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El hijo pródigo es una obra teatral en verso de Pedro Antonio de Alarcón. Articulada en tres actos, se estructura en torno a un drama familiar con amargo desenlace.-
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Seitenzahl: 86
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Pedro Antonio de Alarcón
DRAMA EN TRES ACTOS Y EN VERSO
ORIGINAL DE
Saga
El hijo pródigo
Copyright © 1871, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726550900
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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Dedro Autouio de Alarcou.
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La escena es en Carmona, en casa de D. Blas, año de 185...
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Se estrenó esto drama en el teatro del Circo de Madrid, la noche del 5 de Noviembre de 1857, á beneficio de primer actor D. Joaquin Arjona.
Salon antiguo: á la derecha en primer término, gran chimenea de campana. En segundo término una puerta que va al interior de la casa. En el fondo puerta grande que da á un corredor, cuya baranda de madera se alcanza á ver. A la izquierda en segundo término, un aparador con vajilla. En primer término, una mesa, sobre la cual hay un belon de cuatro mecheros, y una jaula con un canario. Entre el aparador y la mesa, una ventana de cristales. Muebles viejos, restos de una casa solariega. Al lado de la chimenea enfrente del público, un gran sillon de baqueta. (La izquierda y la derecha se entenderán siempre del espectador.)
Don Blas, Doña. Rosa, Dolores, Doña Ramona. Al alzarse el telon, D. Blas reza con un rosario en la mano, sentado en el sillon. Doña Rosa y Doña Ramona hacen calceta, sentadas tambien á la chimenea. Dolores está sola á la derecha, vuelta de espaldas al hogar, jugando con la jaula. Es de noche. — Oyese el doble de una campana á lo lejos.
Blas. Por el eterno descanso
de los que en la tierra yacen.
Todos. Amen.
(Un reló mas cercano que el doble, da las diez: cesa el doble.)
Ram. Silencio... las diez...
Blas. Si: las diez son.
Ram. Dios las trae.
(Doña Rosa se levanta, y entra y sale por la puerta de la derecha llevando vajilla del aparador. Se conoce que se prepara una cena. Dolores se levanta una vez y se asomad la ventana, volviendo á sentarse donde estaba.)
Ya acabaron de doblar...
¡Jesus, qué noche!.. qué tarde!
La víspera de difuntos
me da miedo... Aun tengo carne
de gallina... Es espantoso
estar nueve horas mortales
oyendo tocar á muerto!
Blas. ¡Y sin embargo; es tan grande,
es tan solemne este dia!
Ram. Pero triste...
Blas. ¡Disparate!
Para los buenos cristianos
morir es cosa muy fácil;
porque morir es nacer
á otra vida perdurable.
El que no está satisfecho
de lo que aqui de sí hace,
teme que no le permitan
existir en otra parte...
por eso espantan los muertos;
por eso usted se contrae
la noche de Todos-Santos...—
¡Es muy difícil hallarse
digno de morir, vecina!—
Cásese usted.
Ram. ¿Que me case?
Blas. Si, señora: verá usted
cómo en sus hijos renace,
y deja de imaginar
que morir es acabarse.
Sabrá usted entonces al menos,
que cuando al sepulcro baje,
habrá en noches como esta
quien la recuerde y la ame,
y ruegue á Dios por el alma
de una esposa, de una madre!
Ram. Eso digo yo á don Gil...
pero... en fin... cuanto mas tarde...
siendo vieja... tiene una
menos probabilidades
de ver morir á sus hijos...
Blas. Y de verlos nacer...
Ram. ¡Diantre!
Quizás tenga usted razon...
BLAS. Y tú, Dolores, ¿Qué haces?
No dices una palabra...
¿Qué tienes?
Dol. Pienso en mis padres.
(D. Blas se levanta y se acerca á Dolores.
Doña Rosa, que ve sola á Doña Ramona, la dice mientras sigue en su faena.)
Rosa. Comadre, dispense usted...
Ram. Vaya... siga usted, comadre.
Blas. Tambien yo he pensado en ellos. (A Dolores.)
Si les he rezado, sabe
que al par de Dios te bendicen
quizá en este mismo instante.
Ausentes los muertos son...
¡Espera hasta que te llamen!
Tus padres quisieron verte
en el cielo entre los ángeles,
y á conseguirlo de Dios
ellos partieron delante.
Mas dejemos estas cosas...
Alégrate... ven... abrázame...
Como á una hija te queremos
Rosa y yo...
Dol. ¡Querido padre!
Blas. Ni tienes que agradecer
lo que acá por tí se hace;
que eso y mucho mas debemos,
—y asi el Señor se lo pague—
á la memoria bendita
de don Luis y doña Cármen.
Si logré ser escribano,
si pan tenemos que darte,
agradéceselo á ellos...
¿Qué era yo?... un simple pasante
de su oficio... ¡A los cuarenta
años escribiente!... ¡un nadie!
Una noche...
Ram. ¡Dios me valga!
¡La historia de siempre!
Blas. Antes
de morir, me dijo: «¡Blas!...»
A todo esto, tu madre
ya habia muerto... Tú eras niña...
(Quedan hablando de pie: Doña Rosa se acerca á la chimenea.)
Rosa. ¡Ay, Jesus!... Hija... ¡tan tarde,
y mi Miguel no ha venido!
Ram. Ni don Gil...
Rosa. ¡Y está enfriándose
la cenal... ¡Ay!... ese muchacho
me va á achicharrar la sangre.
Figúrese usted, vecina,
que Blas le dijo al marcharse:
«ven á las diez»... y ya han dado!
Ram. Estará con la elegante
forastera... Don Gil dijo
que habia concierto...
Rosa. Es probable.
Yo estoy temblando... Me asustan
sus reyertas con su padre...
Ayer le faltó al respeto;
y Blas... si llego á tardarme
en acudir... ¡Virgen santa!
(Se oye un aldabonazo.)
Blas. Llaman á la puerta...
Dol. Ya abren.
Dichos , Fernando.
Rosa. Es Fernando.
Fern. Buenos noches.
(Sacude la capa y la cuelga.)
Todos. Ruenas noches.
Fern. ¡Qué frio hace!
(Se acerca á la chimenea. Busca las miradas de Dolores.)
Blas. Ya está aqui el hombre de bien...
(A Dolores.)
Repáralo... Ni de lance
se encuentra un mejor marido.
Yo te le destino. ¿Sabes?
¿Pero, qué? ¿no le sonries?
¡te callas! ¡No hay quien la saque
una palabra del cuerpo!
¿Por qué harán los comediantes
el Sí de las Niñas?... Yo
creo mas interesante
el silencio de las niñas...—
Oye tú, Fernando...
Dol. ¡Padre!...
¡Silencio, por Dios!
Blas. No temas.
Fern. ¿Qué hay, don Blas? (Acercándose.)
Blas. ¿Viste al alcalde?
Fern. No: pero he visto á don Gil...
y lo mismo da.
Blas. ¿Pagaste?
Fern. Si, señor; onza tras onza
solté mis seis mil reales,
con lo cual ya soy paisano.
Blas . Yo espero que esta vez tarden
mucho en reclamar la quinta.
Fern. Sáquenla cuando la saquen,
ya soy libre.
Blas. ¡Vea usted
lo que es ser rico!
Fern . Pues palpe
Miguel lo que es ser dichoso...
¡sacar el doscientos!... ¡Diantre!
Blas. Y sin embargo, es tan loca
su aficion á los viajes,
que al ver que no era soldado,
tuvo el humor de quejarse.
Fern. ¡Buen provecho!... Eso va en gustos.
Yo no dejaria esta calle
aunque me hiciera la suerte,
no soldado, comandante...
¡Bah! ¡Carmona es muy bonita!
Aqui hay de todo... aqui hay...
Blas . ¡Cállate!...
(Sonriéndose. Dolores va á la ventana.)
Comprendo...
Fern . ¡Y luego me gusta
tanto escribir!... Esta tarde
entré un rato en el despacho,
é hice las copias, los partes,
¡cuanto vi sobre la mesa!
Blas. ¡Eres una alhaja!... Dáme
esos cinco... ¡Buen Fernando,
yo sabré recompensarte!
¿Qué te parece? (Ap. por Dolores.)
Fern . ¡Un lucero!...
¿Pues no lo ve usted? ¡Un ángel!
Blas. ¿Por qué el bribon de mi hijo
no es como tú?...
FERN. Miguel...
(En tono de disculpa.)
Rosa. (Que atiende á la conversacion.) (¡Ay!)
Blas. Mientras él rompe calzado
hecho lodo un paseante,
sin coger nunca la pluma,
ni pensar en ayudarme
á sostener la familia
y á costear sus futraques,
tú, que no eres nada mio...
Fern. ¿Y á usted qué le importa?
BLAS. Haces
mas que yo en la escribania...
y todo porque te sale
de adentro... yo no te he dicho...
Fern. ¡Eh! don Blas... ¡qué disparate!
Yo soy rico y vivo solo;
no me gusta pasearme,
ni padre ni madre tengo,
ni perrillo que me ladre;
hago lo que se me antoja
y quiero á ustedes... Mas, ¡calle!
allí sola mi vecina
y yo tan serio aqui helándome...
(Por ocultar su emocion, vuelve la espalda bruscamente á D. Blas, y se acerca á la chimenea.)
¡Hola, Ramoncita!
Ram. ¡Hola!
Fern. ¿Se pasó el enojo?
Ram. (D. Blas habla con Dolores.) Casi.
Fern. ¿Y don Gil? ¿Cómo esta noche
no está aqui acaramelándose?
Ram. No sé.
Fern. Pues yo sí lo sé.
Ram. Silencio... ó vuelvo á enojarme.
Rosa. Fernando ¿has visto á Miguel?
Fern. ¿Miguel?... ¡Buen caso me hace!
Esta tarde iba en el coche
de la condesa del Sauce...
Ram. ¡Siempre con la forastera!
Fern. Y pasó á lo personaje...
sin decirme «adios, ni abur,»
ni siquiera «Dios te guarde»
Ahora estará en el concierto...
y don Gil tambien:
Ram. (¡Infame!...
¡y me juró que no iria!)
Fern. Le encontré puesto de guantes
y corbatin de ballena...
Dol. ¡Ya está ahí Miguel! (A la ventana.)
Fern. ¡El arcángel!
(Viendo que quien entra es D. Gil.)
Dichos, d . Gil, por el foro.
Gil. Buenas noches... (Se quila la capa.)
Dol . ¡Ah! ¡no es él!
Rosa. ¡Ay, qué rato nos aguarda!
Defiéndele si se tarda. (Áp. á Dolores.)
Blas. Señor don Gil... ¿y Miguel?
Esperaba á ustedes juntos...
Gil. Yo... ¡con Miguel!... ¡ni á la gloria!
Blas. ¡Bueno! Tendremos historia.
Rosa. Como es noche de difuntos...
Gil. Si... si... ¡proteja usté al niño!...
¡cuando vengo avergonzado!...
Para él no hay nada sagrado,
ni honra, ni ley, ni cariño...
¡Es un hereje... es un vándalo!
Blas. Mas ¿qué ha pasado, don Gil?
Gil. ¡Me ha llamado zascandil
en plena reunion!
Ram. ¡Qué escándalo!
Vea usted los inconvenientes