Textos para niños - José Martí - E-Book

Textos para niños E-Book

José Martí

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Beschreibung

El lector observará que los textos van más allá de una lectura infantil, pues no sólo muestran la versatilidad y el ingenio de uno de los más célebres polígrafos iberoamericanos, sino que contagian una apacible invitación a la literatura.

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Seitenzahl: 87

Veröffentlichungsjahr: 2018

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JOSÉ MARTÍ

Textos para niños

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Primera edición, 1997 Primera edición electrónica, 2017

Fragmento deLa Edad de Oro1ª edición, Casa Editrice Nazionale, 1905 5ª edición, FCE, 1992 3ª edición, FCE-Chile, 1993

Diseño e ilustración de portada: Pablo Tadeo Soto

D. R. © 1997, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-5325-3 (ePub)

Hecho en México - Made in Mexico

 

En 1889 apareció La Edad de Oro, una “Publicación mensual de Recreo e Instrucción dedicada a los niños de América”. Concebida, escrita y adaptada por José Martí, esta revista ha sido considerada la más relevante publicación en su género en lengua castellana, a pesar de que sólo vieron la luz los números correspondientes a los meses de julio a octubre de aquel año. Dos razones principales fundamentan tal afirmación: por un lado, en palabras de Manuel Gutiérrez Nájera, las páginas allí publicadas merecían ser leídas tanto por niños como por adultos y, en segundo lugar—mas no en último—, la presencia y prosa de Martí garantizaban la mejor de las calidades.

José Martí —a quien Alfonso Reyes calificó de supremo varón literario— nació en La Habana en 1853. Se recibió de abogado, pero logró renombre por sus actividades revolucionarias; que le valieron el epíteto de Apóstol de la Independencia cubana. Como consecuencia de tales actividades padeció el destierro en España (1871), México (1875), Guatemala (1877) y, luego de un breve regreso a su patria en 1878, pasó a Venezuela (1881) y Nueva York (1892), donde fundó el Partido Revolucionario Cubano. Con el programa de su partido bajo el brazo viajó por Haití, Jamaica, Panamá, Costa Rica, Santo Domingo y nuevamente, México. De ese periplo surgió su incorporación a la invasión revolucionaria de 1895, durante cuyo desembarco, en Playitas, murió en combate.

Martí fue un precursor fundador del modernismo en poesía; escribió novela, teatro, crónica y diversas colaboraciones en prosa, que iban desde el género epistolar basta el folletín político, en los cuales siempre alcanzó grandes alturas literarias. Sin embargo, Martí no publicó ningún libro en vida. Solamente dio a la imprenta dos cuadernos con sus versos, que se editaron fuera de comercio, y los mencionados textos políticos. El resto de su obra quedó disperso y pudo haber caído en el olvido de no ser por el empeño de los múltiples admiradores y seguidores que suscitó su presencia. En particular, merecen reconocimiento como exegetas de su obra Rubén Darío, Domingo Faustino Sarmiento y el ya citado Alfonso Reyes.

En estas páginas, el lector confirmará que los textos van más allá de ser el simple material para una lectura infantil. Son párrafos universales e intemporales que reflejan el ánimo hispanoamericano puro, pero de alcance internacional, de un auténtico pensador anticolonial. Martí tenía 36 años al escribir estas páginas, cuyo contenido transmite la energía y madurez de un escritor en su mejor momento, muestra la versatilidad y el ingenio de uno de los más célebres polígrafos iberoamericanos; y además nos hace una apacible invitación a la literatura.

Tres héroes

Cuentan que un viajero llegó un día a Caracas al anochecer, y sin sacudirse el polvo del camino, no preguntó dónde se comía ni se dormía, sino cómo se iba a donde estaba la estatua de Bolívar. Y cuentan que el viajero, solo con los árboles altos y olorosos de la plaza, lloraba frente a la estatua, que parecía que se movía, como un padre cuando se le acerca un hijo. El viajero hizo bien, porque todos los americanos deben querer a Bolívar como a un padre. A Bolívar, y a todos los que pelearon como él porque la América fuese del hombre americano. A todos: al héroe famoso, y al último soldado, que es un héroe desconocido. Hasta hermosos de cuerpo se vuelven los hombres que pelean por ver libre a su patria.

Libertad es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresía. En América no se podía ser honrado, ni pensar, ni hablar. Un hombre que oculta lo que piensa, o no se atreve a decir lo que piensa, no es un hombre honrado. Un hombre que obedece a un mal gobierno, sin trabajar para que el gobierno sea bueno, no es un hombre honrado. Un hombre que se conforma con obedecer a leyes injustas, y permite que pisen el país en que nació los hombres que se lo maltratan, no es un hombre honrado. El niño, desde que puede pensar, debe pensar en todo lo que ve, debe padecer por todos los que no pueden vivir con honradez, debe trabajar porque puedan ser honrados todos los hombres, y debe ser un hombre honrado. El niño que no piensa en lo que sucede a su alrededor, y se contenta con vivir, sin saber si vive honradamente, es como un hombre que vive del trabajo de un bribón, y está en camino de ser bribón. Hay hombres que son peores que las bestias, porque las bestias necesitan ser libres para vivir dichosas: el elefante no quiere tener hijos cuando vive preso: la llama del Perú se echa en la tierra y se muere cuando el indio le habla con rudeza, o le pone más carga de la que puede soportar. El hombre debe ser, por lo menos, tan decoroso como el elefante y como la llama. En América se vivía antes de la libertad como la llama que tiene mucha carga encima. Era necesario quitarse la carga, o morir.

Hay hombres que viven contentos aunque vivan sin decoro. Hay otros que padecen como en agonía cuando ven que los hombres viven sin decoro a su alrededor: En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana. Esos hombres son sagrados. Estos tres hombres son sagrados: Bolívar, de Venezuela; San Martín, del Río de la Plata; Hidalgo, de México. Se les deben perdonar sus errores, porque el bien que hicieron fue más que sus faltas. Los hombres no pueden ser más perfectos que el sol. El sol quema con la misma luz con que calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz.

Bolívar era pequeño de cuerpo. Los ojos le relampagueaban, y las palabras se le salían de los labios. Parecía como si estuviera esperando siempre la hora de montar a caballo. Era su país, su país oprimido, que le pesaba en el corazón, y no le dejaba vivir en paz. La América entera estaba como despertando. Un hombre solo no vale nunca más que un pueblo entero; pero hay hombres que no se cansan, cuando su pueblo se cansa, y que se deciden a la guerra antes que los pueblos, porque no tienen que consultar a nadie más que a sí mismos, y los pueblos tienen muchos hombres, y no pueden consultarse tan pronto. ése fue el mérito de Bolívar, que no se cansó de pelear por la libertad de Venezuela, cuando parecía que Venezuela se cansaba. Lo habían derrotado los españoles: lo habían echado del país. él se fue a una isla, a ver su tierra de cerca, a pensar en su tierra.

Un negro generoso lo ayudó cuando ya no lo quería ayudar nadie. Volvió un día a pelear, con trescientos héroes, con los trescientos libertadores. Libertó a Venezuela. Libertó a la Nueva Granada. Libertó al Ecuador. Libertó al Perú. Fundó una nación nueva, la nación de Bolivia. Ganó batallas sublimes con soldados descalzos y medio desnudos. Todo se estremecía y se llenaba de luz a su alrededor. Los generales peleaban a su lado con valor sobrenatural. Era un ejército de jóvenes. Jamás se peleó tanto ni se peleó mejor en el mundo por la libertad. Bolívar no defendió con tanto fuego el derecho de los hombres a gobernarse por sí mismos, como el derecho de América a ser libre. Los envidiosos exageraron sus defectos. Bolívar murió de pesar del corazón, más quede mal del cuerpo, en la casa de un español en Santa Marta. Murió pobre y dejó una familia de pueblos.

México tenía mujeres y hombres valerosos, que no eran muchos, pero valían por muchos: media docena de hombres y una mujer preparaban el modo de hacer libre a su país. Eran unos cuantos jóvenes valientes, el esposo de una mujer liberal, y un cura de pueblo que quería mucho a los indios, un cura de sesenta años. Desde niño fue el cura Hidalgo de la raza buena, de los que quieren saber. Los que no quieren saber son de la raza mala. Hidalgo sabía francés, que entonces era cosa de mérito, porque lo sabían pocos. Leyó los libros de los filósofos del siglo XVIII, que explicaron el derecho del hombre a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresía. Vio a los negros esclavos, y se llenó de horror. Vio maltratar a los indios, que son tan mansos y generosos, y se sentó entre ellos como un hermano viejo, a enseñarles las artes finas que el indio aprende bien: la música, que consuela; la cría del gusano, que da la seda; la cría de la abeja, que da miel. Tenía fuego en sí, y le gustaba fabricar: creó hornos para cocer los ladrillos. Le veían lucir mucho de cuando en cuando los ojos verdes. Todos decían que hablaba muy bien, que sabía mucho nuevo, que daba muchas limosnas el señor cura del pueblo de Dolores. Decían que iba a la ciudad de Querétaro una que otra vez, a hablar con unos cuantos valientes y con el marido de una buena señora. Un traidor le dijo a un comandante español que los amigos de Querétaro trataban de hacer a México libre. El cura montó a caballo, con todo su pueblo, que lo quería como a su corazón; se le fueron juntando los caporales y los sirvientes de las haciendas, que eran la caballería; los indios iban a pie, con palos y flechas, o con hondas y