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Megan Lowe, consejera matrimonial, llevaba una vida tranquila hasta que los medios de comunicación descubrieron que era la ex mujer de Devin Kenney, el abogado especializado en divorcios con más fama de Estados Unidos. Ahora, coincidiendo con la presentación del último libro de Devin, su impresionante sonrisa asaltaba a Megan desde las revistas y las vallas publicitarias, y lo hacía aún más difícil de olvidar. Por eso había llegado la hora de enfrentarse a su peligrosamente sexy ex marido.
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Seitenzahl: 174
Veröffentlichungsjahr: 2011
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid
© 2011 Kimberly Kerr.
Todos los derechos reservados.
COQUETEANDO CON EL PELIGRO, N.º 1910 - septiembre 2011
Título original: Girls’ Guide to Flirting with Danger
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicado en español en 2011
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios.
Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-9000-728-0
Editor responsable: Luis Pugni
Epub: Publidisa
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Epilogo
Promoción
TRAS cincuenta minutos de terapia con el señor y la señora Martin, la cabeza de Megan Lowe estaba a punto de estallar. Se dijo que debía hablar con la doctora Weiss para que les ajustara la medicación, porque estaban tan fuera de sí que corrían el peligro de que uno de ellos matara al otro.
Cuando se quedó a solas, tomó unas cuantas notas sobre la sesión y las guardó en el archivador correspondiente. Después, salió a buscar una aspirina.
Julie, otra de las tres internas que llevaban casi todos los casos de la clínica Weiss, blandió un botecito de analgésicos en cuanto Megan apareció por la puerta del vestíbulo.
—Ya he oído lo que ha pasado. Deberían aumentarte el sueldo por prestar servicio en zona de guerra.
Megan soltó una carcajada antes de aceptar el bote y tomarse dos pastillas con un poco de agua.
—El volumen de su voz es alarmante, pero en realidad no creo que supongan un peligro. Excepto para mis oídos, claro —bromeó.
Julie sacudió la cabeza.
—Mil años de estudios en la universidad y al final terminas de árbitro en peleas de lucha libre...
—Pero no nos pagan tanto como a los árbitros.
De repente, Julie alcanzó un periódico y le indicó un anuncio a toda página de un libro de Devin Kenney.
—Bueno, si no consigues que el señor y la señora Martin solucionen sus problemas, siempre podrás recomendarles un abogado especializado en divorcios.
Megan frunció el ceño.
—Eso no tiene gracia, Julie. Ni pizca de gracia.
Como en tantas otras ocasiones, Megan se preguntó por qué tenía tan mala suerte con su exmarido.
El año anterior, cuando su ex empezó a dirigir un programa de radio que se llamaba Proteje tu inversión, ella tuvo que sufrir las presiones de la prensa. Pero la situación empeoró notablemente cuando su libro, titulado igual que el programa de radio, llegó al primer puesto de las listas de ventas.
Ahora, Megan Lowe era la ex más famosa de los Estados Unidos. O por lo menos, de toda la zona de Chicago.
—Pues yo lo encuentro muy divertido —dijo Julie con una sonrisa carente de solidaridad—. Y la ironía me parece deliciosa.
—¿Es que quieres que te odie? Resulta molesto, no irónico —puntualizó—. Además, todo eso es agua pasada.
Megan pensó que su historia era tan vieja que Devin debería haberla olvidado como ella; pero en lugar de olvidarla, la había convertido en un pilar fundamental de su carrera.
—Oh, vamos... una psicóloga especializada en terapia matrimonial deja tan amargado a su ex que éste se dedica, a partir de ese momento, a convencer a la gente para que se divorcie. Lo siento, Megan, pero es una historia deliciosa. Y tan buena, que merece estar en todas las noticias.
Megan cerró el periódico para no ver la fotografía del libro y afirmó:
—Tienes un concepto algo extraño de la importancia de una noticia. Pero cambiando de tema, ¿has terminado con el papeleo?
Julie suspiró mientras ella abría el frigorífico para sacar su comida; sin embargo, aceptó el cambio de conversación y Megan se sintió aliviada. Últimamente dedicaba demasiado tiempo a pensar en Devin, y hablar sobre él no contribuía a mejorar su estado mental. De haber podido, habría estrangulado a su ex.
Al cabo de unos segundos apareció Alice, la recepcionista de la clínica, que llevaba un montón de mensajes para las dos psicólogas. Megan les echó un vistazo por encima hasta que llegó a uno que le llamó la atención.
—¿Los Smith han cancelado su cita? ¿Han dicho por qué?
Allen y Mellisa Smith eran sus clientes más convencidos. La cancelación afectaba a la cita del lunes siguiente, a la una de la tarde, y resultaba especialmente extraña porque nunca habían faltado a ninguna.
—Sí, lo han dicho.
Megan metió su comida en el microondas y preguntó:
—¿Y?
—Se sienten incómodos porque en los últimos tiempos has alcanzado un grado de notoriedad pública bastante elevado. Sobre todo, después de que un tipo investigara por Internet y los llamara por teléfono para preguntar por ti.
—¿Cómo? ¿Me estás diciendo que alguien ha descubierto la identidad de dos clientes y los ha utilizado para llegar a mí? Dime que es una broma, por favor.
Julie sacudió la cabeza.
—Ojalá lo fuera.
—Oh, Dios mío. Eso es...
—Una invasión de la privacidad de los Smith y una mancha en la reputación de la clínica —intervino la doctora Weiss, que acababa de llegar.
Al oír su voz, Megan se sobresaltó.
—Ah, doctora Weiss... Lo siento mucho. Esto es una locura. —Estoy completamente de acuerdo. La doctora Weiss, cuyo apellido daba nombre a la clínica, habló con un tono perfectamente tranquilo. Pero Megan no se dejó engañar. Weiss había sido terapeuta durante treinta años y ni siquiera se habría inmutado si Megan se hubiera desnudado de repente y hubiera empezado a bailar encima de la mesa.
En ese momento, habría dado cualquier cosa para que Weiss no tuviera cara de póquer. Mirándola, no se podía saber si estaba enfadada con ella ni, por supuesto, hasta qué punto lo podía estar.
De nuevo, deseó estrangular a Devin.
—Estoy segura de que esto pasará pronto. Yo no soy tan interesante. Además, todas sabemos que la opinión pública es muy olvidadiza.
—Me alegra que seas tan positiva al respecto —dijo Weiss con una voz aparentemente cálida y amable—. No obstante, sería mejor que te tomaras unas vacaciones hasta que la gente se olvide.
Megan se quedó helada.
—¿Qué?
La doctora se sentó con ellas y echó un trago del café que llevaba en la mano.
—Has acumulado muchos días libres, Megan. Creo que es una ocasión perfecta para que los aproveches.
—Pero mis clientes...
—Podemos encargarnos de ellos durante un par de semanas.
—¿Un par de semanas? Sé que esta situación es problemática, pero...
—Megan, no voy a permitir que mi clínica se convierta en un circo. Y desde luego, no voy a permitir que la prensa moleste o avergüence a nuestros clientes.
Megan se sintió como una niña que acabara de recibir una reprimenda por parte de una persona mayor. Julie y Alice intentaban adoptar una actitud distante, pero era evidente que sentían lástima de ella, lo cual contribuyó a aumentar su enfado.
Sin embargo, alcanzó un lápiz y se puso a juguetear con él para contenerse.
—Lo comprendo. Esta tarde, cuando termine con el grupo de contención de ira, Alice y yo reorganizaremos mis citas y...
Weiss sacudió la cabeza.
—No, yo me encargaré de eso.
El lápiz se partió en dos.
—Quizás deberías asistir a la terapia de ese grupo. En calidad de paciente —puntualizó Weiss, que arqueó una ceja.
Megan intentó sonreír.
—No, no, estoy bien... es que todo esto es muy difícil para mí. Alice, ¿podrías comprobar mi agenda cuando termines de comer?
Alice asintió.
—Esto no es un castigo, Megan —dijo la doctora Weiss—. Como bien decías, es posible que la situación se calme pronto. Entre tanto, puedes dedicar el tiempo a adelantar tu papeleo atrasado.
—Una idea excelente.
Megan se marchó con toda la dignidad que pudo, aunque con los puños tan apretados que casi se había clavado las uñas en las palmas cuando entró en su oficina y cerró.
Odiaba a Devin con toda su alma.
Echó un vistazo al calendario y empezó a sacar archivos y a tomar notas para Julie y para Nate, la otra terapeuta, que en ese momento estaba con un paciente y se había perdido la diversión.
Una y otra vez, intentó convencerse de que no la habían despedido y de que no la habían castigado, pero no lo consiguió.
Minutos después, llamaron a la puerta. Eran Julie y Alice.
—Lo sentimos mucho —dijo Julie.
—No hay nada que sentir. Esto pasará, ya lo veréis.
Julie se sentó en una de las sillas y Alice alcanzó los archivos de Megan.
—Todas sabemos que el odio es una emoción muy negativa —continuó Julie—, pero creo que no estaría de más en esta situación.
Megan suspiró.
—Gracias por tu comprensión, Julie. ¿Sabes una cosa? Nunca había odiado a nadie; en toda mi vida.
—¿Ni siquiera a Devin?
—Curiosamente, no.
Como Julie no parecía convencida, añadió:
—No lo odiaba. Estaba muy enfadada y dolida con él, pero no lo odiaba. Me sentía decepcionada, desilusionada, desesperada... pero el odio jamás llegó a pasar por mi cabeza. Yo seguí adelante, con mi vida. Por desgracia, es evidente que Devin no lo superó tan bien como yo.
—Necesita un buen terapeuta —dijo Julie—. ¿Conoces alguno?
—Si estás pensando en mí, me temo que voy a estar de vacaciones durante una temporada —respondió, llevándose las manos a la cabeza—. Te prometo que, si alguna vez lo tengo a mi alcance, le voy a decir unas cuantas cosas... pero ¿qué estoy diciendo? Seguro que su nombre ya no está en la guía telefónica. Y si me presentara en su editorial o en la emisora de radio, me negarían la entrada.
—Puedes encontrarlo en una firma de libros —dijo Alice.
Los ojos de Megan se iluminaron.
—En una firma de libros...
Alice asintió.
—Por supuesto. De hecho, acabo de ver un anuncio en la prensa. Según parece, va a firmar libros entre las tres y las cinco de la tarde.
—¿En serio? Qué interesante...
—Megan, no sé qué estás pensando, pero te recomiendo que no empeores la situación —intervino Julie.
Megan no le hizo caso. Se giró hacia el ordenador y empezó a buscar la librería donde se presentaba el libro de Devin.
—¿Empeorar la situación? ¿Cómo podría? Ya ha destruido mi carrera, mi reputación y mi vida —alegó.
—No las ha destruido; sólo las ha dañado. No puedes apagar un fuego con gasolina.
—Olvidas que soy una profesional, Julie. Soy muy capaz de enfrentarme a mi ex por una actitud positiva y apropiada a las circunstancias.
Julie soltó una carcajada irónica.
—¿Estás segura de eso?
—Sí —sentenció.
—Y sabes que no lo puedes estrangular ni pegarle en público.
Megan se recostó en la silla y cerró los ojos.
—Desgraciadamente, sí, lo sé. Pero tengo que hacer algo. Debo intervenir antes de que sea demasiado tarde.
—Eres una fuerza de la naturaleza, amigo mío; un hombre increíble. ¿Necesitas algo? ¿Un refresco? ¿Un vaso de agua, quizás? Por cierto, me encanta la camisa que llevas. Te queda muy bien.
Devin Kenney no se sintió halagado por la exuberancia de Manny Field ni insultado cuando Manny se alejó de repente, demostrando la falta de sinceridad de sus palabras. Formaba parte de su trabajo. Manny lo veía todo en función de su quince por ciento; y en ese momento, Devin era el autor más lucrativo al que representaba. Además, Manny era su agente literario, no su amigo. Y también era un agente literario que le hacía ganar mucho dinero.
Su relación no podía ser más beneficiosa.
Cuando se acercó la última persona de la fila, Devin le firmó un ejemplar del libro y se lo dio, haciendo un esfuerzo por no prestar atención a su sonrisa seductora ni a su escote más que generoso. En cuanto la vio, supo que estaba buscando marido. Y sus palabras confirmaron la hipótesis.
—¿Puedo tutearlo, señor Devin?
—Cómo no.
—Tu libro me ayudó mucho cuando me divorcié, pero ¿sabes una cosa? Creo que en el fondo de mi corazón sigo siendo una romántica.
La mujer sonrió y se inclinó hacia delante, ofreciéndole una vista más cercana de sus pechos.
—¿Y tú? —continuó ella—. ¿Todavía estás buscando el amor verdadero?
Devin intentaba potenciar su aspecto de divorciado amargado, porque le evitaba situaciones como ésa. Pero el truco no servía con algunas mujeres. En lugar de entenderlo como una advertencia, se lo tomaban como un desafío.
—No creo que el amor verdadero exista — respondió. —Quizás, porque no has encontrado a la mujer correcta...
Devin maldijo a Manny para sus adentros por haberlo dejado solo ante el peligro. Justo entonces, oyó el clic de una cámara y supo que esa mujer y sus grandes pechos se iban a convertir en la portada de alguna publicación.
Desesperado, miró a su alrededor.
Su agente estaba hablando con una rubia, pero no le pudo ver la cara porque se encontraba de espaldas a él. La rubia se había recogido el pelo en una coleta que oscilaba entre sus hombros cuando hablaba. Llevaba una camiseta blanca que se ajustaba maravillosamente a una espalda deliciosa y a una cintura estrecha antes de desaparecer en el interior de unos vaqueros desgastados.
Cuando contempló el contenido de aquellos vaqueros, sintió un interés muy superior al que había sentido con el escote de su admiradora. Era un trasero precioso. Y extraordinariamente familiar.
Un segundo después, la rubia se dio la vuelta.
Megan.
Ella se cruzó de brazos y lo miró a los ojos.
Él llegó a dos conclusiones: la primera, que los años se habían portado bien con su ex; la segunda, que estaba enfadada.
Manny le dio un golpecito a Megan en el hombro y Devin se levantó de inmediato. Conocía a su agente; si se empeñaba, era perfectamente capaz de destrozar a alguien con su manejo del idioma y su mirada de tiburón. Y estaba a punto de dedicarle su tratamiento especial a Megan.
—Disfruta del libro. Espero que te ayude la próxima vez.
Dejó plantada a la mujer del escote y caminó hacia su ex. Megan entrecerró sus ojos azules, llenos de ira.
Durante unos instantes, consideró la posibilidad de dejarla en manos de Manny; pero su conciencia se lo impedía. Habría sido como dejar a un niño a expensas de un matón. Además, sentía curiosidad; quería saber por qué aparecía de repente, después de siete años.
Ya no tenía su antiguo aspecto juvenil, de universitaria, pero había ganado en atractivo y la delicadeza de sus rasgos se llevaba mal con su gesto de enojo. Devin bajó la mirada y contempló sus pechos bajo la camiseta; se erguían hacia arriba como si quisieran llamar su atención.
Megan pareció adivinar los pensamientos de Devin, porque puso los brazos en jarras y apretó los labios. Con su cabello rubio claro, sus ojos azules, su estatura pequeña y su mirada de irritación, parecía una Campanilla enfadada.
Manny seguía a su lado, hablando, pero Megan ya no le hacía caso.
Sólo tenía ojos para él.
—Lo siento, Devin, pero esta mujer...
Devin le hizo un gesto para que guardara silencio. Manny obedeció y Megan apretó los dientes.
—Qué sorpresa, Megan. Me siento halagado por tu visita.
Ella sacudió la cabeza.
—Pues no deberías. Eres hombre muerto, Dev.
Manny dio un paso atrás y dijo:
—Llamaré a los de seguridad.
—No es necesario. Te presento a Megan Lowe. Mi ex.
Manny frunció el ceño.
—¿Por qué no me lo habías dicho? —le preguntó el agente.
—¿Podrías dejarnos a solas un momento? — respondió Megan—. Necesito hablar con Devin. En privado.
Manny miró a Devin, que asintió.
—No te preocupes. Déjanos solos. Estoy seguro de que Megan no tiene intención de asesinarme.
—¿Quieres apostar? —dijo ella.
—Te recuerdo que estamos en una librería, delante de cincuenta personas. Dudo que quieras organizar una escena —le advirtió Manny.
Megan echó un vistazo al establecimiento, soltó un suspiro y le dedicó la más falsa de sus sonrisas.
—No, por supuesto que no. Sólo quiero charlar unos minutos con Devin.
Devin la tomó del brazo y la llevó al almacén donde él mismo había estado esperando antes de que empezara el acto.
—¿Te parece bien aquí?Mientras él cerraba la puerta, ella preguntó:—¿Cómo has podido, Dev?—¿A qué te refieres? Tendrás que ser más explícita. Megan abrió el bolso, sacó un ejemplar de su libro y se lo mostró. —A esto. Me refiero a esto. Devin lo miró, pero sin entender nada. —¿Quieres que te lo dedique? ¿O que se lo dedique a alguna amiga tuya? —Ni lo uno ni lo otro. Ya tengo tu firma. En los papeles del divorcio. —Entonces, ¿qué quieres? ¿Consejo legal? Ella ladeó la cabeza. La coleta se le quedó delante del cuerpo, con la punta sobre el cuello de la camiseta, a pocos centímetros de sus pechos.
—Ahora que lo pienso, lo del consejo legal estaría bien... dime, ¿qué diferencia hay entre la calumnia y la difamación?
—¿Cómo? ¿Qué has dicho?
—Lo que has oído. Quizás debería denunciarte.
Devin la conocía y sabía que no se sabía expresar cuando perdía los papeles. Pero aquello le pareció excesivo.
—Por qué no te tranquilizas un poco y me dices...
—No te atrevas a mostrarte condescendiente conmigo —lo interrumpió—. Tu programa de radio ya era bastante malo, pero este libro...
Él dudó. No sabía si aplacarla o contra atacar.
—Mira, no creo que...
—Y ahí está el problema —continuó Megan—. ¿No te has parado a pensar que la opinión pública puede estar interesada en la ex mujer del abogado especializado en divorcios más popular del país?
Devin intentó intervenir; pero Megan, que había empezado a caminar de un lado a otro, siguió hablando.
—¿No has pensado que la gente puede creer que algunas de las cosas que cuentas en la radio y en tu libro forman parte de tu experiencia personal? ¿No se te ha ocurrido que la prensa me buscaría a mí para obtener mi versión a alguna historia especialmente jugosa?
—¿Estás enfadada porque algunos medios de la prensa amarilla quieren sacarte información para utilizarla en mi contra? —preguntó, perplejo.
Ella se volvió a cruzar de brazos.
—¿Algunos medios? Son todos los medios, Dev. Toda la prensa, todos los canales de televisión por cable y todos los malditos blogueros del universo. ¿Es que no lees lo que se publica por ahí? ¿No has visto que, de un tiempo a esta parte, tu nombre aparece asociado al mío?
Devin no leía lo que publicaban; no tenía tiempo. Para eso estaba Manny, su agente literario. Y visto lo visto, tendría que hablar seriamente con él.
Ahora entendía el enfado de Megan. Su exmujer siempre había sido tímida, y la presión de los medios sería demasiado para ella.
Devin se sintió culpable y extendió una mano sin más intención que tocarle el brazo y tranquilizarla un poco; pero Megan dio un paso atrás y él recordó que ya no tenía derecho a tocarla.
—Me temo que no puedo hacer gran cosa por impedirlo, Megan. Estuvimos casados y la gente lo sabe.
Ella suspiró.
—Siento que te hayan molestado por mi culpa —continuó—. Espero que pase pronto, pero sobra decir que lo entenderé si decides aprovechar la situación para sacar dinero a los medios.
—No quiero sacarles nada. Sólo quiero que me dejen en paz —afirmó ella—. Ya han dañado mi carrera, y si insisten...
—¿Tu carrera?
—Bueno, sé que nunca me prestaste mucha atención, pero deberías recordar que yo también tengo un trabajo.
Devin lo recordaba demasiado bien. Megan se había mudado a Albany y le había pedido el divorcio porque su carrera era lo más importante para ella.
El recuerdo le resultaba tan amargo que habló con más frialdad de la que pretendía:
—No entiendo que un poco de fama pueda dañar tu carrera.
Megan apretó los dientes.
—Te recuerdo que soy psicóloga y que estoy especializada en terapia matrimonial.
Él arqueó las cejas y rompió a reír.
Megan suspiró.
—Sí, sí, soy muy consciente de la ironía. Y también lo son todos los tipos que se ponen en contacto conmigo para que les hable de ti —insistió ella—. Pero soy una buena psicóloga y tenía una buena reputación... hasta ahora.
—Sigo sin entenderlo.
—Intentaré ser más clara. La prensa no me deja en paz. Llaman a mi despacho y a mi casa a todas horas; inundan mi correo electrónico e incluso se han hecho pasar por pacientes interesados en una terapia.
—Ya veo.
—Eso lo podía soportar, pero de repente, han empezado a presionar a los clientes de la clínica donde trabajo, con las consiguientes molestias para ellos y para nosotros. Además, las conjeturas de los medios sobre nuestro matrimonio han servido para que la gente me considere una especie de arpía psicótica. Ya no confían en mi capacidad como terapeuta matrimonial.
Megan respiró hondo y continuó:
—Ah, casi lo olvidaba. Mi jefa me ha ordenado que me tome unas vacaciones porque todo esto destroza la reputación de la clínica. Muchas gracias, Devin. Has destrozado mi vida. Por segunda vez.
Devin estuvo a punto de responder con dureza; desde su punto de vista, no era él quien había destrozado la vida de Megan la primera vez, sino ella quien había destrozado la suya. Pero era agua pasada y, por otra parte, Devin tenía corazón. Incluso con su exmujer.
—No lo sabía. Si quieres, intentaré solventar el problema... podría aclarar públicamente que tú y yo estuvimos casados hace mucho tiempo y que mi libro no tiene nada que ver con nuestra antigua relación.
Megan se relajó un poco.
—Es un principio, pero no creo que sirva de nada.
Él se sintió frustrado.
—Entonces, ¿qué diablos quieres que haga?