Terminaciones de análisis - Jacques-Alain Miller - E-Book

Terminaciones de análisis E-Book

Jacques-Alain Miller

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Beschreibung

Reflexión sobre cómo podemos pensar esta repetición, ya no interpretando las resistencias de lo social contra el psicoanálisis, sino en relación con los analistas, con la comunidad analítica, y su implicación en ello. En este libro Jacques-Alain Miller muestra que el psicoanálisis está vinculado a la libertad de palabra y, a través de ella, a los derechos humanos. Hemos visto últimamente tres historias de tres mujeres: primero, la liberación de Rafah Nached (Siria) y, más recientemente, Mitra Kadivar (Irán) y Raja Ben Slama (Túnez). Esa serie de tres mujeres, y el hecho de que se trate de psicoanalistas, pone de manifiesto lo que Lacan había anticipado: la vinculación del psicoanálisis, no con la libertad, sino con las libertades. No se trata del concepto abstracto, metafísico de libertad, sino de lo que está en juego en la práctica, es decir, si se puede practicar el psicoanálisis, o no, con sus consecuencias. Es ahí donde podemos decir si creemos o no en la democracia.

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© Jacques-Alain Miller.

© de esta edición digital: RBA Libros, S.A., 2018. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

www.rbalibros.com

REF.: GEBO493

ISBN: 9788424938062

Composición digital: Newcomlab, S.L.L.

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Todos los derechos reservados.

Índice

Presentación

LOS CASOS

¿No hay salida?

Construirse un «pensadero»

«Siempre seré una histérica, pero una histérica maravillosa»

La soledad de un clown

Metamorfosis del superyó en una terminación de análisis

El hombre inacabado

LA CONVERSACIÓN

1. Homenaje a Hilario Cid

2. Interrupciones / terminaciones

3. El exquisito trato de la delincuente

4. El lugar del pensadero

5. La Unglauben y la presencia de una equis

6. ¿Qué hay debajo de una anorexia?

7. «Veremos si lo podemos evitar»

8. La construcción de un ego

9. La solución Humpty Dumpty

10. Las dos mujeres y las dos analistas

11. El valor de un oráculo

12. Un plan energético de dudosa eficacia

13. Un falo de contrabando

Notas

PRESENTACIÓN

por

MIQUEL BASSOLS

Coordinador del ICF en España

Año tras año —ya van once—, una cita tiene lugar en Barcelona con Jacques-Alain Miller, director del Institut du Champ freudien. Se trata de la Conversación Clínica del ICF, que reúne a una nutrida asistencia para un trabajo tan delicado como intenso: el análisis y el comentario detallado, durante ocho horas, de una serie de casos —seis esta vez—, expuestos por psicoanalistas cuya práctica sigue la orientación lacaniana. Los asistentes, más de cuatrocientos, disponen del texto de los casos con suficiente antelación para una lectura atenta, de modo que el trabajo empieza directamente con el comentario realizado por dos coordinadores que darán lugar después a un trabajo de análisis clínico orientado con el conjunto del auditorio por los precisos comentarios de Jacques-Alain Miller. El resultado es cada vez inédito, sorprendente, de una enseñanza clínica sin igual, con un estilo y un gay saber que la transcripción solo puede evocar más allá de su contenido.

Un tema vectoriza cada vez la construcción de los casos y el debate. En esta ocasión, la variedad clínica de las terminaciones de análisis fue el tema escogido y los seis casos mostraron esta variedad hasta encontrar, después de su comentario, la singularidad de cada uno. Para la clínica psicoanalítica de orientación lacaniana se trata, en efecto, de encontrar y transmitir la singularidad de cada sujeto llevada hasta el límite de lo irrepetible, de lo que no puede ser comparado a nada más, de lo que no podrá ser nunca cuantificado ni clasificado por manual diagnóstico alguno porque no constituye ninguna clase de descripción general. Y solo cuando aparece esta singularidad podemos situar el caso en un rasgo que está más allá de las identificaciones que el sujeto había encontrado para hacerse representar ante sus semejantes. Es en este rasgo donde el psicoanalista encuentra la brújula para la dirección de la cura y para acompañar al sujeto hasta su terminación. Es un rasgo que no suele aparecer de manera manifiesta en la presentación y descripción sintomática del caso y que hay que ir aislando atentamente a través de los meandros del discurso del sujeto. El trabajo de destilación clínica que esto supone no siempre es posible, depende del desarrollo de lo que llamamos en psicoanálisis una «clínica bajo transferencia», una clínica absolutamente distinta y específica, que precisa de un tacto y un saber-hacer fruto de una larga formación.

Dejamos al lector el gusto por la enseñanza que este trabajo suscita en el Campo Freudiano.

LOS CASOS

¿NO HAY SALIDA?

JOSÉ MANUEL ÁLVAREZ

TERMINACIONES

Tomaré una de las posibles declinaciones del significante «terminaciones de análisis», en su acepción de «interrupción». El caso que presento transcurre y «progresa» escandido por varias de ellas, conectadas a su vez con un muy precario logro terapéutico y posteriormente con un silencio —eco de la imposición materna—, que me orientó para situarme en aquel lugar donde es posible extraer una palabra a un goce oscuro que empuja al sujeto a quedar, según sus propias palabras, permanentemente suspendido «encima de un abismo». (Sin duda, el abismo de la forclusión).

Nuria —veintiocho años— se presenta en el CAS1 derivada por una institución psiquiátrica con diagnóstico de patología dual, pues al consumo excesivo de alcohol había que añadirle un trastorno límite de la personalidad (TLP). No obstante, su demanda principal se centrará sobre la temática amorosa, motivo fundamental de todas sus aparatosas crisis.

EROS ESTÁ BORRACHO

En efecto, hasta la primera interrupción su drama se centró sobre la problemática del amor. Declarándose lesbiana, sus relaciones concluían siempre en la catástrofe: se enamoraba de mujeres marcadas por la enfermedad mental, adicción, prostitución, maltrato, carencia económica, rechazo familiar, etc.; y siempre cumpliendo una misma secuencia —exaltación, pasión, ayuda, decepción, violencia y crisis—, que la arrastraba a un sufrimiento intenso y obsesivo; pues una vez que la relación alcanzaba cierto punto aparecían los signos de un rechazo que la enloquecían, emborrachándose repetidamente, siendo más y más agresiva, y finalmente llegando a la violencia verbal y física, acabando la relación en una gran pelea. Como dirá la propia paciente, «soy una enferma de amor», primera formulación en la elaboración de este drama que le consume el ánimo y el espíritu, concluyendo que sus fracasos eran debidos a que «El dios Eros está borracho y lanza las flechas a lugares equivocados».

¡CÁLLATE!

Nuria no tardó en relacionar su drama con la insidiosa figura del padre, alcohólico, violento y maltratador, cuyo objeto de maltrato se alternaba entre la figura materna y la propia paciente, sin obviar al resto de la familia: mientras se abría paso a golpes, no tenía otra frase en la boca que la de «¡Sois unas putas, es por vuestra culpa!», tildando a su hijo varón de «maricón», a la hija mayor de «puta» y a la paciente de «inútil».

La madre jamás tomó medida alguna, y mientras blandía la esperanza de un cambio que nunca llegaba, despachaba las quejas y la insistencia de hacer algo al respecto con un «Nuria, ¡¡¡cállate!!!», cubriendo con un espeso manto de silencio toda la violenta situación familiar.

Ese régimen atroz culminó cuando la paciente contaba con veintiún años, y se produjo otra pelea en la que los hermanos resultaron lesionados y ella con un hombro dislocado... Escena que puso fin al matrimonio ante la presión por parte de los hijos agredidos.

La separación tuvo lugar en medio de un arco temporal que iba de los dieciocho a los veintitrés años, durante los cuales comenzó a sentir, sin entender qué le pasaba, las primeras inclinaciones amorosas por una alumna de un curso superior, y luego por una profesora hacia la cual sentía un amor tan intenso como rechazado, lo que la lleva de bares a emborracharse junto con los chicos del colegio.

SUICIDIO

En esa época, el fracaso personal, el desprecio de sí misma «por ser lesbiana», junto con un vacío profundo que no lograba llenar —dice—, la empujaron al suicido estampándose en su moto contra un coche aparcado. Estuvo cinco días en coma, no quedándole más que algunas secuelas en el rostro, ya que este acto brutal no corrigió ni su deriva personal, ni detuvo nada de su drama subjetivo.

Todos los años posteriores al suicidio estuvieron atravesados por, primero, una serie de intentos de reconvertir su lesbianismo haciéndose la chica demasiado fácil de los grupos de amigos con los que salía. No solo no lo consiguió, sino que junto al significante «lesbiana» surgió otro todavía más estragante como el de «ser una puta».

Segundo, y como ya señalé, sus aventuras amorosas siempre acababan en monumentales borracheras, amenazas, golpes, posterior ideación suicida y en algunas ocasiones autolesiones (cortes en las muñecas y en el interior de los codos, incluidos también otros intentos de suicidio); ya que, como no se cansará de repetir, hay algo que «me impide ser feliz»; a tal punto que se encuentra un día estupefacta soñando que se enamora de una bellísima mujer con la que viaja a Nueva York a un desfile de modelos. La felicidad que experimenta por el lujo, el glamour y el éxito de su amada la impulsan a beber desaforadamente, siendo agresiva con su pareja y arruinando así algo que le es totalmente insoportable: el éxito de su amada, que al verla en ese estado lo abandona todo para estar al lado de la paciente. Justo en ese punto, Nuria se repugna de saberse un ser tan despreciable y despierta completamente angustiada... Como angustiada se despertaba de sus continuas pesadillas en las que su madre volvía con su padre, o en las que se peleaba con él y no conseguía vencer porque en la pesadilla su padre resultaba ser «el hombre más fuerte del mundo».

PRIMERA TERMINACIÓN: LÓGICA Y PRUDENTE (Y DISTANTE)

Un primer periodo de tratamiento de dos años y medio posibilitó una sensible reducción del infierno de cada enamoramiento, manteniéndose abstinente durante bastante tiempo a pesar de alguna puntual recaída a raíz de un nuevo fracaso amoroso.

Además, se dio cuenta de otra cosa evidente: En las situaciones en las que «lo tengo todo para ser feliz, me sale mi parte mala; sí, es una risa interior que se burla de todos. ¿Sabe usted cuando uno tiene un sueño durante toda su vida y ve que se cumple? Pues lo mismo, todo es tan maravilloso que me digo “no, no puede ser, esto no me lo merezco, ¡¡¡a mí no!!!”. Entonces se me llena la cabeza de pensamientos, pienso en hacerme daño, y una voz interior me dice: “Atrévete, ¿por qué no te atreves?”, así que me autocastigo cortándome con el primer cuchillo que tenga a mi alcance... Castigada como cuando me castigaba y me agredía mi padre, igual. Antes de venir aquí me pasaba cada semana, y después de más de un año, como que tenía que dañarme, como que lo necesitaba».

Después de esto, llegó a la conclusión de conducirse con las «ex» de forma «lógica y prudente, aunque me duela un poco, porque lo otro es peor». Y, por si esto fuese poco, logró hacerse con novias que casualmente vivían a cientos, y a veces hasta a miles de kilómetros de distancia... Lo que aun así no evitó, tal y como mencioné, una situación agresiva y violenta con una «ex» que vivía a más de seiscientos kilómetros de Barcelona. Porque además, los dramas con sus novias no abarcaban jamás el espacio-tiempo de la relación, sino que se extendían semanas o meses después de que la novia se convirtiera en «ex» y, la verdad, siempre acababan convirtiéndose en «ex».

«MOBBING»

Su preocupación por el trabajo —tenerlo o recuperarlo en el caso de perderlo— había estado discretamente desde el inicio, así que una vez alcanzada cierta calma y tranquilidad en los asuntos amorosos, dicha temática fue adquiriendo más y más importancia siguiendo un esquema que vendría a repetirse de forma diabólica y siempre idéntica a sí misma: accede, mediante selección, al puesto de trabajo; su euforia va in crescendo a medida que recibe felicitaciones de encargados y jefes; logra ascensos que vienen a ratificar su valioso desempeño laboral, pero entonces, y casi de forma explosiva, todos los demás devienen unos incompetentes, hacen mal su trabajo, colaboran a la desorganización del mismo, interfiriendo y saboteando además el suyo propio (cosa ratificada por discretos fenómenos autorreferenciales). Se enfurece, no puede evitar encontronazos cada vez más frecuentes con sus compañeros, o con algún encargado de rango superior, para más tarde alcanzar a algún jefe y, al borde del colapso, la amonestan para luego despedirla en medio de reivindicaciones de que la empresa incumple su propia normativa, y por ello amenaza con denunciarla en los juzgados por mobbing.

Así que en este punto, luego de faltar a algunas sesiones y ya recuperada de un primer episodio de dificultad «laboral», me dice que viene porque la ha obligado su madre; y dado que ahora se encuentra mucho mejor y que tiene una novia en la otra punta del mundo, prefiere estar en casa y chatear con ella que salir de fiesta, ya que «además de ser mucho menos peligroso para mí, es mucho más barato y divertido». Ha decidido entonces dejar de venir y añade que no me preocupe, que pedirá visita ante el menor signo de dificultad puesto que «yo soy la primera interesada en mi salud».

Primera «terminación», con la que dejó abierta la puerta a otro campo en el que se jugará su ser de goce en otro tablero, con diferentes personajes, otras reglas y con muy distinto resultado... Es decir, fue en el «cierre» de sus problemas amorosos y en la apertura de este nuevo problema, que Nuria interrumpió el tratamiento. En definitiva, una terminación para la paciente pero, como se podrá comprobar, no para el sujeto...

SALIDA DELINCUENCIAL Y RETORNO

Poco más de un año después recibimos en el CAS un fax de una abogada para que, con carácter de urgencia, se le envíe un informe médico de la paciente ante la gravedad de los hechos por los cuales está recluida en prisión. Estupefacto, y después de algunas indagaciones, averigüé que Nuria había cometido un atraco con arma blanca en una gasolinera de las afueras de la ciudad, y que poco después se había entregado a la policía, motivo por el cual había sido condenada a varios años de cárcel. Sin embargo, su excelente comportamiento dentro del recinto penitenciario y las gestiones de su abogada lograron que alcanzase la libertad condicional en un breve espacio de tiempo.

DISCRIMINACIÓN

El inicio de este nuevo trayecto se inaugura presentándose con una ganancia de peso considerable (y un porte apreciablemente masculino), y estará marcado por una torsión que deja prácticamente fuera toda su problemática alcohólica (en cuanto a los excesivos consumos, a la par que sus difíciles relaciones de pareja), para concentrarse en las relaciones familiares y sobre todo laborales marcadas por el lugar de desecho sexual con el cual quedó a su vez marcada al poco de venir al mundo.

En efecto, «en los momentos más necesarios, nosotros no tuvimos padres», y relata que a los tres años se quedó vagabundeando por las calles cercanas al colegio ya que su padre prefirió irse al bar, en vez de esperarla a la salida. Fue recogida por un taxista que abusó de ella oralmente y luego entregada a unos gitanos que la acercaron a su casa. Sintiéndose «culpable por lo sucedido», no dijo nada, como tampoco dijo nada cuando a los doce años el padre le pidió a un amigo suyo que la acercase de regreso a su casa y fue violada por dicho amigo en el parking donde este tenía el coche...

Sobre esa misma edad, era maltratada y golpeada por los chicos del colegio con los que jugaba al fútbol. Posteriormente, en fiestas de adolescentes será objeto de burla y abuso sexual en grupo, sellando lo que para ella es el núcleo de su posición subjetiva con relación al Otro: ser discriminada. Un «me discriminan» que si bien en sus primeros años laborales no pareció tener consecuencia alguna, fue el punto común al conjunto de sucesos que la llevaron hasta su reclusión, y que con mucho trabajo fue reconstruyendo.

«SER LA MALA»

En la ocasión que dio lugar al acto delictivo, pasará por varias empresas siempre con los mismos y nefastos resultados; lo que abrió la puerta hacia una salida que ya estaba preparada de antemano tal y como era la de «ser la mala». Significante con el que tiempo atrás había concluido que era su posición con relación a sus novias, ya que por más ayuda que les prestaba, siempre era la rechazada, la borracha, la agresora y, en definitiva, «la mala».

Las coordenadas a partir de las cuales Nuria da con sus huesos en la cárcel se inician con una deuda con la madre a raíz de quedarse en paro y empeñarse en seguir enviando dinero a una novia de allende los mares —a sus ojos, otra carenciada—. Deuda insoportable que intenta saldar en un nuevo trabajo en la empresa de una amiga mucho más mayor que ella (ideal y alter ego materno, y para la que trabajó tiempo atrás sin ningún conflicto), volviéndose a encontrar discriminada y destrozando por ello las puertas de la empresa —hecho que no fue denunciado—; y continúan con un encuentro con el padre —sobrio y de buen porte, que le dice que les pegaba «porque en aquellos tiempos no era delito»—, desencadenando así un «ahora voy a ser mala», con la comisión de un atraco con el que saca un dinero que entrega a la madre para saldar la deuda pero, siendo insuficiente, vuelve a repetirlo en otro lugar huyendo hacia un monte cercano. Sentada en el bosque, ve que está a punto de salir por otra puerta a partir de la cual ya no habrá vuelta atrás, «pensé que la suerte estaría echada, ya no podría parar; y, además, me di cuenta de una cosa: que no es tan fácil ser mala. Yo creía que sí, pero para ser mala hace falta algo de lo que yo no soy capaz». Se entrega entonces a la policía y pasará unos seis meses en la cárcel durante los cuales se ganará el aprecio y el respeto incluso de las reclusas más peligrosas y con delitos de sangre a sus espaldas.

APELAR A LA LEY

Por supuesto, ni bien pasaron unas pocas semanas la paciente ya estaba en la búsqueda de un nuevo trabajo que —pese a la actual crisis económica— encontró rápidamente. Y antes de volver a desaparecer, por fortuna aisló lo que nunca había dicho hasta ese momento y que contaba con dos vertientes. Por un lado, que su inclinación a meterse en líos era debida a no haber podido nunca denunciar al padre, lo que se fue extendiendo a todas las situaciones de «injusticia» contra las cuales se había enfrentado a lo largo de su vida. Por el otro, «y luego de autoanalizarme», es que inexplicablemente tenía la sensación —junto con un intenso temor— de que la acabarían echando de todos y cada uno de los trabajos que encontraba desde el primer día de trabajo. Y además, su madre, a la que dirigía tanto su odio como su mortificante amor, siendo alternativamente «muy buena», como también «la mala», y con la cual «me siento mucho más atrapada que cuando estaba en la cárcel», quedó reducida —junto con el resto de la familia— a un «mire, mi familia me da dolor, pero me he dado cuenta de que mi familia no tiene arreglo».

A pesar de mi clara reticencia, es en este invencible temor a ser despedida del nuevo trabajo en el que se refugió para dejar de venir, a excepción de un par de ocasiones en las que vino para informarme de que todo iba bien, incluido algún pequeño roce con un compañero de trabajo pero que había resuelto fácilmente.

Sin embargo, pocos meses más tarde y a partir de una fuerte discusión con otro compañero de trabajo, pide la baja y pocas horas después recibe un burofax despidiéndola del mismo. Aquí se acentúan una serie de fenómenos persecutorios donde sospecha escuchas telefónicas, grabaciones, etc., para perjudicarla. Ideación que se fue reduciendo a partir de ser medicada por su médico en el CAS, a pesar de que en un primer momento él mismo estuvo al borde de ser incluido en la serie de los perseguidores.

¡CÁLLATE!, LUEGO HABLEMOS

Así que esta vez tuve que hacerme el encontradizo para interesarme por su estado. Muy excitada, me cuenta brevemente pero con claro acento paranoide el punto en el que estaban las cosas, y al sugerirle que pidiera hora conmigo declina amablemente la invitación alegando que «ahora no es el momento, me siento muy agresiva, y si hablo de esto me voy a poner peor...», a lo que le digo, «no sé, pero usted y yo siempre hemos hablado bien». Pocos días después pide hora, y una vez más su discurso se organiza en torno a su discriminación por ser mujer en un trabajo eminentemente de hombres (automoción), por su condición de lesbiana y por su enfermedad mental. Y dado lo improcedente del despido, se empeñó en llevar a los tribunales de justicia a la empresa, denunciando por fin una situación que nunca se atrevió a denunciar. Así que Nuria no tuvo duda alguna de que una vez citados el analista y el médico por parte de su abogada, acudiríamos al juicio, tal y como así fue aunque luego no se llegase a celebrar porque la juez obligó a las partes a llegar a un acuerdo. Cuando me acerqué a despedirme de ella solo acerté a felicitarla por el acuerdo alcanzado, a lo que ella muy seria me respondió: «Muchas gracias, pero ya hablaremos de esto». Una vez más, y después de un silencio de varias semanas, tuve que llamarla para recordarle sus palabras.

¿NO HAY SALIDA?

Cuando vuelve, todo su afán —además de estar de nuevo buscando trabajo, «usted ya me conoce»— es resolver no lo que le ha pasado con la empresa, sino lo que le pasa a ella. Dice estar muy nerviosa, duerme mal porque cada noche sueña que está con su padre que de nuevo intenta pegarle azuzado por su hermano... Que nadie la entiende, ni entiende(n) su TLP, ni lo que soporta con lo que le ha pasado desde siempre hasta ahora; que ha de solucionar su situación porque de lo contrario «todo va a ir muy mal..., y resulta que la única cosa que me tranquiliza es beber un par de cervezas, porque no bebo más, ni me apetece beber más. Así que estoy en el abismo, ¿sabe usted? Y no hay salida, no veo la salida por ninguna parte...», justo el punto que unos meses atrás me había planteado: «¿Cómo encontrar una salida cuando no hay salida?», construyendo una que sea la buena para usted, le dije en aquella ocasión. Al fin y al cabo, me había dicho un día, «uno también hace la vida que le rodea».

Es decir, mientras que la paciente busca una salida que no hay —bajo un sinfín de pasajes al acto—, el sujeto vuelve a renovar su pregunta, que, me parece, tiene que ver con una posible terminación. Porque hasta ahora, siempre se ha tratado mal que bien de terminaciones para la paciente pero, sin duda, no para el sujeto...

CONSTRUIRSE UN «PENSADERO»

GUY BRIOLE

«Mis pensamientos me atacan. Soy un refractario al análisis y, sin embargo, estoy sometido al imperativo de venir a mis sesiones para ordenar estos pensamientos y, de este modo, no hundirme. El psicoanálisis es, para mí, una cuestión de vida».

Este sujeto nos confronta directamente al tema de la Conversación: ¿podemos para este sujeto pensar en un fin? y ¿se trata de psicoanálisis? El final no puede ser sino una elaboración sinthomática que le permitiría contener en un «pensadero» —es un conocedor de Bion—2 eso que lo asalta y lo amenaza. A veces, él mismo lo evoca así y mantiene esta finalidad en el horizonte. Si bien con este paciente —constantemente confrontado a la intrusión de un Otro amenazante— no podemos hablar de psicoanálisis en sentido estricto, sin embargo, pensamos que el trabajo que realiza solo es posible gracias al dispositivo analítico.

LA IMPOSTURA Y EL ENCUADRE

Este analizante, de cincuenta años, que ejerce su práctica en un campo cercano al nuestro, trabaja en una institución para niños psicóticos. Está casado y es padre de una niña de quince años.

Hizo una primera cura de quince años con un analista con el que tuvo, desde el principio, la idea de una «falsificación». Esta idea le sobrevino cuando, tras formular su demanda de hacer un «verdadero análisis con un final», obtuvo como respuesta del analista las condiciones para lograrlo: la hora, la periodicidad, la duración y el precio de las sesiones. El analista delega el acto al encuadre; ¡él, no está!

El sujeto se interroga así: ¿no sería él mismo un embaucador? Se siente aterrorizado ante la idea de descubrir alguna cosa que revelaría su impostura o la de su analista. La cuestión iba del uno al otro; se perdía en esta indistinción de lugares. Por tanto, durante quince años, habla para «llenar las sesiones.»

Es el nacimiento de su hija lo que pone fin a este análisis. El analista había subrayado que ser padre representaba un paso importante para él y que este niño era el fruto de este largo análisis. ¡Un hijo del análisis, «del analista»! Horrorizado, abandona la cura. Quiere criar a esta niña «libre del análisis». Sin embargo, irá a pasearla por el barrio de su analista para «provocar un encuentro» que jamás sucederá. Tres años llevando a cabo esta estrategia culminan en el intento de inscribir a la niña en la escuela de ese barrio, ¡domiciliándola en la dirección del analista! Y, en ese preciso momento, volverá a pedir retomar su cura. El analista no lo acepta.

Consigue mi dirección por un colega de trabajo. Precisa que la elección de dirigirse a un analista del ICF se debe a que supone la práctica lacaniana diferente a las otras: «Los lacanianos se autorizan por sí mismos, deduzco que son más éticos».

Desde las primeras entrevistas pone a prueba mi resistencia a la intimidación. Con cara amenazante, acerca excesivamente su cuerpo al otro con el fin de inquietarle; pega portazos, dice que es un «tipo peligroso», que su anterior analista lo sabe. Yo me quedo cerca de él, vuelvo a cerrar suavemente la puerta y mantengo una actitud decidida pero siempre tranquila y cordial. Quiere entonces discutir sobre las condiciones de nuestro trabajo; yo lo oriento más bien hacia sus propias cuestiones.

EL DISPOSITIVO

La publicación. En el tiempo de estas primeras entrevistas, me llegó la propuesta de Jacques-Alain Miller de escribir un texto para un libro de próxima publicación ¿Quiénes son vuestros analistas?3 Enseguida pensé en este caso, pese a saber que él lo podría leer. Su manera de invalidar de antemano al analista me hizo pensar que era posible anticiparse comunicándole de esta manera mi interpretación sobre su anterior cura. Los lugares de cada uno están definidos, las condiciones del trabajo son desveladas en la escritura del encuadre y sus variaciones. Esta fue la función que cumplió la publicación del texto y fue así como él la interpretó. No la vivió de modo persecutorio sino todo lo contrario, se tranquilizó al conocer las reglas del juego, el espacio donde se despliegan y añade «que hay un analista».

El diván y la mirada. Muy pronto quiso pasar al diván; la mirada le persigue: «prefiero saberle detrás mío». Es en la mirada donde cree encontrar la falla del analista. Teme eso. De hecho busca una estrategia para escapar a la mirada del Otro. Desarrolla una teoría sobre este punto: él tiene los ojos azules, claros, y por tanto es transparente a la mirada de los otros, que pueden atravesarlo. «Usted, por suerte —dice—, tiene los ojos más oscuros y eso lo hace más difícil». Pero el contrapunto es que esto puede atravesarlo a él. Entonces, no se puede arriesgar ni a lo uno, ni a lo otro. Por tanto, solo puede estar en el diván.

El contacto se reduce a la mínima expresión. Ante todo, ninguna mirada, un apretón de manos rápido que, incluso, soy yo quien inicia. No hablar, mantenerse a distancia hasta que esté en el «marco analítico»: él sobre el diván, yo en el sillón.

Entonces habla, hace «su análisis». ¡Desearía hacerlo solo! Pero yo también me meto.

SECRETO Y NO-DICHOS FAMILIARES. EL PADRE AGREDIDO

Su actualidad sigue siendo la infancia; un secreto familiar ordenó su destino. Las dos abuelas —cada una a su manera— habían hecho caer en el olvido a los abuelos. Todo gira en torno a la abuela paterna y al hecho de que no ha querido nunca decir quién era el padre de su hijo. El paciente dice: «Era una devota que se acostaba con los curas». ¿Quién era el padre de su padre? Nunca quiso decirlo. «Ella debía saber con quién había hecho ese niño. Este poder absoluto es el horror de las mujeres».

Por otro lado, su madre había roto toda relación con su propia madre, que, a los seis años, tras la muerte de su padre, la había dejado en casa de la tía. Esta abuela escogió una «vida de mujer» rechazando a su hija.

La ausencia de los abuelos creó un núcleo familiar hermético y marcó tanto a su padre —hombre humillado y desvalorizado— como a su madre —rígida e intrusiva—, de la cual no sabía cómo separarse en tanto la insuficiencia paterna lo dejaba solo frente a sus exigencias educativas.

Considera que su padre es un hombre cobarde, sin consistencia. Teme ser como él y espera tener un poco más de consistencia para su hija de la que su padre tuvo con él. Pero «sin padre, ¿cómo no ser uno mismo cobarde?».

Teme no saber defenderse y no poder ayudar a los suyos si están en peligro. A menudo se pone a prueba en situaciones de riesgo, saliendo por barrios peligrosos, provocando a la gente por la calle, etc.

Recuerda que en el colegio, a los cinco años, un niño le robaba cada día su merienda. Impotente ante la situación, su madre tuvo que intervenir. Esta situación es, para él, paradigmática de su posición de cobardía: «Desde entonces quedó así anclada».

Un recuerdo doloroso de su infancia tiene el peso de una oportunidad perdida para siempre. Su padre se burló de él y su respuesta «refleja», dice, fue darle una patada. Su padre no replicó, se dio la vuelta. «Hubiera preferido recibir una bofetada. Esperaba un signo de su rechazo. Lo peor de todo fue cuando se dio la vuelta. Siempre tengo que reconstruir a mi padre para que se sostenga un poco». Considera que solamente se ha beneficiado de la presencia física de su padre; nunca de su palabra. «No he recibido nada de él, ninguna palabra que me sostenga».

LA INFANCIA Y LA ACTUALIDAD MATERNA

Incansablemente, vuelve sobre la inconsistencia paterna y la insuficiencia de la separación con su madre. Confrontado a la ineficacia de la metáfora paterna y a la proximidad intrusiva de su madre, inventa —con actos y pensamientos— una manera de separarse. Cuando era niño se imponía salir y entrar de su casa varias veces seguidas sin decir a su madre a dónde iba. «¿A dónde vas?», él no respondía: «Siempre tengo que guardar algo secreto para no ser transparente». Estas secuencias le eran imperativas para marcar, en ausencia del padre, el ritmo del tiempo; una modalidad de fort-da a su medida. Cuando el padre no estaba, el ambiente era viscoso; su presencia física le daba un poco de aire. A falta del Nombre del Padre, la presencia física del padre lo tranquilizaba en cuanto a su propio cuerpo, que hubiera preferido más viril. «De hecho, tenía un cuerpo para mi madre: enclenque y enfermizo. En la escuela primaria no era capaz de controlar mis esfínteres. Mi madre quería educar mi cuerpo. Tenía que escapar de su educación higiénica. He hecho de mi cuerpo el fondo de mi resistencia al adiestramiento materno. ¡Es ineducable!». Se mantiene rebelde a todo acercamiento de su cuerpo con una mujer si este no es por iniciativa suya. Lo quiere controlar todo, pero esto se le escapa: cada vez que recibe caricias de mujeres le aparecen eczemas en la piel.

Lo que no ha podido recibir del padre se lo reprocha a su madre y a su vez lo desplaza sobre las mujeres por las que alimenta un rencor inextinguible. Piensa que ellas tienen un saber sobre él, que su poder es inmenso. Relaciona a su hermano —tres años mayor y nacido tras la muerte del primogénito— con una cuestión central: ¿si el primogénito hubiera sobrevivido, habría nacido él mismo? Un «o él o yo» radical en donde se mezcla la inquietante sexualidad de sus padres, que le podría concernir, se produce aquí, pero también la temible decisión de vida o muerte que él cree en poder de las mujeres, puesto que los hombres son impotentes para oponerse a ellas.

A partir de estas inquietudes ha inventado un verdadero anudamiento alrededor de una pasión por los trenes y la construcción de redes ferroviarias.4