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Varias Autoras

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Beschreibung

Mia y el millonario Michelle Reid, Las Novias de Balfourd Mientras fregaba suelos, Mia soñaba con una vida mejor. Y un día su sueño se hizo realidad cuando descubrió que pertenecía a una de las dinastías más ricas del mundo. Pero el estilo de vida sofisticado y espectacular de la familia Balfour asustaba a Mia. Por eso empezó a trabajar para el millonario griego Nikos Theakis y así ir familiazándose con los entresijos de la alta sociedad. Nikos se había abierto camino en la vida desde los barrios periféricos de Atenas hasta convertirse en millonario, y lo había logrado a fuerza de conseguir siempre lo que se proponía... y ahora estaba decidido a conquistar a Mia. Noche de escándalo Sarah Morgan, Los Wolfe Era una estrella de cine, una celebridad, pero en su interior libraba una batalla con los demonios de su pasado. Nadie conocía al auténtico Nathaniel, sólo veían al famoso, el personaje que él fingía ser. Una noche se vio obligado a recurrir a Katie Field, una joven sencilla que procedía de un mundo muy distinto. Tal vez ella estuviera encandilada por la estrella, pero no la cegaban las luces brillantes de la fama. Tal vez Nathaniel pudiera confiar en ella lo suficiente como para revelar al hombre que se escondía tras la máscara… El amor del marajá Penny Jordan, Escándalos de Palacio ¡Última hora! ¡La Princesa se da a la fuga y se lía con un marajá! Sophia, la princesa rebelde, huyó anoche de forma sorprendente de la fiesta de compromiso de su hermano tras el anuncio, también inesperado, de su propio matrimonio concertado. Lo último que necesita la casa real de los Santina es un escándalo. ¿Conseguirán convencer al marajá para que convierta a la fugitiva en su esposa?

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Índice

Cubierta

Índice

El amor del marajá

Créditos

Uno

Dos

Tres

Cuatro

Cinco

Seis

Siete

Ocho

Nueve

Diez

Epílogo

Mia y el millonario

Créditos

Gráfico de la dinastía Balfour

La dinastía Balfour

Propiedades de los Balfour

Carta de Oscar Balfour a sus hijas

Normas de la familia Balfour

Dedicatoria

Prólogo

Uno

Dos

Tres

Cuatro

Cinco

Seis

Siete

Ocho

Nueve

Diez

Once

Noche de escándalo

Créditos

Los Wolfe

Dedicatoria

Uno

Dos

Tres

Cuatro

Cinco

Seis

Siete

Ocho

Nueve

Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.

EL AMOR DEL MARAJÁ, Nº 1 - abril 2013

Título original: The Price of Royal Duty

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3020-2

Editor responsable: Luis Pugni

Imágenes de cubierta:

Pareja: DANIELKROL/DREAMSTIME.COM

Taj Mahal: SZEFEI/DREAMSTIME.COM

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Uno

–Ash...

Sophia Santina, la hija menor de los reyes de la isla de Santina, susurró para sus adentros aquel nombre casi con reverencia. La sensación que le provocó el murmullo en la garganta bastó para que el vello de la nuca se le erizara. Ash. Ese nombre era suficiente para desatar el doloroso eco del deseo adolescente que una vez había despertado en ella. Incluso el aire estaba cargado de electricidad debido a la excitación sexual que la poseía, aunque se hubiera jurado que no se permitiría experimentarla.

Por supuesto, sabía que su hermano mayor lo había invitado a la fiesta de compromiso en el castillo familiar, pero saberlo y verlo, con aquella impactante belleza sensual que tan bien recordaba, eran dos cosas muy distintas.

Lo habría reconocido en cualquier parte. Apenas atisbó a verlo de espaldas cuando él entró en el salón de baile y se giró para rehusar una copa de champán. El movimiento de la cabeza, el cabello fuerte y oscuro, que se le rizaba en la nuca, bastaron para conjurar antiguos recuerdos. Sintió el anhelo de volver a enterrar los dedos en su pelo, de acariciar sus mechones y atraer su boca hacia la de ella. Un escalofrío sensual la recorrió. Algunas cosas no cambiaban nunca. Cierto tipo de deseo, de amor. ¿El primer amor? Seguramente solo los idiotas creían que el primer amor era el único, y ella presumía de no ser ninguna idiota.

No, Ash había acabado con su amor trémulo y tierno al rechazarla, al decirle que todavía era una niña y que se estaba poniendo en peligro al ofrecerse a un hombre de su edad; que tenía suerte de que su sentido del honor le impidiera tomar lo que le estaba ofreciendo. Y, sobre todo, al decirle que, aunque hubiera tenido algunos años más, tampoco se habría acostado con ella, pues estaba comprometido con otra persona.

Sophia se había prometido entonces que en el futuro solo entregaría su amor a un hombre que mereciera la pena y que supiera valorarla, un hombre que la amara tanto como ella a él. Y para cumplir esa promesa ahora necesitaba, precisamente, la ayuda de Ash, por mucho que su orgullo se rebelara.

Dejó en una mesa la copa prácticamente intacta y se dirigió hacia él.

El salón de baile del castillo de la mediterránea isla de Santina, residencia oficial de la familia real, se hallaba abarrotado. Ashok Achari, marajá de Nailpur, frunció el ceño cuando su mirada, oscura como la obsidiana, se deslizó por la escena que tenía delante. Al otro lado de las puertas abiertas del impresionante y elegante salón de baile, con sus lámparas de cristal y sus espejos antiguos, había lacayos vestidos con librea. Algunos miembros de la guardia personal del rey, vestidos con uniforme de gala, hacían guardia delante del castillo, en honor a la ocasión y a los invitados. Al ser miembro de la realeza, Ash recibió su saludo cuando la limusina que lo había recogido en el aeropuerto se detuvo en la puerta principal. Estaba claro que no se había reparado en gastos para celebrar el compromiso del hijo mayor y heredero del rey.

Los demás invitados revoloteaban a su alrededor y el aire estaba cargado de risas y conversaciones. Ash había ido al colegio con Alex, el futuro novio, y seguían siendo buenos amigos. A pesar de ello, no quería asistir a aquella fiesta de compromiso porque tenía asuntos más importantes de los que ocuparse en casa, pero el deber también era importante para Ash, mucho más que sus deseos personales, y ese sentido del deber era lo que lo había llevado a aceptar.

En cualquier caso, había ordenado a su piloto que tuviera el jet preparado para volver a Bombay, donde debía asistir a una importante reunión de negocios por la mañana.

Un sexto sentido le llevó a darse la vuelta justo cuando una morena menuda y exquisitamente bella se dirigía a toda prisa hacia él.

Sophia.

Se había convertido en una mujer, ya no era la niña de la última vez. La adolescente temblorosa al borde de la edad adulta que él recordaba, inocente y ansiosa, que necesitaba protegerse de sí misma, había dado paso a una mujer que claramente lo sabía todo sobre su propia sexualidad y cómo utilizarla. El hecho de que su cuerpo reaccionara en lo que tardó en aspirar el aire y soltarlo señalaba una debilidad dentro de él, de la que no había sido consciente hasta entonces.

Respondía como un hombre ante la feminidad de Sophia, aquello lo había pillado completamente por sorpresa y no le gustaba. No se permitía ese tipo de cosas: suponía un deseo reprimido y él no podía permitirse tener deseos reprimidos, deseos que podrían hacerlo vulnerable. Además, la idea resultaba ridícula. Sophia no era su tipo.

¿No? ¿Entonces por qué su cuerpo reaccionaba como si no hubiera visto nunca una mujer?

No era más que un lapsus. Ella era una mujer, y su cama estaba vacía desde que terminó con su última amante. Sentirse excitado al ver a Sophia resultaba algo completamente natural. Una impresionante melena ondulada enmarcaba el delicado rostro, los ojos oscuros, la boca carnosa, las voluptuosas curvas de su cuerpo... Sophia Santina era un imán irresistible para los hombres. Y su cuerpo reaccionaba en consecuencia. Nada más.

Sería un estúpido si daba más importancia a su reacción. No tenía ningunas ganas de sentirse excitado en aquel momento, por ninguna mujer... y menos por Sophia Santina. Sin embargo, no podía negar que así era. La prueba de la excitación se marcaba bajo la tela de su carísimo traje, a pesar del control mental que estaba intentando ejercer.

Ella seguía acercándose a él y, en cuestión de segundos, se le colgaría del cuello, como había hecho de niña. Y si lo hacía... Su cuerpo sintió un escalofrío de placer. Ash murmuró para sus adentros una palabrota. Era un hombre que se jactaba de controlar sus apetitos, sobre todo los sexuales.

Tras la muerte de su esposa, las mujeres con las que había compartido lecho eran elegantes, de piernas largas y expertas en el arte del placer, con mentes lógicas y vidas en las que no había cabida para las emociones. Mujeres que cuando acababa el juego aceptaban con elegancia el generoso regalo que les hacía y salían de su cama con la misma discreción con la que habían entrado.

Sophia no era así. Él, que la había visto crecer, sabía muy bien que era una mezcla intensa de emociones apasionadas. El hombre que se la llevara a la cama tendría que... Su cuerpo volvió a reaccionar y balanceó el peso de una pierna a otra para tratar de disimular la erección. No se llevaría a Sophia a la cama. Ni esa noche ni nunca.

–Ash –repitió ella dando un paso adelante para abrazarlo.

Abrió los ojos de par en par cuando él le agarró la muñeca con la mano derecha y dio un paso atrás para rechazarla.

¿Cómo podía haber sido tan estúpida? Después de todo, la suya era una historia de rechazo. O mejor dicho, de rechazo por parte de Ash. En su afán por suplicarle ayuda, había actuado de manera imprudente. Tenía que estar más alerta.

Lo único que quería era saludarlo como lo haría con cualquier otra persona. Abrió la boca para protestar y reprocharle que hubiera malinterpretado su gesto, pero volvió a cerrarla cuando recuperó el control de sus emociones. No era el momento de enfrentarse a él, por muy injustamente tratada que se sintiera. Ahora que lo tenía tan cerca podía ver lo que no había detectado antes: el cambio en él estaba escrito claramente en la frialdad de su expresión.

A pesar suyo, sintió en la garganta un nudo de tristeza. El Ash que ella recordaba era un joven cálido y afable que se reía mucho y disfrutaba de la vida. ¿Qué había sucedido para que se convirtiera en el hombre cínico y taciturno que tenía delante? ¿De verdad tenía que preguntárselo? Había perdido a su esposa, una mujer a la que amaba.

Su tristeza se hizo mayor y sintió compasión por el Ash que ella recordaba. Aquel Ash era un joven cuya amabilidad innata, sobre todo con la hermana pequeña de su amigo del colegio cuando venía de vacaciones a la isla, había hecho que esa niña sintiera por primera vez en su vida que alguien la entendía y la valoraba. Su cariño y su comprensión habían significado mucho para ella, y aquel recuerdo era lo que la había llevado hasta él ahora, y no el brusco cambio que se produjo en su relación cuando ella pasó de ser niña a mujer.

Sin embargo, Sophia fue consciente con un repentino vuelco al corazón de que el hombre que tenía delante carecía de aquellas cualidades. Este Ash tenía un aire oscuro y taciturno que ella no recordaba, y también un frío distanciamiento, como si una nube negra hubiera oscurecido el calor de la personalidad del joven que ella recordaba.

Algo en su interior se lamentó por el hombre que fue. Pero Sophia acalló al instante aquel sentimiento. No podía permitirse ser emocionalmente vulnerable ante él. No debía sentir nada por él. No volvería a repetir el mismo error otra vez. Después de todo, ya no tenía dieciséis años.

Aunque debía andarse con cuidado. Y ser consciente de lo que tenía que hacer para conseguir lo que desesperadamente necesitaba. Después de aquella noche, no tendría que volver a ver a Ash. Y estaría a salvo de su propio pasado y del futuro que su padre tenía pensado para ella.

Aspiró con fuerza el aire y habló con frialdad.

–Ya puedes soltarme, Ash. Te prometo que no te tocaré.

No tocarlo, se repitió él para sus adentros. Sophia no podía imaginar que su cuerpo, su virilidad, clamaba por sentir aquel contacto. No le extrañaba que tuviera la reputación que tenía si provocaba aquel efecto en su cuerpo. En su cuerpo, pero no en él. Eso no podía permitirlo.

Le soltó bruscamente la muñeca. La velocidad con la que lo hizo le confirmó a Sophia lo que su corazón ya le había dicho. Que por lo que a Ash se refería, cualquier contacto físico era tan tabú ahora como cuando ella tenía dieciséis años.

Y sin embargo, se recordó, Ash había sido amable con ella. Mucho. Era su héroe, su refugio de seguridad y confort. Tal vez por eso, a pesar de su rechazo, todavía sentía de forma instintiva que Ash era la única persona del mundo a la que podía pedirle ayuda si lo necesitaba. O tal vez se debiera a que estaba desesperada y no tenía a nadie más. Y en aquel momento sin duda necesitaba ayuda. Mucha.

En el pasado la había ayudado. Y no solo eso: la había salvado de la muerte, no una vez sino dos. Y ahora necesitaba que la salvara de otro tipo de muerte. La muerte que suponía ser sacrificada en un matrimonio con un hombre al que nunca había visto, pero cuya reputación indicaba que tenía todo lo que ella no buscaba en un marido.

Tenía que encontrar la manera de atravesar la barrera que había entre Ash y ella, porque sin su comprensión y su ayuda el plan que había concebido no triunfaría. Tomó aire y habló.

–Ash, hay algo que quiero preguntarte.

–Si es a cuál de tus admiradores te vas a llevar a la cama me temo que no puedo aconsejarte al respecto. Además, pareces tener mucha práctica escogiendo al que te conseguirá más titulares y fotografías en las revistas de corazón de todo el mundo.

Era un rechazo brutal y a Sophia le dolió. Sabía que tenía sus detractores, pero no estaba preparada para que Ash fuera uno de ellos. ¿Tal vez porque quería que la recordara como a la niña inocente a la que él solía proteger?

¿Y qué si no era así? Solo se debía a que necesitaba que él recordara aquella relación. Y en cuanto a la afilada punzada de dolor provocada por sus palabras, no tenía importancia. No iba a permitir que ejerciera ningún poder sobre ella. Y sin embargo no pudo evitar defenderse de sus acusaciones.

–Yo hago públicas mis relaciones y tú mantienes las tuyas en privado –se encogió de hombros con fingida despreocupación–. Me pregunto cuál de los dos puede considerarse más honesto.

Tenía sus motivos para dejar que todo el mundo pensara que disfrutaba de una intensa vida sexual. Después de todo, ¿no era esa la mejor manera de proteger algo, de ocultarlo a ojos de los demás?

Que Sophia se atreviera a cuestionar su moralidad era algo que el orgullo de Ash no podía tolerar. Sobre todo cuando en el pasado había asumido la responsabilidad de protegerla de las consecuencias de su emergente deseo sexual. Y también porque tenía que lidiar contra la indeseada reacción física que despertaba en él.

Su voz era tan dura y despiadada como su expresión cuando le dijo con sequedad:

–Me temo que ese tipo de discusiones no tienen ningún atractivo para mí, Sophia, por mucho que sean habituales entre tus amigos. Y ahora, si me disculpas, debo ir a darles las gracias a tus padres por la velada. Tengo que estar mañana por la mañana en Bombay, así que me iré de aquí en avión justo después de medianoche.

¿Tan pronto se iba a marchar? Aquello era algo para lo que Sophia tampoco estaba preparada. La ventana de escape que constituía su última oportunidad se estaba cerrando minuto a minuto. Empezó a sentir pánico.

–Ash, antes eras distinto. Más cariñoso. Una especie de... salvador. Me salvaste la vida –era la desesperación la que la llevaba a comportarse así, a traicionarse de aquel modo–. Sé por las obras benéficas con las que colaboras para ayudar a tu gente lo generoso y bueno que eres con quienes más lo necesitan. Y ahora mismo, Ash, yo necesito... –se detuvo al sentir un nudo en la garganta–. Nunca he podido decirte cuánto sentí la muerte de tu esposa. Sé lo mucho que ella significaba para ti.

Se estaba apartando de ella, podía sentirlo en el aire helado que había entre ellos. Había aprendido de muy pequeña a distinguir las emociones de los demás y a estar preparada para enfrentarse a ellas. No tendría que haber mencionado a su fallecida esposa. ¿Por qué lo había hecho?

Un brillo cruzó por los ojos oscuros de Ash, algo atávico que se remontaba siglos atrás, a un tiempo en el que sus ancestros guerreros eran los dueños de las desiertas llanuras de la India. Sabía que le había enfadado.

¿Por qué? ¿Por mencionar a su esposa? Sophia sabía cuánto amaba a la princesa india con la que se había casado, pero ya habían pasado varios años desde que ella murió y estaba segura de que la cama de Ash no había permanecido vacía durante todo aquel tiempo. Acostarse con alguien era una cosa, pero como Sophia sabía, amarlo era algo muy distinto.

Pero si pensaba que iba a asustarla con su actitud estaba muy equivocado. Sin duda la recordaba como a la niña a la que todo afectaba, pero ya no era esa niña. Y en lo que se refería a sobrevivir al dolor... bueno, podía asegurar que había conseguido un máster en ese campo.

Ash sintió cómo la tensión invadía su cuerpo. Sophia se había atrevido a mencionar su matrimonio y eso no se lo permitía a nadie. Era un tema tabú.

–No hablo de mi esposa ni de nuestro matrimonio con nadie.

Pronunció aquellas palabras en un tono áspero que sirvió para confirmar lo que Sophia ya sabía: Ash todavía amaba a su fallecida esposa. Pero no debía pensar en eso, sino concentrarse en la ayuda que necesitaba de él.

En cuanto supo que venía a la fiesta de compromiso, lo vio como su salvación y su única esperanza para salir de una situación que sencillamente no podía soportar. No debía fallar, por muy vulnerable que se sintiera.

Sophia se había quedado callada. Ash se giró para mirarla. Estaba tratando de parecer segura de sí misma, pero presentía su temor. Era un escudo protector que utilizaba con frecuencia cuando era niña. Una niña que era la menor de la familia y además mujer, y a la que muchas veces desatendían. En contra de su voluntad, Ash sintió que se le pasaba algo de la furia.

Sophia notó cómo su penetrante mirada la escudriñaba como si fuera un águila y, sin embargo, su expresión se había suavizado, y de pronto le pareció que estaba viendo al Ash que quería bajo la dureza que el tiempo había arrojado sobre sus huesos. Y eso resucitó su desesperada esperanza.

Decidió que no había tiempo que perder. Debía ser fuerte y valiente y confiar en su instinto.

–Mi padre quiere que me case con un príncipe español al que ha conocido.

Ash se alteró. ¿Qué era aquella sensación que se había apoderado de su interior y lo había atacado con la velocidad de una serpiente venenosa, provocándole un dolor en el corazón? Nada. Nada en absoluto.

–Así que tu padre tiene pensado un matrimonio diplomático para ti –se encogió de hombros.

–Será un matrimonio forzado y yo seré la víctima –aseguró ella.

Sus palabras eran las de la joven apasionada y sensible que él recordaba. Con qué firmeza defendía su libertad personal, su convicción de que todo el mundo tenía derecho a escoger su propio camino en la vida. Su padre y ella chocaban con mucha frecuencia y, al parecer, en esa ocasión también.

–¿No crees que estás siendo un poco melodramática? –preguntó con torno burlón–. Ya no eres una niña ingenua, Sophia. Los miembros de la realeza se casan con miembros de la realeza, así funcionamos. Los matrimonios se conciertan, nacen herederos y así es como cumplimos nuestro deber hacia nuestro pueblo.

No era así como Sophia había imaginado que reaccionaría. Ella se había pasado la noche en vela anhelando su llegada, necesitada de su apoyo y de su ayuda.

–No estoy siendo melodramática –se defendió–. Pero seguro que tengo derechos como ser humano y puedo decidir mi propio destino sin que sea mi padre quien tome decisiones por mí.

–Estoy seguro de que solo piensa en tu bien.

Ash no quería verse envuelto en aquel asunto. Era un hombre ocupado que estaba a punto de cerrar un contrato cuyo éxito aseguraría el futuro de su pueblo durante varias generaciones.

–No –negó Sophia al instante–. No piensa en mi bien. Solo le interesa conseguir un matrimonio real para la hija menor de la casa de Santina. Él mismo me lo dijo cuando le supliqué que lo reconsiderara, me dijo que tenía que prometerle a este príncipe español que sería una esposa obediente y sumisa, una mujer que no trataría de interferir en su estilo de vida ni en flujo de amantes que pasan por su cama.

Ash no hizo ningún comentario y ella continuó hablando.

–Cuando le dije que no quería casarme, me acusó de ser una ingrata y de ignorar mi deber real. Dijo que me acostumbraría a mi marido. ¡Acostumbrarme! A soportar un matrimonio con un hombre que solo ha accedido a casarse conmigo porque desea un heredero y al que mi padre me ha entregado a cambio de una alianza regia... ¿Cómo va a ser eso por mi bien?

–Tenía la impresión de que un matrimonio así te vendría bien, Sophia. Después de todo está documentado que tu propio estilo de vida es muy similar en lo que se refiere al flujo de amantes.

Aquel golpe hizo que Sophia palideciera y le redobló el dolor en el corazón. No debería importarle lo que Ash pensara de ella. Eso no formaba parte de su plan. Pero la acusación le dolió y no podía defenderse sin contarle más de lo que quería que supiera.

–Pues estás equivocado –fue lo único que se permitió decir–. Ese no es el matrimonio que quiero. No puedo soportar la idea –su voz estaba teñida de miedo, ella misma lo notaba.

Tenía que tratar de mantener la calma. Ni siquiera a Ash podía explicarle el asco, la repulsión que le provocaba verse obligada por ley a entregarse en el lecho matrimonial cuando... no, debía mantener aquel secreto a cualquier precio y no revelarlo, ni siquiera a Ash.

Tomó aire y habló con la mayor calma que pudo.

–Cuando me case, quiero conocer a mi marido y respetarlo a él y nuestro matrimonio. Quiero amarlo y que él me ame. Quiero que criemos a nuestros hijos en un círculo de seguridad y amor –después de todo, aquello era verdad.

Y era una verdad que Ash había oído y no podía negar.

Frunció el ceño. Se veía obligado a reconocer contra su voluntad que había algo en la voz de Sophia que le llegaba al alma, que revivía antiguos recuerdos. ¿Revivirlos? ¿Desde cuándo hacía falta revivirlos? Nunca había olvidado, no podría olvidar nunca.

–Por favor, Ash, te estoy suplicando ayuda.

Dos

Aquellas palabras, las mismas que había pronunciado en el pasado, atravesaron su autocontrol y cortaron las cuerdas que mantenían cerradas las puertas del pasado.

Una vez Sophia le había suplicado algo. La última vez que la había visto acababa de cumplir dieciséis años. Todavía recordaba el impacto que sufrió al verla convertida en una mujer. Era una niña, y de pronto, seis meses después estaba al borde de la edad adulta, una niña todavía a pesar de la madurez física, una niña a la que le resbalaban las lágrimas por las mejillas. Entonces era todavía inocente: ingenua, virginal y vulnerable. Él decidió entonces que no sería quien le robara ninguna de aquellas cosas por mucho que se lo suplicara.

¿Qué había sido de ella durante aquellos años para haberse convertido en la seductora sensual que era ahora? ¿Y qué más le daba a él? La joven de dieciséis años con la que se había sentido tan protector pertenecía a otra vida, a otro Ash.

Ya entonces era increíblemente bella, todo en ella dejaba entrever la sensualidad futura. Entonces encerraba la promesa de un melocotón dulce a punto de madurar, pero seguía siendo una niña comparada con él, y su natural sentido de la responsabilidad y de la moral le impidieron reaccionar ante lo que le ofrecía.

Ash descubrió entonces un sabor amargo en la boca. Porque su rígido código moral se vio amenazado por el impactante deseo sexual que despertó en él al ver su cambio. Un deseo que no debía haber sentido por aquella chica, dado el papel protector que había ejercido previamente en su vida y debido también al hecho de que estaba a punto de casarse.

¿Un deseo que todavía sentía? Tragó saliva. Era una mujer y estaba disponible. Él era un hombre, pero no podía permitirse desearla. No lo permitiría. Después de todo, no le quedaba nada dentro para darle a una mujer como Sophia, quien claramente ponía mucha pasión a sus relaciones, además de deseo sexual.

–Ash, por favor.

El pánico en su tono de voz hizo que él frunciera el ceño y parpadeara dos veces.

–Por favor, Ash, te necesito. No puedo pedirle ayuda a nadie más.

–¿No? ¿Y qué me dices de alguno de esos jóvenes con los que compartes cama?

Sophia se dio cuenta de que aquello se estaba volviendo peligroso. La conversación estaba tomando un cariz que no le gustaba.

–Eso es solo sexo. Lo que yo necesito es tu ayuda.

¿Solo sexo? Ash casi podía saborear la ferocidad de los sentimientos atávicos que lo atravesaron. Atravesando mentalmente los años que lo separaban de aquella otra ocasión, pudo ver a la niña de dieciséis años que suplicaba que le diera algo que no podía darle. Casi podía oler el aroma veraniego de la orilla cubierta de hierba en la que estaban sentados. Podía verla con claridad en su cabeza, con su fino vestido de algodón que le marcaba los senos perfectos, altos y redondos, y cómo le había golpeado el pecho con sus pequeños puños suplicándole que la tomara y le enseñara lo que era ser una mujer. Y el impacto que había supuesto para él darse cuenta de que sentía deseo sexual hacia ella. Había querido apartarse de ella en aquel mismo instante, poner fin al peligro que podía presentir, pero antes de que pudiera hacer nada, ella continuó con tono dramático:

–Soy la única de mi clase que sigue siendo virgen y lo odio. Las otras chicas se ríen de mí, dicen que soy un bebé y...

Ash recordaba los sentimientos contradictorios que experimentó entonces ante su confesión. En primer lugar, el deseo de protegerla y defenderla, pero por debajo también el dulce placer de poder ser el hombre al que ella se entregaría por primera vez. Se recordó que era demasiado mayor para ella y ella demasiado joven para él. Y aunque no hubiera sido así, ¿qué habría hecho? ¿Acostarse con ella y luego dejarla, deshonrarla de ese modo porque debía contraer el matrimonio que habían decidido para él en la infancia?

Nunca.

Así que había vencido la tentación y le había dicho con despreocupación.

–Estoy seguro de que habrá muchos chicos de tu edad que estarán encantados de liberarte de tu virginidad.

–No quiero que sean ellos, quiero que seas tú –insistió Sophia con los ojos ardientes de deseo.

Solo él sabía lo tentado que había estado de dejar de lado los años que los separaban y hacerla suya. Y por eso se dejó llevar por la furia y le dijo con ira:

–No puedo ser yo. Sabes que estoy prometido y voy a casarme, Sophia.

–Es un matrimonio acordado –le recordó ella–. No es una unión por amor.

La verdad de sus palabras hizo que Ash sintiera como si le clavaran un puñal en el corazón.

–Mi matrimonio es asunto mío y, en cuanto a que no sea una unión por amor, será para mí un deber y un placer aprender a amar a mi esposa y enseñarle a su vez a amarme a mí. Un gran placer.

Sus palabras habían sido crueles. Lo notó en la mirada de Sophia. Dio un paso hacia ella, recordó Ash, y se detuvo al verla secarse las lágrimas que no había sido capaz de controlar. Eran las lágrimas de una niña, y si había sido cruel fue para proteger a esa niña.

Y ahora como entonces, Ash quiso darse la vuelta y salir de allí, pero por alguna razón no pudo hacerlo. Igual que no podía apartar la mirad de ella ni evitar la reacción de su cuerpo. Su propia debilidad lo laceraba y le carcomía el orgullo. Pero siguió mirando, siguió permitiendo que sus sentidos se llenaran de placer.

Los rizos oscuros le acariciaban los hombros desnudos, que dejaba al descubierto el vestido de seda dorada y estilo diosa. Sus ojos oscuros brillaban y tenía los labios cálidos y entreabiertos de forma invitadora. Sabrían a sensualidad y a promesa, y el vestido escotado no sería ninguna barrera para el hombre que estuviera decidido a explorar la suavidad de sus senos desnudos. Pero ese hombre no sería nunca él. Sophia era la hermana de uno de sus mejores amigos, era apasionada y emocional. Acostarse con ella le traería unas complicaciones que no necesitaba. ¿Y por qué iba a necesitar acostarse con ella si tenía tantas mujeres dispuestas que entendían que solo buscaba sexo en ellas? Sexo y nada más.

Ajena los tumultuosos pensamientos de Ash, Sophia miró hacia la mesa en la que estaban sentados sus padres con algunos invitados. Como siempre era su padre el que exigía la atención de todo el mundo mientras su madre mantenía la rubia cabeza inclinada hacia él con controlada formalidad. Tal y como su padre exigía. Tal y como exigiría el marido que le había buscado. Pero ella no era su madre. Su naturaleza era mucho más intensa y turbulenta. Sin apartar la vista de la mesa, le dijo a Ash con desesperación:

–Mi padre cree que logrará convencerme, pero no será así.

Ash escuchó la desesperación de su voz. Contra su voluntad se encontró pensando que le recordaba a una preciosa mariposa batiendo las alas contra los barrotes de la jaula en la que estaba prisionera. Sus desesperados intentos de encontrar la libertad estaban destinados únicamente a dejarla aplastada y rota. Inesperadamente, a pesar de todos los rumores sobre su estilo de vida hedonista, todavía había algo inocente y vulnerable en Sophia. Contra su voluntad, Ash se dio cuenta de que sentía lástima por ella, pero conocía a su padre y sabía que el rey Eduardo no abandonaría fácilmente su plan. Era tan tradicional y antiguo como padre como lo era como rey, gobernaba su familia como al país, bajo la firme creencia de que podía controlarlos como si fueran suyos y que ellos debían obedecerle en todo. Reconocía que sentía lástima por ella. Sí, pero no era asunto de él, se recordó, y no había nada que pudiera hacer, aparte de recordarle lo que significaba ser miembro de la realeza.

–Seguro que siempre has sabido que tu padre terminaría por concertarte un matrimonio con alguien que considerara adecuado.

Durante un instante Sophia se sintió tentada a bajar la guardia y admitir que ella siempre había soñado con casarse por amor, no por necesidades dinásticas. Pero sabía que si lo hacía seguramente le haría ver lo que no quería que supiera. Después de todo, tenía su orgullo y no iba a permitir que sintiera lástima por ella por desear...

¿Qué? ¿El amor del único hombre que sabía que nunca se lo daría? No. Tal vez lo hubiera deseado cuando era una niña estúpida de dieciséis años, pero ya no quería a Ash. Aunque sí quería casarse con un hombre del que estuviera enamorada y estaba dispuesta a esperar hasta encontrarlo.

Cuando estuviera frente al novio escogido, dispuesta a entregarse en la sagrada intimidad del matrimonio, se liberaría por fin del dolor del rechazo de Ash.

Pero todavía no había encontrado a ese hombre ni ese amor, y no había sido desde luego por no haberlo intentado.

Al ver la tristeza de sus ojos, Ash sintió una inesperada compasión por ella. Había sido una niña tan dulce y generosa..., pero ya no era una niña, se recordó. Había dejado de serlo aquella fatídica tarde en que le pidió que le arrebatara la virginidad. ¿Quién era el hombre que se la había llevado? ¿Recordaría siquiera su nombre? A juzgar por lo que decían las revistas de cotilleo, Ash lo dudaba.

Sophia tragó saliva. Sabía que debía hacer un último intento por asegurarse su ayuda.

–Ash, lo único que quiero de ti, lo único que quiero que hagas es que esta noche te comportes como si me desearas, no solo para acostarte conmigo sino como la posible esposa que todo el mundo sabe que tendrás que tomar algún día para darle un heredero a Nailpur. Eres un candidato tan bueno que mi padre podría abandonar la idea del príncipe español si piensa que tiene alguna posibilidad de casarme contigo. Tienes todo lo que él admira: sangre real, posición y riqueza.

Por una vez, Ash se quedó sin palabras. Cuando Sophia le dijo que necesitaba su ayuda nunca se le pasó por la cabeza que se tratara de algo así. Tenía que reconocer que era inteligente, y que conocía bien a su padre.

–Ash, necesito que me rescates y seas mi caballero andante, como cuando era niña –continuó ella con tono ansioso–. ¿Te acuerdas aquella vez en la que estuve a punto de ahogarme al seguiros a Alex, a Hassan y a ti por aquel acantilado rocoso?

–Eso fue hace mucho tiempo –murmuró él.

–Yo todavía lo recuerdo –le dijo Sophia con dulzura–. Tenía nueve años y, cuando resbalé y caí a aquel charco profundo tú saltaste y me rescataste. Alex se rio de mí, pero tú me hiciste sentir a salvo y protegida.

Ash frunció el ceño. Allí estaba otra vez aquel tono de vulnerabilidad en su voz.

Sophia respiró hondo y al hacerlo, los senos se le marcaron suavemente por encima del escote. Eran más grandes que cuando tenía dieciséis años, y más tentadores, reconoció Ash irritado consigo mismo por haberse fijado.

Sophia extendió la mano y se la puso en el brazo. El cuerpo de Ash reaccionó al instante.

–Mi padre ha permitido que Alex escoja a la novia que quería, ¿por qué debo entonces permitir que escoja a mi marido por mí? –el compromiso de su hermano había sido una sorpresa completa para ella y para Carlotta, la hermana a la que más unida estaba–. Tú amabas a Nasreen. ¿Por qué no debería yo amar y ser amada en mi matrimonio?

La pasión con la que hablaba confirmaba lo que Ash ya pensaba sobre la intensidad emocional que Sophia llevaría a sus relaciones sexuales. Ese tipo de sentimientos ya no tenían cabida en su vida. Pero, ¿y si pudiera tenerla a ella sin aquellas emociones? ¿Y si pudieran disfrutar el uno del otro como los adultos sexualmente experimentados que ya eran ambos? La oleada de deseo masculino que le recorrió el cuerpo le dio la respuesta. Para ser sincero, no recordaba haber sentido nunca un deseo tan intenso por una mujer, hasta el punto de que se interponía entre él y la fría lógica de los asuntos de negocios que eran actualmente su prioridad.

Tenía que distanciarse de ella.

–Mi matrimonio es asunto mío –le dijo con sequedad mientras luchaba contra la reacción que le provocaba la idea de llevársela a la cama.

Sophia se dio cuenta de que había vuelto a hacerlo. Había entrado en una zona privada en la que no era bienvenida. ¿Sería porque todavía amaba a Nasreen?

El dolor que sintió en el corazón solo se debía a que si su padre la casaba con aquel príncipe nunca sabría lo que era sentirse amada de aquel modo. No era por ninguna otra razón, como que deseara que fuera Ash quien lo hiciera. Por supuesto que no. Ya no tenía dieciséis años.

Ni tampoco quería dejar el tema. Para su familia era la rebelde, la que siempre estaba cuestionando el statu quo y presionando a su padre. Esa era su reputación y no iba a abandonarla solo porque Ash la estuviera mirando con aquella frialdad.

Nasreen. Ash lamentó que Sophia hubiera pronunciado aquel nombre. Prometió amar a la esposa que habían elegido para él, que su matrimonio sería fiel por ambas partes. Amar a la mujer con la que lo habían prometido siendo niño suponía para él una cuestión de orgullo y honor. Huérfano desde muy pequeño, había sido criado por una nana mayor que le contaba historias sobre el gran amor que existía entre su bisabuelo y la novia inglesa de éste, lo que le llevó a adquirir la responsabilidad de amar y cuidar de la joven maharaní que sería algún día su esposa. Según su nana, el amor era lo más importante del mundo. Debía amar a su esposa y ella debía amarle a él, y con ese amor compensaría la soledad que había conocido siendo huérfano. Ash estaba convencido de que cuando se casara amaría a su esposa con la misma entrega que su famoso antepasado.

¿Aquel convencimiento había nacido de la arrogancia o de la ingenuidad?

No lo sabía. Su boca adquirió una expresión de amargura. Lo único que sabía era que la dura realidad de su matrimonio y la muerte de su esposa, una muerte de la que se consideraba en parte responsable, implicaban que nunca volvería a mezclar el amor y el sexo en sus relaciones con las mujeres. Nunca. El sexo era un placer y una necesidad, pero solo era sexo. Podía permitirse el desear a una mujer, pero no se permitiría amarla.

Tres

Ash debía amar todavía mucho a Nasreen para reaccionar así ante la simple mención de su nombre, pensó Sophia.

Cuánto deseaba ella ser amada así, completamente, por sí misma y no por tener sangre real. Algún día encontraría ese amor, decidió con firmeza, siempre que pudiera permanecer libre para buscarlo y no se viera forzada a un matrimonio que no deseaba. Su naturaleza apasionada, que era como lava contenida durante demasiado tiempo, se rebeló contra la norma no escrita de la familia Santina de no expresar ningún sentimiento auténtico. Sin poder contenerse, afirmó:

–Mis padres no creen en el amor. Lo único que cuenta es el deber hacia nuestro apellido. Sobre todo mi padre.

El dolor de su tono de voz llamó la atención de Ash. Conocía muy bien la historia y por eso entendió el modo en que le había temblado la voz al decir «mi padre».

¿Qué le pasaba? Tenía miles de cosas más importantes en las que pensar. Las negociaciones para convertir los vacíos y decadentes palacios que pertenecieron en su día a su familia en elegantes hoteles con spa se encontraban en un punto vital. Y también la exposición de objetos reales que estaba montando su fundación benéfica con la intención de recaudar dinero para la educación de los más pobres de la India. Eso era lo que debería tener en mente, no a la joven apasionada y demasiado deseable que tenía delante. Tenía que poner fin a aquella conversación.

–Estoy seguro de que tu padre solo quiere lo mejor para ti –le repitió.

Sabía que eran palabras vacías, pero ¿por qué tenía que tratar de consolarla y tranquilizarla? ¿Por qué tenía que importarle lo que le pasara? No le importaba, se dijo. ¿Lo mejor para ella? ¿No era lo mismo que le había dicho tantos años atrás antes de marcharse y dejarla sola?, ¿que negarle lo que le suplicaba era lo mejor para ella, cuando en realidad era lo mejor para él?

–¿Lo mejor para mí?

Ash pudo ver la amargura y la desesperación en los ojos de Sophia mientras ésta sacudía la cabeza para negar sus palabras.

–¡No! –afirmó sacudiendo otra vez la cabeza, esta vez con más fuerza–. Lo que mi padre quiere es lo que cree que es mejor para él y para la familia Santina. Y para él yo he sido siempre un inesperado, y no deseado, apéndice de la familia –la suavidad de su boca se curvó con gesto de dolor–. Sabes que es verdad, Ash. Conoces tan bien como yo los rumores sobre mi nacimiento.

Era verdad. Cuando la madre de Alex supo que Ash era un niño huérfano, sin familia con la que pasar las largas vacaciones del internado británico, lo invitó a pasarlas siempre con ellos. Sophia apenas había empezado a ir al colegio cuando él escuchó el rumor de que tal vez no fuera hija del rey.

–Te pareces a la familia Santina –fue lo único que se le ocurrió contestar.

–Eso fue lo que mi madre me dijo cuando le pregunté si era cierto que ese arquitecto inglés del que todo el mundo hablaba podría ser mi padre, pero, ¿no te parece extraño que nadie sugiriera nunca cuando yo era niña que me hicieran una prueba de ADN?

–Lo que me parece es que tus padres estaban tan seguros de que eres su hija que no lo consideraron necesario.

–Eso es lo que dice Carlotta –admitió Sophia–. Pero es normal, teniendo en cuenta que ella tiene un hijo y se niega a decir quién es el padre.

Normalmente Sophia no hablaba con tanta claridad de la situación de Carlotta. El nacimiento de su hijo Luca había implicado que ella también perdiera el favor del rey. Ambas se sentían rechazadas y por eso estaban tan unidas, a pesar de que Carlotta tenía una hermana gemela.

–Y Carlotta siempre ha sido muy sensata.

Sophia lo miró con recelo.

–¿Te parece sensato tener un hijo fuera del matrimonio con un hombre cuyo nombre no quiere decir y traer la desgracia a la familia, como dice mi padre?

Un hijo, un varón. Solo él sabía lo mucho que anhelaba ser padre. Ash sintió la familiar punzada de dolor en el corazón. Cuando Nasreen y él se casaron dio por hecho que estaría tan dispuesta a formar una familia como lo estaba él. Al principio, cuando le dijo que quería retrasarlo para tener más tiempo a solas con él se sintió encantado. Pero más tarde supo de labios de la propia Nasreen la verdadera razón de por qué no quería tener hijos, ni entonces ni nunca, y aquello desencadenó la primera de las muchas peleas que hubo entre ellos.

Desde fuera, su deseo de tener hijos se vería como algo natural en un hombre de su posición, necesitado de un heredero. Había una parte de eso, por supuesto, después de todo tenía un deber dinástico. Pero su anhelo era más profundo y personal. La soledad que sintió de niño lo había llevado a desear formar su propia familia y no podía negar ni olvidar aquel anhelo. Algún día volvería a casarse por una cuestión práctica, no por amor, pero a los hijos nacidos de aquel matrimonio sí los querría, porque ese amor nacería de manera natural, no tendría que forzarlo ni fingirlo. Como había hecho con Nasreen. Su incapacidad para amar a Nasreen todavía le hacía sentirse culpable.

–No es lo que cabía esperar de Carlotta –reconoció Ash.

–No, Carlotta siempre fue la buena. No como yo –Sophia torció el gesto–. Si me hubiera ocurrido a mí, a nadie le hubiera extrañado. Y yo habría hecho exactamente lo mismo que ella, quedarme con mi bebé –su rostro se suavizó un tanto–. El pequeño Luca es tan hermoso que a veces me gustaría que fuera mío. Aunque mi padre, a mí no me lo hubiera perdonado. Habría sido la gota que colma el vaso y seguro que me habría repudiado.

–Dudo que tu padre se molestara en buscarte un matrimonio conveniente con un miembro de una familia real si no estuviera convencido de que eres su hija –la idea era tranquilizarla y poner fin a aquella conversación, pero Sophia se puso furiosa y le espetó:

–Si eso es lo que piensas, entonces no conoces a mi padre. No quiere este matrimonio por mi bien, lo hace por él. Por el apellido Santina. Eso es lo único que le importa, la reputación de la casa real de Santina. Siempre ha sido así, incluso cuando éramos niños. Lo único que nos decía era que debíamos recordar quiénes éramos. Nos maneja del mismo modo que gobierna el reino, porque cree que está en su derecho. Nuestros sentimientos no importan. Pero tú podrías ayudarme, Ash. No te costará mucho. Como ya te he dicho, mi padre soltará al príncipe español como si fuera una patata caliente si piensa que tiene alguna posibilidad de casarme contigo.

–Dudo mucho que tu padre renuncie a esa alianza solo por vernos juntos un par de horas en una fiesta.

–Sí lo hará –afirmó Sophia con sequedad–. Y te lo demostraré si me ayudas.

Los problemas de Sophia no eran cosa suya, se recordó Ash. Él solo estaba allí porque era amigo de su hermano mayor. El hecho de se hubiera sentido en cierto modo protector de ella cuando era una niña pequeña no significaba nada ahora. Después de todo, entonces él era un joven idealista que soñaba con un futuro lleno de amor y felicidad. Ahora que era más realista, tal vez demasiado, sabía que esos sueños eran solo eso, sueños. Ahora pensaba que un matrimonio de conveniencia funcionaba mejor, duraba más y cumplía mejor el cometido de aportar un heredero y la continuidad del apellido que un matrimonio por amor. No había más que mirar a los padres de Sophia para comprobar la fuerza de una unión así. Independientemente de los rumores sobre la reina Zoe y el joven arquitecto, su matrimonio seguía siendo sólido y los dos estaban dedicados a preservar el apellido Santina. Si Sophia pensaba que su padre sacrificaría aquello por permitirle que se casara con quien quisiera estaba muy equivocada. Además, era una mujer adulta y podía cuidar de sí misma.

–No veo el sentido de seguir hablando de esto, Sophia –se retiró la manga de la chaqueta del esmoquin para consultar su reloj–. Tengo que irme pronto. Si hablas con tu padre de lo que sientes estoy seguro de que te dará más tiempo para que conozcas mejor al hombre que ha escogido para ti.

Sophia se encogió con firmeza de hombros en un gesto de desesperación que inclinó hacia delante la parte superior de su vestido sin tirantes. La sombra de la areola de sus pezones quedó claramente visible a ojos de Ash. El deseo se apoderó ferozmente de él. ¿Qué le estaba pasando? Parecía como si su cuerpo disfrutara desobedeciendo la orden que le había dado de no desearla.

Se puso furioso. Con una figura como la suya, Sophia debía conocer sin duda los riesgos de ponerse un vestido así.

–Si no quieres que todo el mundo vea lo que yo estoy viendo ahora mismo, te sugiero que hagas algo respecto a tu vestido –le advirtió con sequedad–. A menos, por supuesto, que desees que todos los hombres de la sala vean lo que solo un amante debería disfrutar.

Sin entender lo que Ash decía, Sophia se lo quedó mirando confundida y dio un paso hacia él. Contuvo el aliento al pisarse el dobladillo del vestido y sentir cómo el escote se le bajaba hasta casi la cintura.

Ash se acercó al instante a ella formando un escudo para que nadie más pudiera verla. La agarró de los antebrazos para ocultarla a la vista de los demás.

Sophia había hecho topless delante de mucha gente, entonces, ¿por qué se sentía ahora tan avergonzada y le temblaban las manos al tratar de recolocarse el escote del vestido sin conseguirlo?

–Vas a tener que ayudarme –jadeó–. Necesito que me desabroches el corchete de atrás para que pueda ajustar la parte de delante.

Ash quería negarse, pero no podía hacerlo sin que Sophia notara el efecto que provocaba en él, como si fuera un adolescente inexperto que nunca hubiera visto los senos desnudos de una mujer.

Menos mal que el elegante salón de baile estaba tan abarrotado, reconoció Ash colocándose como si estuviera a punto de estrecharla entre sus brazos. Entonces le desabrochó el corchete y bajó la cremallera.

–Eso es demasiado –protestó Sophia con el rostro rojo al sentir cómo caía la parte de arriba del vestido. Aunque por suerte nadie pudo verlo. Estaba prácticamente pegada a Ash, que la rodeaba con sus brazos.

–Súbete la parte de arriba y luego cerraré la cremallera –ordenó él.

–No puedo, me tienes demasiado sujeta –protestó Sophia jadeando con impaciencia.

Ash se retiró un poco hacia atrás, pero ella lo agarró frenéticamente del brazo.

–No, no te muevas. Me va a ver todo el mundo.

–Yo creo que ya te han visto todos –se sintió inclinado a decirle. Pero frunció el ceño al ver que tenía los ojos llenos de lágrimas. Se dio cuenta de que estaba realmente avergonzada mientras trataba de seguir pegada a él y subirse al mismo tiempo el vestido.

–Vamos, deja que te ayude –su única intención era colocarle la parte de arriba del vestido en su sitio, pero sin saber cómo le acarició el contorno de un seno con la mano, deslizando accidentalmente las yemas de los dedos por el pezón.

Unas llamaradas de deseo salvaje le atravesaron el cuerpo. Porque su cama llevaba demasiado tiempo vacía, eso era todo, pensó mientras un escalofrío involuntario recorría el cuerpo de Sophia.

Se miraron en silencio y luego apartaron los dos los ojos. Ninguno dijo nada.

¿Por qué diablos había pasado aquello?, se preguntó Sophia todavía asombrada por la reacción de su cuerpo ante él. No lo seguía deseando, había superado sus sentimientos adolescentes. No había sido más que una reacción involuntaria ante la inesperada intimidad de aquel contacto masculino, se dijo. Y podría haberse tratado de cualquier contacto masculino. Por supuesto que sí.

Ash le recolocó el vestido y dio un paso atrás. Estaba a punto de marcharse cuando vio que el rey Eduardo les hacía señas para que se acercaran. Era imposible ignorar la orden real. Ash suspiró y le dijo a Sophia:

–Creo que tu padre quiere que vayamos con él.

Cuando llegaron al lado del rey y la reina se estaba sirviendo champán para el brindis. La fijación de Sophia por encontrar el modo de librarse de aquella ridícula idea de su padre había hecho que olvidara momentáneamente que estaba en la fiesta de anuncio de compromiso de su hermano mayor. El padre de la prometida, Bobby Jackson, se puso de pie con cierta dificultad y soltó un incoherente discurso de felicitación en honor de la pareja. Cuando terminó todos brindaron por ellos, pero se escuchó un murmullo de desaprobación por el salón de baile ante la torpe exhibición pública de Bobby.

–Ash, cómo me alegro de verte –lo saludó la reina Zoe. Los diamantes de la tiara que llevaba brillaban bajo la luz de una de las muchas lámparas de araña del salón.

Estaba claro que la madre de Sophia estaba tratando de disimular la vergüenza con una charla banal.

Privada de la presencia de Ash a su lado porque su madre empezó a hablar con él, Sophia tuvo que hacer un esfuerzo para no sentirse sola y abandonada, algo con lo que estaba familiarizada desde niña, a pesar de que entonces como ahora estaba rodeada de hermanos. El problema estaba en que nunca se había sentido realmente aceptada o querida por ellos ni por su padre. Por eso era tan importante para ella casarse con alguien a quien amara y que la amara, alguien tan decidido como ella a criar a sus hijos en un hogar lleno de amor. Ese era su mayor y más profundo anhelo.

Cuando su padre inició el brindis por la feliz pareja, Sophia se giró para mirar a Ash. Solo los separaba un metro, pero podría haber sido un kilómetro. Él le daba la espalda mientras escuchaba el discurso de su padre. Sophia se frotó los antebrazos en gesto de autoprotección.

Su padre seguía hablando y de pronto la miró a ella directamente a los ojos al decir:

–Y el compromiso de Alessandro es solo el primero que vamos a celebrar en Santina. Estoy encantado de anunciaros que el prometido de mi hija pequeña, Sophia, llegará en breve al reino.

El impacto de lo que su padre acababa de decir cayó sobre ella como un muro de hielo, dejándola aturdida y paralizada, incapaz de hablar ni de moverse mientras se veía acosada por una legión de fotógrafos que hasta el momento habían estado centrados en su hermano y en Allegra, la prometida de éste.

Empezaron a disparar los flashes y Sophia tomó entonces conciencia del horror de su situación. Sentía náuseas y una angustiosa desesperación. Aquello no podía estar ocurriendo. Su padre no podía haberle tendido aquella trampa sin previo aviso. Pero lo había hecho, y ahora no tenía modo de acabar con sus planes. Se sentía débil e indefensa, perdida y sola.

Miró instintivamente hacia Ash, pero había demasiados fotógrafos en medio. Sin embargo a su padre sí podía verlo, y la fría mirada de advertencia que le dirigió le hizo saber lo que esperaba de ella.

Los periodistas y los fotógrafos la rodeaban con micrófonos y cámaras, exigiéndole una respuesta al anuncio de su padre.

–Yo...

–Mi hija está encantada de estar comprometida –respondió el rey por ella–. ¿No es así, Sophia?

Por mucho que lo deseara, no pudo sobreponerse a la sorpresa y a toda una vida de ceder siempre ante la voluntad de su padre. Como si alguien estuviera hablando por su boca, Sophia inclinó la cabeza con sumisión y dijo:

–Sí.

Al lado de la reina, Ash observó y escuchó lo que estaba sucediendo con una mezcla de sentimientos. El peor de todos era la repentina punzada de antipatía que sintió hacia el desconocido príncipe con el que Sophia estaba ya oficialmente comprometida.

–Es un alivio que Sophia se haya dado cuenta por fin de que su padre sabe qué es lo mejor –le murmuró la reina Zoe a Ash–. Todos esos rumores de la prensa han enfadado mucho al rey. El matrimonio le hará bien. El rey considera que el príncipe comparte sus valores tradicionales y su punto de vista sobre el papel de una consorte real. Sophia será pronto consciente de cuál es su deber.

–Sophia

Sophia sintió cómo le tiraban de la manga y dio la espalda a los reporteros para encontrarse con el rostro preocupado de su hermana Carlotta.

–No puedo creer lo que ha hecho papá. Sabe que no quiero este compromiso. No puedo quedarme aquí, Carlotta –le dijo a su hermana–. Me voy a mi habitación.

Cuando llegó al refugio de su dormitorio temblaba de la cabeza a los pies. Qué estúpida y qué ingenua había sido al creer que su padre le daría la libertad de tratar de hacerle cambiar de opinión. Estaba claro que nunca había tenido ninguna opción. Su padre sabía desde el principio que iba anunciar su compromiso sin su consentimiento. Ahora su plan de pasearse del brazo de Ash, con la esperanza de que el rey pensara que pudieran formar pareja, le resultaba infantil y ridículo. Las lágrimas de impotencia le nublaron la vista. Todo lo que había hecho para evitar el matrimonio antes de encontrar al hombre adecuado había resultado una completa pérdida de tiempo.

¿Cómo iba a encarar ahora su futuro? No podía, no era capaz, pensó sintiendo una oleada de pánico y dolor. Y desde luego no iba a quedarse allí y permitir que su padre la casara. Huiría de la isla, cortaría los lazos con su familia antes de verse forzada a aquel matrimonio. El corazón le latía todavía con más fuerza ante la magnitud de lo que estaba pensando.

Sin permitirse pensar en lo que estaba haciendo, corrió al vestidor y empezó a sacar ropa y a meterla en una maleta, algo que normalmente hacía alguna doncella por ella. Las lágrimas le resbalaban por las mejillas. Se quedó paralizada cuando escuchó el sonido de un mensaje de texto. Era de Carlotta, que quería saber si estaba bien. Sophia se contuvo antes de responder. No quería implicar a su hermana en lo que iba a hacer. Lo único que tenía que hacer era cambiarse y salir hacia el aeropuerto. En cuestión de horas estaría camino de Londres, donde tenía amigas del colegio que seguramente le darían cobijo temporalmente para escapar de su padre y de un matrimonio no deseado.

La ayudarían, ¿verdad? Porque tenía amigas, ¿no era así? ¿Quiénes? ¿Aquellas jóvenes alocadas cuya vida consistía en ir de fiesta en fiesta?

Haría nuevos amigos. Conseguiría un trabajo. Cualquier cosa con tal de no tener que casarse con el hombre que su padre había escogido para ella.

Sacó un vestido del armario y se lo puso rápidamente. Se colocó una chaqueta encima y repasó mentalmente lo que iba a necesitar. El pasaporte, algo de dinero... Por supuesto, la aerolínea nacional le permitiría subirse a cualquier avión que escogiera y, con suerte, sería de día antes de que nadie se diera cuenta de que se había marchado.

Por la mañana empezaría una nueva vida. Una vida que solo ella controlaría, nadie más.

–¿Ha salido ya el último vuelo?

–Sí, Alteza. Hace varias horas. Hubo que cancelar la mayoría de los vuelos debido al gran número de jets privados que el aeropuerto tuvo que acomodar. El primer vuelo a Londres saldrá mañana por la mañana. Hay varios periodistas con reserva.

Sophia se estremeció al pensar en viajar con reporteros curiosos. Estaba atrapada en aquella isla, del mismo modo que se vería atrapada en un matrimonio no deseado.

–Tal vez alguno de los invitados a la fiesta pueda ofrecerle un asiento –sugirió la joven azafata de tierra con una sonrisa.

–No, no creo que... –empezó a decir Sophia.

Pero se detuvo al recordar que Ash le había dicho que iba a tener que abandonar la fiesta antes de que terminara para regresar a la India. El corazón le latía con fuerza cuando le preguntó a la joven con la mayor naturalidad posible:

–¿Sabe usted si el avión del marajá de Nailpur ha salido ya?

La azafata consultó una lista.

–Tiene previsto despegar dentro de veinte minutos, Alteza. Su avión está ahora mismo esperando en pista, pero el marajá vuela a Bombay, no a Londres.

Sophia asintió con la cabeza, se dio la vuelta y agarró la maleta. Sin duda Ash podría ayudarla. Sabía cómo se sentía. Había visto lo injusto que había sido su padre. No podía buscar ayuda en nadie más. No iba a pedirle mucho, solo que la llevara en avión a Bombay, eso era todo. Desde allí podría encontrar un vuelo a Londres. A pesar del rutilante estilo de vida que llevaba, Sophia era muy cabal con su asignación y contaba con unos cuantos ahorros. Suficientes para pagarse un vuelo a Londres desde Bombay, y una vez allí... Una vez allí ya se preocuparía. Ahora tenía que subirse al avión de Ash y asegurarse de que le permitiera salir de la isla con él. Si los guardias de seguridad se sorprendieron al verla sola, tirando de su maleta de ruedas, no lo demostraron. Solo se inclinaron brevemente al verla pasar. Aquella reverencia le hizo caer en la cuenta de lo que estaba a punto de hacer y de cómo su familia, sobre todo su padre, se tomaría su actitud. Una vez que rompiera las normas no escritas de la familia Santina al desobedecer al rey, ya no habría vuelta atrás.

Vaciló un instante. Pero entonces le cruzó por la mente la imagen de ella de pie en la iglesia, al lado del desconocido con el que su padre quería que se casara. El corazón empezó a latirle salvajemente ante la perspectiva de que alguien descubriera su ausencia y supusiera que estaba tratando de salir de la isla. Verse arrastrada de regreso a palacio para enfrentarse a la ira de su padre la empujó a salir de la terminal del aeropuerto hacia la noche de abril.

Frente a ella, al final de la alfombra roja que habían colocado para recibir a los invitados, estaban los escalones del jet privado, con el escudo real de Ash grabado a un lado.

No había nadie para detenerla cuando subió por la escalerilla del avión tirando de la maleta. Sophia no estaba acostumbrada a cargar con su equipaje, y la maleta pesaba. Cuando llegó al final de la escalerilla y entró en el jet jadeaba por el esfuerzo.

La cabina principal del avión era elegante pero profesional comparada con los otros jets privados en los que había viajado. Le quedó claro que Ash utilizaba su avión como una extensión de su despacho cuando viajaba, Ash era principalmente un hombre de negocios a pesar de su título. Al fondo de la cabina había otra puerta. Sophia fue hasta ella y la abrió. Al otro lado había un dormitorio con una cama doble muy grande y una puerta pequeña que daba a un baño. La decoración gris y blanca de la cabina principal se repetía.