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"La juventud está llena de vida, de frescor, de impulsos y de aspiraciones magníficas. Lo importante está en que sepa canalizar adecuadamente esa extraordinaria efervescencia de energías que se desbordan en ella"". "¿Cuáles son los seres que suscitan el respeto, la admiración? Aquellos que han luchado, que se han superado, que han triunfado en los obstáculos y en las pruebas. ¿Por qué la juventud admira tanto a los deportistas? Precisamente porque siempre intentan superarse. Aunque no se trate más que de correr, de saltar, de nadar, de escalar, el afán por el esfuerzo, la resistencia y el valor son siempre considerados como grandes cualidades. Así pues, ¿no vale la pena tratar de manifestar estas mismas cualidades en la vida cotidiana? En vez de concentrar todos esos esfuerzos en querer correr y nadar más rápido, o durante más tiempo, en querer saltar más alto, o atrapar un balón y darle fuerte con el pie, es más útil decirse: ""Seré más paciente en las dificultades; venceré la tristeza y la pena; me dominaré más". Sí, también ahí podemos realizar proezas, conseguir victorias. ¿Por qué no lo intentáis?"
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Seitenzahl: 131
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Omraam Mikhaël Aïvanhov
Un futuro para la juventud
Izvor 233.Es
ISBN 978-84-10379-44-2
Traducción del francés
Tituló original:
un avenir pour la jeunesse
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I LA JUVENTUD, UNA TIERRA EN FORMACIÓN
La juventud está llena de vida, de frescor, de impulsos y de aspiraciones magníficas: ¿cómo no amarla? La cuestión está en saber que es lo que hará con esta extraordinaria efervescencia de energías que se desbordan en ella.
Puesto que existen correspondencias entre la vida del hombre y la de la naturaleza, podemos decir que los años de la juventud son comparables al período de formación de la tierra. En aquel momento, hace millones de años, todavía no era posible una vida organizada, pues no habían sino que erupciones volcánicas y materiales en fusión. Fue necesario que estos movimientos y estas fuerzas se calmaran para que la tierra se convirtiese, por fin, en un lugar habitable para las plantas, los animales y los hombres.
Pues bien, la juventud vive interiormente en este estado primitivo de la tierra: sus energías, al no estar aún dominadas ni controladas, provocan todo tipo de manifestaciones desordenadas y contradictorias. La juventud se excede en todo cuanto vive: las atracciones y las repulsiones, los entusiasmos y las rebeldías; y a los impulsos generosos, creativos, les siguen a veces sentimientos de hastío y una necesidad de destruirlo todo, hasta el extremo de querer su propia destrucción. Sobre un terreno tan inestable, no puede edificarse nada sólido. Es necesario, pues, que la juventud adquiera un poco más de moderación, de control, de armonía, para convertirse en una tierra en la que puedan vivir plantas, animales y hombres, simbólicamente hablando.
Porque el paso de la juventud a la edad adulta es eso: el paso de una vida desorganizada, inestable y caótica, a una vida rica, plena, beneficiosa para uno mismo y para los demás. Quienes imaginan que convertirse en adulto es perder la juventud, es decir, abandonar todo aquello que constituye el encanto, el florecimiento y la vida, están en un error. Ser joven es una cosa, y conservar la juventud, otra muy distinta. Los jóvenes poseen fuerzas vivas y materiales completamente nuevos con los que deben trabajar conscientemente para construir su existencia. Si no trabajan, ¿qué sucederá? Puesto que, con el paso de los años, forzosamente van perdiendo esta vitalidad, si se han dejado llevar por sus caprichos y por sus instintos, sin tratar de ver las cosas con claridad, ni de poner un poco de orden en sí mismos para dominar sus energías, cuando lleguen a la edad adulta serán como suelos estériles, como tierras devastadas.
Si surgen tantos conflictos entre los jóvenes y los adultos, es porque estos últimos han vivido una juventud inconscientemente, de forma pasiva, sin hacer ningún trabajo interior durante este periodo, y ahora se sienten empobrecidos y tratan a los jóvenes con rencor, porque éstos poseen lo que ellos ya no tienen. En cuanto a los jóvenes, cuando ven a todos estos adultos tan prosaicos, tan insensibles, tan débiles, evidentemente les critican, se burlan de ellos, o se rebelan, y esta situación crea poco a poco, problemas irresolubles. Pues bien, yo aconsejo a los jóvenes que dejen a los adultos en paz y empiecen a realizar un formidable trabajo interior de organización, de control, de armonización, a fin de conseguir aportar por ellos mismos algo mejor. Y si verdaderamente lo desean, pueden hacerlo.
Vemos además que, desde hace algunos años, la juventud se inmiscuye en las cuestiones públicas: chicos y chicas muy jóvenes opinan sobre la sociedad, sobre la vida del país, sobre los acontecimientos mundiales, y se organizan para que su palabra sea valorada. Esto es algo nuevo, ¡nunca se había visto antes! Sí, y es algo significativo de estos tiempos. Las nuevas corrientes que empiezan a difundirse en el mundo, se abren camino a través de la juventud. Vamos a entrar en una nueva era, la era de Acuario, y sus influencias se dejan ya sentir. Por supuesto, de momento, asistimos a manifestaciones a menudo desordenadas; eso es normal, ya que se trata de pruebas y éstas siempre van acompañadas de desacuerdos, de conflictos. Pero pasado algún tiempo, todo volverá a su justo lugar y entonces podremos ver cambios. La naturaleza de estos cambios dependerá de los jóvenes. Puesto que ellos han tomado la palabra y muchos adultos están de acuerdo en dársela, les corresponde ahora a ellos reflexionar a fondo respecto a lo que piden.
Si los jóvenes también reivindican comodidades materiales y placeres, que no se hagan ilusiones: no piden nada que sea realmente nuevo bajo el sol, sino algo que los humanos reclaman desde que existen y que no es precisamente muy glorioso. Si no piden algo mejor, se parecerán pronto a los mismos adultos a los que están criticando. “Entonces – diréis – ¿qué debemos pedir?” Pedid ser instruidos. Y ser instruidos no significa tan solo adquirir conocimientos que os permitan obtener diplomas y ejercer una profesión. Ser instruido es recibir esa luz gracias a la cual se avanza cada vez más por el camino de la libertad, de la fuerza, de la belleza, del amor... por el camino de la verdadera vida. Y para hacer valer sus reivindicaciones, la juventud debe encontrar también la actitud adecuada. No se convence a los demás sobre sus derechos gritando, gesticulando y mostrándose grosero y violento. Me gustaría ver como se alza, por fin, una juventud ante la cual todos se vieran obligados a capitular. Sí, ni siquiera tendría que decir nada, tan solo presentarse, y su ideal, su pureza y su resplandor harían rendirse al mundo entero; ¡nada se le podría resistir!
Por supuesto, la juventud no tiene el poder para imponer inmediatamente su voluntad, pero, cuanto menos, puede empezar a oponerse a todos quienes tratan de inducirla hacia caminos tortuosos. Por eso, en primer lugar, debe mostrarse muy vigilante y seleccionar entre todo lo que le proponen, sabiendo que puede ser presa fácil para todos aquellos que defienden intereses poco claros. ¡Cuánta gente está al acecho y estudia lo que más puede atraer a los jóvenes, a sus instintos y deseos que se están despertando, y se apresura a ofrecérselo para alimentar su codicia! Esto lo propician ya los mismos fabricantes de juguetes, quienes favorecen el instinto de agresividad de los más pequeños con armas o juegos de guerra. Y más tarde continúa con todo tipo de objetos o de actividades absolutamente inútiles e incluso peligrosas, que los adolescentes ignorarían por completo si no las viesen expuestas por todas partes, en los escaparates de las tiendas y anunciadas por la publicidad.
Pues bien, estas personas son culpables de inducir a error a la juventud. Porque, en primer lugar, suscitan en ella unas necesidades materiales que no tiene la posibilidad de satisfacer, y eso le acarrea frustraciones e incluso el deseo de obtener deshonestamente aquello que no puede obtener de forma honesta. Después, al tratar de hacerle creer que tiene absoluta necesidad de todo eso para sentirse bien y feliz, la desvían de la verdadera búsqueda de la felicidad y del sentido de la vida. Ya que la felicidad y el sentido de la vida sólo se encuentran si nos abrimos al mundo espiritual. Sólo así nos sentimos nutridos, serenos y fortalecidos.
No hay muchos adultos que se pregunten si lo que preparan para la juventud será verdaderamente bueno para ella, si la ayudará a ver las cosas más claras, a equilibrarse y a fortalecerse. La mayoría de las veces sólo piensan en conducirla, ante todo, hacia una dirección que les convenga a ellos mismos. Y lo que a ellos les conviene es ganar dinero. ¡Cuántos libros, películas, discos, etc., que se ofrecen a los jóvenes no sirven más que para enriquecer a los hombres de negocios! Y si los jóvenes están cada vez más desorientados y trastornados a causa de lo que ven y oyen, poco importa; ¡a esta gente le trae sin cuidado! Este negocio puede llegar muy lejos, ya que cada vez hay más criminales que se aprovechan de la curiosidad de los jóvenes, o de su desazón, para introducirlos en la droga. Mediante la droga los convierten en sus esclavos, en ruinas humanas e incluso los matan; ¡pero eso qué les importa a ellos, mientras les permita ganar dinero! Todos los medios son buenos para enriquecerse.
Os puedo contar incluso lo que me sucedió a mí mismo, cuando era muy joven. En la ciudad de Varna, donde yo vivía, había entonces un hombre que en tiempos fue cónsul en América, y que se había traído de sus viajes toda clase de libros sobre ocultismo y tratados de magia, y también otros objetos: varitas y espejos mágicos, vestimentas para realizar ceremonias... Se había convertido en una especie de mago. Pero viendo que por sí sólo no tendría éxito, puesto que debían faltarle ciertas facultades y elementos, buscó a un chico joven para trabajar con él y realizar sus proyectos... ¡y se fijó en mí! A cambio de mi ayuda, me propuso alojarme en su casa (vivía en una magnífica mansión), alimentarme, darme dinero y todo cuanto yo quisiera. Poseía una fantástica biblioteca y él mismo era escritor; había escrito libros sobre espiritismo y también había realizado algunas traducciones. En Bulgaria fue el primero en traducir Zanoni, de Bulwer-Lytton.
Yo era aún muy joven – dieciocho años – y no conocía gran cosa acerca de la naturaleza humana, de su codicia, de su perversión, ni de su afición por las empresas peligrosas. Pero yo quería ser bien conducido, bien guiado, y no hacía nada sin pedir la opinión de mi Maestro, Peter Deunov. Esto que os cuento, sucedió algún tiempo después de haberle conocido. Le expliqué pues a mi Maestro las proposiciones de aquel hombre, preguntándole que debía hacer. Y el Maestro fue categórico: me desaconsejó relacionarme con un individuo semejante y ocuparme de la magia. Fue una suerte, pues, si no, quizá hubiese emprendido un camino muy peligroso. Ciertamente, ¿habría obtenido muchas cosas pero, a qué precio? Porque cuando uno empieza a practicar la magia para obtener ventajas materiales, éxitos, dinero, gloria, la posesión de un hombre o de una mujer, ya está en el camino de la magia negra, y de una u otra forma, acaba “vendiendo su alma al diablo”, como se suele decir. Pensaréis, sin duda, que vosotros no corréis ningún peligro de recibir proposiciones seductoras de un brujo... Bien, quizá de esta forma no, pero, ¡hay tantas maneras de vender el alma al diablo! No es necesario hacer un pacto con él, como se cuenta en los libros de brujería; basta con que uno obedezca a móviles interesados y egoístas para ir perdiendo poco a poco la luz de su alma. Por eso aconsejo a los jóvenes que estudien bien cada proposición que reciban. Tanto si se trata de objetos, como de ropas, de músicas, de actividades, o de ideas, deben procurar ver, en primer lugar, cual es la naturaleza de las tendencias que otros quieren fomentar en ellos. Que no olviden que aún son como una tierra en formación; y si perciben que los están incitando a las ganancias, a los éxitos fáciles, a la violencia, o a la desesperación, etc., deben saber que son fuerzas destructivas y, por tanto, ¡es preciso apartarse de ellas! Si verdaderamente quieren hacer las cosas mejor que los adultos y crear un mundo nuevo, deben aceptar sólo aquello que les incita a construir en sí mismos y a su alrededor, algo bueno, bello, puro y fuerte.
II LOS FUNDAMENTOS DE NUESTRA EXISTENCIA: LA FE EN UN CREADOR
Mucha gente os dirá que no tiene ninguna importancia ser creyente o ateo, que la fe o la ausencia de fe no tiene verdadera influencia en la mentalidad de los seres y en su comportamiento. Pues bien, eso prueba simplemente que toda esa gente no saben nada de psicología. La realidad es que todo lo que dejáis entrar en vuestra alma – convicciones, sentimientos y pensamientos – influye en vosotros, y la presencia o ausencia de estos elementos en vuestro interior influye también en vuestro razonamiento y, por tanto, en vuestra actitud más profunda frente a la vida. Igual sucede con todo.
Si hacéis un pastel y os olvidáis el azúcar, ¿creéis que el resultado será el mismo que si lo hubierais puesto? Si os descuidáis en la composición o en la dosificación de un producto químico, tampoco obtendréis el producto que esperabais. O bien en una asamblea – en el Parlamento, por ejemplo – si un diputado está ausente, las decisiones pueden ser completamente diferentes. Si este diputado hubiese estado allí, habría podido hacer prevalecer otro punto de vista y el voto quizá hubiera sido diferente. La vida entera está ahí para mostrarnos la importancia que reviste la presencia o la ausencia de un elemento. Y con mayor razón cuando se trata de la presencia o de la ausencia de este elemento que es la fe.
Lo comprenderéis mejor si os digo que la fe es, en lo que respecta al ser humano, un fenómeno comparable con la pubertad. La pubertad es un periodo en cuyo transcurso se producen, en el muchacho o en la muchacha, grandes cambios fisiológicos, pero también y sobre todo, psicológicos. Un nuevo elemento, que ha irrumpido en su vida psíquica, provoca modificaciones en su sensibilidad y, por tanto, en su manera de ver las cosas. Se produce una toma de conciencia. Pues bien, creer que el mundo es obra de un Creador todopoderoso omnisciente y todo amor, es de fundamental importancia para la vida psíquica del hombre. El razonamiento y las reacciones de un verdadero creyente ante las cuestiones de orden moral, social y político tienen una dimensión más profunda y más vasta, y son de una calidad más sutil que las del ateo. Gracias a la presencia de este elemento de fe, de amor para con el Creador, el creyente siente y comprende aquello que el ateo no puede sentir ni comprender.
“Pero – dirán algunos – los ateos son más objetivos, más lógicos, se pronuncian únicamente sobre lo que ven, mientras que los otros, obnubilados por sus creencias, emiten juicios erróneos...” En absoluto. Por supuesto, el que la gente tenga fe, no significa que vaya a tener por ello, automáticamente, un buen juicio; para pronunciarse correctamente existen también ciertas facultades mentales que entran en juego, y no todos los creyentes están mentalmente bien desarrollados. Pero os quiero decir esto: al hombre inteligente que no cree en la existencia de Dios, en la realidad del alma o en la inmortalidad del espíritu, siempre le faltará un elemento sustancial para completar sus observaciones y sus juicios. La ausencia de este elemento mantiene a los ateos en un punto de vista superficial; ellos no van más allá de la forma, de la superficie de la existencia.
Cuando el elemento de la fe se introduce en el hombre, éste descubre la verdadera dimensión de los seres y de las cosas y, por encima de todo, siente las corrientes que circulan entre ellos. En su existencia, un ateo se comporta como alguien que, ante otro ser humano, sólo considera su anatomía. Si únicamente se trata de identificar los miembros, los órganos y de descubrir su apariencia, la anatomía puede bastar. Pero ocuparse sólo de la anatomía significa centrarnos en un cuerpo sin vida, no en la vida misma.