Vacuidad - Maya Klyde - E-Book

Vacuidad E-Book

Maya Klyde

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  • Herausgeber: LUST
  • Kategorie: Erotik
  • Serie: LUST
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2020
Beschreibung

«Mark me tumba sobre la espalda impetuosamente. Siento el calor y el peso de su cuerpo sobre el mío. Es ancho de hombros y tiene unos brazos fuertes. Deslizo los dedos por su espalda y encuentro el suave hueco entre los omóplatos. Nuestros cuerpos se mueven en consonancia. Somos como dos hojas perdidas que las inestables ráfagas de viento han soplado de aquí para allá y ahora nos encontramos aquí, juntos. Le beso suavemente. Chocamos con los puentes de la nariz.»Maya es una mujer joven que acaba de mudarse a Copenhague. Le cuesta bastante descifrar a los hombres de su vida y se mueve sin descanso entre ellos, así como por las calles de la ciudad.Vacuidad es una historia sobre la juventud, el desasosiego y el anhelo.Maya Klyde es una joven autora danesa cuya primera novela corta para Lust es Vacuidad. -

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Maya Klyde

Vacuidad

LUST

Vacuidad

Original title:

Tomrum

 

Translated by Marta Cisa Muñoz

Copyright © 2019 Maya Klyde, 2020 LUST, Copenhagen.

All rights reserved ISBN 9788726390322

 

1st ebook edition, 2020. Format: Epub 2.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

Vacuidad

 

Mark se coloca detrás de mí y hunde la nariz en mi pelo.

—Tienes una buena vista —le digo.

—¿Qué se ve desde tu habitación? —me pregunta.

—Solo la calle Artillerivej, con los coches y el asfalto. Mi piso está más abajo que el tuyo.

El parque de Amager parece infinito. La naturaleza indómita continúa hasta el horizonte y más allá. Fui a dar un paseo por allí unos días tras mudarme. Se suponía que iba a ser un corto rodeo de camino a casa desde el supermercado, pero me perdí y terminé andando durante horas, mientras las asas de la bolsa se me clavaban más y más en la palma de la mano. Al final, las asas se rompieron y la pizza congelada se descongeló y se derritió en la caja de cartón. Terminé en una colina y, desde esa montañita, pude ver todo Copenhague y me di cuenta de lo diminuta que era yo.

¡Cuántos ciudadanos había en Copenhague! Pero también sentí que formaba parte de algo más grande. Cerré los ojos y me imaginé que era un árbol: que mis pies echaban raíces y que me quedaba allí, en lo alto de la colina, para siempre. No sé cuánto tiempo me quedé allí pensando en eso, pero, al parecer, fue demasiado, ya que alguien que paseaba perros me dio un ligero toquecito en el hombro y me preguntó si estaba bien.

Mark me da un masaje en los hombros, estiro el cuello y él me lo besa suavemente. Su barba incipiente me pica, pero tiene los labios suaves y respira con fuerza por la nariz y el aire cálido fluye por mi clavícula y pecho como una cascada. Cierro los ojos. Por un instante, Jakob me viene a la mente, como una fastidiosa mosca que se posa en la piel. Sacudo la cabeza y el pensamiento se va volando.

 

*

 

La puerta al apartamento de Jakob ya estaba entreabierta cuando subí por las escaleras. Restregué los zapatos contra el felpudo y carraspeé mientras me preguntaba si él esperaba que me quedase de pie y aguardara fuera o si debía entrar. Y, de ser lo último, ¿debía quitarme las sandalias? También me preguntaba si me ofrecería algo para beber y, en ese caso, si esperaba secretamente que declinase su ofrecimiento. Si me lo preguntase, probablemente diría «no, gracias». Quería ser guay, como si me viniera de natural, con el pelo en un moño desenfadado y el vestido de flores que hacía que le resultase difícil concentrarse. Eso es lo que él dijo cuando me vio por primera vez, justo antes de levantarme la falda y poner la mano bajo mis bragas. No debía de hacer más de dos semanas de aquello, pero ya me parecía que había pasado un año.

—Maya, ¿qué haces aquí? —era Erika, una de las compañeras de piso de Jakob, que finalmente se había dado cuenta de que merodeaba ante su puerta.

—Las cosas de Jakob —dije, sujetando la bolsa delante de mí.

Ladeó la cabeza y extendió el labio inferior ligeramente. Me forcé a sonreír.

—¡Jakob! —lo llamó—. ¡Tienes visita! —me dirigió una última mirada compasiva antes de escabullirse hacia la cocina.