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El poder más estupendo que Dios podía otorgar, lo dio al espíritu. Y puesto que cada pensamiento está impregnado del poder de este espíritu que lo ha creado, evidentemente actúa. Sabiendo esto, cada uno de vosotros puede convertirse en un benefactor de la humanidad: a través del espacio, hasta las regiones más alejadas, puede enviar pensamientos como si fueran mensajeros, criaturas luminosas a las que encarga ayudar a los seres, consolarles, iluminarles, curarles. Aquél que hace conscientemente este trabajo penetra poco a poco en los arcanos de la creación divina.
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Seitenzahl: 192
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Omraam Mikhaël Aïvanhov
Poderes del pensamiento
Izvor 224-Es
ISBN 978-84-935717-6-4
Traducción del francés
Título original:
PUISSANCES DE LA PENSÉE
© Copyright reservado a Editions Prosveta, S.A. para todos los países. Prohibida cualquier reproducción, adaptación, representación o edición sin la autorización del autor y del editor. Tampoco está permitida la reproducción de copias individuales, audiovisuales o de cualquier otro tipo sin la debida autorización del autor y del editor (Ley del 11 de marzo 1957, revisada). - www.prosveta.es
I LA REALIDAD DEL TRABAJO ESPIRITUAL
I
Es evidente que el hombre está mejor preparado para el trabajo en la materia que para el trabajo espiritual, porque los instrumentos que posee para actuar en la materia – los cinco sentidos – están mucho más desarrollados que los instrumentos que le permiten acceder al mundo espiritual. Por eso, muchos de los que se lanzan a la vía de la espiritualidad tienen la impresión de no conseguir nada y acaban por desanimarse.
¡Cuántos exclaman!: “¿Qué clase de trabajo es éste cuyas realizaciones nunca se ven? Cuando trabajamos en el plano físico, por lo menos obtenemos resultados: algo cambia, algo se construye o se destruye. E incluso un trabajo intelectual produce resultados visibles: nos instruimos, somos más capaces de razonar, de decidir sobre tal o cual tema…” Sí, todo eso es cierto. Si queréis construir una casa, al cabo de unas semanas ya podéis verla, tocarla. Mientras que si queréis crear en el plano espiritual, nadie ve nada, ni vosotros ni los demás.
Así, ante semejante incertidumbre, quizá os pongáis a dudar hasta el punto de desear dejarlo todo y de lanzaros como todo el mundo a una actividad cuyos resultados sean más fácilmente constatables. Podéis hacerlo, pero un día, aunque hayáis conseguido el éxito, sentiréis que interiormente os falta algo. Es inevitable, porque no habéis alcanzado lo esencial, todavía no habéis plantado nada en el terreno de la luz, de la sabiduría, del amor, del poder, de la eternidad.
Lo que hay que comprender de una vez por todas con respecto al trabajo espiritual, es que éste concierne a una materia extremadamente sutil que escapa a nuestros medios de investigación habituales. Los trabajos que es posible llevar a cabo en el plano espiritual son tan reales como los que realizamos en el plano físico. Construir un edificio, desencadenar fuerzas, orientar corrientes, iluminar conciencias en el plano espiritual es algo tan real como puede serlo, en el plano físico, cortar madera o preparar una sopa. Si no lo vemos, es porque se trata de una materia diferente. Y, por otra parte, el que vive verdaderamente en el mundo espiritual no tiene necesidad de que estas realidades, que siente a su alrededor, sean tan visibles y tangibles como las del mundo físico. Pero, con el tiempo, pueden también materializarse.
Si no conocemos estas leyes, si esperamos ver inmediatamente los resultados de nuestro trabajo espiritual, nos desanimamos y echamos abajo lo que ya hemos construido. Porque esta materia, tan sutil, es muy fácil de modelar. Por eso, según esté o no convencido y según sea o no perseverante, el hombre construye o destruye. A menudo construye, e inmediatamente después destruye, impidiendo así la realización definitiva de su trabajo. Pero la concreción material debe, inevitablemente, producirse un día.
Si interrogáis a los Iniciados, os dirán lo siguiente: todo lo que veis en la tierra no es otra cosa que la concretización de elementos etéricos que, con el tiempo, han llegado a este grado de densidad y de materialización. Por tanto, si tenéis fe y paciencia para continuar el trabajo emprendido, llegaréis a concretar en el plano físico todo lo que deseéis. Y si decís: “¡Pues yo hace años que deseo cosas que no se realizan!”, se debe a que no sabéis cómo trabajar, o a que, por determinadas razones, vuestros deseos todavía no pueden ser atendidos. Si vuestros deseos conciernen a la colectividad, a la humanidad entera, evidentemente son mucho más difíciles de realizar que si os conciernen sólo a vosotros. Mientras que vosotros deseáis la paz en el mundo, ¡cuánta gente desea la guerra! Y, evidentemente, su deseo se opone a la realización del vuestro. Pero no hay que desanimarse. ¿Qué dice Jesús en los Evangelios?: “Buscad el Reino de Dios y su Justicia y todo lo demás se os dará por añadidura…” La búsqueda del Reino de Dios lleva en sí misma su propia recompensa.
El trabajo espiritual y el trabajo material son dos cosas diferentes. Hay que saber qué se puede y qué no se puede esperar. Del trabajo espiritual podéis esperar la luz, la paz, la armonía, la salud, la inteligencia; pero si esperáis que os dé dinero, gloria, reconocimiento y admiración de las masas, estáis confundiendo ambos mundos y seréis desgraciados. No hay que esperar ningún beneficio material de vuestras actividades espirituales. Lo que creéis permanecerá todavía durante mucho tiempo invisible, impalpable.
Utilicemos ahora una imagen, y digamos que la diferencia entre un espiritualista y un materialista consiste en que... el espiritualista ¡se lleva consigo su casa donde quiera que vaya! Sí, el espiritualista nunca puede ser separado de sus tesoros, que son internos, ni siquiera por la muerte. Porque únicamente pertenecen al hombre las realizaciones internas, sólo éstas enraízan en él, y cuando debe irse al otro mundo, en su alma y en su espíritu posee piedras preciosas – como cualidades, como virtudes – que puede llevarse consigo, inscribiéndose su nombre en el libro de la vida eterna.
Un espiritualista, pues, sólo es rico en la medida en que ha tomado conciencia de que las verdaderas riquezas son espirituales. Si no tiene clara conciencia de esto, no posee nada, no es más que un pobre diablo. Mientras que al materialista, en cambio, siempre le queda alguna posesión externa, al menos durante un cierto tiempo, y ello le da una superioridad aparente sobre el espiritualista. El espiritualista tiene que comprender dónde radica su verdadera superioridad, de lo contrario está perdido. Ved: “Grandeza y miseria de los espiritualistas”... ¡Hay que escribir un libro sobre eso!
La riqueza de un ser espiritual es algo extremadamente sutil, imperceptible, y sin embargo, si es consciente de ella, posee el Cielo y la tierra, mientras que los demás sólo poseen un pedazo de tierra en algún lugar. ¿Por qué no se comprende esto? Algunos dirán: “Lo comprendo. Comprendo que sólo las posesiones espirituales son seguras y duraderas, que nada de lo que es material nos pertenece verdaderamente, que un día debemos abandonarlo todo porque es imposible llevárnoslo con nosotros al otro mundo. Pero, aún sabiendo que me equivoco, prefiero seguir viviendo esta vida materialista; me gusta…” Sí, desgraciadamente, así es: cuando el intelecto comprende la ventaja de una cosa pero el corazón desea otra, ¿qué hará la voluntad? Seguirá el deseo del corazón; la voluntad sólo hace lo que le gusta al corazón. Para vivir esta vida amplia, vasta, rica, hay que amarla; comprender no basta.
Mi papel es el de daros explicaciones, argumentos, y puedo encontrar otros todavía, pero no puedo obligaros a amar la vida espiritual. Claro que, de alguna manera, puedo influir en vosotros. Si alguien ama algo, este amor es contagioso y puede influir en los demás, porque cualquier ser humano puede comunicar a los demás un elemento de lo que él posee; hasta las flores, las piedras o los animales pueden hacerlo. Es posible, pues, que algo de mi amor por el esplendor del mundo divino se os comunique. Pero depende de vosotros el que aceptéis esta influencia.
Yo hago siempre todo lo posible para haceros comprender qué camino os interesa seguir, pero el gusto de andar por este camino debéis tenerlo vosotros. Cuando amáis algo, os sentís impulsados a acercaros a ello. Cuando tenéis hambre, experimentáis amor por el alimento, e inmediatamente os levantáis para ir a buscarlo en los armarios o en las tiendas. Lo mismo sucede con todo lo demás. Si amáis la vida espiritual no podréis quedaros así, parados, con los brazos cruzados: os sentiréis impulsados a dar salida a este amor, y haréis todo lo que podáis para satisfacer esta necesidad de vida espiritual.
En resumen, podemos decir que hace falta un Maestro que exponga claramente al discípulo en qué consiste la vida espiritual, y por qué es importante acercarse a esta vida, pero quien tiene que amarla y vivirla es el discípulo. El Maestro da la luz, y el discípulo decide con su corazón: ama o no ama, y la aplicación sigue automáticamente. ¿Veis qué claro es?: la luz viene del Maestro, el amor viene del discípulo; y el movimiento, el acto, es el resultado de ambos. Suponed que el Maestro sea una lámpara: el discípulo que tiene amor por la lectura se acercará a la lámpara y empezará a leer.
Toda la riqueza de un espiritualista se encuentra dentro de él y en la conciencia que tiene de ello; si no es consciente de esta riqueza es más pobre que todos los materialistas: por lo menos los materialistas poseen algo, mientras que él no posee nada. Pero si aprende a ensanchar su conciencia comulgando a través del pensamiento con todas las almas evolucionadas del universo y a recibir su ciencia, su luz, su gozo, ¿qué materialista podrá comparársele? Hasta las piedras preciosas y los diamantes palidecen ante el centelleo de todos los tesoros internos, ante el esplendor de un alma deslumbrante, de un espíritu radiante.
El espiritualista que tiene la conciencia vasta e iluminada es rico como el Señor; mucho más rico, por tanto, que el rico que sólo posee riquezas terrenales. El materialista no sabe que es heredero de Dios; siempre piensa que es heredero de su padre, de su abuelo o de su tío, y esto es poca cosa. El espiritualista, en cambio, siente que es heredero de Dios y que esta riqueza de la que es heredero se encuentra en su espíritu. En tanto que no lleguéis a pensar así, seréis siempre pobres y miserables. Diréis: “Ser heredero del Señor. ¿Qué cuentos nos está contando?” No son cuentos. Si vuestra conciencia se ilumina, sentiréis que sois verdaderamente herederos del Señor.
Los humanos que se ejercitan especialmente en desarrollar sus facultades intelectuales lo hacen, desgraciadamente, a expensas de otras posibilidades de exploración y, sobre todo, de realización: la vida sutil del universo escapa a sus investigaciones y a su actividad. Descendiendo a la materia olvidaron su origen divino; ya no recuerdan cuán poderosos, cuán sabios y hermosos eran. Ahora lo que les preocupa es la tierra: explotarla y asesinar para enriquecerse. Pero llegará un tiempo en que, en lugar de dirigir su atención hacia el mundo externo, volverán a tomar el camino hacia lo interno: no perderán ninguna de las posibilidades que han adquirido durante siglos y milenios – porque su descenso a la materia seguirá siendo para ellos una adquisición extraordinaria – y, sin embargo, ya no estarán exclusivamente concentrados en este aspecto del universo, animándose a descubrir otras regiones todavía más ricas y más reales, donde realizarán su obra como hijos de Dios.
Porque es preciso que lo sepáis: cuando un ser ha consagrado verdaderamente su vida a la luz, su trabajo es de una importancia decisiva para los asuntos del mundo. Dondequiera que esté, conocido o desconocido, es un centro, un foco tan poderoso que nada se hace sin él: armoniza las fuerzas del universo con un objetivo luminoso, e incluso participa en las decisiones de lo alto. ¿Os extraña esto? Sin embargo, es natural. ¿Por qué los espíritus luminosos que velan por el destino del mundo no tomarían en consideración la opinión de los demás espíritus que se les parecen por su irradiación y sus emanaciones? No sería lógico ni justo que aquí en la tierra nadie pudiese expresar su opinión cuando hay que tomar decisiones que afectan al futuro de la humanidad. Debéis saber pues, de ahora en adelante, que vuestra voz puede ser oída para decidir el destino del mundo, y que podéis participar en los consejos de lo alto. Así, vuestra vida tomará un nuevo sentido. Comprenderéis mejor cuán importante es empezar a vivir una vida divina que os haga dignos de que se oiga vuestra voz junto a la de las entidades sublimes.
Diréis: “Pero, ¿es consciente el discípulo de este papel?” Puede llegar a serlo, pero al principio, ciertamente no lo es. Hay en él algo que participa, que es tenido en cuenta, escuchado, pero ello sucede en las esferas superiores de su conciencia, a las que no tiene acceso su conciencia ordinaria. El plano físico es tan opaco, tan denso, que hace falta mucho tiempo y muchos esfuerzos para que los acontecimientos que se producen en las regiones celestiales vengan a reflejarse en él. Por tanto, en los primeros momentos, en los primeros años, esta participación no será demasiado consciente; pero será, de todos modos, real. De otra manera, ya os lo dije, no sería justo que algunos se hubiesen apropiado de todos los poderes y que ni siquiera quedase para los pobres espiritualistas la posibilidad de hacer oír su voz en las votaciones celestiales. Pero, para votar arriba, hay que estar verdaderamente despierto, hay que ser verdaderamente consciente, sabio, puro; no es como en la tierra, donde todo el mundo tiene derecho a opinar, incluso los insensatos y los criminales.
Cuando Jesús decía: “Mi Padre Celestial trabaja y yo también trabajo con Él”, expresaba la ideade que el Padre asocia a sus hijos en sus decisiones.Y Jesús no es el único que puede participar en estetrabajo del Padre, puesto que también dijo: “El quecumpla mis mandamientos podrá hacer las mismascosas que yo, e incluso las superará...” Si cumplimoslas condiciones, también nosotros podremos participar en este trabajo. ¿Cuándo comprenderán los cristianos que las verdades celestiales les permiten liberarse y hacer algo glorioso para el mundo entero? ¿Por qué vivir una vida desdibujada, inútil? ¿Acaso el ideal de un cristiano consiste en mojarse los dedos con agua bendita, encender unas velas, comerse unas hostias, y después volverse a su casapara dar de comer a las gallinas y a los cerdos, tomarseunas copas y pegar a su mujer? Ya es horade que los cristianos comprendan la Enseñanza deCristo de manera más amplia, y de que empiecenverdaderamente a trabajar en el sentido que Élles mostró, en vez de descansar tranquilamente conla seguridad de que ya no tienen nada que hacer,puesto que les ha salvado derramando su sangrepor ellos.
Estáis en la tierra como en un campo que hay que cultivar. Cualesquiera que sean vuestras ocupaciones, aunque os vayáis de paseo por el bosque o a descansar, debéis evitar todo lo que pueda parecerse a estancamiento, e introducir en vosotros un estado de actividad ordenada y armoniosa, es decir, armonizar y hacer que converjan todas las corrientes y energías que hay en vosotros y fuera de vosotros hacia la fuente de la vida, hacia la luz. Éste es el único trabajo en el que un discípulo debe pensar. Una nueva luz viene al mundo para dar nuevamente un sentido a todo lo que hacemos; esta luz es otra comprensión de la palabra trabajo.
Le preguntáis a alguien: “¿Qué haces? – Trabajo...” ¡Bien! Pero aún está lejos de saber lo que es el trabajo: hace chapuzas, vacila, se fatiga, pero eso no es todavía el verdadero trabajo. Muy pocos, incluyendo a los Iniciados, pueden decir “trabajo”. Lo que pueden decir la mayoría de los seres humanos es, más bien, “Hago chapuzas”, o “Hago ensayos desafortunados”, o “Me rompo la crisma con ciertos problemas...” Pero, para decir “Yo trabajo”, como lo dijo Jesús, hay que haber podido elevarse hasta el Espíritu divino para tomarle como modelo, para inspirarse en Él. En realidad, únicamente Dios trabaja. Aunque también lo hacen los Ángeles y los Arcángeles, sus servidores, porque le han tomado como modelo. Por eso, en la enseñanza del futuro la palabra trabajo irradiará una nueva luz y tomará un sentido mágico, porque, gracias a este trabajo, el hombre conseguirá transformarse.
En dos mil años no se ha profundizado todavía el significado de esta frase: “Mi Padre trabaja, y yo también trabajo con Él...” Ni siquiera se han preguntado en qué consistía este trabajo de Dios, cómo trabajaba, ni porqué Jesús se había asociado con Él. En realidad, ¡es algo gigantesco! Ni siquiera yo pretendo haberlo comprendido. Sí, es algo vertiginoso. Este trabajo de Cristo es un trabajo del Espíritu, del pensamiento para purificar, para armonizarlo todo... para hacer que todo converja hacia la Fuente divina, a fin de que el Agua de esta Fuente pueda vivificar la tierra y a sus criaturas. Por eso Jesús rogaba también al Señor que diese a sus discípulos una vida fértil, porque la vida es el agua divina que todo lo hace crecer. Privado de esta agua, de esta vida, el hombre no es más que un desierto. El trabajo de Cristo consiste en hacer que fluya la vida, y éste es el trabajo que el hombre, hijo de Dios, debe aprender a ejecutar.
Ciertamente antes de llegar hasta ahí, los humanos deberán pasar por trabajos físicos duros, penosos, como le está ocurriendo a la mayoría en el momento actual. Es necesario, es una etapa; mientras no sean capaces de ejecutar el otro trabajo, tienen que realizar éste, porque, de cualquier forma, algo hay que hacer. La naturaleza no tolera a las criaturas que no hacen nada. Todo el mundo debe ser movilizado; no se tolera que una partícula permanezca inactiva, debe integrarse en un conjunto, en un sistema. Los que dan vueltas desorientados, sin objetivo, son atraídos y engullidos por otros centros terribles; y entonces, todo se ha terminado para ellos. Así pues, hay que luchar siempre contra estas fuerzas de inercia y decidirse a trabajar como el propio Cristo trabajaba.
En realidad, todo trabajo puede convertirse en un trabajo espiritual. Para mí, todo es trabajo. La palabra trabajo está en mi cabeza día y noche, y procuro utilizarlo todo para el trabajo. No rechazo nada, todo lo utilizo. E incluso cuando estoy inmóvil, sin hacer nada aparentemente, trabajo con el pensamiento, enviando vida, amor y luz por todo el universo. Hacedlo también vosotros y entonces encontraréis, por fin, el sentido de vuestra existencia.
II
Según la Ciencia iniciática, el espacio está colmado de una materia sutil, de una quintaesencia que está repartida por todas partes, a nuestro alrededor y dentro de nosotros. Y les corresponde a los hijos de Dios tomar esta materia informe, como si fuese pasta de modelar, con el fin de producir fantásticas realizaciones. El mundo invisible se interesa por nuestras creaciones, las observa, y después decide. Si ve que algunos no contribuyen a la armonía universal, sino que la perturban y la destruyen, les priva de las condiciones y posibilidades idóneas, con lo cual retroceden, cayendo de nuevo en un nivel de evolución más bajo. ¡Y hay tantos niveles desde la piedra hasta Dios! La cuestión que se plantea, por tanto, es saber cuáles son los trabajos más adecuados para el discípulo de una Escuela iniciática, y yo puedo indicaros algunos.
El discípulo se preocupa en primer lugar de perfeccionarse, de recobrar la imagen que poseía de sí mismo en un pasado lejano, antes de abandonar el Paraíso, y que ahora ha perdido. Se ocupa de esta imagen: quiere recobrar su rostro original, que emanaba una luz, un esplendor y una perfección tales que todas las fuerzas de la naturaleza le obedecían. E incluso los animales se extasiaban a su paso. Era un rey, y todo le obedecía debido a la perfección de su rostro. Más tarde, cuando abandonó el Paraíso para experimentar en el mundo, perdió esta perfección, y las demás criaturas ya no le reconocieron: al no ser tan bello y expresivo, no se maravillaban al verle, le volvían la espalda, dejando de obedecerle. El discípulo, que se acuerda de este pasado lejano, sólo piensa en recobrar este rostro que perdió. Y como este rostro era el de Dios mismo, porque el hombre está hecho a imagen de Dios, puede volverlo a recuperar pensando en el rostro de Dios. Al pensar en la luz, en el esplendor y en la perfección de Dios, que es infinito, todopoderoso, y todo amor, aún sin quererlo, recupera nuevamente su propia imagen.
Si Moisés afirmó en el Génesis que el hombre fue creado a imagen de Dios, no lo hizo vanamente, inútilmente, sino con la intención de indicarles, de mostrarles a los Iniciados que deben ocuparse de esta imagen. Así pues, el discípulo aprende a concentrarse en la perfección de Dios, en su amor, en su sabiduría, o en su poder... Dios tiene tantas cualidades y atributos que nunca llegará a agotar tanta riqueza. Y de esta manera, se va modelando y acercando a la perfección. Se trata, desde luego, de un trabajo larguísimo, infinito, pero fantástico: recuperar la realeza perdida.
Evidentemente no se puede forzar a los seres humanos, y cada cual reacciona según su grado de evolución. ¿Qué queréis que haga un gato? Explicadle lo que queráis, y sin embargo, os dirá: “No sé tocar el piano, no sé seguir cursos en la Universidad, no sé mandar un ejército, pero sé atrapar un ratón...” Así que, explicadle lo que queráis, os escuchará amablemente, ronroneará un poquito, después os dejará repentinamente para echarse sobre un ratón, y luego volverá relamiéndose. Cada cual comprende según su grado de evolución. Yo hablo para aquellos que sienten que hay un trabajo a realizar con el pensamiento. Estos se alegrarán y dirán: “¡Ah! ¡Ésta es una actividad para nosotros!” Los demás irán a buscar “ratones”, placeres inferiores.
¡Claro que sé que muy pocos aceptarán estas ideas tan avanzadas y extrañas! ¿Cuántos han oído hablar de la existencia de una quintaesencia etérica que podemos modelar? Pero ahora llegan nuevos tiempos y el hombre debe emprender nuevos trabajos. Hay otros muchos que aún puedo indicaros. Quizá algunos de vosotros se sienten atraídos por una actividad más impersonal que la de ocuparse siempre de su propia imagen. Estos pueden pensar que el mundo entero forma una familia cuyos miembros se aman, se comprenden, se sonríen; ya no hay guerras ni fronteras, y todos viajan y se reúnen libremente. La tierra entera canta un himno de gozo y de agradecimiento al Creador... Sí, ¡hay tantas cosas buenas en que pensar para conseguir la felicidad del género humano! ¿No es esto mejor que pensar en tantas otras cosas prosaicas y egoístas?
También podéis pensar en la vida de las entidades celestiales: Ángeles, Arcángeles, Divinidades, todas las Jerarquías... Pensad en sus cualidades, en la luz en la que viven, en su amor, sobre todo en su pureza, y desead que este esplendor descienda a la tierra. De esta manera construís puentes y creáis comunicaciones para que la perfección, la riqueza, y la belleza de arriba desciendan un día, realmente, a la tierra.
Sí, en vez de dejar que el pensamiento vague por cualquier parte, debéis darle un trabajo. Tanto si esperáis en una estación como en la antesala del dentista, orientad vuestro pensamiento en una dirección para continuar vuestro trabajo divino. ¿En qué creéis que ocupa la gente su pensamiento en los metros, los autobuses y los trenes? Uno piensa en vengarse de fulano o de zutano que le han dicho esto o aquello; otro piensa en quitar la mujer a su mejor amigo; un tercero, en eliminar a su colega. Todos tienen algo en la cabeza, desde luego, y a menudo algo negativo, perjudicial, dirigido a satisfacer la ambición de ajustar cuentas con el vecino. Apenas encontraréis a uno o dos que se comuniquen con el Cielo; los demás están sumergidos en preocupaciones vulgares o criminales. Lo veo. Lo cual, por otra parte, no es difícil, porque todo se refleja: lo que piensan, lo que desean, nada hay más claro que eso. Se imaginan que pueden esconderlo; no, de una forma o de otra trasluce... ¡Sobre todo cuando quieren esconderlo!
Sí, es mejor abandonar ciertas ocupaciones que no os aportan nada y dedicar más tiempo a las actividades espirituales. Mediante estas actividades vais, por fin, a respirar, a renacer; ellas os liberarán del Príncipe de este mundo, porque esta esfera no le pertenece; no tenéis, por tanto, nada que ver con él, y todas las riquezas y bendiciones que recibís os son dadas por otros, por entidades celestiales, y entonces os sentís libres, libres, libres...