Su alma gemela - Mi novio y otros enemigos - Nikki Logan - E-Book
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Su alma gemela - Mi novio y otros enemigos E-Book

Nikki Logan

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Beschreibung

Su alma gemela Cuando su novio la rechazó en la radio, Georgia Stone tuvo que aprender a sobrevivir a la soltería. Por desgracia, y debido a una cláusula en su contrato, debía hacerlo bajo la atenta mirada de su serio productor radiofónico, Zander Rush. Este le propuso hacer el proyecto el Año de Georgia, donde ella pudiera llevar a cabo todo lo que no había probado y recuperarse de ese revés emocional. Georgia descubrió entonces su gusto por la aventura. Y la mayor de todas era su coqueteo con el enigmático Zander. ¡Pero el desafío más aterrador era reconocer que estaba preparada para algo más que una aventura! Mi novio y otros enemigos En el momento en que Tash Sinclair posó la mirada en el rival de su familia, Aiden Moore, supo que tenía problemas. Su venganza contra ella ya era mala, pero descubrir que Aiden era increíblemente atractivo hacía que todo fuera un millón de veces peor. Tash y Aiden chocaron de inmediato, aunque sabían que la frontera entre el amor y el odio era muy fina. Mientras estallaban los fuegos artificiales, ¿se rendirían a la atracción que sentían? Al fin y al cabo, era recomendable tener cerca a los amigos, pero más aún a los enemigos.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 512 - noviembre 2020

 

© 2013 Nikki Logan

Su alma gemela

Título original: How to Get Over Your Ex

 

© 2013 Nikki Logan

Mi novio y otros enemigos

Título original: My Boyfriend and Other Enemies

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2013 y 2014

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-941-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Su alma gemela

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Mi novio y otros enemigos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Día de San Valentín, 2012

 

«CERRAOS. Por favor, cerraos».

Una docena de ojos curiosos siguió a Georgia Stone al elegante ascensor de Radio EROS sin tratar de ocultar el interés que despertaba.

Y mientras esperaba una eternidad que las puertas se cerraran, pensó: «Y No Llores».

Todavía no.

El embotamiento de la conmoción empezaba a disiparse con rapidez, dejando una estela de profundo y poderoso dolor. Y humillación. Había logrado darles las gracias a los desconcertados locutores antes de abandonar el estudio, sabiendo que los programas de la emisora de radio se retransmitían por un sistema de altavoces por cada oficina de cada planta.

De ahí las miradas mal disimuladas.

Todo el edificio estaba al corriente de lo que acababa de sucederle. Y la única culpable era ella. La famosa declaración de San Valentín del Año Bisiesto había terminado espectacular, horrible y públicamente mal.

Ella había pedido. Daniel había declinado.

Con la máxima cortesía que pudo mostrar en esas circunstancias, la pregunta susurrada, «¿Es una broma, George?», seguía siendo un «no», sin importar cómo se analizara. Y por si no hubiera entendido el mensaje, él se lo había deletreado:

«Nuestro objetivo no era el matrimonio. Creía que ya lo sabías…».

La verdad era que no, ya que de lo contrario no se lo habría pedido.

«Es lo que hizo que todo lo nuestro fuera tan perfecto…».

¿Perfecto? Había sabido que flotaban lenta y apaciblemente en una especie de estanque, pero incluso flotando se terminaba por llegar a alguna parte. Era evidente que no.

Justo cuando las puertas cromadas del ascensor comenzaban a cerrarse, una voz gritó:

–¡Un momento!

No se movió. Le dio un vuelco el estómago. Cuando estaban casi completamente cerradas…

Una mano se deslizó entre el resquicio que quedaba entre ambas e invirtió la dirección en la que se deslizaban. Volvieron a abrirse.

–No has debido de oírme –dijo el hombre de pelo oscuro con labios tensos.

Le dedicó una breve y seca mirada. Giró hasta quedar de espaldas a ella, dejando que en esa ocasión las puertas al fin se cerraran, y le ofreció una vista fabulosa de la parte de atrás de su traje caro.

Después ella contempló las luces que descendían despacio hacia la «B» de la planta baja. Luego a la que había debajo, «S»… la que él había apretado.

–Perdona… –carraspeó para eliminar la tensión de su garganta. Él giró la cabeza y la miró–. ¿Se puede llegar a la calle desde la S?

La estudió sin preguntarle a qué se refería.

–El sótano tiene unas puertas con control electrónico.

Ahí se desvanecían sus esperanzas de conseguir una huida sutil. Daba la impresión de que el universo entero quería que pagara por el desastre de ese día.

No le quedaba otra alternativa que un vestíbulo atestado.

Asintió.

–Gracias.

–Yo saldré por el sótano –indicó él sin volverse otra vez–. Si quieres, puedes escabullirte detrás de mí.

«Escabullirse». Se preguntó si sería una figura retórica o si sabría lo sucedido.

–Gracias. Sí, por favor.

Un instante más tarde, él se volvió a girar.

–Sitúate detrás de mí.

Lo miró con ojos encendidos.

–¿Qué?

–Las puertas van a abrirse primero en el vestíbulo. Estará lleno de gente. Yo puedo ocultarte.

De pronto, la vanguardia del pequeño ejército de lágrimas que aguardaba una oportunidad para salir, quiso hacerlo. Intentó contenerlas con un supremo esfuerzo.

Amabilidad. Eso significaba que lo sabía.

Pero como jugaba a fingir lo contrario, se dijo que también ella podía hacerlo. Fue hacia su izquierda en el momento en que las puertas se abrían al vestíbulo de la emisora. El ascensor se llenó de luz y ruido, pero ella permaneció anónima y protegida detrás del desconocido, ese cuerpo grande tan bueno como una puerta cerrada. Suspiró… Intimidad y alguien que la protegiera… sospechaba que eran dos cosas que acababa de erradicar de su vida para siempre.

–Señor Rush… –dijo alguien en el vestíbulo.

El hombre grande simplemente asintió.

–Alice. ¿Bajas?

–No, subo.

–No tardaré mucho –se encogió de hombros.

Y las puertas se cerraron, volviendo a dejarlos solos. Georgia hundió los hombros y se secó una solitaria lágrima que le había caído por la mejilla. Él no se giró. Únicamente tardaron un momento en llegar al sótano. Él salió del habitáculo en cuanto las puertas se abrieron y echó el brazo hacia atrás con el fin de impedir que se cerraran. El aire frío del exterior la golpeó de inmediato.

–Gracias –repitió, saliendo al oscuro aparcamiento. Se había dejado el abrigo arriba sobre el respaldo de una silla del estudio, pero preferiría helarse antes que volver a entrar en ese edificio.

Él no volvió a establecer contacto visual. Ni a sonreír.

–Espera junto a la puerta –fue lo único que dijo antes de dirigirse a un Jaguar negro.

Ella fue en línea recta hacia la salida. La alcanzó unos momentos antes que el coche de lujo.

Debió de activarla desde el interior del vehículo, ya que la enorme puerta de enrejado metálico comenzó a deslizarse hacia ella mientras él adelantaba el coche, bajaba la ventanilla y miraba a través del asiento vacío del acompañante.

Georgia se inclinó. Uno de los dos necesitaba decir algo y bien podía ser ella.

–Gracias otra vez.

Él se puso unas gafas de sol.

–Buena suerte –dijo antes de cruzar la puerta que aún seguía abriéndose.

Lo siguió con la vista.

Parecía una forma rara de despedirse, pero quizá supiera algo que ella desconocía.

Tal vez sabía lo mucho que iba a necesitar esa suerte.

 

 

Había sido el trayecto en ascensor más largo de la vida de Zander. Atrapado en dos metros cuadrados de acero reforzado con una mujer que sollozaba. Pero no por fuera, sino por dentro, donde el dolor era tangible.

Lo había golpeado nada más entrar en el ascensor, cuando ya era demasiado tarde para retroceder y dejar que bajara sin él. No sin hacer que se sintiera peor.

Sabía quién era esa mujer. Pero no lo había sabido al correr hacia las puertas que se cerraban. Se había lanzado hacia la central de la emisora antes de que le gritaran que se presentara allí. Nunca quería que alguien situado más alto que él en la cadena alimentaria lo encontrara sentado a la espera de que lo llamara. No les daría ni esa satisfacción ni ese poder.

Cuando terminó de atravesar Londres ya había encontrado una solución para esa chapuza en directo, convirtiendo en positivo algo negativo. El tipo de problemas que era famoso por arreglar y por el que lo contrataban.

Suspiró y cruzó un semáforo en ámbar para seguir en movimiento y no tener que pararse. Nadie había esperado que ese tipo dijera que no. ¿Quién daba una negativa a una proposición matrimonial en vivo y en la radio? En directo se aceptaba, y luego, en la intimidad, se daba marcha atrás si no era lo que se deseaba. Era lo que haría el noventa y cinco por ciento de los londinenses.

Al parecer, ese sujeto era el Señor Cinco Por Ciento.

Aunque… ¿quién pedía en matrimonio a un hombre en un programa en directo de la radio si no estaba segura previamente de la respuesta que iba a recibir? ¿O había creído estarlo? No sería la primera persona a la que la realidad le demostraba que se equivocaba.

La empatía hizo que apretara el volante con fuerza. ¿Quién era él para tirar piedras?

Sin embargo, su humillación se había visto limitada a su familia y amigos.

Solo doscientos de los más íntimos de Lara y suyos.

La de Georgia Stone se extendería ese día por toda la ciudad y al siguiente por el mundo.

Pisó el freno a medida que el tráfico se detenía a su alrededor y contuvo el impulso de tocar la bocina.

No era que se imaginara que una chica como esa sufriría mucho tiempo. Alta, pálida y bonita, con el oscuro cabello corto y ondulado. Se había vestido casi de etiqueta para la declaración, un toque dulce e inesperado en el mundo informal de la radio. La mitad del personal iría a trabajar en pijama si dispusiera de dicha opción. Pero para el gran momento, Georgia Stone se había puesto un sencillo vestido de un rosa claro y finos tirantes en los hombros… casi un vestido nupcial en sí mismo si alguien quisiera casarse en una playa de Barbados. Demasiado ligero para febrero, lo que demostraba que las proposiciones públicas no eran lo único en lo que la bonita señorita Stone no reflexionaba demasiado.

O quizá estaba buscando excusas para convencerse de que nada de eso era culpa suya.

Él le había dado el visto bueno a esa promoción de San Valentín. Tan atractiva para el tipo de oyentes de EROS.

Lo que había hecho que el descenso en el ascensor resultara tan doloroso.

A pesar de que se le estaba rompiendo el corazón, ella había mantenido esa cortesía asombrada.

«Gracias».

Se lo había dicho cuatro veces en apenas dos minutos, como si fuera alguien que la estaba ayudando en vez de ser el sujeto que la había puesto en esa situación. Ella había firmado el contrato que él le había presentado. Se había expuesto a la humillación por la promoción de su radio.

A pesar de que le acababan de destrozar la vida, le había dado las gracias.

Una mujer bien educada. Joven… como mínimo debía de sacarle unos quince años, aunque era difícil saberlo. Activó la telefonía por voz.

–Llama a la oficina –le dijo al coche.

Esperó unos momentos.

–EROS, Sede de Gran Música, despacho del señor Rush. Soy Casey, ¿en qué puedo ayudarlo?

Dios, tenía que decirle que abreviara ese saludo.

–Soy yo –anunció en el vehículo vacío–. Necesito que saques el contrato de la chica de San Valentín.

–Un segundo –murmuró su ayudante–. Ya lo tengo. ¿Qué necesitas, Zander?

–¿Edad? –el silencio le indicó que ojeaba el documento.

–Veintiocho.

O sea, que únicamente le sacaba nueve años. Lo que indicaba que tenía una piel extraordinaria. Como mucho, le habría echado veintidós o veintitrés años.

–¿Duración del contrato?

Hubo otra breve pausa.

–Doce meses. Concluye con un seguimiento el próximo catorce de febrero.

Doce meses de sus vidas. Se suponía que eso incluía la fiesta de compromiso, la boda completamente pagada, la luna de miel. Todo a cargo de EROS. Esa era la zanahoria de las cincuenta mil libras. ¿Por qué otro motivo alguien querría hacer público el momento más íntimo y especial de una vida?

La zanahoria resultaba barata en términos de emisión internacional debido a la cobertura global que sospechaba que tendría esa promoción. Incluso en ese momento, cuando era probable que se hubiera convertido en un virus, atraería oyentes, estos atraerían publicidad y, esta, ingresos.

Salvo que el seguimiento en doce meses sería un mal ejemplo de radio. Su mente fue directamente al eslabón más débil.

–Casey, ¿puedes mandarme ese contrato a mi móvil y luego llamar a la ayudante de Rod para comunicarle que llegaré en una media hora?

–Sí, señor.

Cortó sin despedirse. La vida era demasiado corta para eso.

Un año era mucho tiempo para crear contenido, pero si jugaban bien sus cartas, podrían salvar algo que durara más que unos pocos días. Aún esperaba que EROS se beneficiara de esa cobertura viral, pero el contrato también los vinculaba a ellos durante el próximo año.

Dedicó la segunda mitad del trayecto a formular un plan. Tanto se concentró que al entrar en el cuartel general de su cadena ya lo tenía trazado. Les permitiría avanzar y rescatar parte del desastre de ese día.

–Zander… –murmuró la ayudante de Rod cuando pasó delante de ella de camino al despacho de su jefe. Él se detuvo y se volvió–. Está con Nigel.

Nigel Westerly. El propietario de la cadena. No era una buena señal.

–Gracias, Claire.

De pronto su plan de salvación no le pareció tan sólido. Nigel Westerly no había amasado una de las fortunas más grandes del país por ser manipulable. Era duro e implacable.

Irguió la espalda.

Bueno, si tenían que despedirlo, prefería que lo hiciera uno de los hombres que más admiraba de Inglaterra. Desde luego, no iba a deprimirse ni a preguntarse cuándo caería el hacha. Con elegancia empujó las puertas dobles del despacho de su director y se anunció.

–Caballeros…

Capítulo 2

 

 

 

 

 

TODO el edificio National Trust era tan brillante y… optimista. Agradeció que su pequeño laboratorio de rayos X tuviera luz regulable. En ese momento estaba tenue y como en penumbra, dando la impresión de que no se encontraba allí, aunque no fuera cierto.

El día después de San Valentín había llamado para informar de que se hallaba indispuesta y que no iría, pero luego había vuelto al trabajo de puntillas, siendo el jueves y el viernes una experiencia dura, con sonrisas de cuidada neutralidad de parte de sus compañeros. También había sido el día en que había enviado al departamento de plantas carnívoras de Kew un necesario y tardío correo electrónico.

Muy breve:

Lo siento muchísimo, Daniel. Te echaré de menos.

Sabía que habían terminado. Aunque Dan no hubiera coincidido en ello, algo que sí había hecho una vez que se había calmado lo suficiente como para volver a hablar con ella, no habría podido pasar otro momento en una relación que solo daba vueltas en un lento e interminable círculo vicioso. Lo positivo era que también significaba que no tenía que explicar algo que ella misma apenas entendía… al menos no durante una temporada. Con el tiempo vería a Dan, se disculparía en persona y recogería las pocas cosas que tenía en la casa de él. Pero de ese modo los dos acababan con la tristeza del momento.

Una eutanasia afectiva.

Salvo por el intenso interés público.

En ese momento era sábado por la tarde. Y el trabajo era un sitio tan bueno como cualquiera para esconderse de todos esos mensajes y correos electrónicos de amigos y familiares asombrados. Quizá mejor, ya que apenas había personal y ella trabajaba sola en su laboratorio, detrás de dos barreras de seguridad. Aunque no tenía una jauría de paparazzi detrás de ella, unos días después aún había el suficiente interés como para que se hablara del tema. No se atrevía a comprobar sus cuentas sociales, ni a escuchar la radio ni leer el periódico por si la Chica de San Valentín seguía siendo el tema principal.

Muchos se preguntaban si no se había dado cuenta de la estupidez que había cometido.

Se hacía una buena idea. Pero había creído que él diría que sí, de lo contrario no se lo habría pedido. Resultó que la información privilegiada de la que disponía había sido tan fiable como la de un jugador arruinado para un caballo ganador en el hipódromo.

«¿Por qué hacerlo en público?», habían clamado sus detractores.

Porque había despertado la mañana después de la sorprendente declaración de Kelly de que su hermano estaba listo para más y en la emisora de radio que había puesto mientras se lavaba los dientes únicamente se hablaba de la promoción del año bisiesto. Y así había seguido durante todo el día en el trabajo.

Era como si el universo le gritara que metiera su nombre en el sombrero.

Se frotó las sienes palpitantes.

«El nombre de los dos».

También Dan estaba metido hasta el cuello, pero como no pensaba delatar a su mejor amiga, por el bien de él y de la única hermana que tenía, seguía debatiéndose con la respuesta que les daría a esos ojos penetrantes cuando estuvieran cara a cara y Dan le preguntara: «¿Por qué, George?».

Después de escribir el informe en el ordenador, retiró la pequeña muestra del irradiador, volvió a sellarla según los patrones de cuarentena y lo depositó en la unidad de almacenamiento. Luego sacó la siguiente.

En el banco había veinticinco mil especies de semillas y alguien tenía que probarlas en busca de viabilidad. Por fortuna para el National Trust ella disponía de semanas, incluso meses, en los que tendría que ocultarse. Parecían los beneficiarios inmediatos de sus fines de semana y noches en el exilio.

Al otro lado de su mesa, sonó el teléfono.

–Georgia Stone –contestó antes de recordar qué día era. ¿Por qué alguien la llamaba un fin de semana?

–Señorita Stone, soy Tyrone, de seguridad. Tiene una visita.

–No espero a nadie. Si no le habría dejado su nombre.

–Es lo que le dije, pero insiste.

Se preguntó si sería Daniel. De inmediato la invadió la culpabilidad de no haber tenido el valor de verlo todavía en persona.

–¿Quién… quién es? –aventuró.

Hubo una pausa.

–Alekzander Rush. Dice que con K y con Z.

Como si eso aclarara algo; aunque algunas neuronas enterradas en su cerebro comenzaron a activarse.

–Afirma que no es un periodista –Tyrone sonó irritado por verse obligado a desempeñar el papel de intérprete.

–Muy bien, déjelo pasar. Lo veré en el centro de visitantes. Gracias, Tyrone –añadió antes de colgar.

Tardó unos siete minutos en terminar lo que estaba haciendo, desinfectarse y atravesar tres edificios hacia el centro de visitantes. Se hallaba lleno de turistas de Wakehurst que comprobaban el trabajo realizado por su departamento mientras recorrían el edificio principal y los jardines.

Miró alrededor y lo vio. Alto, moreno y vestido con estilo informal, con algo doblado sobre el brazo. El hombre del ascensor de la emisora de radio. Posiblemente, la última persona del mundo a la que esperaba ver. Sintió curiosidad por el motivo que lo habría llevado a buscarla. Se acercó a su lado mientras inspeccionaba uno de los expositores públicos y leía las etiquetas.

–Alekzander con K y Z, supongo.

Él se volvió y mostró cierta sorpresa al verla con la bata blanca del laboratorio y unos vaqueros.

–Zander –dijo, alargando la mano libre–. Zander Rush. Director de emisora para Radio EROS.

La mano que estrechó era cálida, fuerte y segura, todo lo opuesto a la suya.

Él alzó el otro brazo con algo familiar y de color beige.

–Te dejaste el abrigo en el estudio.

¿El director de una de las principales emisoras de radio de Londres conducía cincuenta kilómetros para llevarle el abrigo? No se lo creía.

–Me pareció un precio pequeño que pagar por largarme de allí –comentó. No se había permitido pensar en el documento firmado con el membrete de la emisora que en ese momento estaba en el escritorio de su casa, pero era evidente que en ese instante ambos lo hacían.

–¿Hay algún lugar más privado en el que podamos hablar?

–¿Tienes más que decir? –preguntó ella, pensando que valía la pena intentarlo.

–Sí –Zander miró a la gente que los rodeaba–. No tardaré mucho.

–Estamos en un edificio con medidas de seguridad. No puedo llevarte dentro. Demos un paseo.

Se puso el abrigo y juntos atravesaron las enormes puertas del centro de visitas.

–A la parte de atrás –indicó ella de forma escueta.

Con su tarjeta de identificación obtuvo acceso a la entrada trasera que daba al bosque Bethlehem. Lo más privado que conseguirían un sábado. Cualquier otra persona podría haberse mostrado aprensiva por entrar en un bosque aislado con un desconocido, pero lo único que veía Georgia era la forma fuerte y firme de la espalda de él cuando la protegió en el ascensor de los ojos curiosos en el momento en que su mundo se había desmoronado.

No había ido a hacerle daño.

–¿Cómo me has encontrado? –le preguntó.

–El teléfono de tu trabajo figuraba entre los otros contactos en nuestros archivos. Llamé ayer y supe dónde estaba.

–Te has arriesgado al venir hasta aquí un sábado.

–Primero he ido a tu apartamento. No estabas allí.

¿De modo que había realizado todo ese trayecto sin la certeza de encontrarla? Desde luego, se estaba tomando demasiadas molestias para verla.

–¿No habría bastado una llamada telefónica?

–Te dejé tres mensajes.

–Sí, yo… –¿qué podía decir que no sonara patético? Nada–. He empezado por los primeros y aún no he llegado a los últimos.

Él gruñó.

–Me imaginé que el enfoque personal daría mejores resultados.

–¿Qué puedo hacer por ti? –inquirió ella. La paciencia no era una de sus virtudes.

La miró de reojo.

–En todo caso, ¿cómo estás?

Qué pregunta. Rechazada. Humillada. En boca de ocho millones de desconocidos.

–Bien. Nunca he estado mejor.

–Ese es el espíritu –Zander sonrió.

Georgia se detuvo. No había salido al bosque para mantener una charla superficial con un extraño.

–Lamento ser tan directa, pero… ¿qué quieres?

También él se detuvo y la observó con los ojos entrecerrados.

–De acuerdo, vayamos al grano… –reanudó la marcha–. He venido en visita oficial. Hay un contrato que discutir.

Lo sabía.

–Él dijo que no. Eso hace que resulte bastante difícil cumplir el contrato, ¿no crees? Para los dos –odió lo descarnada que sonaba su voz.

–Lo entiendo…

–¿De verdad? ¿De cuántos modos diferentes oyes que tu vida personal es el tema de conversación cotidiano en los medios sociales, en la radio, en el autobús, en las cafeterías? No puedo escapar de ello.

–¿Has pensado en aprovecharlo en vez de evitarlo?

–No quiero aprovecharlo.

–No te molestaba cuando era para una boda con todos los gastos pagados.

Eso era lo que pensaba él. En cierto sentido, prefería que la gente creyera que lo hacía por dinero. Al menos eso resultaba menos patético que la verdad.

–Has venido por tu parte del pastel… entendido. ¿Por qué no me dices qué es lo que queréis que haga? –sin darle un «sí» automático, eso le proporcionaría tiempo para pensar.

Unos ojos grises la miraron mientras se metía las manos en los bolsillos.

–Tengo una propuesta. Un modo de cumplir el contrato que será… beneficioso para ambos.

–¿Incluye una máquina del tiempo para que pueda volver atrás un mes y no firmar nunca ese estúpido contrato?

Y no ceder jamás a la presión de su madre. O a su propia y desesperada necesidad de seguridad.

–No. No cambia el pasado. Pero podría cambiar tu futuro.

–¿Qué? –lo miró con curiosidad.

Él se detuvo ante un banco tallado y aguardó a que ella se sentara. «Caballerosidad de la vieja escuela». Ni siquiera Dan la mostraba ya.

Se sentó.

–Los medios anhelan tu historia, Georgia. Tu… situación ha avivado algo en ellos.

–Te refieres a mi rechazo, ¿verdad?

–Estarán interesados en todo lo que hagas –Zander ladeó la cabeza–. Y si ellos están interesados, entonces Londres lo estará. Y en ese caso, mi cadena querrá explotar el contrato existente de la mejor manera posible.

¿Explotar? ¿No tenía ningún reparo en emplear esa palabra en voz alta? Intentó ocultar su sorpresa.

–Georgia, de acuerdo con los términos redactados, todavía pueden pedirte que vuelvas para someterte a entrevistas de seguimiento.

Sintió un nudo en el estómago.

–¿Para hablar de que no voy a casarme? ¿De cómo de pronto me encuentro sola, con la mitad de mis amigos decantándose por mi ex? –mientras la otra mitad mostraba la intensa determinación de no hablar de ello–. No se puede decir que sea un tema alegre para la radio.

Él movió la cabeza.

–Es lo que podrían pedirte. Pero yo tengo una idea mejor. De modo que el beneficio no sea unilateral.

Esperó en silencio su explicación. Principalmente porque no sabía qué decir.

–Si aceptas llevar a cabo lo estipulado para el año, EROS está dispuesta a reencauzar los fondos del compromiso, la boda y la luna de miel a un proyecto diferente, uno que a ti pueda gustarte.

–¿Qué clase de proyecto? –Georgia frunció el ceño.

–Nuestros oyentes han conectado contigo…

–Quieres decir que tus oyentes se compadecen de mí –era lo único que veía allí donde miraba.

–… y quieren ver cómo te recobras de esta decepción. Quieren seguirte en tu viaje.

Soslayó ese terrible pensamiento y lo miró con los ojos centelleantes.

–¿En serio? ¿Es que puedes ver en sus corazones?

–Dedicamos cuatro millones de libras al año a realizar análisis de mercado. Sabemos cuántos terrones de azúcar toman con el café. Créeme, quieren saberlo. Eres… como ellos… para ellos.

–¿Y cómo puede tener audiencia en la radio trabajar los fines de semana en el laboratorio? Porque es así como tenía planeado pasar el año. Perfil bajo y mucho trabajo.

–Te pido que inviertas eso. Un perfil alto y volver a la luz del sol. Muéstrales cómo te recuperas.

–¿Y si… no me recupero? –preguntó llevada por la sinceridad–. Entonces, ¿qué? –no supo si lo que vio en sus ojos era lástima.

–Planeamos mantenerte tan ocupada que no tendrás tiempo para la autoconmiseración.

«¿Autoconmiseración?». La invadió una oleada de cólera, pero no le dio salida, al menos de forma directa.

–¿Ocupada con qué? –preguntó con los dientes apretados?

–Un cambio de imagen. Ropa nueva. Acceso a los mejores clubes… Tú dilo, que nosotros lo arreglaremos. EROS se toma como algo personal conseguir que vuelvas a ponerte de pie. Una reinvención total. Abierta a conocer al Señor Perfecto.

Lo miró atónita.

–¿El Señor Perfecto?

–Es una oportunidad para reinventarte y encontrar a un hombre nuevo al que amar.

Siguió mirándolo. No tenía palabras.

Solo entonces él pareció titubear.

–Sé que parece pronto –ella parpadeó y él se puso ceñudo–. De acuerdo, puedo ver que no entiendes…

–Lo entiendo perfectamente. Pero me niego. No tengo ningún interés en reinventarme –no era del todo cierto. A menudo había soñado con todas las cosas que habría podido hacer de haber nacido con dinero… pero, desde luego, no tenía interés alguno en la búsqueda prefabricada de un hombre.

–¿Por qué no?

–Para empezar, porque no hay nada malo en mí. No tengo ninguna prisa en que cataloguéis mis numerosas deficiencias y se las emitáis a todo el mundo.

–No eres deficiente, Georgia –afirmó él mirándola fijamente–. No es el objetivo de esto.

–¿En serio? ¿Y cuál es? Aparte de transmitirles a las mujeres que ser tú misma no es suficiente para conseguir a un buen hombre –su abuela la había educado para que nunca creyera algo así, pero empezaba a parecerle peligrosamente posible.

–De acuerdo, mira… El objetivo de esto es la audiencia. Es lo único que le importa a la emisora. Esta promoción la ideé yo, el tiro salió por la culata y es responsabilidad mía arreglar este lío. Pensé que podríamos darle un giro para que tú pudieras sacar algo decente del asunto. Algo con algún significado. Es una oportunidad, Georgia. Pagada al cien por cien. Para que hagas lo que quieras durante un año.

Ella suspiró ante el excelente resumen que acababa de escuchar.

–¿Y por qué iba a importarte? Yo no significo nada para ti.

Él apartó la vista, y cuando volvió a mirarla, lo hizo con expresión velada.

–Siento una dosis de responsabilidad. Fue mi promoción la que puso fin a tu relación. Lo menos que puedo hacer es ayudarte a construir una nueva.

–Yo le puse fin a mi relación –insistió ella–. Fueron mis decisiones. No busco proyectar la culpa sobre otro.

–¿Y entonces…?

–No busco encontrar a otro hombre que reemplace a Dan. No fue alguien que elegí por conveniencia –aunque para su propia vergüenza, comprendía que quizá lo hubiera sido. Y había estado a punto de convertirlo en su marido.

–¿O sea que piensas esconderte aquí los próximos doce meses?

«Sí».

–No. Pienso tomarme un año sabático de la vida para volver a ser quien realmente soy. Para evitar por completo a los hombres y solo recordar lo que me gustaba de ser yo misma –la idea cruzó por su mente como las hojas por el sendero de gravilla que tenían delante. Pero parecía idónea–. Será el año de Georgia.

–¿El año de Georgia? –Zander entrecerró los ojos.

–Para complacerme solo a mí –volver a encontrarse. Y comprobar cómo se sentía consigo misma cuando estuviera a solas en una habitación sin nadie más que llenara el espacio.

–Bien. Entonces, piensa en todo lo que podrías hacer por ti misma con el respaldo de un cheque en blanco.

Una imagen seductora, desde luego. Todas esas cosas que siempre había querido hacer y nunca había tenido el valor o el dinero para llevar a cabo. Podría hacerlas. Al menos algunas.

–¿Qué harías –continuó él al percibir un cambio en su suerte– si el dinero no fuera un problema?

«Construir esa máquina del tiempo…»

–No lo sé. ¿Mejorar, aprender un idioma, cruzar a nado el Canal de la Mancha?

–¿El Canal de la Mancha? ¿En serio?

–Bueno –se encogió de hombros–, primero tendría que aprender a nadar.

De pronto, él se rio.

–El Año de Georgia. Podríamos organizarlo. Conseguir un par de expertos que nos ayuden con algunas ideas –la miró a los ojos–. Cincuenta mil libras, Georgia. Todas para ti.

Lo miró lo que pareció una eternidad.

–En realidad, solo quiero que todo esto desaparezca. ¿Se puede comprar eso con cincuenta mil libras?

Hubo un momento fugaz en que la compasión regresó a los ojos de él antes de desaparecer.

–La gente siempre reserva un nivel extra de curiosidad para aquellos que no quieren atención. ¿No crees que si te enfrentas a ello puedas ayudar a ponerle fin?

Tenía cierta lógica. Había una especie de fervor turbio en el interés del público inglés, incentivado por el hecho de que tanto Dan como ella se afanaban por evitarlo. Quizá se alimentara de esas partes primigenias de la humanidad que olía el rastro de sangre del animal herido.

–Estabas dispuesta a vendernos tu matrimonio –resumió él–. ¿Por qué no vendernos tu recuperación? ¿En qué difiere?

–Compartir el momento más feliz de mi vida con el mundo habría sido infinitamente diferente.

–¿Era eso lo que creías? ¿Que casarte con él te haría feliz?

–Por supuesto –repuso, pero entonces tuvo un desliz–. Más feliz. Ya sabes, aún más feliz –incluso a sus oídos sonó poco convincente.

–Es evidente que Bradford pensó lo contrario –Zander respiró hondo–. ¿Por qué se lo pediste si no estabas segura de su respuesta?

–Porque llevábamos juntos un año.

–Un año en el cual él creyó que ambos disfrutabais de la compañía del otro.

Lo miró. La enfermedad de su amiga no era asunto de él. Ni la fogosidad de Kelly por ver felices a dos personas a las que quería.

–Malinterpreté algo que dijo alguien próximo a él –murmuró.

En realidad, su error fue oír lo que deseaba oír. Y dejar que la afectaran las expectativas de su madre. El deseo desesperado que tenía de llenar con nietos el vacío que la carcomía.

Pero nada de eso se acercaba a una buena excusa para haber participado en la promoción.

–Acepto la plena responsabilidad de mi error y tendré que buscar consejo legal antes de poder darte una respuesta acerca del contrato.

–Por supuesto –él se sacó del bolsillo una tarjeta comercial que le entregó–. Serías tonta si no lo hicieras.

Un modo sutil de sugerirle que ya lo había sido bastante.

 

 

–Creo que deberías hacerlo –afirmó Kelly con el teléfono sujeto entre la cara y el hombro mientras colaba unos espaguetis con una mano y planchaba un pequeño uniforme escolar con la otra.

–Creía que ya me habías dicho dónde se podía meter su oferta –le recordó Georgia.

Kelly se rio.

–Salvo por esas palabras mágicas…

«Cincuenta mil libras».

–Tú dices palabras mágicas, pero yo veo algo que tiene el potencial de volverse abrumador.

–¿Y? ¿Es que tenías otros planes para los próximos doce meses?

Eso era verdad, y era un poco triste.

–Escucha, George. No quiero volver a aburrirte con mi discurso de que la vida es para los vivos, pero si alguien me lo ofreciera a mí, lo aceptaría en un abrir y cerrar de ojos. Es una oportunidad para hacer todas las cosas que has postergado toda tu vida mientras no parabas de trabajar y ahorrar. De vivir un poco.

–Sabes por qué trabajo tanto.

–Sí, conozco el juramento de «a Dios pongo por testigo de que no volveré a pasar hambre». Tú no eres tu madre, George. Eres económicamente más estable y segura que la mayoría de la gente de tu edad. ¿No hay espacio en tu gran plan para algo de diversión?

Le dolió el preciso resumen de Kelly sobre el objetivo de toda su vida y las implicaciones de dichas palabras.

–Soy divertida.

–Oh, cariño. No, no lo eres. Eres asombrosa, inteligente y una compañía muy interesante, pero eres tan divertida como Dan. Eso es lo que hizo que vosotros dos… –contuvo sus palabras imprudentes–. No tienes nada que perder. Acepta las cincuenta mil libras que te ofrece ese hombre y mímate. Considéralo un premio de consolación por no haber terminado casándote con mi estúpido hermano.

–No es estúpido, Kel –musitó Georgia–. Simplemente, no me ama.

–Bueno, pues yo te quiero, George, y como tu amiga te digo que aceptes el dinero y corras. No tendrás otra oportunidad igual. Y ahora voy a tener que dejarte o los niños provocarán la tercera guerra mundial en casa.

Cortó la conexión en el móvil y se sentó en el sofá.

No le costó reconocer que Kelly tenía razón. No había nada en su vida que unas cuantas actividades nuevas fueran a interrumpir.

Sus objeciones no eran con el tiempo, sino con la implicación de que estaba rota. Era deficiente.

«Eres tan divertida como Dan». ¿Se daba cuenta Kelly de la acusación real que significaba eso? ¿El Señor Seriedad?

Eso hacía tres de tres a favor. Kelly y su abuela consideraban que sería bueno para ella, y su madre…

Bueno, ¿qué otra cosa diría una mujer incapaz de controlar su dinero o sus impulsos?

Se estiró y depositó el contrato de EROS sobre su regazo. En la primera página figuraba la recomendación de su abogado sujeta con un clip.

Firma, había escrito. Y le había adjuntado la minuta.

Eso hacían cuatro de cuatro. Cinco, si contaba al atractivo y persuasivo Zander Rush.

Con una sola persona en contra.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

Marzo

 

LA SECRETARIA de Zander estableció una cita al final del día para que fuera a firmar el contrato y que el regreso a EROS resultara la mitad de intimidador que hubiera sido de haber ido con todo el personal en la emisora.

Con una copia del contrato en la mano, Georgia la siguió en silencio más allá de las pocas mesas en las que aún había gente. Nadie levantó la cabeza para mirarla.

Quizá ya era la noticia del día anterior.

O quizá el interés público se había centrado en Dan una vez que el calendario había llegado a marzo. «Muérete, Dan». Al parecer, atraía mucho interés en las revistas femeninas y los tabloides, todos decididos a encontrarle una pareja más aceptable que ella. Más digna. En ese momento, Londres creía que era demasiado bueno para Georgia.

Se movió en el asiento en el exterior del despacho de Zander.

Detrás de las puertas de cristal esmerilado, un voz alta protestaba agotada. La respuesta a los gritos fue un murmullo y luego un agudo estallido final. Momentos más tarde, una de las dos puertas se abrió y salió un hombre, acalorado, agitado, que pasó a su lado hecho un basilisco. La miró.

–Un cordero para el sacrificio –murmuró en voz demasiado alta para que hubiera sido fortuito.

Ella siguió con la vista todo su recorrido hasta uno de los estudios que había al final del pasillo.

–Georgia.

Una voz suave llamó su atención de vuelta a las puertas.

Se puso de pie y extendió la mano. Zander frunció el ceño imperceptiblemente antes de estrechársela. Fue un apretón tan cálido y agradablemente firme como el último.

–Empezaba a creer que ya no volveríamos a verte.

–Tenía que reflexionarlo –una y otra vez en busca de una salida razonable que le permitiera evitar todo el asunto.

–¿Y?

–Y aquí estoy –suspiró. Él retrocedió y le hizo una leve señal a su secretaria, lo que podía significar cualquier cosa, desde que les llevara café hasta que no le pasara ninguna llamada–. Necesitaba estar segura de entender lo que pedían –eso le sonó demasiado defensivo.

Finalmente, él la miró con ecuanimidad.

–¿Y lo has entendido?

–Ya está todo firmado –alzó el contrato.

La cara de Zander mostró un alivio casi desproporcionado. Se sentó en su caro sillón.

Ella ladeó la cabeza.

–¿No esperabas que lo hiciera? –odiaba pensar que tal vez hubiera tenido más margen de negociación.

–He aprendido a no prever jamás los actos de la gente –miró hacia la puerta por la que acababa de salir el otro hombre.

–Tenía una pregunta.

–Claro.

–Es acerca de las entrevistas. ¿Son realmente necesarias? Parece algo muy formal.

–Necesitamos hacernos una idea de quién eres en realidad, para saber con qué empezamos.

–¿Rellenando un cuestionario? Pensaba que si tomaba café con tu secretaria, le contaba algo sobre mí…

–No con Casey. Ella no es lo bastante objetiva.

–¿Porque es una mujer?

–Porque es miembro activo del Equipo Georgia.

Le agradó saber que al menos había una persona en su rincón.

–A no ser que buscaras un almuerzo gratis.

–Claro –lo miró furiosa–. Porque todo esto valdría la pena si pudiera sacarte un plato de sopa –el ceño de él se transformó en una media sonrisa–. ¿Y uno de tus otros acólitos? –sugirió.

–¿Acólitos? –Zander enarcó las cejas.

–Tienes una secretaria a tus órdenes. Y el hombre que acaba de salir no parecía alguien que disfrutara de un rango justo y equivalente en su lugar de trabajo.

–No tengo acólitos –volvió a mostrarse ceñudo–. Tengo personal.

–Entonces, otra persona de tu personal.

–No. Nadie de mi personal.

–Zander –ella suspiró–, preferiría no tener que rellenar ningún cuestionario. Es demasiado frío –por no decir ofensivo. Como si un ordenador pudiera establecer qué le faltaba a su vida cuando ella aún intentaba descubrirlo.

–Nadie de mi personal y tampoco un cuestionario.

–Entonces, ¿qué?

–Yo.

–¿Tú qué?

–Yo te entrevistaré –tomó un bolígrafo.

–¿A-ahora? –tartamudeó ella.

–No. Solo le dejaré un par de notas a Casey para mañana.

–¿Se ha ido? –Georgia se giró en el sillón.

–Sí. ¿Por qué?

–Pensé que… ¿Hace unos momentos no le indicaste con un gesto que hiciera algo?

–Sí, le dije que se marchara a casa. Que yo tenga una jornada laboral prolongada no significa que también ella deba tenerla. En casa la espera una familia.

De modo que estaban… solos. Se preguntó por qué ese pensamiento le desbocaba el pulso. Retiró el sillón.

–Debería irme.

–¿Y qué pasa con la entrevista? Pensé que podríamos ir a tomar algo y charlar.

Para ser una mujer brillante, en ese momento su cabeza se llenó con una asombrosa cantidad de nada. Él se levantó, rodeó el escritorio y Georgia no tuvo más alternativa que dejar que la escoltara fuera del despacho.

–El contrato… –susurró ella a duras penas. Él se lo quitó de la mano, fue a la última página y lo firmó sin leerlo–. Deberían haberme regalado un coche de lujo.

Zander sonrió, revelando unos dientes blancos y parejos.

–¿Adónde irías con un coche de lujo?

–Nunca se sabe. Quizá es algo que quiera experimentar… jamás he llevado nada más elegante que un Vauxhall.

La mirada de él se suavizó. Luego metió la mano en el bolsillo y le entregó un llavero. Irradiaba la calidez de haber estado en contacto con su cuerpo. Georgia lo miró a los ojos.

–Nunca es demasiado tarde para empezar. Considérala la primera actividad del Año de Georgia. Conducir un coche de lujo.

–¿Tu Jaguar? –se quedó boquiabierta.

–¿No es lo bastante elegante para ti?

El entusiasmo se mezcló con el pavor.

–¿Y si lo rayo? ¿O lo abollo? –¿o se lanzaba al Támesis de la excitación?

–Pareces una conductora precavida. Además, tengo un seguro muy completo.

 

 

Rod y Nigel ya estaban llevando a cabo un estudio de mercado, pero le dejaban a él los detalles de lo que conllevaría el año. En realidad, lo único que les importaba era que él lograra su participación.

Pero a Zander le importaba mucho en un plano personal que apenas entendía. Solo quería que ella recibiera algo a cambio de todas sus molestias. No le parecía justo fastidiar a una chica en el momento más vulnerable de su vida.

Y él sabía lo que representaba un momento así. Lo había vivido. Sabía cómo lo modificaba todo.

Era una estupidez; no podía decir que hubiera establecido un vínculo con Georgia nada más protegerla de los ojos curiosos que esperaban en la recepción cuando bajaban en el ascensor. Pero así había sido. Había ocupado un rincón de su mente en el instante en que había aceptado el gesto agradecida.

–Pareces llevar esto bastante bien –comentó mientras el camarero les llenaba las copas en su bar favorito de

–. Considerando lo que pensabas de la idea la última vez que nos vimos.

Ella respiró hondo.

–Parece que soy la única de una larga lista de personas que no cree que haya espacio de mejora con Georgia Versión Dos.

–Concédete algún mérito –murmuró él alzando la copa en señal de saludo antes de beber un trago–. Eres más estable de lo que te imaginas.

–¿En qué te basas?

–En mis observaciones.

–¿Sacadas durante un rápido paseo por el bosque?

–Se me paga para prestar atención a las primeras impresiones.

–¿El ascensor? –Georgia entrecerró los ojos.

–Fueron unos minutos duros para ti, y los manejaste bien.

–¿Llorando mientras tú me ofrecías la espalda? –expuso con un bufido.

–La forma de reaccionar bajo una presión extrema te revela mucho sobre una persona –Zander sonrió–. Ni mientras te morías por dentro perdiste tu cortesía.

–¿Percibiste eso? –preguntó insegura.

–Pero no dejaste que pudiera contigo. Mantuviste el control.