¿Qué es la Naturaleza? - Fabrice Hadjadj - E-Book

¿Qué es la Naturaleza? E-Book

Fabrice Hadjadj

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Beschreibung

Ante la emergencia ambiental, la "naturaleza" está de moda y, convertida ya en eslogan, corre el riesgo de convertirse en un artificio más. Por tanto, es necesario repensar radicalmente el concepto de naturaleza, confrontando la inteligencia de los Antiguos, en particular la de Aristóteles, con los desafíos posmodernos. ¿Es el hombre, ante la pluralidad de sus culturas, un ser natural? ¿Cómo se articulan naturaleza y libertad, o naturaleza y tecnología? ¿Por qué la colorida multitud de los seres humanos nos recuerda nuestra vocación de constructores de arcas? Este breve ensayo analiza el biocentrismo romántico y el antropocentrismo desviado, y proporciona los elementos de una ecología verdaderamente integral.

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FRANÇOIS-XAVIER PUTALLAZ FABRICE HADJADJ

¿QUÉ ES LA NATURALEZA?

EDICIONES RIALP

MADRID

Título original: Qu'est-ce que la nature ? Suivi de "enfin la nature!" dit-elle

© 2022 by Éditions Salvator, Yves Briend Éditeur S. A., París.

© 2023 de la versión española, realizada por MIGUEL MARTÍN

byEDICIONES RIALP, S. A.,

Manuel Uribe 13-15 - 28033 Madrid

(www.rialp.com)

Preimpresión / eBook: produccioneditorial.com

ISBN (versión impresa): 978-84-321-6366-1

ISBN (versión digital): 978-84-321-6367-8

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

¿QUÉ ES LA NATURALEZA? François-Xavier Putallaz

INTRODUCCIÓN

LA POLISEMIA DEL TÉRMINO

EL OBJETIVO Y EL MÉTODO

UN PROBLEMA DEL SIGLO XX

EL RECHAZO DE LA NATURALEZA: EL CASO SARTRE

ALGUNAS RAZONES DEL ANTINATURALISMO DEL SIGLO XX

KANT EN EL SIGLO XVIII

LA OPOSICIÓN ENTRE NATURALEZA Y LIBERTAD EN KANT

UNA RUPTURA PROFUNDA

RENÉ DESCARTES Y SU SIGLO

DESCARTES Y LA INVENCIÓN DEL MECANISMO

DESCARTES Y LA PARADOJA DE LA MODERNIDAD

DEL MUNDO DE LA NATURALEZA A LA NATURALEZA DE LAS COSAS

NOTA SOBRE LA ANTIGÜEDAD GRIEGA: LA NOVEDAD ARISTOTÉLICA

NATURALEZA Y FINALIDAD

TÉCNICA, NATURALEZA Y LIBERTAD

CUANDO LA TÉCNICA IMITA LA NATURALEZA

LA NATURALEZA, EL ORDEN Y LA INTELIGIBILIDAD

LA NATURALEZA HUMANA INSERTA EN UN MUNDO NATURAL QUE ELLA TRANSCIENDE

CONCLUSIÓN

«¡POR FIN LA NATURALEZA!», DIJO ELLA Fabrice Hadjadj

LA NATURALEZA, CAJÓN DE SASTRE DEL QUE CADA UNO SACA SU JUSTIFICACIÓN…

LA PHYSIS COMO PRINCIPIO ESPECÍFICO MÁS QUE LA NATURALEZA COMO GRAN TODO

LO NATIVO Y LO NATURAL: CUANDO LO SUPERIOR EXPLICA LO INFERIOR, Y NO A LA INVERSA

EL SER VIVO, EL MÁS KATA PHYSIN

¿PRESERVAR LA NATURALEZA? SOBRE UN COLONIALISMO VERDE

EL LEÑADOR Y EL FORESTAL: JERARQUÍA, AUTONOMÍA Y DEPENDENCIA

VARIACIONES DOMÉSTICAS Y CELEBRACIÓN LITÚRGICA

TÉCNICA Y CONTRATÉCNICA: EL PARADIGMA DEL JARDÍN

DE LA NATURALEZA A LA CREACIÓN HERIDA Y RESCATADA

AUTORES

¿QUÉ ES LA NATURALEZA?François-Xavier Putallaz

INTRODUCCIÓN

LA ECOLOGÍA SE PRESENTA con gusto como una defensa de la naturaleza, en reacción a los severos estragos que le infligen algunas actividades humanas: calentamiento climático con su cortejo de dramas humanos, empobrecimiento de la biodiversidad, deforestación masiva, contaminación acústica. La lista es tan impresionante que señala lo que se ha convertido en una evidencia: el desarrollo tecnológico y el modo de vida humano constituyen una grave amenaza para la «naturaleza». Se manifiesta así una fuerte tensión entre la libertad humana, por una parte, y lo que está dado antes de toda intervención humana, por otra; entre las actividades industriales, que utilizan el mundo que las rodea para plegarlo a las necesidades de los seres humanos, y los minerales, los vegetales, la fauna que se les enfrenta; entre dominio humano y crisis climática; entre dominación del hombre y sumisión respetuosa a los elementos naturales.

Basta abrir el periódico para encontrar estas señales. Una página está dedicada hoy a una «guardería ecológica» donde los niños pasan el día en el exterior. La zona es un espacio protegido, rico en biodiversidad, como únicos vecinos están las ovejas y los caballos del prado de al lado: «¿Despertar a los niños ante la naturaleza, para ayudarles en su crecimiento? ¿Hacer de ellos adultos más conectados al estado del planeta? La idea gana terreno». A la pregunta: «¿Pero en qué adultos se convertirán estos niños?», una mamá responde esperanzada: «¿Tendrán conciencia de que no están en el centro del mundo?».

Son una legión los ejemplos que atestiguan la tensión palpable entre lo humano y la naturaleza. De un lado, una arrogancia tecnológica que pretende dotarse de los medios de dominación total; del otro, el sentimiento de una debilidad ante el cambio climático, el empobrecimiento de la diversidad biológica o la desaparición de especies florales. En la montaña como a la orilla de los océanos, oímos repetir: «No podemos hacer nada, ¡es la naturaleza la que manda!». Queda entonces la idea de preparar «reservas» o dejar a la naturaleza en su estado salvaje. Por otra parte, la situación reclama tan urgentemente soluciones eficaces que muchos imaginan emplear medios radicales para proteger la naturaleza, desarrollando nuevas tecnologías no contaminantes, recurriendo a las energías renovables, o por una invitación al decrecimiento económico. Los seres humanos se sienten capaces de invertir esta tendencia destructora de la naturaleza.

Pero surge enseguida la cuestión sobre la norma susceptible de dirigir estas nuevas acciones: ¿qué criterio adoptar para rectificar el comportamiento humano desviado? ¿Hay que pedírselo al medio ambiente, supuestamente autorregulador? ¿Conviene por el contrario buscarlo en el hombre, en su libertad y su responsabilidad? ¿Habría que poner una norma superior para los hombres y los animales? De cualquier manera que se plantee la pregunta, la dificultad es evidente: si la naturaleza debe ser respetada y defendida, el humano debería someterse a ello, y hacerlo mediante un acto libre que, aparentemente, es ajeno a toda sumisión.

En suma, se nos pide elegir entre un «antropocentrismo» arrogante y un «biocentrismo» que desconfía de lo humano; de un lado un humano desnaturalizado, del otro una naturaleza deshumanizada. Querría mostrar aquí que esta manera de abordar el problema es una forma radical de la oposición ruinosa entre «naturaleza» y «libertad» que aparece en el curso de nuestra historia. Trataré de traer a la luz algunas referencias históricas y filosóficas, susceptibles de señalar una tercera vía, la de una «ecología integral».

Pero, más allá de los eslóganes, conviene precisar lo que se entiende por «defender la naturaleza» o «respetar la naturaleza». Estos mandatos presentan en efecto una ambigüedad, ligada a la polisemia del término: la palabra «naturaleza» se entiende en varios sentidos. Puede significar el mundo mineral, vegetal y animal, con su diversidad de especies: defender la naturaleza equivaldría a proteger el medio ambiente contra las agresiones de la actividad humana. O se puede ver ahí una totalidad que englobe a la vez al mundo y al hombre. En este caso, la Naturaleza divinizada podría parecerse a una fuerza intratable. O también se la puede identificar con la esencia de cada cosa, como el temperamento de cada uno, cuando se dice que «está en la naturaleza» de alguien ser benevolente. Tanto se trate del todo, como si se trata de cada cosa individual. En suma, «respetar la naturaleza» suena como un imperativo un tanto impreciso e indeterminado, pues no se sabe qué poner bajo el término «naturaleza». ¿La defensa de la naturaleza debe referirse más bien a cada ser en particular o al conjunto del sistema medioambiental?

En el centro de esta cuestión se plantea el problema de la naturaleza humana: ¿la persona forma parte de la naturaleza, hasta el punto de quedar ahí incluida, o la trasciende por su libertad? ¿La defensa de la naturaleza apelaría a la responsabilidad de los hombres, llamados paradójicamente a someterse libremente a leyes deterministas? Estas cuestiones embarazosas se traducen en dificultades prácticas aparentemente insolubles.

Pierre Manent ha captado esta paradoja de manera sintética a propósito de la delicada cuestión de la homosexualidad, sintomática de esta tensión entre naturaleza y libertad:

En efecto, aunque algunos elementos constitutivos del mundo humano están hoy radicalmente desnaturalizados, privados de todo fundamento, significación o finalidad naturales, como es el caso en particular del sexo devenido «género», otros elementos reciben el tratamiento opuesto. Se piensa en primer lugar en la homosexualidad. Bajo el régimen anterior de la ley natural, se la consideraba como un «desorden», o una «desviación», es decir como una conducta o una disposición que afecta a la elección de la persona o la manera en que esta, en el más profundo nivel de la voluntad, orienta sus potencias del deseo, una elección que se considera contraria a la regla inscrita en la naturaleza física y moral del ser humano. Hoy se exige que esta conducta o disposición se mire como derivada de una orientación tan «natural» como la orientación heterosexual, como un hecho de naturaleza sobre el que el sujeto no tiene poder y debe por tanto ser mirado y respetado como una parte constitutiva del ser mismo del sujeto. La apreciación que la opinión gobernante tiene hoy de la homosexualidad parece ir en una dirección opuesta a la desnaturalización que yo mencionaba. Mientras que el sexo se desnaturaliza en «género», la homosexualidad es naturalizada como «orientación sexual»: no se nace mujer, sino que se nace homosexual, o en todo caso alguien se descubre homosexual. Así, entre nosotros, la desnaturalización de la identidad sexual y la naturalización de la orientación sexual han llegado juntas.

Se ve fácilmente por qué estos dos movimientos no solo son simultáneos sino incluso solidarios, estando en función uno del otro. Cuanto más se naturaliza la diferencia sexual, más parece ir la orientación homosexual contra lo que manda o sugiere la naturaleza. Inversamente, cuanto más se naturaliza la orientación homosexual, más le quita fuerza o autoridad a la diferencia sexual[1].

He aquí otro ejemplo de esta tensión entre naturaleza y libertad, sacado del campo controvertido de la bioética; es el del social freezing. Se trata de un método consistente en congelar los óvulos en oxígeno líquido (freezing), no por razones médicas, sino por motivos personales o sociales (social). Sabiendo que la tasa de fertilidad disminuye al avanzar en edad, algunas mujeres jóvenes, inquietas por su porvenir, deciden que se congele un cierto número de sus óvulos, en la esperanza de fecundarlos más tarde, cuando a su parecer llegue el tiempo de tener hijos. Este retraso se suele justificar, no solo por razones médicas (un cáncer de ovarios, que exige su ablación, requeriría la punción previa de óvulos que se congelarán para una futura procreación), sino más frecuentemente por razones sociales: sea porque la duración de los estudios y el trabajo profesional inclinan a retrasar la edad de procrear, sea porque, no teniendo pareja estable mientras pasan los años, la congelación de óvulos parece una solución factible. Cierto es que se plantean muchos problemas médicos y éticos, mirando sobre todo al escaso porcentaje de logros de la fecundación in vitro, pero es la cuestión de la naturaleza la que aquí nos interesa; en efecto, el social freezing recurre a una técnica sofisticada no «natural», pues intenta evitar los efectos de la edad sobre la bajada de la tasa de fecundidad, hasta eludir la menopausia «natural».

De ahí la cuestión: ¿hay que fijar una edad límite de la futura madre más allá de la cual una transferencia de embriones se prohibiría? Algunos países la fijan a los 40 o 45 años, con el motivo de que así se acercaría a lo que hace la «naturaleza», es decir, a la edad aproximada de la menopausia, que es por otra parte variable según la «naturaleza» de cada mujer. Un centro de procreación suizo ha decidido no implantar ya embriones más allá de los 47 años. Es esa una decisión aparentemente arbitraria, que no siguen todos los centros del país. ¿Sería por el contrario preferible dejar a la libertad de cada una decidir, aunque fuese contra el curso de la «naturaleza»? Si no es «natural» para una mujer tener un hijo a los 65 años, ¿se debe entonces acercarse lo más posible a la «naturaleza» y a las señales del cuerpo humano? Pero se decretaría entonces una edad límite, que contraría en este caso la libertad de la madre. Se podría aún escoger como criterio el bien del futuro hijo, con la esperanza de que sea educado hasta su mayoría de edad, pero los límites de la transferencia de embriones correrían el riesgo de variar en función de la esperanza de vida de los padres; la norma sería fluctuante según se tratase de un país occidental que envejece o de un país pobre.

Se percibe mejor el problema. Puesto que la cuestión de la implantación de embriones concierne al ser humano, ¿la «naturaleza» de la que habla la ecología se extiende hasta ahí y comprende la fisiología humana? ¿O esa cuestión debe quedar excluida de la preocupación ecológica? Quizá la bioética tiene que ver con la ecología y la «defensa de la naturaleza», o tal vez conviene por el contrario sustraer estas cuestiones, y las que conciernen al ser humano en general, al movimiento del respeto medioambiental.

Así, ¿el ser humano es un ser de la naturaleza o bien escapa a ella? Las fronteras son confusas, y nadie sabe exactamente lo que es esta «naturaleza» proteiforme que por lo demás nos dedicamos tan enérgicamente a defender.

LA POLISEMIA DEL TÉRMINO

Si la ecología es una «defensa de la naturaleza», no deja de tener interés comenzar por preguntarse sobre los significados de la palabra.

El término «naturaleza» se entiende en varios sentidos. Conviene pues buscar el sentido primero y organizar luego la multiplicidad de los demás significados que se le añaden como una armonía. Es ahí además donde comienza todo pensamiento, cuando la admiración ante las cosas suscita un asombro donde se originan las ciencias y la filosofía. En este primer momento, el buen reflejo consiste en reconocer que las palabras utilizadas para hablar de ello, significar los conceptos y decir las cosas que comportan una pluralidad de sentidos. Comenzar por esta constatación evita confundirse poniendo el foco en un significado único, con el riesgo de empobrecer los conceptos significados, y perder finalmente la riqueza exuberante de las cosas. Cuando se toma un término (como el de «naturaleza») en un solo sentido, y se lo entiende de manera unívoca, el espíritu es llevado en efecto a un análisis parcial, y por fuerza parcial. Ignorando la riqueza del término, se habrá privilegiado implícitamente un significado y uno solo (por ejemplo, «la naturaleza exterior del hombre»). La acción que seguirá se centrará así sobre este solo aspecto de la naturaleza, privilegiándolo de modo unilateral. La ecología se «radicalizará», porque esa es la suerte de toda significación fragmentaria: indebidamente aislada de su conjunto, se deforma y se traiciona. Pero hoy la tendencia apunta a una «ecología integral». Más radicalmente aún, ya que la simple probidad intelectual exige fundar la acción humana sobre una comprensión adecuada de la realidad, más vale comenzar por articular los diferentes sentidos de la palabra, y tratar de no perder ninguno de sus armónicos. No hacerlo así, es exacerbar el problema que se quiere resolver.

«Naturaleza» se entiende así en varios sentidos. Pueden gustarme los paseos en la naturaleza, observar la naturaleza, los yogures naturales, preguntarme si existe una naturaleza humana, volver a un modo de vida más sobrio y cercano a la naturaleza, cuidarme utilizando productos naturales, etc. Cada diccionario es prolijo sobre estos distintos usos, con el riesgo de devenir tan impreciso que se define frecuentemente el adjetivo «natural» refiriéndolo a la naturaleza, explicando a su vez que se refiere a la naturaleza lo que es natural. En tales supuestas definiciones, el razonamiento circular es evidente; quizá porque es inevitable. Pues el hecho de encontrar esta dificultad en todas partes es siempre señal de que no es anodina. Eso sucede de ordinario cuando tocamos las primeras intuiciones del espíritu. Dadas sin mediación, esas nociones primeras son a la vez inmediatas y un poco confusas, a menudo bastante oscuras. En efecto, la razón no las deduce por ideas anteriores. Ninguna ciencia ni filosofía puede demostrarlas. La razón filosófica se contenta con explicitarlas para dar cuenta de su riqueza y de su sentido. Surge pronto la tentación de reducir su significado a una sola de sus formas, y se dirá entonces, por ejemplo, que «la naturaleza es la totalidad de los fenómenos que rodean al ser humano». Es pues tarea de la filosofía rectificar parecida autolimitación, a fin de devolver a las intuiciones primeras su amplitud nativa.

Para hacerlo, habrá que desbordar el campo de la sola filosofía y acudir a los infinitos meandros de la «naturaleza» en la historia[2], siguiendo sus variaciones en el desarrollo de la ciencia, de la física en particular o de la biología, de la filosofía, pero también de la pintura, del arte, de la cultura y de la religión. Me ceñiré aquí a algunas indicaciones que jalonan grandes etapas del pensamiento occidental.

EL OBJETIVO Y EL MÉTODO

El objetivo de mi estudio es encontrar algunos ejes de esta historia para mostrar cómo el reduccionismo, actuando frecuentemente en la historia del pensamiento filosófico, es particularmente preocupante en el tema que ocupa a la ecología: la riqueza de los distintos sentidos de la «naturaleza» ha tenido tendencia a encogerse, para ceñirse a una u otra forma que reivindique luego la exclusividad del discurso ecológico y de las actividades destinadas a salvaguardar el medio ambiente. Tal empobrecimiento conduce a enfrentamientos estériles y nos encierra en calles sin salida. Este recorrido, que se pretende preliminar a toda concepción amplia de la ecología, indicará en negativo un camino posible, que consiste en restituir a la naturaleza su más vasta amplitud, la que le pertenece por derecho, haciendo justicia a cada uno de los significados parciales encontrados y articulándolos de manera inteligible. Se habrán descubierto así algunos fundamentos indispensables para la «ecología integral» que algunos preconizan.

La fluctuación reductora de los sentidos de la «naturaleza» se verifica en dos planos: el de la historia de la filosofía y el de la historia de la cultura. El primero es más fácil de determinar, pues es la tarea propia de los filósofos, cuyos libros y tesis universitarias escrutan las ideas para comprobar su variación. El segundo plano, más complejo, es menos seguro pues se trata de mentalidades difusas, unas dominantes y otras más discretas; este conjunto constituye una maraña de tendencias variadas, a menudo implícitas y difundidas por Weltanschauungen [cosmovisiones] raramente tematizadas: se las encuentra en las concepciones científicas, en el seno de obras literarias o poéticas, en las artes y en las técnicas; están presentes en todas partes sin ser notadas. La huella y la fluctuación de tales convicciones implícitas dificulta la aclaración de las corrientes dominantes en la historia de la cultura.

Pero estos dos planos, filosófico y cultural, se cruzan sin cesar: las mentalidades ligadas al progreso técnico influyen sobre las concepciones filosóficas de una época. Por ejemplo, no por casualidad el siglo XVII