Pasión italiana - Daniela C Galvis - E-Book

Pasión italiana E-Book

Daniela C Galvis

0,0
8,99 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Bruno Lombardi es un hombre poderoso, frío y calculador. Líder de una de las familias más importantes de la mafia italiana, un seductor empedernido, al que ninguna mujer se puede resistir. Camila Steinfeld es una chica que dice siempre lo primero que se le viene a la cabeza, rebelde y divertida. Juntos son dinamita pura. Una historia de amor que se enreda entre lujos, pasiones, encuentros peligrosos y muchas dificultades. ¿Podrá Camila convivir con el jefe de la mafia italiana? ¿Podrá Bruno dejar atrás sus temores y sus reglas para abrirle paso al amor? ¿Podrán Camila y Bruno superar los obstáculos que su rol como 'jefe' trae consigo?

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



PASIÓN ITALIANA

©️2022 Daniela C. Galvis

Reservados todos los derechos

Calixta Editores S.A.S

Primera Edición Abril del 2022

Bogotá, Colombia

 

Editado por: ©️Calixta Editores S.A.S 

E-mail: [email protected]

Teléfono: (571) 3476648

Web: www.calixtaeditores.com

ISBN: 978-628-7540-35-4

Editor en jefe: María Fernanda Medrano Prado 

Editor: María Fernanda Medrano Prado

Corrección de estilo: Tatiana Jiménez / María Fernanda Carvajal

Corrección de planchas: Sofía Melgarejo / Abdiel Casas

Maqueta e ilustración de cubierta: David Avendaño @artdavidrolea

Diagramación: David Avendaño @artdavidrolea

Impreso en Colombia – Printed in Colombia 

Todos los derechos reservados:

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño e ilustración de la cubierta ni las ilustraciones internas, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin previo aviso del editor.

CAPÍTULO 1

Corro de manera desesperada por las congestionadas calles de Nueva York, llevando la peor imagen que podría proyectar, me he retrasado una vez más para ir a mi trabajo.

Maldito despertador. Una y otra vez maldito.

Después de correr por más de diez cuadras, me detengo en el enorme edificio, mi respiración está agitada y me cuesta recuperar el aliento. Me aseguro de limpiar mis zapatos sobre la alfombra que se despliega en la entrada del hotel Golden, el mismo para el que trabajo desde hace dos años.

—Llegas tarde, Camila —articula Laurent, molesta, apoyada sobre la recepción ojeando las planillas de ingreso de los empleados.

Laurent es mi mejor amiga, la conozco desde que éramos unas niñas, hace un par de años la seleccionaron como administradora del hotel y es gracias a ella que tengo el trabajo de mucama.

Mi nombre es Camila Steinfeld, nací en Colombia un día soleado, mi madre solía decir que los bebés que nacían en días soleados estaban destinados a tener una vida feliz.

Ahora pienso que aquello fue una gran mentira de su parte, ya podrán enterarse más adelante del porqué.

Mi padre era un estudiante estadounidense joven, que vivía en Colombia cuando conoció a mi madre. Para ambos fue amor a primera vista y esa fue la imagen del matrimonio y del amor con la que crecí. Cuando tenía unos tres años, decidimos mudarnos a Nueva York por una oferta de trabajo que le hicieron a papá, así que para mí no fue nada difícil acostumbrarme a esta nueva ciudad, que en realidad es mi hogar. Mamá también se acomodó y aprendió el idioma con facilidad; papá solía sorprenderse de lo sencillo que le había sido el cambio.

Pero, así como hay buenos momentos en nuestra vida, también existen los malos. Mi padre murió cuando yo solo tenía diez años, el cáncer acabo con su vida, la enfermedad nos lo arrebató y junto a él se fueron todos los buenos momentos que compartíamos juntos: él era mi mejor amigo, mi mundo, y el único al cual podía hablarle cuando tenía problemas, mi cómplice de travesuras.

Mi madre tuvo que asumir la crianza de dos niñas pequeñas sin nadie a su lado, fue una época bastante difícil para todas, Stella y yo siempre tratamos de ser las mejores hijas, pero el duelo de mi mamá fue muy difícil de manejar, comenzó a beber mucho, la vida de repente se nos hizo muy complicada.

Stella era mayor por tan solo dos años, ambas teníamos muchos planes y sueños por cumplir, nunca nos imaginamos que estaban lejos de hacerse realidad… Todo cambió una noche en la que fue a buscarme a una fiesta a la que me había escapado sin permiso de mamá; dos hombres aparecieron para asaltarnos, pero ella puso resistencia y de esa forma fue como la vida de mi hermana se apagó, desde ese día mi madre me culpa de su muerte, y creo que siempre ha tenido la razón, porque si tan solo no me hubiera escapado aquella noche, mi hermana aún estaría con vida.

La salud de mi mamá se vino abajo, empezó a sufrir de depresión. Lo de mi padre fue un golpe atroz, pero nos tenía a nosotras, tan pequeñas y que necesitábamos tanto de ella; en cambio, con la muerte de Stella, todo fue diferente, nunca la superó, no volvió a ser la misma de antes, ni volvió a mirarme con los mismos ojos de ternura con los que lo hacía en el pasado.

Ahora conocen por qué el significado de haber nacido en un día soleado fue una mentira inventada por mi madre.

—Camila, ¿me escuchas? —me insiste mi amiga disipando mis pensamientos.

—Lo sé, Laurent, no volverá a suceder —Suspiro y me saco los zapatos para cambiarlos por otros—. No escuché mi alarma.

—Suerte que el señor Levis aún no llega, o te daría un buen sermón. Aquí tienes, estas son las llaves de la habitación que debes limpiar —Me entrega el juego de llaves en la mano mientras yo me dirijo al cubículo que tenemos las empleadas para ponerme mi uniforme.

Uniforme azul celeste. ¿Día especial?

En el hotel soy una de las chicas que recoge la mugre de los demás, la que se encarga de organizar todo, mientras los huéspedes pagan por una habitación que usan ni a veces o que, si la usan, lo hacen solo para fornicar.

Lo sé, esto último no se escuchó muy bien, pero hay que ser realista.

Acomodo las cosas del carrito de limpieza y tecleo los botones del elevador para subir al tercer piso del hotel. Una vez las puertas se abren en el piso correcto, avanzo hasta el número de habitación que resalta en el llavero negro con letras doradas, giro las llaves en la cerradura y quito el seguro. Apenas cruzo el pequeño pasillo que conduce al interior, tropiezo con un cúmulo de ropa tirada a un costado.

Suspiro.

Por lo menos la habitación no luce como la de hace unos días, no es fácil olvidar la lucha por limpiar el vómito regado sobre la cama, el mueble y el suelo… el olor desapareció solo hasta tres días después. En verdad asqueroso y una de las cosas que no quisiera volver a ver, aunque puede haber peores.

¡Santo Dios!

Limpio y aspiro la mugre que hay, organizo algunas cosas y ropas que han dejado en la cama, al parecer es una mujer quien se hospeda en la habitación, existen ocasiones en que conozco el nombre de los clientes, otras ni siquiera sé para quién limpio.

Una vez termino mi trabajo, bajo de nuevo al primer piso y espero las indicaciones de Laurent acerca de la próxima habitación.

—¡Vaya! Terminaste rápido —Me da una sonrisa. Y eso que estamos en temporada.

—¿Y bien? ¿A dónde debo ir esta vez?

—Suite 108, un cliente italiano.

—Perfetto —respondo con risa y le doy una mirada a mi reloj.

Hoy será un día largo.

—Camila, una cosa más, ¿podrías prepararle un café?

—¿Qué? Pero no soy la que se encarga de eso.

—Lo sé. Pero las chicas están ocupadas en la cocina con el evento de esta noche, solo es un café, no es tan complicado. Tú sabes que somos un hotel de lujo, pero no gigante, debemos apoyarnos. Y es mejor que seas rápida —Da un vistazo a su reloj de mano—. El señor Lombardi es ‘algo’ impaciente, y no lo olvides toca antes de entrar.

Ruedo los ojos.

—Aquí tienes las llaves… sé amable —Me señala con el dedo—. Conozco el humor que manejas por las mañanas.

¿Mi genio?

Mi genio es de los mil demonios y más cuando me levanto tarde, y hoy es un día de esos en los que hasta el zumbido de un mosco me irrita. Me dirijo a la cocina a preparar el estúpido café, pero me he demorado un poco porque no soy parte de este servicio y no conozco el lugar en el que se almacena el café importado, no sé si al hombre al que debo atender le agrade el sabor, pero es lo mejor que he podido hacer en tiempo récord.

Una vez tengo la taza lista, subo hasta la suite. En este piso solo se hospedan personalidades famosas, millonarios, magnates, personas que buscan otro tipo de ‘exclusividad’.

Mis pasos se detienen en la suite 108, observo a un hombre en la entrada, es de aspecto corpulento, alto y de cabellos oscuros, mira para todos los lados y hasta que sus ojos por fin se detienen en mi rostro. Trago saliva. Tiene aspecto de matón.

¡¿Qué cosas pienso?!

—Buenos días, señor Lombardi, he traído el café que ordenó, soy la que se encargará de la limpieza de su habitación.

—No soy el señor Lombardi —me contesta con una leve sonrisa—. Él está adentro, por favor siga —Se hace a un lado y abre la puerta.

Entro a la suite y me encuentro con la figura de un hombre de ancha espalda con traje negro hablando por el móvil, algunas canas se dibujan en su cabello negro azabache.

—Discuteremo questo dopo, Giorgio —Cuelga la llamada.

Aclaro la garganta.

—Buenos días, señor Lombardi, yo...

El hombre se gira y pone su vista en la mía. Tiene ojos azules y penetrantes, una barba no muy larga adorna su mentón, es alto, de contextura atlética, lo sé porque he detallado cómo se ajusta el traje a su cuerpo, es un hombre elegante. Me quedo sin palabras.

—Mi café llega tarde —Es lo primero que dice al verme sin pronunciar una palabra.

Parpadeo varias veces y salgo de mi estado.

—Lo siento, me he tardado porque...

—Si esta es la atención de la que tanto alardea Levis, es pésima —Frunce el ceño y guarda su celular en el bolsillo del traje.

—Pues déjeme decirle que la atención no es pésima, hacemos nuestro mejor trabajo para limpiar la basura de otros...

Mierda, mierda...

Él deja escapar una risa.

—Acaso… ¿Me está llamando desaseado? —Arquea una ceja.

—Bueno… es decir… mi intención no fue decir eso.

—Escuche atenta. Acabo de llegar y esta habitación apesta a la persona que estuvo antes de mí, así que la solicité por eso.

—No se preocupe, la ordenaré.

—Solo siga mis indicaciones y no habrá problemas. Me gustan los edredones negros, cierre las cortinas, limpie bien debajo de la cama y, sobre todo, asegúrese de que no apeste, ¿capito?

—Sí, señor.

El hombre abandona la habitación y quedo sola, la taza de café que he dejado a un lado en la mesa está intacta, no le ha dado ni un sorbo.

¿Qué se cree? Odio lidiar con gente así.

Me dispongo a ordenar la habitación, a limpiarla, a poner los malditos edredones negros sobre la cama, a cerrar las cortinas como si se tratara de un murciélago quien durmiera allí y a perfumar el lugar, aunque la verdad no lo veo necesario, ahora que se ha ido, ha dejado su olor por toda la habitación, un aroma entre menta y tabaco.

Menbaco

Río al haberme inventado esa palabra en mi cabeza. Soy algo ingeniosa o tal vez solo esté loca. Una vez termino de ordenar la habitación, salgo y cierro con llave, para después bajar a la recepción y encontrarme con Laurent.

—Tremendo cliente al que me has mandado —Tiro a un lado mis guantes de látex. Omitiste la parte en la que es un ser grosero y arrogante.

—¿El señor Lombardi? Es un hombre elegante y refinado. Nunca he escuchado que se comporte de mala gana con los empleados, y olvidé decir que es como sacado de una revista.

—No puedo creer que mientras me estoy quejando respecto a su actitud, tú me estés diciendo eso —Me apoyo en la mesa de la recepción tratando de alcanzar una manzana que traje.

—Ay, por favor, Camila, ¿acaso no lo viste? Calienta hasta el pan con solo mirarlo.

—Ya lo conocí y ni siquiera ha probado el café que preparé para él —Le doy un mordisco a mi fruta—. Quizás no eran los granos importados adecuados para su paladar.

Laurent se aclara la garganta.

—Hablando del rey de Roma —Lo señala con la quijada—. Bienvenido de nuevo, señor Lombardi, su habitación está preparada.

—Grazie —responde, me da una ligera mirada y sonríe, después desaparece dentro del elevador en compañía de tres hombres vestidos con trajes oscuros, incluyendo al que me abrió la puerta.

—¿Por qué siempre lo siguen hombres?

—No lo sé, no se pregunta por la vida de los clientes —Me da un ligero golpe en la cabeza.

—Su trabajo debe ser importante. ¿A qué se dedica?

—Dicen que maneja la antigua empresa de su padre, la verdad no sé con certeza qué haga.

Suspiro, en mi afán ni siquiera he probado bocado, así que no tengo de otra que irme a la cocina del hotel y preparar algo, la manzana no será suficiente, mis tripas ya crujen.

—Regreso en un momento, no he desayunado.

—No tardes, tienes más habitaciones.

Camino hasta la cocina y me preparo un jugo de naranja con una tostada, mientras veo cómo las chicas preparan platos finos para los clientes: croissants rellenos de queso, huevos revueltos con tocino, omelettes… nada más verlos me da más hambre.

Salgo de allí con el vaso de naranja y subo hasta el segundo piso para ver desde el pequeño balcón la ciudad. Nueva York es una ciudad magnífica, muchos dicen que vivir acá es imposible, pero yo creo que es el mejor lugar del mundo. El Golden queda en Lower East Side Manhattan, muy cerca de Little Italy y de Chinatown, cuando llego muy temprano me gusta mirar por momentos hacia el Sara D, donde todos los ejecutivos de la zona salen antes de transformarse a correr y a dejar sus tensiones en la pista.

—Muy buen trabajo —dice una gruesa voz detrás de mí.

Me atraganto con el jugo.

—Mierda, me ha asustado —digo cuando lo veo a mis espaldas.

—Ya me lo han dicho. ¿Le importaría si conozco su nombre?

—Camila Steinfeld.

—Camila: Aquella que se sacrifica.

—¿Disculpe?

—Es el significado de su nombre en latín.

Me quedo pensando un poco, eso tiene más sentido que lo que me dijo mi mamá de haber nacido en un día soleado.

—Señorita Steinfeld, he estado marcando el teléfono para solicitar el servicio a la habitación y no han respondido, ¿podría ayudarme con ello?

—Hablaré con la administradora.

—Recálquele que solo consumo comida italiana, que quede claro, no pueden olvidarlo —Se aleja tras decir esto.

Regreso a la recepción para hablar con Laurent, la voy a matar por enviarme con ese amargado.

—El cliente ‘estrella’ de la suite 108 solicita servicio a la habitación.

—Demonios, ¿por qué nadie le ha llevado algo? —Se levanta como una loca de la silla.

—No lo sé… ¿Quizás porque tienes el teléfono descolgado? —Lo señalo—. Ha recalcado que solo consume comida italiana.

—Camila, el señor Lombardi ha quedado muy agradecido con la habitación, ¿puedes tú llevarle el servicio de comida?

—¿Qué? ¿Y por qué tengo que hacerlo? Ya te he dicho que ese no es mi trabajo. Laurent, no me hagas esto.

—Lo siento, pero desde ahora tendrás que atender la suite del señor Lombardi.

—Pero… ¿Por qué no mandas a otra? ¿Por qué tengo que soportarlo? ¿Quién ha dado esa orden?

—No te diré quién ha dado la orden, pero no puedo enviar a una chica nueva, haría mal las cosas. Tú conoces cómo arreglar la suite, y haces un buen trabajo. Además, el señor Levis es estricto con ese tipo de clientes.

—¿Cuánto se quedará? —pregunto exasperada.

—Tres días a lo máximo —replica ella con cara de que no tengo más opción.

—Debe ser una broma. ¿Crees que soportaré a un cliente quejumbroso como ese?

—Las cosas están así: si no vas tú, nos despedirán, y no creo que eso sea una buena noticia —Laurent abre las manos y me mira esperando mi respuesta.

—Está bien, no me presiones.

—Y, Camila, una sonrisa amable no está de más.

—¿Así? —digo marcando en mi cara una sonrisa muy postiza.

—Menos exagerada —dice ella—. Ahora ve a la cocina.

Las chicas de la cocina han preparado unas pastas especiales típicas de Italia, tal como lo sugirió, se ven tan deliciosas que quisiera comerlas, pero retiro ese pensamiento.

Controla tu estómago, Camila.

Subo por el elevador rogando al cielo que esos platos no se me caigan. Respiro con tranquilidad cuando llego a mi destino.

—Servicio a la habitación —le digo al mismo hombre que vi parado en la puerta.

—Un momento —Da un toque en la puerta.

—¿Si? —Se logra escuchar su voz del otro lado.

—Señor, servicio a la habitación.

—Dile que siga.

—Siga, señorita —replica el hombre mientras me abre la puerta.

—Señor Lombardi, comida italiana, como lo ordenó —Dejo el plato en su mesa mientras él tiene su vista puesta en la laptop.

—Ya puedes retirarte.

—Que tenga feliz resto de día —respondo dándole una maldita sonrisa como me pidió Laurent que lo hiciera.

***

Paso toda la tarde limpiando algunos lugares del hotel, como el área de la piscina, el salón de eventos y el pasillo del segundo piso. Termino mi jornada a las diez de la noche. Un poco temprano comparado con otras noches en las que termino a las once.

Regreso a mi casa en autobús, y una vez piso la sala, encuentro a mi madre sentada en el sofá con un gesto de enojo dibujado por todo su rostro.

—Llegas tarde una vez más —alega con un tono de molestia.

—Lo siento, tuve que...

—No me interesan tus explicaciones, y por si me lo preguntas no he preparado nada para cenar.

—No importa. ¿Quieres que haga algo para ti? —Me acerco y tomo su mano con cariño.

—No es necesario, no tengo hambre, estoy algo cansada —Retira mi mano de la suya.

—Mamá, debes comer, el médico dijo que...

—¿Qué parte de que no tengo hambre no has entendido?

—Está bien, no te obligaré a nada.

No es la primera vez que ocurre esto, ni que lidio con su rechazo, sobre todo cuando se ha tomado un par de tragos; sé que mi madre no está bien emocionalmente, pero no merezco su actitud siempre fría y distante, trabajo por ella, ella es la única familia que me queda. Pero a veces quisiera irme a un lugar en el que me sintiera más cómoda.

Me acerco a la cocina, pero ya no tengo apetito. No puedo seguir de esta forma.

—Buenas noches —me despido de mi madre cuando cruzo la sala, pero ella no da ninguna respuesta.

Entro a mi habitación y me dejo caer en mi cama.

Mañana seré puntual, no me retrasaré y, sobre todo, me prepararé psicológicamente para verme con ese amargado.

El sonido de la alarma me despierta de golpe, observo el reloj. Son las cinco de la mañana. La misma hora a la que me despierto todos los días desde que comencé a trabajar en el Golden. Me doy una ducha rápida, recojo mi cabello negro en una coleta y me pongo la ropa más cómoda posible: unos jeans, una camisa blanca suelta y unos tenis negros.

Abandono mi habitación y cruzo por la habitación de mi madre, está acostada sobre las sábanas, durmiendo.

—Adiós, mamá —digo en un susurro antes de salir de la casa.

Subo al autobús tras una breve carrera.

Cuando llego al hotel, me encuentro con Laurent esperándome.

—Ya sabes qué hacer —Me entrega las llaves de la suite de Lombardi—. No está, por si acaso.

—¡Gracias al cielo!

Subo hasta la suite, la ordeno como siempre y entro a organizar el baño, y, justo cuando estoy a punto de salir, lo veo allí, en el cuarto… a punto de quitarse la camisa.

¿Que no se suponía que no estaba? Me estoy sonrojando.

—¡¿Qué hace usted aquí?! —exclama—. ¡Simone!

—Yo…, vengo a arreglar la habitación.

—Que sea esta la última vez que entra a mi habitación sin anunciarse.

—¿Sí, señor? —dice su guardaespaldas apareciendo de la nada.

—Acompaña a la señorita a la salida. Nadie entra sin ser autorizado.

—Lo siento. Pensé que no estaba —contesto apenada.

—La gente decente se anuncia. Por favor, salga.

—Sí, señor.

¿Qué tan grave puede ser que entre en su habitación? No es como si ocultara algo. Exagerado.

Durante toda la mañana he pensado en la forma en que mi madre y yo hemos estado viviendo los últimos años, en sus palabras llenas de odio hacia mí, no puedo seguir ignorando eso. No se puede desconocer este tipo de cosas cuando te lastiman en lo profundo de tu corazón.

—¿Qué te sucede, Camila?, te noto distraída —articula Laurent.

—No es nada —susurro.

—Te conozco y sé que no dices la verdad. ¿Qué sucedió?

—No puedo seguir en esa casa, mamá está peor que antes. Siempre discutimos…

—No puedo creer que te trate así. Y sigo sin entender cómo te quedas allí.

—Es mi culpa, mi madre tiene razón, Stella murió por mi culpa.

—Camila, tu hermana no murió por tu culpa, estoy segura de que Stella no quisiera esto para ti. Ya bastante has soportado.

—No quisiera ni regresar a mi casa, pero no puedo tampoco dejarla sola. Si de algo estoy segura es que cambiaría sin pensarlo mi lugar por el de mi hermana.

—No puedo creer lo que me dices. Trata de ver las cosas de otro modo —me dice en tono de súplica.

—Créeme que lo intento, pero estoy cansada.

—Sabes, hoy termino mi turno más temprano y tú también ¿Qué tal si vamos a un bar? —agrega con una risa sutil, para tratar de alegrarme.

—Quisiera decir que sí, pero no tengo dinero.

—Yo invito —dice de inmediato.

—No lo sé.

—Anda, ¿hace cuánto que no sales?

—Tal vez un año —Me detengo a pensar por un segundo—. La última vez fue para tu cumpleaños.

—Ahí está, vamos por unos tragos. Y olvidemos las malas rachas.

—Está bien —acepto—. ¡Saldré! Pero no tengo nada en mi guardarropa.

—Pero yo sí, la otra vez encontré un vestido en una de las suites, tal vez era de una modelo, nunca lo reclamaron, lleva un año en el armario del hotel, está limpio, pero no es de mi talla, puedes usarlo.

—¿Y si aparece la dueña?

—La dueña tal vez tenga más en su clóset fino —Sonríe con gracia.

Al caer la noche, me reúno con Laurent para medirme el vestido, pero me queda ajustado.

—En definitiva, era de una modelo, mira cómo me ha quedado.

—Se ve hermoso.

—Esto me aprieta las nalgas.

—Deja de quejarte, ya estás lista, tengo unos tacones como toque final.

—¿Y qué hay de tu ropa?

—Siempre vengo preparada con una maleta extra —Saca de sus cosas un vestido negro y unos tacones.

—¡Estás loca! —declaro con risa, me gusta verla así, me ayuda a sentirme diferente.

Tomamos un taxi que nos conduce hasta el bar, nos sentamos en una mesa con vistas a la barra.

—¿Qué tal todo con el señor Lombardi? —me pregunta Laurent iniciando la conversación.

—Se molestó porque entré a su habitación sin anunciarme, creí que sabía que iba a hacer mi trabajo. Me dijiste que no estaba.

—No lo vi entrar. Creo que es un hombre muy misterioso, escuché que es amigo del señor Levis, tal vez por eso nos lo recomendó tanto. ¿Tendrá esposa?

—No lo sé.

—¿No has encontrado nada raro en su habitación?

—¿Qué quieres? ¿Qué te traiga sus condones y sus medias?

—Claro que no, me refería a, tal vez, algo que indique si tiene pareja.

—Solo voy hasta su habitación y hago mi trabajo, además se ve que tiene un genio del demonio.

—No más que tú —dice mirándome como si yo fuera terrible—. A mí me parece un hombre elegante y caballeroso, y, para rematar, es italiano.

—¿Vinimos a hablar de Lombardi o a divertirnos? —digo un poco exasperada.

—Vale, vale, pero no era para enojarse. ¿Qué quieres tomar?

—Un margarita estará bien.

Laurent ordena al chico que atiende el bar nuestras bebidas, y al rato las sirven en nuestra mesa. Ambas seguimos hablando mientras las copas se van quedando vacías, para después dominar la pista de baile, meneando las caderas al ritmo de una canción bastante pegajosa.

—Oye, cariño, ¿te gustaría bailar conmigo? —pregunta un hombre en la oscuridad.

—Gracias, pero estoy bien bailando con mi amiga —respondo.

—Anda, que la música está demasiado buena —me jalonea del brazo.

Nunca he adivinado la verdadera razón por la cual un hombre no entiende nunca un «NO» por respuesta.

—¡Dije que no! —exclamo con furia.

—No seas difícil —dice y pasa su mano cerca de mi trasero, yo me preparo para golpearlo.

—¡Quíteme la maldita mano de encima!

—Solo quiero bailar.

—Y yo he dicho que no. ¡Suélteme! —protesto para quitarme al tipo de encima con mis propias manos.

—Creo que la dama ha dicho que no —Escucho una gruesa voz, una que logro reconocer.

Lombardi.

—¿Quién eres tú? Mete tus narices en otra parte —El hombre lo empuja, pero no logra moverlo ni un centímetro, es como una pared de concreto.

Lombardi lo mira y sonríe.

—¿Quieres saber quién soy yo? El diablo, si no la dejas en paz —Y sin dejarlo responder, lo toma de la mano torciéndola y sacándole una mueca de dolor.

CAPÍTULO 2

Largo de aquí! —dice sujetándole más fuerte la mano.

—Sí, ya… ya me iba —responde el hombre con un gesto de dolor dibujado en la cara.

Lombardi lo suelta y el tipo retrocede asustado, hasta que se pierde en la multitud. Miro a Laurent, que, al igual que yo, está sin palabras.

—¿Está bien?

—Pero… ¿qué ha hecho?

—He hecho lo correcto. ¿Quería acaso que permitiera que ese hombre la tocará como si se tratara de mercancía? Mis principios son respetar –y hacer respetar– a las damas, señorita Steinfeld.

Tremendo lío se ha armado.

—Gracias por venir en su ayuda, señor Lombardi —interrumpe Laurent—. Camila, me devuelvo a la mesa, te espero —Y desaparece para dejarme sola.

¡Lauuurent! ¡¿Qué haces?!

—No ha respondido a mi pregunta de si se encuentra usted bien —insiste.

—Estoy bien —concluyó—, pero no debió actuar de una forma tan salvaje —Avanzo entre la multitud hacia la barra.

—¿Salvaje? —Arquea una ceja, ofendido. Ese tipo se lo merecía.

Me suelto de su agarre y lo ignoro.

—¿A dónde va? —pregunta siguiéndome.

—Iré a la barra por un trago —contesto cualquier cosa para evadirlo.

—La acompaño.

Karma, karma…

—No hace falta.

—Dije que la acompaño.

Me siento en una de las sillas de la barra y el barman me pregunta qué deseo pedir, así que opto por tomar otro margarita.

—Lo siento, señorita, pero debe pagar el trago primero —articula el hombre extendiendo el vaso hacia mí.

Mierda, ¿y ahora? No tengo dinero y Lombardi sigue ahí parado.

—¿Y bien? —dice él levantando una ceja.

—Agradezco su compañía, señor Lombardi, estoy bien, gracias por todo.

—No tiene para pagar la bebida, ¿verdad?

Trago saliva.

—Dejé mi billetera en la mesa.

—Pagaré lo que la señorita pida, las rondas que sean necesarias. Para mí una botella de Jack Daniel’s.

—Como guste, señor —dice el barman.

—Señor Lombardi, no puedo aceptar su invitación.

—La invito a usted y a su amiga esta noche. Por el buen servicio que me han brindado durante mi estadía en el hotel. Ha de ser difícil lidiar con todos esos clientes.

El hombre trae mi trago y le extiende la botella a Lombardi, quien vierte el contenido en un vaso y se lo bebe de un solo sorbo.

—La última vez no me presenté de una manera apropiada con usted, señorita Steinfeld, mi nombre es Bruno Lombardi —dibuja una sonrisa.

—Gusto en conocerlo, señor Bruno —extiendo mi mano a la suya—. ¿Puedo preguntarle algo?

—Adelante.

—¿A qué se dedica?

Lombardi dibuja una sonrisa en su rostro y se sirve otro trago.

—Diría que tengo varios negocios.

—¿Empresario?

—No como tal. El mundo en el que trabajo es algo… difícil.

Algo me detiene de seguir preguntando, así que dejo el tema hasta ahí. Además de que no tengo una confianza con él para hacer ese tipo de preguntas.

—Señor, disculpe —Su guardaespaldas aparece de repente.

—¿Qué sucede, Simone? —Frunce el ceño.

—Tiene una llamada de Rusia, y lo solicitan afuera.

—Estoy harto de esto —responde levantándose furioso de la silla.

—Señor la llamada es muy importante.

—Ya te escuché, Simone; anda, dame el maldito teléfono. Discúlpeme usted, señorita Steinfeld, tengo que retirarme.

—No se preocupe —respondo. Luego lo observo alejarse para tomar la llamada.

Trato de buscar a Laurent con la mirada y, cuando la encuentro, me acerco hasta ella para reprocharle el haberme dejado sola allí, justo en el instante en que la necesitaba.

—Eres una maldita, me has dejado sola —le reprocho.

—No parecías incómoda, te dije que era un caballero, los dejé solos para que conversaran.

—Claro, y yo he quedado en completa vergüenza con él. ¡Pero qué nochecita!

—Camila, el señor Lombardi es un hombre muy atractivo, cualquiera quisiera salir con él, hasta yo; pero tengo a Richard y quiero al idiota. ¿Has visto como casi le parte la cara a ese tipo?

—Nos ha defendido es todo.

—Pues ese es todo un hombre.

La conversación se detiene en el mismo momento en que escuchamos varios disparos, las personas corren y chocan entre sí, y varios gritos se oyen en el lugar.

—¿Qué es todo esto por Dios? —exclama Laurent asustada.

La gente parece loca, en segundos, el bar se vuelve un mar de personas empujándose unas contra otras, ni siquiera sé en qué momento pierdo de vista a Laurent. Me quedo allí parada en medio de todo, como paralizada. No logro ver a los hombres que disparan, solo escucho las detonaciones. En el momento en que despierto de mi parálisis, intento correr, pero no veo la salida, las bajas luces del bar ahora parecen no ser suficientes para nada, toda la gente está histérica.

—¡Laurent! ¿Dónde estás? —grito—. ¡Laurent!

Todo se ha vuelto un completo caos a nuestro alrededor, un escenario de balas que van y vienen acompañadas de gritos y alboroto, jamás pensé que esta noche terminaría de esta manera.

—No, no me toque —protesto creyendo lo peor.

—Por aquí —Es Lombardi que me jala lejos de allí—. Sígame.

Lo sigo, y el ángulo que me brinda, me permite ver su ancha y atlética espalda, es alto, lo que le permite divisar la salida.

—¡Apártense! —Pasa por encima de las personas hasta que nos encontramos con su guardaespaldas.

—Simone, por favor llévala afuera.

—Sí, jefe.

—Espere, no encuentro a mi amiga. Creo que se ha quedado adentro.

—Es posible que haya salido antes, usted quédese al lado de Simone. Vendré en un momento, tengo algo pendiente.

¿Cómo que algo pendiente? ¿Acaso está loco? ¿Cómo puede regresar en medio del caos?

—Por acá, señorita —El hombre me guía hasta la salida del lugar.

La gente afuera no ha dejado de parlotear las mismas palabras durante varios minutos.

—Esto se trata de la mafia, han sido ellos.

¿Mafia? ¿Mafiosos en un bar como este?

—Esto es peligroso, lo mejor es irse antes de que venga la policía.

Las personas se alejan del sitio, una a una van dejando el lugar. Pero Laurent sigue sin aparecer.

—Por favor, ayúdeme a encontrar a mi amiga —le pido al guardaespaldas.

—Esperaremos aquí hasta que el señor Lombardi regrese.

—Es un loco por regresar allí.

—¡Camila! —Escucho la voz de Laurent, ¿estás bien?

Asiento a su pregunta.

—¿Tú lo estás?

Ambas nos separamos cuando vemos una figura salir de aquel sitio.

—La prossima volta fammi sapere quanto è seria la situazione —articula furioso.

—Sí, señor —responde su hombre de seguridad.

—Señorita Steinfeld, ¿se encuentra bien?

—Sí, señor Lombardi.

—Si desea, puedo llevarlas a su casa.

Nos miramos con Laurent.

—No es necesario.

—Es algo tarde ya, y ha visto la situación allí adentro.

—De acuerdo, puede dejarnos a ambas en el hotel.

—Muy bien, suban a mi auto.

El auto de Lombardi nos deja en la entrada y después de eso bajamos para entrar en el hotel.

—Me quedaré en el cuarto de lavado —digo por lo bajo para que sea Laurent la única que me escuche.

—Vale, nos vemos mañana.

—Señor Lombardi, muchas gracias por traernos.

—No es molestia, me retiro a mi habitación —Desaparece por medio del pasillo.

***

—Mamá, no llores —acerco mi cuerpo al suyo.

Ha tenido de nuevo una de sus crisis y su estado ahora no es el mejor.

—¡Déjame! —Me aleja de su lado—. ¡Todo es tu culpa!, si ella no hubiera ido por ti, esto no estaría pasando.

—Mamá, no me digas eso, sabes que no tengo la culpa.

—Stella era una excelente hija, tú jamás podrás compararte con ella.

—No digas eso.

—Es la verdad. ¡Vete!

Resignada decido regresar a mi habitación.

Sé fuerte, todo esto es temporal.

Y de esta forma paso otra noche, metida en mi habitación, con la misma sensación de soledad que tengo desde hace años. Pero, a pesar de todo, por cada una de esas cosas por las que cualquier ser humano desearía irse, es que decido que no puedo hacerlo. Jamás podré darle la espalda a mi familia.

Eso es lo que querría papá, eso es lo que querría Stella.

Me dejo caer sobre las sábanas de la cama para poder dormir al fin.

***

Tomo en mis manos las llaves de la suite del señor Lombardi, cruzo las puertas cuando he escuchado su voz dándome acceso a seguir.

Aseo el lugar, me aseguro de que todo allí luzca fresco y limpio. Que cada una de esas cosas vayan en su lugar. No sé en qué instante sucede, pero mis ojos se han llenado de lágrimas producto de los recuerdos de la noche anterior.

—¿Señorita Steinfeld? —Siento una mano tocar mi hombro.

Limpio mis mejillas con mi muñeca.

—Buenos días, señor Lombardi, su habitación ya está lista.

—Grazie.

—He cambiado el edredón y también he puesto un ambientador que huele delicioso.

—¿Puedo saber el motivo por el cual la he encontrado llorando? Quizás pueda ayudarle en algo.

—A veces tenemos malos tiempos, es todo. Tengo que irme.

—Gracias una vez más por su trabajo.

—No es nada.

Regreso a mis funciones habituales para terminar mi jornada, la tarde ha pasado tan de repente que cuando tengo que regresar a mi casa, omito el detalle de que ha empezado a caer una fuerte llovizna. No he traído un abrigo conmigo, mucho menos una sombrilla, pero eso no me ha detenido para tomar mi camino de regreso a casa, a pesar de que las calles están mojadas por completo.

Un auto se estaciona a un lado de la acera.

—Señorita Steinfeld —Baja el vidrio de la ventana.

—Señor Lombardi…

Me mira de pies a cabeza mi atuendo empapado por la lluvia.

—¿Piensa regresar a casa con este mal tiempo?

—Sí, no me tomará mucho.

—Puedo ofrecerme a llevarla.

—No quiero molestarlo. Además, empaparía su tapicería.

—No se preocupe por eso. No voy a dejar que una dama se vaya entre la lluvia y menos sola a su casa. Suba al auto.

Dudo en aceptar su invitación, pero después de que ha insistido tanto, siento que no puedo negarme.

—¿Toma siempre la misma ruta?

—Casi siempre.

—No es una ruta que esté bastante cerca del hotel. Podría tomar un autobús y facilitar las cosas.

—El autobús pasa hasta las siete, son más de las nueve. Por eso decido mejor irme caminando.

El chofer del auto sigue las indicaciones que le he dado, se parquea a un costado de la acera cuando llegamos a mi casa.

—Gracias por traerme, señor Lombardi, ha sido muy amable de su parte. Que tenga una buena noche.

—El gusto ha sido mío —responde.

Bajo del auto para correr hasta la entrada de la casa, rebusco entre mis cosas las llaves, pero pronto descubro que no las he traído conmigo.

Golpeo a la puerta, esperando a que mi madre pueda abrirme; el auto sigue estacionado allí.

—¿Camila? —pregunta mi madre al abrir la puerta.

—He dejado las llaves en el trabajo, lamento haberte despertado.

Mi madre fija su vista a mis espaldas y después en mí.

—¿De qué va todo esto? ¿Ahora sales con hombres ricos para traer dinero a la casa?

—¿Qué? Mamá no es lo que crees…

—¡Eres una desvergonzada!, ¿cómo te atreves a hacer tal cosa? No vas a entrar aquí —Cierra la puerta en mi cara.

No puedo procesar lo que ha sucedido. Ha pasado tan de repente que ni yo misma puedo creérmelo.

—Mamá, abre, por favor —Golpeo una y otra vez la puerta—. Es un malentendido, abre la puerta.

—¿Todo bien? —Escucho una voz a mis espaldas.

—Todo va bien, puede irse, señor Lombardi, estaré bien.

—No me moveré de aquí hasta que la vea entrar a su casa —Se cruza de brazos.

Me quedo en silencio.

—¿Se va a quedar allí afuera mojándose, señorita?

CAPÍTULO 3

He optado por llamar a Laurent porque sé que es la única que me sacaría de apuros en un momento como este.

—Ha caído en buzón —suspiro.

Aún sigo en la entrada de la puerta de mi casa, parada como una tonta mojándome por la lluvia.

Bruno baja de su auto lujoso, no le ha importado mojarse su traje de sabrá Dios cuántos dólares, se quita su saco y me cubre la cabeza como si se tratara de una capucha para protegerme de la lluvia.

—Suba al auto, señorita Steinfeld —dice mientras observa su reloj—. No creo que nadie pueda abrir esa puerta esta noche.

Obedezco, y en cuestión de segundos mis piernas se encuentran moviéndose en dirección al auto. Puedo jurar que mis mejillas están rojas, no por su acto caballeroso, sino de vergüenza, la situación ha sido sumamente incómoda.

Una vez dentro, él me hace una sugerencia que nunca pensé que haría.

—Puede quedarse en mi casa por esta noche si desea.

¿Casa? Todo eso no tiene sentido.

—Puede dejarme en el hotel, conseguiré dónde pasar la noche.

—Es tarde ya, mi casa es mejor opción que quedarse en el hotel.

Uno de sus hombres lo interrumpe.

—Señor, una mujer…

Él no deja que termine sus palabras, lo calla haciendo un gesto con la mano.

—Cuando pida tu opinión, Carlo, la meteré en un buzón de sugerencias, para después leerla y decidir si me genera interés ¿capito?

—Sí, señor, no se repetirá —se limita a decir.

—Señor Lombardi, agradezco esto, pero…

No puedo dejar que haga esto, él es un extraño, apenas lo conozco de hace un par de días.

—No tiene dónde pasar la noche, poseo varias habitaciones en mi casa, se la ofrezco a una dama en apuros, es todo.

—Si mi jefe se entera, habrá problemas.

—Nadie dirá nada, andiamo —le ordena al chofer.

Con timidez subo al carro, y el chofer arranca con rapidez, nos dirigimos hacia el Este, andamos por cerca de 25 minutos, no sé muy bien dónde estamos y eso me asusta, pero navegamos por unas calles muy hermosas, grandes entradas y lujosas casas se ven en los alrededores. Al fin llegamos a nuestro destino. Nos detenemos frente a una puerta en metal de seguridad, que se abre tan pronto ve llegar el auto. En la entrada hay varios hombres de seguridad, todos ellos se quedan viéndome desde que pongo un pie en el suelo de ese lugar.

—Bienvenida a mi hogar.

Yo sé que me debo ver ensimismada, pero es que el lugar es algo más grande de lo que he visto jamás. Nos recibe una fuente de tres saltos, elegante y sobria. Unas amplias escaleras guían el paso hasta una puerta en hierro forjado y vidrio reforzado, la fachada es en mármol rústico, una composición de cinco ventanales a cada lado de la escalera y en cada piso les da a los arcos una imponencia que nunca imaginé, me siento en un lugar más lujoso que el hotel.

Esta casa parece una mansión de ensueño.

Las puertas se abren, una señora muy bien vestida nos abre, saluda a Bruno y nos invita a seguir. Si afuera es imponente adentro no se queda atrás. Un gran recibidor con pisos en marmolina gris se impone en el centro de la casa, una enorme mesa de madera sostiene un jarrón de rosas rojas que alegra todo el lugar.

—Le mostraré su habitación —Bruno interrumpe mis pensamientos al invitarme a subir por unas escaleras de doble bajada, si no estuviera tan triste me sentiría en una película.

Bruno me hace detener en una puerta en especial, la abre para revelar lo que hay dentro; una cama kingsize repujada domina la habitación, una enorme lámpara de techo se descuelga y da una luz tenue y acogedora. Al entrar veo que hay un tocador en madera antigua, seguramente italiana, con un espejo redondo y labrado. Una pequeña y cómoda salita, con un televisor pantalla plana enorme, sin duda esto es más grande de lo que jamás imaginé.

—¿Le gusta?

¿Me está preguntando esto en realidad? Siento que esa habitación es como las de la monarquía.

—Es muy bonita.

—Espero pueda estar cómoda.

—Señor Lombardi, esto es demasiado, puedo quedarme en otro cuarto.

—¿Cree que dejaría quedar a una dama en un lugar que no sea apropiado? Esta noche es mi invitada, señorita, mi deber es atenderla bien.

—No debería, me siento avergonzada con todo lo que ha sucedido.

—¿Por qué? No ha hecho nada malo, si desea algo, puedo pedirlo y mis empleadas lo traerán.

—Gracias por todo.

—Prego —Sale de la habitación sin decir más nada.

Me dejo caer encima de la cama, es suave y reconfortante. Hace mucho que no tenía esta sensación de sentir que le importaba a alguien en realidad en mi vida, si he de ser honesta, desde que mi padre murió. No puedo creer que haya llegado al extremo de quedarme en su casa, él es un hombre elegante y refinado envuelto en un mundo de negocios y he venido a aparecerme en su vida en el momento más bochornoso de la mía.

Una duda asalta mi cabeza desde que escuché que tenía casa… Si Bruno Lombardi tiene un lugar tan enorme como este, ¿por qué hospedarse en el hotel? Algo de esto no es normal.

La vida de Bruno Lombardi es todo un misterio.

El sueño aparece casi de repente, y en cuestión de segundos caigo rendida sobre la cama.

***

Despierto cuando escucho un leve sonido proveniente de la parte inferior de la casa, miro el reloj que reposa en la mesa de noche y descubro que son un poco más de las siete y media.

Salgo de allí de un solo tirón, tendré que explicar mi llegada tarde al hotel. Entro al baño en el cual hay un enorme ropero con toallas, me quito la ropa y me meto debajo de la regadera, el agua caliente me recorre el cuerpo, hay una bañera con adornos dorados en sus costados, la habitación es enorme.

No me puedo demorar mucho adentro, no si quiero conservar mi empleo. Así que me doy esa ducha en tiempo récord. Me envuelvo en la toalla quitando el exceso de agua sobre mi piel, atravieso la puerta y descubro encima de la cama un vestido con zapatos de tacón incluidos y ropa interior limpia.

Eso ha aparecido de repente, es posible que algunas de las empleadas del señor Lombardi lo trajeran.

A este punto siento que he atravesado suficientes vergüenzas de las que una persona mujer normal estaría dispuesta a soportar.

No tengo tiempo para cuestionarme sobre lo que ha pasado en estas últimas horas, así que solo tomo las prendas y empiezo a vestirme, cuando me doy cuenta de que el desayuno también ha aparecido en la habitación: en la charola hay huevos revueltos, tostadas y algunas otras cosas que no sé de qué se traten, pero todo luce delicioso. Como un poco de todo, pero lo hago tan rápido como puedo.

¡Tengo que probarlo! ¡Acá todo se ve absolutamente delicioso!

Bajo la escalera dispuesta a regresar a mi casa, debo sacar algunas cosas de allí y debo hablar con mi madre, atravieso el inmenso pasillo con piso brillante, el señor Lombardi se encuentra en la mesa del comedor, desayunando solo y leyendo el periódico. Está enfundado en un traje igual de elegante al que acostumbra a usar, su aspecto es totalmente varonil y maduro.

Me observa de reojo. Desvío mi mirada. Me ha pillado viéndolo.

—Buenos días, señor Lombardi, me tengo que marchar, agradezco toda su ayuda, y no se preocupe por la ropa, la pagaré en cuanto tenga el dinero.

Una ligera sonrisa se dibuja en sus labios.

—Olvídese de eso, no necesita pagarme nada, le pediré a Carlo que la lleve a su casa, yo debo resolver algunas cosas, espero que su estadía haya sido de su agrado.

—Créame que lo ha sido, debo irme.

—Adiós, señorita Steinfeld. Tenga un excelente día.

Salgo de la mansión, esperando a que uno de sus conductores salga. El tipo sale casi enseguida y me indica que suba junto a él al auto. Carlo conduce hasta mi casa y me deja en la entrada para después irse.

Toco la puerta en varias ocasiones a la espera de que mi madre me abra, pero no responde, al tercer intento aparece en la entrada.

—¿Qué haces aquí? Tú ya no vives en esta casa, Camila.

—¿Qué? Siempre hemos vivido juntas.

—¿Cómo te atreviste a traer un hombre? Ya veo por qué demorabas tanto en las noches para regresar a casa. Ahora conozco las razones.

No puedo creer que haya llegado a pensar algo así de mí.

—Todo este tiempo he estado trabajando en el hotel, el señor Lombardi solo se ofreció a traerme por la lluvia, no soy lo que crees que soy.

—No necesito tus explicaciones, vete de la entrada, puedes venir por tus cosas cuando quieras.

Me quedo en silencio, discutir con mi madre sería en vano, nada la hará cambiar de parecer, por fin, decido irme, debo aceptar que mi madre no me quiere, que me odia y solo le provoco dolor en su corazón. Voy a mi cuarto, agarro una maleta y guardo unas cuantas cosas, tampoco tengo mucho. Camino sin ánimos hasta la estación de autobuses y espero uno que me lleve hasta el hotel.

—¿Camila? ¿Que son estas horas de llegar? —pregunta Laurent.

—Mi madre me ha echado de la casa —Me paro a un lado de la recepción.

—¡¿Te corrió de tu casa?! No puedo creerlo.

—No grites, Laurent —Ruedo los ojos—. Así es, tan solo pude sacar un par de cosas y no sé dónde quedarme.

—Sabes que te diría que te quedaras conmigo, pero vivo con más personas, además Richard y yo hemos estado viendo casas, si veo algún anuncio en renta no dudaré en decirte.

—Sé que hacer, trabajaré día y noche en el hotel sin descanso, por lo menos hasta que logre costearme un buen apartamento.

—Y mientras tanto, ¿dónde te quedaras? —Arquea una ceja—. ¿Dónde pasaste la noche?

—Te llamé y no me constaste el teléfono.

—Lo siento —Suspira—. No sabía que estaba apagado. Pero, contéstame, ¿dónde te quedaste?

Tomo aire antes de soltar tal locura.

—En la casa del señor Lombardi.

Mi amiga abre los ojos de par en par.

—¿Qué? ¿En la casa de quién?

—No pienses en otra cosa, él se ofreció a ayudarme.

—No cabe duda de que es todo un caballero. ¿Pero que no se quedaba aquí por negocios? ¿Por qué ha resultado con casa?

—No lo sé. No creas que estoy feliz con saber que pasé la noche en la casa de un hombre que apenas conozco. Me moría de la vergüenza. Buscaré una habitación que por lo menos tenga una cama, quizá encuentre algo en Harlem o Washington Heights.

—¿No estarás hablando en serio? Es peligroso.

—No tengo de otra, Laurent; pero ten por seguro que, encontraré algo decente.

Aquella misma tarde trato de buscar un lugar donde pueda pasar la noche, encuentro en mi búsqueda una habitación que no cuenta con las mejores condiciones, pero es lo que se ajusta a mi bolsillo al menos por a unas tres noches. Tuve que pedirle prestada ropa a Laurent, ya que no tenía nada de mi guardarropa conmigo.

999

Todos los días es la misma agotadora rutina.

¿Los resultados? ¡Caóticos!

Ese mismo martes comprobé por mi propia cuenta, al desplomarme en medio del vestíbulo del hotel, que mi cuerpo no resistiría más rutinas como aquella.

—Camila, despierta.

Abro los ojos, Laurent y el señor Lombardi tienen su mirada puesta en mí.

—Por fin despiertas, ¡qué susto me has dado! —articula Laurent.

—¿Cómo es que llegué acá? —respondo cuando descubro que estoy uno de los sofás del hotel.

—El señor Lombardi te trajo cargada. ¿En qué estabas pensando? Debes descansar.

Una vez más mis mejillas se tornan rojas.

—Lo sé, Laurent.

—¿Se encuentra bien, señorita Steinfeld?

—Sí, un poco… mareada.

—Debería tomar agua —Mira con desespero su reloj—. Por favor, no se vaya, debo hablar antes algo con usted —me dice y se aleja en medio del pasillo y sube al elevador.

—De acuerdo —alcanzo a contestar antes de que se cierren las puertas.

¿De qué piensa hablarme?

—Bebe un poco de agua, te dejaré el día libre, he hablado con el señor Levis y accedió. Espera al señor Lombardi en la recepción.

—Gracias, no debiste hacer todo eso. Y ni qué hablar de él.

—Tú no debiste esforzarte de esa manera.

Espero a Bruno en la recepción sin saber qué sea aquello que pueda decirme. Mi mirada se centra en él cuando sale del elevador y se dirige hacia donde me encuentro.

—Señorita Steinfeld, sé que no tiene dónde hospedarse, así que le ofrezco mi casa —dice sin ningún preámbulo.

—Lo siento, señor Lombardi, no puedo aceptar, usted ya ha hecho suficiente por mí.

—Quédese hasta que encuentre un nuevo lugar para quedarse. No habrá ningún problema de mi parte, se lo aseguro.

Me quedo dudosa jugando con el listón de mi uniforme.

—Esto no es lo correcto.

—Para mí lo es.

—Recibiré su ayuda, pero prometo pagarle todo.

—Si así se siente bien, hágalo —Sonríe—. Es momento de irnos.

Aprieto mis parpados.

Aguanta un poco más, Camila. Será temporal.

Ambos llegamos hasta la mansión, subimos hasta la misma habitación de hace unas noches.

—Han puesto sábanas limpias para ti. Por cierto, me queda una cosa por decir: Si te quedas aquí, tendrás que acatar ciertas reglas.

Trago saliva.

—Tranquila, no se trata de nada grave, cuando te pida que no salgas de la habitación, no lo hagas en ninguna circunstancia.

—Señor Lombardi, no estoy en posición de ir en contra de eso, usted me está ayudando.

—De acuerdo, si lo haces no habrá problemas —Me dedica una sonrisa.

Los primeros días en la mansión, pasan tranquilos, salgo temprano en las mañanas a cumplir mi horario en el hotel y por las noches regreso a dormir, todos los días su chofer me recoge, Bruno incluso me ofrece ropa para cambiarme.

Mi deuda con sus favores está aumentando de manera considerable.

Siempre lo veo desayunar y comer solo en el comedor. Hasta el momento no ha pedido que no salga de la habitación y tampoco he notado nada extraño, nada que un hombre de negocios no hiciera.

No hasta esta noche.

El golpeteo en la puerta me hace abrirla, me encuentro a mi anfitrión en la entrada.

—¿Sí, señor Lombardi?

—Hoy no salgas, solo diré eso. Buenas noches, Camila.

—Buenas noches, señor Lombardi.

¿A qué se deberá eso de no salir?

Me recuesto en la cama y puedo escuchar algunas risas de hombres que provienen de la parte de abajo de la casa, incluso golpes. Aunque me haya dicho lo contrario, y como si de una u otra forma una especie de sensación me empujara a hacerlo, salgo de la habitación.

Bajo las escaleras con cuidado y me detengo detrás de una de las columnas; allí está él, reunido con sus hombres fumando un enorme puro y con una mujer sentada encima de sus piernas, mientras conversa con otro hombre de cabello rubio y alto.

—Vamos, Bruno, déjame quedar, te lo pido como amigo —dice con un acento particular.

—De ninguna forma te quedarás en mi mansión, Dimitry, te he ayudado varias veces en tus cagadas. No pienso hacerlo esta vez.

—Solo será una última vez.

—¿Crees que soy tan estúpido de dejarte quedar en mi casa cuando toda Rusia te busca?

—El idiota de Giorgio no contesta llamadas. De seguro anda con una mujer entre sus sábanas. Ustedes son mis amigos.

—No estamos para tapar tus mierdas, resuélvelas tú mismo. ¿Acaso no eres el hombre más poderoso de Rusia? Demuéstralo teniendo cojones.

—Lo sigo siendo. Pero Pakhan1 o no, esta vez necesito ocultarme. Y necesito tu ayuda.

¿Mafia? ¿Un mafioso hablando con Bruno?, eso solo lo reduce a una cosa. Él es… mierda.

—Te ayudaré, tengo unas propiedades en Seattle, quédate allí, y no me ocasiones problemas o yo mismo te busco y te capo.

Retrocedo buscando una salida, debo irme de allí. Sin darme cuenta, choco con un cuadro, maldigo en mi interior.

El hombre rubio fija sus ojos en los míos.

—Oye, ¿quién es la espía? —dice señalándome con la quijada.

—¿Qué espía? —pregunta Bruno.

—La chica linda detrás de la columna.

El señor Lombardi baja a la mujer de sus piernas, se levanta con brusquedad de su silla y dirige su vista hacia mí, para después acercarse.

—¿Qué haces aquí, Camila?

—Yo… —tartamudeo.

—Creí ser claro contigo.

—Lo sé, yo…

—Es muy bonita, no la había visto nunca —interrumpe el hombre.

Bruno voltea su vista hacia él.

Está enojado.

—¡Quita tus ojos de ella!

—Vale, vale, no miro a tus mujeres. He dicho nada más que me ha parecido guapa.

—Que sea la última vez que lo mencionas. Ahora, lárgate, ya te dije qué hacer.

—Gracias por la ayuda —Sale de nuestra vista mientras se pierde en el pasillo.

—¡Simone!

Pega un grito que me hace saltar sobre ese lugar.

—¿Sí, señor?

—Da por terminada la reunión.

—Como diga.

—Tú y yo hablaremos en privado —Me toma del brazo y me conduce de vuelta a la habitación—. Se puede saber ¿qué hacías abajo?

Estoy estática sin decir nada.

—¡Dime!

—Eres un mafioso —respondo.

—Veo que eres una muy buena observadora.

—Ahora todo tiene sentido, tus hombres, la seguridad, todo. ¿Cómo es que…?

—Soy el Don. La máxima autoridad de famiglia.

1. El jefe de la mafia rusa.

CAPÍTULO 4

El Don? —digo apenas en un susurro.

—Así es, es el rango más alto en la familia.

—Respóndeme una cosa, ¿has tenido que ver algo con lo que pasó aquella noche en el bar?

—Sí, yo hacía parte de ese grupo de hombres.

—¿Qué hay del señor Levis?

—Su hotel sirve de fachada, pero entre menos sepas de mis negocios, mejor.

—Yo, yo… —Soy presa del miedo, nunca imaginé que esto sucediera.

—¿Por qué no cumpliste algo tan sencillo como no bajar? Te dije lo que tenías que hacer.

—No lo sé… pensé que algo malo sucedía, lo mejor es que me vaya, no quiero ocasionar problemas, ni mucho menos tenerlos.

—¿Y a dónde irías? No tienes un lugar donde quedarte.

Él tiene razón, pero tampoco puedo quedarme allí viviendo con el peligro de ser asesinada por cualquiera de esos tipos.

—Eso no tiene importancia —Juego nerviosa con mis dedos—. Puedo arreglármelas por mí misma.

—¿Por qué en todo este tiempo no has vuelto a tu casa? ¿Qué te ha detenido?

Jamás he sido abierta en lo que ha sucedido en mi vida con una persona que no sea Laurent. No tengo la facilidad de confesarles a las personas las razones que me orillaron a trabajar sin descanso en el hotel.

Suspiro y me mira esperando una respuesta de mi parte.

—Es una historia larga.

—Tengo todo el tiempo del mundo.

Decidimos subir a la habitación, él cierra la puerta para después sentarse en una de las esquinas de la cama dispuesto a escucharme. Su fragancia poco a poco se hace más fuerte. Este hombre es alucinante, incluso su aroma es como si te elevara a otro universo.

Con mucho menos esfuerzo del que esperaba, termino por soltar toda mi vida: mi origen, la muerte de mi padre, el asesinato de mi hermana, la depresión de mi mamá y su forma de tratarme… todo. No sé la razón por la cual lo hago, quizá es que llevo guardando todo tanto tiempo, que la angustia de la situación me lleva a desahogarme con él.

—¿Por qué te culpas por algo que no sabías que iba a suceder? Eso no ha sido tu culpa.

—Porque mi madre tiene razón. Debí hacer algo por mi hermana, pero me quedé estática viendo cómo la asesinaban en frente mío. No hice nada.

—No mereces eso, estoy seguro de que eres una buena hija para recibir ese trato de su parte.

Tomo un fuerte suspiro.

—Tienes un rostro muy bello para que lo empañes con lágrimas —Me toma de la quijada y levanta mi mirada—. Te quedaras acá, la única razón por la que no te dejo bajar es porque me reúno con hombres muy peligrosos por las noches, si te ven, habrá problemas.

—Y esa es una razón para irme, es peligroso para ti y para mí, más si te meto en problemas.

Bruno me da una leve sonrisa.

—Por el contrario, ellos tendrán problemas conmigo si intentan algo, estarás segura en la habitación. Desde que no salgas de ella.

Esto era una completa locura. Él era una persona nueva en mi vida, ni siquiera podía clasificarlo como amigo. Solo era un hombre al que había conocido en mis peores circunstancias.

—Jamás alcanzaré a pagarle todo lo que ha hecho por mí, señor Lombardi. Si algún día vuelvo a cruzármelo espero que esté en una mejor situación por la que ahora atravieso.

—Deja ya de decirme señor Lombardi, dime Bruno. Me haces sentir como un anciano.

—Gracias por todo, Bruno —Sonrío.

—Ya te lo he dicho, lo hago por una dama en apuros, descansa, no quiero que vuelva a suceder lo de hoy. Buenas noches.

—Buenas noches.

Bruno sale de la habitación y me deja sola, aunque sea un hombre caballeroso y atento, no puedo olvidar lo que acabo de escuchar, el miedo por saber que convivo con él y con hombres que se dedican al crimen organizado, no puedo estar tranquila.

No había considerado importante el salir de esa lujosa habitación, pero después de ver tal escena, no deseo bajar y conocer su oscuro mundo.

***

Atravieso las puertas del lobby del hotel para encontrarme con la figura de Laurent en la recepción canturriando una melodía romántica mientras una enorme sonrisa se dibuja por todo su rostro.

—Y ahora tú, ¿por qué estás tan alegre? —Levantó una ceja.

—Me casaré, Richard me ha propuesto matrimonio —Me muestra una sortija con una preciosa piedra que resalta en su dedo.

—¡Oh Dios, es hermoso! Creí que pasaría hasta después de que se mudaran.

—¿Por qué esperar? La boda se hará este mismo fin de semana, sobra decir que estás invitada, serás mi madrina.

— ¿Yo?, ¿madrina de bodas? —Pestañeo perpleja—. ¿Y dices que será este fin de semana? ¿Tan pronto?

—Sí, será una boda sencilla. Ya sabes que no tiene mucha familia. Y mi abuela es la única con la que puedo contar.

—Por supuesto que iré. No pienso perdérmela por nada del mundo.

—Puedes llevar un acompañante —Me guiña el ojo.

—¿A quién llevaría? Sabes que no tengo a nadie.

—¿Qué hay del señor Lombardi?

—Apenas lo conozco, no voy a decirle de la nada que lo voy a llevar de invitada tu boda.

—¿Qué tiene de malo? He visto chicas que incluso alquilan hombres por Internet para que vayan con ellas.

—Laurent, el señor Lombardi tiene cosas más importantes que hacer. No voy a interrumpir sus negocios.

—¿Ya sabes a qué se dedica?