Pasiones del pasado - Kimberly Lang - E-Book
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Pasiones del pasado E-Book

Kimberly Lang

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Beschreibung

El acuerdo de negocios con su exmujer estaba siendo muy placentero A Jack Garrett le gustaban las mujeres dóciles… y compartir con su rebelde exmujer los viñedos que había heredado no le apetecía mucho. Tenía claro lo que iba a hacer: visitar a Brenna, hacerle una oferta y… marcharse. De inmediato. Pero con sólo mirar una vez la bronceada piel de Brenna su cuerpo no pudo evitar recordar las apasionadas noches que habían compartido…

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Seitenzahl: 190

Veröffentlichungsjahr: 2011

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2010 Kimberly Lang. Todos los derechos reservados.

PASIONES DEL PASADO, N.º 1921 - diciembre 2011

Título original: Boardroom Rivals, Bedroom Fireworks!

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-128-5

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

ESTÁN listas, Brenna. Telefonearé a Marco para pedirle que traiga al personal por la mañana.

—Es demasiado pronto —respondió Brenna, comprobando por segunda vez el número de refractores de los que disponían. Nadie más en Sonoma hacía la vendimia en aquella época del año. De eso estaba segura—. Deberíamos esperar un par de semanas.

—¿No confías en mí? —contestó Ted.

Ella se apresuró a tranquilizar a su viticultor, amigo y compañero de trabajo.

—Por supuesto que sí. Nadie conoce estas vides mejor que tú. Simplemente me sorprende. Eso es todo.

Apaciguado, Ted se llevó una uva a la boca y la masticó. A continuación esbozó una leve sonrisa.

—Obviamente a estas uvas les gustan nuestros calurosos veranos y la sequía que estamos sufriendo. Simplemente no hay que hacer la vendimia en las horas de más calor.

—Cierto —concedió Brenna.

Pero aquello sólo era parte del asunto. Los nuevos tanques habían llegado la semana anterior y todavía estaban amontonados alrededor de las bodegas. La bomba principal seguía dando problemas y quedaba mucho papeleo del que ocuparse. Y… y ella necesitaba un par de semanas para terminar de aclararse las ideas. No estaba preparada para comenzar con la vendimia en aquel momento.

Miró las parras, que estaban llenas de uvas maduras… uvas que no iban a esperar a que ella se adaptara a la nueva situación que tenía por delante. Los viñedos Amante Verano habían pasado a ser su responsabilidad. Bueno, casi por completo.

Había que recolectar aquellas uvas. Ella sabía qué hacer. Había estado haciéndolo durante toda su vida. Aunque nunca lo había hecho sola. Y esa responsabilidad le pesaba mucho.

—Simplemente desearía que Max estuviera aquí —comentó Ted, suspirando.

Al oír aquello, Brenna regresó a la realidad.

—Lo sé. Estas parras eran las que iban a lograr que Max dominara el mundo del vino… o que por lo menos ganara una medalla de oro —respondió, sonriendo al mirar a Ted—. Max debería estar aquí. No es justo —añadió, conteniendo las lágrimas que amenazaban con brotar de sus ojos.

No podía desmoronarse delante de Ted… ni de nadie más. Max esperaría que ella se mantuviera entera y todo el mundo en Amante Verano necesitaba creer que tenía la situación bajo control.

—Telefonea a Marco. Tendremos las primeras uvas en el tanque mañana por la tarde.

Ambos anduvieron juntos por los viñedos. Se pararon ocasionalmente para comprobar el estado de algunas parras y realizar anotaciones. Ciertas parras iban a necesitar dos semanas más para estar plenamente maduras. Septiembre iba a ser un mes muy bueno.

—¿Has hablado ya con Jack? —preguntó Ted en voz baja.

Al oír aquel nombre, Brenna sintió como le daba un vuelco el corazón.

—No he hablado con él desde el funeral. Y sólo lo hice durante un minuto.

Aquello había sido muy difícil e incómodo, por no hablar de lo doloroso que había resultado… tanto que ella no quería admitirlo. Le había dado el pésame, un apretón de manos y se había marchado. Fin de la historia.

—¿Lo sabe? —preguntó el viticultor.

—Oh, estoy segura de que sí. El abogado de Max me telefoneó para explicarme en qué consistía la sociedad y supongo que Jack fue el primero en saberlo.

—¿Y…? —se atrevió a preguntar Ted. Aquélla era la pregunta que todo el mundo tenía en mente.

—No hay ningún y… Estoy segura de que Jack está muy ocupado con sus hoteles y el caso contra el conductor que embistió su coche contra el de Max. Supongo que ocuparemos un lugar muy bajo en su lista de prioridades.

La muerte de Max los había dejado muy impresionados a todos. Habían estado intentando controlar los negocios y proyectos del difunto. De alguna manera ello le había ayudado a manejar mejor su duelo; no había tenido tiempo para dejarse llevar por el dolor tal y como le habría gustado hacer. Dirigir los amados viñedos de Max la había tenido muy concentrada.

Pero Ted no parecía aliviado.

—Una vez que hayamos terminado el proceso de aplastar la uva me reuniré con los abogados y lo solucionaremos todo —aseguró, dándole unas cariñosas palmaditas en el hombro al viticultor—. Vete a casa. Nos esperan unos cuantos días muy ajetreados.

—En otras palabras; tengo que aprovechar el tiempo con mi hija.

—Sí.

—¿Quieres venir a cenar a casa? —ofreció Ted—. Sabes que siempre eres bienvenida y a Dianne le encantará verte.

Aquella invitación resultaba muy tentadora para Brenna, pero debía aprender a superar aquello ella sola. Dianne se había preocupado mucho por ella desde que había muerto Max y en aquel momento tenía que ser fuerte.

—Gracias, pero no. Dale a mi ahijada un beso por mí, ¿está bien? —respondió.

—Lo haré —aseguró el viticultor, despidiéndose de ella con la mano a continuación.

Brenna se quedó a solas en la puerta de la gran casa de la finca mientras Ted se dirigía a la pequeña vivienda que había en la propiedad. Pudo ver que las luces estaban encendidas en las habitaciones que había en la planta de arriba de la tienda de vinos, donde Ted vivía con Dianne y la bebita de ambos, Chloe.

Ella había dejado una luz encendida en su casa ya que todavía no se había acostumbrado a regresar a una vivienda oscura y silenciosa. Se planteó si alguna vez lo conseguiría. Tal vez tras la locura que suponía el aplastamiento de la uva se compraría un cachorrito de perro. Le haría compañía y conseguiría que la casa pareciera menos vacía. Y podría hablar con alguien cuando regresara de trabajar.

Sus pisadas hicieron eco en el hall de entrada mientras se dirigía al despacho de la vivienda. En aquel momento ya simplemente su despacho… debido a que Max se había ido. Allí le esperaban numerosos documentos relativos a la vendimia. Como de costumbre, el trabajo le dio algo que hacer, una manera de lograr que los minutos pasaran más rápidamente en aquellas interminables veladas.

Puso música de ambiente para terminar con el espantoso silencio que la rodeaba. El enorme escritorio de Max dominaba la sala. Se sentó en una silla junto a la de su difunto padrastro y comprobó los numerosos mensajes y pedidos que esperaban ser atendidos.

Pero no logró concentrarse. La pregunta que le había hecho Ted le había hecho recordar todo lo que estaba intentando tan concienzudamente olvidar.

Amante Verano finalmente captaría la atención de Jack y no sabía cómo resolver la situación que se crearía. En aquella ocasión no iba a poder eludir el problema… tal y como había hecho siempre en lo que se refería a cualquier asunto relacionado con su exmarido. Tenía que lograr que aquello funcionara; no podía dirigir un negocio si no hablaba con su socio.

Pero pensar en Jack le hacía sentir toda clase de sensaciones que no quería experimentar. Su historia era simplemente demasiado complicada como para fingir que no había existido. Max había sido su mentor, su amigo y su figura paterna. Junto a él y a su madre había formado una familia feliz, aunque ligeramente extraña. Jack, no enteramente por elección propia, nunca había formado parte de aquella unión. Parecía toda una historia de telenovela.

Pero iba a tener que verse con él. La sola idea le revolucionaba el corazón y no lograba calmarse aunque utilizara todas las técnicas de respiración tranquilizadora del mundo. Tenía que afrontar aquella situación como una adulta. Tenía que concentrarse en el presente y no permitir que el pasado interfiriera. Además, aquello eran negocios, no algo personal. Debía ser capaz de controlar sus emociones.

Muchos años atrás Jack le había comentado lo importante que era mantener la vida personal apartada de los negocios.

—Nunca permitas que un aspecto afecte al otro —le había dicho.

Para él aquello suponía un asunto de orgullo y parecía haberle funcionado bien al expandir Garrett Properties por la Costa Oeste.

Respiró profundamente. Se sentía un poco mejor tras su sesión de autoterapia personal. Podrían lograr una situación viable. Una basada simplemente en los negocios y que no se viera afectada por los desagradables acontecimientos del pasado.

El hecho de que había estado lo suficientemente loca como para casarse con él en una ocasión no tenía por qué suponer ningún problema…

Jack deseó que la locura no fuera algo de familia y que el testamento de Max fuera consecuencia de un acto de senilidad precoz causada por haber bebido demasiado a lo largo de los años… o incluso que fuera una broma. Tenía que haber una explicación y le encantaría tener cinco minutos con su padre para descubrir qué era lo que había tratado de conseguir con su última voluntad.

Si no había otra explicación, la locura era el motivo por el que él era propietario en aquel momento de la mitad de los viñedos de Sonoma. Él personalmente y no la compañía.

La otra mitad pertenecía a Brenna Walsh.

Brenna debería ser insignificante en su vida amorosa, un loco capricho de juventud, y no algo recurrente en su existencia.

Parecía que todo lo relacionado con ella le llevaba a tomar malas decisiones ya que se pasó la mayor parte del trayecto hasta Sonoma planteándose si su decisión de acudir en persona a los viñedos había sido acertada o no. Su abogado, Roger, se había ofrecido a encargarse personalmente de la situación, pero por alguna razón que no comprendía él pensaba que aquél era un asunto que debía tratar cara a cara con Brenna. Pero cuanto más se acercaba a los viñedos y a ella, más tenía la sensación de que aquélla no había sido la mejor decisión que había tomado en su vida. Tenía muchísimo trabajo y el viaje que tenía que hacer a Nueva York para negociar la expansión de Garrett Properties debía ser su principal preocupación. Pero había decidido encargarse primero de resolver los problemas surgidos por el testamento de su padre.

Angustiado, pensó que debía haber esperado, debía haberse ocupado primero de asuntos más importantes, más urgentes, en vez de haber permitido que su deseo de cortar lazos con aquel lugar echara a perder su sentido común.

Las parras que casi cubrían por completo la señal que daba la bienvenida a Amante Verano habían madurado en los cinco años que habían pasado desde que había estado allí por última vez para acudir al funeral por la madre de Brenna. Numerosas uvas colgaban del dosel. Al entrar en la propiedad pudo ver las hectáreas de vides que se extendían hacia el horizonte y la bonita casa blanca que había sobre la colina. Junto a la erosionada bodega de los viñedos creaban una escena bastante pintoresca.

Amante Verano cambiaba muy despacio… si es que lo hacía. El lugar tenía casi el mismo aspecto que cuando Max lo había comprado hacía doce años.

Aquello había ocurrido antes de que la afición de su padre se convirtiera en obsesión, antes de que hubiera dejado San Francisco para siempre y se hubiera mudado a aquellos viñedos para dedicarse en cuerpo y alma a sus uvas. Antes de que él se hubiera convertido en el Garrett encargado de Garrett Properties y la responsabilidad consumiera su vida.

Condujo despacio junto a la pequeña casa de la propiedad en la que ya no vivía Brenna. Max había convertido la planta baja en una tienda una vez que Brenna y su madre se habían mudado a la casa principal.

Se preguntó dónde podría encontrar a su exmujer. No sabía si dirigirse al laboratorio o al despacho. Todo lo que sabía era que quería terminar lo antes posible con aquello para poder regresar a la civilización y a su vida. Aquel lugar le resultaba un estorbo. Cuanto antes lograra que Brenna firmara los documentos, mejor. ¡Si ni siquiera le gustaba el vino!

Cuando llegó a lo alto de una de las colinas de la carretera que cruzaba la propiedad, vio un tractor que se dirigía hacia las bodegas cargando una gran cantidad de uvas.

Él jamás había prestado atención al proceso de elaboración del vino, pero sabía que era demasiado pronto para realizar la vendimia.

Suspiró profundamente y pensó que Brenna estaría por allí. Podía caminar entre los viñedos para buscarla o podía dirigirse a la vivienda para esperarla.

—Vamos a terminar con esto —murmuró para sí mismo.

Maldiciendo la situación tan ridícula en la que se encontraba, condujo hasta la casa familiar, aparcó frente a ésta y llevó al que una vez había sido su dormitorio la mochila que había llevado consigo y su ordenador portátil. Entonces se dirigió a pie a buscar a su exmujer.

—Brenna, te necesitan en las bodegas. La bomba está dando problemas de nuevo —dijo Ted desde el final de la vid en la que estaba trabajando ella—. Rick le ha dado una patada y no ha ocurrido nada, por lo que me ha pedido que viniera a avisarte.

Ella suspiró. Habían solicitado ya una nueva bomba, pero no llegaría a los viñedos hasta unas semanas más tarde.

—¿Le dio la patada en el lugar adecuado?

El viticultor asintió con la cabeza.

Brenna se enderezó y se metió en el bolsillo trasero del pantalón las tijeras podadoras que había estado utilizando. Se quitó los guantes antes de secarse el sudor de la frente con una mano.

—Estupendo. Precisamente lo que no quería hacer hoy. ¿Puedes controlar la situación?

—Desde luego —respondió Ted.

Ella pensó que, si tenía que volver a desmontar la bomba, se iban a retrasar mucho. Sintió como el sudor le caía por la espalda y esbozó una mueca. Pero por lo menos podría cobijarse del calor antes de lo planeado. Telefonearía a Dianne para que le acercara una camisa limpia cuando les llevara la comida.

Se sacó el teléfono móvil del bolsillo y metió en éste los guantes. Marcó el número de Dianne mientras andaba y no vio al hombre que le salió al paso hasta que chocó con él. La fuerza del impacto provocó que se le cayera el sombrero y el teléfono móvil.

—Lo siento —se disculpó al sujetarla unos fuertes brazos que evitaron que se balanceara.

Pero entonces se dio cuenta de la elegante camisa que llevaba aquel hombre, demasiado bonita como para que ninguno de los muchachos la llevara mientras trabajaba. Además, la manera en la que la había agarrado le resultaba extrañamente familiar… así como el ligeramente picante aroma que se apoderó de su sentido del olfato.

Entonces su cerebro comprendió quién era. Jack.

—Es demasiado pronto para realizar la vendimia, ¿no es así, Brenna?

La profunda voz de su exmarido le impactó mucho. Pero el sarcasmo que había acompañado a aquella frase le ayudó a actuar con serenidad. Apartó las manos de Jack de sus brazos en lo que esperó pareciera un gesto despreocupado e intentó utilizar el mismo tono de voz que él.

—Las uvas maduran cuando maduran. Tú deberías saberlo.

Cometió el error de mirarlo a los ojos al hablar y la azul mirada de Jack le hizo dar un paso atrás. Se agachó para tomar su sombrero y al levantarse pudo ver como él le analizaba el cuerpo con la mirada. Iba vestida con unos gastados pantalones vaqueros, una sudada camiseta y unas botas de trabajo.

Esperó que el enrojecimiento que había cubierto sus mejillas pudiera ser interpretado como una reacción al intenso calor que hacía y no al calor que desprendía la mirada de su exmarido.

Jack la miró sorprendido mientras ella colocaba la coleta en la que se había arreglado el pelo debajo del sombrero y bajaba el ala para cubrir sus ojos del sol.

—Realmente necesitas un sombrero nuevo, Brenna. Ése ya está muy viejo.

Ella maldijo. Él había reconocido aquel sombrero. Él mismo se lo había regalado durante el principio de su noviazgo. Si hubiera tenido la mínima sospecha de que iba a aparecer por los viñedos, no se lo habría puesto aquel día. Era su sombrero favorito; tenía las alas muy anchas y era muy cómodo. Simplemente se lo había quedado porque le resultaba muy útil, no porque fuera un regalo de su exmarido.

Levantó la barbilla antes de contestar.

—Me resulta muy útil —aseguró.

A continuación se metió las manos en los bolsillos traseros de los pantalones e intentó actuar con normalidad… aunque normalidad era lo que menos sentía en aquel momento. Se le revolucionó el corazón y sintió las manos sudorosas.

—¿Qué te trae a Amante Verano, Jack?

Aquella pregunta pareció divertirle mucho a él.

—Sé que el abogado te ha explicado los términos del testamento de Max. Tendrías que estar esperándome.

—En realidad, no. Lo que esperaba era otra llamada de tu abogado… no que te presentaras aquí personalmente.

Aquélla era la conversación más larga que habían mantenido en cinco años y no estaba haciéndolo muy bien. Sabía que parecía estar a la defensiva e irritada.

—No necesitamos abogados para esto —respondió Jack, sacándose un sobre del bolsillo trasero de sus vaqueros—. Si podemos ir a algún lugar tranquilo…

«A algún lugar tranquilo». A Brenna se le debilitaron las rodillas al venirle a la cabeza numerosos recuerdos que aquellas palabras implicaban. Aquel verano después de la graduación, cuando el haber encontrado un lugar tranquilo había llevado a…

Se forzó a dejar aquellos recuerdos en el pasado, que era donde pertenecían. Miró el sobre que él tenía en la mano y le dio la sensación de que no iba a gustarle lo que contenía. De lo contrarío, Jack no habría querido que fueran a otra parte a hablar. Deseó ser capaz de controlar el tono de su voz y lo miró a los ojos.

—Por si no te has percatado, ahora mismo estoy muy ocupada. Seguro que recuerdas cómo funciona este lugar, ¿verdad?

—Brenna… —contestó él con una clara frustración.

Aquello ayudó. Ella se sintió muy irritada y logró controlar las perturbadoras sensaciones que se habían apoderado de su cuerpo. Jack no iba a aparecer en su propiedad después de tantos años y a actuar como si el lugar le perteneciera. Bueno, era cierto que poseía la mitad de los viñedos y que la razón por la que no visitaba la propiedad era por ella, pero decidió centrarse en lo irritada que estaba.

—Tengo uvas perdiendo calidad mientras estoy aquí hablando contigo y debo ir a arreglar una estúpida bomba si quiero tenerlas en los tanques esta noche. Vas a tener que esperar.

Contenta consigo misma por haber dicho la última palabra, pasó por el lado de su exmarido decidida a llegar a las bodegas y volver al trabajo. Pero Jack le agarró el brazo e impidió que continuara andando. La acercó mucho a su cuerpo. Las caras de ambos quedaron demasiado cerca… algo a lo que el cuerpo de Brenna respondió de inmediato… de manera vergonzosa.

Un intenso acaloramiento, un acaloramiento que no había sentido desde hacía años, se apoderó de ella. Jack estaba tan cerca que podía verse reflejada en sus pupilas y respirar su aroma.

—Ahora no, Jack —protestó, tragando saliva con fuerza—. Estoy…

—Ocupada, lo sé. Yo también. ¿Piensas que quería venir hasta aquí? —dijo él, frunciendo el ceño.

Aquellas palabras le resultaron muy hirientes a Brenna. Sintió un gran dolor e impresión. Pero en cierta medida lo agradeció ya que le ayudaba a centrarse en el presente.

—Voy a vender mi parte de los viñedos —declaró entonces Jack.

—¿Qué? No puedes hacerlo —espetó ella, indignada—. Max creó la sociedad…

—Oh, sé cómo creó esta ridícula sociedad. No tiene sentido. He encontrado un comprador y todo lo que tienes que hacer es firmar el contrato.

Ella tampoco había planeado ser propietaria de Amante Verano en aquel momento, y mucho menos compartir los viñedos con Jack, pero éste no tenía derecho a vender su parte. Y la actitud que había adoptado no ayudaba a la situación.

—De ninguna manera voy a firmar nada. Siento mucho si los términos del testamento te parecen desagradables. Créeme; para mí tampoco resulta muy placentero. Pero tenemos que soportarnos el uno al otro.

—No tendrás que soportarme cuando firmes el contrato de compraventa —aseguró él.

La tenía agarrada del brazo tan fuertemente que a Brenna estaba empezándole a doler, por lo que le apartó la mano de un manotazo. Jack se echó para atrás.

—¿A quién quieres venderle tu parte? —quiso saber ella, enfurecida—. Permíteme adivinar; has encontrado a alguien a quien le gusta descansar de la ciudad y quiere venir a pisar uvas los fines de semana, ¿no es así?

La expresión de la cara de él le dejó claro lo que quería saber.

—Mi respuesta es no.

—Eso no es una opción, Brenna. No quiero unos viñedos.

—No voy a cederle la mitad de lo que Max y yo creamos durante años a alguien que no sabe nada de este negocio —afirmó ella.

—¿Prefieres tratar conmigo? ¿No es eso peor?

Brenna se preguntó cómo podría explicarle sus razones a su exmarido. Apenas tenían sentido para ella. Ni siquiera sabía si supondría alguna diferencia si lo hiciera.

—Prefiero lo malo conocido que lo bueno por conocer.

Jack abrió la boca para contestar, pero el teléfono móvil de ella sonó. Al ver el número de la llamada entrante, Brenna recordó todas las cosas que debía estar haciendo en vez de discutir con su exmarido.

—Voy a ir a desmontar una bomba porque tengo vino que preparar —espetó de nuevo—. Esta conversación se ha terminado.

En aquella ocasión Jack no intentó detenerla… afortunadamente ya que ella estaba tan alterada que le habría pegado si lo hubiera hecho. Pero no se contuvo de decir la última palabra de la conversación.

—Esto no se ha acabado, Brenna. Recuérdalo.

Jack permitió que Brenna se alejara al reconocer los signos que evidenciaban que estaba enfurecida… aunque habían pasado diez años desde que se habían separado. Ella tenía los hombros echados para atrás y la cabeza erguida. Al ver la manera tan agitada en la que movía las manos supo que estaba hablando para sí misma.

Tal vez haberse enfrentado a su exmujer como lo había hecho había sido un ligero error táctico. Había permitido que su deseo de terminar cuanto antes con aquello dominara su buen instinto en los negocios. Parecía que su sentido común lo había abandonado… como siempre le ocurría con Brenna.

Era la única explicación que tenía.

Había tenido toda la conversación planeada, conocía a Brenna lo suficiente como para saber cómo acercársele, pero cuando ella había chocado contra él, su cuerpo había recordado cada curva de su exmujer y había olvidado su plan. Entonces la había agarrado por los brazos y había sentido como ella se estremecía al reconocerlo.

Debía haber supuesto que Brenna reaccionaría de aquella manera ante las noticias que le había dado.

La historia de ambos complicaba aún más la situación. Y si añadía el carácter de ella… Recordó lo que había dicho Max poco después de que Brenna y su igualmente testaruda madre se hubieran mudado a vivir con él.

—Lo único que me da miedo son las mujeres pelirrojas y las colinas en pendiente —había comentado su padre.