El heredero secreto - Elizabeth Harbison - E-Book

El heredero secreto E-Book

ELIZABETH HARBISON

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Beschreibung

Nick Chapman, un camarero de espíritu luchador, despertó con sus tiernos besos la pasión en Megan, y le robó el corazón. Entonces ella supo la verdad: Nick era lord Nicholas Chapman, heredero del conde de Shrafton... y estaba prometido con otra. Con el corazón destrozado, Megan se fue. Y descubrió que tenía dentro de sí un precioso recuerdo de su amor. Con más años y más sabiduría, Megan se dio cuenta de que su hijo debía conocer a su padre. Pero antes de encontrar a Nick, este la encontró a ella. Una vez más, Megan cayó bajo el embrujo poderoso del conde. Pero, ¿qué diría cuando descubriese a su heredero?

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Elizabeth Harbison

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

El heredero secreto, n.º 1253 - marzo 2015

Título original: His Secret Heir

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2002

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6096-4

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

Hola, Megan. Por lo visto, has tenido un niño precioso.

La mujer que había entrado en la habitación tenía el pelo gris y una sonrisa agradable. Megan, una cría de diecinueve años, casi se sintió animada hasta que entendió quién era aquella mujer y por qué estaba en el hospital.

—Usted es la señora Clancy, ¿verdad? Ha venido por lo de la adopción.

—Puedes llamarme Alma —dijo ella, con una sonrisa—. Y sí, he venido para discutir la adopción.

—Ya.

—He visto a tu hijo —siguió Alma Clancy—. Es una hermosura.

Aquellas palabras se clavaron en el corazón de Megan.

—Yo no lo he visto.

—¿No lo has visto?

La joven negó con la cabeza.

—Quería hacerlo, pero si lo hago no podría… —no pudo terminar la frase.

—¿Estás pensándote lo de la adopción? —preguntó Alma entonces, colocando el maletín sobre la cama.

Megan se puso colorada. No podía permitirse el lujo de dudar. Tenía que pensar en el niño.

—No —dijo, sin mirarla.

—Vamos a ver… —murmuró Alma, sacando un papel del maletín—. Aquí dice que el niño es de padre desconocido. ¿Es verdad?

No era verdad en absoluto. Megan llevaba ocho meses pensando en el padre del niño, que se encontraba a cinco mil kilómetros de distancia, en Inglaterra.

Incluso la noche anterior había soñado con Nicholas… y con su hijo. Un niño con el pelo rubio y los ojos azules de su padre, que levantaba el puñito hacia ella.

Pero no lo acarició. No podía hacerlo, ni siquiera en sueños.

Se había despertado sobresaltada, bajo los fluorescentes del hospital. Ni Nicholas, ni el niño… Nadie más que ella. Sola.

«De padre desconocido». Las palabras se habían quedado colgadas en el aire.

Megan apretó los dientes. Nicholas no debía enterarse de la existencia del niño. Pero estuvo a punto de decírselo una vez. Cuando estaba embarazada de dos meses le escribió una carta a la que él no respondió. Y, después de dar a luz, se alegraba. Imaginaba a la poderosa familia Chapman cayendo sobre ella como buitres y llevándose al niño para educarlo con la frialdad que el propio Nicholas había sufrido en su infancia. Y Megan amaba a aquel niño demasiado como para permitir que ese fuera su destino.

—Yo… no estoy segura de quién es el padre.

Alma esperó un momento y después volvió a mirar los papeles.

—Aquí dice que estabas estudiando en Londres el pasado otoño. ¿Conociste a alguien allí?

«¡Sí!», hubiera querido gritar Megan. «Conocí a un chico de una familia aristocrática. Nicholas es el vizconde de Hennington y su padre es el conde de Shrafton. Tienen más poder del que se pueda usted imaginar y tengo mucho miedo de que, si conocen la existencia del niño, me lo arrebaten para tratarlo como a un bastardo. Lo aceptarían porque es de su sangre, pero no lo querrían. Y mi hijo se merece a alguien que lo quiera».

Megan se mordió los labios, pero no pudo evitar las lágrimas. Cuando Alma empezó a acariciar su pelo, se deshizo en sollozos.

—No llores —susurró la mujer—. Estoy aquí para ayudarte.

—¿Y si me quedo con el niño? ¿Podría proteger a mi hijo si la familia de su padre quisiera arrebatármelo?

—Es raro que alguien pueda quitarle la custodia de un niño a una buena madre. Podrían conseguir derechos de visita, pero no quitártelo —dijo Alma, mirándola con sus ojos amables—. Pero si quieres un consejo, las decisiones importantes no deben tomarse por miedo. Debes escuchar a tu corazón.

Después de eso, permanecieron en silencio. Megan miraba hacia la ventana, mientras Alma Clancy miraba a la atribulada joven.

—Quiero quedarme con mi hijo.

La mujer tomó el maletín.

—Entonces, ¿dejamos los papeles de adopción por el momento?

—Sí —contestó Megan, respirando tranquilamente por primera vez en casi un año. Cuando Alma iba a llamar a la enfermera, ella la detuvo—. Espere un momento. Tengo miedo.

De alguna parte llegó entonces el llanto de un niño. Megan se irguió en la cama. Tenía los pechos hinchados y unas gotitas de líquido blanco habían manchado el camisón.

—Dime.

—Todo el mundo dice que no debería quedarme con el niño. Y quizá tengan razón.

Los padres de Megan habían entendido el problema, pero deseaban que terminase su carrera universitaria; una carrera que ni ellos ni sus abuelos habían podido tener. A veces, pensaba que eso era más importante para su familia que para ella misma.

Pero estaba segura de que apoyarían cualquier decisión que tomara sobre el niño.

—¿Y tú qué piensas? —preguntó Alma.

—Creo que sería difícil para el niño crecer sin padre y con una madre que tiene que trabajar. Creo que me he portado como una irresponsable al quedar embarazada y no sé si tengo derecho a quedármelo, por mucho que lo quiera. Y lo quiero mucho, señora Clancy. Pero no sé si debo…

—Dime una cosa. ¿Qué te dice tu corazón ahora mismo?

—Yo… —empezó a decir Megan. Sabía muy bien lo que quería; lo había sabido desde el primer momento. Lo que no sabía era que sería tan fácil tomar una decisión—. Quiero quedarme con mi hijo.

 

 

Capítulo 1

 

Diez años más tarde

 

No podÍa creerlo.

Nicholas Chapman, el conde de Shrafton, miraba el papel como si fuera una condena a muerte.

Le hubiera gustado arrugarlo y tirarlo a la basura, pero no podía hacerlo. Según ese papel, estaba a punto de enfrentarse con la única mujer a la que había amado en toda su vida.

Nada podía ser peor que eso.

Megan Stewart estaría en Londres durante un año para enseñar literatura, decía el papel. En el programa de estudios que él mismo financiaba.

Nicholas no podía imaginar otra cosa que lo hubiera pillado más de sorpresa. Ni un tornado en Londres, ni un monstruo en el Támesis, ni un ataque aéreo en Escocia. Para todo ello tendría solución.

Pero Megan Stewart de nuevo en su vida… Estaba condenado.

Jamás se le habría ocurrido que volvería a verla. Y no estaba preparado.

Pero no eran remordimientos. Sabía que dar por terminada la relación había sido lo mejor. El error fue sentir demasiado por ella sabiendo que no podían casarse.

El intercomunicador sonó en ese momento y Nicholas se sobresaltó.

—Dime, Mónica.

—Su ex mujer está al teléfono.

Él apretó los dientes. Cuando las cosas van mal…

—Ahora no —murmuró, pasándose la mano por el cabello, de color rubio oscuro—. Dile que he salido.

—Sí, señor.

Lo último que necesitaba en ese momento era alguien que le recordase su corto y desgraciado matrimonio. Pero era imposible pensar en Megan sin recordar su matrimonio.

Sus pensamientos volvieron al problema que le planteaba la presencia de Megan Stewart. ¿Era demasiado tarde para anular su contrato? Nicholas miró el calendario que tenía sobre la mesa. Por supuesto que era demasiado tarde. Aquella misma tarde tendría lugar la presentación de profesores porque las clases empezaban el lunes… y ella ya estaba en Londres.

Nervioso, se acercó a la ventana. Las gotas de lluvia rodaban por el cristal como lágrimas. Las lágrimas de Megan, que nunca olvidaría.

Megan. Hacía tanto tiempo… Pero no la había olvidado. Una chica, una cría sentada en un banco del parque Saint James, bajo el atardecer rosado de Londres. Su pelo de color caoba estaba sujeto por una trenza y sonreía con expresión tranquila, sin saber que alguien la admiraba a distancia. Aquella imagen estaba grabada en su mente, lo había estado durante once largos años.

Debería haberse dado la vuelta aquel día. Debería haberse olvidado de ella.

Conocer a Megan había hecho que su posterior matrimonio fuera un completo fracaso. Aunque no un error. Aquel matrimonio fue una fusión comercial en realidad, una fusión gracias a la cual aparecía en las publicaciones económicas como uno de los cien hombres más ricos del Reino Unido, algo que su padre jamás pudo conseguir. Era un éxito que nadie habría soñado antes de que Nicholas lo hiciera realidad. Eso tenía que significar algo.

Y por lo tanto era absurdo que, poseyendo un imperio, la idea de ver a Megan le encogiera el corazón. Pero ella despertaba tantas emociones… Megan, su chica americana de perfume fresco y piel suave como la seda, tenía el poder de excitarlo como ninguna otra mujer antes o después de su aventura.

En la distancia, podía ver la cúpula de San Pablo y se le hizo un nudo en la garganta. ¿Cuántas veces había estado allí con ella? ¿Cuántas veces había vuelto desde que Megan se marchó?

Pero tenía que dejar de pensar.

Tenía que olvidarse de Megan Stewart. Como haría con una adquisición, o un matrimonio que no diera los resultados apetecidos.

Nicholas volvió a su escritorio y leyó de nuevo el currículum de la joven americana. Graduada en la universidad de Maryland en 1995. ¿1995? Debía de haberse tomado algunos años sabáticos. Cuando la conoció, solo le quedaban tres para terminar la carrera. Después, un Máster en la universidad George Washington. Desde entonces, era profesora de literatura en una universidad de Maryland.

Y había vuelto a Londres. Aunque quisiera, Nicholas no podría evitar encontrársela en algún momento. ¿Qué podría decirle?

«Encantado de volver a verte. Perdona, pero tengo un poco de prisa, ya comeremos juntos en otro momento. Ah, siento mucho lo que pasó hace casi once años…».

¿Lo recordaría ella? ¿Qué habría sido de su vida desde entonces?

Nicholas leyó el currículum una y otra vez, buscando algo… ¿qué? ¿Alguna referencia al pasado que habían compartido? Cualquier cosa que le dijera algo sobre ella. Pero el inventario de sus logros académicos no le daba ninguna pista sobre su vida privada. Ni siquiera sabía si estaba casada. Seguía utilizando el apellido de soltera, pero Megan siempre había dicho que, aunque se casara, no usaría el apellido de su marido. Siempre fue una chica fieramente independiente. Tanto que nunca habría podido adaptarse a las obligaciones de una condesa británica.

Mientras miraba el papel, se preguntaba si habría cambiado. Quizá estaba felizmente casada, quizá incluso tenía un montón de hijos. Quizá cuando se fue de Londres, se olvidó por completo de él. Al menos, después de escribirle aquella carta.

«Una carta para usted, señor». Casi once años atrás, Nelly, la doncella, le había llevado una bandeja con un sobre. Nicholas recordaba con absoluta claridad la horrible mezcla de miedo y emoción que sintió al reconocer la letra de Megan.

No debería haberla leído. Ella le decía que habían dejado las cosas a medias y que debían hablar. Pero Nicholas sabía que, si la llamaba, todo sería más difícil. Sabía que habían dejado las cosas a medias, pero no podía hacer nada. De modo que tiró la carta y el número de teléfono y siguió con su vida, haciendo lo que debía hacer.

Sin remordimientos.

Había hecho lo que se esperaba de él.

Y no podía pasarse todo el año angustiado, de modo que lo mejor sería verla y dar por terminado el asunto.

Aquella misma noche.

Nicholas pulsó el intercomunicador.

—Sí, señor —escuchó la voz de Mónica.

—Cancela todas mis reuniones. Si alguien tiene que hablar conmigo urgentemente, estaré en la presentación de profesores de la universidad.

 

 

Megan se sentía muy serena en la biblioteca. O estaba en el sitio adecuado, haciendo lo que debía hacer, o el largo viaje en avión la había dejado extenuada.

Tenía un montón de meses por delante para enseñar literatura inglesa a un grupo de estudiantes americanos, en un ambiente tan lleno de literatura e historia que uno se la encontraba por todas partes. Irían a la Notthingham de D.H.Lawrence, a la abadía de Newstead de Byron, al Bath de Jane Austen; irían a todas partes para experimentarlo todo, como había hecho ella once años antes.

Bueno, no como ella. Seguramente, ninguno de sus alumnos tendría una aventura con un aristócrata. El recuerdo la hizo sentir un escalofrío, como si alguien caminara sobre su tumba, como solía decir su abuela.

Pero Megan sabía que nadie había caminado sobre su tumba. La idea de encontrarse con Nicholas la hacía temblar porque no tendría más remedio que hablarle de su hijo.

Pero aquella noche no, por supuesto. Aquella noche se concentraría en el trabajo y en los viajes que haría por todo el país. Más adelante, buscaría a Nicholas para hablarle sobre William.

Alguien interrumpió el murmullo de voces golpeando una copa de cristal con una cucharilla.

—Atención todo el mundo —estaba diciendo un hombre alto, con gafas. Todos los asistentes se volvieron hacia él—. Estoy encantado de tenerlos aquí. Soy Simon MacGonagle, el director del centro de estudios, y me gustaría presentar a algunos de nuestros generosos benefactores, que tienen la amabilidad de acompañarnos —añadió. Después, llamó por su nombre a varias personas, que se levantaron por turnos para recibir un aplauso de los congregados. Megan estaba a punto de sucumbir de cansancio cuando la voz de Simon cortó sus pensamientos como un cuchillo—. ¿Ha venido el conde de Shrafton?

El conde de Shrafton. El padre de Nicholas. Ella no sabía que fuera uno de los benefactores de la universidad de Londres.

Debía de haber oído mal.

Megan se volvió hacia su amiga Felicity, que la había acompañado para darle apoyo moral.

—¿Ha dicho lo que creo que ha dicho?

—Es lo que yo he oído —murmuró su amiga. Ella, más que nadie, podía entender sus sentimientos. Felicity había sido testigo de todo desde el principio.

—Pero Miles Chapman, el conde de Shrafton, nunca ha sido un filántropo. Y menos de estudiantes americanos. No hay dos condes de Shrafton, ¿verdad?

—No, de hecho…

—¿Tú crees que me reconocería? —preguntó entonces Megan, pálida.

—Seguro que sí. Inmediatamente —contestó Felicity, tomándola del brazo para llevarla aparte—. Megan, tienes que saber una cosa…

—No creo que me recuerde. Además, seguro que tiene demasiadas cosas en la cabeza como para recordar una tonta aventura de su hijo.

—Megan, Miles Chapman ha muerto.

¿Muerto? ¿El abuelo de William, muerto?

—No puede ser. Simon acaba de decir que está aquí.

—Simon ha dicho «el conde de Shrafton». Y el padre de Nicholas murió el año pasado.

Megan se puso una mano en el pecho.

—Eso significa que el conde de Shrafton que está aquí es…

—Nicholas —terminó Felicity la frase por ella.

Las palabras parecían volar por la habitación, como un avión de papel, para terminar en la cara de Megan.

—No estoy preparada. Tengo que irme. ¡Tengo que irme ahora mismo!

Felicity la sujetó.

—Espera un momento. Esta es una de las razones por las que has vuelto a Inglaterra, para hablarle de tu hijo.

—Esta noche, no.

Megan pensó en William, que se encontraba en una casa en el norte de Londres, sin saber que sus padres estaban a punto de verse cara a cara por primera vez en casi once años.

Naturalmente, el niño había preguntado por su padre muchas veces. Ella le contaba lo que podía sobre su relación con Nicholas, siempre dejando claro que se quisieron mucho, pero que no pudieron casarse.