Tratados hipocráticos VI. Enfermedades. - Varios autores - E-Book

Tratados hipocráticos VI. Enfermedades. E-Book

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Este hito histórico de la filología clásica, la traducción íntegra de los Tratados hipocráticos, es una ocasión única no sólo para los interesados en el nacimiento y la evolución de la ciencia médica, sino para cualquier amante de la cultura griega. El Corpus Hippocraticum es un conjunto de más de cincuenta tratados médicos de enorme importancia, pues constituyen los textos fundacionales de la ciencia médica europea y forman la primera biblioteca científica de Occidente. Casi todos se remontan a finales del siglo V y comienzos del IV a.C., la época en que vivieron Hipócrates y sus discípulos directos. No sabemos cuántos de estos escritos son del "Padre de la Medicina", pero todos muestran una orientación coherente e ilustrada, racional y profesional, que bien puede deberse al maestro de Cos. Más importante que la debatida cuestión de la autoría es comprender el alcance de esta medicina, su empeño humanitario y su afán metódico. Este corpus resulta esencial no sólo para la historia de la ciencia médica, sino para el conocimiento cabal de la cultura griega. Éste es el primer intento de verter al castellano todos estos tratados, y se ha hecho con el mayor rigor filológico: se ha partido de las ediciones más recientes y contrastadas de los textos griegos, se han anotado las versiones a fin de aclarar cualquier dificultad científica o lingüística y se han añadido introducciones a cada uno de los tratados, con lo cual se incorpora una explicación pormenorizada a la Introducción General, que sitúa el conjunto de los escritos en su contexto histórico. El sexto volumen de los Tratados hipocráticos contiene el estudio "Enfermedades".

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BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS, 143

Asesor para la sección griega: CARLOS GARCÍA GUAL .

Según las normas de la B. C. G., las traducciones de este volumen han sido revisadas por LOURDES MARTÍN VÁZQUEZ y ALICIA ESTEBAN SANTOS .

© EDITORIAL GREDOS, S. A.

Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1990.

www.editorialgredos.com

Las traducciones, introducciones y notas han sido llevadas a cabo por ASSELA ALAMILLO SANZ(Enfermedades I, II, III) y M.a DOLORES LARA NAVA(Afecciones internas).

REF. GEBO253

ISBN 9788424931827.

SOBRE LAS ENFERMEDADES I, II y III

(Perì noúson)

SOBRE LAS ENFERMEDADES I

Este tratado es conocido bajo este título desde muy antiguo. R. Wittern, en su exhaustivo y minucioso estudio sobre él que citamos al final, en las páginas LX-LXIII admite la posibilidad de que el glosista Bachio de Tanagra, del s. II a. C., ya lo conociera bajo este título de Enfermedades I .

También desde la antigüedad se discutió si era un título apropiado o no. Galeno, en el s. II después de Cristo, en su Glosario Hipocrático (XLX, 76) dice que el título del tratado es incorrecto y erróneo y propone el de Perì empúon (Sobre los empiemas), que es la enfermedad más ampliamente descrita en la 2.ª parte de la obra. No obstante, continuó siendo conocido por el título de Enfermedades I , lo cual podría inducir al lector a creer que es el primer tratado de una serie en correlación con los otros del mismo título. No es así, sin embargo; estamos ante una obra con entidad propia.

Los 34 capítulos de Enfermedades I , pueden ser divididos en dos partes claramente diferenciadas entre sí.

La primera parte abarca los diez primeros capítulos, que constituyen un interesante apartado, y ofrece una visión amplia y general sobre el arte de la medicina, con consideraciones que ya Littré estimaba válidas para todos los tiempos. En cuanto a su temática, el autor hace reflexiones de carácter general sore la ciencia médica. El primer capítulo tal vez suscite la esperanza en los lectores de que va a establecer las bases para una discusión sofística en defensa de unos argumentos, pero lo cierto es que el resto del tratado no sigue en esa línea. En el 2.° capítulo reflexiona sobre las causas de las enfermedades; en el 3.°, sobre las consecuencias que éstas producen en los pacientes; en el 4.°, sobre las secuelas que dejan; en el 5.°, sobre la oportunidad e inoportunidad en su tratamiento; en el 6.°, sobre los aciertos y fallos de los médicos; en el 7.°, sobre lo que les ocurre espontáneamente a los enfermos, sin el concurso del médico; en el 8.° se trata del papel que juega el azar en el tratamiento de las enfermedades; en el 9.°, de la improvisación, y en el 10.°, de la habilidad manual de los médicos.

Tras una abrupta transición empieza en el cap. 11 la 2.ª parte, que tiene unos objetivos distintos y a la que podemos calificar de técnica. Describe enfermedades particulares, sus causas y, en parte, sus síntomas. Del capítulo 11 al 15 inclusive trata de los empiemas de pulmón, en el capítulo 17 trata del empiema de la cavidad inferior, y el capítulo 21, de empiemas producidos por heridas, con carácter general. En el capítulo 18 trata de la erisipela en el pulmón. Los capítulos 19 y 20 tratan de tumores. Los capítulos 16 y 22 tratan temas generales y no enfermedades concretas. El capítulo 23 trata de la fiebre; el 24, del escalofrío y sus causas; el 25, del sudor y sus causas. Del capítulo 26 al final se tratan las siguientes enfermedades agudas: pleuritis, perineumonía, causón y frenitis.

En cuanto al asunto de la unidad entre las dos partes del tratado ha sido objeto de debate a lo largo del tiempo por los especialistas. F. Z. ERMERINS en Hippocratis et aliorum medicorum veterum reliquiae , Trajecti al Rhenum, 1859, 1864, págs. LV-XXI, considera que la primera parte era el añadido de un sofista, por tanto negaba la unidad de la obra. También lo niega Fuchs (II, 377). En cambio Littré, Wittern (ob. cit ., pág. LXXI ss.) y J. Jouanna (Hippocrate. Pour une archéologie de l’école de Cnide , París, 1974, págs. 306-360), admiten un solo autor del tratado a pesar de las diferencias de las partes.

En lo que se refiere a la adscripción de este tratado a una determinada escuela, no parece tarea fácil y ha sido también muy estudiado y discutido. Si atendemos al tono del pensamiento, está ligado a las concepciones de la Escuela de Cos. Pero también parece evidente que la 2.ª parte depende de las Sentencias Cnidias , al igual que los demás escritos cnidios de este volumen, si bien en menor medida que ellos. Esta es la tesis de Jouanna en la obra y páginas citadas. Esto nos da pie a concluir que el horizonte cultural de los médicos cnidios era muy amplio, que tomaban temas del pensamiento coico y que participaban de la experiencia sofística.

Observamos el siguiente esquema de exposición de las enfermedades: al principio y brevemente presentación de la misma a la que sigue la parte esencial: la etiología. Es tan importante en este tratado la parte etiológica y explicativa que integra en ella la descripción de la enfermedad. A menudo siguen unas indicaciones sobre el pronóstico que también están impregnadas de etiología. Con ello se da fin al capítulo y por tanto está ausente la terapéutica (salvo algún consejo aislado como en los capítulos 14, 19 y 28).

Podemos hacer dos observaciones en cuanto a la composición, una es que algunos capítulos de la segunda parte y, especialmente, los capítulos 16 y 22 completos tienen digresiones de carácter general más cercanas a los argumentos de la primera parte y sin correspondencia en otros tratados. La otra es que el autor, en lugar de englobar en un todo seguido los aspectos diferentes de una misma enfermedad, a partir del capítulo 26 describe primero las enfermedades y luego vuelve sobre cada una de ellas en el mismo orden para expresar las causas de la muerte.

Este tratado se aparta de los otros escritos cnidios en que no sigue claramente el principio a capite ad calcem , más que en los capítulos que tratan de los empiemas.

En cuanto al estilo, la redacción es cuidada y clara. Utiliza conjunciones como nexo de unión entre oraciones, hecho que también encontramos en Enfermedades III , pero no en los demás tratados cnidios donde se utiliza la yuxtaposición.

La edición que he seguido para la traducción es la de R. WITTERN , Die hippokratische Schrift. De morbis I. Ausgabe, Uebersetzung und Erläuterungen , Hildesheim-Nueva York, 1974.

En lo que se refiere al ejercicio de la medicina, aquel [1 ] que quiera interrogar rectamente y responder cuando sea interrogado y replicar con acierto 1 , debe tomar en consideración lo siguiente: en primer lugar de dónde les vienen todas las enfermedades a los hombres; a continuación (debe saber) qué clase de enfermedades —cuando se presentan— son por imperativo propio largas o cortas, mortales o no mortales, o si dejan una parte del cuerpo mutilado o no; y cuáles —cuando sobrevienen— no dan seguridad de si pueden resultar males o bienes de ellas; y qué clase de enfermedades en qué otras se transforman; y qué cosas practican con éxito los médicos en el tratamiento de los enfermos y qué de bueno o de malo experimentan los enfermos en sus dolencias; y qué cosas, por conjetura, son dichas o puestas en práctica por el médico en relación con el enfermo o bien por el enfermo en relación con el médico; qué cosas se hacen y dicen con precisión en nuestra disciplina y las que son correctas en ella y las que no lo son; y lo que es principio, fin, mitad 2 o cualquier otro concepto semejante establecido cuya existencia en este arte se puede asegurar o no; y lo pequeño y lo importante, lo que abunda y lo escaso; y lo que en medicina es todo y lo que es uno 3 ; y lo que es factible tenerlo en cuenta, comentarlo, observarlo y llevarlo a la práctica; y lo que no lo es, ni tenerlo en cuenta, ni comentarlo, ni observarlo, ni llevarlo a la práctica.

(Debe considerar también) lo que en medicina es la habilidad y la falta de habilidad y lo que es la oportunidad y la inoportunidad y, en lo que se refiere a las otras artes, a cuáles se parece y a cuáles no se parece en nada.

Y respecto al cuerpo, (que considere) lo que es frío o caliente, fuerte o débil, compacto o suelto, húmedo o seco y cúantas cosas de mucho se convierten en poco, sea para peor, sea para mejor; y lo que pasa de buena o mala manera o lenta o rápidamente o apropiada o no apropiadamente; y también qué mal, cuando se ha producido como consecuencia de otro, es causa de un bien y qué mal surge forzosamente a continuación de otro mal.

Estos son los puntos que, bien pensados, se deben observar con atención en las conversaciones profesionales. A quien cometa equivocación al hablar, al preguntar o contestar, tanto si dice que es de poca importancia lo que es de mucha o que es pequeño lo que es grande, como si dice que es realizable lo que es irrealizable o cualquier otra equivocación en sus palabras, es preciso refutarle en la correspondiente contestación observando mis indicaciones.

Todas nuestras enfermedades se originan a partir de la [2 ] bilis y del flegma en cuanto a las causas internas 4 , y en cuanto a las causas externas, por las fatigas, las heridas, el excesivo calor y el excesivo frío 5 .

La bilis y el flegma nacen juntamente con las personas y existen permanentemente en el cuerpo en mayor o menor medida 6 . Pero provocan las enfermedades, que resultan unas, de los alimentos y bebidas y otras, del exceso de calor y de frío.

[3 ] Cada vez que se producen, éstas son forzosamente las consecuencias de que se produzcan 7 : en el caso de las heridas, quedan cojos los que las han recibido en tendones 8 gruesos y en las cabezas de los músculos, principalmente en las de los muslos 9 . La muerte se presenta si uno es herido en el cerebro o en la médula espinal, en el vientre 10 o en el hígado, en el diafragma o en la vejiga, en una vena por la que corre sangre 11 o en el corazón. No se llegan a morir si uno está herido en sitios en los que no se encuentran estas partes del cuerpo o están muy lejos de ellas.

De las enfermedades es forzoso que produzcan la muerte, cuando se presentan, las siguientes: tisis 12 , hidropesía bajo la carne 13 ; cuando una perineumonía 14 o causón 15 atacan a una mujer embarazada o cuando se le presenta una pleuritis 16 o «frenitis» 17 o una erisipela 18 en el útero.

Son dudosas en cuanto al desenlace, si producen la muerte o no, las siguientes enfermedades: perineumonía, causón, pleuritis, «frenitis», amigdalitis 19 , inflamación de la úvula 20 , esplenitis 21 , nefritis, hepatitis, disentería y en la mujer el flujo de sangre.

Las enfermedades que vienen a continuación no son mortales, si no sufren alguna complicación: dolores articulares 22 , melancolía 23 , podagra 24 , ciática 25 , tenesmo 26 , fiebres cuartanas, tercianas 27 , estranguria 28 , oftalmía, artritis, lepra 29 y liquen 30 .

Pero quedan mutilados por ellas: impedidos 31 de pies y de manos, incapaces de emitir sonidos y paralizados por causa de la bilis negra; cojos por causa de las coxalgias; con la vista y el oído dañados por causa de la solidificación del flegma.

Inevitablemente han de ser de larga duración las siguientes enfermedades: un tipo de tisis 32 , disentería, podagra, dolores articulares, leucoflegmasía 33 , ciática, estranguria, nefritis en las personas de edad, flujo de sangre en las mujeres, hemorroides y fístulas.

Causón, «frenitis», perineumonía, amigdalitis, inflamación de la úvula y pleuritis hacen pronto crisis.

Las siguientes enfermedades degeneran: de pleuritis a causón y de «frenitis» a perineumonía. En cambio de la perineumonía no podría resultar causón. El tenesmo va a dar en disentería y de la disentería sobreviene la lientería 34 . A su vez, de la lientería se llega a la hidropesía, a la que también se llega a partir de la leucoflegmasía, así como de la esplenitis. De la perineumonía y de la pleuritis se aboca a empiema 35 pulmonar.

Es inevitable que sobrevengan las siguientes secuelas como [4 ] consecuencia de otros males, a saber: si se tiene un escalofrío, le aparece fiebre; si se rompe un nervio (n. 8), es seguro que no se vuelve a unir y además se produce una fuerte inflamación; si es el cerebro el conmocionado y se daña al ser golpeado, es inevitable que al punto se quede sin voz, y no vea, ni oiga 36 ; si resulta herido, es inevitable que le sobrevenga fiebre y vómito de bilis y que quede paralizado en alguna parte del cuerpo y que muera 37 . En el caso de que el epiplon 38 salga hacia afuera, es forzoso que, desprendido, se pudra 39 . Y si se vierte sangre en el pecho procedente de una herida o de una vena, aquélla necesariamente se convierte en pus.

[5 ] Los momentos oportunos, por decirlo de una sola vez, son en esta disciplina muchos y variados, lo mismo que las enfermedades y padecimientos y sus correspondientes tratamientos.

Hay momentos oportunos, los más agudos son aquellos en los que se debe prestar alguna ayuda a los que están sin conocimiento o a los que no pueden orinar o defecar o a los que se ahogan; o bien se debe asistir a una mujer que está pariendo o que está abortando o en otros casos semejantes. Estos son los momentos oportunos agudos y no sirven (si la ayuda viene) un poco más tarde, pues la mayoría mueren al poco tiempo. Sin embargo, la oportunidad existe cuando la persona experimenta alguna de esta situaciones: la ayuda que se le pueda prestar antes de abandonar el alma, se le habrá prestado con oportunidad. Este momento oportuno se da más o menos también en otras enfermedades; en efecto, siempre que alguien presta una ayuda, se ha prestado oportunamente.

Hay algunas enfermedades y heridas que no conducen a la muerte, pero son de consideración 40 y en ellas hacen presencia los dolores 41 , y, si uno aplica rectamente los cuidados, son susceptibles de curarse, pero a éstas no les son definitivas las ayudas prestadas por el médico cuando se las presten, ya que, aun no estando presente el médico hubieran cesado igualmente.

Existe otro tipo de enfermedades en las que la oportunidad está en ser tratadas al comienzo del día, no importa si muy temprano o un poco después. Hay otras enfermedades en las que la oportunidad está en ser tratadas una vez al día, pero no hace al caso en qué momento de él; otras en que cada tres o cuatro días; otras en que una vez al mes y otras cada tres meses (es indiferente si al comienzo o al final del tercero). Tales son los momentos oportunos en algunas enfermedades y no requieren ninguna otra precisión más que ésta.

La inoportunidad se refleja en los casos siguientes: cuando lo que debe ser tratado por la mañana temprano, se trata al mediodía, se está tratando inoportunamente. Es a destiempo porque, a causa de no haberse tratado en su momento, (la enfermedad) toma fuerza para un empeoramiento. Las cosas que (deben ser tratadas) inmediatamente, si se tratan al mediodía o por la tarde o por la noche, están tratadas a destiempo. Igualmente, si requieren ser tratadas en primavera, pero se hace en invierno, o si lo requieren en invierno y se tratan en verano; o si se retrasa lo que es preciso tratar enseguida, o bien si se trata enseguida lo que se debe retrasar, en todos los casos se está tratando con inoportunidad.

En nuestra disciplina se actúa correcta o incorrectamente [6 ] en los siguientes casos: no es correcto que, tratándose de una enfermedad se diga que es otra; que siendo de importancia, se diga que es leve; que siendo leve, se diga que es importante; si un enfermo va a sobrevivir, afirmar que no sobrevivirá, y si va a morir decir que no morirá; no reconocer que uno tiene un empiema o no reconocer cuándo una enfermedad importante se está desarrollando en el cuerpo; y si se requiere un medicamento, no conocer cuál es el que se necesita; y no curar del todo lo que es posible y en cambio lo que es imposible, decir que se curará completamente.

Por tanto en esos casos se falla en el terreno del conocimiento teórico, pero también hay fallos de habilidad manual 42 en los casos siguientes: no reconocer que existe pus en una herida o en un absceso y no reconocer las roturas y luxaciones; no reconocer, aun explorando con una sonda en la cabeza 43 , si el hueso está roto ni, en el intento de meter una sonda en la vejiga, lograrlo con éxito. Y no reconocer si hay una piedra en la vejiga, ni reconocer la existencia de pus al sacudir 44 ; y en quedarse corto en profundidad o en extensión al sajar o cauterizar, y también en cauterizar y sajar lo que no es necesario. Estas son manifestaciones de errores.

En cuanto a los logros está el reconocer las enfermedades no sólo cuáles son sino también de dónde proceden, así como las que son largas y las que son cortas, las que son mortales y las no mortales, las que se transforman en otras, las que son progresivas o las que se atenúan, las que son de importancia y las que no la tienen; además (es un logro) curar las enfermedades curables con un tratamiento y saber las que no son curables, por qué no son curables y prestar ayuda, a base de cuidados, a los que las sufren valiéndose de un tratamiento que conduzca a la curación.

En cuanto a la aplicación de remedios a los que están enfermos, es necesario observar del siguiente modo lo que está bien y lo que no: si uno humedece lo que hay que secar o seca lo que es preciso humedecer, o bien en los casos en que es necesario engordar, no suministrar aquello con lo que necesariamente se engorda, o en los casos en los que es preciso adelgazar, no adelgazarle; o lo que se debe enfriar, no enfriarlo; o lo que hay que calentar, no calentarlo; o lo que debe dejarse pudrir 45 , no dejarlo y de la misma manera el resto de las cosas.

Lo que les ocurre a los hombres espontáneamente durante [7 ] las enfermedades, tanto bueno como malo, es lo siguiente: cuando se está febril y con bilis; si la bilis está esparcida hacia afuera, es bueno, pues al estar desparramada y esparcida bajo la piel no sólo es más fácil soportar para el que lo padece, sino también más fácil de tratar para el médico. Sin embargo, si tras estar desparramada y esparcida, se adhiere a una sola parte del cuerpo, sea cual sea, es malo.

Que se le altere el vientre al que padece una pleuritis o una perineumonía o al que tiene un empiema, es malo 46 . El estreñimiento en el que está con fiebre o está herido es malo. En el caso del hidrópico y del que padece esplenitis y del que tiene leucoflegmasia 47 , es bueno, en cambio, que tenga muy suelto el vientre.

Es malo que una erisipela, extendida por fuera, pase al interior; por el contrario, si está extendida por dentro es bueno que salga fuera 48 . Para el que tiene una fuerte diarrea es bueno que se le produzca un vómito por arriba 49 . Para la mujer que vomita sangre, la irrupción de la menstruación es buena 50 ; para la que padece a causa del flujo, es bueno que se le desvíe a la nariz o a la boca. Para la mujer que, a consecuencia de un parto, está afectada por un espasmo 51 , es bueno que sobrevenga fiebre. Asimismo es bueno que se presente fiebre cuando se tiene tétanos y espasmo 52 .

Suceden o no suceden tales hechos no por ignorancia o por sabiduría de los médicos, sino de modo espontáneo y por casualidad; y una vez sucedidos, benefician o perjudican; y si no han sucedido, benefician o perjudican, por la misma razón.

Por azar ocasionan los médicos en su tratamiento los [8 ] siguientes beneficios: cuando administran un purgante para arriba, limpian perfectamente por arriba y por abajo. Y cuando administran a una mujer un purgante de bilis o de flegma para abajo, provocan reglas que no se producían. Y al dar un purgante para abajo a quien tienen un bazo purulento, para limpiarlo de bilis y de flegma, le purifican por abajo del pus procedente del bazo y le liberan de la enfermedad.

Y cuando dan un purgante a quien padece una litiasis, hacen avanzar la piedra, por la fuerza del purgante, hacia la uretra de modo que se expulsa al orinar.

Y al que tiene pus en un absceso en la cavidad torácica, si, no sabiendo que lo tiene, le han dado un purgante para arriba que le purifica del flegma, a consecuencia de ello vomita el pus y se cura. Y cuando tratan a uno que, por causa de un purgante, vomita en exceso, al movérsele el vientre de forma espontánea, le curan del vómito.

Al contrario, pueden causar por mala suerte los siguientes perjuicios: al administrar para arriba un purgante de bilis y flegma, producen la rotura de una vena en el pecho por efecto del vómito y, a pesar de no tener antes ningún dolor perceptible en el pecho, se origina así una enfermedad.

Y si a una mujer embarazada se le da un purgante para arriba, al movérsele el vientre, eso le produce un aborto 53 . Al tratar a uno que padece un empiema, por desatarle el vientre se le puede matar. Si al tratar unos ojos y al aplicarles un ungüento, sobrevienen dolores más agudos, puede suceder que se desgarren los ojos y se queden ciegos y acusen al médico porque hizo tal aplicación. Y si a una mujer que está pariendo, el médico le administra algún remedio para el dolor de tripa y le va mal o incluso muere, el médico es culpable.

En suma que cuantas desgracias sobrevienen necesariamente en el transcurso de enfermedades y heridas a resultas de otras desgracias, se las imputan al médico, una vez sobrevenidas, y no se dan cuenta de la necesidad de que inevitablemente sobrevengan.

Y si (el médico) visita a alguien que tiene fiebre o que tiene una herida y, tras prescribirle algo, no le alivia enseguida, sino que al día siguiente se encuentra peor, inculpan al médico. Pero si le ayuda, no le alaban en la misma proporción, pues creen que eso es lo que le tenía que pasar.

Que las heridas se inflaman y que existen enfermedades en las que se producen dolores, no creen que estas cosas les tengan que suceder a ellos ni que otras semejantes deban sucederles; a saber, que un tendón (n. 8), si se ha partido, no vuelva a unirse, ni tampoco la vejiga, ni un intestino —siempre que se trate del delgado—, ni una vena por la que circule sangre (n. 11) ni la parte fina de la mejilla, ni la piel de los genitales 54 .

[9 ] No existe un principio demostrado del tratamiento médico que con razón sea principio de la disciplina en su conjunto; ni tampoco un segundo punto, ni un medio, ni un final. Más bien comenzamos nuestro oficio unas veces hablando, otras actuando y terminamos de la misma manera. Ni cuando hablamos empezamos con las mismas palabras, ni siquiera si nos referimos a lo mismo, y no terminamos con las mismas palabras.

Y cuando actuamos pasa lo mismo: ni empezamos con las mismas acciones, ni tampoco terminamos en lo mismo.

La destreza de la mano se muestra en lo siguiente: [10 ] cuando uno saja o cauteriza sin cortar o quemar nervio ni vena alguna; y si cauteriza un empiema, acertar al pus y al sajarlo que suceda lo mismo; y componer bien las fracturas; y restituir con éxito a su sitio natural la parte del cuerpo que se haya salido de él; y encajar con fuerza lo que sea preciso y, al asirlo, oprimir lo necesario, y (lo que deba ser cogido) con suavidad, cogerlo y, una vez asido, no oprimir; en la colocación de una venda oblicuamente, no hacerlo en línea recta, ni oprimir lo que no se debe; y al palpar la parte que se palpe, no ocasionar un dolor innecesario.

En esto consiste la destreza de la mano. Mientras que el hecho de coger con los dedos en posición elegante o con buena o mala forma, o con dedos largos o cortos, o el hecho de hacer un bonito vendaje o vendajes de todas clases, no se tiene en cuenta en medicina en lo que se refiere a habilidad de la mano sino que es cosa aparte 55 .

[11 ] Cuantos tienen un empiema en el pulmón, o en el pecho o en el vientre, o cuantos tienen abscesos sea en la cavidad del pecho, sea en la del vientre, sea en el pulmón, o cuantos tienen heridas en su interior o cuantos vomitan o expectoran sangre, o cuantos tienen algún dolor sea en el pecho, sea en la parte de detrás 56 , tienen todas estas afecciones debido unas —las que radican en el cuerpo— a la bilis y al flegma; otras, las del exterior, debido al aire al mezclarse con el calor natural y especialmente debido a fatigas y heridas 57 .

[12 ] Cuantos tienen un empiema en el pulmón, lo tienen por las siguientes causas: si alguien afectado por una perineumonía, no se queda purificado en los días críticos sino que quedan en el pulmón pus y flegma, se le convierte en empiema.

Y si rápidamente se le aplica un tratamiento, escapa a la enfermedad las más de las veces. Pero si se despreocupa, muere, y muere por lo siguiente: cuando el flegma se enquista en el pulmón y se pudre, el pulmón se ulcera y se llena de pus y ya ni atrae hacia sí ninguna parte apreciable de alimento, ni se purifica de nada procedente de él mismo por arriba, sino que (el enfermo) se ahoga y respira cada vez peor y resuella al respirar y respira, en consecuencia, por la parte alta del pecho; finalmente es obstruido por la materia expectorable 58 , y muere.

Se produce un empiema si desde la cabeza fluye flegma [13 ] hacia el pulmón. Al principio no se percibe el descenso en la mayoría de los casos; ocasiona una ligera tos; la saliva es un poco más amarga 59 de lo que acostumbra y algunas veces se produce una ligera fiebre. Pero cuando pasa el tiempo, el pulmón se pone áspero y se ulcera en el interior por el flegma que se enquista en él y que se pudre dentro, y no sólo se ocasiona pesadez en el pecho sino también un agudo dolor, tanto por delante como por detrás, y el cuerpo está sometido a calores muy fuertes. El pulmón, por efecto de la calentura, atrae hacia sí el flegma del cuerpo en su totalidad y principalmente de la cabeza; la cabeza, por su parte, una vez caliente, (atrae) el del cuerpo; cuando (el flegma) se ha corrompido, (el enfermo) expectora más espeso. A medida que el tiempo transcurre, lo que expectora es puro pus y las fiebres son cada vez más altas y la tos es continuada y fuerte y la falta de alimento le debilita. Finalmente el vientre se descompone, y se descompone por causa del flegma. Pues el flegma desciende de la cabeza.

El enfermo, cuando llega a esta situación, muere y ciertamente muere, como se ha dicho en las líneas precedentes, por haberse convertido el pulmón en algo supurante y putrefacto o porque el vientre se le ha descompuesto.

[14