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Un solo beso de la salvaje Suzy Crane y todas las buenas intenciones del ranchero Gil Riley se habían esfumado a la velocidad del rayo. Entre ellos había una pasión explosiva... tan explosiva como la noticia de que estaban esperando un hijo. El apuesto granjero prometió convertirla en su esposa, pero Suzy se negaba a casarse solo para tapar el escándalo. Sin embargo, a Gil no le importaba lo más mínimo lo que dijera la gente, lo que ocurría era que amaba a Suzy con todo su corazón y... ¡No había mujer en el mundo capaz de enamorar a un cowboy como Gil y luego rechazar sus proposiciones de matrimonio!
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Seitenzahl: 171
Veröffentlichungsjahr: 2017
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2001 Peggy Bozeman Morse
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un pasado escandaloso, n.º 1134 - junio 2017
Título original: The Texan’s Tiny Secret
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-687-9710-6
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Si te ha gustado este libro…
Gil Riley se consideraba un hombre natural y de gustos sencillos. Le gustaban los vaqueros gastados, la cerveza fría y los caballos, al igual que las mujeres amables pero con brío, para que su compañía fuera emocionante.
Pertenecía a esa generación que evitaba los valores familiares, que consideraba al trabajo como algo tedioso y abrazaba la teoría de «si te apetece, hazlo». Pero él mismo no encajaba muy bien dentro de ese estereotipo: veneraba a la familia, consideraba a su madre un ángel y a su padre, el hombre más inteligente que había conocido. Creía que un día duro de trabajo reforzaba el carácter de un hombre; trataba a las mujeres con respeto y nunca hacía nada sin analizar las consecuencias primero.
Todo eso le hacía preguntarse cómo diablos había ido a parar a una habitación llena de humo, de tipos aduladores y de mujeres a las que, obviamente, sus madres no les habían enseñado que la vida privada de un hombre era eso: privada.
El deber, se recordó a sí mismo mientras apretaba la mano que le estaban ofreciendo y respondía con un «me alegro de verte».
El apretón de manos era sincero, pero temía que si era acosado por otra persona más para pedirle otro favor… Bueno, no estaba seguro de lo que haría, pero, fuera lo que fuera, seguro que salía en los periódicos.
Con una sonrisa forzada en la cara y una corbata cortándole la respiración, buscó una posible vía de escape. Por fin, divisó una puerta al otro lado de la habitación. Solo había dado dos pasos en aquella dirección cuando una mano se cerró sobre su hombro y lo hizo detenerse. Luchando para que no se le notara mucho la frustración, se volvió. Enfrente de él había un hombre calvo, con forma de tonel y de aproximadamente la misma altura, que le estaba sonriendo. A su lado, una joven con cara de caballo se agarraba a su brazo.
–Gobernador, le presento a mi sobrina Melanie. Es la mayor de mi hermano Earl, que ha venido a visitarme de California.
«Otra con esperanzas de convertirse en la Primera Dama de Texas».
Debido a su condición de soltero y a su posición de gobernador del estado de Texas, había recibido más proposiciones durante el año pasado que las que recibiría una prostituta durante toda su vida.
Aunque se sintió tentado de decirle a Melanie que eran ciertos los rumores que corrían por ahí de que era homosexual para desalentar cualquier esperanza que pudiera tener, las buenas maneras lo obligaron a callarse y extender una mano.
–Encantado de conocerla, señorita Melanie.
–Se graduó con Matrícula de Honor este año –añadió su tío con orgullo–. Belleza e inteligencia en el mismo paquete. Una rareza en los días que corren. Sí, señor. Una rareza
Gil soltó la mano que lo apretaba como si no pensara liberarlo hasta tener un anillo en el dedo.
–Sí, es verdad –asintió él.
Alguien gritó su nombre desde el otro lado de la habitación. Gil forzó una sonrisa aún más grande y saludó con la mano.
–Si me disculpan –dijo suavizando su sonrisa a modo de excusa–. Espero que disfrute de su estancia en Texas, señorita.
Después, continuó en su huida hacia la puerta que había visto hacía unos instantes. Cuando la alcanzó, miró a su alrededor para asegurarse de que nadie estaba mirando. Al ver que su guardaespaldas se acercaba, se golpeó el cuello con un dedo. Era la señal acordada para indicar que iba a darse un respiro.
Cuando cruzó la puerta, se paró a tomar aliento.
En ese momento, oyó la voz de una mujer.
–El caviar está en la bandeja. Sácalo de aquí, rápidamente. Y añade más champán a la fuente. Estos cerdos se lo están tragando más rápido que un borracho después de una semana de abstinencia.
Con el ceño fruncido, Gil se inclinó para mirar por una abertura que había entre las cacerolas que colgaban de la isla central de la cocina. La mujer que había hablado estaba removiendo algo dentro de una gran cacerola, de espaldas a él. Llevaba unas zapatillas rosas fosforescentes con una plataforma de diez centímetros, y el pelo rubio, casi blanco, lo llevaba recogido en lo alto de la cabeza con una horquilla en forma de estrella. Gil pensó que se parecía más a una refugiada de un festival punk que a un miembro de una cocina.
Antes de que él pudiera dejarse ver, ella se arrastró el antebrazo por la frente y añadió:
–Será mejor que también compruebes las copas de champán. A estos retrasados mentales no se les puede ocurrir pedirle al camarero que les rellene la copa. Ohhh, nooo –dijo un poco resentida–, tienen que agarrar una copa nueva cada vez que ven una bandeja.
Gil encontraba la acidez de aquella mujer bastante más refrescante que todas aquellas sonrisas fingidas y cumplidos estúpidos que tenía que aguantar en la otra habitación.
Rodeó la isla hacia la mujer.
–Podía haber puesto un barril y vasos de plástico y ahorrarse todas las molestias.
Ella volvió la cabeza y su mirada chocó con la de él. Gil notó que lo había reconocido y se preparó para aceptar una disculpa por confundirlo con un empleado.
–Si se ha perdido, la fiesta está al otro lado de la puerta –le dijo la mujer, sorprendiéndolo.
–No me he perdido. Me estoy escondiendo.
Ella dejó la cuchara al lado de la cacerola y se dirigió hacia el frigorífico, limpiándose las manos en un mandil enorme que enfatizaba su delicada figura.
–Bueno, pues escóndase en otro sitio. Esta cocina es muy pequeña.
Aunque su tono no era nada amistoso, Gil decidió que prefería su disposición arisca a toda la gracia fingida de la elite política reunida en la otra habitación.
Observó cómo ella abría el frigorífico y se estiraba para sacar algo de sus profundidades. Al inclinarse, la parte trasera de su mandil se abrió dejando al descubierto un trasero respingón y una piernas bien contorneadas, todo ello cubierto con unos pantalones de diseño de leopardo. Al verla, él ahogó un silbido de admiración.
Cuando se volvió, él se inclinó a mirar dentro de la cacerola que ella esta removiendo, fingiendo que estaba interesado. La boca se le hizo agua por el aroma que emanaba del chocolate fundido.
–¿Necesita ayuda?
–Sí, ya. Como que el gobernador de Texas se va a molestar en hacer este tipo de trabajo.
Gil chasqueó la lengua, se quitó la chaqueta del traje y la dejó sobre un taburete.
–Solo para probarle que no se puede juzgar un libro solo por la cubierta… o por el título –añadió él, aflojándose la corbata.
Se metió un paño de cocina por la cintura del pantalón y le quitó la cuchara de la mano.
–¿Por qué no les lleva esa bandeja de caviar a los invitados antes de que entren a buscarla y me descubran?
Ella le arrancó la cuchara de la mano.
–Mis empleados se encargan del servicio –le informó con frialdad–. Yo me encargo de la cocina.
Gil levantó las manos y se hizo a un lado, ocultando una sonrisa.
–Solo intentaba ayudar.
–Si quiere ayudar, será mejor que salga de mi…
La puerta se abrió a sus espaldas y una joven entró en la cocina con una bandeja de copas y platos sucios. Dejó la bandeja sobre la encimera de la isla y tomó aliento. Después, levantó un pie para sacarse un zapato.
–Te lo prometo, Suzy –se quejó la joven–. Si no me hubieras prometido que podría ver al gobernador de cerca, nunca habría aceptado este castigo –el zapato cayó al suelo y ella gruñó dolorida, apretándose los dedos del pie con la mano–. Ningún hombre se merece esto. Ni siquiera el gobernador.
Otro taco salió de su boca. Gil no podía recordar la última vez que se había divertido tanto.
–¿Está segura de eso?
La joven miró con atención y se encontró con su mirada, después, rápidamente, se escondió tras la isla. Gil escuchó sus murmullos y la vio sacar una mano para recuperar el zapato perdido. Unos segundos más tarde, volvió a aparecer.
–Lo… lo siento, Gobernador –dijo alisándose la falda–. No sabía que estaba aquí.
Con una sonrisa, él se llevó un dedo a los labios.
–¡Chis! No se lo diga a nadie. Me estoy escondiendo.
–¿Escondiéndose? –preguntó ella, dando la vuelta a la isla–. ¿De quién?
Gil señaló hacia la puerta.
–De ellos.
Ella levantó la nariz.
–No me extraña –susurró–. Son una pandilla de pedigüeños –se limpió la mano en la falda y se la ofreció con una gran sonrisa–. Hola, soy Renee.
Gil agarró su mano y se inclinó un poco al estrecharla.
–Gil Riley. Encantado de conocerla, señorita.
–Por el amor de Dios –murmuró Suzy, pasando entre ellos y rompiendo el contacto.
Se dirigió al otro lado de la isla, agarró la bandeja con canapés de caviar y se la puso delante de la cara a su asistente.
–Si ya has acabado con las formalidades, será mejor que salgas con esto.
Renee se dirigió hacia la puerta con un suspiro.
–Recuerde –le dijo Gil–. No me ha visto.
Abriendo la puerta con una cadera, Renee le dedicó al gobernador una sonrisa y un guiño.
El gesto fue muy simpático y Gil agarró la cuchara que Suzy había abandonado con una sonrisa.
–Una chica simpática –dijo mientras removía el chocolate.
–¡Las manos fuera!
En ese momento, sonó un temporizador y ella sacó del horno una bandeja de emparedados; después, volvió a quitarle la cuchara de las manos.
–Hombres –gruñó.
Gil estaba fascinado con aquella mujer, aunque no sabía muy bien por qué. Se apoyó sobre la encimera y se cruzó de brazos.
–¿Tiene algo contra los hombres?
–Nada que una castración en masa no pueda resolver.
–¡Ay!
Ella dirigió la mirada hacia un recipiente con varios utensilios.
–Si va a quedarse será mejor que sea de ayuda. Páseme ese cucharón de servir.
Él tomó el utensilio requerido y se lo pasó.
–¿Algo más, jefa?
–Sí –soltó ella–. No me llame jefa.
–¿Cómo tengo que llamarla?
–Suzy.
–¿Suzy…? –preguntó esperando que ella le dijera el apellido.
Ella le lanzó una mirada sosegada.
–Solo Suzy.
–De acuerdo, Solo Suzy. Yo soy Gil.
Ella miró hacia arriba y se puso a servir el chocolate en unos recipientes en forma de concha.
–Como si no supiera quién es.
–Ya que parece no impresionarte mucho, puedes tutearme.
–¿Por qué iba a impresionarme?
Solo por esa respuesta la podía haber estrujado en sus brazos.
–Sí, claro –respondió él con una sonrisa.
El temporizador comenzó a sonar otra vez y antes de que ella pudiera pararlo, él sacó otra bandeja del horno, la dejó sobre el granito para que se enfriara y volvió a adoptar su postura anterior, observándola mientras rellenaba las fuentes.
Siempre había pensado que los hábitos de trabajo de una persona revelaban mucho sobre su personalidad y su carácter, y pudo comprobar que esa pequeña dama no era ninguna excepción a la regla.
Manejaba sus obligaciones con confianza y economía de movimientos lo cual significaba que no era nueva en la cocina. Además, se dio cuenta de una tensión en la frente que le decía que su presencia la irritaba. También era una mujer independiente. La determinación de la mandíbula y la elevación de la barbilla demostraban que no era una mujer que necesitara la ayuda de nadie, por lo menos, no la suya.
Era una chica preciosa, pensó él. Cualquiera podría verlo si se tomaba su tiempo para mirarla sin tener en cuenta el maquillaje exagerado y el peinado extravagante.
Intrigado, la vio levantar un hombro para apartarse un mechón de la cara y se sintió tentado de ayudarla. Pero, al recordar su comentario sobre la castración, se abstuvo de hacerlo; ¡por allí había demasiados cuchillos!
Se preguntó qué le habría hecho tener una opinión tan baja de los hombres. Entonces, la miró a los labios y su pensamiento se desvió hacia otros asuntos. Se preguntó cómo sabría y qué tipo de respuesta obtendría si se resistiera al repentino impulso de besarla. Si sus pasiones fueran tan acentuadas como su temperamento, seguro que sería una experiencia explosiva.
–¿Trabajas para la empresa de restauración?
–Yo soy la empresa de restauración.
–¿Debería quedarme impresionado?
Ella lo miró a la cara.
–Les pasa a la mayoría de los hombres –respondió–. Aunque no es mi forma de cocinar lo que más suele impresionarlos.
–Entonces, debe ser tu personalidad.
–Eso también.
Él echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada. Realmente, estaba disfrutando de la batalla verbal.
–Entonces, ¿qué es lo que haces cuando no estás cocinando, Solo Suzy?
–¿Gobernador?
Gil se volvió hacia la puerta y se encontró allí a su guardaespaldas.
–¿Sí, Dave?
–La gente se está empezando a dar cuenta de que ha desaparecido.
Gil se quitó el paño de la cintura con un suspiro de cansancio, sintiendo que era su responsabilidad volver a la sala.
–Ahora vuelvo, Dave.
El guardaespaldas se llevó un dedo a la sien y volvió a salir con el mismo sigilo con el que había entrado.
Gil recogió su chaqueta del taburete y se arregló el nudo la corbata.
–Ha sido un placer conocerte, Solo Suzy.
–Sí, sí –murmuró ella sin mirarlo poniendo una mora sobre cada canapé.
Él no pudo resistir la tentación de tomarle el pelo un poco más. Se puso detrás de ella y se inclinó para acercarle la boca al oído.
–Si alguna vez puedo hacer algo por ti…
Ella se apartó de un salto, mirándolo con los ojos entrecerrados.
–¿Como qué? ¿Fregarme los platos? ¿O tenías algo más íntimo en mente?
Él se puso la chaqueta, entre risas.
–Lo que necesites –le dijo mientras se dirigía hacia la puerta–. Dame una voz y seré todo tuyo.
Solo había una pequeña luz iluminando el pequeño callejón donde la furgoneta del servicio de restauración estaba aparcada.
–¿Crees que los rumores de que es homosexual son ciertos? –le preguntó Renee a Suzy.
Suzy, que estaba dejando la última caja en la furgoneta, recordó su sugestiva despedida; pero no dijo nada al respecto.
–Probablemente.
Renee entrecerró los ojos, después, emitió un suspiro.
–Bueno, yo no lo creo. No parece homosexual. ¿Has visto sus ojos? Tienen el mismo tono azul que los de Paul Newman. Además, es realmente atractivo. Seguro que el sexo con él es explosivo.
Suzy agarró la puerta y se echó para atrás, empujando a Renee para que ella también retrocediera.
–Pensé que tu relación con Rusty era exclusiva.
Renee le contestó a la defensiva.
–Claro que lo es, pero mirar no hace daño a nadie.
Suzy cerró las puertas traseras con más fuerza de la necesaria.
–Sí, eso ya lo he oído antes –murmuró–. Pero de los labios de un hombre con carmín en el cuello de la camisa.
Suzy vio la mirada dolida de Renee y enseguida se arrepintió de lo que había dicho.
–No me hagas caso. Solo estoy cansada –dijo echándole un brazo sobre los hombros a su empleada.
Los hombros de Renee cayeron de forma pesada bajo el brazo de Suzy.
–Yo también. ¿Quieres que te siga hasta casa y te ayude a descargar?
–No. Lo dejaré todo en la furgoneta hasta mañana.
–¿Seguro?
Suzy le dio un abrazo y, después, un cariñoso empujón hacia el aparcamiento.
–Sí, seguro. Ahora, lárgate. Y dale a Rusty un beso de mi parte.
Renee levantó un brazo a modo de despedida.
–Buenas noches.
–Buenas noches.
Suzy esperó hasta que vio a Renee subirse al coche; después, se dirigió hacia el lado del conductor de la furgoneta deseando llegar a su casa lo antes posible.
Servir un evento de ese tamaño e importancia era agotador física y mentalmente y le llevaba días recuperarse del todo. Desgraciadamente, no tenía días. Al día siguiente, servía una comida en el club de golf. Aunque, por la hora, sería más apropiado decir que el trabajo era para aquel mismo día.
Suzy introdujo la llave en la cerradura y se quedó helada cuando vio que una sombra se acercaba a ella, bloqueando la luz de seguridad. Se insultó en silencio por no haber pedido a alguien de seguridad que la acompañara. Empuñó las llaves como si tuviera un arma y se dio la vuelta.
La figura oscura se paró en seco y levantó los brazos.
–¿Esa cosa está cargada?
Aunque la cara del hombre seguía en la oscuridad, Suzy reconoció la voz del gobernador. Estaba furiosa con él por haberla asustado de aquella manera.
–¿Estás loco? ¿Crees que te puedes acercar a una persona de esa manera? Un día te podría matar alguien –le advirtió mientras abría la puerta.
Él bajó las manos con una sonrisa.
–¿Me echarías de menos?
Ella no le contestó y él la sujetó por el hombro antes de que pudiera entrar en la furgoneta.
–Yo te echaría de menos a ti.
Su voz tenue sonó ronca y pareció sincera.
Ella se soltó con furia y se volvió para mirarlo.
–Si ni siquiera me conoces.
Él apoyó una mano en la parte de arriba de la puerta y le dedicó una sonrisa.
–No, pero me gustaría. ¿Quieres cenar conmigo?
–Ya he comido.
–¿Una copa entonces?
–No tengo sed.
Él se acercó a la puerta y se inclinó más sobre ella.
–Entonces, podemos prescindir de los preliminares –le dijo con una voz que podría haber derretido el candado de un cinturón de seguridad– e irnos directamente a la cama. ¿En tu casa o en la mía?
Suzy le puso una mano sobre el pecho para impedir que se acercara más.
–En ningún sitio –le dio un empujón enfadada–. Ahora, lárgate, Romeo, antes de que empiece a gritar y todos los policías de Austin aparezcan por aquí.
Para su sorpresa, en lugar de enfadarse como ella había sospechado o utilizar más fuerza para avasallarla, él dejó caer la cabeza hacia atrás y soltó una sonora carcajada. Entonces, antes de que ella pudiera apartarse, él le dio un beso en la mejilla.
–Me gustas, Suzy.
Con una media sonrisa, ella se frotó la mejilla con el dorso de la mano.
–Ya. Le pasa a la mayoría de los hombres.
Él dio un paso hacia atrás y se metió las manos en los bolsillos.
–Me gustaría verte de nuevo.
Ella aprovechó para cerrar la puerta de un portazo.
–No, si yo te veo a ti primero –murmuró, mientras introducía la llave en el contacto. Arrancó el coche, metió la primera y se largó a toda velocidad.
Al llegar a la calle principal, bajó la ventanilla de la furgoneta… y habría jurado que la risa del gobernador todavía retumbaba en el silencio de la noche.
Gil estaba de pie frente a la ventana de su oficina en la mansión del gobernador, con los brazos cruzados sobre el pecho, mirando hacia el suelo. Aunque los rayos del ocaso iluminaban unos rosales preciosos, él no veía otra cosa que la cara enfadada de una rubia de lengua afilada vestida de manera extravagante.
Durante toda la semana, las imágenes de la cocinera que conoció en la fiesta del sábado habían inundado su mente impidiéndole hacer nada ni concentrarse en otra cosa que no fuera ella. Eso le resultaba bastante extraño porque no recordaba ni a una sola mujer en su vida que hubiera dominado sus pensamientos de tal manera.
No es que no hubiera conocido a suficientes mujeres, reconoció para sí mismo, pero nunca había conocido a ninguna como Suzy.
Solo Suzy.
Una sonrisa se dibujó en sus labios al recordarla al lado de la furgoneta con aquellas ridículas zapatillas de plataforma rosas y aquellos pantalones de leopardo, y apuntándolo con un manojo de llaves. Probablemente, las habría utilizado, si él no hubiera hablado revelando su identidad. Una bruja, pensó admirando en silencio su arrojo.
–¿Gil? ¿Me estás escuchando?
Sorprendido, miró a su secretaria y le ofreció una sonrisa de disculpa.
–Lo siento, Mary. Tenía la cabeza en otro sitio.
Ella cerró la agenda con un ruido seco y se levantó.
–No me extraña. Has estado trabajando al límite desde el nombramiento. Necesitas unas vacaciones. ¿Por qué no te vas al rancho un par de días y te relajas?