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Julia 991 La camarera Joleen Wheeler había estado soñando durante años con la llegada de un príncipe que pidiera el plato especial y la raptara. Por eso cuando un rico político se fijó en ella, creyó que su sueño de Cenicienta se había hecho realidad. Pero Joleen no estaba enamorada. Entonces conoció al hermano de su casi novio, Jake Landon, que era exactamente lo contrario de él: duro, arrogante, la oveja negra de la familia. Era todo lo que su mente le decía que no debía desear, pero su corazón gritaba lo contrario. ¿Por qué tenía que atraerle el hermano equivocado?
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Seitenzahl: 196
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos 8B
Planta 18
28036 Madrid
© 1998 Elizabeth Harbison
© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Una novia y dos hermanos, JULIA 991 - mayo 2023
Título original: TWO BROTHERS AND A BRIDe
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788411418980
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Si te ha gustado este libro…
VEINTINUEVE años ya en este pueblo…
—Treinta, cumplí treinta el mes pasado.
—Vale, treinta años, pero por fin te vas de aquí, Joleen. Cariño, tu vida va a cambiar. Esto es lo que tu madre siempre quiso para ti. Estoy tan feliz que podría echarme a llorar. ¡Te casas con Carl Landon! ¡Amiga, nunca volverás a trabajar!
Joleen Wheeler se enjugó una lágrima de la mejilla con el dorso de la mano.
—Marge, nunca he dicho que fuera a casarme con él —argumentó aferrándose a esa idea como a un salvavidas sin saber bien por qué—. De hecho, ni siquiera estoy segura de que sea una buena idea el que me vaya a Dallas una temporada.
Joleen apretó los labios. Sabía que tanto Marge como las otras chicas del Hometown Diner la creían loca por dudar en abandonar aquel infierno grasiento y humeante que te dejaba tal olor a hamburguesa que había que ducharse todas las noches para quitárselo.
Marge tomó a Joleen por los hombros y la sacudió para que la mirara. La fragancia a perfume de lavanda de Marge se mezcló con el olor a cebolla del local. Era un olor tan familiar que casi se le saltaron las lágrimas.
—Jo, cariño, escúchame. Cuando murió tu madre su último deseo fue que no te quedaras en este local insignificante de este pueblo insignificante para el resto de tu vida —aseguró Marge con vehemencia. La madre de Joleen siempre había querido dejar de servir mesas, pero había muerto antes de tener la oportunidad de hacerlo. Los ojos azules y llorosos de Marge resultaban más conmovedores que nunca—. La gente se queda aquí, atrapada en Alvira, y nunca consigue salir. Ésta es la oportunidad de tu vida. No la eches a perder por culpa de una estúpida idea sobre el amor.
Joleen rió irónica y acarició la mejilla de la amiga más íntima de su madre.
—Marge, nunca he pensado que estar enamorada del hombre con el que te cases sea una gran idea.
Marge bufó y levantó el mentón.
—Debe de serlo cuando te impide casarte con un magnate del petróleo.
—Tampoco he dicho que no fuera a casarme con él —respondió mientras se dirigía hacia la máquina tocadiscos—, sólo he dicho que necesitaba más tiempo para asegurarme de que lo que siento es amor y no otra cosa.
Como por ejemplo desesperación, continuó Joleen la frase en silencio apartando de inmediato esa idea de su cabeza.
—Sea lo que sea, merece la pena.
—Ya veremos —comentó metiéndose la mano en el bolsillo para sacar una moneda y encontrando en su lugar el anillo de diamantes y zafiros que Carl le había regalado como muestra de su afecto—. Es que, sabes, esa insistencia en que me mude a su rancho de Dallas a pasar el verano para que vea lo bien que me siento siendo una Landon me pone un poco nerviosa.
Incapaz de encontrar una moneda, Joleen apretó el botón B3 y dio un golpe a la máquina, que de inmediato empezó a tocar Crazy, de Patsy Cline.
—¿Y cómo puede ponerte nerviosa la idea de pasar el verano en una casa enorme con aire acondicionado? —preguntó Marge incrédula.
—Por Dios, no es el aire acondicionado lo que me pone nerviosa —contestó Jo recogiéndose el pelo de la nuca para dejarlo caer en cascada—. Lo que me inquieta es eso de ser una «Landon». No estoy segura de poder dar la talla, son tan diferentes de nosotros.
—Cariño, sólo lo que los rodea es diferente. Los Landon comen, beben y van al baño como todo el mundo.
—No estoy muy segura —rió Joleen.
—Bueno —Marge se encogió de hombros—, si tienen uno de esos bidettes aprenderás a usarlo como una reina.
—Creo que se llama bidé —comentó Joleen—, no estoy segura. ¡Oh, Marge! ¿Qué ocurrirá si rebosa el agua y tengo que pedir ayuda pero no sé ni cómo se llama?
—Joleen, no trates de hacer de eso un problema. Lo harás bien.
—Me gustaría tener la confianza que tienes tú.
Marge la miró en silencio durante unos minutos y luego añadió:
—Querida, puedes hacer cualquier cosa que te propongas en esta vida.
Joleen no estaba muy segura de a qué se refería, pero antes de que pudiera contestar la campana de la puerta sonó. Ambas se volvieron para ver quién entraba, y Joleen se alisó automáticamente la falda.
Un hombre alto, de unos treinta y tantos años, de pelo castaño oscuro y ojos claros entró con aire de turista despistado. Jo no pudo apartar los ojos de él. Llevaba unos vaqueros desteñidos que le sentaban tan bien que el mismo Levi Strauss hubiera llorado conmovido. Su camisa blanca de algodón era de calidad, pero la llevaba remangada con tanta naturalidad como si fuera una camiseta. Le tiraba ligeramente de los hombros, sugiriendo un cuerpo musculoso. La piel de los brazos y escote, sin abrochar, estaba bronceada. Hasta las arrugas provocadas por la sonrisa alrededor de los ojos y de la boca, sensual y curvada, resultaban atractivas. Cualquier mujer hubiera odiado tener esas líneas, pero en un hombre eran como trofeos de los que enorgullecerse.
Joleen se dio cuenta de que estaba conteniendo el aliento, de modo que dejó que el aire escapara despacio. Se sentía como una colegiala embobada. Todos sus miedos al matrimonio, que tanto había tratado de ignorar, renacieron con fuerza. Aquél era el hombre que el destino le mandaba mientras trataba de convencerse de que estaba enamorada de Carl: un Adonis del oeste, el típico tipo de Marlboro pero sin el cigarrillo. Tenía que ser un espejismo.
El hombre miró primero a su espalda, hacia la puerta, luego a Marge, y por último a Joleen. Sus ojos permanecieron fijos sobre ella sosteniendo su mirada como un hipnotizador de circo. Los segundos pasaron, sobrepasaron el límite de tiempo que podría durar una curiosidad natural hasta llegar al punto en el que podría decirse que la invitaba a unirse a él con la mirada. Pero Joleen no era de ese tipo de chicas, por lo general.
Sin embargo, por un momento, imaginó ser una de ellas. Hasta que su mente la obligó a desechar la idea. Aquello no era el destino, no era amor a primera vista, era simplemente una reacción normal, si bien exagerada, ante el matrimonio. Si hubiera sido Hank, el barbero, quien hubiera entrado, habría experimentado lo mismo. Bueno, quizá no exactamente lo mismo, recapacitó Joleen.
Fue Marge quien rompió el silencio.
—¿Tomará el menú especial?
El extraño se volvió hacia Marge. Joleen se sintió como una muñeca de trapo que cayera al suelo, como si hubiera sido sólo su mirada la que la hubiera estado sosteniendo.
—Estoy buscando a Julie Wheeler —dijo en un tono de voz masculino terminando la frase con una entonación interrogativa y volviendo la vista otra vez hacia Joleen.
—Jo… —comenzó a decir Joleen, callando al sentir que Marge le daba un codazo.
—¿Y qué es exactamente lo que quiere usted de esa Julie Wheeler? —preguntó Marge cruzándose de brazos, acostumbrada a rechazar tanto a pretendientes como a acreedores.
El extraño levantó una ceja ligeramente, como si aquello le hiciera gracia.
—Llevarla a casa —contestó apretando sospechosamente las comisuras de los atractivos labios.
Joleen se habría reído si no hubiera tenido un nudo en la garganta. Conocía a ese hombre, se dijo, estaba segura de conocerlo de algo. Nunca había sentido ese tipo de familiaridad antes, y no sabía a qué se debía.
—Lo siento, pero aquí no hay ninguna Julie Wheeler —comenzó a decir ignorando el temor que se reflejaba en el rostro de Marge, que parecía creer que la iban a abducir unos extraterrestres—, pero…
Marge volvió a darle otro codazo pero más fuerte, y Joleen calló. El extraño relajó la expresión ceñuda y el aire de turista despistado desapareció.
—Pensé que tenía que haber un error —dijo riendo y sacudiendo la cabeza mientras se sacaba un trozo de papel del bolsillo de los vaqueros—. Éste no me parece el típico lugar al que entraría Carl.
—¿Carl? —se apresuró a preguntar Joleen con el corazón acelerado.
Era imposible, se dijo, que aquel chico con el que casi había imaginado gozar del sexo fuera amigo de Carl. No podía tener tan mala suerte.
—Carl Landon —añadió él.
Joleen miró el reloj de pared por el rabillo del ojo. Eran las tres y media. Carl tenía que haber llegado hacía media hora y, en realidad, recapacitó, no era propio de él retrasarse.
—¿Le ha ocurrido algo a Carl? —preguntó en un tono de voz demasiado alto.
Quizá sus dudas en cuanto al compromiso o la atracción sexual hacia aquel extraño hubieran echado por tierra su futuro con Carl, se dijo a sí misma supersticiosa. El extraño volvió a arquear las cejas y a mirar a Joleen con cierto escepticismo.
—¿Me equivoco si pienso que ahora sí que conoces a Julie Wheeler?
—La conozco si te refieres a Joleen Wheeler —contestó sarcástica—. Soy yo.
Los ojos del extraño se abrieron en un gesto de verdadera sorpresa, pero luego dijo enseguida: —Discúlpame por mi error, Joleen. Comprendo que te hayas sentido desconcertada al preguntar por Julie.
La excitación sexual de sólo unos momentos antes se apagó como una llama en el agua. Se estaba burlando de ella, pensó Joleen acalorada.
—¿Y qué le ocurre a Carl? —tragó—. Se suponía que tenía que encontrarme aquí con él hace media hora. ¿Es que ha tenido un accidente?
—No, ha tenido que tomar un avión a Monte Carlo esta mañana. Negocios —afirmó sarcástico—. Me pidió que viniera a recogerte para llevarte al rancho, así que… —se encogió de hombros—, aquí estoy. ¿Estás lista?
Joleen se enderezó y clavó los tacones en el suelo.
—¿Y tú quién eres?
—Jake.
—¿Jake?
—El hermano de Carl —sonrió brevemente enseñando una dentadura de un blanco inmaculado idéntica a la de Carl, pero más natural—. No me digas que nunca te ha hablado de mí —añadió sin mostrar sorpresa.
—No —frunció el ceño. ¿Hermano?, se preguntó. El primer extraño por el que sentía atracción tenía que ser precisamente hermano de Carl. Aquello definitivamente era un mal presagio—. Creo que nunca te ha mencionado.
—Pero el Natinonal Intruder sí —intervino Marge—. Sabía que había visto antes esa cara. Tú eres la oveja negra de los Landon, el que se fue al Tibet a unirse a los monjes.
Jake sonrió con ironía.
—Los rumores acerca de mi vida a veces son exagerados, en realidad sólo me quedé a comer.
—No comprendo. ¿Por qué te ha mandado Carl a ti en lugar de decírmelo él mismo?
Jake respiró hondo y se encogió de hombros.
—Es su forma de ser —contestó mirando detrás de ella—. ¿Son ésas tus maletas? —preguntó acercándose.
—Yo puedo llevarlas —se apresuró a contestar Joleen.
—Vale, vale. No pretendía insultarte —se disculpó haciendo un gesto como de rendirse—. Traeré el coche y lo pondré delante de la puerta.
—Tengo coche —afirmó Joleen preguntándose si su viejo trasto sería capaz de llevarla desde Alvira hasta Dallas—. Está allí.
En principio había planeado viajar con Carl. Él había insistido en que usara uno de sus coches cuando estuviera en el rancho, argumentando que no quería arriesgarse a mancharse de aceite. Era comprensible. Sin embargo, se dijo, sería mejor llevárselo que sentarse al lado de Jake Landon o de cualquier otro extraño. Jake miró en la dirección que señalaba Joleen y sacudió la cabeza.
—El camino es largo —comentó.
—Lo sé.
—Y la temperatura va a subir a más de cincuenta grados. ¿Tienes aire acondicionado?
—Sí —contestó Joleen—, basta con bajar todas las ventanas.
Jake se quedó mirándola unos instantes y luego asintió:
—Muy bien, la elección es tuya. Si lo prefieres puedes seguirme.
—Perfecto.
Jake la miró unos instantes más en silencio, esperando quizá que tuviera alguna otra queja, y luego dijo:
—Traeré mi coche aquí delante para que puedas seguirme.
—Ahora salgo —asintió respirando hondo. Se volvió hacia Marge y añadió—: No me gusta nada esto.
—¡Oh, vamos! —la animó Marge—. Sería mejor que fueras con él, sabes que no puedes confiar en tu coche.
—Confío más en mi coche que en… —Joleen iba a decir que confiaba más en el coche que en sí misma, pero sabía que Marge la regañaría, así que terminó—: que en un extraño del que nunca he oído hablar.
—Es el hermano de Carl, ¿qué puede pasar?
Joleen miró a Jake, que salía del local. Sólo vio unos vaqueros ajustados y una camisa que resaltaba sus hombros. No podía ser más sexy, pensó.
—No va a pasar nada —contestó Joleen menos contenta de lo que hubiera querido—. Nada.
Marge puso una mano cariñosa sobre su hombro para animarla.
—Escucha, Jo, dale a Carl una oportunidad. Estás muy tensa. Relájate.
—Es difícil relajarse cuando puedo estar cometiendo el error más grande de mi vida. Dejar mi apartamento fue duro, pero dejar esto… —miró a su alrededor y sonrió—. Sé que no es mucho, pero es todo mi mundo, aparte de los estudios universitarios.
—Y siempre estará aquí si lo necesitas —le aseguró Marge—. Sabes que siempre habrá un trabajo para ti y que puedes venir a mi casa.
Joleen la miró, pero las lágrimas de sus ojos la impedían ver a Marge con claridad.
—Gracias, Marge. Significa mucho para mí.
Marge se sonó la nariz ruidosamente.
—No te hará falta volver, cariño. Vas a salir ahí fuera y a seguir a ese hombre en pos de tu destino.
—Quieres decir…
—Quiero decir ahora. Nunca sabrás qué puede ocurrir si no lo intentas —añadió levantando el mentón, como si no hubiera nada más que discutir—. Y ahora sal ahí fuera y mándame una postal desde Dallas.
«Nunca sabrás qué puede ocurrir si no lo intentas», repitió Joleen en silencio. Era cierto, aunque fuese una frase hecha. Se encogió de hombros y miró afuera.
—Me voy. Haré todo lo que pueda para que esto salga bien.
Jake caminó hasta el Jeep resistiéndose a la tentación de mirar atrás, hacia Joleen Wheeler y hacia el local del que estaba a punto de salir. Era increíble. Si aquello era un sueño era el sueño más surrealista que nunca hubiera tenido.
Joleen le resultaba… ¿qué palabra utilizar?, se preguntó. Familiar. Por alguna extraña razón sentía como si la conociera. Y sabía que Carl la subestimaba, que tenía dentro de sí mucho más fuego del que él creía. Aunque quizá se equivocara, se dijo. No sería la primera vez que se equivocara en un juicio sobre alguien, y tampoco sería la última.
Respiró hondo y se permitió por fin mirar atrás. Las dos mujeres se abrazaban en el dintel de la puerta. Nada más entrar y verla había sentido algo que… Hubiera jurado que Carl la había llamado Julie. La atracción que había sentido era increíble, como en las películas. Tenía una voz que era como el suave timbre de una flauta tocando una nana. Y su perfume tenía el toque de fragancia de una flor que no conseguía identificar. Le atraía igual que una abeja se sentía atraída hacia una flor. Pero no era sólo la voz, ni el rostro, ni la fragancia. Había algo más que le hacía desear tenerla cerca.
Jake se esforzó por desechar esos pensamientos. ¿Por qué ponía tanto interés en definir lo que sentía?, se preguntó. Aquello no le importaba en absoluto, después de todo ella iba al rancho a reunirse con Carl. «¡Demonios!», juró para sus adentros. Por imposible que pareciera iba a casarse con Carl.
El hecho de que Carl fuera capaz de llegar tan lejos en sus aspiraciones políticas por ser gobernador… reflexionó sacudiendo la cabeza. ¿Qué palabra había utilizado su hermano?, se preguntó Jake tratando de recordar. Había dicho que necesitaba a alguien desconocido, a una muchacha guapa a la que poder vestir y moldear para darle la forma que él quisiera.
—Necesito a la típica chica americana, a una chica de un pueblo —había dicho—. Si consigo «rescatar» a una chica de la pobreza me convertiré en el héroe de las clases trabajadoras.
Aquello tenía sentido en la egocéntrica mente de Carl. Las clases trabajadoras no eran precisamente el distrito electoral en el que era más popular, por decirlo con suavidad. Su imagen era la de un magnate del petróleo que había nacido con dinero y que se había esforzado poco por ganarlo. No es que fuera del todo cierto, pero para mucha gente usar el dinero para ganar más a través de intereses y dividendos, por no mencionar el juego, no era lo mismo que trabajar.
Jake paró el coche delante del local y se volvió cuando escuchó el ruido de la campana de la puerta. Joleen salió con una pequeña maleta en la mano y un bolso grande de piel colgado al hombro. Sus ojos no se encontraron, de modo que pudo contemplarla a su antojo.
Estaba bien formada, pensó. Fornida, hubiera dicho su madre en tono despectivo. Nadie la llamaría gorda, pero sí más rellenita de lo que dictaba la moda. Y le sentaba bien. Su aspecto hubiera resultado extraño si hubiera estado tan delgada como las chicas con las que normalmente salía Carl. Con aquel pelo rubio, casi blanco, era la chica perfecta de los años cincuenta. Y sin embargo no era ésa la imagen que daba. Llevaba una falda sencilla y una modesta camisa de manga corta que no resaltaban ni el escote ni las esbeltas piernas. Pero a Jake eso le gustaba. Era mejor dejar algo para la imaginación, reflexionó.
Sin embargo no se dejó llevar por ella en esa ocasión como había hecho nada más verla. Fueran las que fueran las razones por las que Carl quería casarse con ella, Joleen estaba comprometida. Jake no era del tipo de hombres que coquetean con la mujer de otro, por muy guapa que fuera, por muy dulce que fuera la expresión de sus ojos, o por muy sensuales que fueran sus labios.
Lo peor de todo era que Joleen probablemente no sabía dónde se estaba metiendo, no debía de tener ni idea de lo que significaba ser la mujer de Carl Landon. Carl había dicho que ella era una chica con potencial, y Jake sabía a qué se refería. Odiaba esa actitud de su hermano, pero sabía qué era lo que veía en ella. Joleen tenía un rostro bello. No, era algo más que bello, era cautivador, reflexionó. Tenía aquella cualidad indefinible que hacía de algunas mujeres estrellas legendarias de la pantalla: cierto brillo interior que impedía a la gente apartar la vista.
Tenía los ojos azul claro, y las cejas se arqueaban sobre ellos revelando a una persona abierta e inteligente. La nariz recta, sin defectos, y sin esa punta respingona y estrecha por la que tantas chicas de Dallas habían pagado una fortuna. La mandíbula era fuerte, ligeramente redondeada. Probablemente Carl acabara con esa firmeza, pensó.
Era una lástima, se dijo mientras la observaba volverse para saludar por última vez a la mujer del local. Probablemente era una buena persona, pero no tenía ni idea de que sus sueños de Cenicienta iban a conducirla directamente al desastre.
—Estoy lista —anunció Joleen sacándolo de sus pensamientos.
Jake miró el viejo coche. Las llantas estaban casi en el suelo, y el viento mezclaba el olor del aceite del motor con la fragancia dulce a flores del perfume de Joleen.
—¿Estás segura de que no prefieres que te lleve? —preguntó con naturalidad.
Joleen sabía exactamente a dónde quería llegar Jake. Abrió la puerta de su coche y metió la maleta. Luego se volvió hacia él y se encogió de hombros.
—Este coche siempre me lleva a donde quiero ir —dijo mientras el espejo retrovisor se descolgaba de su sitio.
—¿Y sabe que quieres ir a ciento setenta y cinco kilómetros de aquí?
—Es un buen coche, americano —contestó Joleen mientras colocaba el retrovisor en su sitio—. Nunca falla.
—Hay cientos de coches americanos terribles.
Joleen se paró delante de la puerta y lo miró por encima del techo unos instantes. Jake pudo comprobar que se había ruborizado, y de inmediato lamentó haberse burlado.
—He tenido uno o dos problemas con Bessie aquí mismo —añadió ella. ¿Bessie? ¿Qué significaba eso?, se preguntó Jake. De pronto se puso nervioso y dio unos golpecitos sobre el Jeep en medio del silencio— Bueno, estaré detrás de ti por si tienes algún problema —comentó con una ligera sonrisa.
Jake no supo si se estaba burlando o si sólo pretendía asegurarle que todo iría bien. Fuera lo que fuera lo que hubiera querido decir, le gustaba la forma en que lo había hecho. La observó entrar y ponerse el cinturón de seguridad. Tuvo que girar las llaves tres veces antes de que se encendiera el motor. Cuando al fin arrancó, Jake se puso delante de ella y se dirigió hacia la autopista camino de Dallas.
Entonces tuvo la sensación de que el largo camino de asfalto que los esperaba no era nada comparado con el otro camino que se extendía por delante, el camino que iba a decidir el futuro de Joleen y su honor como hermano de Carl. Porque aparte de su madre, que se pasaba la vida en el dormitorio cuidándose una uña del pie que le crecía clavándosele en la carne, y que probablemente no se movería a menos que decidiera irse a Palm Beach, él y Joleen iban a estar solos en el rancho hasta la vuelta de Carl.
ESTÚPIDO coche! —musitó Jo cambiando de marcha y saliendo a la autopista.