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"Pedófilos crean un crowdfunding en la Deep Web para financiar la pornografía infantil", "Deep Web: drogas, armas, asesinos y aviones privados a la venta en la brutal red anónima", "Así compré drogas en la Darknet"... Casi todos los titulares que leemos sobre la Deep Web nos invitan a permanecer lejos de ella: a su lado Mordor parece un cumpleaños. Ahora bien, ¿es realmente la Deep Web ese pozo de inmundicia del que tanto hemos oído hablar? Para averiguarlo, la periodista Lucía Lijtmaer bajó allí y resulta que lo primero que encontró fue... ¡sombra de ojos! A partir de ese instante empiezan las sospechas. A fin de cuentas, la Deep Web se parece bastante a aquel internet que conocimos en los noventa. Es decir una red no regulada por el todopoderoso Google. Desde una enunciación gonzo y poco amiga del thriller (no esperen aquí a aquella Sandra Bullock de La Red, ni tampoco al FBI tumbando nuestros ordenadores), plantea un recorrido por la cara menos conocida de la Deep Web (aquella en la que NO hay drogas, ni armas, ni pedófilos) al tiempo que revisa algunos episodios emblemáticos del artivismo actual. Todo ello nos conducirá hacia una pregunta inevitable: ¿por qué tememos tanto a un internet no dominado por las grandes corporaciones?
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Seitenzahl: 57
Veröffentlichungsjahr: 2015
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IV. QUIERO LOS SECRETOS DEL PENTÁGONO Y LOS QUIERO AHORA
Activismos, hackers y la cara menos espectacular de la Deep Web
Lucía Lijtmaer
MUCKRAKER es la colección digital de Capitán Swing dedicada a la no ficción contemporánea, en un formato que hoy puede sonar disparatado como es el reportaje largo, y con un interés especialmente orientado a escritores locales y actuales. Por eso tu apoyo a estas obras es definitivo: con él avivamos la mejor tradición de periodismo crítico e inteligente, y al mismo tiempo aupamos voces nuevas en el terreno de la no ficción. A todos los lectores y lectoras que hacéis esto posible: gracias.
© De Quiero los secretos del Pentágono y los quiero ahora: Lucía Lijtmaer
Edición en ebook: febrero de 2015
© De esta edición:
Capitán Swing Libros, S.L.
Rafael Finat 58, 2º4 - 28044 Madrid
Tlf: 630 022 531
www.capitanswinglibros.com
ISBN DIGITAL: 978-84-943676-8-7
© Diseño gráfico:
Filo Estudio www.filoestudio.com
Corrección ortotipográfica: Juan Marqués
Maquetación ebook: Caurina Diseño Gráfico www.caurina.com
© Queda prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento.
© Bajo Licencia Creative Commons Reconocimiento–CompartirIgual (by-sa): Se permite el uso comercial de la obra y de las posibles obras derivadas, la distribución de las cuales se debe hacer con una licencia igual a la que regula la obra original.
Contenido
Portadilla
Créditos
SINOPSIS
I
Hablas de paz, prepárate para la guerra
II
Ricardo Domínguez: La desobediencia civil electrónica
III
Y entonces robamos lo invisible: Paolo Cirio
Facebook, la sonrisa de la fiesta eterna
Cómo comerse a Google
¡Extra, extra! Esto es un atraco: Amazon Noir
IV
La venganza de Aaron
V
SINOPSIS
«Pedófilos crean un crowdfunding en la Deep Web para financiar la pornografía infantil», «Deep Web: drogas, armas, asesinos y aviones privados a la venta en la brutal red anónima», «Así compré drogas en la Darknet»...
Casi todos los titulares que leemos sobre la Deep Web nos invitan a permanecer lejos de ella: a su lado Mordor parece un cumpleaños. Ahora bien, ¿es realmente la Deep Web ese pozo de inmundicia del que tanto hemos oído hablar? Para averiguarlo, la periodista Lucía Lijtmaer bajó allí y resulta que lo primero que encontró fue... ¡sombra de ojos! A partir de ese instante empiezan las sospechas. A fin de cuentas, la Deep Web se parece bastante a aquel internet que conocimos en los noventa. Es decir una red no regulada por el todopoderoso Google.
Desde una enunciación gonzo y poco amiga del thriller (no esperen aquí a aquella Sandra Bullock de La Red, ni tampoco al FBI tumbando nuestros ordenadores), plantea un recorrido por la cara menos conocida de la Deep Web (aquella en la que NO hay drogas, ni armas, ni pedófilos) al tiempo que revisa algunos episodios emblemáticos del artivismo actual. Todo ello nos conducirá hacia una pregunta inevitable: ¿por qué tememos tanto a un internet no dominado por las grandes corporaciones?
I
El café comenzó a hacer algo de efecto a eso de las cinco de la mañana. Ahora son las seis y en medio de la oscuridad me cubro con el edredón. Estoy en la cama de mi propia casa, en camisón, y la oscuridad no es únicamente metafórica. Delante de mí fosforece el ordenador con cuatro pestañas abiertas. El resto está oscuro.
—¿Hola?
(silencio)
—¿Estás ahí?
(silencio)
Estoy hablando sola. Tanteo y palpo el teclado.
Mamá, debajo de la cama hay monstruos.
La persona que me va a conectar a la Deep Web me ha dejado sola justo cuando íbamos a acceder al Otro Lado. Tengo miedo. Me siento como en la frontera entre Francia y Alemania en 1943, con el salvoconducto en la mano. Como la niña de Poltergeist delante de la tele. Como Joaquín Almunia durante toda la campaña electoral de 2004.
Hay tantas metáforas para explicar a una analfabeta digital que podría seguir eternamente. Lo cierto es que el desamparo es total. A., mi asesor en este trance del paso al lado oscuro de la red, lleva acompañándome pacientemente durante horas vía Skype para guiar nuestro acceso. Se ve que entrar en la Deep Web, la red libre de la vigilancia que todos conocemos, no es sencillo. Normal.
He seguido las indicaciones de A. yo solita para bajarme los protocolos y las llaves que crean correos electrónicos cifrados para facilitar el trabajo y las etiquetas para la entrada a la Deep Web. Francamente, aún no sé muy bien lo que son las etiquetas ni para qué sirven. Solamente obedezco, con la misma premura de cordera con la que la gente como yo acepta las políticas empresariales de las redes sociales, entregando si hace falta mis riñones y el nombre de mi primer vástago a cambio de poder colgar fotos de gatitos en la red.
Ahora, cuando estábamos a punto de entrar, finalmente, al océano de la Deep Web, A. ha desaparecido.
—¿A.? ¿Estás ahí?
La oscuridad de mi habitación se ha transformado en Alien, el Octavo Pasajero. Yo soy el gatito. A. es la teniente Ripley en la escena que aún no hemos visto. Vamos a morir todos.
Mi miedo es ancestral, claro. Sentada sobre la colcha, solamente con la pantalla reflectante, además de revisar mentalmente todas las películas de terror con monstruos, vuelve en oleadas toda la cultura pop relacionada con puertas que te remiten al otro lado de la máquina. Aparecen, como la pista del Santo Grial, la peligrosidad y audacia del hacker de los ochenta. Soy Matthew Broderick de Juegos de Guerra. River Phoenix en Los fisgones. Sandra Bullock en La Red. En definitiva, también vamos a morir todos.
Mientras transcurren los minutos y yo sigo en el umbral de la Deep Web —sin A., ni entro ni salgo, sino todo lo contrario—, reviso cuáles son mis razones para tener miedo.
La red profunda viene a ser como las profundidades abisales de internet. No sabemos muy bien qué hay por ahí, y lo que conoce el común de los mortales es pedofilia, tráfico de armas y compra-venta de drogas. Es decir: la Deep Web, por lo que muestran los medios de comunicación, es un mercado negro peligroso si no te sabes guiar, donde lo mismo alguien te salta un ojo que te ofrece jaco turco a precio de coste.
Por otro lado, la Deep Web navega entre las turbias aguas de lo alegal. ¿Es ilegal conectarse a un sistema donde ocurren todas estas cosas? De por sí, no. La Deep Web simplemente ofrece protocolos no cifrados de navegación, sin vigilancia. Teniendo en cuenta algunas noticias recientes —tanto los desnudos de celebridades como la frivolidad con la que se revelan las fuentes secretas que antes se protegían con mucha más seguridad—,1 la privacidad se ha convertido en algo codiciado pero difícilmente aprensible: cuanto más la deseas, más fácilmente se te escapa. Así la industria tecnológica ofrece maneras para simular esa privacidad —snapchat