Sinfonías Paralelas - Darío Hernán Palacios - E-Book

Sinfonías Paralelas E-Book

Darío Hernán Palacios

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Beschreibung

Romance, pasión, deseo y locura. Un violinista con el talento de oír música en el cuerpo de las mujeres lucha contra los sentimientos de un corazón dividido entre dos amores con sinfonías completamente opuestas. El recuerdo de su maestro fallecido y la decepción de no poder continuar el legado taladran su cabeza. A su vez, él ignora que un enemigo sediento de venganza manifiesta un peligro aún mayor. Mientras tanto, un violín que pareciera tener vida propia podría cambiar el rumbo de todo, para bien o para mal. Acción, peligro, traición, desengaños y sentimientos

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Palacios, Hernán Darío

Sinfonías paralelas / Hernán Darío Palacios. - 1a ed . - Córdoba : Tinta Libre, 2020.

232 p. ; 22 x 15 cm.

ISBN 978-987-708-602-7

1. Narrativa Argentina. 2. Narrativa Erótica. 3. Novelas Policiales. I. Título.

CDD A863

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,

total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución

por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidad

de/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2020. Palacios, Hernán Darío

© 2020. Tinta Libre Ediciones

Para todo aquel que aportó una opinión, una idea, una ayuda, una experiencia; desde un punto de vista profesional o de lector.

Y para ti que estás leyendo esto. Espero disfruten viviendoesta historia como yo lo disfruté al crearla.

Gracias por ayudarme a volar hacia mis sueños.

SinfoníasParalelas

Hernán D. Palacios

Prólogo

Mi dulce Fiamma

—Estás cometiendo un grave error León, esto es una locura, recapacita —le decía Johan caminando por las vías del tren de un túnel en penumbras. A unos pocos pasos por detrás, León mantenía a Johan encaminado a punta de pistola. El arma era un revolver de colección antiguo, muy fino y valioso, con culata de marfil; quizás jamás había sido disparado antes en contra de un ser vivo. Si su rehén intentaba alguna estupidez sería el primero.

—Cállate, veremos si estás igual de tranquilo cuando tu vida penda de una cuerda.

—Un duelo no solucionará nuestras diferencias, no cambiará nada, razona León, en virtud de nuestros años de colegas y de amistad —lejos de suplicar por su vida, la tranquilidad de Johan sonaba arrogante.

—¡Cierra tu venenosa boca, a mí no me engañas!

Escupió las palabras como si le supiesen amargas.

—Nuestra amistad se terminó el día que miraste a Fiamma con los ojos que no debías, la habrás engañado a ella, pero tus trucos no funcionan en mí.

—Ya lo hemos hablado León, no fueron trucos, tuviste tu oportunidad con Fiamma y la perdiste, ella…

—¡Que cierres el maldito hocico te he dicho! —lo interrumpió de un golpe en la nuca con la culata y Johan no tuvo más remedio que tragarse el resto de la frase y continuar caminando.

—Muerde tu lengua de serpiente antes de hablar de ella, sucio connard1.

El túnel estaba bastante oscuro, pero no lo suficiente para darle una oportunidad a su adversario y ser arrebatado por sorpresa.

León sabía que Johan no sería tan imbécil para intentar quitarle el arma en posición de desventaja, pero lo conocía demasiado, tarde o temprano, de alguna forma intentaría burlarse de él como siempre lo había hecho. Por esa misma razón le había tendido una trampa unos metros más adelante, como un seguro para su propia tranquilidad.

Los ojos de León se iban acostumbrando mejor a la oscuridad. Podía observar cada detalle de Johan: el cuello de la camisa fuera del traje, las mangas recogidas, su larga y lacia cabellera que a pesar de la oscuridad del túnel parecía brillar como plata; siempre tan desprolijo y rebelde.

«¿Qué demonios le vio Fiamma ? ¿Qué clase de mentiras le habría prometido para enamorarla y poder arrebatármela?», pensaba y continuaba observando aquel andar tan tranquilo, seguro y hasta desafiante, como si no fuese a perder el duelo y morir así sin más.

—¿A dónde me llevas?

«A una formidable trampa y luego a tu propia muerte», tuvo ganas de responder.

—A un lugar donde nadie nos molestará —dijo sin embargo.

—Nadie va a molestarnos aquí.

Johan lo sabía porque de jóvenes solían ir ahí con León cuando eran íntimos e inseparables

—Estos túneles llevan años fuera de uso.

—¿Por qué no empezamos ya y terminamos de una vez? —insistió nuevamente Johan. Esta vez, se notaba un ápice de nerviosismo escondido.

—Ya falta poco, no seas ansioso, el sitio que he elegido para nuestro duelo tiene una acústica increíble.

En parte era cierto y en parte excusa, sus trampas estaban cuidadosamente colocadas a solo unos metros.

Continuaron el camino por una bifurcación que hacía el túnel más estrecho y los obligaba prácticamente a caminar por encima de las vías.

«Ya casi, solo un poco más maldito traidor, solo un poco más».

—¿Qué harás luego de matarme? ¿Enterrarme bajo las vías?

—No precisamente —respondió y se relamió la sonrisa.

—¿Entonces qué?

Un sonido seco de metal contestó a su pregunta. Johan se agachó bruscamente sobre su rodilla y gritó. León no hizo ademán de detenerlo, sabía que no fingía, los quejidos y gemidos de dolor eran genuinos.

Era una trampa para un oso pequeño aun así le había enterrado los filosos dientes de metal en los músculos de la pantorrilla casi tocando el hueso. Con sumo cuidado León saltó la segunda trampa y se alejó unos pasos hacia la zona segura.

—¿A dónde vas? ¡Vuelve! —gritó Johan, quiso seguir al otro hombre pero un tirón volvió a desgarrar sus sentidos— ¡¡Merde2!!

El dolor y el miedo habían tomado posesión de su cuerpo. La trampa estaba encadenada a la vía, no había manera de liberarse.

—¡Maldición León, de verdad, todo esto ha ido demasiado lejos! —reclamó el hombre herido apretando los dientes mientras luchaba por liberarse de la trampa—. Si todo esto lo haces por el violín, entonces quédatelo.

—Claro que me lo quedaré, una vez que te haya vencido, por ley el instrumento pasa a ser mío y con eso demostraré que el maestro se equivocaba en darle tanto merito a tu talento.

Johan y León habían sido estudiantes de cuerdas, compañeros y amigos desde el instante que se conocieron, nunca hubo rivalidad. Hubiera seguido siendo así, pero su Maestro en cuerdas3 declaró que el Hueso dragón, un antiquísimo y valioso violín de marfil sería legado a su mejor estudiante, y León jamás aceptó el segundo puesto.

Sin embargo, la verdadera rivalidad comenzó cuando Fiamma llegó a sus vidas deslumbrando a ambos solo con su presencia. León la reclamó primero, incluso antes de que Johan pudiera cerrar su mandíbula por la admiración.

Cabello abundante, recortado hasta los hombros; le gustaba llevarlo siempre recogido, no entendía el porqué, ya que suelto y alborotado era toda una maravilla. Alegre y divertida en todo momento, su sonrisa transmitía paz y buen humor aun en las malas.

Por códigos de hermandad Johan no podía cortejarla, pero se le hizo muy difícil cumplir ese pacto, ya que desde un principio hubo atracción mutua. Johan hizo todo lo posible por no enamorarse de ella y aun cuando fracasó se resistió a traicionar a su mejor amigo.

Johan aconsejó a León con sus más íntimos secretos sobre conquista, gracias a ello Fiamma y León comenzaron a salir juntos. No fue sino hasta que León tuvo brotes de comportamientos compulsivos y celos irracionales hacia Johan, que el mismo León cortó toda relación y contacto y arrojó al váter todos los años de amistad.

Johan supo al poco tiempo, a través de un tercero, que Fiamma había terminado con León por sus actitudes posesivas y celos enfermizos. Luego de eso, no volvió a saber nada de ellos por un largo tiempo.

Pero el destino suele ser insistente con los casos pendientes. Johan y Fiamma se encontraron de nuevo cuando por puro azar terminaron componiendo música juntos. Y sucedió lo inevitable: cayeron bajo el amor contenido que alguna vez desearon. Al parecer León se enteró de ello y ahora trataba de matarlo.

Sin dejar de apuntar a su rehén, aunque este poco podía hacer con un pie atascado y tan lastimado, León se quitó el estuche de la espalda y de él sacó un reluciente violín con su arco. El cuerpo era tallado en marfil puro, tan impecable que brillaba como plata blanca. Aquel era el mismísimo Hueso dragón.

León explicaba las reglas del duelo, pero Johan tenía toda la concentración en abrir la trampilla y gritar de dolor.

—Tocaremos una pieza cada uno, mismo tempo y estilo —explicaba—. Te dejaré empezar.

—¡Por favor, para ya! —suplicaba al tiempo que se ponía de pie.

—¿Ahora no pareces tan confiado verdad? —continuó.

—El que toque mejor su pieza elegida gana la ronda y el perdedor comienza la siguiente, el mejor de tres ganará el encuentro —elevó los labios en una sonrisa maligna—. Un último detalle, si pierdes la ronda, recibirás un disparo, tranquilo será rápido, para la tercera ronda ya estarás muerto.

Le arrojó el violín y arco a Johan de imprevisto, quien, por puro instinto, al apenas tomar contacto ya se lo había ubicado en el hombro, listo para tocar y se encontró a sí mismo haciendo el ridículo.

—Veo que te ha gustado la idea —volvió a mostrar esa gesticulación atroz de su boca.

—No tocaré, no me uniré a tu juego.

—Entonces doy por sentada la ronda. ¿Dónde quieres recibir el primer disparo?

—Ya te lo he dicho, no tocaré.

El impacto dio en la pierna entrampada, un disparo limpio, orificio de entrada y salida. Johan gritaba mientras que con sus dos manos oprimía las heridas.

—Bueno, he descartado que vayas a seguir utilizando esa pierna así que la escogí por ti, por cierto, el comodín de “yo no voy a tocar” solamente puedes utilizarlo dos veces más. No voy a estar tocando solo y gastar balas una vez pases a ser un cadáver. Apuntó con su mentón al violín en señal para que Johan lo recogiera.

—Has perdido, así que te toca comenzar la ronda y por lo que más quieras, házmela difícil, detesto quedar como un abusivo.

Johan sabía que iba en serio. Si no tocaba, le dispararía de nuevo, no tenía más remedio que participar del duelo. Se enfrentaría a León con su mejor arma, el Hueso dragón.

Rasgo el arco sobre el diapasón4 muy cerca de sus dedos para tener mejores agudos, aquellas notas sonaban como un millar de aves al despertar el alba, hermoso. Su contrincante también aceptó la belleza de la melodía, tocó una nota similar y al terminar automáticamente desenfundo el arma que había guardado en su bolsillo.

Johan se preparó para otro estallido en su cuerpo.

—Has ganado este, de puta suerte—disparó, y esta vez la bala dio en uno de los candados que lo ataban a la vía—. Un paso más cerca de la libertad —bromeó León— y el último —guardó el arma y comenzó su turno.

Johan no había oído jamás esa melodía, y le fue un tanto difícil encontrar una similar por lo que improvisó, supuso que lo había hecho fatal, cuando terminó de tocar la pieza, un disparo en el hombro se lo confirmó.

—Dos a uno, no pierdas el ritmo Strasorier, un fallo más y el tren del infierno pasará a recogerte.

Johan no tuvo humor para compartir con León las carcajadas a todo volumen que lanzaba desde el estómago. El malnacido se estaba riendo desde lo más profundo de sus entrañas. Cuando soltó la herida de su hombro descubrió que ese disparo también había sido limpio, impecable, dolía horrores pero no lo había dañado como para impedirle seguir tocando. El hijo de perra era un buen tirador.

—No lo olvides Strasorier, última ficha, podría ser la canción de tu funeral.

Johan atrapó el violín en el aire y sin pérdida de tiempo lanzó su mejor juego de cartas.

Las notas llevaban un ritmo acelerado imposible, agudos y graves se mezclaban en armonía uno tras otro, impredecibles, fouetté y portatos5 al azar, movimientos muy cortos y continuos, demasiado enérgico, imparable. Johan utilizó esa sinfonía ya que era muy complicada de igualar en velocidad.

Un nuevo disparo derribó a Johan incluso antes de que terminara su número. En el suelo, pasó sus manos por todo su cuerpo buscando la fisura del impacto, y la encontró, en otro de los candados que lo aprisionaba.

—Buena pieza, habría podido superarla con un poco de práctica, pero no a la primera, parece que sí tienes un poco de talento después de todo.

La horrenda sonrisa se había borrado de los labios de su contrincante, y Johan volvía a sentir un ápice de esperanza. «Dos a dos y falta el definitivo», pensó.

Sus cartas resultaron ser póker de ases.

—Pasa el violín y desempatemos de una puta vez.

León tocó una melodía suave de tono pero con tempo allegro6 y cambios de velocidades precisos. Johan estaba bastante dolorido por sus heridas para continuar tocando, aun así se negó a darse por vencido.

La pieza de su contrincante era compleja y Johan había gastado demasiada energía y recursos mentales en su último número, pero valía la pena por estar vivo una canción más.

Johan recibió el violín en sus manos, lo colocó esta vez sobre su hombro herido ya que necesitaba toda la fuerza de su brazo sano, y como quien reza por un milagro, le susurró al Hueso dragón: no me abandones —y comenzó a tocar.

Las manos le temblaban, los dedos se le aflojaban de las cuerdas y presionaba las notas equivocadas, el corazón le latía a mil pulsos por segundo, sabía que el disparo llegaría en cualquier momento, sin embargo aquello nunca ocurrió y la melodía sonaba limpia y exacta en todo momento.

Johan respiraba como si toda la canción la hubiese tocado bajo el agua y le hubiesen permitido salir solo al concluirla. Exhaló. Sus ojos se salían de las órbitas por el asombro y por el terror al esperar el veredicto. Era totalmente injusto que un mismo participante fuese el juez a la vez, pero León tenía el arma en su poder, no podía discutírselo.

—Esto está complicado —bromeó apuntando el revólver a la cabeza de Johan, luego a la tercera cerradura y de nuevo a empezar.

—A ver “Reina” dime quien ha ganado. Apoyaba el cañón del arma en su oído como si le estuviese dando los resultados en secreto, ese sujeto era abominable.

“Reina de los ángeles” era el nombre que le había puesto Johan a su bellísima arma de colección, era un revolver calibre Magnum 3577, además de robársela ahora iba a asesinarlo con ella.

—Muy malas noticias bastardo —Johan tembló—. La Reina me dice que habrá que desempatar.

Aquello no lo alentó demasiado, estaba mal herido y cansado, había perdido sangre.

—Acabo de recordar una sinfonía que apuesto a que no te la sabes.

León colocó al Dragón sobre su hombro y comenzó a tocar, había disgusto en su rostro y la melodía no sonaba pura.

Lanzó una palabrota y el instrumento cayó sobre las vías. Sangre brotaba por los dedos de León, las cuerdas le habían hecho un corte profundo.

—Sabía que ibas a utilizar algún truco tarde o temprano maldita rata.

Johan se declaró inocente, se percató de que la Magnum había caído del saco del portador, se lanzó hacia ella olvidando por completo la trampa dentada aferrada a su pierna. Sintió como la carne se le desgarraba y cayó al suelo con un grito sordo, estiró la mano y sujetó el arma al mismo tiempo que León. Forcejearon en las vías y el arma se disparó.

Sangre manaba por el trozo faltante de la oreja izquierda de León, Johan tenía el arma y la mira apuntaba a su agresor.

—Ya ha acabado lunático, dame las llaves.

—No —negó León.

—Dámelas o te dispararé justo entre las cejas, no estoy jugando.

Y no lo estaba, jamás había disparado contra un hombre pero no dudaría en hacerlo ahora.

Para hacer una gracia, León sacó las llaves, las hizo tintinear y repitió:

—No —terminando la palabra a risas.

—No te quedan balas cabronazo, la Reina solo puede cargar cinco.

Aquello era verdad, Johan contó los disparos en silencio y con amargura supo que estaba desarmado.

—Las llaves son mías, pero mira el lado bueno te quedas con el Dragón y la Reina, a mi poco me importan, tengo esto —sacó un Walkie-Talkie y dio una orden—: Margoh, ponlo en marcha.

Una voz femenina respondió al cabo de unos pocos segundos:

—Listo maestro, está en marcha.

—Strasorier, ¿recuerdas lo que te dije acerca de que el tren del infierno vendría a recogerte?

Johan lo entendió de repente y se puso a dar martillazos con la culata en el último candado.

—Pues, viene a buscarte cabrón —dijo y rompió en carcajadas.

Johan golpeaba y hacía palanca con todas sus fuerzas el último candado. La adrenalina amortiguaba el dolor en sus heridas.

—Aurevoir8 colega, au revoir —saludaba mientras se alejaba y festejaba su cruel triunfo—. Me alejo para no ensuciarme el traje cuando eches pestes, au revoir.

La culata no era lo suficientemente fuerte para romper un candado.

«Si tan solo hubiese quedado una bala más», deseó inútilmente, y vio a León volverse pequeño en la lejanía.

Sintió las vías temblar y el pánico trepó por su columna. Pensó que quizás sería más fácil cortarse la pierna que el candado, si tal vez palanqueaba la trampilla con el mango del violín. Lo decidió y se estiró cuerpo a tierra para alcanzarlo. Una voz lo distrajo de su tarea, tal vez la pérdida de sangre lo estaba haciendo alucinar

—¡¡Johan!!

Pero estaba seguro de reconocerla, no podía ser ella.

—¡¡Johan!! ¡¡Johan!!

¿Qué hacía Fiamma en un lugar como ese?

—¡¡Johan!!

Su voz era más fuerte, estaba más cerca, provenía de atrás del túnel.

—¡Fiamma aléjate, sal de las vías!

Pero la joven no hizo caso y apareció corriendo por el estrecho túnel. Johan, desde el suelo, apenas podía arrastrarse, la voz le fallaba y hasta su visión lo estaba abandonando. ¿Acaso era Fiamma una alucinación?

Un sonido seco y metálico sonó de repente, muy cerca de él, junto con un estrepitoso grito. De pronto, el temor a su propia muerte se esfumó, tomó fuerzas para levantarse, su visión se despejo y sus temores se hicieron realidad. Fiamma había caído en una trampa adyacente. Johan se había concentrado tanto en su trampa que no había visto la otra amenaza.

—Fiamma, ¿por qué demonios has venido? ¿Cómo has sabido dónde estaba?

La muchacha hizo ademán de contestar pero el mismo Johan la calló.

—Olvídalo no hay tiempo, tengo que sacarte de aquí.

No faltaba mucho para que el tren pasara y no había tiempo de salvar a los dos, tomó el violín y de punta trato de incrustarlo dentro de la boca de la trampilla de Fiamma.

León avanzaba canturreando por la zona segura al costado de las vías. Al oír el eco lejano de la voz de Fiamma giró sobre sus pasos en un reflejo seco. Desde lo más profundo del túnel comenzó su carrera desesperado en su dirección al ver que su amada corría peligro, y cuando comprendió que ella había caído en una de sus trampas, enloqueció de pánico.

—¡No, no, no, mi Fiamma no, mi Fiamma no!

Llamó por su Walkie-Talkie—: ¡Detén el tren Margoh! ¡Ahora!

—No puedo —contestaron del otro lado—. Ya no estoy a bordo maestro, no se puede detener.

León arrojó el artefacto y continuó su carrera. La luz del tren estaba cada vez más cerca, Johan lo vio regresar y comenzó a llamarlo a gritos.

—¡León!! ¡¡Las llaves!! ¡¡Lánzame las llaves!

León sabía lo que aquel traidor intentaría, quería que le entregase las llaves para salvar a Fiamma y quedar como un héroe, o peor, salvarse él y abandonar a Fiamma, la dejaría morir el mal nacido.

—¡Eres un traidor, no te las daré, yo rescataré a Fiamma, tú ya estás muerto Strasorier!

Corría con gran agitación, pero no se detendría, la salvaría, y cuando la salvase ella volvería a amarlo, su plan saldría mejor de lo planeado, ya podía imaginarlo.

—¡León! ¡Las llaves! —esta vez era Fiamma la que reclamaba— ¡Por favor León! —imploraba.

«Ya voy amor mío, espérame, espérame», pensó León.

Se decía a sí mismo y continuaba corriendo.

Los amantes se pusieron de pie, se acercaron lo más posible el uno al otro, se tomaron de los rostros y se secaron las lágrimas con los pulgares, y bajo la promesa de un amor eterno se fundieron en un beso y un abrazo para siempre.

Las luces del tren estaban encima, consumiendo las figuras que ahora formaban una sola. León gritó por última vez el nombre de la mujer que amaba. Oyó al tren golpearlos, las luces lo cegaron y un proyectil blanco de buen tamaño se dirigió volando a toda velocidad directo a su cabeza.

Lo golpeó en medio de sus ojos, un dolor penetrante lo obligó a apretar sus párpados con toda su fuerza, un chirrido constante sonaba dentro de su cráneo, como un instrumento de cuerda desafinado.

El sonido del tren se fue alejando quedando solo el chirrido y la total oscuridad, abrió los ojos cuando el dolor se lo permitió pero no veía nada más que los destellos de luz que habían quedado grabados en su memoria.

Al cabo de unos minutos se había quedado sin lágrimas, pero el dolor quemaba y punzaba en su oscuro corazón.

—Mi Fiamma, Ma doucefille9. ¿Dónde estás? —protestaba ahogado.

—¿Por qué? ¿Por qué te fuiste con él? Si yo te amaba.

—Maestro —oyó decir muy cerca de él. Giró despistado.

—Margoh, ¿dónde estás?

—Enfrente suyo maestro, ¿no puede verme?

Él la oía pero no había más que sombras, destellos y una odiosa sinfonía de cuerdas chirriantes en su cabeza.

—¿Se siente bien maestro?, tiene una herida en la frente.

No contestó. Los crujidos iban desvaneciéndose poco a poco, pero la penumbra aún lo seguía.

—¿Has visto a mi Fiamma? ¿Ella aún vive?

—No señor León —dijo la joven olvidando un poco los formalismos—. Ella ha muerto junto con el enemigo.

Puso algo frío sobre sus manos.

—He encontrado el arma, está bañada en sangre.

León no hizo indicio de mirarla, solo le creyó.

—Vamos a casa señor León.

La muchacha le ofreció su brazo enroscándose al de él.

—Ya no soy León, ya no tengo nombre, todo lo que queda de mí, es un fantasma.

Capítulo 1

Decisiones

El escenario del teatro era inmenso, las cortinas rojas del telón permanecían aún cerradas.

Las columnas de la sala estaban talladas con un relieve atractivo en rectángulos irregulares, simulando ser torres de un castillo.

Lámparas eléctricas en forma de antorcha relucían en el centro de cada torre, al igual que en las paredes, pie del escenario y cada rincón que se pudiera adornar.

El efecto del brillo era tan realista como el fuego de verdad. Aquel brillo se reflejaba y parpadeaba en los bordes barnizados del escenario, butacas, escalones y todo lo que fuese de roble; dando la sensación de que la madera estuviese ardiendo bajo sutiles llamas y que la tela de las cortinas esparciera polvo de rubí hacia el suelo.

Un ángel, cuya piel era de una madera blanquecina posaba sobre una de las esquinas frontales del escenario con sus imperiosas alas tendidas hacia atrás. El ángel vestía una armadura plateada deslumbrante con un destacado crucifijo dorado grabado en su pecho.

Empuñando desafiante una espada de acero de doble mano cuya hoja brillaba sin importar en qué dirección se la mirase, al igual que un halo como único adorno en su cabeza que posaba a la altura de sus sienes.

Frente a él, como aceptando el desafío, un demonio con grandes alas de gárgola, encogidas y cayendo bajo su espalda, como si fuese una capa pesada cubriendo sus hombros. Una armadura negra y opaca protegía su pecho con la figura de un dragón con las fauces abiertas. Adornando sus manos, un hacha de doble filo; a pesar de ser de un acero oscuro no carecía de brillo y descansando en su cabeza, un yelmo con una cornamenta imperial que parecía haber sido forjada en las fraguas del mismo infierno.

Brandam estaba algo nervioso, él ya había estado miles de veces sobre un escenario con un violín en sus manos pero esta vez su preocupación era otra. Era el segundo año de homenaje por el fallecimiento de su tío y maestro, el gran músico y compositor Johan Strasorier, y no quería arruinarlo como la última vez.

De una forma muy particular esta noche era su debut, los espectadores comían ansias al igual que Brandam. Todas las luces se apagaron al tiempo que el bullicio se tornaba en silencio. Una única luz se encendió potente, pero no cegadora, apuntando al centro del escenario: el espectáculo estaba a punto de dar inicio.

Y ahí estaba la estrella, saliendo de entre las sombras para pararse firme frente a su público. Vestía una chaqueta negra terminada en cola de frac, típica en los violinistas y una camisa de seda color gris con mangas largas. Sus pies calzaban zapatos de cuero gamuzado y pantalones de lino haciendo juego con la chaqueta. Adornaba su cuello con una corbata de seda ajustada en nudo Windsor, era de un gris perla apenas un poco más claro que la camisa, lo justo para ser llamativa y no desentonar. Sobre el único bolsillo de su camisa asomaba una rosa blanca que el mismo Brand había hecho con una servilleta de tela durante su cena privada. A Brand no le gustaban mucho los sombreros, «¿pero esta vez por qué no?», pensó para sus adentros.

Un violín blanco y su arco salieron de la funda tras su espalda tan de prisa que el violín voló unos metros en dirección al techo. Lo atrapó entre su hombro y su cuello antes que llegara al suelo tal como estaba planeada la apertura del show.

El concierto clave había dado su inicio, pero Brand solo podía pensar en lo que había ocurrido aproximadamente un año atrás, la decisión que lo había llevado a donde estaba ahora. Su cabeza comenzaba a nadar en recuerdos al ritmo que las notas fluían en el aire.

Un camino de ropas arrojadas al descuido alfombraba el suelo desde el comedor hasta el dormitorio.

Brandam yacía acostado boca arriba sobre la cama, vestido solo de lujuria, ella igual de desnuda, trepaba lentamente sobre él por toda su longitud, besándole la piel en cada aproximación.

Cuando sus ojos estuvieron a la misma altura se tomaron de los rostros y se perdieron en la mirada del otro, contemplando el fulgor del deseo destellando como acero de fragua.

Atrapados en la belleza se fundieron en un beso, con tímida suavidad al principio y luego con total entrega. Sus cuerpos eran fuego puro danzando al viento y sus corazones, animales salvajes galopando a la par.

Brand podía respirar el perfume en su garganta, dulce y hechizante cual cebo de trampa.

Llenaba sus pulmones alimentándose de ella en cada bocanada, dejando entrar consigo toda la locura que lo poseía.

Ríos de sensaciones corrían por su sangre agitada. Un océano de pasiones lo sacudía como olas bajo la tormenta.

El mundo no existía, se había desvanecido dejando solo a los dos amantes flotando en el abismo, brillando ante la penumbra.

Su juicio ya no le obedecía, no le pertenecía, tampoco lo quería, cada nervio de su cabeza, cada arteria de su corazón respondía por ella.

Besos y caricias desperdigadas al azar, explorando uno al otro con las manos y labios juguetones que no dejaban centímetro de piel sin recorrer.

Evans Brandam Strasorier conocido artísticamente como “Brand” se convirtió en el violinista francés del género Clásico y Moderno más famoso e indiscutiblemente talentoso luego de que su maestro Johan decidiera retirarse del escenario. Como Johan tenía el título de Maestro en cuerdas podía apadrinar a Brand y entrenarlo para ocupar su lugar.

Aquella fama había dado muchos beneficios a Brand. Había estado con innumerables mujeres, pero él las recordaba a todas en base a una enorme obsesión o un don en particular que él tenía: nunca había compartido la cama con la misma mujer, más de dos o tres veces. Luego de eso borraba sus números telefónicos y los bloqueaba, al encontrarlas por accidente fingía no reconocerlas aunque en realidad no las reconocía por su rostro ni por su cuerpo, su obsesión apuntaba más allá.

Brandam no las buscaba, las más bellas mujeres lo buscaban a él, desde simples fanáticas hasta grandes estrellas de la farándula, modelos, actrices y otras artistas de la música. Él se encontraba con mujeres de la alta sociedad todo el tiempo y luego de cumplir su cometido, las desechaba como cuerdas rotas. Solo dos mujeres cabían en la excepción, dos mujeres muy particulares que siempre frecuentaba, totalmente distintas una de la otra. Una de ellas con apetito sexual insaciable pero con un corazón tan frío como el invierno, la otra era la mujer más dulce que jamás alguien hubiera conocido.

El motivo por el cual Brand las había elegido y las frecuentaba no era casual: todas las sinfonías que él componía llevaban nombre de mujer y nadie conocía el motivo, excepto el mismo. Brand elegía a sus mujeres por su belleza y algo más… las elegía por su melodía.

Tenía un don el cual consistía en que podía encontrarles melodía a las mujeres, aun antes de que empezaran a entablar conversación o incluso que se le acercara alguna. Él podía sentir su melodía mediante el ritmo de su caminar, de su habla, su respiración, sus parpadeos o el más mínimo movimiento. Luego, empezaba a seducirla sin mucho esfuerzo y la tomaba delicadamente de la muñeca mientras le hablaba para sentir el ritmo de sus pulsaciones y conocer la esencia de la melodía que nacía en su corazón, si le gustaba se la llevaba a la cama y era ahí donde podía oír su música totalmente desnuda y clara sin ocultar nada, ni una nota, ni un silencio se le podía escapar a Brand cuando estaba en un contacto tan íntimo. Él les componía su sinfonía mientras les hacía el amor.

Pero las sinfonías de esas dos mujeres eran especiales, ambas totalmente distintas, imposibles de mezclar una con otra; dos sinfonías con tiempos, silencios, tonos y acordes diferentes, dos sinfonías paralelas que no podían cruzarse.

Y ahí estaba Brand, un año atrás, empapado en el sudor de ambos, respirando con agitación ante el éxtasis. Embriagado por la melodía de esa mujer que sonaba en cada pulso, en cada músculo. Podía sentirla dentro de su cuerpo, vibrando bajo su piel hasta el centro de sus huesos. Dominados por el delirio alcanzaban el fino límite entre el placer y el dolor solo para ir más allá y volver a empezar.

Ella anunció su llegada con una larga y aguda nota precedida por un estallido que fue desvaneciéndose en continuos vibratos10. Brand, alcanzó su liberación oyendo la pieza final.

La mujer apaciguó su música y Brand se desvaneció sobre ella concediéndole sentir la calidez de su cuerpo.

Ella, sin apartarlo de su cuerpo, enredó sus brazos tras la nuca de Brand, le colocó un beso agitado al costado del cuello y descansó su rostro en aquel pequeño lugar que le correspondía a su violín mientras ambos recuperaban el aliento.

Ahí fue cuando Brand lo decidió, no podía seguir más con el corazón dividido entre dos sinfonías, esa confusión lo estaba matando. De una vez por todas debía dejarse de rodeos, daría fin a la relación que tenía con la mujer que estaba desnuda bajo su cuerpo y se quedaría con su otra amante.

Capítulo 2

Amantes de fuego

La melodía del violín continuaba sonando, marcando el compás de los movimientos del violinista y de las innumerables cabezas de los espectadores, que prestaban tanta atención con sus ojos como con sus oídos.

El teatro estaba repleto y su público siempre había sido exigente, mal acostumbrados a la excelencia de los conciertos que Brand ofrecía, él jamás se permitía el mínimo error.

La pieza musical llegaba a su fin, la audiencia se alzaba para ovacionar a su artista, el cual, contestaba con una sutil reverencia, esperó a que terminara el estrépito y apoyó el violín bajo su garganta para continuar con otro ritmo.