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Se había quedado embarazada de un salvaje y libertino millonario Ally Smith había roto con su novio por egoísta e infiel, pero no estaba dispuesta a desperdiciar la luna de miel en el Caribe que había pagado por adelantado. Mientras intentaba salvar sus vacaciones, conoció al apuesto y seductor Chris Wells y se arrojó de cabeza a una tórrida aventura veraniega sin sospechar que se trataba de un empresario multimillonario y una leyenda viva en el mundo de la navegación. Pero los recuerdos y consecuencias de su breve romance no se borraban tan fácilmente como un bronceado, y al volver a casa descubrió que aquel magnate de los barcos y amante de los retos en alta mar la había dejado embarazada.
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Seitenzahl: 234
Veröffentlichungsjahr: 2012
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2009 Kimberly Kerr. Todos los derechos reservados.
A FAVOR DEL VIENTO, Nº 1936 - mayo 2012
Título original: Magnate’s Mistress… Accidentally Pregnant!
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-0132-5
Editor responsable: Luis Pugni
ePub: Publidisa
NOTA: nunca pagues por adelantado tu luna de miel.
Sentada bajo una sombrilla en la playa, con una piña colada bastante aguada en la mano, Ally Smith se preguntó por qué aquella advertencia no aparecía en los tratados prenupciales.
«Seguramente porque a nadie se le ocurre incluir una cláusula de huida cuando está planeando una boda».
Debería escribir su propio libro para futuras novias e incluir un capítulo sobre las cancelaciones, los pagos por adelantado y cómo mitigar las pérdidas económicas. Y de paso algún consejo para hacer una hoguera con trescientas servilletas de cóctel de diseño exclusivo.
Sin que faltara, naturalmente, el capítulo dedicado a comprobar si el novio era el adecuado.
Hundió los dedos de los pies en la cálida arena de la playa y observó los veleros que entraban y salían en el puerto. Si hubiera insistido en el viaje a Australia en esos momentos estaría esquiando en la nieve. Se suponía que el mes de junio en Oz era fabuloso. Pero en vez de eso se había dejado convencer por Gerry para irse de luna de miel al Caribe. Un viaje absurdo y del todo innecesario, pues vivían a veinte minutos de la costa de Georgia. No les hacía falta subirse a un avión para tomar el sol y hacer surf. ¿Cómo había sido tan tonta?
Porque no cabía en sí de felicidad por estar finalmente comprometida.
En los cuatro meses que habían pasado desde que llegó a casa a la hora de comer y se encontró a Gerry en la cama con su agente de viajes; lo que explicaba por qué había insistido en que hicieran los negocios con ella y también por qué Ally estaba alojada en el peor hotel de la isla, se había dado cuenta de algunas verdades muy duras: había elegido la belleza exterior sobre la interior, y debería haber abandonado al cerdo de Gerry cuatro años antes.
Solo llevaba dos días de «luna de miel» y ya estaba muerta de aburrimiento.
—¿Está ocupado este asiento, guapa?
La voz áspera y grave la sacó de sus divagaciones y la hizo girarse al tiempo que hacía visera con los ojos para protegerse del sol de la tarde.
Y a punto estuvo de escupir su bebida cuando a un palmo de sus ojos se encontró con el bañador más minúsculo posible sobre un cuerpo que tenía mucho que ocultar.
En cualquier película decente, la voz habría sido la de un atractivo profesor de tenis con unos músculos voluminosos y bronceados. Pero aquello no era ninguna película, y aunque su admirador lucía un buen bronceado, el volumen de sus carnes se concentraba en lugares no muy favorecedores, como la cintura del bañador Speedo. Ally se mordió el labio y levantó la mirada hasta la cadena de oro que pendía sobre un pecho peludo, la barba canosa de tres días, las ridículas gafas de sol aerodinámicas de color azul iridiscente y el sombrero panamá de ala ancha.
Lo único que le faltaba para que aquellas vacaciones fueran la peor pesadilla de su vida.
—Lo siento, ¿qué ha dicho?
—Pareces necesitar compañía… ¿Qué tal si nos tomamos algo y nos conocemos? —sin esperar respuesta, el hombre se sentó en la tumbona contigua, se quitó las gafas de sol y extendió la mano—. Fred Alexander.
Los rígidos principios éticos de su educación sureña la obligaron a estrechar la mano que se le ofrecía. La palma estaba mojada, y Ally tuvo que reprimir el impulso de secarse con la toalla cuando el hombre le soltó la mano, después de sostenérsela unos segundos más de lo necesario.
—Me llamo Ally. Encantada de conocerlo, pero…
—Una chica tan guapa como tú no debería estar aquí sola. Nunca se sabe quién podría molestarte —le hizo un guiño.
«Y que lo digas», pensó Ally. Había cientos de personas en la playa. ¿Por qué aquel Fred tenía que haberse fijado precisamente en ella?
Porque era como un imán para los fracasados… Primero Gerry y ahora aquel tipo. Gerry, al menos, era mucho más agraciado físicamente.
Tenía que escapar de allí. O haberse quedado en Savannah.
No, eso jamás. Bastante le dolía haber perdido tanto dinero como para encima perderse unas muy merecidas vacaciones. En su momento le pareció la solución más práctica. Pero ya empezaba a tener serias dudas al respecto.
—La verdad es que estaba a punto de irme. Creo que he tomado demasiado sol por hoy —agarró su bolsa y se dispuso a huir, pero Fred le puso la mano en la muñeca y le acarició la piel con el pulgar. Ally apartó la mano y se levantó rápidamente.
—Me encantaría ponerte un poco de crema —sugirió Fred, recorriéndola con una mirada tan lasciva que Ally sintió un escalofrío—. Es un crimen ocultar un cuerpo como el tuyo, Ally. Deberías usar bikini.
Ally nunca se alegró tanto por llevar un discreto bañador de una pieza.
—Gracias, pero no. Voy a…
—Te invito a cenar, entonces. Te vi llegar ayer al hotel, sola, y pensé que estarías buscando un poco de compañía.
Ally dio otro paso atrás e intentó reprimir la mueca de asco.
—Bueno, yo…
—Yo también me alojo aquí. Habitación dieciséis. Debe de ser cosa del destino que ambos hayamos elegido este sitio para nuestras…
Estaba en la naturaleza de Ally hacer felices a las personas, pero aquello se pasaba de la raya. Una cosa era ser agradable, y otra ser estúpida.
—Disfruta de la playa —lo interrumpió, y se alejó apresuradamente mientras oía farfullar a Fred algo sobre su actitud. Que pensara de ella lo que quisiera. Ya había cometido bastantes equivocaciones en su vida y empezaba a hartarse.
Lo poco que había conseguido relajarse con el sonido de las olas se evaporó por culpa de aquel viejo verde que podría ser su padre.
Quizá tuviera un canal de cine en la habitación. Podía darse una ducha, pedir que le llevaran la cena… en caso de que aquel hotel contara con servicio de habitaciones, ya que no había visto ningún menú al llegar la noche anterior, y planear alguna visita turística por la isla para el día siguiente.
Eran las vacaciones más deprimentes de su vida. O tal vez fuese ella la deprimida.
La recepción estaba casi vacía. Había una pareja registrándose en el mostrador. Otros recién casados, sin duda. La joven llevaba un ramo de flores y el hombre, pelirrojo, lo estaba teniendo muy difícil para firmar en la hoja sin dejar de tocar a su novia. Parecían muy felices, y Ally les deseó en silencio todo lo mejor mientras se dirigirían hacia su suite nupcial.
—Quisiera encargar la cena al servicio de habitaciones para la veintiséis.
—Lo siento —se disculpó el recepcionista—. No tenemos servicio de habitaciones. Solo el restaurante.
Genial. El acoso de Fred le había parecido el colmo, pero los próximos días prometían ser mucho peores. Para empezar, tendría que hacer todas sus comidas sentada ella sola en un restaurante.
—Hay un mensaje para usted, señora Hogsten.
—Señorita Smith —corrigió ella al momento. Otra buena razón para no casarse con Gerry era no tener que llevar su horrible apellido.
El recepcionista puso una mueca de sorpresa y volvió a consultar el monitor.
—Ya, ya lo sé —dijo Ally con un suspiro—. Aparece una habitación doble para el señor y la señora Hogsten. Pero solo la ocupo yo. Señorita Smith.
Vio un destello de compasión en los ojos del recepcionista, pero no tenía sentido intentar explicarle que ella no lamentaba en absoluto estar soltera.
—¿Y el mensaje?
El hombre le entregó una hoja de papel doblada.
—Que pase buena noche.
—Gracias —desplegó la hoja para echarle un vistazo mientras se encaminaba a su habitación. Era el número de su madre.
Soltó otro profundo suspiro. ¿Qué sería lo siguiente? Se había asegurado de dejarlo todo en orden antes de marcharse, y apenas llevaba allí un día.
Cerró la puerta con el pie y sacó el móvil del bolso, pero enseguida recordó que allí no tenía cobertura.
El minibar estaba bien provisto, después de la visita a la tienda de licores la noche anterior, y la botella de Chardonnay parecía estar llamándola. Se sirvió un vaso y tomó un trago antes de marcar la larga serie de números para llamar a casa desde el teléfono de la habitación.
—¡Cariño! ¡Qué alegría escucharte! —la llamada parecía ser una grata sorpresa para su madre, lo que significaba que no había pasado nada grave.
Pero no significaba que fuera a librarse de Dios sabía qué. Apuró el vaso y, en vez de volver a llenarlo, se llevó la botella a la cama. Muy posiblemente iba a necesitar todo su contenido.
—He recibido un mensaje tuyo. ¿Va todo bien?
—Oh, sí, estamos bien… Supongo.
Ally esperó en silencio.
—Tu hermana me va a matar a disgustos.
Otra vez… Sonaba la campana para el asalto número 427 entre su madre y Erin.
«Respira hondo». Era lo mismo de siempre. Su familia no podía arreglárselas sin ella ni unos pocos días. Le gustaría creer que si realmente estuviera en su luna de miel, nadie la llamaría para que resolviera los problemas familiares. Pero sabía muy bien que tampoco sería el caso. Su familia era tan bruta que cualquier año servirían ardilla al horno para la cena de Acción de Gracias. Ally los quería mucho, pero su falta de sentido común la sacaba de quicio.
Tal vez era hija adoptiva. O quizá la habían cambiado al nacer. O a lo mejor la habían colocado a propósito en aquella familia para impedir que se mataran los unos a otros con sus patéticos dramas. Fuera como fuera, estaba harta de ser la única con dos dedos de frente.
Esperó a que su madre se callara para respirar y asumió su rol de pacificadora.
—Mamá. Se trata de su boda…
—Ya lo sé, pero ella no entiende lo importante que es.
Era una boda, no las pruebas de Hércules, por amor de Dios. A Ally le costó media hora convencer a su madre, aunque sabía que solo era un apaciguamiento temporal. Mientras la escuchaba se golpeó la cabeza contra el cabecero para descargar su impotencia y frustración.
—Otra cosa, cariño —le dijo su madre—. Han enviado un aviso sobre el impuesto de la propiedad.
—Eso ya lo dejé resuelto antes de irme.
—¿Entonces qué hago?
—Nada. Me ocuparé de ello cuando vuelva, pero lo dejé pagado junto a tus otras facturas.
—Ah, estupendo.
El dolor de cabeza que su madre siempre le provocaba empezaba a ser insoportable al cabo de veinte minutos.
—Voy a cenar algo, mamá. Te veré cuando vuelva y lo resolveremos todo.
—Claro, cariño. Que te diviertas. Hablaremos pronto.
Después de colgar, se apoyó en el cabecero de la cama de matrimonio y se apretó la botella de vino contra el pecho.
Afortunadamente no tenía cobertura, porque de lo contrario su móvil no pararía de sonar.
Por la ventana vio el sol ocultándose en el mar. Estaba de vacaciones, por todos los santos. Unas vacaciones realmente extrañas, de acuerdo, pero vacaciones al fin y al cabo. Estaba sola en una suite nupcial, en un lugar al que no había querido ir, en un hotel de mala muerte por culpa del rencor y la incompetencia de su agente de viajes. Y encima había pagado una fortuna por aquella estafa. No era justo, pero podría ser peor. Tenía que aprovechar lo que pudiera.
Y se había ganado con creces unas vacaciones. Había aguantado junto a Gerry tres años más de lo que debería, con la esperanza de que él cambiara y se hiciera merecedor del tiempo y el esfuerzo invertidos. Pero durante todo ese tiempo no había hecho otra cosa que mantenerlo, tanto económica como emocionalmente. Los preparativos de la boda y su posterior cancelación habían acabado por consumir sus escasas fuerzas, y si a todo ello había de añadir las continuas crisis de su familia no era extraño que estuviese al borde del colapso nervioso.
Necesitaba unas vacaciones. Se las merecía. E iba a aprovecharlas.
Tomó un último trago directamente de la botella y volvió a agarrar el teléfono para llamar a recepción.
—Soy Ally Smith, de la suite veintiséis. No, la señora Hogsten no. La señorita Smith. ¿Podría buscarme algún restaurante que hiciera repartos a domicilio y un masajista que viniera esta noche a darme un masaje de una hora? También me gustaría saber dónde se encuentra el spa más cercano. Para mañana querría una limpieza de cutis y la manicura. Ah, y que me traigan flores a la habitación.
—Es una belleza.
Chris Wells asintió, aunque no estaba del todo de acuerdo. Aquella supuesta belleza necesitaba unos cuantos retoques, aunque se podía adivinar su potencial. Chris había querido echar un vistazo de cerca para saber si los defectos eran solo superficiales o si había algún problema más grave.
—Y muy rápida —continuó el hombre con un orgullo evidente en sus palabras—. Pero también sensible y fácil de manejar.
—Su reputación la precede —Chris avanzó por el deteriorado muelle de madera. A unos quince metros la embarcación ofrecía un aspecto sólido y de elegante diseño, pero los años de abandono habían hecho mella en su imagen. Las cornamusas estaban oxidadas y el cuero que recubría el timón, agrietado y agujereado. Veinticinco años atrás, Chris había presenciado la primera victoria del Circe capitaneado por su padre y había sabido que algún día él también participaría en una regata. Gran parte de su carrera se la debía a aquel yate que se mecía suavemente bajo sus pies.
El Circe llevaba en desuso mucho tiempo, y su pesado casco de madera no era rival para los nuevos veleros de aluminio o fibra de vidrio. Pero Chris no estaba allí para comprar un barco de carreras, sino un pedazo de historia con la intención de devolverle su antiguo esplendor. Su tripulación lo tomó por loco cuando les dijo que iba a tomarse un tiempo libre para ir a Tortola a ver al Circe, pero Jack y Derrick acabarían uniéndose a él. Chris no confiaba en nadie más que en ellos para poner a punto la nave.
—¿Está en condiciones de navegar?
Ricardo, el dueño del barco, sonrió con satisfacción ante el interés que mostraba Chris.
—Habría que mirar algunos detalles sin importancia, como…
Chris apenas le prestó atención mientras sacaba el móvil del bolsillo.
—Jack. Mándame a Victor y a Mickey en el próximo vuelo. El Circe necesita algunas reparaciones, pero lo tendré listo para volver a casa al final de la semana.
—¿Estás decidido a seguir adelante con tu plan?
—Desde luego que sí —respondió Chris mientras le entregaba el cheque a un sorprendido Ricardo.
—¿Por qué no te vienes para acá y dejas que los chicos lo traigan de vuelta?
Chris respiró profundamente mientras se dejaba invadir por una sensación de confianza y certeza. Su resolución era inquebrantable.
—Porque ahora es mío.
—Pero necesitamos que vengas cuanto antes. El papeleo se te acumula en la mesa. Y si de verdad piensas batir un récord en octubre, no es momento de dedicarte a holgazanear en el Caribe.
—Mi ayudante se ocupará del papeleo y me llamará si necesita algo. Aún queda mucho para octubre y el Dagny está listo antes de plazo. Lo único que me queda por hacer es admirar vuestro trabajo.
Jack suspiró y murmuró algo entre dientes que Chris ya había oído otras veces. Jack era el mejor cuando se trataba de organizar una vuelta al mundo o diseñar un barco nuevo, pero para todo lo demás era el peor de los incordios.
—Te veré dentro de unas semanas. Que el Dagny me esté esperando con las velas izadas.
—Esta vez no vayas a quedarte remoloneando en las Bahamas, ¿de acuerdo?
Chris se guardó el móvil y se volvió hacia Ricardo.
—Necesito que me facilite el acceso a las instalaciones de mantenimiento —ya estaba haciendo una lista mental de todo lo que necesitaría para el largo viaje de vuelta a Charleston. Lo primero sería encontrar un buen proveedor en la isla.
Hacía semanas, incluso meses, que no se sentía tan bien. Agarró la bolsa del suelo y la arrojó a cubierta mientras Ricardo se dirigía rápidamente a la oficina del puerto, sin duda a ingresar el jugoso cheque que llevaba en la mano antes de que Chris pudiera cambiar de opinión.
Pero Chris ya se estaba desabotonando la camisa para cambiarse de ropa. Estaba impaciente por conocer su nueva adquisición.
Silbando, se puso manos a la obra.
Un masaje, un baño de barro y una sesión de manicura y pedicura habían obrado maravillas no solo en el aspecto de Ally, sino también en su actitud. Tortola iba cobrando un atractivo cada vez mayor para ella.
Tras una mañana fabulosa de cuidados y atenciones, volvió a su habitación sintiéndose tan relajada que las piernas apenas podían sostenerla. Una breve siesta y una ducha completaron la mejora del ánimo. Solo le quedaba encontrar un sitio para comer. Dormir a la hora del almuerzo era fantástico para la psique, pero la dejaba con el estómago vacío.
La estilista del spa le había recomendado la pequeña cafetería junto al puerto deportivo para probar la cocina local. Estaba a corta distancia a pie, y el paseo le dio la oportunidad de apreciar el maravilloso paisaje de la isla y que por culpa de su malhumor había ignorado hasta ese momento.
Un joven y sonriente camarero la condujo a una pequeña mesa con vistas al puerto. La misma brisa que le sacudía la trenza llevaba a sus oídos el relajante sonido provocado por las jarcias y el velamen de las embarcaciones. El sol le calentaba los hombros y la sopa de pescado acalló los rugidos de su estómago. Al acabarse su segundo daiquiri de mango se convenció de que estaba realmente en el paraíso.
El ajetreo del puerto la fascinaba. Savannah estaba muy cerca de la costa, pero los barcos nunca le habían llamado la atención. Allí, en cambio, la navegación formaba parte de la vida cotidiana y así se apreciaba en la actividad del puerto. Acabada la comida, y sin otra cosa en su agenda, decidió dedicar la tarde a explorar.
No había ninguna verja bloqueando el acceso a los muelles, como era lo normal en los puertos de Georgia, de modo que pudo vagar tranquilamente y sin rumbo fijo, admirando las embarcaciones de todos los tamaños y formas que se balanceaban en el agua y devolviendo el saludo a todos los que le hacían un amable gesto con la mano.
Tranquilidad. Señorita Lizzie. Lagniappe… Los nombres escritos en la popa de los barcos la hicieron sonreír. Viento de cola. Alondra. El Chica-mara le provocó una carcajada. Alma de mar. Lorelei. Circe…
El Circe era más pequeño que el resto y parecía haber vivido tiempos mejores. En la cubierta faltaban varias tablas y la pintura estaba rayada. Al mirar de cerca, sin embargo, comprobó que las rayas eran uniformes y que había un montón de tablas nuevas en el muelle.
El Circe, al igual que ella, estaba recibiendo un lavado de cara.
—Le aseguro que es por su propio bien.
Ally dio un respingo al oír la voz, acompañada del ruido que hacía algo al aterrizar en el muelle, detrás de ella. Se dio la vuelta y constató, una vez más, que el paisaje de Tortola era realmente espectacular…
Pero aquel hombre no podía ser de carne y hueso. Ningún mortal tenía un pecho como el que llenaba su mirada. Parpadeó unas cuantas veces, pero la imagen no se desvaneció. En todo caso se hizo aún más nítida. Unos bíceps deliciosamente esculpidos y bronceados se abultaron al cargar las tablas en los brazos. Los poderosos pectorales se hincharon y Ally sintió que todo daba vueltas a su alrededor. Tuvo que hacer un gran esfuerzo por recuperar el equilibrio y un esfuerzo aún mayor por levantar la vista hacia el rostro del hombre.
Y tampoco así consiguió tranquilizarse. Unas gafas de sol ocultaban sus ojos, pero no las sensuales arrugas que se le formaban al sonreírle. El hombre se secó las manos en los pantalones cortos color caqui y se quitó las gafas. Unos ojos intensamente azules se clavaron en ella y le robaron el aire de sus pulmones.
Real o no, aquel hombre iba a protagonizar sus fantasías nocturnas en los años venideros.
—Sus anteriores dueños lo tenían abandonado, pero en cuanto acabe con él volverá a ser lo que era.
Sus palabras de orgullo y determinación la envolvieron con un suave tono sureño que le recordó a su tierra natal.
—Seguro que lo agradece.
—Eso espero —alargó el brazo a la derecha de Ally para agarrar la camiseta descolorida que colgaba del montón de tablas. El movimiento acercó tanto su pecho a Ally que la envolvió con su olor a mar y sudor. Embriagada, intentó ocultar su decepción cuando se puso la camiseta y la privó de aquellos fabulosos pectorales.
—Chris Wells.
—Ally —estrechó la mano que él le ofrecía. Era cálida, fuerte y callosa, propias de un hombre acostumbrado al trabajo manual. La imagen de aquellas manos recorriéndole la piel la hizo estremecerse—. Seguro que es un barco precioso.
Chris ladeó la cabeza y se apartó de la frente un mechón de sus rubios cabellos. Sus reflejos dorados también eran reales. Obviamente pasaba mucho tiempo al sol.
—Circe —pronunció Ally—. La diosa hechicera de la Odisea.
—Sí, la misma. Me sorprende que lo sepas. Casi nadie conoce el nombre —se cruzó de brazos y se apoyó contra el montón de madera.
—Supongo que soy una obsesa de la mitología griega…
Los ojos de Chris le recorrieron el cuerpo con un brillo de interés.
—No creo que seas una obsesa de nada.
El rubor barrió el hormigueo de su piel.
—Rara vez se la reconoce como merece.
—Convirtió a la tripulación de Ulises en cerdos.
¿Era aquello una especie de reto?
—Muchos de ellos ya eran unos cerdos.
—Vaya… —dijo Chris.
—Pero también le dio a Ulises la información que necesitaba para encontrar el camino a casa y evitar a las sirenas. Ulises le debe una a Circe.
«¿Por qué estoy hablando de esto?». Tenía que cambiar de tema antes de que él la tomara definitivamente por una obsesa.
Pero Chris le brindó otra de sus encantadoras sonrisas.
—Fueron amantes. Eso es lo que Circe quería de él.
Ally se echó a reír.
—Cierto, pero creo que Ulises sacó más provecho que ella.
—¿Cómo?
—Ulises y Circe tuvieron una aventura. Después, Circe le dio una información vital y él se fue tras dejarla embarazada de trillizos —sacudió tristemente la cabeza.
—¿No te suscita ninguna simpatía el ansia de Ulises por volver a casa con Penélope?
Ally se apoyó en el montón de enfrente e imitó la postura de Chris con los brazos cruzados.
—Es Penélope la única que me inspira simpatía. Ulises, el niño bonito, se va por ahí de aventuras mientras ella se queda en casa, tejiendo y cuidando de su hijo. Penélope le guarda fidelidad en todo momento, mientras él se dedica a dejar una amante en cada puerto. Ulises era un mujeriego y un vividor.
Fue el turno de Chris para reírse.
—No parece que te guste mucho Ulises.
—No niego que tenga algo de atractivo, pero las mujeres inteligentes no se enamoran de alguien así… al menos no más de una vez.
Él arqueó una de sus rubias cejas.
—Pareces resentida por algo.
Ally se encogió de hombros.
—Digamos que he aprendido una lección. Y si quieres saber mi opinión, te diré que Ulises tuvo mucho más de lo que se merecía.
—Es una visión muy particular de un clásico de la literatura.
—Homero era un hombre. No creo que una mujer hubiese escrito lo mismo.
—En eso tienes razón.
—Puede —dijo ella, y al no recibir más respuesta se quedó bastante decepcionada. ¿Ya habrían acabado de hablar? ¿Debería seguir su camino? No quería marcharse, pero Chris tenía mucho trabajo entre manos—. Sea como sea, está muy bien que le devuelvas a Circe su gloria de antaño. Estoy segura de que quedará preciosa.
—Así será. De momento no es más que una inagotable fuente de gastos. Entiendo por qué Ulises abandonó a Circe… Demasiado necesitada, me parece a mí —añadió con un guiño.
Ally dejó escapar una risita. Hacía mucho que no se sentía tan bien.
—Eres terrible.
—Has empezado tú —repuso él.
—Y me reafirmo en lo que digo. Tu Circe merece un buen lavado de cara. Seguro que será un buque estupendo cuando lo acabes.
—Barco.
—¿Cómo?
—Es un barco, no un buque.
—Ah, vaya. ¿Hay alguna diferencia?
—Y tanto que sí. Los buques son naves de gran tamaño destinados al transporte de pasajeros y mercancías.
Estos —señaló las embarcaciones que los rodeaban— solo son barcos.
Tal vez no hubieran acabado todavía. Chris no parecía tener ninguna prisa por volver al trabajo, y un pequeño arrebato de excitación recorrió las venas de Ally. Las vacaciones iban mejorando a cada minuto que…
—¡Ally! Sabía que eras tú.
La horrible voz la golpeó entre los hombros y se extendió por su espalda como una sustancia viscosa. Conocía bien aquella voz áspera y repulsiva. Se dio la vuelta y vio a Fred acercándose torpemente por el muelle como un pato persiguiendo a un escarabajo.
¿Por qué? ¿Por qué tenía que pasarle a ella? Conocía al hombre más guapo de la isla y tenía que llegar el más baboso y repugnante para echarlo todo a perder. No era justo.
Chris arqueó interrogativamente las cejas cuando Fred se detuvo junto a ella.
—Ally… —resopló—. Te vi viniendo hacia aquí. Si te gustan los barcos estaré encantado de complacerte, cariño.
Al menos iba más vestido que el día anterior. El polo y los pantalones cortos le daban un aspecto ligeramente más decente, pero eso no cambiaba el hecho de que otra vez le estaba chafando el día.
Fred miró a Chris de arriba abajo y le echó un vistazo despectivo al Circe.
—¿Qué tal si te invito a comer y dejamos que este grumete vuelva al trabajo?
Chris apretó la mandíbula, pero no respondió a la provocación.
¿Grumete? ¿Cómo se podía ser tan grosero? ¿Y cómo iba a librarse de él sin perder las formas? Su única escapatoria era saltando al agua y nadando hasta la orilla. De lo contrario, estaba atrapada.
Fred la agarró del codo para llevársela, y ella, desesperada, se giró hacia Chris y le pidió ayuda en silencio.
La boca de Chris se torció en una media sonrisa. Pero para Ally no tenía ninguna gracia. No quería ser grosera con Fred, pero no le estaba quedando más remedio. La insolencia llamaba a la insolencia, y no era ella quien había empezado. Su conciencia podría quedar a salvo.
Respiró hondo y abrió la boca con la intención de ser grosera por primera vez en su vida.
—Mira…
—Ally —la interrumpió Chris en tono amable y suave—. Ya sé que estás enfadada conmigo por haber pasado tanto tiempo en el barco, pero no tienes por qué ponerte a tontear con otro.
Ally dejó escapar el aire de golpe y se quedó boquiabierta mientras Chris miraba a Fred y se encogía de hombros.
—Ya sabes cómo son las mujeres con estas cosas. Se ponen muy celosas.
Ally se dispuso a protestar por aquel comentario tan machista cuando se dio cuenta de que Fred estaba asintiendo. Cerró la boca y aceptó la mano que Chris le ofrecía. De un rápido tirón la tuvo pegada a su pecho, rodeándola con los brazos.
Todo lo demás dejó de existir.
Los hombres seguían hablando, pero ella no podía oír sus palabras. El calor que emanaba del cuerpo de Chris y la sólida pared de músculo que la protegía hacían que la sangre le palpitara ensordecedoramente en los oídos. Cerró los ojos y aspiró profundamente, llenándose con su olor a virilidad. Sus sentidos se avivaron y experimentó un alocado impulso de restregarse contra él. Intentó sofocarlo, pero le resultó imposible.
Entonces Chris le dio un beso en el hombro, desnudo, y una descarga eléctrica le recorrió el cuerpo. Él la apretó en sus brazos y ella se derritió con la presión.
—¿Ally?
El susurro y el aliento de Chris le acariciaron la oreja y le provocaron un escalofrío. Intentó abrir los ojos, pero los párpados le pesaban demasiado.
—Se ha ido. Ya estás a salvo.
Las palabras la golpearon como un chorro de agua helada y la devolvieron a la realidad. Y una ola de rubor le cubrió el pecho y el cuello al darse cuenta de que había estado frotándose contra él como una stripper contra una barra.
Justo lo que le faltaba para que la humillación fuese total.