Una noche con el jeque - Penny Jordan - E-Book

Una noche con el jeque E-Book

Penny Jordan

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Beschreibung

Un sola noche jamás sería suficiente... La atracción entre el jeque Xavier Al Agir y Mariella Sutton surgió de manera instantánea y arrolladora. Pero para Mariella aquel hombre era terreno peligroso. Xavier no tenía la menor intención de dejar de ser soltero... pero cuando aquella tormenta los dejó a solas en el desierto, la pasión se apoderó de ellos... Una noche que jamás podrían olvidar. Y ella, que siempre había soñado con tener un hijo, ideó un plan para hacer que aquella noche no fuera la única y así poder quedarse embarazada de él...

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Seitenzahl: 163

Veröffentlichungsjahr: 2013

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2003 Penny Jordan. Todos los derechos reservados.

UNA NOCHE CON EL JEQUE, Nº 1456 - marzo 2013

Título original: One Night with the Sheikh

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2003

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-2710-3

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Prólogo

No te vas a olvidar de mamá mientras está trabajando, ¿verdad, preciosa?

Mariella observó a Tanya, su hermanastra, mientras le daba con lágrimas en los ojos a su hija de cuatro años.

–Sé que no hay nadie mejor para cuidar a Fleur que tú, Ella. Al fin y al cabo, te convertiste en mi madre cuando papá y mamá murieron –dijo Tanya con tristeza–. Ojalá tuviera un trabajo que no me obligara a estar tanto tiempo fuera, pero estas seis semanas en el crucero suponen mucho dinero y no he podido decir que no. Sí, ya sé que estás dispuestas a mantenernos a las dos, pero no quiero que lo hagas –añadió antes de que a Mariella le diera tiempo de decir nada–. ¡Además, el que tendría que pagar los gastos de Fleur es su padre y no tú! ¿Qué vería yo en ese canalla? Mi maravillosa fantasía de un jeque árabe se convirtió en una terrible pesadilla…

Mariella dejó que su hermanastra aireara sus sentimientos sin comentar nada porque sabía lo destrozada y dolida que se sentía Tanya desde que su pareja la había abandonado.

–No hace falta que trabajes, Tanya –le dijo con cariño–. Yo gano suficiente dinero para las tres y la casa es muy grande.

–Oh, Mariella, ya lo sé. Sé que te quitarías la comida de la boca para darnos de comer a la niña y a mí, pero esa no es la cuestión. Ya has hecho suficiente por mí. Llevas ocupándote de mí desde que murieron papá y mamá. Tú solo tenías dieciocho años, tres años menos de los que tengo yo ahora. Pobre papá, quiso dárnoslo todo en vida y no se dio cuenta de que, si alguna vez le pasaba algo, como ocurrió, nos íbamos a quedar en una situación apurada.

Las hermanas se miraron en silencio.

Ambas habían heredado la delicada estructura ósea de su madre y su óvalo de cara, además de su pelo rubio rojizo.

Lo que las diferenciaba era que Tanya era alta y de ojos castaños, como su padre, y Mariella tenía los ojos azul turquesa, como el hombre que la había abandonado al año de nacer porque las responsabilidades del matrimonio y la paternidad eran demasiado para él.

–No es justo –había protestado Tanya en tono de broma al anunciarle a Mariella que no iba a ir a la universidad, sino que se iba a dedicar a cantar y a bailar–. Si yo tuviera tus ojos, me aprovecharía de ellos para conseguir los papeles que quisiera.

Mariella admiraba a su hermanastra por lo que iba a hacer, aunque se preguntaba cómo iba a llevar estar separada de su hija durante seis semanas.

Aunque fueran diferentes en muchas cosas, en lo que sí se parecían era en el profundo amor que sentían por la pequeña Fleur.

–Llamaré todos los días –prometió Tanya–. Quiero saber todo lo que haga, Ella. Todo, hasta el detalle más insignificante. Oh, Ella… me siento tan culpable… Sé lo que tú sufriste de pequeña porque tu padre no estaba, porque te había abandonado… También sé la suerte que yo tuve de tener a papá y a mamá y, por supuesto a ti. Y ahora mi pobre Fleur…

–Ya ha llegado el taxi –dijo Mariella abrazando a su hermana y secándole las lágrimas.

–¡Ella! Te he conseguido el mejor trabajo que te puedas imaginar.

Al reconocer la voz de su agente, Mariella se cambió a Fleur de brazo.

–Caballos de carreras –añadió mientras la niña le sonreía al biberón–. El dueño tiene muchos y hasta un hipódromo en su país. Es un miembro de la familia real de Zuran y parece ser que ha oído hablar de ti por el trabajo aquel de Kentucky. Quiere que vayas para allá, con todos los gastos pagados por supuesto, para hablar del proyecto. ¿Qué es ese ruido, Ella?

–Es Fleur, que se está tomando el biberón –contestó Mariella riendo–. Suena muy bien, pero estoy hasta arriba de trabajo y la verdad no me parece buena idea. Para empezar, porque tengo que cuidar a la hija de mi hermana durante un mes y medio.

–Ningún problema. Seguro que al príncipe Sayid no le importará que te la lleves. Febrero es el mes perfecto para ir allí porque es cuando mejor tiempo hace. Ella, no puedes decir que no. Confieso que la comisión que yo me llevaría es para que se me haga la boca agua –admitió Kate.

–Ah, así que es por eso, ¿eh? –rio Ella.

Había empezado a pintar retratos de animales casi por casualidad. Pintaba por afición y hacía retratos de las mascotas de sus amigos, pero, poco a poco, se había dado a conocer y, entonces, había decidido ganarse así la vida.

Y lo había conseguido. De hecho, ganaba mucho dinero y vivía muy bien.

–Me encantaría ir, Kate –contestó sinceramente–, pero ahora mismo mi prioridad es Fleur…

–No me des un no rotundo –suplicó Kate–. Ya te he dicho que la niña podría ir contigo. No es un viaje de trabajo, es solo para que os conozcáis. Solo sería una semana… Y no me vengas con que la niña podría ponerse enferma. ¡Zuran es conocido por tener a los mejores médicos del mundo!

Tras terminar de hablar con Kate, Ella miró por el ventanal de su casa y observó el maravilloso paisaje.

Llevaba lloviendo toda la semana, pero había parado un poco, así que decidió salir a dar un paseo con Fleur.

Tumbó a su sobrina en el cochecito clásico que le había comprado cuando había nacido.

–¡Cualquiera diría que tienes veintiocho años! –se había burlado Tanya al ver el cochecito.

Sí, era cierto que era muy conservadora en sus gustos. Tal vez, por influencia de haberse visto abandonada por su padre y sobreprotegida por su madre, que había quedado destrozada.

Aquello la había hecho una mujer muy fuerte e independiente que no estaba dispuesta a enamorarse locamente jamás. En eso, no quería parecerse a su madre.

¡Tal y como había quedado patente con Tanya, la historia podía repetirse!

Al tapar a Fleur con las sabanitas, rozó un papel. Lo sacó del cochecito y vio que se trataba de una carta.

Leyó la dirección.

Jeque Xavier Al Agir

24 Quaffire Beach Road

Zuran City

Con cierto sentimiento de culpabilidad, leyó la primera línea.

Nos has destrozado la vida a mí y a Fleur y te odiaré siempre por ello.

Obviamente, era una carta que Tanya había escrito al padre de su hija y que no había enviado.

Su hermanastra no hablaba mucho de él. De hecho, lo único que sabía Ella era que se trataba de un hombre muy rico de origen árabe.

¡Y ahora descubría que vivía en Zuran! Frunció el ceño y se quedó pensativa. Sabía que no tenía ningún derecho a entrometerse, pero…

¿Se estaría entrometiendo o solo arreglando las cosas? ¿Cuántas veces a lo largo de su vida había querido tener la oportunidad de ver a su padre biológico para echarle en cara cómo se había portado con ella?

Ahora, había muerto y ya no podía hacerlo, pero sí le podía pedir cuentas al padre de la hija de Tanya. ¡Qué gran satisfacción poder decirle a la cara la opinión que le merecía!

Le dio un beso a Fleur y se apresuró a llamar a su agente.

Capítulo 1

Mientras Mariella recogía su equipaje y buscaban la salida, decidió que Zuran tenía el aeropuerto más limpio del mundo.

Además, Kate tenía razón. Desde luego, el príncipe Sayid no había reparado en gastos. Habían viajado en primera y a la pequeña Fleur la habían tratado como si fuera una princesa.

Habían quedado en que las irían a recoger para llevarlas al Beach Club Resort, donde se iban a alojar en un lujoso bungalow. Gracias también al príncipe, Fleur ya tenía su pasaporte.

Mariella miró a su alrededor buscando a alguien con un cartel que llevara su nombre. De repente, notó un silencio sepulcral a su espalda y se giró.

Un séquito de hombres se acababa de abrir en dos filas y por el centro avanzaba un hombre muy alto hacia ella.

Mariella observó que tenía perfil patricio y arrogante. Solo podía tratarse de un hombre acostumbrado a mandar.

Instintivamente, no le cayó bien. Aun así, tuvo que reconocerse a sí misma que era el epítome de la masculinidad y que su presencia le había hecho tener ideas eróticas muy a su pesar.

Fleur eligió aquel momento para emitir un agudo grito que hizo que el hombre se girara hacia ellas. Al hacerlo, sus ojos se encontraron y Mariella sintió un escalofrío por la espalda.

La miró intensamente, como si la estuviera desnudando. No le estaba quitando con los ojos la ropa, sino la piel, y Mariella sintió una inmensa furia.

El desconocido se quedó mirándola a los ojos con desprecio y ella le devolvió la misma mirada.

Fleur volvió a gritar y el hombre se fijó en ella. Se quedó mirándola y volvió a mirar a Mariella todavía con más desprecio.

¿Pero quién se creía aquel tipo para mirarla así? ¿Habría mirado su padre a su madre así antes de abandonarla?

Tan rápidamente como había llegado, el grupo de hombres desapareció y Mariella encontró al chófer, que la estaba esperando y que la llevó al bungalow en una limusina con un estupendo aire acondicionado.

Tal y como pudo comprobar Mariella, el Beach Club Resort era un hotel de cinco estrellas maravilloso.

Después de deshacer el equipaje, había paseado por sus instalaciones durante un par de horas y había quedado realmente satisfecha.

Su bungalow tenía dos habitaciones, baño, cocina, salón y patio privado. En el baño, había todo lo necesario no solo para ella sino para la niña y, además, le habían dejado una nota del chef del hotel ofreciéndose a preparar comida ecológica para Fleur.

Una maravilla.

Llamó a Tanya y estuvieron hablando un rato, pero su hermana tuvo que dejarla de repente, pues empezaba su espectáculo.

Mariella se sintió culpable porque no le había dicho lo que pensaba decirle al padre de su hija. Tanya se había acostado con él porque creía que la quería y que tenían un futuro juntos por delante y había sido muy injusto cómo se lo había pagado él.

A la mañana siguiente, después de desayunar estupendamente, llegó un fax en el que el príncipe se disculpaba porque le había surgido un repentino viaje y tenía que ausentarse y en el que le pedía que lo esperara unos días disfrutando del hotel.

Mientras le ponía crema a Fleur, Mariella decidió que aquellos días le irían muy bien para encontrar al padre de la pequeña. ¡Al fin y al cabo, tenía su dirección! Solo tenía que pedir un taxi y presentarse allí.

Kate tenía razón. El tiempo en Zuran en febrero era perfecto. Ataviada con un pantalón de lino blanco y una camisa del mismo color, salió a la calle.

–Tardaremos tres cuartos de hora –sonrió el taxista cuando le mostró la dirección a la que quería ir–. ¿Tiene usted negocios con el jeque?

–Más o menos –contestó Mariella.

–Es un hombre muy conocido y respetado por su tribu. Lo admiran por cómo ha defendido su derecho a vivir con arreglo a sus tradiciones. Aunque es un empresario de mucho éxito, prefiere seguir viviendo en el desierto de manera sencilla, como siempre ha hecho su pueblo. Es un buen hombre.

Mariella pensó que la imagen que le estaba pintando el taxista no tenía nada que ver con la que ella tenía del padre de Fleur.

Tanya lo había conocido en una discoteca. A Mariella nunca le había hecho gracia que bailara allí, pues la mayoría de los clientes eran hombres que veían a las bailarinas como objetos sexuales.

En el año que habían estado juntos, Tanya nunca le había comentado que al jeque le gustara descansar en el desierto. De hecho, la impresión que a ella le había dado era que era un playboy.

Al cabo de cuarenta minutos, llegaron a una imponente mansión blanca. Había unas verjas enormes que no les permitían entrar, pero un guarda salió a recibirlos y Mariella le dijo que quería ver al jeque.

–Lo siento, está en el oasis –le informó el guarda.

Mariella no había contado con aquella posibilidad…

–¿Quiere dejarle un mensaje?

¡Mariella contestó que no porque el mensaje que tenía para el jeque quería dárselo cara a cara!

Dio las gracias al guarda y le indicó al taxista que la volviera a llevar al hotel.

–Si quiere, le puedo buscar a alguien que la lleve al oasis –contestó el hombre.

–¿Sabe llegar?

–Claro, pero va a necesitar un todoterreno.

–¿Podría ir conduciendo yo?

–Sí, por supuesto. Es un trayecto de unas dos o tres horas. ¿Quiere que le indique cómo llegar?

–Sí, por favor –contestó Mariella encantada.

Mariella comprobó metódicamente lo que había separado para llevarse al oasis.

El personal del hotel le había asegurado que adentrarse en el desierto era seguro y le había proporcionado una silla para Fleur, además de comida por si no quería parar por el camino.

Como todo en el Beach Club, el todoterreno que le proporcionaron estaba inmaculado e incluso tenía teléfono móvil.

La carretera que llevaba al desierto estaba perfectamente indicada y resultó ser una ruta bien asfaltada, así que Mariella se sintió pronto segura y confiada.

El oasis en el que vivía el jeque estaba en la cordillera Agir y allí estaba llegando cuando se dio cuenta de que la ligera brisa que hacía cuando había salido del hotel se había convertido en viento.

Había abandonado ya la carretera principal y había tomado un camino más estrecho. La arena del desierto era tan fina que, a pesar de llevar todo bien cerrado, se le colaba en el interior del vehículo.

Se alegró de llegar al poblado de beduinos marcado en el mapa y decidió que pararía a comer al cabo de media hora en el local que le habían indicado en el hotel. A las dos, empezó a preguntarse por qué estaba tardando tanto en llegar. Se suponía que tenía que haber llegado a la una, pero no había encontrado rastro del lugar.

Al subir una inmensa duna y ver que al otro lado no había más que más arena, sintió pánico.

Decidió llamar por teléfono, pero cuál no sería su sorpresa al comprobar que ni el móvil del coche ni el suyo funcionaban.

El cielo se había oscurecido por efecto de la arena y el viento golpeaba con fuerza el coche. Para colmo, Fleur empezó a llorar. Debía de tener hambre y había que cambiarla.

Mientras se preguntaba qué había hecho mal, le dio el biberón y se dio cuenta de que ella no tenía hambre en absoluto.

Era imposible que se hubiera perdido porque el coche tenía brújula y había seguido a pies juntillas las direcciones que le habían dado.

Justo cuando estaba empezando a ponerse nerviosa de verdad, vio una caravana de camellos. El conductor le explicó que se había pasado el desvío del oasis porque, con el viento, no lo había visto.

Para su sorpresa, le informó de que habían dado orden a los turistas de que abandonaran el desierto y volvieran a la ciudad porque se esperaba que las condiciones climatológicas empeoraran.

Como estaba tan cerca, sin embargo, le indicó que lo mejor que podía hacer era correr a refugiarse en el oasis. Le dijo cómo tenía que llegar y la dejó a su suerte.

Mariella condujo entre las dunas durante horas hasta que consiguió vislumbrar su destino en el horizonte.

El oasis estaba ubicado en un lugar escarpado en el que se le hacía imposible imaginar al padre de Fleur. ¿Sería su residencia de allí tan palaciega como la de Zuran?

Al llegar, se dio cuenta de que era un lugar solitario. Tan solitario que… ¡No había una casa por ninguna parte!

Solo había una jaima. ¿Se habría vuelto a perder?

Fleur estaba llorando de nuevo, así que decidió parar. Había otro vehículo y paró junto a él. Mientras paraba el motor, vio que salía un hombre de la jaima.

Avanzó hacia ella; debido al viento, su túnica se ciñó a su cuerpo, fuerte y musculoso. Mariella no pudo evitar desearlo.

Al reconocerlo, sin embargo, sintió náuseas.

¡Era el hombre del aeropuerto!

Capítulo 2

En un abrir y cerrar de ojos, le había abierto la puerta del todoterreno.

–¿Quién diablos es usted? –le espetó mirándola con el mismo desprecio que en el aeropuerto.

–Busco al jeque Xavier Al Agir –contestó Mariella mirándolo exactamente igual.

–¿Cómo? ¿Para qué lo busca?

Aquel hombre era rudo hasta rayar en la mala educación. Claro que, después de lo que había visto ya de él, no era de extrañar.

–¡Eso no es asunto suyo! –contestó Mariella con enfado.

Fleur cada vez lloraba con más fuerza.

–¿Cómo se le ocurre traer a un bebé aquí? –apuntó el hombre mirando a la niña con incredulidad.

Se lo había dicho en un tono tan disgustado y furioso, que Mariella sintió que iba a explotar de un momento a otro.

–¿No ha oído la previsión del tiempo o qué? Han dicho bien claro que quedaba prohibido a los turistas venir a esta zona por el peligro de tormentas de arena.

Mariella recordó que había apagado la radio para poner las cintas de música preferidas de Fleur y cantar con ella.

–Perdón si llego en un mal momento –contestó con sarcasmo–. ¿Le importaría decirme cómo puedo llegar al oasis Istafan?

–Esta usted en el oasis Istafan –contestó el hombre con frialdad.

«¿Ah, sí? ¿Dónde?», se preguntó Mariella.

–Quiero ver al jeque Xavier Al Agir –insistió recobrando la compostura–. ¿Está aquí?

–¿Para qué quiere verlo?

–No es asunto suyo –le repitió enfadada.

¿Cómo iba a salir de aquel desierto e iba a volver a la comodidad del bungalow? ¿Y qué hacía un jeque tan rico en un lugar tan horrible con aquel hombre tan… tan arrogante?

–Me temo que todo lo que tenga que ver con Xavier es asunto mío –contestó el hombre entre dientes.

Mariella se dio cuenta de que tenía ante sí al mismísimo jeque. Lo miró bien y tragó saliva.

–Usted… usted… no puede ser el jeque –acertó a decir.

¿Aquel hombre había sido la pareja de su hermana y era, por tanto, el padre de Fleur?

–Es usted, ¿verdad? –sentenció.

La única respuesta que obtuvo fue una irónica inclinación de cabeza, pero fue suficiente.

Mariella se giró y tomó a la niña en brazos.

–Esta es Fleur, la hija que se ha negado a reconocer y mantener –le espetó.

Al instante, se dio cuenta de que lo había sorprendido, aunque hubiera conseguido controlar bien su reacción.