, cuyas influyentes interpretaciones de los sistemas capitalistas por lo general fueron dejadas de lado u olvidadas en los debates dominantes. En cada caso, su conclusión es que el capitalismo puede reconfigurarse y reorientarse para salvarlo de sus falencias actuales, pero esto solo puede lograrse si se vuelven a pensar los marcos mentales de la economía y se adoptan políticas con nuevos enfoques.
El capitalismo y sus descontentos
En esta introducción reunimos algunas de las ideas clave que dan vida a este libro. En primer lugar, exponemos la evidencia de los fracasos del capitalismo occidental, con una explicación de los tres problemas fundamentales que definen su endeble desempeño actual. Después de describir cómo se encaran estos problemas en cada capítulo, obtenemos algunas de las enseñanzas para la teoría y el análisis económicos, y ofrecemos una crítica de las nociones ortodoxas de los mercados y de las “fallas de mercado”. Por último, explicamos cómo una comprensión más rica y profunda del capitalismo puede generar políticas económicas con enfoques más exitosos, que se proponen lograr formas de crecimiento y prosperidad más innovadoras, inclusivas y sostenibles.
El crecimiento débil e inestable
El punto de partida de este análisis es ineludible. El derrumbe financiero de 2008 más la larga recesión y la lenta recuperación que siguieron son la prueba más contundente de que el capitalismo occidental ya no genera un crecimiento sólido ni estable.
La magnitud de la crisis deja poco margen para la exageración. En 2009, el producto bruto interno (PBI) real cayó en 34 de las 37 economías avanzadas, y en el conjunto de la economía global entró en recesión por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial.[14] En un solo año, el PBI real cayó un 4,5% en la zona euro (incluido un 5,6% en Alemania, la economía más potente de Europa), un 5,5% en Japón, un 4,3% en el Reino Unido y un 2,8% en los Estados Unidos.[15] Entre 2007 y 2009, el desempleo global aumentó: 30.000.000 de personas perdieron sus trabajos (más de la mitad de ellas, en las economías avanzadas, incluidos 7.500.000 de habitantes de los Estados Unidos).[16]
Para evitar una crisis incluso mayor, los gobiernos se vieron obligados a destinar sumas sin precedentes del dinero de los contribuyentes para rescatar los bancos cuyas prácticas crediticias precipitaron la crisis. En los Estados Unidos, la Reserva Federal tenía (en el punto más candente) US$1.200.000.000 en préstamos de emergencia pendientes de pago a 30 bancos y otras empresas. En el Reino Unido, el “rojo” del gobierno por el apoyo prestado a los bancos en forma de efectivo y avales llegó a un máximo de £1.162.000.000.000.[17] Al mismo tiempo, los gobiernos adoptaron importantes medidas de estímulo en procura de sostener la demanda ante el derrumbe del gasto y la inversión privados. El enorme descenso de la producción y el aumento del desempleo conllevaron grandes aumentos en los déficits públicos, ya que los ingresos fiscales cayeron y se activaron los “estabilizadores automáticos” de las ayudas sociales y otros gastos públicos. Entre 2009 y 2010, estos déficits alcanzaron el 32,3% en Irlanda, el 15,2% del PBI en Grecia, el 12,7% en los Estados Unidos, el 10,8% en el Reino Unido, el 8,8% en Japón y el 7,2% en Francia.[18]
El derrumbe financiero reveló deficiencias fundamentales en el funcionamiento y la regulación del sistema financiero mundial. Como reconoció a regañadientes en su testimonio ante el Congreso Alan Greenspan, expresidente de la Reserva Federal, hubo una “falla” en la teoría que apuntalaba el abordaje de la regulación financiera por parte del mundo occidental. La suposición de que “el interés propio de las organizaciones, específicamente de los bancos, es tal que estos eran los más capacitados para proteger mejor a los accionistas y el patrimonio de las empresas” se demostró incorrecta.[19] A contramano de la “hipótesis de los mercados eficientes” que se invocaba como respaldo de esa suposición, los mercados financieros menospreciaron sistemáticamente los activos y los riesgos, con resultados catastróficos.[20]
El derrumbe financiero de 2008 fue el más grave desde la crisis de 1929; sin embargo, como señalaron Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, la frecuencia de las crisis bancarias aumentó notablemente desde que la mayoría de los países emprendieron la liberalización financiera en las décadas de 1970 y 1980 (véase gráfico I.1).[21] A escala mundial, en el período de 1970 a 2007, el Fondo Monetario Internacional (FMI) registró 124 crisis bancarias sistémicas, 208 crisis monetarias y 63 crisis de deuda soberana.[22] Para el capitalismo moderno, la inestabilidad se convirtió en una característica aparentemente estructural, nunca una excepción a la norma.
No causa sorpresa que desde la crisis los formuladores de políticas se hayan concentrado en mejorar la regulación de los bancos e intentar aumentar la estabilidad general del sistema financiero.[23] Por importantes que sean, estas reformas no atacan la incapacidad más crucial de las economías capitalistas modernas de generar suficiente inversión pública y privada en la economía real para alimentar el crecimiento y un nivel sostenido de demanda.
La crisis financiera reveló la incómoda verdad de que en los hechos gran parte del crecimiento aparentemente benigno que se había producido en la década anterior no representaba una expansión sostenible de la capacidad productiva y del ingreso nacional, sino, por el contrario, un aumento sin precedentes de la deuda de los hogares y las empresas (véase gráfico I.2). Las tasas de interés bajas y las prácticas crediticias laxas, sobre todo para la tierra y la propiedad, alimentaron una burbuja de precios de activos que tarde o temprano iba a estallar. En este sentido, el crecimiento de la producción precrisis solo puede juzgarse junto con su desmoronamiento poscrisis.
Gráfico I.1. Porcentaje de países que experimentan una crisis bancaria (1945-2008, ponderado por su cuota de renta mundial)
Nota: La muestra incluye todos los países que eran Estados independientes en el año en cuestión.
Fuente: C. M. Reinhart y K. S. Rogoff, This Time is Different. Eight Centuries of Financial Folly, Princeton, NJ, Princeton University Press, 2009 [ed. cast.: Esta vez es distinto. Ocho siglos de necedad financiera, México, FCE, 2012].
Gráfico I.2. Deuda privada pendiente (% del PBI)
Fuente: OECD.stat, disponible en <stats.oecd.org/index.aspx?queryid=34814>.
Gráfico I.3. Comparación de los perfiles de las recesiones y recuperaciones en el Reino Unido
Notas: Calculado a partir de medias trimestrales móviles centradas del PBI mensual; el efecto de la huelga de mineros de 1921 (entre el 31 de marzo y el 28 de junio de ese año) fue excluido del quinquenio 1920-1924. También se excluyeron los efectos de la huelga de mineros y de la huelga general de 1926.
Fuente: National Institute of Economic and Social Research [Instituto Nacional de Investigación Económica y Social], NIESR Monthly Estimates of GDP, 7 de octubre de 2014, Londres, p. 1, disponible en <www.niesr.ac.uk/sites/default/files/publications/gdp1014.pdf>.
Gráfico I.4. Tasas de desempleo, países seleccionados, 2007, 2010 y 2014
Fuente: OECD [OCDE], disponible en <data.oecd.org/unemp/unemployment-rate.htm>.
Desde 2008, la mayoría de las economías occidentales volvieron gradualmente al crecimiento económico; pero la recuperación fue la más lenta de la Era Contemporánea. La producción en los Estados Unidos, Francia y Alemania no volvió a los niveles anteriores al derrumbe hasta pasados tres años. El Reino Unido tardó más de cinco (véase gráfico I.3). En gran parte de las economías desarrolladas, el desempleo persistió obstinadamente por encima de los niveles previos a la crisis: en 28 de los 33 países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) sobre los que se dispone de datos comparables, era mayor en 2014 que en 2007 (véase gráfico I.4).[24] Incluso en países donde el desempleo es menor que en 2007, o no dejó de disminuir desde su cota máxima poscrisis, los salarios han permanecido mayormente estancados en términos reales (véase gráfico I.5). En el Reino Unido, donde el empleo creció, los salarios reales sufrieron su descenso más marcado desde que se iniciaron los registros en 1964.[25]
Subyace a este débil crecimiento un drástico desplome en la inversión del sector privado. La inversión como proporción del PBI ya había caído a lo largo del período anterior de crecimiento (véase gráfico I.6); desde 2008 esto se dio pese a la persistencia sin precedentes de tasas de interés reales casi nulas, lo que en la mayoría de las principales economías desarrolladas se vio reforzado por sucesivas rondas de “flexibilización cuantitativa” con que los Bancos Centrales intentaron aumentar la oferta monetaria y estimular la demanda. Pero tuvieron poco éxito, como demuestran las tasas de inflación obstinadamente bajas.
La caída en la inversión también está relacionada con la marcada “financiarización” del sector empresarial. Durante la década pasada, un porcentaje cada vez mayor de los beneficios empresariales se destinaron a la recompra de acciones y al pago de dividendos, en vez de ser reinvertidos en capacidad productiva o innovación. Entre 2004 y 2013 las recompras de acciones por parte de las empresas de la lista Fortune 500 ascendieron a la notable cifra de US$3.400.000.000.000. En 2014, estas empresas devolvieron US$885.000.000.000 a los accionistas, más que sus ingresos netos totales de US$847.000.000.000.[26]
Gráfico I.5. Índice salarial real medio de países desarrollados seleccionados, 2007-2013
Fuente: International Labour Office [OIT], ILO Global Wage Report 2014/15, Ginebra, 2015.
Un resultado crucial de la caída en la inversión es que el aumento de la productividad también ha permanecido endeble respecto de las tendencias históricas. En la década anterior a la crisis, el aumento de la productividad laboral fue inferior al promedio en casi todos los países del G7; en algunos casos, la tendencia sigue luego de treinta años de merma, y desde la crisis financiera sufrió una caída aún mayor en la mayoría de los países desarrollados, incluidos los Estados Unidos, Japón, Francia y el Reino Unido.[27] Al mismo tiempo, parece haber indicios de que las tasas de innovación que mejoran la productividad también se desaceleraron.[28] Todo esto llevó a algunos economistas a preguntarse si el capitalismo occidental ha entrado en un período de “estancamiento secular”, en el que, dada la endeblez estructural de la inversión y de la demanda, las tasas de interés positivas resulten incapaces de sostener el pleno empleo. Si bien de ningún modo esta perspectiva debe considerarse inevitable, sí refleja una preocupación generalizada de que las economías desarrolladas enfrenten un largo período de bajo crecimiento y de inestabilidad financiera.[29]
Gráfico I.6. Inversión (formación bruta de capital fijo no residencial) como porcentaje del PBI
Fuente: Eurostat, disponible en <ec.europa.eu/eurostat/data/database>.
El estancamiento del nivel de vida y el aumento de la desigualdad
Con todo, el crecimiento débil e inestable es solo una parte de los problemas del capitalismo moderno. Una de las características más llamativas de las economías occidentales a lo largo de las últimas cuatro décadas es que, incluso cuando el crecimiento fue robusto, la mayoría de los hogares no vieron aumentos proporcionales en sus ingresos reales. En los Estados Unidos, el ingreso medio real de los hogares en 2014 apenas superaba el de 1990, aunque el PBI haya aumentado un 78% en el mismo período.[30] Si bien esto comenzó antes en aquel país, la divergencia entre los ingresos medios y el crecimiento económico general se volvió una característica distintiva de la mayoría de las economías avanzadas.
En realidad, aquí hay tres tendencias distintas. En la mayoría de los países desarrollados, disminuyó la participación total del trabajo (salarios y sueldos) en la producción total, los ingresos no aumentaron en consonancia con los incrementos de productividad y se volvió más desigual la distribución de la reducida participación del trabajo.
En las economías avanzadas, entre 1980 y 2007 la porción del PBI que recibió el trabajo cayó un 9% en promedio, incluido un 5% en los Estados Unidos (pasó del 70 al 65%), un 10% en Alemania (del 72 al 62%) y un 15% en Japón (del 77 al 62%).[31] Hasta la década de 1970, la remuneración tendía a estar alineada con la productividad pero, desde 1980, la productividad laboral real por hora en el sector empresarial (no agrícola) estadounidense aumentó cerca del 85%, mientras que la remuneración real por hora solo aumentó aproximadamente un 35%.[32] La Organización Internacional del Trabajo (OIT) calcula que desde 1999 en 36 economías desarrolladas la productividad del trabajo ha aumentado en casi tres veces la tasa de crecimiento de los salarios reales (véase gráfico I.7).
Gráfico I.7. Tendencias del crecimiento de los salarios medios y de la productividad laboral en 36 economías desarrolladas, 1999-2013
Nota: El crecimiento salarial se calcula como un promedio ponderado del crecimiento interanual de los salarios reales medios mensuales en 36 economías desarrolladas. El índice toma 1999 como base debido a la disponibilidad de datos.
Fuente: ILO [OIT], ILO Global Wage Report 2014/15, Ginebra, International Labour Office, 2015.
Al mismo tiempo que disminuyó la participación del trabajo, esta se concentró más en los trabajadores de la parte superior de la escala salarial y menos en los de las partes media y baja. Entre 1980 y 2001, en las economías avanzadas los trabajadores más calificados asumieron un 6,5% más de la participación del trabajo, mientras que los trabajadores poco calificados conocieron una reducción del 4,8% en su parte.[33]
Mientras tanto, a quienes están en la cúspide de la distribución de ingresos les fue extraordinariamente bien. En los Estados Unidos, entre 1975 y 2012 el 1% más alto ganó alrededor del 47% del aumento total de ingresos antes de aplicar impuestos (véase gráfico I.8). Durante el mismo período, en Canadá esa porción fue del 37% y, en Australia y el Reino Unido, de más del 20%.[34] En los Estados Unidos, los ingresos del 1% más rico aumentaron un 142% entre 1980 y 2013 (de una media de US$461.910, ajustados por inflación, a $1.119.315) y su participación en la renta nacional se duplicó, pasando del 10 al 20%. En los primeros tres años de la recuperación tras el derrumbe de 2008, un extraordinario 91% de las ganancias de ingresos fue a parar al centil más rico de la población.[35] En términos generales, durante los últimos veinte años en la OCDE aumentó en un 20% la tajada de la participación de trabajo que se lleva el 1% de los que más ganan.[36]
Gráfico I.8. Crecimiento de los ingresos reales (después de impuestos) en los Estados Unidos, 1979-2007
Fuente: Congressional Budget Office [Oficina de Presupuesto del Congreso], Trends in the Distribution of Household Income Between 1979 and 2007, Publicación nº 4031 de la Oficina de Presupuesto del Congreso, 2011, Síntesis del gráfico 1.
Al mismo tiempo, en la mayoría de los países desarrollados los mercados laborales se volvieron más polarizados y precarios. En el lapso que se extiende de finales de los años noventa a finales de la década de 2000, la proporción de trabajadores mal pagos aumentó en la mayoría de las economías avanzadas.[37] Desde el derrumbe financiero, el desempleo permaneció obstinadamente alto, sobre todo entre los jóvenes. En los países de la OCDE, el desempleo en el grupo etario de 16 a 25 años promedió el 15% en 2014, con tasas de más de un tercio en España, Portugal, Italia y Grecia.[38] El trabajo “no estándar” (que abarca el trabajo a tiempo parcial, temporario e independiente, aunque no en todos los casos sea precario) ahora da cuenta de alrededor de un tercio del empleo total en la OCDE, incluida la mitad de los puestos de trabajo creados desde la década de 1990 y el 60% desde la crisis de 2008. En 2013, casi tres de cada diez trabajadores a tiempo parcial en la OCDE eran “involuntarios”, es decir que querían trabajar a tiempo completo pero solo conseguían trabajos a tiempo parcial.[39]
El resultado de estas tendencias fue un aumento en la desigualdad en todo el mundo desarrollado. Entre 1985 y 2013, el coeficiente de Gini que mide la desigualdad de los ingresos aumentó en 17 países de la OCDE, apenas cambió en 4 y solo disminuyó en 1 (Turquía).[40] La desigualdad de la riqueza creció aún más que la de los ingresos, como resultado tanto del cambio en la distribución de los ingresos (en perjuicio de los salarios y en favor de los beneficios) como del enorme aumento de los valores de la tierra y la propiedad. En el Reino Unido, la proporción de la riqueza nacional que posee el 1% más rico pasó del 23% en 1970 al 28% en 2010, mientras que en los Estados Unidos aumentó del 28 al 34% en el mismo período, y en 2010 solo el 0,1% más rico poseía casi el 15% de toda la riqueza. En ambos países, más del 70% de toda la riqueza es ahora propiedad de una décima parte de la población.[41]
El cambio climático y el riesgo ambiental
A estas tendencias recientes del capitalismo moderno subyace otra, en verdad más profunda. Se trata del aumento de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, que dejaron al mundo en grave peligro de sufrir un cambio climático catastrófico.
A lo largo de la historia del capitalismo, el crecimiento económico fue acompañado por daños ambientales, desde la contaminación del aire, el agua y la tierra hasta la pérdida de hábitats y especies, un contrapunto constante a sus logros en el aumento del bienestar. Si bien algunos de estos problemas se abordaron parcialmente en los países desarrollados, ninguno se resolvió. Todavía no se reconoce lo dependientes que son las sociedades humanas de los procesos biofísicos que las sustentan ni lo peligrosos que son los umbrales críticos (o “límites planetarios”) que muchos de estos procesos ya alcanzaron o están a punto de alcanzar.[42]
Sin embargo, el cambio climático supone una amenaza global única. El efecto acumulado de dos siglos de uso de combustibles fósiles en el mundo desarrollado, que ahora se ve potenciado por el rápido crecimiento de las economías emergentes, significa que, a menos que se reduzcan drásticamente los niveles actuales de emisiones, el mundo se enfrenta a graves perjuicios. Con las tasas de emisiones actuales, la Tierra está camino a un aumento de 3 o 4 °C (si no más) en la temperatura media mundial. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático advierte que ya por encima de los 2 °C de calentamiento cabe esperar una incidencia mucho mayor de fenómenos meteorológicos extremos (como inundaciones, marejadas ciclónicas y sequías) que pueden llevar al colapso de las redes de infraestructura y servicios esenciales, sobre todo en las regiones costeras y en las ciudades; a una menor productividad agrícola, lo que agrava el riesgo de inseguridad alimentaria y el derrumbe de los sistemas alimentarios; a un incremento en los problemas de salud y en la mortalidad a causa de olas de calor extremo y enfermedades; a un mayor riesgo de desplazamiento (expulsión) de poblaciones y de conflictos; y, por último, a una pérdida más rápida de ecosistemas y especies.[43]
Se cuenta con material probatorio acerca de este fenómeno, en términos generales, hace un cuarto de siglo,[44] pero hasta fecha muy reciente no se hizo gran cosa para evitarlo. La razón principal es que la producción de emisiones de gases de efecto invernadero (sobre todo, de dióxido de carbono) está demasiado arraigada en los sistemas históricos de producción y consumo del capitalismo, que se basan en el uso de combustibles fósiles: en total, el 80% de la energía mundial todavía proviene del petróleo, el gas y el carbón. En las economías desarrolladas, como consecuencia tanto de la desindustrialización estructural como de las políticas climáticas recientes, las emisiones están disminuyendo, pero parte de esta reducción no es más que la transferencia efectiva de la producción a los países en desarrollo conforme avanza la globalización.[45] Por el momento, las economías occidentales no están reduciendo sus emisiones (ni las que generan ellas mismas, ni las incorporadas a los bienes y servicios que importan) a la velocidad necesaria para controlar el calentamiento global (véase gráfico I.9). El capitalismo moderno acumula en efecto enormes riesgos para su propia prosperidad y seguridad futuras.
Gráfico I.9. Emisiones de gases de efecto invernadero (GEI)-Kyoto (GtCO2e) en el mundo, 1990-2050
Fuente: UNEP [PNUMA], The Emissions Gap Report 2015, Nairobi, UNEP, 2015, basado en los escenarios del Quinto Informe de Evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, 2014, disponible en <uneplive.unep.org/media/docs/theme/13/EGR_2015_301115_lores.pdf>.
Otra política económica tiene que ser posible
En todas estas facetas, por lo tanto, el rendimiento del capitalismo occidental en las últimas décadas ha sido profundamente problemático. Sin embargo, hay una cuestión: estas falencias no son transitorias, sino estructurales. Los reguladores buscan reducir los riesgos sistémicos creados por el comportamiento de los mercados financieros; pero la complejidad del sistema financiero actual ha dado pie a una preocupación generalizada de que estos no pueden eliminarse. Hay incentivos muy arraigados, tanto para los titulares de activos como para los altos ejecutivos de las empresas, que alimentan poderosas tendencias al cortoplacismo tanto en las finanzas como en la industria. Los bajos niveles de inversión, sobre todo en innovación, surgen de estos incentivos, así como de la debilidad de la demanda en todas las economías del mundo. El estancamiento de los salarios reales y el aumento de la desigualdad se derivan de las estructuras del mercado laboral, la remuneración de las empresas y la propiedad de la tierra y la riqueza. Las elevadas emisiones de gases de efecto invernadero están arraigadas en las estructuras de los sistemas de energía y transporte. Al parecer, ninguno de estos problemas puede resolverse con los enfoques actuales de la política económica en los países desarrollados.
Sin embargo, esto no significa que no haya soluciones. El capitalismo occidental no está condenado irremediablemente al fracaso, pero hace falta repensarlo. Tal como sostienen los autores reunidos en este libro, la teoría económica ortodoxa que sustenta la mayoría de las políticas actuales no permite entender bien cómo funciona el capitalismo moderno y, por lo tanto, cómo hacer que funcione mejor. Por ende, basan sus prescripciones de nuevas políticas tanto en una crítica del enfoque económico predominante en su campo como en la presentación de una alternativa explicativa más poderosa. Cada capítulo trata un problema específico del capitalismo moderno y el debate político al respecto.
Uno de los debates más agitados versa sobre el papel de la política fiscal y monetaria en respuesta a la crisis financiera y la lenta recuperación que siguió. En sus capítulos, tanto Stephanie Kelton como Randall Wray y Yeva Nersisyan cuestionan la receta ortodoxa de austeridad fiscal. El argumento de Kelton es que la austeridad se basa sobre un equívoco económico fundamental. La idea de que los déficits altos causaron la recesión invierte los hechos: fue la recesión la causante de que los déficits se dispararan, ya que esta diezmó los ingresos fiscales de los gobiernos mientras los estabilizadores automáticos de las ayudas sociales y el gasto público entraron en acción. Kelton expone que, de hecho, los déficits impidieron que la recesión fuese mucho peor, ya que generaron demanda justo cuando la disminución drástica del consumo y la inversión privados la estaban reduciendo. Dado que por definición cada ahorro y endeudamiento en una economía (incluido su sector externo) debe equilibrarse, el aumento de la deuda pública fue una consecuencia inevitable de la enorme reducción del ahorro privado que se produjo tras el derrumbe. Al debilitar la demanda en la economía en un intento de reducir los déficits lo antes posible, las políticas de austeridad retrasaron la recuperación (y, en el caso de los países más afectados, como Grecia, España y Portugal, la impidieron en gran medida). A su vez, ese crecimiento más lento causó que los déficits no se redujeran tan rápidamente como se preveía: al final, la austeridad ni siquiera tuvo éxito en su propio objetivo.
Wray y Nersisyan van más lejos. Sostienen que la visión ortodoxa de la política macroeconómica se deriva de una comprensión incorrecta de la naturaleza del dinero. En lugar de estar determinado exógenamente por las autoridades centrales, como piensa la visión ortodoxa, en realidad el dinero se crea cada vez que los bancos comerciales prestan, y por tanto aumentan el poder adquisitivo de sus prestatarios; es decir, el dinero es endógeno a la economía real. Al examinar las operaciones de los Bancos Centrales modernos, Wray y Nersisyan muestran que, para una nación con moneda propia, el gasto público no se ve limitado por los recursos disponibles de los impuestos o los préstamos.[46] La zona euro, en particular, ha sufrido a causa de las normas expresamente diseñadas para impedir que las economías europeas más débiles se endeuden en ausencia de su propia moneda. La flexibilización cuantitativa, por su parte, es una forma deficiente de impulsar la demanda agregada; los autores sostienen que la política fiscal es una herramienta mucho más potente y eficaz para estimular el crecimiento.
Quizás no cause sorpresa que las políticas de austeridad no hayan logrado revertir los niveles bajos de inversión que durante mucho tiempo han caracterizado a las economías occidentales. En sus capítulos, Andrew Haldane, William Lazonick, Mariana Mazzucato, y Stephany Griffith-Jones y Giovanni Cozzi se ocupan de las fuentes económicas de este problema.
Haldane se pregunta si el cortoplacismo en los mercados financieros pudo haber reducido la propensión de las empresas a invertir y, luego de analizar en qué medida los precios de las acciones revelan un descuento excesivo de los beneficios futuros, nota en el período posterior a 1995 un efecto económicamente significativo que no existía en la década anterior. Del mismo modo, al analizar el comportamiento comparativo de las empresas privadas y las que cotizan en Bolsa a la hora de distribuir dividendos, en vez de retener los beneficios para invertirlos, descubre que las empresas privadas del Reino Unido a largo plazo tienden a reinvertir sus beneficios en su negocio entre 4 y 8 veces más que las empresas que cotizan en Bolsa. En términos generales, concluye que el cortoplacismo parece marcar una diferencia importante en cómo se comporta la inversión empresarial. Haldane sugiere varios remedios políticos, como una mayor transparencia en las estrategias empresariales a largo plazo, cambios en la forma de remunerar a los altos ejecutivos, reformas en la gobernanza de los accionistas y transformaciones en el régimen fiscal para recompensar la tenencia de activos a largo plazo.
Lazonick se concentra en la teoría económica ortodoxa de la empresa. Los economistas neoclásicos se basan en un modelo de la empresa como una entidad que busca optimizarse en pos de ganancias y se ve limitada por los mercados competitivos en los que opera, pero este modelo no puede explicar el fenómeno de la innovación. Al ofrecer una teoría alternativa de la empresa innovadora (empresas que generan mejoras en la productividad y bienes y servicios más competitivos, y que, por tanto, son la fuente del crecimiento económico), Lazonick sostiene que la clave no es la naturaleza del mercado, sino la estructura y la organización de la empresa. A partir de una comparación entre las empresas industriales japonesas y estadounidenses de la segunda mitad del siglo XX, muestra cómo los distintos métodos de organización y gestión generan diferentes grados de innovación y, por lo tanto, de éxito comercial. Lazonick sostiene que los economistas solo pueden comprender adecuadamente cómo se producen la innovación y el desarrollo económico mediante el estudio de ejemplos históricos reales (y no de una teoría meramente abstracta).
El capítulo de Mazzucato retoma este tema. Según la visión económica ortodoxa, el sector privado es aquel que lleva adelante la innovación y la política estatal debería limitarse a la investigación científica básica. Pero Mazzucato demuestra que eso es un error: de hecho, el Estado moderno, sobre todo en los Estados Unidos, ha impulsado la innovación en múltiples campos. Todas las nuevas tecnologías del iPhone de Apple, por ejemplo, se desarrollaron con apoyo del gobierno. Tras describir lo reacios que se han vuelto los inversores privados a financiar la innovación (en contra del mito ortodoxo del “capitalismo de riesgo”), Mazzucato aboga por un “Estado emprendedor” que invierta en la innovación para enfrentar los grandes problemas de la sociedad, como el cambio climático y la atención médica a las personas mayores. Dado el riesgo que implica “dirigir” la innovación (elegir misiones, tecnologías, sectores y empresas concretas a las que prestar apoyo), los contribuyentes deberían compartir las recompensas. Mazzucato sostiene que los bancos de inversión estatales, como el KfW alemán, pueden desempeñar un papel especialmente importante a la hora de dirigir el capital “paciente” de largo plazo hacia infraestructura e innovación de mayor riesgo.
A continuación, Griffith-Jones y Cozzi muestran lo que podría lograr un programa de inversión basado en estos principios. Tras criticar la respuesta inadecuada de los responsables políticos de la Unión Europea (UE) a la lenta recuperación que siguió al derrumbe financiero, los autores proponen un plan quinquenal de estímulo a la inversión basado sobre préstamos adicionales del Banco Europeo de Inversiones (el banco estatal de inversiones de la UE). En completo desacuerdo con la perspectiva económica ortodoxa de que la inversión pública acabaría por “expulsar” a la privada, argumentan que, con tasas de interés muy bajas y un exceso de capital en busca de rentabilidad, ocurriría lo contrario: la inversión pública apalancaría un mayor capital privado. Los autores utilizan un modelo macroeconómico para comparar su paquete de inversiones con la situación actual, y descubren que no solo aumentaría las tasas de crecimiento y el empleo en Europa, sino que también reduciría el déficit público más rápidamente.
Los capítulos de Joseph Stiglitz y Colin Crouch examinan dos de las principales brechas entre la teoría económica ortodoxa y la realidad del capitalismo moderno. El primero se ocupa del crecimiento de la desigualdad en los últimos treinta años y ataca la visión neoclásica según la cual salarios y sueldos reflejan la productividad marginal de los trabajadores. Stiglitz expone que los elevados ingresos de los ejecutivos de las empresas en realidad revelan una forma de “rentismo” en el que las recompensas se extraen sin relación con la productividad o el mérito económico. Más aún: de nuevo contra la opinión ortodoxa, Stiglitz señala que esa desigualdad no es el precio que pagar por una mayor prosperidad económica, sino que en realidad retrasa el crecimiento. A continuación propone una serie de medidas políticas que invertirían las tendencias recientes, entre ellas cambios en los sistemas de remuneración de los ejecutivos, políticas macroeconómicas para reducir el desempleo, una mayor inversión en educación y una reforma de los impuestos al capital. En su conclusión, insiste en que los indicadores de política económica deben hacer algo más que medir el crecimiento del PBI: su distribución y contenido también importan.
Crouch examina la experiencia de la privatización y la tercerización. En décadas recientes, varios países (en particular el Reino Unido) privatizaron industrias nacionalizadas y tercerizaron servicios públicos a la competencia del mercado. Estas políticas siguieron los preceptos de la teoría económica neoliberal, que sostiene que la competencia en los mercados generará más eficiencia y opciones para el consumidor. Pero Crouch señala que esto no es lo que ocurrió en realidad: en la práctica, se crearon oligopolios tanto en las industrias privatizadas como en la prestación de servicios públicos, lo que dio lugar a un nivel muy bajo de competencia y diversidad de opciones. Se politizaron profundamente algunos procesos que aducían basarse sobre criterios de mercado, una forma de “neoliberalismo corporativo” que va en contra de las afirmaciones originales de la teoría. El autor sostiene que los grupos de presión empresariales se han vuelto tan poderosos que aun los principios de la democracia se ven amenazados.
Los dos últimos capítulos examinan las consecuencias ambientales del capitalismo. Dimitri Zenghelis demuestra por qué el cambio climático supone un desafío no solo para el sistema económico, sino también para la disciplina económica. La ciencia del cambio climático indica que, en última instancia, las emisiones de gases de efecto invernadero deben reducirse casi a 0 si el objetivo es detener el aumento de la temperatura global. Pero casi toda la actividad económica actual se basa sobre la combustión de carbono de origen fósil, la principal fuente de emisiones. Por tanto, para abordar el problema será necesaria una transformación estructural casi completa de los sistemas de energía, transporte, uso del suelo e industria. Zenghelis sostiene que, en el análisis de semejante tarea, el enfoque de la economía neoclásica sobre las fallas marginales de mercado es totalmente inadecuado. Antes bien, resulta necesario comprender los procesos de innovación tecnológica y de cambio estructural, influidos tanto por la “dependencia de la trayectoria” (por la que las inversiones históricas limitan el cambio futuro) como por las expectativas económicas. Una política sólida y coherente puede contribuir a orientar las inversiones hacia puntos de inflexión, de modo que la innovación pueda orientarse rápidamente a reducir las emisiones de carbono.
Carlota Pérez señala que este tipo de cambios estructurales ya se dieron antes. Desde la Revolución Industrial original, basada sobre la energía hidráulica y la mecanización, pasando por las eras del carbón y el vapor, del acero y los ferrocarriles, del automóvil y la producción en masa, y recientemente de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), el mundo moderno ha sido testigo de varias oleadas distintas de revolución tecnológica. Cada una siguió un patrón, tanto en la difusión de las nuevas tecnologías y productos como en la respuesta del sistema financiero y la formulación de políticas gubernamentales. Pérez sostiene que hoy en día existe un enorme potencial para combinar el desarrollo de las TIC con tecnologías ambientales que reduzcan radicalmente el contenido material y de carbono en la producción y el consumo. El resultado sería una nueva ola de crecimiento que simultáneamente reduciría el daño ambiental, proporcionaría nuevas fuentes de empleo e incluso tendría el potencial de reducir las desigualdades. Pérez defiende una serie de políticas para acelerar dicha transición, incluido un desplazamiento de la carga impositiva desde el trabajo y las ganancias hacia la energía y los recursos, y considera que conducen a una nueva visión más ecológica de la “buena vida” tanto en países desarrollados como en vías de desarrollo y se retroalimentan de esta.
Más allá de las fallas de mercado: hacia un nuevo enfoque
Cada capítulo del libro trata su tema de manera diferente. Cuando los encargamos, quisimos reflejar diversas perspectivas, tanto en la naturaleza de los problemas del capitalismo moderno como en la perspectiva económica necesaria para encararlos. Los autores son responsables únicamente de sus propios capítulos: no pretendíamos, ni pretendemos, que todos estén de acuerdo entre sí. Sin embargo, sus críticas tienen muchos elementos en común. Cada uno de ellos cuestiona un aspecto importante de la teoría económica y las propuestas o “recetas” políticas de la ortodoxia.
Por “ortodoxia” entendemos la opinión que domina el debate público sobre la política económica. Dentro de la disciplina académica de la economía hay fuertes discusiones sobre muchos aspectos de la teoría y las políticas prácticas, pero el discurso económico predominante se basa en gran medida sobre una concepción subyacente muy simple de cómo funciona el capitalismo. Según esta concepción, el capitalismo es un sistema económico caracterizado por mercados competitivos en los que empresas privadas, que buscan obtener beneficios para sus accionistas, compiten para suministrar bienes y servicios a otras empresas y a consumidores que eligen libremente. La teoría neoclásica (apoyatura de la visión ortodoxa) afirma que en los mercados individuales dicha competencia genera eficiencia económica, que a su vez maximiza el bienestar. Se supone que los mercados tienden al equilibrio mientras que las empresas son fundamentalmente iguales, analizadas como “agentes representativos” que deben actuar de la misma manera por las presiones externas del mercado. A escala general de la economía como un todo, se cree que la competencia entre empresas produce la innovación y, por lo tanto, conduce al crecimiento económico a largo plazo.
El modelo ortodoxo entiende que los mercados no siempre funcionan bien. Por ello, utiliza el concepto de “falla de mercado” para explicar por qué se producen resultados subóptimos y cómo pueden mejorarse. Los mercados fallan en diversas circunstancias: cuando las empresas tienen un poder monopólico que restringe la competencia; cuando hay asimetrías de información entre productores y consumidores; cuando hay “externalidades” o impactos sobre terceros que no se reflejan adecuadamente en los precios de mercado; y cuando existen bienes públicos y comunes a cuyos beneficios los productores o consumidores individuales no pueden acceder.[47] La tendencia de que los mercados del mundo real fallen de estas maneras diversas implica que los mercados “libres” no maximizan el bienestar. Por ende, la teoría de las fallas de mercado proporciona una justificación para la intervención del gobierno: las políticas públicas deberían tratar de “corregir” las fallas de mercado, por ejemplo, fomentando la competencia, la exigencia de información ampliamente disponible sobre los bienes y servicios, la obligación de que los agentes económicos paguen por las externalidades (mediante instrumentos como los impuestos a la contaminación) y la provisión o subvención de bienes públicos.