Sueltos de lengua - Alicia María Zorrilla - E-Book

Sueltos de lengua E-Book

Alicia María Zorrilla

0,0

Beschreibung

Si un día de invierno, durante el desayuno, se le derramó el café al escuchar que el periodista radial lanzó un gerundio en mal estado. Si, cuando subió al colectivo y leyó el cartel que imponía "indique su destino", sonrió pensando que esa frase, acaso, estuviera yendo más allá de la última parada del recorrido. Si el eslogan que se utilizó para la campaña política "el voto ganado" le pareció equívoco. Si se considera buen detector de erratas en los libros o periódicos. Si le late un párpado, aunque sea en forma leve, al oír un "haiga". Bienvenido. Póngase cómodo. En este libro, Alicia María Zorrilla detecta cada una de esas amenazas y las enfrenta con sabiduría, elegancia y un humor exquisito. Delata los abusos contra los verbos, impugna las irregularidades de los avisos clasificados del rubro inmobiliario, nos previene de las ambigüedades que proponen los zócalos televisivos. Además, da cuenta de cadáveres que podrían no estar muertos; de avisos que, en vez de incentivar la venta de un producto, conspiran para desalentarla; relata diálogos desopilantes que pueden ocurrir en un consultorio médico, en una entidad bancaria o en un remís. La autora nos invita a acompañarla en defensa de la lengua que nos pertenece y nos contagia el mismo apasionamiento del que hizo gala don Miguel de Unamuno, quien dijo: "Declaro que siento cada vez mayor fanatismo por la lengua que hablo, escribo, pienso y siento". Roberto Gárriz

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Alicia María Zorrilla

Sueltos de lengua

Zorrilla, Alicia María

Sueltos de lengua / Alicia María Zorrilla. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Libros del Zorzal, 2020.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-599-661-8

1. Lingüística. 2. Lenguaje Escrito. I. Título.

CDD 411

© de imagen de tapa, André Martins de Barros, Le Philosophe, derechos reservados

Diseño de tapa: Osvaldo Gallese

© 2020. Libros del Zorzal

Buenos Aires, Argentina

<www.delzorzal.com>

Comentarios y sugerencias: [email protected]

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, sin la autorización previa de la editorial o de los titulares de los derechos.

Impreso en Argentina / Printed in Argentina

Hecho el depósito que marca la ley 11723

Índice

Un «sí» fuera de sí | 9

Tropiezos médicos | 13

¡Riesgo de vida! | 16

Los cadáveres, ¿no son muertos? | 17

Anglicismos depredadores | 24

Eclipses de sintaxis | 29

El saber popular | 38

Vicio de la profesión | 43

Escritura inmobiliaria | 44

Un error sin honor | 51

¿Me explico? | 57

La lengua entre abrojos | 59

Y primero fue el hipocorístico… | 67

¡No abusen de los verbos! | 75

Todos los excesos son malos | 81

Avisos antipublicitarios | 88

Un diálogo de antología | 91

Cosmos y caos en la sintaxis mediática | 94

Las obsesivas erratas | 109

Bibliografía | 111

Prólogo

Roberto Gárriz

Si un día de invierno, durante el desayuno, se le derramó el café al escuchar que el periodista radial lanzó un gerundio en mal estado. Si cuando subió al colectivo y leyó el cartel que imponía «indique su destino» sonrió pensando que esa frase, acaso, estuviera yendo más allá de la última parada del recorrido. Si el eslogan que se utilizó para la campaña política «el voto ganado» le pareció equívoco. Si se considera buen detector de erratas en los libros o periódicos. Si le late un párpado, aunque sea en forma leve, al oír un «haiga». Bienvenido. Póngase cómodo.

El error aparece como moneda corriente. Se impone. Lo malo cunde. Los correctores automáticos establecen sinrazones, tanto en las redacciones de los periódicos como en los dispositivos personales. Los hablantes empujan con sus caprichos. En los medios de difusión, los comunicadores expanden las falencias de su discurso. El lenguaje está en peligro.

Alicia María Zorrilla detecta cada una de esas amenazas y las enfrenta desde el aula, desde sus libros y en cada una de sus intervenciones públicas. Lo hace con sabiduría, elegancia y un humor exquisito.

Aquí mismo, en la próxima hoja, acomete contra esas erratas que planean un «texticidio con implacable entusiasmo», delata los abusos contra los verbos, impugna las irregularidades de los avisos clasificados del rubro inmobiliario, nos previene de las ambigüedades que proponen los zócalos televisivos. Además, da cuenta de cadáveres que podrían no estar muertos; de avisos que, en vez de incentivar la venta de un producto, conspiran para desalentarla; relata diálogos desopilantes que pueden ocurrir en un consultorio médico, en una entidad bancaria o en un remís.

Cada capítulo es una muestra de inteligencia y de encantadora —en todos los sentidos— transmisión de conocimiento.

La lengua es un código delicado, de equilibrios, resultante de una decantación que ha durado siglos. Ese código debe ser cuidado.

Alicia María Zorrilla ha dedicado su vida a combatir «la autoridad suprema e indiscutible del error». Aquí no solo nos invita a acompañarla en defensa de la lengua que nos pertenece, sino que también nos contagia del mismo apasionamiento del que hizo gala don Miguel de Unamuno, quien dijo: «Declaro que siento cada vez mayor fanatismo por la lengua que hablo, escribo, pienso y siento».

Vamos. No se lo pierda. Adelante.

El idioma —el castellano, el español— llega a ser para nosotros como un licor que paladeamos, y del cual no podemos ya prescindir. […]. Ya somos, con tanto beber de este licor, beodos del idioma.

Azorín

Un «sí» fuera de sí

Hay gente que subraya tanto lo que dice, que podría decirse de ella que habla siempre en bastardilla.

Miguel de Unamuno

Si todas las afirmaciones tuvieran la osadía de ciertas seudoafirmaciones, ¡qué seguro andaría el mundo! Una nueva moda —«la monotonía en el cambio», según don Miguel de Unamuno— saca a nuestra paciencia de su silencioso retiro y la pone a prueba en diálogos que deberían grabarse y analizarse como ejemplos vivos del uso precario de nuestra lengua. Hablaremos de uno de ellos:

Una señora va al Banco. Se acerca al mostrador de informaciones y pregunta cómo debe hacer una operación determinada. La joven que la atiende, con cierto aire de suficiencia, la saluda y dice:

—Sí, ¿qué desea saber?

Esa vana afirmación inicial, que no responde a ninguna pregunta, salvo que la experimentada señorita haya podido leer el pensamiento de la clienta, parece significar, con cierto desdén, ‘vamos, hable, la estoy viendo, la estoy escuchando’.

La señora, con ese respeto del que ya no se tiene ni nostalgia, le contesta:

—Señorita, quiero cambiar pesos en dólares. ¿Podría usted indicarme, por favor, a quién tengo que dirigirme?

La empleada, que, sin duda, esperaba otro mensaje más excitante, le dice con desgana:

—Siga derecho hasta el fondo de este corredor, ¿sí? Luego, doble a la izquierda y busque la caja 3, ¿sí? Allí le indicarán cómo hacer la operación, ¿sí? Si no encuentra al cajero, pregunte por Silvia, ¿sí? Una chica alta, rubia, con anteojos, ¿sí? Ella atiende en el mostrador que está junto a la caja, ¿sí?

Este nuevo «sí» —ahora interrogativo— responde a otro significado: ‘¿me entiende?’, ‘¿soy clara o hablo el guirigay1?’; el sustantivo es nuestro, pues estamos seguros de que la joven lo desconocía.

La buena señora, acostumbrada a hablar como Dios manda y debidamente entrenada, por su profesión, para enfrentar estos desbarajustes lingüísticos, siente que la empleada menosprecia su capacidad de comprensión y, como no termina de definir el protagonismo de ese «sí» monótono y exasperante, trata de educar a esta criatura del siglo xxi:

—Discúlpeme por lo que voy a decirle, pero ¿sabe cuántas veces repitió «¿sí?» ¡Seis! Explíqueme, por favor, por qué lo dice.

La «positiva» joven, que no se ruboriza, porque eso ya no se usa, le responde airada, sin culpa y con extremada seguridad, esa que, a veces, da la profunda y desgastada ignorancia:

—¿Sí? No sé, no me doy cuenta. Es mi forma de hablar y considero que está bien, ¿sí?

Este octavo «¿sí?», desparpajado, dicho, por supuesto, con una furiosa entonación interrogativa, contiene un nuevo significado: ‘basta, aquí termina nuestra conversación’.

La señora, que desea gritar “¡no!”, como antídoto, después de haber sido invadida por esos síes superfluos y polisémicos —tan poco elegantes y tan bien incorporados por el poder irresistible de la incultura—, que le han provocado un espasmo estomacal, decide abandonar en silencio2 el mostrador de combate y cumplir, estoicamente, las indicaciones que, sí, ha entendido, para concretar, por fin, el tedioso trámite que la ha obligado a ir al Banco. Pero mientras camina, recuerda aquellas sabias palabras de Lope de Vega: «Si rey fuera, instituyera / cátedras para enseñar / a callar».

Este «¿sí?», que comenzó a usarse tímidamente, se ha transformado en molesta muletilla3 que huele a anglicismo y que no solo economiza palabras —si ese es el objetivo del que lo usa—, sino también empobrece, día tras día, el ya macilento vocabulario que usamos, carcomido por los errores de última generación. Lo grave es que hablar significa, también, pensar.

Reconocemos como legítimos el sí, forma reflexiva del pronombre personal de tercera persona (ante sí, de sí, de por sí, para sí, por sí, sobre sí), y el sí, adverbio de afirmación (Ese sí que es buen profesor; Iremos, sí, aunque llueva; Esperaba el sí de mi padre [sustantivado]; No respondió un sí ni un no [sustantivado]; Se enoja porque sí).

Tenemos la esperanza de que el espurio «¿sí?», producto de una moda como tantas, perezca por inanidad. Mientras, lo siseamos4 con fervor y coincidimos con George Bernard Shaw en que «en este mundo, cuando alguien tiene algo que decir, la dificultad no está en conseguir que lo diga, sino en impedir que lo repita a menudo».

Tropiezos médicos

«¡Estudia! —decía Séneca—, no para saber una cosa más, sino para saberla mejor». Lamentablemente, pocos dedican hoy su valioso tiempo al estudio, pues se sacian de aburrimiento antes de degustarlo.

Advertimos esa despreocupación cuando, en un importante diario de nuestra capital, leímos la siguiente noticia cuyo título alentador era «Siamesas. Jodie: su estado de salud sigue mejorando». El texto es el siguiente:

LONDRES (ANSA). Continúan mejorando los signos vitales de salud de Jodie, la única sobreviviente de las siamesas separadas el lunes último en el Hospital St. Mary de Manchester, Inglaterra, tras una compleja operación que duró 20 horas. El viernes por la mañana un vocero del hospital explicó que la beba de tres meses continúa nutriéndose regularmente y que “está bien”. Aun así, la delicada situación de Jodie sigue siendo monitoreada minuto tras minuto en la sala de terapia intensiva en la que se encuentra internada desde la operación, en la que falleció al ser separada de su hermana Mary5.

Desde el punto de vista semántico, esta noticia es, realmente, absurda y morbosa. ¿Quién está en terapia intensiva? ¿La niña viva o la niña muerta? ¿Continúan los médicos brindándole cuidados a un cadáver? ¿Qué interés malsano los mueve? A veces, los periodistas, sin quererlo o porque lo quiere su falta de formación lingüística, nos ofrecen un material riquísimo para escribir un cuento, aunque tengamos una pobre imaginación.

Con las palabras, también pueden cometerse sangrientos crímenes. Por eso, para impedirlos, es bueno repetir con Platón: «Lo que no sé tampoco creo saberlo».

La noticia comienza repitiendo, con cierto empaque barroco, el contenido del título: «Continúan mejorando los signos vitales de salud», sintagma que luego el periodista contradice con el verbo «falleció». Prosigue hablándonos de «la única sobreviviente de las siamesas separadas». El adjetivo «única» es, desde nuestro punto de vista, demasiado ambicioso, porque las siamesas son dos ‘hermanas gemelas que han nacido unidas por alguna parte del cuerpo’, y, cuando se utiliza ese adjetivo, generalmente, nos referimos a más de dos personas. Por lo tanto, podríamos decir: Continúa mejorando Jodie, la sobreviviente de las siamesas separadas el lunes último…

Avancemos en la lectura: «El viernes por la mañana un vocero del hospital explicó que la beba de tres meses continúa nutriéndose regularmente, y que “está bien”». Es claro el desajuste entre los tiempos verbales («explicó» que «continúa» y que «está»), la ausencia de una recta correlación (explicó que continuaba y que estaba). Además, el sintagma «“está bien”» aparece entre comillas, irónicas y sospechosas comillas que trascienden la mera transcripción textual y no desentonan con el fallecimiento posterior.

El texto dice que se monitorea «la delicada situación de Jodie», pero, en realidad, se monitorea a Jodie ante su delicada situación. De acuerdo con el desenlace de este relato macabro, adjetivo que, en árabe, denota ‘tumbas, cementerio’, los médicos «monitorean» el cadáver de Jodie en la sala de terapia intensiva donde está internada desde su fallecimiento para saber cómo se siente en la otra vida.

El laberíntico mensaje periodístico nos dice, pues, que hay, también, una sala de terapia intensiva para muertos, donde algunos —como Mary, hermana de Jodie— se salvan o, como bien diría un español, donde «apelan los enfermos» para revocar su sentencia de muerte.

¡Riesgo de vida!

Cuando leemos en alguna noticia que «el paciente, que está en terapia intensiva, corre riesgo de vida», nos llama la atención que lo destaquen tanto, pues, si tiene riesgo de seguir viviendo —¡qué alegría!—, se salvará. Realmente, la que necesita terapia intensiva es la redacción del periodista, quien desconoce que debe decirse «correr riesgo de perder la vida», «es un riesgo para la vida» o «correr riesgo de muerte». A veces, la escritura se enardece, y los ojos tropiezan con un enfático «riesgo de vida de muerte». No sabemos, entonces, si es un error, una broma o un riesgo de vida con el agregado de la locución adjetiva coloquial «de muerte», es decir, ‘que está muy bien, que agrada enormemente’ o que es ‘muy fuerte, intenso’, como cuando decimos Este vino tinto está de muerte. De cualquier modo y volviendo al ejemplo inicial, no hay peligro de que el paciente muera.

Si pensamos un poco más —ejercicio bastante olvidado en estos tiempos—, el supuesto cadáver de una persona ebria puede «correr riesgo de vida», pues la víctima, que parece muerta por exceso de bebida alcohólica —un coma etílico—, en realidad, no lo está e, inesperadamente, despierta de su sueño báquico con asombroso donaire. ¡Vaya riesgo de vida!

Los cadáveres, ¿no son muertos?

Las noticias nos desconciertan. Nuestra continua lectura de los diarios en la Internet nos permite hallar sorprendentes curiosidades: niños que saltan la cuerda con el cadáver de una serpiente; Luci, la chimpancé estéril, que prodiga cuidados al cadáver de un mono bebé; una funeraria convierte cadáveres en personas para hacer más agradable su velatorio; los ex son cadáveres emocionales, y hasta se habla de una «sociedad cadavérica» y de «incapacidad por muerte». Aquí no termina todo, pues los restos de alguien «se exhuman de su tumba». ¿De qué otro lugar podría ser?

Desde el punto de vista lingüístico, lo lamentable es que algunos periodistas no saben con precisión que un cadáver es ‘un cuerpo muerto’:

Cada vez me pasa más, como juez de guardia, encontrarme con cadáveres de ancianos que llevan muchos días muertos6.

Muchos de los ejemplos hallados demuestran que los cadáveres «mueren»: desde «el cadáver (que) llevaba muerto al menos un año» hasta «el cadáver del fallecido» y el cadáver que ingresa en un hospital «con síntomas de ahogo», pasando por «el cadáver (que) habría muerto de un disparo». ¡Pobre, murió dos veces! ! El ejemplo expuesto alcanzó la cumbre del delirio, pues se refiere a «cadáveres de cadáveres», no a «cadáveres de ancianos».

Esta desavenencia entre «el cadáver» y «el muerto» revela falta de consulta del Diccionario académico:

¿Cómo saber si un cadáver encontrado en el agua de verdad murió ahogado?7

Lo peor es que se refiere al «agua de verdad». ¿Había otra? La ubicación de la locución adverbial «de verdad» crea cierta anfibología8. Por lo tanto, debió escribir lo siguiente:

¿Cómo saber de verdad si una persona encontrada en el agua murió ahogada?

La noticia sigue; el que la escribió insiste en la muerte del cadáver, es decir, suponemos que un cadáver tenía calor y se arrojó a la pileta, pero, como no sabía nadar, se ahogó. Este hecho lo convirtió en muerto, en cadáver muerto.