Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
La oración vocal, la meditación y la contemplación son los tres modos de orar mencionados en el Catecismo de la Iglesia católica. El primero acude a fórmulas hechas. El segundo se ejercita cuando buscamos una respuesta de Dios a una cuestión difícil, o cuando formulamos un propósito o hacemos examen de conciencia. El autor ofrece recorridos por el tercer modo: cuando, tal vez en un atardecer y en una iglesia vacía y silenciosa, el alma se siente invadida de una paz profunda al advertir la cercanía de Dios. Ofrece para ello algunos recursos pedagógicos, consciente de que, como siempre, la acción corresponde al Espíritu Santo, que lleva el alma hasta Jesucristo.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 99
Veröffentlichungsjahr: 2022
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
RICARDO SADA FERNÁNDEZ
PRÁCTICA DE ORACIÓN CONTEMPLATIVA
EDICIONES RIALP
MADRID
© 2022 by RICARDO SADA FERNÁNDEZ
© 2022 by EDICIONES RIALP, S.A.,
Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid
(www.rialp.com)
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopias, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Preimpresión y realización eBook: produccioneditorial.com
ISBN (edición impresa): 978-84-321-6208-4
ISBN (edición digital): 978-84-321-6209-1
“En este esfuerzo por identificarse con Cristo, he distinguido como cuatro escalones: buscarle, encontrarle, tratarle, amarle… Buscadlo con hambre, buscadlo en vosotros mismos con todas vuestras fuerzas. Si obráis con este empeño, me atrevo a garantizar que ya lo habéis encontrado, y que habéis comenzado a tratarlo y a amarlo…”
(SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ,
Amigos de Dios, n. 299)
ÍNDICE
PORTADA
PORTADA INTERIOR
CRÉDITOS
CITA
PRÓLOGO
1. BUSCAR
2. ENCONTRAR
3. VER
4. COMUNICAR
5. AMAR
EPÍLOGO EL MEJOR DE LOS ORATORIOS POSIBLES
AUTOR
PRÓLOGO
ESTE ESCRITO OFRECE una práctica de oración contemplativa. Hay muchos modos de abordar esta forma de orar y, por eso, si no te inspira la que aquí se ofrece, no tienes por qué seguirla. Busca otra, pero no te quedes sin intentarlo. La contemplación es la meta de la vida de oración, experiencia insoslayable en el proceso de identificación y transformación en Cristo por el amor.
Antes de continuar, recordemos brevemente en qué consiste la oración contemplativa. Nos lo facilita el Catecismo de la Iglesia Católica, sintetizando en tres grandes bloques los modos de orar:
La oración vocal (nn. 2700 a 2704).La meditación (nn. 2705 a 2708).La oración de contemplación (nn. 2709 a 2719).En estas páginas ofrecemos recorridos por el tercer modo, es decir, prácticas de oración contemplativa. No agotaremos —ni mucho menos— este tercer modo, sino que mostraremos tan solo maneras posibles de introducirnos en él. Repito: si no te inspira, intenta alguna otra forma —en este modo de oración, o en alguno de los otros dos—. Puedes hacerlo con provecho apoyándote en los números del Catecismo antes citados.
De los tres modos de orar, el primero —oración vocal— consiste en emplear palabras fijas, fórmulas hechas. Podemos decirlas en voz alta, o solo por dentro. Este modo de orar incluye el Padrenuestro, el Avemaría, el Rosario, el Via crucis, y también la Misa, que es primordialmente una oración vocal. En todas esas prácticas nos dirigimos a Dios con expresiones fijas. También son oraciones vocales las jaculatorias, exclamaciones o breves frases («jaculatoria» viene del latín iácula, que significa flecha), que se lanzan al cielo. Orar vocalmente no es el mero recitar la fórmula —como si de un conjuro se tratara—, sino que ha de pronunciarse desde el interior. Entonces —enseña el Catecismo—, «la oración vocal se convierte en una primera forma de oración contemplativa»[1].
En los otros dos modos, la oración no se expresa necesariamente con palabras fijas, sino que adopta una amplia gama de posibilidades. Se divide —dijimos— en meditación y contemplación. Todos, en algún momento de nuestra vida, habremos hecho ambos tipos de oración. Cuando buscamos la respuesta a alguna cuestión difícil, recurrimos al Señor para oír su parecer sobre aquello. Hacemos entonces oración de meditación. También cuando formulamos propósitos, o cuando nos examinamos en la presencia de Dios sobre los modos de manifestarse en nosotros el orgullo o la pereza. También entonces meditamos. El otro tipo de oración —oración contemplativa— lo habremos hecho quizá algún atardecer, posiblemente en el interior de una iglesia vacía y silenciosa, cuando nuestra alma se sintió invadida de una paz profunda al advertir la presencia cercana del Señor. Esa tarde, sin proponérnoslo, hicimos oración contemplativa.
Estos son, pues, los tres grandes bloques en que puede expresarse nuestra oración. Aquí practicaremos modos posibles dentro del tercer bloque. No es que desdeñemos el primero ni el segundo, simplemente intentaremos incursiones en el tercero[2]. Lo presentamos a modo de conversación con Jesús (a pie de página aparecerán referencias en apoyo de lo dicho. Estas no hace falta que las leas; hazlo solo en caso que no entiendas lo explicado arriba, o quieras profundizar. Pero si te interrumpen el hilo de tu lectura, ignóralas).
Hay unos incisos titulados «Laboratorios». Se incluyen porque la contemplación, más que en el estudio, se aprende en la práctica. Por eso en esta sección se te invita a intentar —con tu modo propio— lo explicado teóricamente. De vez en cuando se colocan ahí diálogos breves entre Jesús y cualquiera de nosotros. No tienes por qué hacerlos tuyos, pues reflejan tan solo un modo posible de comunicar —entre miles, entre millones— que pueden ayudarte o no.
Todo eso no son más que recursos pedagógicos que podrían servirte. Porque lo realmente importante viene, como siempre, de la acción del Espíritu Santo, que nos lleva hasta el contacto con Jesús. Aunque Jesús espera que, de nuestra parte, hagamos lo posible para que se dé ese contacto y esa elevación.
En toda la historia de la Humanidad ha habido grandes orantes, de los que hemos aprendido y cuya experiencia nos sirve. Pero en esto de la oración contemplativa hay alguien absolutamente insuperable. Es María, la Madre de Jesús. Nadie como Ella llegó en grado tan profundo «al conocimiento del amor del Señor Jesús, a la unión con Él»[3]. En sus Manos Purísimas dejamos este intento para que, con su materna y entrañable compañía, nos animemos a fijar en Jesús la mirada de nuestro corazón.
[1] Catecismo de la Iglesia Católica, n.2704.
[2] La Iglesia enseña que este modo es el que “llega más lejos”, pues conduce ««al conocimiento del amor del Señor Jesús, a la unión con Él» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2708).
[3] Ib.
1. BUSCAR
¿A QUIÉN BUSCO?
En la oración te busco a Ti, Jesús[1].
Y lo hago porque eres el camino para ir al Padre[2].
Sí, Jesús, Tú mismo eres la dirección de mi búsqueda en la oración. En ella pretendo el encuentro personal contigo, Jesús vivo.
Jesús vivo: así me libras del peligro de tratarte como a distancia, como si estuviéramos lejos uno del otro, como si Tú permanecieras en una dimensión que nada tiene que ver con la que vivo yo. No: te trato aquí y ahora, porque Tú estás vivo, y estás conmigo[3].
Es eso lo que intentaré siempre en mi oración: buscarte. Sé que después necesitaré dar otros pasos: encontrarte, verte, hablarte, oírte, amarte, permanecer en Ti. Pero lo primero es buscarte, buscarte con deseo de encontrarte.
Buscarte a Ti, Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre. No oro para buscarme a mí mismo, en una actitud intimista, como la del poeta que decía «para andar conmigo me bastan mis pensamientos»[4]. A mí no me bastan mis pensamientos, porque estoy buscando los tuyos. Por eso mi oración tampoco será algo así como una técnica de relajación mental, ni un método de superación personal, ni tampoco un modo de introspección psicológica. No. No voy a repetir un karma como en la meditación trascendental, ni a poner mi mente en blanco fijándome en un punto especial del universo. No. Mi oración quiere ser el encuentro con una Persona, y a eso voy a la oración: abuscarte.
Te busco a Ti, Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre, nacido de María siempre Virgen. Intentaré traerte con mi fe y mi amor del pasado histórico (hombre que viviste en Palestina en fecha remota), para encontrarte presente y actuante en mi día de hoy. O bien, bajarte del cielo donde estás a la derecha del Padre, a este instante mío, que es el tuyo, oyendo el jadeo de tu respiración y el palpitar de tu pecho.
¿QUIÉN ERES TÚ, JESÚS?
Te estoy buscando a Ti, Jesús Nazareno. La gente de tu tiempo tenía que especificar, porque había muchos contemporáneos tuyos con ese nombre: Jesús. A mí también me es necesario especificar ahora, porque puedo quedarme con una falsa imagen tuya. Por eso te busco a Ti, Jesús Nazareno.
Te busco a Ti, Jesús Nazareno, hijo de José, el rabbí Jeshua bar-Joseph. Los que te vieron advertían que tus ojos eran de un color muy preciso, y que tu voz poseía un timbre muy personal, gracias al cual María Magdalena te reconoció la mañana de resurrección. Tenías la costumbre de partir el pan en cierta forma, y los discípulos de Emaús no lo habían olvidado. Un hombre -y tú eres hombre verdadero- es una suma de detalles. Tus amigos sabían cómo tomabas la copa de vino y a qué altura te colocabas el ceñidor. A veces, desconcertados, intentaban comprender el porqué de tus reacciones. Yo también quiero saberlo. En resumen, te estoy buscando a Ti, el Hijo de Dios que se hizo hombre.
Entonces hablabas arameo, lengua semita cercana al fenicio y al hebreo. Tu acento te delataba pronto: era el de la región de Galilea. Los judíos despreciaban a los galileos, y tú arrastraste siempre ese pequeño inconveniente en tu misión predicadora. Hoy me hablas en mi lengua materna, y si te hablo en otra, en esa me entiendes también. Las sabes todas, pues eres la Sabiduría infinita. Me hablas incluso con giros dialectales de mi ambiente, con esas expresiones o semi-palabras que entiendo tan bien.
Galilea fue tu patria. Ahí pasaste casi toda tu vida oculta, y tres cuartas partes de tu vida pública. Un pequeño pueblo llamado Nazaret fue tu lugar de residencia. Trabajaste como carpintero, pero después adoptaste un tipo de vida seminómada, y comenzaste a resultar algo extraño, incluso a tus mismos parientes. Para casi todos resultabas un tanto misterioso, había algo en Ti que no lograban explicarse. Sí, eras entonces y eres ahora un tanto desconcertante. Eres siempre más grande que cualquier esquema; los rompes todos.
Pagaste cada año el tributo al César. Tus ideas reflejan un fuerte influjo del mundo rural palestino. Vestías túnica de lino y, en los días más fríos, manto de lana con borlas azules. Con toda probabilidad usaste barba y cabellos largos. Tu alimentación era frugal: pan, legumbres, pescado, higos secos, un puñado de dátiles.
Habías nacido de una hija de Israel, de la casa de David, en Belén, en tiempos del rey Herodes el Grande y del emperador César Augusto. Tus padres te inscribieron en el registro civil, aprovechando un censo que promulgó Cirino, cuando gobernaba Siria. Los documentos históricos, treinta y tantos años más tarde, te presentan crucificado en Jerusalén, bajo el procurador Poncio Pilato, durante el reinado del emperador Tiberio.
Te estoy buscando a Ti, Jesús Nazareno.
Además de rastrear por los datos de tu identidad humana, confieso inseparablemente tu identidad de Dios. Junto a tu genealogía terrena declaro tu genealogía divina. Tú, Jesús, al que he puesto como objeto de mi búsqueda, eres el Hijo eterno del Padre, que ha “salido de Dios”[5]. Eres la misma Sabiduría divina que “bajó del cielo”[6], que has “venido en carne”[7], porque “la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, y nosotros hemos visto su gloria, gloria que le corresponde como a Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad... de su plenitud hemos recibido todos gracia sobre gracia”[8].
Pero… ¿me bastarán esos trazos para saber de Ti? ¿Cómo conocerte, no solo en tus rasgos físicos o en tus ámbitos externos, sino también en la profundidad de alma? ¿Cómo percibir el misterio de tu mirada, y cómo interpretar el mensaje de tu sonrisa?
Sí. Tú eres el Jesús que busco yo.
PERO ¿DÓNDE TE BUSCO, JESÚS?
Si al orar te busco a Ti, Jesús Nazareno, el Hijo de Dios vivo, mi siguiente pregunta debería ser: ¿Y dónde te busco?