Tabú. El juego prohibido - Nicolás Horacio Manzur - E-Book

Tabú. El juego prohibido E-Book

Nicolás Horacio Manzur

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Beschreibung

Leandro ha gozado de la comodidad que ofrece el dinero de su familia. Ahora, en la universidad, su vida gira alrededor de eternas fiestas y noches libertinas. Ninguno de los muchachos que elige puede escapar de sus encantos ni sus estrategias. Sin embargo, la llegada de Gastón, su nuevo profesor, le presentará un desafío inesperado. Los juegos se convertirán en una obsesión y lo llevarán a poner en marcha un plan para conquistarlo y, aunque se resista, sacarlo del armario. Sus intrigas desenterrarán recuerdos olvidados, pondrán en jaque lo que cada uno ha construido a su alrededor y los llevaran al borde de perderlo todo. ¿Quién ganará el juego prohibido?

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1° edición: Diciembre de 2020

© 2020 Nicolás H. Manzur

© 2020 Ediciones Fey SAS

www.pipbuk.com

Diseño de cubierta: H. Kramer

Diseño interior y maquetación: Ramiro Reyna

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Manzur, Nicolás Horacio

Tabú : El juego prohibido / Nicolás Horacio Manzur ; editado por Ramiro Reyna; Ignacio Javier Pedraza ; ilustrado por H. Kramer. - 1a ed - Córdoba : Pipbuk!, 2020.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-987-47745-3-8

1. Novelas Románticas. 2. Homosexualidad. I. Reyna, Ramiro, ed. II. Pedraza, Ignacio Javier, ed. III. H. Kramer, ilus. IV. Título.

CDD A863

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A la catarsis,

Gracias por aparecer…

«Este es mi mundo

Por qué no sentir orgullo de eso

Es mi mundo

Y no hay razón para ocultarlo

De qué sirve vivir

Si no puedes decir

Yo soy lo que soy»

Soy lo que soy - Sandra Mihanovich

CAPÍTULO 1

Leandro

Viernes, mi día favorito de la semana. Las personas se liberan de sus obligaciones semanales, cumplidas o no, y salen al acecho de una nueva presa para pasar la noche: una conquista fresca y sensual.

Me gusta ir a Brujas, un bar ubicado frente a la Plaza Serrano, sentarme en mi banqueta habitual y observar a los hombres realizar sus pobres intentos. Algunos prueban tácticas tan ridículas como tirar grotescos piropos o alardear con el modelo de su auto. Las expresiones de las mujeres, frente a personas tan descerebradas, me hacen la noche. Puedo reír por horas con el recuerdo de esos machos desconcertados frente al rechazo.

Yo no voy para conquistar a alguien. Bueno, en realidad sí, pero mi motivo es otro. Mi misión semanal es hacer una obra de bien.

Me siento bien conmigo mismo. De hecho, creo que debería obtener algún reconocimiento por todo lo que hago: busco a algún chico que todavía no haya salido del armario y lo ayudo a ir por el camino correcto. En ese bar plagado de heterosexuales siempre hay alguno.

—¿Y?, ¿ya lo identificaste?

Julián estaba parado al lado mío con una cerveza en la mano. La cuarta que se tomaba y eso que habíamos llegado hacía menos de una hora.

—¿Por qué no te relajás un poco con el alcohol?

—Algunos necesitamos un empuje para creérnosla como vos.

No siempre fue así. En un pasado, bien enterrado por suerte, yo era el chico al que todos rechazaban, hasta que una persona se puso en mi camino y todo cambió. Gracias a él es que soy como soy ahora; y estoy muy contento con el resultado. No puedo evitar pensar en la canción de Sandra Mihanovich, Soy lo que soy. Pero tranquilos, no voy a ponerme a cantar; arruinaría mi acting.

Julián no necesitaba la cerveza para que las personas supieran lo grandioso que era. Tenía pinta: era alto, con pelo castaño lleno de rulos, piel blanca, aunque no pálida, ojos color avellana y algunas pecas que le rodeaban la nariz. Su cuerpo no era atlético como el mío, pero tampoco era raquítico.

Sin embargo, carecía de autoestima, algo que a mí no me faltaba. ¿Cómo podría? Cada mañana me levantaba, me observaba al espejo durante un minuto, me sonreía y me daba algún que otro besito. Porque la verdad es que estaba muy fuerte.

¿Vanidoso? Sí, a veces tenía que ser así para llevarme el mundo por delante y lograr lo que quería.

—No te menosprecies, Juli, todos tenemos nuestro encanto.

—Habló el modelo de revista… Ojalá estuviera tan bueno como vos. —Giró y me examinó de arriba hacia abajo—. Y tuviera el dinero para comprarme ropa de marca cuando quisiera.

—¿Esta cosa vieja?

—Sí. Por favor, no me hagas hablar.

La verdad es que ahí tenía un punto. Julián solo contaba con el dinero que su madre le daba cada semana. A sus veinticuatro años no podía conseguir trabajo y tampoco estudiaba. Ayudaba con los quehaceres de la casa cuando ella trabajaba. Su padre se había escapado hacía cinco años con una prostituta y los había dejado con muy poco dinero.

Mi suerte fue diferente. Mi padre era arquitecto y mamá era directora de un colegio privado. Nunca me obligaron a trabajar. Por mes me depositaban algún dinero en el banco. Bueno… mucho en realidad, para que lo administrara a mi antojo. Solo debía seguir tres reglas: cuidarme, estudiar y regresar entero a casa.

—¿A dónde vas después? —me preguntó.

—¿A qué te referís?

—Digo, por la pilcha que llevás puesta, pareciera que vas a una reunión importante.

—Quiero impresionar.

Julián lanzó un resoplido molesto.

—Bueno, me voy a otro lado. —Tomó un último trago del pico y dejó la botella en la barra con un golpe duro—. Me aburro.

Antes de que diera un primer paso, lo tomé del brazo y le puse unos billetes en la mano.

—Tomate un taxi, ¿sí?

Julián sonrió y asintió.

Seguí escaneando el lugar, hasta que decidí que no iba a tener ningún resultado si me quedaba sentado.

—Ramiro —dije palmeando la barra—. ¿Me cuidas el lugar?

El barman se acercó y sonrió.

—Sí, claro.

A medida que caminaba, observaba a una pareja que estaba a punto de romper.

—No, mi amorcito. Es que… —decía mi próxima conquista.

—¡A mí no me vengas con «mi amorcito»! ¡Ya mismo me explicás qué está pasando!

Ella lloraba y su futuro ex moría de vergüenza. Me causaban gracia. La chica sufría mientras él tomaba una cerveza de lo más tranquilo. Noté que, además, me miraba.

—Mirá, es que… —siguió—. No sé cómo explicarlo, pero quiero estar solo por un tiempo.

—Dejame decirte una cosa —dijo ella al ponerse de pie—, nunca vas a volver a encontrar a alguien como yo. —Me impresionaba la actitud de la mujer. La aplaudiría si no fuera porque deseaba que se fuera para poder concentrarme en su novio—. No me llames y ni pienses enviarme ningún mensaje por Instagram o por WhatsApp. ¡Esto se terminó!

Ella le dirigió una mirada cargada de odio y salió del bar. Decidí que era mi momento de actuar.

—Vas a estar mejor sin ella —me atreví a decirle.

Esbocé una de mis sonrisas ganadoras.

—Soy Leandro, vos te llamás…

—Damián —alcanzó a balbucear. Me gusta generar ese efecto en los nuevillos, como me gustaba llamarlos.

—Lindo nombre. ¿Puedo? —pregunté señalando la silla vacía.

Damián levantó los hombros.

—Tengo que decirte la verdad. No la necesitás. No sos su tipo y ella no es el tuyo.

—No sé… La verdad es que ya no sé lo que siento. La amaba.

—Nah, el amor está sobreevaluado. ¿Cuántos años tenés?

—Veintitrés.

—¡Toda una vida por delante! —exclamé levantando los brazos—. Creeme, vas a pasarla mejor sin ella. Yo te voy a ayudar.

—A ver, ¿cómo?

Me levanté. Señalé con la cabeza la pista de baile.

—Bailemos un rato —dije guiñándole un ojo.

Titubeó y concentró su mirada en la botella de cerveza.

—Creo que voy a ir a casa.

—¿Para qué? ¿Te vas a tirar en la cama?, ¿a ponerte a llorar? Ay, dale chabón. No tenés que darle el gusto. —Tomé aire y moví la cabeza, logrando que las ondas de mi pelo cayeran sobre mi frente, otra de mis armas—. Mirá, me gustás. Aparte, me dedico a esto. Todas las noches vengo a buscar un corazón roto para sacarlo de un fondo depresivo. Es un acto de beneficencia…

Lo veía un poco asustado. Probablemente sentía cosas que reprimía. No iba a darme por vencido. Lo sacaría del armario y, de paso, me lo llevaría a la cama.

—Solo un rato —respondió al fin.

Al igual que Julián, tomó de un sorbo de lo que quedaba en la botella y se levantó. De fondo sonaba una versión remixada de Call me maybe de Carly Rae Jepsen, o como me gustaba llamarla: Carly Call me maybe. Porque, ¿quién se acuerda de un apellido tan raro?

Lo arrastré de la mano hasta la pista. ¡Pobrecito! Su mano transpiraba, así que le acaricie la palma con un dedo para hacerlo sentir un poco mejor.

Bailamos durante horas. Poco a poco fue liberando su verdadero yo, aunque las cervezas que pagué también ayudaron a desinhibirlo. Yo no tomé demasiado, quería estar lúcido cuando llegara el gran momento.

Damián alzó las manos y dio pequeños saltos. Sonreía y mantenía los ojos cerrados. Rodeé su cintura con mis brazos. Lo acerqué. Se sorprendió un poco y puso resistencia por pocos segundos, pero bajó las barreras y se dejó arrastrar por mis deseos.

Lo miré profundo, esbocé una sonrisa para transmitirle que estaba bien lo que hacía. Acaricié su pelo rubio bajando mi mano hacia su rostro hasta terminar rozando sus labios con el dedo índice.

Luego, lo besé.

Damián tenía los labios tensos, aunque fue cediendo hasta colocar sus manos sobre mi espalda. La acarició a medida que yo mordía su boca. Cada beso que le daba trataba de que fuera único. Me gustaba concentrarme mucho en la persona que tenía al frente de mí. Quería ser recordado como el primer hombre de su vida.

—Guau…

—Lo sé —contesté riendo.

Terminamos en su departamento. Un monoambiente simple pero bien decorado en negro, blanco y rojo. Damián, apoyado en la puerta, nervioso y un poco somnoliento.

—¿Estás seguro de que querés esto? No me ofendo si…

—No, no —me interrumpió—. Estoy seguro.

—Pero, recién saliste del armario. Tal vez deberíamos esperar a que tengas más experiencia.

Damián me tomó de la cintura, me llevó hacia la pared y me besó con pasión, comiendo mi boca como un salvaje, mordiendo mi labio inferior. No tardó en desabotonar mi camisa y sacármela.

—Se ve que entrenás. —Recorría mi cuerpo con las yemas de los dedos —. Mejor apago la luz.

Yo le demostraría que no importaba nada. Le devolvería la confianza perdida.

Lo tomé del centro de la camisa y lo atraje hacia mí. Lentamente fui desabotonándola hasta abrirla por completo.

—Me gusta.

Damián sonrió. Nos volvimos a besar y caminamos hacia la cama.

El celular me despertó. Era Julián.

—¿Qué pasa? —pregunté refunfuñando, con la voz ronca.

—¿Noche exitosa?

—Sí. —Damián dormía como un bebé.

—Bueno, decime dónde estás que paso a buscarte.

Le pasé mi ubicación por WhatsApp mientras me vestía. Cuando corté, Damián se despertó.

—Fue una hermosa noche —dijo.

Me limité a sonreír. Me puse la camisa y busqué mis zapatos.

—¿Nos vamos a ver de nuevo?

—Si el destino lo quiere…

No era la respuesta que él esperaba, pero tenía que cortar esto de raíz.

Me senté en la cama y le acaricié la mano.

—Escuchame. Sos nuevo en esto así que no espero que lo entiendas. Nuestro mundo está plagado de hombres como yo. La única diferencia es que yo ayudo, en vez de gozar a costa de los sentimientos de otro, ¿entendés? —Damián asintió—. Necesitabas dejar que la mariposa en tu interior explote, ser vos mismo. Yo solo te ayudé. Ahora vas a tener que seguir el camino solo.

—Pero, no sé qué hacer.

—Entrá a Google. Ahí vas a encontrar todas las respuestas. —Damián se rio y miró el piso. Puse el dedo en su mentón, para obligarlo a devolverme la mirada—. Buscá boliches gais y explorá.

—Sos muy lindo. Ojalá consiga a alguien como vos.

—No creo —contesté riendo—, soy único. Pero a alguien remotamente parecido puede ser que encuentres. Ese hombre va a tener suerte de tenerte a su lado.

—¿En serio lo decís?

—Claro.

Sonreímos y nos besamos por última vez.

Salí del edificio. Amanecía. Me agradaba ver el sol asomarse, escuchar los pájaros cantar. Era cursi, lo sabía, pero me gustaba y no me daba vergüenza admitirlo.

Un auto frenó de forma abrupta. La puerta del acompañante se abrió.

—Vamos a desayunar algo, estrellita de Hollywood.

Me subí y abrí la ventana. Quería disfrutar del viento veraniego con los ojos cerrados. Me sentía muy bien.

CAPÍTULO 2

Leandro

El domingo fue de descanso. Invité a Julián a la quinta de mis padres a pasar el día. Tomamos sol, nadamos en la pileta y nos deleitamos con el rico asado que había preparado papá. Por la tarde anduvimos a caballo, bordeamos el country que se encontraba al lado de la quinta.

—Tengo pensado hablar con mamá hoy mismo —dijo Julián.

—¿Seguro? Según me contaste, no te fue nada bien la vez anterior.

—Es que ella tenía muchos problemas en la cabeza. Sabés que me tiene que mantener. Además, todavía sigue pagando sus deudas.

—¿Por qué no dejás que te ayude?

—Mamá no quiere. Ya nos ayudaste mucho al pagarnos un par de cuotas del auto usado.

—Sabés que eso no fue nada, Juli —dije—. Quisiera poder hacer más…

—Lo sé, pero ya nos vamos a arreglar.

Nos apeamos de los caballos y bajamos hasta la orilla de un lago artificial para sentarnos a observar al sol ponerse. Julián tenía los ojos cerrados y sonreía. Deseaba poder ayudarlo. Había pasado por mucho, no se merecía tener esta vida tan ajustada.

Lo único que podía hacer por el momento era ser su mejor amigo. Más adelante encontraría la manera de que su mamá aceptara mi dinero. Porque si se lo daba a Julián, lo gastaría en cualquier otra cosa.

—¿Volvemos? —pregunté.

—Un ratito más. Me siento tan tranquilo…

Tomé su mano y la apreté. Lo quería mucho.

«Sos patético…»

«¿Pensabas que yo iba a estar con alguien como vos?»

Risas. De nuevo aquel fatídico día vino a mis sueños y arrebató mi serenidad.

«Mirá lo que soy yo. Mirá lo que sos vos…»

Abrí los ojos y me senté en la cama. Tenía el cuerpo empapado de sudor y la respiración agitada. Fui hasta el baño. Al mirarme al espejo me noté las ojeras marcadas y el pelo revuelto. Abrí la canilla y me mojé la cara con la esperanza de borrar las marcas del pasado.

Volví a acostarme, aunque no logré dormirme. Agarré la tablet que estaba en la mesita de luz. Navegué en YouTube con la ilusión de volver a conciliar el sueño.

Más despierto que nunca, miré el reloj: las cinco de la mañana. En dos horas tendría que estar listo para comenzar el segundo año de facultad.

Me levanté, tomé las llaves del auto y me dirigí al gimnasio.

Hacía tiempo que no sufría esas pesadillas. Creí que las había superado. Después de todo, ahora era una mejor persona.

Al llegar, estacioné el auto. No habría nadie más que el recepcionista y algún otro loco como yo. Disfrutaba entrenar solo, mi mente tenía tiempo para volver a armonizarse.

—Lorenzo —saludé—, ¿qué tal?

—Todo tranqui. Con sueño por tener que abrir el gimnasio a esta hora, pero ahora estoy mejor —contestó guiñándome el ojo.

Lorenzo todavía albergaba esperanzas de que volviera con él. Lo conocí en la pileta del club y al instante nos llevamos bien. Nos divertimos mirando a los que nadaban. Hasta le hicimos creer al guardavida que nos gustaba. Se había puesto tan tenso que terminó pidiendo el cambio de turno.

Una noche, después de nuestra rutina, estábamos en la ducha solos. Lorenzo se me acercó y me besó el cuello. No lo pensé dos veces y le devolví el gesto.

Salimos por dos semanas hasta que no aguanté más, era demasiado celoso.

Le di la típica excusa de que todavía no me sentía bien para encarar una relación, porque había salido de una muy extenuante y que quería que solo fuésemos amigos. A regañadientes lo entendió.

—¿Al menos con derecho a roce? —me había preguntado.

Le dije que sí por las dudas de que algún día lo volviera a necesitar como un caso de emergencia. Sin embargo, dejé de ir a la pileta e iba a entrenar al gimnasio en el turno en el que Lorenzo no trabajaba. Nunca pensé que lo encontraría a la madrugada.

—Me voy a entrenar.

Me dispuse a ir a la máquina de pecho cuando alguien entró y robó mi atención. Llevaba puesto una musculosa gris holgada, shorts azules y zapatillas. Parecía ser de mi estatura, aunque su cuerpo era un poco más ancho que el mío. El pelo rubio ceniza estaba lleno de bucles y tenía mentón notable, no era algo que me importara, pero me llamaba la atención.

Nos saludó con un movimiento de cabeza.

—¿Quién es? —le pregunté a Lorenzo.

—Es nuevo. Hace un par de días que viene. Es lo único que sé.

—Ay, Lorenzo, Lorenzo, Lorenzo… Tendrías que saber más sobre su historial.

—Dame unas horas. Me pongo en modo FBI y te averiguo todo.

—¿Su nombre?

—Gastón.

Gastón. Como el pretendiente de Bella en la película de Disney. Gastón, sonaba poético. Me gustaba, Gastón… bueno, no iba a ponerme a escribir una poesía justo ahora que se presentaba alguien interesante.

Le dejé las llaves del auto a Lorenzo y guardé mi celular en el bolsillo. Mi futura conquista estaba trabajando hombros sentado en una máquina. Al llegar a su lado, carraspeé un poco la garganta.

—Hola, te vi y…

—Disculpá, no es de mala onda, pero no tengo ganas de hablar con nadie. Me despertaron muy temprano, no pude volver a dormirme. Sinceramente, no estoy de humor.

Me dejó pasmado. Ni siquiera me había dirigido una mirada y me estaba rechazando.

—Pero…

—Por favor. En serio. Quiero estar solo.

—Es que…

—¿Cuál es tu nombre?

—Leandro.

—Leandro, entendés que cuando uno empieza a tener un mal día quiere estar a solas para poder calmarse, ¿no?

Asentí.

—Entonces entenderás también que estoy con mucha bronca, que me la quiero desquitar con las pesas, que no quiero hablar con nadie y que podrías llegar a recibir un buen insulto. ¿Está bien?

—Entiendo.

—Genial.

Me alejé anonadado. Se había presentado ante mí un nuevo desafío. Estaba emocionado por enfrentarlo.

Hacía mucho que no desayunaba pensando en alguien. Gastón se había estancado en mi mente y que me hubiera rechazado me atraía todavía más. Parecía ser un hombre varonil, bien educado, con experiencia. Bueno, en verdad no lo sabía… Me gustaba fantasear que lo era.

Para ir a la facultad elegí una remera verde ajustada, jeans azul oscuro y zapatillas blancas. Si bien a la noche me gustaba lucirme, durante el día prefería pasar desapercibido. Era como una especie de superhéroe. Esta era mi vestimenta de Clark Kent y a la noche sacaba mi Superman para salir de conquista.

Al llegar dejé el auto en el estacionamiento. Tuve suerte porque quedaba solo un lugar libre. Hablaría con el encargado y le pagaría para que me lo reserve por el resto del año.

En la puerta me esperaba Gustavo, un chico morocho, con peinado afro y unos labios carnosos que invitaban a besar. No era mi tipo, su inocencia me causaba tanta ternura que no podía verlo con mis ojos de depredador.

—¡Hola, hola! —saludó. Se apartó de un grupo de chicas y vino corriendo a abrazarme.

Gustavo me consideraba su hermano mayor. Al él también lo había animado a salir del armario, pero no tuvimos sexo. El año pasado lo encontré llorando en las escaleras de la facultad y me dio pena. Su padre lo había echado de su casa porque le parecía raro; no podía entender que su hijo amara la comedia musical y a Cher. Su hermano mayor trabajaba con el padre; era igual. Si bien en ese momento Gustavo no admitió ser gay, su padre lo notó raro y no le gustó.

—¿Cómo estuvo tu verano? Perdón que no pude estar más en contacto —dijo, como si los mensajes diarios hubiesen sido pocos—. Es que el viaje con mi prima a París me consumió mucho tiempo. Recorrí todo, absorbí la cultura de la ciudad. ¡Fue genial! Tendríamos que irnos los dos unas semanitas, ¿no te parece?

—Podría ser… Disculpame, llegó tarde.

—Pero falta como media hora para las clases.

—Sí, es que quiero averiguar un par de cosas antes. ¡Nos vemos!

Salí corriendo y subí la escalera de a dos escalones. Julián me esperaba en el bar. Su sonrisa lo decía todo.

—Te odio, Julián…

—No, me amás ¿Qué tal te fue con tu fan? Cuando lo vi en la entrada, no pude evitarlo.

—¿Por qué te gusta hacerme sufrir?

—¿Para qué están los mejores amigos? Ese Gustavo sí que está enamorado de vos, ¿eh? Cuando le dije que te esperara afuera porque llegarías en cualquier momento y querrías un lindo recibimiento, se le iluminó la cara.

—Sí, no sé cómo decirle…

—Si no lo hacés rápido, va a pasar algo. Después te vas a arrepentir.

Puse mi brazo sobre sus hombros y caminamos hacia el ascensor.

—Algo se me va a ocurrir. Contame un poco del chico que conociste la otra noche.

Julián me repitió que su nuevo chico era alto, morocho y de espalda ancha, su tipo ideal. Le gustaba mucho la natación, por lo visto competía. Hablaron poco porque a Julián le encantaban los nadadores y, rápidamente pasaron a la acción.

Me hizo reír. A mí me gustaba generar un juego previo, conocer a la persona. A él no, a él le interesaba saber pocas cosas e ir a un lugar más tranquilo.

Llegamos al quinto piso, la clase de Literatura.

—Quedamos con él para vernos al mediodía. Vamos a ir a almorzar acá por el centro. ¿Querés venir?

—Paso —respondí.

No me gustaba ser el tercero en discordia. Era cita doble o nada.

Una secretaria de la facultad abrió la puerta del aula y nos avisó que el profesor iba a llegar más tarde.

Nos sentamos mientras Julián seguía hablando de su chico. Se llamaba Martín y ya se había enamorado de él. Bah, en realidad se había enamorado de su cuerpo. Así como yo tenía mi radar gay bien afinado, él poseía un radar de cuerpos. Podía intuir si un chico tenía abdominales marcados aun si llevaba remera holgada. Me divertía y a la vez me sorprendía cómo era que siempre acertaba.

—No sabés lo lindo que es…

—Sí, ya me lo dijiste.

—Morocho, pelo oscuro con rulos, alto, ¡con una espalda…! Qué cuerpo, ¡papito!

De pronto el murmullo del aula se apagó. Oí la puerta cerrarse y a alguien caminando.

Cuando me di vuelta lo vi. Gastón.

Esta vez vestía elegante: una camisa blanca abrochada hasta el cuello con una fina corbata azul marino colgando, pantalones pinza azules y zapatos marrones. Muy sexy.

—Buenos días. Mi nombre es Gastón Martínez —anunció a medida que escribía en el pizarrón su nombre y el de la asignatura con un fibrón negro—. Soy el profesor de Literatura I, la primera parte de las cuatro que cursarán durante los próximos dos años.

¡No podía tener tanta buena y mala suerte a la vez! Iba a poder verlo más seguido, pero era un profesor. La facultad tenía reglas al respecto; si lo descubrían…

El desafío se hacía cada vez más atractivo.

—No quiero perder mucho tiempo en que cada uno hable sobre qué estudio en la secundaria o por qué eligieron esta carrera. Voy a pasar lista y empezaremos. Les voy a repartir el cronograma del cuatrimestre junto a algunas fotocopias con varias páginas de Romeo y Julieta.

Decidí que cuando llegara a mi nombre, respondería fuerte y claro. Lo obligaría a levantar la cabeza. En ese momento me vería y se sorprendería. Tenía que estar preparado para dirigirle mi mejor expresión de conquista. Él se daría cuenta de que éramos almas gemelas y, al final de la clase, me invitaría a tomar algo.

—García, Mariano…

—Presente.

—Hildebrant, Ignacio…

—Acá.

Estaba a punto de llegar a mi nombre. Preparados, listos… ¡ya!

—Méndez, Leandro…

Aclaré la garganta, puse voz grave, levanté la mano y respondí.

—Presente.

Nada. Como en el gimnasio, ni se había dignado a mirarme.

—Bueno, chicos —dijo apoyándose en la mesa— ¿Por qué piensan que quiero que lean Romeo y Julieta?

Nadie respondió. Esta era mi oportunidad para lograr llegar al profesor de alguna manera.

—Porque es un clásico.

Ahora sí me observó con detenimiento. Me pareció verlo esbozar una sonrisa, aunque tal vez fue mi imaginación.

—Eso es verdad. Pero ¿de qué trata ese clásico?

Mis compañeros seguían sin responder.

—¿El amor? —dije dudando. Jamás había leído la obra, pero sabía a rasgos generales de que trata. No podía creer que fuera a tratar un tema tan cursi.

—¡Exacto!

Gastón se puso de pie, fue al pizarrón y escribió la palabra «Amor». Sí, al parecer quería dar una clase melosa. Oí a un grupo reírse por lo bajo.

—¿Alguna vez se enamoró… —miró la lista y luego a mí—… señor Méndez?

—¿Cómo? ¿Yo? ¿Enamorarme?

—Sí, usted. ¿Por qué ve mi pregunta como algo malo?

—¿A qué se debe ese pensamiento?

—No respondió a mi primera pregunta.

—Y usted a la mía tampoco.

—El profesor acá soy yo —dijo riendo.

—Y, sin embargo, prefiere saber sobre mi vida privada y creo que eso no es muy apropiado, ¿no?

—Solo quiero generar un ida y vuelta, que no se convierta en una clase aburrida donde el profesor hable sin parar.

—Tal vez eso es lo que esperamos —dije. De repente, no pude detener mi explosión de palabras—. Creo que todos coincidimos acá en que esta materia no nos va a ayudar mucho en nuestra carrera y que es un desperdicio de tiempo.

Oí los «uuuuuuh» de mis compañeros. ¡Por Dios! ¿Dónde estamos? ¿En la secundaria?

La mirada del profesor se endureció.

—¿Por qué lo pone nervioso admitir que alguna vez se enamoró?

—Nunca me enamoré.

—¿Seguro?

—Claro. Es mi vida después de todo, ¿no? Creo que tengo una idea de lo que siento y de lo que no.

Una seguridad dentro de mí que me alentaba a seguir hablando y refutar todo lo que Gastón dijera.

Las miradas se encontraban posadas sobre nosotros. Me sentía como si estuviera dentro de un ring, solo que de palabras.

—Tiene razón, señor Méndez.

—¿Lo ve?

—Aunque pienso que no es un crimen admitirlo, cuando uno está enamorado o lo estuvo.

—¿Y usted? ¿Por qué no nos cuenta algo sobre su vida?

—De acuerdo. Me parece justo.

El profesor comenzó a caminar hacia la ventana del aula. Corrió las cortinas y dejó entrar el sol. Sus ojos color miel brillaron y me atraparon por un momento. Parecía sumido en algún recuerdo cuando sonrió.

—La conocí en un bar —¿Había dicho «la»? ¡¿LA?!—. Un amigo nos presentó. Yo pasaba por un momento muy turbio en mi vida. No me encontraba a mí mismo, parecía tomar decisiones equivocadas. En fin, estaba perdido. Hacía poco había terminado una relación y no quería saber más nada con nadie. Pero mi amigo insistió en que la conociera. La había halagado mucho, era escritora en una revista, por eso pensó que nos íbamos a llevar bien. En fin: fue amor a primera vista. Nos pasamos los números y seguimos hablando por teléfono, arreglando citas y ahora es mi futura esposa.

Oí suspiros. Gastón les regaló una sonrisa. Clásico movimiento de un rompecorazones. Clásico movimiento mío.

—Entonces, señor Méndez, ¿ahora se encuentra capaz de contarme algo sobre su vida?

Me quedé callado y lo miré. ¿Estaba dispuesto a hablar sobre mi privacidad? ¿Qué era lo que me provocaba Gastón? Era un hombre lindo y, para mí, un gay reprimido. Pero había algo más en él que me atraía. Eso me incomodaba un poco. Parecía capaz de derribar un muro impuesto años atrás.

—No.

Gastón asintió y se dirigió hacia una alumna.

—Una lástima. No sabe lo que se pierde.

Me miró una última vez antes de tomar la fotocopia de un compañero. Tal vez fuera mi imaginación, pero, por un breve instante, sentí una conexión: ambos vivimos una época oscura que queríamos olvidar.

CAPÍTULO 3

Leandro

—O sea, lo que querés es humillarlo —dijo Julián.

—Claro.

—Y planeás hacerlo… ¿Cómo?

—Exponiéndolo por lo que verdaderamente es, Juli.

—Y eso es…

—Un gay reprimido.

—¿Estás seguro? ¿No será imaginación tuya?

—Sabés que mi radar nunca falla.

—Hay una primera vez para todo.

Bajábamos las escaleras del gimnasio hacia la pileta. Julián había decidido empezar a tomar clases de natación porque quería aprender a nadar y ponerse a la altura de su nueva conquista.

—¿Alguna vez te falló el tuyo? —pregunté.

—Jamás.

—¿Ves? El mío tampoco, Juli, y no va a empezar a hacerlo ahora.

—Pero, tiene novia.

—¿Y? Hoy en día eso no asegura nada.

Julián se detuvo en el borde de la pileta, se puso gorra y antiparras, pero se quedó mirando al frente.

—¿Y?, ¿no te vas a tirar?

—Tengo miedo. Vos sabés que el agua y yo no nos llevamos tan bien.

—No va a pasar nada —dije poniendo una mano en su espalda—. Tranquilo. No tenés que nadar, solo quedarte en lo playo.

Julián se quedó observando la pileta. Cuando era chico casi se ahogó en una pileta de un amigo. Aquel evento generó una fobia que lo mantuvo alejado del agua.

Comenzó a tambalearse un poco y me asustó. Lo tomé del brazo para alejarlo del borde.

—Podemos venir más tarde.

Más tranquilos y sentados en el bar del club, el color volvió al rostro de Julián.

—¿Cómo estás?

—Mejor, gracias. —Asentí y le apreté la mano—. Bueno, ¿tenés pensado cómo conseguir más información del profe?

—Sé su nombre y apellido. No sé. Tal vez LinkedIn, Instagram, Facebook, todas las redes sociales.

—No lo veo con un perfil en Instagram —dijo—. Debe ser una persona que mantiene su vida en privado.

—Tenés razón, pero por ahí una página, o un blog. En algún lugar debe volcar ideas. Es un profesor de literatura, no puede no haber escrito nada en toda su vida.

—¿Cómo vas a encontrar el blog?

—Soy como el FBI.

Julián apoyó su espalda en el respaldo de la silla, dirigió su mirada hacia arriba y comenzó a silbar.

—Necesito una cerveza.

—Calmate… No podés tomar todo el tiempo. No ayuda en nada.

—Sí, sí, lo sé. Pero me calma y me distrae de… mi viejo y en la situación en que nos dejó…

—No podés pensar todo el tiempo en él

—Fácil para vos que estás bañado en guita —respondió.

Tenía razón, pero no quería verlo afligido. Intenté cambiar de tema.

—¿Hablaste con tu mamá?

Julián tensó la mandíbula. No tendría que haber escogido ese tema.

—No me animé.

—Te entiendo. Es difícil.

—Tengo miedo de que me deje en la calle si le confieso que soy gay. O peor, que me mande a una de esas convenciones para volverme hétero.

—Es tu mamá, boludo. Te quiere. No va a hacer eso. Nunca la consideré como una persona con mente cerrada.

Gastón entró al club cargando un bolso y subió corriendo las escaleras en dirección a los vestuarios.

—Eh… ya vengo —le dije a Julián.

Le di una palmada en la espalda y corrí por las escaleras.

Gastón le entregó el bolso a Ricardo, el encargado de los lockers en el vestuario y salió hacia la pileta.

—Ricardito —le dije mientras me acercaba—. ¿Podría ver algo?

—¿Qué cosa, campeón?

—El bolso amarillo, el que te entregó ese hombre.

Ricardo rio.