Pasión privada - Eileen Wilks - E-Book
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Pasión privada E-Book

Eileen Wilks

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Beschreibung

Aquel hombre estaba poniéndola a prueba, algo que jamás le había sucedido... Claudia Barone era la persona perfecta para convertirse en la sombra de Ethan Mallory y averiguar lo que él sabía sobre el sabotaje al negocio de su familia. Ella era capaz de pasar por encima de cualquiera... menos de Ethan. El reservado detective privado jamás le contaría a Claudia que su principal sospechoso no era otro que su hermano. Lo que no podía ocultar era la atracción que sentía por ella. Para una chica de la alta sociedad como Claudia, Ethan era demasiado brusco y primitivo. Sin embargo, la atracción animal que sentía por él amenazaba con devorarla.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2003 Harlequin Books S.A.

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pasión privada, n.º 5427 - noviembre 2016

Título original: With Private Eyes

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-9059-6

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Quién es quién

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Quién es quién

Claudia Barone: Siempre está arreglando los problemas de su familia, pero su vida amorosa es un desastre. Los novios nunca le duran más de cuatro meses: les intimida su tozudez y su fuerza.

Ethan Mallory: Le encantan las rubias altas y sofisticadas, pero con ellas siempre le ha salido el tiro por la culata. Esta vez se ha prometido que permanecerá alejado de la señorita Barone por mucho que le cueste.

Capítulo Uno

El tío Miles siempre le decía que su sentido del humor terminaría por jugarle una mala pasada algún día. Ethan pensó que tal vez aquel día había llegado.

–Me gustaría empezar cuanto antes –dijo muy sonriente la joven rubia que estaba sentada al otro lado del escritorio–. Va a ser un artículo impactante.

Tal vez fuera la curiosidad la que lo metiera esta vez en problemas. Por muy absurdo que le pareciera que Claudia Barone se presentara en su oficina fingiendo ser reportera, no la hubiera dejado llegar hasta allí si no fuera porque quería saber qué tramaba.

–Todavía no he dicho que sí –le recordó.

–Ya –contestó ella cruzándose de piernas y deslizando uno de sus muslos de seda sobre el otro–. ¿Qué puedo hacer para convencerlo?

Una vez más, aquellas piernas parecían ser las culpables. En el momento en que ella había aparecido en el umbral con su traje de chaqueta rojo pasión Ethan había deseado tenerla sentada en la silla que había delante de su escritorio. Quería averiguar hasta dónde se subía aquella falda ya de por sí muy corta.

Eran unas piernas de primera clase, y ella lo sabía. Las había cruzado y descruzado cuatro veces desde que se sentó.

–No se me ocurre nada que pueda hacer.

Sin mostrar un ápice de abatimiento, Claudia se lanzó a repetirle una vez más aquella historia absurda moviendo las manos con entusiasmo. Ethan pensó que se trataba de un contraste intrigante. Tenía una postura muy correcta, con la espalda recta y los hombros estirados, y tampoco levantaba la voz. Pero sus gestos eran tan aparatosos como el color de su chaqueta.

Sólo la conocía desde hacía diez minutos, pero ya podía decir que Claudia Barone estaba llena de contradicciones. Parecía el prototipo de rubia alta, elegante y delgada. Demasiado delgada para su gusto. Era blanca de piel, de ojos azules y rasgos clásicos que enmarcaban una nariz demasiado enérgica para su rostro. Llevaba el cabello de color de miel recogido en un moño bajo, muy pulcro y elegante. El traje también era de línea clásica exceptuando la escasa longitud de la falda.

Y exceptuando también el color, que hacía juego con el lápiz de labios que se había puesto sobre aquella boca de pétalo de rosa.

Tal vez la historia que le estaba contando fuera una locura, pero valía la pena escucharla por oír su voz aunque le trajera a la memoria recuerdos que Ethan prefería mantener bien enterrados.

Pero lo cierto era que se parecía demasiado a su ex mujer. Bianca también era rubia, aunque el color de su cabello no era natural sino cortesía de Clairol. Tampoco estaba muy seguro de que los reflejos dorados de Claudia no provinieran también de un bote. Pero es que además Claudia Barone hablaba igual que Bianca. Aquel tono de contralto le resultaba muy familiar, aunque tenía que tratarse de una coincidencia. Los Conti y los Barone no tenían mayor parentesco que el que unía a los Hatfield con los McCoy. El acento de Claudia era también similar al de su ex mujer, pero eso no era casualidad. La alta sociedad de Boston era el hábitat natural de la señorita Barone.

Nada que ver con el despacho de un detective de clase media trabajadora. Ethan tamborileó los dedos sobre el escritorio y sonrió.

–¿Por qué quiere titular el artículo Un día en la vida de un investigador privado si tiene pensado seguirme durante toda una semana?

–Oh, será un día ficticio –aseguró Claudia haciendo un gesto con la mano como para quitarle importancia al asunto–. No un día literal. Eso sería engañoso, ¿no le parece? Un día normal puede no ser representativo. Es mucho más interesante elegir los mejores momentos de varios días. Se titule como se titule, el artículo será una gran publicidad para su agencia. Publicidad gratis. Y no seré un estorbo, se lo prometo. ¿Qué me contesta?

–La publicidad gratis es siempre bienvenida. El problema que veo es que usted no es periodista.

–¿Qué le hace pensar eso? –respondió ella sin pestañear.

Quizá fue su actitud indiferente hacia sus propias mentiras lo que lo llevó a decidirse a hacerlo. O tal vez fuera aquel perverso sentido del humor contra el que su tío le había advertido. O quizá fueran aquellas piernas, aquellas piernas interminables de aspecto sedoso que ella llevaba exhibiendo desde que se sentó.

–En primer lugar, sus zapatos.

–¿Mis zapatos? –repitió Claudia mirando hacia abajo como para comprobar que aquellos ejemplares de cuero rojo seguían en su sitio–. ¿Qué les pasa a mis zapatos?

–Nada. Sólo que nadie con nómina de reportero puede permitirse comprar zapatos de piel italiana hechos a mano. El abrigo parece también bastante caro.

–Qué demonios –murmuró ella entre dientes sin dejar de parecer una dama bien educada–. Ayer estuve tres horas en uno de esos centros comerciales que crecen como setas por todas partes. Quería algo que tuviera un toque de distinción aunque para ello tuviera que pagar un poco más. ¿Por qué el hecho de ser periodista tendría que significar que una careciera de gusto?

–No hay ninguna razón, supongo –respondió Ethan tras unos segundos, fascinado.

Seguro que era rubia natural. Sonaba a rubia natural.

–Eso creo yo –continuó diciendo ella mientras se tocaba la tela del traje con satisfacción–. Esto me costó ochenta y siete dólares en rebajas. ¿Se lo puede creer? Pero no me gustan los zapatos recién comprados. Siempre pinchan o molestan en algún lado, sobre todo si son nuevos. Y pensé que usted no sabría lo suficiente sobre mujeres como para notar la diferencia.

–¿Porque no pertenezco a su clase social? –preguntó él con cierta irritación.

–Porque usted es un hombre –respondió Claudia poniendo los ojos en blanco–. Los hombres no entienden nada de moda femenina a menos que... Usted no es... no es... ¿verdad? –preguntó parpadeando varias veces?–. Quiero decir que no sentirá ninguna inclinación personal hacia la ropa de mujer...

–Cielo Santo, no.

Esta vez la sonrisa de Claudia llegó también hasta sus ojos. Así parecía más natural.

–Debo decir que me complace escuchar eso. Aunque no debería. No es asunto mío, desde luego.

Era el momento de librarse de ella, antes de quedarse excesivamente embobado a la espera de su próxima y absurda ocurrencia. Su tío también le había advertido sobre su tendencia a distraerse cuando alguien lo fascinaba.

–No hacía falta que fingiera ser periodista, ¿sabe? –dijo Ethan empujando la silla hacia atrás para levantarse.

–¿Ah, no? –preguntó ella observándolo con curiosidad rodear el escritorio–. ¿Significa eso que me permitirá formar parte de la investigación?

–No. Significa que muchas mujeres encuentran a los detectives privados... interesantes.

Ethan cargó sus palabras de intención y se regaló a sí mismo una visión placentera de su cuerpo. Senos pequeños y elevados... cintura estrecha... caderas suaves... y aquellas piernas de escándalo. Era una pena que tuviera que echarlas por la puerta con el resto del conjunto.

–Aunque la mayoría no son tan hermosas como usted.

Dicho aquello, Ethan colocó las manos sobre los brazos de la silla y la miró fijamente. Al menos consiguió que se le nublara un poco la vista.

–Me ha interpretado usted mal.

–No se avergüence –aseguró él acortando aún más la distancia entre ellos mientras observaba cómo los pechos de Claudia subían y bajaban un poco más deprisa de lo normal bajo su chaqueta roja–. Me siento halagado. Estoy seguro de que encontraremos la manera de conocernos un poco mejor.

Estando tan cerca sus ojos parecían diferentes. El iris tenía el color azul de un cielo de verano pero el anillo de la parte exterior era casi verde. Ethan bajó la vista hasta sus labios rojos. Ella se los humedeció. Ethan sintió que se le aceleraba el ritmo del corazón.

Algo se le clavó entonces en el empeine del pie izquierdo. Muy fuerte. Ethan ahogó un gemido y se incorporó. Vaya, aquella pequeña... le había clavado con todas sus ganas el tacón de uno de aquellos zapatos rojos.

–Debería avergonzarse –aseguró Claudia con voz firme–. Acosarme sexualmente no es jugar limpio.

–¿Jugar limpio? –le espetó él tuteándola sin pensarlo–. ¿Y qué me dices del jueguecito que te traías tú con las piernas? ¿Y el modo en que acabas de humedecerte los labios ahora mismo?

Claudia sintió una punzada de culpabilidad, pero levantó la barbilla con firmeza.

–Eso no es acoso.

–No, no es esa la palabra que yo utilizaría –aseguró Ethan cruzándose de brazos y apoyando la cadera en la esquina del escritorio–. A menos que estés pensando en seguir con lo que estabas ofreciendo, me parece que lo mejor será que te vayas.

–Creo que has sabido quién era yo desde el principio –murmuró ella sin moverse.

–Por supuesto que sí. Estoy investigando el incendio de la fábrica de Baronessa. Tengo una foto tuya recortada del periódico en el archivo del caso.

Claudia se inclinó hacia delante. El escote de su traje se abrió lo suficiente como para ofrecerle a Ethan un destello de lo que había dentro.

–Escucha, el incendio fue... Oh, por el amor de Dios –se interrumpió mirando el punto en el que él tenía clavada la vista al tiempo que se ponía recta–. Ya sé que piensas en el sexo siete veces al minuto aproximadamente. No puedes evitarlo, eres un hombre. Pero, ¿podrías por favor intentar prestar atención? Esto es importante.

–Puedo prestar atención y mirarte el escote al mismo tiempo –aseguró Ethan–. Soy un hombre, así que estoy acostumbrado a hacer varias cosas a la vez.

Ella soltó una especie de carcajada que lo pilló completamente por sorpresa.

–Uno cero –reconoció Claudia–. Pero no es bola de partido. Sé que estás investigando los extraños sucesos que han ocurrido últimamente en Baronessa: El sabotaje durante la presentación del nuevo helado, el incendio de la fábrica... está claro que necesitamos saber quién es tu cliente y qué has averiguado.

–Está claro que no voy a decírtelo.

–Necesitas la colaboración de los trabajadores de Baronessa. Yo puedo conseguírtela. Lo único que te pido a cambio es un poco de información. O la oportunidad de acompañarte durante tus investigaciones.

–No. Y no te molestes en enviarme un cheque. No acepto sobornos.

–¿Acaso lo he sugerido en algún momento? –preguntó Claudia, indignada–. No me habría tomado tantas molestias para intentar sacarte información si hubiera pensado que la conseguiría con dinero.

–Pues tu hermano ya lo ha intentado –le informó Ethan apretando los labios.

–¿Derrick? No tenía que haberlo hecho –aseguró ella frunciendo el ceño–. Acordamos que yo me encargaría de este asunto. Da igual. Yo...

Sonó el teléfono. Ethan lo descolgó.

–Investigaciones Mallory.

Era Nick Charles, el investigador especializado en incendios provocados que estaba a cargo del caso Baronessa. Era además buen amigo del primo de Ethan, Mel. Nick no tenía gran cosa que contarle, ya había terminado su parte del trabajo. Ethan mantuvo la conversación contestando con monosílabos para suscitar la curiosidad de su visita. Una maldad, tal vez, pero cada uno disfrutaba de las satisfacciones que podía. Y el Cielo sabía que aquella sería toda la que satisfacción que conseguiría de la altiva señorita Barone.

Cuando colgó, Claudia tenía el bolso sobre el regazo.

–Si te hubieras creído que era periodista, ¿me habrías dejado investigar contigo?

–Seguramente no. Los periodistas tampoco deben conocer los detalles de mis investigaciones.

–No vas a ayudarme, ¿verdad? –preguntó ella suspirando.

–Acuéstate conmigo y veremos qué se puede hacer –le espetó Ethan sin pararse a pensar en sus palabras antes de soltarlas.

–No hablas en serio –aseguró Claudia abriendo el bolso–. Sonríe –dijo apuntándole con una cámara digital del tamaño de un monedero.

–¿Qué demonios...? ¡Oye! –exclamó él llevándose la mano a la cara un segundo después de que le hubieran hecho la foto.

–Es para mi colección –dijo Claudia con voz neutra mientras se ponía el abrigo con sonrisa absolutamente educada–. Gracias por tu tiempo. Cuando cambies de opinión respecto a lo de trabajar conmigo házmelo saber. Estoy segura de que un hombre tan informado como tú tendrá mi número de teléfono en ese archivo.

Ethan observó aquellas piernas preciosas salir de su despacho y de su vida. Claudia tenía además un trasero imponente. Alto, redondo y no tan delgado como el resto de su cuerpo.

Aunque lo cierto era que no estaba tan delgada. Ethan suspiró y descolgó el teléfono. Tal vez mintiera para ganarse la vida, pero no se mentía a sí mismo. Nunca. Lo cierto era que Claudia tenía un físico impresionante.

Y un ego igual de impresionante. Ethan marcó un número que se sabía de memoria. Era una engreída. ¿De verdad pensaba que iba a ofrecerse a investigar con ella sólo porque ella quisiera? Tendría que estar loco.

Contestaron al teléfono al tercer timbrazo.

–Sal –le dijo Ethan a su ex suegro, Salvador Conti, cabeza de familia de los máximos enemigos de los Barone–. Nunca adivinarías quién acaba de estar en mi despacho.

Aquella noche a las ocho y media, Claudia llevaba un cartón de leche de litro en cada mano. Estaba en la cocina, y su amiga desde tercer curso, Stacy Farquhar, permanecía al lado de la alacena mirándola con suspicacia.

La cocina de Claudia ocupaba la parte de atrás de su apartamento. Una gran mesa de comedor en la que cabían hasta doce personas la separaba de la zona de estar.

–¿Te importaría sacar el aceite de oliva de la alacena? –le pidió a su amiga mientras cerraba la puerta de la nevera con la cadera.

–¿Se puede saber qué estás haciendo con la leche? –preguntó Stacy con la voz cargada de reproche–. Me dijiste que me lo contarías todo mientras nos hacíamos la pedicura.

–En ello estoy –aseguró Claudia vertiendo la leche en una cazuela–. Esto es para meter los pies después de que los hayamos cubierto de aceite. ¿Es que no has oído hablar nunca de los baños de leche? Así que deja de mirarme de ese modo y vete a buscar un par de toallas, ¿de acuerdo?

–No sé por qué dejo que me hagas esto –protestó Stacy poniendo los ojos en blanco–. Como si me hubiera olvidado de cuando me convenciste para que entrara en el equipo de boxeo... Todavía tengo pesadillas... Oye, esto ya está.

Stacy entró en el dormitorio de Claudia, que estaba situado al lado de la zona de estar y volvió a salir con una foto recién imprimida en papel.

–Me has estado engañando.

–Ya te conté lo que pasó –respondió Claudia probando la leche con la punta del dedo.

Todavía estaba fría. Subió un poco el gas.

–Me dijiste que Ethan Mallory te recordaba a un oso pardo –insistió su amiga colocando la fotografía sobre la encimera–. Prueba número uno: la foto de un hombre guapísimo que no se parece en nada a ningún tipo de oso.

Claudia le echó un vistazo a la foto. Pelo castaño y erizado que se rizaría si no lo llevara tan corto. Ojos almendrados enmarcados por unas pestañas oscuras y largas que hubieran sido preciosas de no haber estado situadas en un rostro tan inconfundiblemente masculino.

–Es muy grande –aseguró Claudia tratando de recordar por qué había pensado en un oso nada más conocerlo.

–Me dijiste que jugaba al fútbol americano en la universidad. Por supuesto que es grande.

–Y fuerte también. No sólo físicamente. Tuve la sensación de que costaría mucho irritarlo. No porque le falte genio, sino porque está tan seguro de sí mismo que cualquier cosa que no fuera un golpe certero caería en el vacío. Supongo que fue el modo en el que se balanceó sobre mí cuando me tenía retenida en la silla lo que me hizo pensar en un oso. ¿Vas a sacar esas toallas o no? –preguntó dirigiéndose a la alacena en busca del aceite de oliva.

–Claudia –dijo Stacy con voz grave mientras sacaba dos toallas de lavabo de un cajón–. Este es un hombre inteligente. Lleva el pelo corto y tiene los hombros más anchos que… que un estadio. Y es dominante. ¿Tiene éxito? ¿Es un líder en su campo?

–Yo no diría que Ethan Mallory es el mejor en su trabajo –aseguró Claudia comprobando que la leche ya estaba caliente–. Se ha hecho un huequecito en el negocio de la investigación privada aquí en Boston llevando casos de la alta sociedad, pero… la leche está lista –concluyó decidiendo que no quería seguir pensando en ello.

Stacy agarró una silla, se sentó en ella y le dirigió a su amiga la más expresiva de las miradas.

–No estarás pensando en ir más allá con este hombre…

–No te preocupes. He cambiado.

–Has hecho el propósito de cambiar, eso es todo. Eso no significa que hayas cambiado.

–En serio, me he reformado –aseguró Claudia colocando dos barreños de plástico a sus pies–. Además, estoy saliendo con Neil.

–Has quedado con él cuatro o cinco veces. Eso no es nada. Además, Neil no es la solución. Es un síntoma.

–Pensé que te caía bien Neil –dijo Claudia muy sorprendida deteniéndose con el cazo de leche en las manos.

–Por supuesto que me cae bien. Es mi tipo. Porque me gusta la prudencia. Me encanta la prudencia, pero a ti no.

–Los Neils de este mundo son un gusto que se adquiere. Yo lo estoy adquiriendo. Conseguí que me gustara el café, ¿no? Y ahora, añádele un poco de sal al aceite de oliva para exfoliar la piel. Ya verás, es un remedio de mi abuela que deja los talones de lo más suaves.

–Entonces, ¿crees que tu plan funcionará? –preguntó Stacy mientras se frotaba los pies–. Me refiero al que tienes pensado para conseguir que Ethan Mallory te deje acompañarlo en sus investigaciones, no a tu plan con Neil. Ese es un caso perdido.

–No creo que funcione de inmediato –reconoció Claudia–. Es un hombre muy obstinado. Intentará escabullirse como pueda.

Inmediatamente después de su reunión con el detective, Claudia había enviado por correo electrónico la fotografía que le había hecho a su primo Nicholas, director de Baronessa. Este a su vez se la había reenviado a todos los jefes de departamento de la empresa pare decirles que nadie, absolutamente nadie, estaba autorizado para hablar con Ethan Mallory ni a permitirle el acceso a las instalaciones a menos que fuera acompañado de un miembro de la familia Barone.

Ese miembro de la familia sería por supuesto Claudia.

Eso habían acordado en la reunión familiar celebrada dos noches atrás. Ella tenía el tiempo y la energía para dedicarse a aquella tarea. Los demás no. Además, a Claudia se le daba bien arreglar entuertos. Y eso era exactamente lo que hacía falta en aquellos momentos.

–Entonces, ¿cuál es el plan B? Sé que tienes un plan B. Siempre lo tienes.

–Me limitaré a seguirle para ver en qué anda. Eso lo molestará –aseguró Claudia sacando los pies de la leche–. Pero creo que me divertiré. Nunca antes había hecho de detective.

–No te desvíes de la cuestión. Se supone que tienes que averiguar quién es el cliente de ese hombre, no ponerte a jugar tú a los detectives. El asunto es muy serio. Por el amor de Dios, tu hermana casi muere en el incendio. ¿Ha recordado algo más?

–Nada sobre la noche del incendio. Y por supuesto que lo del fuego es algo terrible, pero…

Claudia dejó la frase a medias y se dispuso a secarse los pies.