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Polly deseaba a Marcus Fraser, pero sabiendo el rencor que albergaba hacia ella por haberse casado con su primo tuvo que mantener en secreto sus sentimientos. Cuando su marido murió y Marcus le ofreció una casa, un trabajo y a él mismo como padrastro de la hija que tenía, los sentimientos de Polly por él se intensificaron. Sin embargo, los reprimió porque estaba segura de que lo que Marcus sentía no era amor, sino sentido del deber familiar. Entonces, la besó. En ese momento, estuvo a punto de rendirse. Pero de pronto se enteró de que Marcus estaba comprometido con otra mujer, la cual esperaba un hijo de él...
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Seitenzahl: 193
Veröffentlichungsjahr: 2019
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2000 Penny Jordan Partnership
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Rendicion por amor, n.º 1169 - diciembre 2019
Título original: The Ultimate Surrender
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1328-668-6
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
HOLA mamá, ¿a que no adivinas una cosa? He encontrado la mujer perfecta para el tío Marcus. Se llama Suzi Howell. La conocimos cuando Chris y yo estábamos cenando con sus padres. La madre de Suzi es la madrina de Chris. Suzi es preciosa. Es alta, rubia… Ya sabes, una mujer elegante, como le gusta al tío Marcus. Y además tiene la edad perfecta. Tendrá cerca de los treinta. Y está en el negocio de los hoteles. Y…
–Briony… –la voz de Polly Fraser interrumpió el relato de su hija. Polly sacó la cabeza de las profundidades del armario de cocina que estaba limpiando.
¿Por qué su hija siempre elegía los momentos menos oportunos para hacer ese tipo de comentarios? Polly puso todo lo que estaba guardado en el armario encima de la mesa.
–Te va a encantar. Es la mujer perfecta para el tío Marcus –continuó Briony entusiasmada, aunque añadiendo una advertencia–. Ten cuidado, mamá –agarró el bote de mermelada que Polly había dejado en la mesa y que estuvo a punto de caerse.
–Mmm –comentó Briony–. Mi mermelada preferida. ¿Puedo llevármela al colegio? La de la tienda no sabe igual.
–Claro que no –respondió Polly quitándole el tarro, sin hacer caso de la expresión de contrariedad que puso su hija–. Ya sabes las normas –le recordó con firmeza–. Los clientes son los primeros. Lo cual me recuerda que si quieres ganar un poco de dinero mientras estás en casa, esa mermelada que hice el año pasado ha salido muy buena…
–Mamá… –protestó Briony–. ¿Podrías dejar de pensar en el hotel y en los clientes por un momento y escuchar lo que te estoy diciendo?
Polly se dejó llevar por su hija a la mesa.
Ella tenía dieciocho años, la misma edad de Briony, cuando había conocido y se había enamorado de Richard Fraser. A sus veintidós años, cuatro mayor que ella, la había encandilado.
Lo había conocido cuando él fue al despacho del abogado donde ella trabajaba. Su abuelo había muerto, el general Leo Fraser, y había dejado en herencia a sus dos nietos un caserón estilo georgiano que había pertenecido durante varias generaciones a la familia, pero que ninguno de sus hijos, que también estaban en el ejército, ni sus esposas, habían querido.
A Richard le habían dejado encargado de los aspectos burocráticos de la herencia, porque Marcus estaba trabajando en el extranjero, en una multinacional del petróleo. Aunque Polly había oído muchas veces hablar del primo mayor de Richard, no lo había conocido hasta después de casarse, lo que habían hecho a los tres meses de conocerse. Después de tantos años, todavía podía recordar la impresión que le causó al conocerlo. Richard, su marido, era un hombre guapo y encantador. Un hombre con normas de cortesía aprendidas en las escuelas de más prestigio del país. Pero Marcus… Decir que Marcus era guapo no era suficiente.
Marcus, en otras palabras, tenía un estilo propio. Era un hombre que, aunque en la actualidad ya había cumplido los cuarenta, era tan atractivo que a Polly todavía se le secaba la boca y el pulso se le aceleraba cada vez que él entraba en la habitación. Richard era como el señor Bingley de las novelas de Jane Austen, un héroe físicamente atractivo y muy simpático. Mientras que Marcus era como el señor Darcy. Era un hombre con una potente virilidad. Cada vez que lo mirabas se te venían a la mente imágenes de volcanes en erupción. Tenía tanta energía sensual que a Polly, a sus diecinueve años y recién casada, le parecía muy difícil ignorarlo.
De nada había servido que en aquel tiempo Marcus hubiera manifestado su desaprobación por el hecho de que Richard se casara con una chica tan joven y de forma tan precipitada. Y aunque ella se había dado cuenta de su rechazo, en ningún momento había dejado que vieran lo dolida que se sentía.
Desde el principio, nada más conocerse, Polly se había dado cuenta de lo importante que era para Richard la opinión de su primo mayor. Los dos habían ido al mismo colegio y habían crecido más como hermanos que como primos. Richard era el más joven, aunque solo los separaban dieciocho meses. Pero era natural que pusiera a Marcus en un pedestal.
Polly, que se había quedado huérfana a sus cuatro años y había sido criada por la hermana de su padre, no había querido hacer nada que pudiera provocar la separación de los dos primos. Si la aprobación de Marcus era importante para su querido, amado y maravilloso Richard, haría todo lo que estuviera en su mano para no contrariarlo, aunque ello supusiera su propia desdicha.
–Por Dios bendito, Rick, si es una cría –había oído a Marcus decirle a su marido, cuando los dos creían que no los estaba oyendo.
–Es una chica adorable y la quiero –oyó a Richard responderle.
Marcus suspiró. No tuvo que ver nada para imaginarse la expresión de irritación que puso en su rostro. Era difícil de creer que alguien como Marcus pudiera entender alguna vez el amor que se profesaban Richard y ella.
Después de casarse, ella se trasladó al pequeño piso que Richard tenía alquilado. Era pequeño, pero con un ático con la luz que todos los pintores valoran tanto. Porque Richard era un pintor que luchaba por darse a conocer y que pensaba que un día sería rico y famoso.
En aquel entonces, vivían de la pequeña pensión que Richard recibía de sus padres, además del dinero que sacaba de los encargos que recibía de los amigos de sus padres. Además, también tenían el dinero que ella ganaba como secretaria. No era mucho, pero suficiente. Y cuando Richard y Marcus vendieran Fraser House…
Entonces ocurrió… un accidente… un azar del destino.
Durante el fin de semana en la lujosa casa de campo a la que Marcus los había invitado, como regalo de bodas, Polly se había puesto enferma, bien porque el marisco que habían comido no había estado fresco, o por el champán que había bebido. Pero Richard la había cuidado con tanto cariño y dulzura que muy pronto se recuperó.
Pero a las pocas horas después volvió a sentirse mareada, justo en el momento en que Marcus estaba hablando con Richard de que tenían que encontrar un comprador para la casa. Y fue Marcus el que primero se dio cuenta de la verdadera razón de su estado.
–Por Dios Rick, ¿no te das cuenta de que está embarazada?
–¿Embarazada?
Los ojos de Polly se llenaron de lágrimas, sintiendo en el pecho la presión de la ansiedad.
¿Qué iban a hacer si Marcus estaba en lo cierto? Porque en aquel momento no se podían permitir tener un hijo. Ni siquiera ganaban suficiente dinero para mantenerse ellos.
Casi no pudo probar bocado de la comida que había preparado ella misma para Marcus. A Polly le encantaba preparar nuevas recetas. Su tía era muy buena cocinera, y como a ninguna de sus hijas les había interesado aprender sus habilidades en la cocina, se había concentrado en enseñárselas a su sobrina.
A Polly nunca se le habría ocurrido pensar en la posibilidad de quedarse embarazada tan pronto.
Mientras ella estaba en la cocina, podía oír la conversación de Marcus y Richard.
–¡Por Dios bendito, Rick! –oyó exclamar a Marcus–. ¿En qué diablos estás pensando? Pero si esa chica es casi una niña…
–No pienso… Cuando estás enamorado, no piensas –oyó a Richard responder.
–¡Enamorado! –exclamó Marcus–. No creo que ninguno de los dos sepáis lo que es el amor de verdad.
Al rato, Marcus se fue, sin querer darle el beso en la mejilla que ella tímidamente le ofreció, sus ojos oscurecidos por la intensidad de su ira.
–No parece que le guste mucho a Marcus –le confesó a Richard horas más tarde. Estaban sentados en el sofá y Richard estaba dándole cucharadas de la cena que ella había preparado. El olor de la comida le producía náuseas.
–Claro que le gustas –le respondió Richard, sin siquiera mirarla a los ojos–. Seguro que hubiera deseado conocerte él primero –añadió–. Aunque bien es verdad que no eres su tipo….
–¿Y qué tipo de chicas le gustan? –le había preguntado Polly, más para olvidarse de su malestar que por otra cosa.
–Pues las chicas altas y sofisticadas. Ese tipo de mujer que mira como si supiera ya todo de la vida, si sabes lo que quiero decir.
Claro que lo sabía. El tipo de mujer que estaba describiendo Richard era completamente diferente a lo que ella era, o podría ser. Para empezar, ella era bajita y tenía el pelo castaño, no rubio. Y por lo que se refería a experiencia en la vida…
Un mes más tarde, cuando ya sabían con toda certeza que se había quedado embarazada, Richard había entrado en casa y la había encontrado llorando y preocupada por su futuro.
–No te preocupes –la consoló mientras la abrazaba–. Ya nos las arreglaremos de alguna forma…
Inmediatamente se sintió mejor, más confiada en el futuro. Richard era una persona alegre y cariñosa y contagiaba su optimismo y confianza en el futuro.
Una comisión por la venta de un cuadro que había conseguido vender Marcus, además de un cheque por una suma generosa que los padres de Richard les habían enviado por Navidad, los ayudó a pagar algunas deudas que habían acumulado. Pero el piso en el que vivían era un piso frío y húmedo. Richard pilló gripe, se la contagió a ella y no pudo ir a trabajar. Recibió una carta del trabajo en la que le decían que, como estaba embarazada y pronto iba a dar a luz, lo mejor que podía hacer era concentrarse en su salud y no volver al trabajo. La carta había llegado un día triste del mes de febrero, cuando estaba de siete meses y el dinero que habían recibido por Navidad se lo habían ya gastado en la renta.
La salita del piso en el que vivían estaba abarrotada de cosas que habían comprado para el bebé, todas de segunda mano, incluida la cuna que Richard estaba pintando. Polly estaba sentada en la desgastada alfombra que cubría el suelo, llorando a lágrima viva, cuando Marcus apareció de forma inesperada.
Cuando intentó levantarse, Polly tropezó en la alfombra y se cayó hacia delante, emitiendo un grito de protesta y miedo, acallado al instante en la carísima chaqueta de cachemira que Marcus llevaba puesta, impidiendo así su caída. Durante unos segundos, mientras permanecía abrazada a él, Polly tuvo la sensación de sentirse segura y protegida, incluso aceptada.
Pero fue tan solo un segundo. Porque ella nunca se había sentido cómoda con Marcus y menos en el estado de embarazo avanzado en el que se encontraba. Por la forma en que la miraba, Polly se daba cuenta de que él pensaba que aquel embarazo había impuesto responsabilidades sobre Richard que le impedían expresar su talento artístico. ¿Cómo entonces podía haber sentido lo que había sentido? Seguro que había sido una alucinación, algún efecto secundario por estar embarazada y no tener dinero. Marcus la soltó y le dio la espalda. Después, se fue al ático donde Richard estaba trabajando.
No había transcurrido siquiera una semana, cuando Richard había entrado en casa muy excitado y le había dicho la magnífica idea que Marcus había tenido. La levantó en brazos y empezó a darle vueltas en el aire, a pesar de avanzado estado de embarazo en que se encontraba.
–¿Qué idea? –le preguntó ella.
–En vez de vender Fraser House, Marcus dice que por qué no nos la quedamos…
–Pero necesitamos el dinero que podamos sacar por ella –protestó Polly. Una de las cosas que había descubierto de su marido era que era un soñador. No era una persona precisamente práctica.
–Es verdad que necesitamos el dinero –accedió Richard–. Pero a Marcus se le ha ocurrido una forma de que ganemos un poco. Ya sabes que lo han ascendido y que va a tener que pasar más tiempo aquí en el Reino Unido.
Polly asintió con la cabeza. A Marcus le habían hecho responsable del departamento y tenía que ir todos los días a trabajar a las oficinas que la empresa tenía en la ciudad, para por la tarde volver al lujoso apartamento que tenía en el pueblo de donde era la familia de Richard. Polly sabía, por las conversaciones que él había mantenido con Richard, que pasaba mucho tiempo en reuniones con sus colegas del extranjero.
–Parece que el jefe de Marcus acaba de llegar de una larga estancia en la sede central de la empresa en los Estados Unidos y le ha dicho a Marcus que allí la tendencia es que los ejecutivos se hospeden en las casas de sus colegas. Parece que quiere introducir ese mismo sistema aquí. A Marcus le darían una paga extra para sufragar los costes, pero según me ha contado, le sería imposible ofrecer, como hombre soltero que es, la hospitalidad necesaria. Por eso se le ocurrió que la solución perfecta sería que todos nosotros…
–¿Qué quieres decir? –le preguntó Polly asombrada.
El bebé le estaba dando patadas y todavía estaba un poco congestionada por la gripe. Lo que más deseaba era irse a la cama, a una cama calentita en una habitación calentita… no en la incómoda y húmeda cama que Richard y ella compartían.
–Pues lo que acabo de decir –le respondió Richard–. Que sería una idea magnífica que los tres nos trasladáramos a Fraser House y que tú y yo… bueno más tú que yo –admitió–, cuidara de los compañeros de Marcus. Ya sabes, limpiar las habitaciones, cocinar y ese tipo de cosas –le dijo en tono vago–. Y Marcus nos pagaría por ello. Él también viviría con nosotros y tendrías que cocinar también para él. Aunque él se pasaría el tiempo viajando…
–Richard… –le interrumpió Polly.
–¿Qué? ¿No te sientes bien? –le preguntó con ansiedad, en cuanto vio su palidez –. ¿Es el bebé? Todavía es pronto…
No era el bebé, aunque aquella noticia bien podía haber provocado un parto prematuro, pensó Polly poco más tarde, mientras buscaba las palabras para decirle que la sugerencia de Marcus era inviable. Por una sola razón. Y era que no se imaginaba a Marcus compartiendo casa con un recién nacido y menos con ella.
Durante la noche, cuando estaban en la cama, el techo de la casa empezó a caerse en pedazos. Richard dijo que no podían continuar viviendo así. Además, a la mañana siguiente tendría que irse a trabajar fuera diez días, en el regimiento de su padre. Le habían encargado que pintara la mascota del regimiento, una cabra que estaba en el cuartel de Aldershot.
Mientras Polly recogía los pedazos que se habían caído del techo, Richard llamó por teléfono a Marcus. Este llegó al rato, vio el estado en que se encontraba el piso y dijo que allí no podía vivir nadie, y menos una chiquilla embarazada.
–Yo no soy una chiquilla –le respondió Polly, haciendo un gesto desafiante–. Ya tengo diecinueve años.
–Pues eso… una chiquilla –replicó Marcus mientras seguía dando instrucciones–. No, deja eso y ve al coche.
Así fue como llegó a Fraser House. Quitaron el cartel que anunciaba su venta y en un abrir y cerrar de ojos apareció un ejército de limpiadores que se encargó de ponerla en perfectas condiciones para vivir.
Fue la cocina la que convenció a Polly de que la idea de Marcus podía funcionar. Era una cocina grande, espaciosa y bien equipada. A pesar de la edad y soledad del general, todavía poseía un ambiente cálido. Tenía calefacción central y producía litros y litros de agua caliente, a diferencia del piso en el que habían vivido. Y también tenía jardín, espacioso como para albergar un ejército de niños. Y habitaciones, a las que solo había que dar una mano de pintura, con muebles de estilo rústico y suficientes armarios y cómodas.
El estudio era enorme, al igual que el comedor, en el que había una mesa y veinticuatro sillas. Había también una biblioteca y una habitación que Marcus le contó era la preferida de su abuela. También estaba el salón, el sótano, otro piso arriba y un ático.
Cuando Marcus le dijo cuánto estaba a dispuesta a pagar su empresa por las visitas de los ejecutivos, con sus esposas, Polly estuvo a punto de desmayarse.
–¿Tanto? –le preguntó con los ojos abiertos de forma desmesurada.
–Y tendrás que preparar comida para ellos –le advirtió Marcus–. Buena comida, Polly. Porque esta gente está acostumbrada a comer en los mejores restaurantes. Aunque no creo que tengas ningún problema al respecto –añadió para hacerle un cumplido.
–Yo… –empezó a decir Polly–. Yo… –empezó de nuevo. Estaban caminando por el pasillo. Marcus iba delante de ella. Ya se imaginaba aquel pasillo lleno de flores recién cortadas del bosque. Los detalles decorativos se los dejaría a Richard, quien no tenía ningún perjuicio en asumir ese papel. El mural que había pintado para la que iba a ser la habitación del niño en el piso había dejado sin respiración a más de uno por su delicadeza e imaginación.
–Sí, Richard podría… Oh… –el dolor tan agudo que sintió le dejó sin respiración.
–¿Qué ocurre? –le preguntó Marcus.
–Nada –le mintió, rezando para que fuera realidad y se le pasara el dolor tan penetrante que sentía a intervalos cada vez más regulares. Prefería pensar que era tan solo una falsa alarma. Era demasiado pronto para que naciera el bebé. Todavía le quedaba un mes para salir de cuentas…
Se forzó a caminar al lado de Marcus. Subieron a inspeccionar las habitaciones del piso de arriba, para decidir cuáles iban a ser las de los invitados.
Ya habían decidido tácitamente que Marcus iba a quedarse con la habitación más grande, que había sido la de su abuelo, sobre todo porque tenía cuarto de baño y un pequeño saloncito, que era todo lo que él necesitaba. Polly había elegido dos habitaciones en el otro extremo de la casa, no solo para mantener su privacidad, sino para que el bebé no lo molestara.
En el fondo de su corazón, sentía que lo que menos deseaba era vivir bajo el mismo techo que el primo de su marido, a pesar de lo mucho que a Richard le gustara la idea. Pero no tenía otra opción.
Se retorció de dolor al sentir otra contracción, más punzante que la anterior y que duró más tiempo. Marcus se dio cuenta. De pronto, la cabeza empezó a darle vueltas. Sintió miedo. Lo que más quería era estar con Richard. Pero él se había ido a Aldershot a pintar la mascota del regimiento. Al darse cuenta, Marcus empezó a llevársela hacia la puerta.
–No… ¿dónde…? ¿qué…? –empezó a decir, pero el dolor le impedía terminar las frases.
–¿Pues dónde vamos a ir? ¡Al hospital! ¿Crees que puedes llegar hasta el coche, o quieres que…?
Solo pensar que Marcus podía llevarla hasta el coche en brazos le dio fuerzas para llegar por sí misma. En cuestión de segundos llegaron al hospital.
Cuando llegaron, las contracciones eran cada vez más frecuentes. La pusieron en una camilla y se la llevaron a la sala de partos.
Dos horas más tarde, cuando Briony Honey Fraser vio la luz, Polly abrió los ojos y miró los del hombre a cuya mano había estado agarrada durante todo el tiempo que duró el parto y se dio cuenta de que no era Richard, sino Marcus. Pero antes de que pudiera abrir la boca, se durmió del agotamiento. Cuando despertó tenía a su adorable hija en una cuna a los pies de la cama y a su adorable marido sentado a su lado, con una sonrisa de oreja a oreja. Y se dijo a sí misma que debía haberse imaginado que había sido Marcus el que la había acompañado durante el parto.
Continuó pensando lo mismo hasta que Richard fue a la mañana siguiente a llevarlas a Briony y a ella a casa.
–Vaya suerte que Marcus estuviera contigo cuando empezaste a tener las contracciones… Le he dicho que queremos que sea el padrino de la niña. Al fin y al cabo, él estaba allí cuando nació.
Polly cerró los ojos y se puso roja de vergüenza. No había sido un sueño… una pesadilla más bien. Marcus había estado a su lado todo el tiempo. Había sido Marcus el que le había secado el sudor de la frente, el que la había animado a empujar, el que le había dicho que acababa de traer al mundo a la niña más bonita del mundo. Había sido Marcus, no Richard.
Nadie podría haberse imaginado el alivio que sintió cuando fue a Fraser House y se enteró de que Marcus se había ido de viaje y que no iba a regresar hasta al cabo de un mes. Era el tiempo suficiente para que se le olvidasen todos esos recuerdos.
Pero ocurrió algo que nadie pudo evitar. Y fue que Briony nada más nacer miró al primo de su padre y se convirtió en el ser más querido para ella.
Fue a Marcus a quien le regaló su primera sonrisa. Fue el nombre de Marcus el que pronunció primero. Y fue hacia Marcus al primero al que se dirigió cuando empezó a caminar.
A Richard todo aquello no parecía importarle. De hecho, estaba encantado de que su hija adorase a Marcus. Cuando Briony cumplió los tres años, Polly no tuvo más remedio que admitir que la idea que había tenido Marcus de convertir aquella casa en un lugar donde pudieran quedarse los ejecutivos que venían de visita al país había cambiado para bien sus vidas.
Los invitados estaban encantados con la forma de cocinar de Polly, hasta el punto de que Marcus le dijo un día que el presidente estaba empezando a protestar por no haber tenido la oportunidad todavía de pasar unos días en Fraser House, añadiendo que el consejo de administración había decidido pasar las Navidades de ese año allí.
Poco a poco, fue adquiriendo más habilidades culinarias. Devoraba los libros de cocina con la misma avidez que los invitados las cenas que preparaba. Nunca había sido más feliz en su vida.
Richard fue consiguiendo más trabajo. Todavía soñaba con que un día sus cuadros estarían en la Royal Academy, aunque ella estaba empezando a pensar que nunca lo conseguiría. Sin embargo, aquellos sueños eran importantes para él y ella solo quería su felicidad.