Poesías serias y humorísticas - Pedro Antonio de Alarcón - E-Book

Poesías serias y humorísticas E-Book

Pedro Antonio de Alarcón

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Beschreibung

Volumen que recoge la producción poética del escritor Pedro Antonio de Alarcón, dividida en lo que él llama Poesías Humorísticas y Poesías Serias. En ambas se aprecia su gusto por el recurso estilístico, su lirismo y su profunda sensibilidad.-

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Pedro Antonio de Alarcón

Poesías serias y humorísticas

TERCERA EDICIÓN

Saga

Poesías serias y humorísticas

 

Copyright © 1861, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726550726

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

DEDICATORIA

Téngase por reproducida aquí la primera Poesía del presente volumen, con la cual dediquéá mi mujer , hace quince años, la colección de mis versos juveniles.

P. A. De Alarcon.

29 de Junio de 1885.

__________

PRÓLOGO

DE LA PRIMERA EDICIÓN.

Tal vez no se hubiera dado á la estampa, en mucho tiempo, esta colección de poesías, si yo, á fuerza de ruegos, no hubiera logrado vencer la desidia del autor. Alego aquí este servicio literario, para justificar lo que de otra suerte pasaría por audacia: este Prólogo mío.

Aunque el poeta, tan conocido ya y tan estimado del público, no ha menester que yo ni nadie le patrocine, no estará de más decir algo sobre la índole y el mérito de sus composiciones.

Claro está que no voy á buscar argumentos para persuadir al público á que guste de ellas, sino á exponer algunas de las razones en que el gusto y el ya alcanzado aplauso se fundan.

En muchos escritos míos he dicho repetidas veces, y he procurado demostrar, que la edad presente es más favorable á la poesía lírica y más fecunda en buenos poetas líricos que ninguna de las pasadas. Sólo quizás en los mejores tiempos de Grecia, cuando el sol de la libertad iluminaba todas sus gloriosas repúblicas, verdes y frescos aún los laureles de Maratón, Platea y Salamina, hubo poetas líricos como los que en nuestra edad han cantado las maravillas de la civilización, las tempestades sublimes de las revoluciones, y la virtud progresiva y bienhechora de la libertad moderna. Sólo Simónides, Arquíloco, Píndaro y Corina, celebrando á los héroes y á los vencedores en la arena olímpica en presencia de la Grecia toda congregada, pueden ser comparables á los poetas líricos de nuestro siglo.

La libertad misma, el favor del pueblo, el aplauso inteligente de una ilustrada democracia, fueron, y son, los Augustos y los Mecenas de aquéllos y de estos griegos cantores. No nacieron ni se criaron, como plantas exóticas y parásitas, en los invernáculos y cercados jardines de los Reyes y de los Grandes, sino al aire libre,

«Donde no se apoca

el numen en el pecho

y el aliento fatídico en la boca.»

No vinieron á cantar sólo los dulces y fáciles amores, las delicias de los festines, la pompa cortesana y los sentimientos y dogmas religiosos sujetos á una pauta oficial é invariable, sino á cantar libre y espontáneamente de Dios y de la naturaleza, y á vaticinar los altos destinos de la humanidad, con acento valiente, enérgico y digno de ella.

Esta nueva época de gran poesía lírica no es fácil marcar en qué momento empezó. En unos países hubo de adelantarse, y hubo de retardarse en otros. Pero no es lo interesante el comienzo, sino el fin de esta época. ¿Acabará la poesía, como pretenden algunos, ó tendrá una vida y una fecundidad inmortales, como otros aseguran? Yo soy de los más firmes creyentes en la constante y activa duración de la poesía, y ya he dado, en otros escritos también, las razones que tengo para creerlo así. La ciencia y la experiencia, por grandes que sean sus progresos, no invaden todo el campo de la fantasía. Este campo es infinito, y cuanto el saber humano explora, averigua ó explica, es nada en comparación de la inmensidad adonde no penetra, del universo invisible que se sustrae á todo su estudio, de la región misteriosa donde sólo entran, se explayan y logran crear mil prodigios la fantasía, el sentimiento y la fe.

De tales argumentos, que no es esta la ocasión de ampliar, me valgo yo para convencerme á mí mismo y para convencer á los otros de la perpetuidad de la poesía; y hasta me inclino á veces á creer, no ya en su perpetuidad y florecimiento inmarcesible, sino en un constante crecimiento y mayor auge; porque, lejos de suponer, como suponen otros, que la ciencia, al descubrir, aminora lo descubierto y lo no descubierto, presumo lo contrarío, que lo magnifica y lo ensalza todo. Lo que descubre lo hace mayor y más bello que lo que había fingido la fantasía; y calculando luego la mente lo no explorado por la grandeza de lo explorado, también lo no explorado se agranda y se sublima.

Siendo esto así, como lo es, no cabe duda para mí en que la poesía lírica ensancha sus dominios y aumenta su energía con el andar de los tiempos. No hablo de la poesía dramática ni de la épica, porque exigen otras condiciones que hoy no se dan, por donde son hoy inferiores, y no dejarán de serlo mientras no se transfiguren, lo cual no es de mi incumbencia decir aquí si podrá ser, y cuándo y cómo podrá ser, dado que sea.

Lo que importa explicar, á fin de que no se entienda que me contradigo, es que dentro de esta época, altamente favorable á la poesía lírica, época que podemos calcular que empezó á fines del siglo próximo pasado, hay un período de terrible prosaismo, en el cual vive hoy ó vegeta toda Europa, y singularmente España.

Causa principal de este prosaismo momentáneo ha sido (considerando en conjunto toda la civilización europea) el cansancio natural, el desmayo y el desaliento que suceden á las hondas especulaciones metafísicas, en que nuestra edad ha sido tan rica.

Por reacción de aquel grande movimiento filosófico, y en esta postración actual, han brotado y medran, como los espinos y abrojos donde ya se agostaron las flores, los más descarnados sistemas materialistas; la negación de Dios, del espíritu y de todo lo que no es materia; el aborrecimiento de toda metafísica y de toda teología.

España, que no desplegó la mayor actividad en el movimiento metafísico anterior, tampoco se halla hoy tan infestada del materialismo y del llamado positivismo que han surgido por reacción posteriormente; pero tales doctrinas, por estar más al alcance del vulgo, han penetrado más, y se han difundido lo bastante para destruir y secar en las almas las inspiraciones y los pensamientos poéticos.

Hay en España asimismo otro motivo antipoético poderoso. El conocimiento de nuestro malestar material, apenas sentido antes, se ha divulgado, naciendo de él un vehemente deseo de vivir mejor materialmente. De aquí lo prosaico y ruín de este período de la vida social de nuestro pueblo; de aquí la poca afición que muestran á la poesía las clases más adelantadas. La poesía, el término de la aspiración, la meta en la carrera del deseo en pos de lo ideal, suele ponerse ahora en comer bien, en vestir con elegancia, en vivir en una casa confortable. El que no ha logrado esto, corre desalado para lograrlo; el que ya lo consiguió, se llena de orgullo, y se considera como el poeta verdadero.

En este período prosaico ha venido al mundo, como poeta, el Sr. Alarcon.

Cruel destino ha sido el suyo; pero, hasta donde es posible, ha logrado vencerle, dando con tan difícil triunfo una prueba irrefragable de su valor.

De la situación momentánea del mundo, y en particular de la de nuestro país, indicada aquí en breves palabras, han dimanado varios vicios en casi toda la poesía novísima, vicios de que la poesía del Sr. Alarcon se halla exenta.

El principal de estos vicios se puede llamar (valiéndonos de un vocablo muy usado hoy por los naturalistas) atavismo exagerado. No parece sino que las musas, aunque vengan traídas de la mano por un poeta progresista, ó racionalista, ó filósofo, partidario en prosa de las últimas revoluciones, admirador en prosa de todo lo que constituye el carácter de nuestro siglo, é impregnado de su espíritu hasta los tuétanos, retroceden espantadas hacia los siglos bárbaros y se llevan al poeta que las traía, obligándole á decir en verso lo contrario de lo que en prosa siente, piensa, afirma y sostiene; trastrocándole en detractor de la época presente y encomiador de las pasadas; obligándole á imitar, aunque en sentido inverso, al falso profeta Balaam, que por encargo de los Moabitas fué á maldecir al pueblo de Israel, y contra su voluntad, y sin caer en lo que hacía, le colmó de bendiciones.

Es otro vicio el incesante sermonear, acudiendo á todos los lugares comunes del Lárraga; y otro, la afectación de un espiritualismo severo, que condena todo lo que no es mortificación de los sentidos, conversación interior y retraimiento del mundo y de sus pompas; de todo lo cual dista el poeta muchísimo en la práctica de la vida.

El Sr. Alarcon no peca por ninguno de estos lados. Es un poeta natural. En prosa y en verso es siempre el mismo. El escritor y el hombre son lo que deben ser, enteramente idénticos.

Nace de esta naturalidad y candidez, y de las varias y aun opuestas tendencias del día, lo inseguro y vacilante que suele encontrarse el corazón aun en los instantes de más fervoroso entusiasmo y de más arrebato poético. Solicitada el alma por diversas esferas de atracción, viendo á las claras el pro y el contra de lo que sostiene, acostumbra refugiarse en la ironía, y cae en un estado que, con palabra tomada de la lengua inglesa, llamamos humorístico. Las mejores poesías del Sr. Alarcon son las que expresan dicho estado del alma.

Nada hay nuevo en el mundo, y dicho estado, y la poesía que de él nace, no son nuevos tampoco. Apenas hay poeta lírico, ni aun en los tiempos más remotos, que no deje en ocasiones traslucir la ironía; que no tenga su punta de humorístico, á veces en las composicíones más graves. No pocos críticos han creído descubrir sobre los labios del divino Homero una delicada y burlona sonrisa, hasta al pintar al hijo de Saturno, cuando, enarcadas las negras cejas y movidos sobre su cabeza inmortal los rizos perfumados de ambrosía, estremece la cumbre del Olimpo. Dechado más evidente del género humorístico é irónico es la famosa y tan repetida oda de Horacio en alabanza de la soledad, de la vida del campo, de las costumbres puras, sencillas y santas en los tiempos patriarcales. ¿Quién, al leer aquella oda, no aborrece por un instante los suntuosos banquetes, el lujo y las luchas de la ambición? ¿Quién no promete evitar los palacios de los príncipes, el foro ruidoso y la inquieta é inconstante plebe? ¿Quién no desea irse á vivir á un cortijo con su inocente esposa, que hará allí el papel de una sabina, ordeñando las vacas, aprestando los no comprados manjares, y todas las otras suavísimas rustiquezas que el poeta nos describe y que están oliendo á madreselva, á tomillo y á la flor del nemoroso brezo? El mismo Horacio sentía este deseo, este amor, este entusiasmo de la esquívidad campesina, y este desengaño de las vanidades y las glorias de la tierra, al escribir su oda. La oda, sin embargo, es el discurso que hace el usurero Alfio cuando recoge el dinero que tenía dado á premio; pero, aunque ya casi se cree retirado en el campo.

«Jam, jam futurus rusti us,»

no bien acaba de recoger el dinero, busca á quién ha de prestarle con mayor ganancia en el mes siguiente.

«Omnem relegit idibus pecuniam;

Quaerit kalendis ponere.»

No se entienda que esto es una travesura de Horacio: es un acto de modestia y de pudor, una prueba más de su gusto exquisito. Aquel poeta cortesano, alegre, amigo de la sociedad elegante y de los más refinados placeres, aunque en un momento sintiese con sinceridad lo contrario, no podía aconsejarlo sin el correctivo de la ironía, sin la esfumación de lo humorístico, so pena de hacer que lo que es sincero y sentido apareciese como una declamación vana, falsa y amanerada. No en otra cosa reside el hechizo arcano de la poesía humorística. Sin duda que, siendo héroe, ángel, santo ó semi-dios el poeta, no ha menester del humor; pero, no siéndolo, vale más que, al mostrarnos sus pensamientos angélicos ó divinos, descubra la flaqueza y miseria de su condición humana, que no que truene, fulmine y hasta excomulgue, cuando se ve poseído del numen y agitado interiormente por el estro, sin acordarse de que era un mortal pecador como nosotros momentos antes de tomar el tirso ó la lira en la mano, y de subir á la trípode inspiradora.

Sirva esto de justificación al género humorístico. Las poesías del Sr. Alarcon en este género son, á mi ver, las más lindas del tomo. Están llenas de gracia, de espontaneidad y de ternura.

El Sr. Alarcon ha atinado además con el estilo propio de dicho género de poesías, poco cultivado antes por los españoles. Teníamos el estilo jocoso, el satírico, el grave, el sentimental, pero no el humorístico, que es como una mezcla armónica y suave de todos ellos, donde no deben parecer duras y violentas las transiciones.

Viene en auxilio del buen ingenio del Sr. Alarcon, y de sus cualidades adecuadas á semejante modo de poetizar, la maestría dichosa con que maneja el lenguaje, empleando á veces con primor y acierto algunas frases vulgares, algunos idiotismos que prestan un candor chistoso y una ligereza delicada á lo que escribe.

Como el lector no ha de pararse en el Prólogo, sino que ha de leer y releer las poesías que vienen en pos, no quiero abultarle citando trozos de lo que más adelante verá entero. Sólo enumeraré los títulos de las más bellas é importantes de estas composiciones humorísticas. Son Sueños de sueños, Una flor menos, Á la luna, Historia inverosímil, El día de año viejo y Ayer y hoy.

En algunas otras composiciones, de las más sentidas, serias y graves, aparecen de vez en cuando rasgos felices del mismo humor, los cuales están tan bien traídos y tan hábilmente ajustados al cuerpo y al espíritu de toda la composición, que no la desentonan ni empañan su limpieza y hermosura, antes imprimen en ella un sello indeleble de sencilla verdad y de espontáneo afecto. Esto se nota principalmente en la Dedicatoria del tomo á la mujer del poeta, en el Adiós al campo, en la alegoría El cigarro y en otras obrillas del mismo orden.

Lo más selecto del tomo es de lo que ahora se llama subjetivo: es poesía autobiográfica, si bien no tanto de los accidentes externos de la vida, cuanto de lo íntimo y profundo del corazón y de la mente, y de sus pasiones é ideas. Más que á la casta ó linaje de poetas doctrinales y que se dirigen al pueblo, como Píndaro, Solón, Tirteo, Schiller, Manzoni y Quintana, pertenece el Sr. Alarcon á aquella otra casta, cuyos versos no se asemejan á una homilía, sino á un monólogo, donde el poeta se da razón de sus impresiones, y hace, por decirlo así, examen de conciencia, deteniéndose un rato á considerarse, interrogarse y juzgarse á sí propio, en medio de una vida azarosa, agitada y aventurera. Bajo este aspecto, el Sr. Alarcon es como los antiguos trovadores y minnesinger, ó más bien como nuestros poetas mahometanos de la Edad Media, que corrían las aventuras; que eran soldados y peregrinos; y ya cantaban de una cita de amor, ya describían una orgía y otros deportes y devaneos, ya una batalla en que se habían hallado, como Ibn-Handis, y ya palacios y jardines; y ora hablaban de sus amores y de sus celos por culpas de alguna principal señora, como Ibn-Zeidun por la princesa Walada, ó como el célebre Tannhaüser por la misma Venus, transformada en diabla merced al cristianismo; ya se convertían á mejores costumbres, se arrepentían y hasta hacían penitencia, componiendo versos místicos y aun ascéticos. Algo semejante, salvo la diferencia de los tiempos, hay en las composiciones del Sr. Alarcon. Como viajero, describe el Océano, el Monte Blanco, la ciudad de Venecia, Roma, el Vesubio; como soldado, ensalza la Bandera de Ciudad-Rodrigo; y como amante, produce gran abundancia de poesías, y ya celebra los favores, ya lamenta los desdenes, ó ya zahiere la coquetería y pícara condición de alguna dama, como la de aquella, más que tierna vanidosa, á quien alude en las quintillas tituladas Por vía de epitalamio. Por bajo de todos estos versos palpita la vida misma del poeta y se esconden todos sus lances de amor y fortuna.

Recogido ahora á buen vivir y hecho un excelente padre de familia, muestra su ternura hacia los niños en versos tan dulces como los del soneto Á mi hija, en sus días, El secreto y Camino del cielo.

No es esto decir que el Sr. Alarcon sea siempre subjetivo y humorístico. Toca todas las teclas y registros, y ensaya, casi siempre con felicidad, todos los tonos. Tal vez es sentencioso, doctrinal ó gnómíco, pero sin pecar en cansado ó prolijo. Á vuelta de sus bromas, se advierte que sueña en un amor inmortal, y frisa á menudo en el misticismo.

Á pesar de que la legítima trompa épica está abollada hace siglos y suena poco, el Sr. Alarcon soltó una vez el plectro para empuñarla y hacerla sonar, y lo consiguió, en cuanto cabe en este género de poesía, ahora artificial y anacrónico.

Su canto El suspiro del moro da testimonio de esta verdad, que el Liceo de Granada reconoció al premiarle con la Medalla de oro.

Aunque el Sr. Alarcon no se jacta de purista, y detesta lo rebuscado, y hasta parece que huye de todo atildamiento en la frase y de todo artificio en las palabras, su versificación es robusta y correcta, y su lenguaje castizo, elegante y propio.

Posee, por último, el Sr. Alarcon el don misterioso de la gracia y de la simpatía. Sus versos atraen al lector, y, después de atraído, le retienen y le embelesan. Este atractivo, esta virtud magnética, se siente mejor que se comprende; pero debe, de consistir en la sinceridad. Es tan hermosa, tan rica, tan noble, considerada en sí, no ya sólo el alma del Sr. Alarcon, sino casi toda alma humana, que si acierta á mostrarse sinceramente, sin aliños y sin mentidos afeites, en su desnudez limpia y pura, tienen por fuerza que interesarse en su favor y hasta que adorarla las demás almas. El toque magistral de la poesía lírica subjetiva está, pues, á no dudarlo, en arrancar al alma el velo con que se encubre y en mostrarla desnuda. Bienaventurado quien acierta á hacer esto con el decoro y la destreza que se requieren.

Desnudar un alma no es negocio tan hacedero. Algunas andan tan embozadas, vestidas y arropadas en la materia, que, según expresión del vulgo, tienen más conchas que un galápago y no se despojan ni á tirones.

Rarísimas, y estas son las de los poetas, visten un cendal leve y vaporoso, que al menor soplo de una pasión ondea, vuela y deja patente la belleza recóndita. No proviene de otra cosa la poesía, y tal es la que encierra este tomo.

Juan Valera.

1870.

__________

A MI MUJER

Entre cantares y alborozo y fiesta,

¡cuán pronto pasa el suspirado día

que bulliciosa turba en la floresta

dedicara al amor y la alegría!

¡Cuán pronto!.... Ved: la tarde moribunda

los párpados entorna en Occidente,

é inadvertida oscuridad profunda

va envolviendo al tropel indiferente....

Melancólico al fin lejos resuena

el toque de Oración, eco de un mundo

que á Dios acude en su constante pena,

y, tétrica y medrosa,

la antes alegre turba bulliciosa

regresa á sus hogares

y al cotidiano afán de sus pesares.

¡Pasó, y no volverá! ¡Pasó aquel día

de vano aturdimiento y de locura

que les dispuso en la enramada umbría

el genio del placer y la hermosura!

— Helos tornar entre la sombra oscura....—

¡Feliz aquel que vuelve aprisionado

en las redes de amor, y enamorada

ve á la prenda querida que á su lado

suspira por la luz de una mirada!

Pero, de tantas descuidadas risas,

de la danza frenética y del canto,

de los besos fiados á las brisas,

¿qué más le resta que mortal quebranto

al que en su pobre corazón vacío

tan sólo siente el gotear del llanto

que lento infiltra el implacable hastío?

_________

Así tornaba yo de los pensiles

de mis años floridos, contemplando

cómo aquellos quiméricos abriles

vinieron y se fueron tan callando,

Soñando entré en mis años juveniles;

soñando los pasé; salí soñando....;

y, al despertar entonces, me veía

solo, en la noche de un soñado día.—

Detrás de mí, cerrada y misteriosa

quedaba, ya distante, una arboleda,

cuyas ramas mil veces cariñosa

meció para arrullarme el aura leda....—

¡Era mi juventud! — Sola y oscura,

como negra alameda

plantada entre una y otra sepultura,

ya al lejos la enramada aparecía....

¡Allí quedaba la corriente pura

que bullir entre céspedes veía;

allí la senda abierta entre las flores;

allí la sombra que gustar solía,

y el trino de los tiernos ruiseñores,

que nunca más ¡ay triste! escucharía!....

_________

La edad crüel en tanto me empujaba

por áridos senderos:

— ¿Adónde caminaba?—

¡Sólo el recuerdo inútil me quedaba

de mis años primeros!—

¡El recuerdo no más!....—¡Oh vil memoria,

cómplice fiera del ajeno olvido!

¿Qué me valía la pasada historia,

si era ya el corazón desierto nido?

¿Quién habla de las aves pasajeras,

que huyeron hacia nuevas primaveras

al árbol en que ayer su amor cantaron?

¿Qué valen á las áridas praderas

las flores que sin fruto se secaron?

¡Fueron ¡ay! mis estériles venturas

leves nubes del cielo,

cuyas mudables tintas y figuras

arrastra el aire en su callado vuelo!

¡Y mis ídolos fueron sueños míos,

que yo, insensato, apellidé querubes;

y, á merced de mis propios desvaríos,

mudaron nombre, y forma, y atavíos,

como á merced del sol cambian las nubes!

_________

Muerto en mi cielo el luminar del día,

borrados de mis sueños los antojos,

huérfano el corazón, solo y sin guía,

breñas y abismos viendo ante mis ojos,

¿cómo arrostrar la pedregosa vía,

cubierta de malezas y de abrojos?

¿Á qué existir? ¿á qué tan cruda guerra,

si era un desierto para mí la tierra?

En la dorada copa de la vida,

de grato néctar por el cielo henchida,

no quedaba ya más que la hez amarga

y el veneno fatal de la experiencia....—

¿Qué hacer de mi existencia?—

¿Vivir.... para morir? ¡Inútil carga!

¿Padecer sin amor? ¡Atroz violencia!

¡Cáncer cuyos dolores nunca embarga

el bálsamo eficaz de la paciencia!

_________

Imagínate agora, esposa mía,

—tú, á quien mi alma reverente canto

en estos versos tímidos envía, —

que, en tanta soledad y duelo tanto,

cuando más tenebroso mi camino

era y más triste mi ignorado llanto,

hubiese visto en el confín del cielo

alzarse blanca, pura, misteriosa,

la bienhechora luna tras un monte,

esclareciendo con su faz radiosa

la densa lobreguez de mi horizonte.

Imagínate el gozo con que viera

inundarse de luz la ingente esfera,

reaparecer el mundo ante mis ojos,

y, en medio de los ásperos abrojos,

serpentear la senda ya perdida....,

así como del alma agradecida

la emoción y contento

al verse acompañada y asistida

de la casta deidad del firmamento....

Idólatra ó amante,

fijos mis ojos en aquel semblante

que una paz inmortal me prometía,

hubiérale sin duda abierto el alma,

diciéndole: «¡Pon fin á aquesta guerra,

»y apártame por siempre de la tierra,

»tú que del cielo vives en la calma!

»¡Llévame de este mundo y de esta vida

ȇ otro mundo mejor, donde las flores

» no desparezcan en veloz huída

»al soplo de los vientos bramadores!

»¡Háblame de delicias inmortales;

»cuéntame las grandezas de esa altura;

» que vivos en mi alma los raudales

» aún están de la fe y de la ternura!»—

__________

Tal hubiérale dicho yo á la Diosa,

al verla aparecer.... — Mas no era ella:

no fué la luna la deidad radiosa

que allí me apareció.... — ¡Cuánto más bella,

y cándida, y piadosa,

á mis ojos lució gentil doncella!....

— Pero mis labios sella

ese rubor que en tu mejilla casta

me ruega que no siga....

— ¡No temas!.... Yo también ¡oh dulce amiga!

tiemblo, y bendigo, y enmudezco.... — Basta.

__________

Ni ¿á qué más? —¿Por ventura, al dedicarte

estas desaliñadas Poesías,

faltas de inspiración, mofa del arte,

cosecha ingrata de los tristes días

que viví sin amarte,

fuera noble que gárrulas excusas

te diese, como suelen los conversos,

sobre la varia multitud de Musas

que verás invocadas en mis versos?

¡No! ¡Ni fuera cortés (y lo pasado

merece cuando menos cortesía)

renegar á la postre de ese coro,

ayer tan celebrado,

que vaga entre una y otra poesía,

ni tu propio decoro

semejante hecatombe aceptaría!

__________

¡Baste decir que para ti he reunido

éstas que llamaré marchitas flores

dispersas por el viento del olvido,

y que en todas cantara tus amores....,

si primero te hubiera conocido!

Madrid , 1870.

__________

POESÍAS SERIAS

EL SUSPIRO DEL MORO 1 .

Y el Santo de Israel abrió su mano,

y los dejó, y cayó en despeñadero

el carro y el caballo y caballero.

(Herrera.)

No la grandeza del empeño santo,

no la hazaña inmortal, no la memoria

de la egregia Isabel : el duelo canto

del Rey sin trono, sin hogar ni gloria,

que, en vez de sangre, vergonzoso llanto

vertió á la postre de su infanda historia:

¡llanto sin fin que los anales cierra

de siete siglos de implacable guerra!

Madre afligida del Amor cristiano:

sé Tú la Musa que piedad me inspire

para que, enfrente del procaz pagano,

ni los de Dios ni tus agravios mire.

Está vencido, llora, y es mi hermano….

¡Haz que á su vez mi cítara suspire

cuando él dirija la postrer mirada

de eterno adiós á la gentil Granada!

Y tú que, errante, la infinita arena

de los desiertos cruzas, los tesoros

sin olvidar de esta región amena,

¡triste progenie de los reyes moros!,

deja que tu apenada cantilena

salve del mar los ámbitos sonoros

y preste al canto que mi voz te envía

su dulce son y vaga melodía....

___________

Principiaba una fúlgida mañana,

de esas que alegran el adusto invierno,

cual bellas hijas que en edad temprana

la hìel endulzan del dolor paterno:

del monte excelso la cabeza cana

reflejaba del sol el rayo eterno,

y en la atmósfera azul, diáfana y pura

destacaba la nieve su blancura.

Por los barrancos de la ingente Sierra

mil arroyuelos nítidos corrían,

buscando el llano, en cuya arada tierra

su caudal fecundante repartían:

tranquilos ya, tras la finada guerra,

los labradores á su afán volvían,

y en medio de los densos olivares

humeaban los rústicos hogares.

También las aves á sus dulces nidos

y á la paz que perdieron retornaban;

los rebaños, ayer despavoridos,

otra vez por las cumbres asomaban;

y cantos, y rumores, y balidos

el aire placidísimo poblaban,

cual si el pasado sanguinoso empeño

hubiera sido imaginario sueño.

Esa mañana refulgente y grata,

mientras el sol del aterido Enero

rizados hilos de escarchada plata

trocaba en perlas con su ardor primero,

de Moros numerosa cabalgata,

que el blanco lino y el bruñido acero

igualaban á un bando de palomas,

subía del Padul las mansas lomas.

Aquel cortejo, triste y misterioso,

de noche á Santa Fe dejado había,

y cruzado la vega silencioso

antes que el alba despertase al día;

pero, al salvar el punto montuoso

á que llegaban cuando el sol salía,

los Moros sus corceles refrenaron,

y atrás la vista con afán tornaron.

Iba al frente de aquella comitiva

un joven de extremada gentileza,

cuyo boato y majestad esquiva

señales daban de imperial grandeza.

Su noble palidez y frente altiva,

los negros ojos de oriental belleza,

su cándido albornoz y barba oscura

completaban tan clásica figura.

Siempre á su lado, como fiel esposa,

fijos en él los hechiceros ojos,

cabalgaba una joven tan hermosa,

que al lucero del alba diera enojos.

Mas de su rostro angelical la rosa

y de sus labios los claveles rojos

trocado había pertinaz la pena

en lirio mustio y pálida azucena.

Tras ella, blanco cual nevado armiño;

enhiesto, aunque raquítico y doliente;

único bien del paternal cariño;

temible ya, como león naciente,

sobre negro corcel marchaba un niño,

no llegado á la edad adolescente,

pero que ya maldijo su hado insano,

cautivo y solo en el Real cristiano.

Torvo el aspecto de la faz sombría,

parda la tez y la cabeza cana,

junto al niño impertérrita venía

una lujosa, gigantesca anciana:

su viril ademán y la energía

de su mirada fiera y soberana

descubrían en ella á la matrona

digna del cetro y la imperial corona.

Y, en fin, no lejos, en tropel brillante,

sólo por miramiento rezagados,

iban, con muerte y rabia en el semblante,

palaciegos, visires y criados.

Del sin ventura que subió delante

lamentaban empero los cuídados,

cual si humilde callara ante la ajena,

por temor ó lealtad, la propia pena.

Desde el lugar en que parado habían,

á la vez abarcaba la mirada

los rudos montes en que entrar debían

y la extendida vega matizada.

¡Un paso más...., y nunca ya verían

el mágico horizonte de Granada!

¡Un paso más.... , y de su vista ansiosa

desparecía la ciudad hermosa!

El Moro aquel altivo y prepotente

se apartó de familia y servidumbre,

y silencioso, tétrico, doliente,

quedó como clavado en la alta cumbre.

La contracción horrible de su frente

retrataba su negra pesadumbre;

pero, en cárcel de orgullo preso el llanto,

negaba alivio á su mortal quebranto.

Fijos los ojos, cual queriendo en ellos

dejar grabados y por siempre vivos

de aquel paisaje los matices bellos;

mudo, inmóvil, alzado en los estribos,

el infeliz, del sol á los destellos,

vió pasar los instantes fugitivos,

sin poder separar la vista un punto

de aquel sublime, sin igual conjunto.

¿Quién era? ¿Iba á morir? ¿Por qué tal duelo?

¿Por qué á su alrededor no resonaba

ni una voz de esperanza ó de consuelo?

¿Por qué su esposa con rubor echaba

sobre la casta faz el blanco velo?

¿Quién era el triste que tan solo estaba?

¿Qué maldición cayó sobre aquel hombre?

¿Cuál era su infortunio? ¿Cuál su nombre?

¡Era Boabdil!.... ¡Boabdil, el fruto airado

de Muley desdeñoso y de Aixa fiera;

el hijo por la madre aleccionado

contra su padre y rey á alzar bandera;

el ambicioso audaz y desalmado,

ladrón del solio á cuyo pie naciera,

que, al eco santo del paterno grito,

fué por su raza y por su Dios maldito!

¡Era Boabdil, cuya ominosa estrella

costó á sus padres sempiterno lloro,

rompió el encanto de la Alhambra bella

y el fin atrajo del Imperio moro! ....

¡Mísero rey, tras cuya infausta huella

se hundió la tierra siempre, y llanto y oro

y sangre y honras devoró el abismo,

hasta que al cabo sumergióse él mismo!

¡Era Boabdil, que con indigna mano

dado las llaves de la Alhambra había

y su trono y su pueblo al Rey cristiano!.....

¡Era Boabdil, que desde allí veía

plantar sobre la Vela al castellano

la odiada Cruz del Hijo de María!

¡Era Boabdil, que la postrer mirada

dirigía por siempre á su Granada!

_________

¡Granada! la Ciudad cuyas rüínas,

festoneadas de perpetuas rosas,

aún alegran las aguas cristalinas

que en sus cármenes entran bulliciosas!

¡La Ciudad que las fieles golondrinas,

como en tiempo mejor, buscan ansiosas,

pidiendo á los palacios derruídos

sombra y quietud para sus caros nidos!

Era, sí, esta Ciudad, que despoblada

hoy parece tal vez al que la mira

de hierba y rotos mármoles sembrada,

como Paesthum, Itálica ó Palmira:

la Ciudad que, entre flores sepultada,

pasmo y asombro al universo inspira,

mientras sus muros de labrada piedra

disputa el tiempo á la viciosa hiedra.

¡Era Granada…. , rica y esplendente,

tal como fué.... cuando Granada era!

Llamábanla Damasco de Occidente,

de la grey de Ismael Roma al tanera,

de sus sabios Atenas floreciente,

de las artes lujosa primavera,

hija del Cielo, patria de las flores,

jardín de la hermosura y los amores.

Boabdil la contemplaba adormecida

en los cárdenos montes del Oriente,

de un alquicel blanquísimo vestida,

y de bermejas torres la alta frente,

cual de corona señorial, ceñida....

¡Allá quedaba lánguida, indolente,

adúltera sultana, infiel esposa,

mostrando al vencedor su risa hermosa!....

Y allá quedaban los amantes ríos

que plata y oro le tributan fieles;

el Dauro con sus cármenes umbríos,

y el Genil con sus cálidos verjeles;

del Albaicín los blancos caseríos,

la Antequeruela oculta entre laureles,

de la Alcazaba el recio baluarte,

y la Alhambra gentil, ¡sueño del arte!

¡La Alhambra! ¡Regio edén, huerto florido,

mágico alcázar, que su planta moja

del hondo Dauro en el raudal temido,

y cuyas torres de argamasa roja,

de las copas del bosque entretejido

salir se ven entre la verde hoja

y luego alzarse á la región del viento,

como ideal, aéreo monumento!....

¡Con vergüenza y amor y envidia y pena

Boabdil de aquel edén se despedía,

donde su infancia transcurrió serena

y entró aclamado, victorioso un día!

Entonces ¡ay! desde su fuerte almena

reinaba en la mitad de Andalucía....

Ya.... sólo le ofrecía el hado cierto

un caballo.... y la arena del desierto!

Luego miró la anchísima llanura....;

tapíz que bordan con vistosas tintas,

ora las huertas de eternal verdura,

ora las blancas y graciosas quintas,

ya de extenso olivar la mancha oscura,

ya de las aguas las fulgentes cintas,

aquí las torres de apiñada aldea,