Vigencia de la semiótica y otros ensayos - Desiderio Blanco - E-Book

Vigencia de la semiótica y otros ensayos E-Book

Desiderio Blanco

0,0

Beschreibung

'Sentido' y 'significación' son los hilos conductores de los textos reunidos por su autor en este libro, tras casi cuarenta años dedicados al estudio de la semiótica. En unos casos, se trata de reflexiones generales sobre el sentido y la significación; en otros, se centran en algún dispositivo específico de la disciplina o en la aplicación sumaria de un modelo semiótico a un texto concreto.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 417

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Vigencia de la semiótica y otros ensayos

Desiderio Blanco

Colección Biblioteca Universidad de LimaVigencia de la semiótica y otros ensayosPrimera edición digital, marzo 2016

©

Desiderio BlancoDe esta edición:

©

Universidad de LimaFondo EditorialAv. Manuel Olguín 125, Urb. Los Granados, Lima 33Apartado postal 852, Lima 100, PerúTeléfono: 437-6767, anexo 30131. Fax: 435-3396

[email protected]

www.ulima.edu.pe

Diseño, edición y carátula: Fondo Editorial de la Universidad de Lima

Versión ebook 2016Digitalizado y distribuido por Saxo.com Peru S.A.C.www.saxo.com/esyopublico.saxo.comTeléfono: 51-1-221-9998Dirección: calle Dos de Mayo 534, Of. 304, MirafloresLima - Perú

Se prohíbe la reproducción total o parcial de este libro sin permiso expreso del Fondo Editorial.

ISBN versión electrónica: 978-9972-45-318-2

Índice

Introducción

I. Vigencia de la semiótica

Objeto de la semiótica

Sentido y significación

Percepción y significación

Modos de presencia

Estilos de categorización

Recorrido de la significación

Isotopía

La instancia de discurso

La sintaxis del discurso

Aportes de la semiótica

Axiología/Ideología

Enunciación/Enunciado

Recuperación de la retórica

Diálogo entre culturas

II. Autor, enunciador, narrador

Autor

Enunciador

Narrador

III. Breve semiótica del haiku

IV. Lógicas del discurso

Introducción

Lógica de las posiciones

Lógica de las fuerzas (o de las transformaciones, o de la acción)

Identidad modal de los actantes transformacionales

Lógica de la pasión

Lógica de la cognición

Captaciones y racionalidades

V. Fenomenología del texto fílmico

El cine, arte fenomenológico

Ojos bien cerrados

Momentos estésicos

El campo de presencia

Efectos de profundidad

Valores discursivos

Condiciones de felicidad

VI. Subjetividad/Objetividad en discurso

Del lenguaje común al metalenguaje

Subjetividad: ámbito semiótico del sujeto

Objetividad: ámbito semiótico del objeto

VII. Retórica en profundidad

Organización del campo de presencia

Conexión de isotopías en el texto poético

Para concluir

VIII. La tensividad puesta a prueba

Introducción

Postulados elementales

Las magnitudes expansivas

Magnitudes expansivas del plano de la expresión

Magnitudes expansivas del plano del contenido

IX. El rito de la misa como práctica significante

Institución de la eucaristía

La tradición y la memoria figurativa

Arquitectura de la misa

El espacio

Partes de la misa

Liturgia eucarística

Ritual de la comunión

Rito de conclusión

La misa y la oración

Los movimientos, los gestos y los cánticos en el rito de la misa

Del rito al mito

Noción del sacrificio de la misa

La misa como sacrificio

Esencia del sacrificio de la misa

Acción del dogma sobre el rito

X. Semiótica y ciencias humanas

La interdisciplinariedad

Contactos interdisciplinarios

Semiótica tensiva y ciencias cognitivas

Orientaciones diversas de la semiótica

Praxis enunciativa e interdisciplinariedad

Alcances y límites de la semiótica

XI. Texto fílmico/Texto literario

Signo visual

Nivel icónico

Eje significante-referente

Eje tipo-referente

Eje tipo-significante

Nivel plástico

Semantismo correlacional plástico

Semantismo icono-plástico

Semantismo extravisual

El signo plástico

Nivel iconográfico

Códigos del sonido

Tensividad del texto

Final

XII. El trabajo de la escritura en Muerte en Venecia

Tránsito entre enunciación y enunciado

Juego del punto de vista

El trabajo de la mirada

Mirada robada

Mirada encabalgada

Mirada de conjunción

Mirada furtiva

La estructura pasional

XIII: Fronteras de la semiótica.Conversación con Óscar Quezada

BIBLIOGRAFÍA

Introducción

Desde su configuración como proyecto científico, al comienzo de la década de 1960, la semiótica no ha cesado de evolucionar. Bajo el dominio del estructuralismo, se interesó exclusivamente por las relaciones y operaciones determinadas por el texto concluido, y buscó los efectos de sentido que dichas relaciones y operaciones producían. Por lo mismo, se centró en aquellas relaciones y operaciones aparentemente más estables, como las estructuras profundas de la significación y las estructuras de superficie: modelo constitucional de la significación, expresado gráficamente por el cuadrado semiótico, y el esquema narrativo, “en el que viene a inscribirse el sentido de la vida” (Greimas-Courtés, 1982: “Narrativo [esquema-]), con sus tres instancias esenciales: la “cualificación” del sujeto, que lo introduce en la vida; su “realización” por algo que hace y le permite cambiar de estado; y finalmente la “sanción”, a la vez retribución y reconocimiento, única garantía del sentido de sus actos, y que lo instaura como sujeto según el ser. Este esquema es suficientemente general para autorizar todas las variaciones posibles sobre el tema: considerado en un nivel más abstracto, y descompuesto en recorridos, permite articular e interpretar diferentes tipos de actividades, tanto cognitivas como pragmáticas. A partir del esquema narrativo, se desarrolla una rigurosa gramática narrativa en la que emergen los programas narrativos: programas de base, que sostienen el relato de punta a cabo y cuyo sentido aflora solo al final, y programas de uso, que facilitan o entorpecen la prosecución del programa narrativo de base. En última instancia, todo programa de uso será un programa modal.

En esa perspectiva, la narratividad adquirió una preponderancia soberana y aspiró incluso a la universalidad. Es decir, se llegó a plantear en aquellos momentos que todo discurso se sostenía en una estructura narrativa de base, así fuera el discurso filosófico. El ejemplo más revelador se encontraba en Discurso del método, de Descartes: Un sujeto en busca del objeto (la verdad) a través de un recorrido (la duda metódica), con una competencia suficiente para no dejarse engañar por algún “genio maligno”, logra alcanzar la certeza primordial, de la que no puede dudar: “Pienso, luego existo”. Todo lo demás vendría por añadidura.

El desarrollo de la “competencia” del sujeto operador (sujeto del hacer) condujo como de la mano a la teoría de las modalidades, teoría que permite sofisticar la diversificación de los roles actanciales: tendremos así sujetos del querer y sujetos del deber, sujetos del poder y sujetos del saber; pero también sujetos del no-querer y del no-deber, del no-poder y del no-saber. Y otros muchos más que surgen de los micro-universos modales organizados por el cuadro semiótico. Esa sofisticación de los roles actanciales permitió dar cuenta de relatos más complejos que aquellos elementales de los cuentos populares, de los que surgió el modelo primitivo de V. Propp.

El conocimiento de las modalidades y de las estructuras modales permitió avanzar hasta el universo abigarrado y confuso de las pasiones. Se advirtió entonces que las pasiones se resolvían en sintagmas de modalidades, de tal manera que una pasión como la curiosidad podría ser explicada como

[querer-saber//lo que es y parece](=verdad)]

Es decir, la curiosidad consistiría en querer saber la verdad, en querer saber lo que son las cosas que nos rodean y nosotros mismos, rodea dos por ellas. Es la pasión que mueve al científico y al hombre curioso en general. En ese sintagma modal, el querer es una modalidad virtualizante, y como tal tiene la virtud de instaurar el sujeto; el saber, como modalidad actualizante, orienta al sujeto hacia el objeto de la “búsqueda”. Por otra parte, el objeto está modalizado por la veridicción, y, en ese sentido, será buscado por el sujeto en cuanto que se presenta como verdadero (ser + parecer), como secreto (ser + no parecer), como engañoso (parecer + no ser) o como falso (no ser + no parecer). En cada uno de esos casos, la actitud del sujeto frente al objeto cambiará de tonalidad pasional y dará origen, por ejemplo, a la importunidad, si pretende saber el secreto, o a la lucidez, si se enfrenta a la falsedad.

El desarrollo de la semiótica de las pasiones, desde esa perspectiva modal, culminó en la última obra de A.J. Greimas, escrita en colaboración con J. Fontanille, que se titula precisamente así: Semiótica de las pasiones. De los estados de cosas a los estados de ánimo (1991). Después de un tratado epistemológico sobre las pasiones, se hacen en esta obra dos largos y penetrantes análisis sobre la avaricia y sobre los celos, respectivamente.

Pero tres años antes (1987), Greimas había publicado un librito de apenas cien páginas, en formato de libro de arte, que había de renovar por completo la evolución de la semiótica. Ese libro se titula De la imperfección. No se trata allí de renegar de las conquistas de la semiótica clásica, ni mucho menos, sino más bien de abrir las puertas y ventanas del recinto semiótico a los avatares del sentir, dimensión totalmente ajena a las preocupaciones de la semiótica durante los treinta primeros años de su desarrollo ininterrumpido. Aparecen en ese librito luminoso nuevas categorías semióticas como la estesis, la fractura, la espera, lo inesperado, la tensividad, el parecer y el aparecer. Y, por supuesto, el concepto básico de imperfección. Ese libro ha sido el “punto de apoyo” arquimediano que ha lanzado la teoría semiótica hacia los horizontes del mundo sensible y de la tensividad. Y por esas rutas, hacia todos los matices de la afectividad, incluso, de nuevo, el ámbito de las pasiones, y no solo de las grandes pasiones sino también de las “pasiones sin nombre” (Landowski).

Dos corrientes, con matices diferentes aunque complementarios, se están desarrollando en estos momentos entre los epígonos de Greimas: la representada por Jacques Fontanille y Claude Zilberberg (Tensión y significación, 1998), caracterizada por el rigor de la formalización con base en modelos de gran poder explicativo, y la representada por E. Landowski (Presencias del otro, 1997; Pasiones sin nombre, 2004), de tendencia más fenomenológica y descriptiva, aunque no falten igualmente en esta orientación modelos de largo alcance.

***

El presente libro contiene ensayos escritos en diversos momentos y adaptados a diversas circunstancias: congresos, seminarios, publicaciones, docencia… El hilo conductor siempre es el mismo: el sentido y su articulación en significaciones concretas. En unos casos, se trata de reflexiones generales sobre el tema del sentido y de la significación; en otros, el ensayo se centra sobre algún problema específico de la disciplina; en algunos otros, de aplicaciones sumarias de un modelo semiótico a un texto concreto. Algunos resultan un tanto largos, otros un tanto cortos. Lo cual permitirá establecer un tempo de lectura oscilante entre el allegro ligero y el pausado adagio, pasando por el andante parsimonioso. Quedan todos invitados a iniciar la danza de la lectura.

Desiderio Blanco

I

Vigencia de la semiótica

OBJETO DE LA SEMIÓTICA

Cuando en una conversación cualquiera digo que enseño semiótica, la primera pregunta de mi interlocutor es: ¿Y eso qué es? Y al informarle que la semiótica es una ciencia que estudia los procesos de significación, la segunda pregunta no se hace esperar: ¿Y eso para qué sirve? La respuesta ahora resulta más compleja. En primer lugar, porque si sabemos qué es la semiótica, podremos decir para qué sirve.

Pues bien; la semiótica es una ciencia, o como prefería decir A.J. Greimas, más modestamente, un proyecto científico, que tiene por objeto de estudio la significación: cómo se produce y cómo se aprehende la significación. La significación no es algo dado de antemano; es el resultado de un proceso de producción. Y puede considerarse desde dos perspectivas: o como proceso, es decir, la significación en acto; o como producto, establecido y terminado en un texto. Cuando hablamos de “texto”, no nos limitamos al texto literario, oral o escrito; una película, en ese sentido, es un texto; es un texto una pintura y una fotografía, como lo es igualmente un partido de fútbol o la procesión del Señor de los Milagros. Es “texto” todo aquello que tiene sentido.

SENTIDO Y SIGNIFICACIÓN

Entre sentido y significación hay que hacer algunas precisiones. El sentido es ante todo una dirección. Y así hablamos de una avenida de doble sentido, de una calle de un solo sentido. Decir que “algo” tiene sentido es decir que tiende hacia alguna cosa. Esa “tensión” y esa “dirección” son constitutivas del sentido. La condición mínima para que una “materia” cualquiera produzca un efecto de sentido es que se halle sometida a una intencionalidad.

La significación, en cambio, es un producto organizado por el análisis, por ejemplo, el contenido de sentido vinculado a una expresión, una vez que esa expresión ha sido aislada y que se ha verificado que ese contenido y esa expresión se encuentran ineluctablemente vinculados. La significación está, pues, ligada a una unidad, cualquiera que sea su tamaño. La unidad óptima es sin duda el discurso. Por eso hablamos siempre de la significación de algo. En consecuencia, la significación está siempre articulada, mientras que el sentido está simplemente orientado. Dicho de otro modo, la orientación es una propiedad del sentido; la articulación es una propiedad de la significación. La articulación se efectúa de diversas maneras: por diferencias, por grados, por jerarquías, por dependencias, por polarizaciones, por aspectualización, por tensividad fórica, etc.

PERCEPCIÓN Y SIGNIFICACIÓN

Percibir una cosa es ante todo percibir una presencia, antes incluso de reconocer su figura. En efecto, antes de identificar una figura del mundo natural, o una noción o un sentimiento cualquiera, percibimos (o “presentimos”) su presencia, es decir, algo que, por una parte, ocupa cierta posición en relación con nuestra propia posición, y cierta extensión, y que, por otra, nos afecta con cierta intensidad. La presencia, cualidad sensible por excelencia, es una primera articulación semiótica de la percepción. El afecto que nos embarga, esa intensidad que caracteriza nuestra relación con el mundo, esa tensión en dirección al mundo, es asunto de la mira intencional. La posición, la extensión y la cantidad caracterizan, en cambio, los límites y el contenido del dominio de pertinencia, es decir, la captación. Así, pues, la mira y la captación son las dos operaciones elementales para que la presencia comience a significar; ellas constituyen las dos modalidades que guían el flujo de la atención hacia la significación.

Pero para que un sistema de valores semióticos1 adquiera cuerpo, es preciso que surjan diferencias y que esas diferencias constituyan una red coherente. Esa es la condición de lo inteligible. La significación surge siempre de un entrecruzamiento entre lo sensible y lo inteligible. Por eso, el sistema de valores semióticos resulta de la conjugación de una mira y de una captación; una mira que guía la atención hacia una pri me ra variación, que es la intensiva, y una captación, que pone en relación esa primera variación con otra, de naturaleza extensiva, y que delimita así los contornos comunes de sus respectivos dominios de pertinencia.

La mira y la captación son operaciones elementales que realiza la instancia del cuerpo propio, definido por Fontanille (2001: 85) como la forma significante de una experiencia sensible de la presencia. El cuerpo propio es el órgano de la dimensión propioceptiva, desde la cual participa tanto de los fenómenos del mundo exterior –dimensión exteroceptiva– como de los fenómenos del mundo interior –dimensión interoceptiva–. La instancia del cuerpo propio se desplaza incesantemente por el campo en el que se halla instalado, o campo de presencia. Con sus desplazamientos, determina, en el campo en el que toma posición, una brecha entre el universo exteroceptivo y el universo interoceptivo, entre la percepción del mundo exterior y la percepción del mundo interior, instalando entre ambos mundos las modificaciones de la frontera misma. En tal sentido, la semiosis se encuentra en perpetuo movimiento, y lo que en un momento constituía el plano del contenido, en el siguiente puede pasar a constituir el plano de la expresión de un nuevo plano del contenido. Si el cuerpo percibiente asocia el color de una fruta [plano de la expresión] con la condición de “maduro” [plano del contenido], puede desplazarse en el campo perceptivo para asociar ahora “lo maduro” [plano de la expresión] con la estación del otoño [plano del contenido], y con un nuevo desplazamiento, asociar luego estación de otoño [plano de la expresión] con la edad madura del hombre [plano del contenido].

La significación supone entonces un mundo de percepciones, donde el cuerpo propio, al tomar posición, instala globalmente dos macrosemióticas, cuya frontera puede desplazarse siempre, pero que tiene cada una su forma específica. De un lado, la interoceptividad da lugar a una semiótica que tiene la forma de una lengua natural o de otro tipo de código, y de otro lado, la exteroceptividad da lugar a una semiótica que tiene la forma de una semiótica del mundo natural. La semiosis surge, pues, del acto que reúne esas dos macrosemióticas, y eso es posible gracias a la instancia del cuerpo propio del sujeto de la percepción, cuerpo propio que tiene la propiedad de pertenecer simultáneamente a las dos macrosemióticas entre las cuales toma posición.

La función radical del cuerpo propio es la propioceptividad o capacidad de sentir lo de dentro y lo de fuera al mismo tiempo.

MODOS DE PRESENCIA

Antes de cualquier proceso de categorización, toda magnitud semiótica es, para el sujeto de discurso, una presencia sensible. Esa presencia se expresa, como ya hemos dicho, en términos de intensidad y de extensión al mismo tiempo. Antes de identificar tal o cual materia, tal o cual elemento, habremos reconocido sus propiedades táctiles o visuales, sonoras u olfativas, como el calor y el frío, lo liso y lo rugoso, lo visible y lo invisible, lo móvil y lo inmóvil, lo sólido y lo fluido…

Esas son cualidades sensibles que pueden ser apreciadas según las dos grandes direcciones propuestas: lo móvil y lo inmóvil, por ejemplo, se pueden apreciar según la intensidad –diferentes niveles de energía pa recen adheridos a los distintos estados sensibles de la materia–, o según la extensión, el movimiento es relativo a las posiciones sucesivas de una presencia material e implica una apreciación del espacio recorrido y del tiempo transcurrido. O también la solidez, promesa de permanencia en una misma posición y en una misma forma (extensión), al precio de una fuerte cohesión interna (intensidad), mientras que la fluidez se deja aprehender como un debilitamiento de la cohesión interna (intensidad) con la promesa de una gran labilidad, de una inconsistencia de la forma y de las posiciones en el espacio y en el tiempo (extensidad).

Cada efecto de presencia sensible asocia, pues, para ser calificado de “presencia”, un cierto grado de intensidad y una cierta posición o cantidad en la extensidad. La presencia conjuga, en suma, por un lado, fuerzas (intensidad), y por otro, posiciones y cantidades (extensidad). El efecto de intensidad aparece como interno, y el efecto de extensión como externo. No se trata aquí de la interioridad y de la exterioridad de un eventual sujeto psicológico (de una persona), sino de un dominio semiótico interno y de un dominio semiótico externo, diseñados en el mundo sensible como tal.

El cuerpo propio del sujeto semiótico se constituye en el proceso mismo de la relación semiótica, y el fenómeno así esquematizado por el acto semiótico está dotado de un dominio interior (la energía, la intensidad) y de un dominio exterior (la extensidad: cantidad, número, posición, duración).

La presencia semiótica solo puede ser relacional y tensiva, y tiene que ser comprendida como “una presencia de X para Y”. Las dos magnitudes implicadas resultan de la función “percepción”, en la que intervienen siempre un sujeto y un objeto. El dominio considerado determina el alcance espacio-temporal del acto perceptivo. Ese dominio tiene, como hemos se ña lado, un interior y un exterior (el “campo” y el “fuera-de-campo”), cuyos correlatos respectivos son la tonicidad (intensidad fuerte) y la atonía (intensidad débil) de las percepciones. Además, puede ser tratado como abierto o como cerrado. En el primer caso, la percepción es considerada como una “mira”, y en el segundo, como una “captación”.

Para la construcción de la categoría [presencia/ausencia] disponemos, pues, de dos gradientes de la “tonicidad” perceptiva: el de la “mira”, guiada por la intensidad, y el de la “captación”, determinada por la extensión. La categoría reposa en la correlación entre esos dos gradientes en la medida en que sus diferentes figuras resultan de la asociación de una “mira” y de una “captación”, de la tensión entre la abertura y el cierre del campo de presencia. Dichas tensiones pueden ser organizadas en una red como la siguiente, la cual da origen a los modos de presencia de base:

Pueden ser organizadas también en un cuadrado homogéneo, aunque no canónico.

Las modulaciones de la presencia y de la ausencia proporcionan, en suma, la primera modalización de las relaciones entre el sujeto y el objeto semióticos, es decir, en cuanto contenidos del discurso, no en cuanto personas y cosas del mundo.

ESTILOS DE CATEGORIZACIÓN

Una de las capacidades fundadoras de la actividad de lenguaje (de todo lenguaje) es la capacidad de categorizar el mundo, de clasificar sus elementos [La tabla de Mendeleiev es, en ese sentido, un lenguaje]. No se puede concebir un lenguaje incapaz de producir tipos, pues de lo contrario necesitaría una expresión para cada ocurrencia, lo que sería del todo inmanejable. Lo que manipulan los lenguajes, incluidos los lenguajes no-verbales, son tipos de objetos (por ejemplo, un escritorio en general) y no ocurrencias de objetos (por ejemplo, el escritorio particular que se encuentra en mi oficina). Únicamente el discurso podrá evocar, luego o paralelamente, gracias al acto de referencia, tal o cual ocurrencia del tipo para ponerla en escena.

En el dominio de la imagen, por ejemplo, la necesidad de hacer referencia a tipos visuales se ha confundido durante largo tiempo con la necesidad de nombrar los objetos representados. La imagen de un árbol no es la imagen de ese árbol porque yo puedo llamarla “árbol”, sino porque se acerca al tipo visual “árbol”. Del mismo modo, si reconozco una forma redondeada elíptica, no es porque la puedo llamar “elipse”, sino porque en ella reconozco el tipo visual “elipse”. Quien no conozca el nombre y se vea obligado a utilizar una perífrasis [“algo redondo aplastado”], no por eso dejaría de reconocer el tipo visual.

La formación de tipos es en cierto modo otro nombre de la categorización. Esa es la formación de clases que todo lenguaje manipula; e interesa a todos los órdenes del lenguaje: la percepción, el código y su sis tema. Pero la categorización se pone en marcha especialmente en el discurso, puesto que preside la instalación de los “sistemas de valores”.

Existen varias maneras de formar categorías de lenguaje. La manera clásica en semántica estructural ha sido la búsqueda de rasgos pertinentes, llamados semas, hasta formar el lexema. La formación de la categoría reposa en ese caso en la identificación de esos rasgos comunes, en su número y en la distribución de los mismos entre los miembros de la categoría. Se la ha denominado categorización por serie.

Una versión vaga de ese procedimiento es la manera de categorización que Wittgenstein llamó semejanza de familia. En un conjunto de parientes, las semejanzas que permiten reconocerlos están desigualmente distribuidas: los hijos se parecen al padre, que se parece a la tía, que se parece a la madre, que se parece a los hijos, etc. Cada semejanza difiere de la siguiente, y finalmente no hay casi nada en común entre el primer elemento y el último. No obstante, la pertenencia de cada individuo al grupo no ofrece duda.

Pero se puede también organizar una categoría en torno a una ocurrencia particularmente representativa, más fácilmente identificable que todas las demás, y que posee en sí misma todas las propiedades que sólo parcialmente se encuentran en cada uno de los otros miembros de la categoría. En esa manera de categorizar se basa precisamente la figura de la antonomasia. La formación de la categoría reposa ahora en el mejor ejemplar del conjunto, lo que llamamos el parangón [El gorrión es el parangón de la clase de los pájaros].

En cambio, podemos elegir para formar la categoría la ocurrencia más neutra, aquella que sólo posee algunas propiedades comunes a todas las demás. Así, para designar los recipientes destinados a la cocción hablamos de “ollas” sin mayores determinaciones. La formación de la categoría reposa en ese caso en la elección de un término de base, neutro: /para cocer/.

Esos cuatro estilos de categorización se basan ante todo en elecciones perceptivas, y sobre todo en la manera como se percibe y se establece la relación entre el tipo y sus ocurrencias: la categoría puede ser percibida, en extensión, como una distribución de rasgos, como una serie (unida por uno o varios rasgos comunes), o como una familia (unida por un “aire de familia”); puede, en cambio, ser percibida como la agrupación de sus miembros en torno a uno solo de ellos (o de una de sus especies), formando un agregado en torno a un término de base; o como un parangón, reconocido como el “mejor ejemplar” de la categoría. Para cada una de esas elecciones, la categoría nos puede proporcionar, con base en su propia morfología, un sentimiento de unidad fuerte o débil: en el caso de la serie y del parangón, el sentimiento de unidad es fuerte; en el caso del agregado y de la familia, ese sentimiento de unidad es débil.

En suma, los “estilos de categorización” nos remiten a las dos grandes dimensiones de la “presencia”, aunque ahora se trata del modo de presencia del tipo en la categoría: puede presentar una extensión difusa o concentrada, y una intensidad sensible fuerte o débil:

La categoría surge en el cruce de la dimensión de la intensidad con la dimensión de la extensidad. Como señala Zilberberg (1999: 116), “el crisol del sentido será siempre el diálogo entre intensidad y extenuidad”.

RECORRIDO DE LA SIGNIFICACIÓN

Para llegar a su plena articulación, la significación sigue un recorrido inmanente a lo largo del discurso. Ese recorrido hipotético-deductivo2 es meramente teórico y nada tiene que ver con el proceso psíquico que tiene lugar en la mente del autor. Este último es un recorrido genético, aquél es un recorrido generativo. El recorrido generativo de la significación va de los elementos más simples a los más complejos, de los más abstractos a los más concretos, de los más profundos a los más superficiales. Y lo mismo ocurre con las sucesivas articulaciones del sentido.

Las primeras articulaciones de la significación, las más profundas y abstractas, son las articulaciones de las estructuras elementales. En la semiótica clásica esas estructuras elementales se organizan basadas en dos tipos de oposiciones: las oposiciones privativas [A/Ā] o contradictorias, y las oposiciones cualitativas [A/B] o contrarias. El rasgo de /masculino/ que distingue, por ejemplo, al término “padre” es cualitativamente contrario al rasgo de /femenino/ que caracteriza al término “madre”. Esa relación de contrariedad se articula en una estructura elemental como la siguiente:

En ella la flecha de doble dirección señala el eje común del género, y los términos /masculino/ y /femenino/ indican los polos opuestos de la categoría, como resultado de la relación de contrariedad. Las oposiciones privativas se expresan como negaciones de los términos contrarios:

Una nueva articulación entre ambas oposiciones da lugar al modelo constitucional de la significación, que se expresa por medio del conocido cuadrado semiótico, el cual constituye la piedra angular de la semiótica clásica:

De esas articulaciones surgen dos nuevos términos contrarios, llamados por comodidad “subcontrarios”, generados en torno a un eje neutro. Pero, a su vez, las relaciones de base generan una nueva relación entre los términos /masculino/ y /no femenino/ y entre los términos /femenino/ y /no masculino/: una relación de complementariedad.

En la simplicidad del modelo reside la gran potencia explicativa que ofrece. El cuadrado semiótico representa un microuniverso de sentido, y no solamente valora los cuatro términos polares en él expresados; da cuenta también de los grados intermedios que los discursos concretos puedan actualizar. Si decimos, por ejemplo: Esa chica es poco femenina, actualizamos una posición en el cuadrado, que va de lo /femenino/ a lo /no femenino/. Si, por el contrario, decimos: Ese hombre es afeminado, nuestro discurso actualiza una posición entre lo /no masculino/ y lo /femenino/.

La más moderna semiótica tensiva pretende afinar esos grados de significación por medio de otro modelo: el esquematismo tensivo. Este dispositivo trabaja la correlación entre las dos dimensiones de la presencia sensible: la intensidad y la extensidad. A partir de esas dos dimensiones, consideradas como dimensiones graduales, su correlación puede ser representada por el conjunto de puntos de un espacio sometido a dos ejes de control:

La intensidad caracteriza el dominio de lo sensible; la extensidad caracteriza el dominio de lo inteligible. La correlación entre los dos dominios resulta de la toma de posición del cuerpo propio, sede del efecto de la presencia sensible.

Si se consideran los puntos del espacio interno de correlación, uno por uno, todas las combinaciones entre los grados de cada uno de los dos ejes son posibles, todos están disponibles para definir las diferentes posiciones del sistema. Lo importante, sin embargo, no son las posiciones aisladas, sino los valores, es decir, las posiciones relativas, las diferencias de posición.

Los dos ejes del espacio externo definen las valencias de la categoría. Todos los puntos del espacio interno son susceptibles de corresponder a valores de la misma categoría. Pero de esa nube de puntos se desprenden algunos principios organizadores: de un lado, la diferencia entre las dos correlaciones determina dos grandes zonas de correlación: la zona de correlación inversa y la zona de correlación conversa (o directa); del otro, la conjugación de los grados más fuertes y más débiles de los dos ejes determina zonas extremas. Todos los puntos del espacio interno son pertinentes, pero las zonas extremas de cada correlación son las zonas más típicas de la categoría en cuestión.

La combinación entre esos dos principios permite desprender cuatro grandes zonas típicas de la categoría, que corresponden, además, a los “estilos de categorización”, ya enumerados anteriormente:

a. Una zona de intensidad fuerte y de extensión débil (o concentrada): estilo categorial: el parangón;

b. Una zona de intensidad y de extensión igualmente fuertes: estilo categorial: la serie;

c. Una zona de intensidad débil y de extensión fuerte (o difusa): estilo categorial: la familia;

d. Una zona de intensidad y de extensión igualmente débiles: estilo categorial: el conglomerado.

ISOTOPÍA

El concepto de isotopía se forma bajo la inspiración de los fenómenos descritos por la físico-química. Un isótopo es un nucleido que tiene el mis mo número atómico que otro, cualquiera que sea su número de masa. Todos los isótopos de un elemento tienen las mismas propiedades químicas.

En el dominio semiótico, las “mismas propiedades” semánticas surgen de la redundancia de determinados semas. Para entender ese fenómeno discursivo, es preciso aclarar que un sema es la unidad mínima de significación con la que se inicia la articulación del sentido. Los semas son rasgos distintivos de los lexemas, que no existen aisladamente, pero que nos permiten diferenciar los “objetos semióticos” entre sí. Así, el rasgo de /verticalidad/ que compone el lexema “columna”, o el rasgo de /horizontalidad/ que integra el lexema “viga”, o el rasgo de /masculinidad/ que define al lexema “padre”, son semas.

Los semas son de dos clases: aquellos que constituyen el “núcleo” más o menos permanente del lexema, y aquellos otros que emergen del contexto. Los primeros son denominados semas nucleares; los segundos, semas contextuales o clasemas, porque cumplen una función clasificadora. Un ejemplo permitirá ilustrar esas operaciones: en enunciados como…

a. Las columnas del Partenón son particularmente bellas.

b. A mi padre le duele la columna.

c. El Papa es la columna de la Iglesia.

… el lexema “columna” manifiesta semas nucleares, o específicos, tales como /verticalidad/, /fijeza/, /soporte/ /resistencia/, /articulación/, /consistencia/, entre otros; pero en cada enunciado propuesto, la relación contextual del lexema “columna” con lexemas como “Partenón”, “padre”, “Iglesia”, pone de manifiesto otros semas como /arquitectónico/, /anatómico/, /institucional/, propios también del lexema “columna”, pero no específicos, no nucleares, porque no son necesarios para que columna sea “columna”, aunque son requeridos para saber de qué columna se trata. El contexto interno de cada enunciado nos permite aprehender que en el primer enunciado se habla de una “columna arquitectónica”; en el segundo, de una “columna anatómica”; en el tercero, de una “columna institucional”. Como puede observarse, los semas /arquitectónico/, /anatómico/, /institucional/ permiten clasificar el lexema “columna”. Por tal razón, esos semas contextuales son llamados clasemas. Gracias a ellos, podemos hablar de “columnas arquitectónicas”, de “columnas anatómicas” o de “columnas institucionales”. Los clasemas cumplen además otra función sumamente importante: obligan al enunciado a seleccionar del acervo virtual del lexema aquellos semas nucleares que son coherentes con el contexto del enunciado, dejando de lado aquellos otros que no lo son. El clasema /arquitectónico/ que surge del contexto del primer enunciado, selecciona los semas nucleares /verticalidad/ /fijeza/, /soporte/, /resistencia/, /consistencia/; pero no /articulación/, por ejemplo. El clasema /anatómico/ que surge del contexto del segundo enunciado, selecciona los semas nucleares /verticalidad/, /soporte/, /resistencia/, /articulación/, /consistencia/; pero no /fijeza/. El clasema /institucional/ que emerge del contexto del tercer enunciado, selecciona los semas /so-porte/, /consistencia/, /articulación/; pero no /verticalidad/, /fijeza/ ni /resistencia/.

La articulación combinatoria de semas nucleares [Ns] y de clasemas [Cls] da por resultado una nueva entidad semiótica, denominada semema. El semema es un equivalente de la noción lingüística de “acepción”. En el primer enunciado entendemos columna como “columna arquitectónica”; en el segundo enunciado, la columna se presenta como “columna anatómica”; en el tercer enunciado, la columna surge como “columna institucional”. Cada tipo de columna que cada enunciado genera con base en una contextualización diferente, es un semema: “Columna arquitectónica”, “columna anatómica”, “columna institucional” son sememas.

El semema es una unidad semiótica de manifestación de sentido. Es una unidad más compleja que el sema, y de un nivel jerárquicamente superior. Lo que “captamos” en la lectura, lo que “vemos” en cada visión de una película, en cada contemplación de una pintura, son siempre sememas, nunca semas ni lexemas: aquellos por ser abstractos, éstos por ser virtuales.

En la construcción del semema intervienen, como acabamos de ver, semas nucleares [Ns] y clasemas [Cls]. Y existen cuatro posibilidades de combinación entre ellos:

Cuatro perfiles isotópicos diferentes. Porque la isotopía consiste en la reiteración de semas a lo largo del discurso, sea la repetición de clasemas, sea la repetición de semas nucleares. Esta última repetición da lugar a la isotopía semiológica; la primera origina la isotopía semántica. En el caso (I), el discurso resultante de esa combinatoria es un discurso unisótopo: el discurso científico, el discurso filosófico y todo discurso que trate de evitar la ambigüedad. El caso (II) da origen a los discursos plurisótopos, ambivalentes, ricos en matices y con pluralidad de lecturas: los discursos artísticos. En el caso (III), el discurso promueve la multiplicación de los núcleos temáticos, presentados bajo un solo clasema: el discurso informativo es un ejemplo típico. El cuarto caso (IV) da origen a los discursos de vanguardia, del absurdo, experimentales, surrealistas, dadaístas, escritura automática, etc. Un solo verso de Vallejo lo ilustra de maravilla: “La paz, la avispa, el taco, las vertientes…”

La isotopía, entonces, es cada una de las líneas de lectura que ofrece el texto. Cuando son varias, como en los casos II, III y IV, la instancia enunciativa tiene que correlacionarlas entre sí, jerarquizarlas, homologarlas, homogeneizarlas. Tiene, además, que asignarles un modo de existencia en el discurso: realizado,virtualizado, actualizado, potencializado.

LA INSTANCIA DE DISCURSO

La instancia de discurso designa el conjunto de operaciones, de operadores y de parámetros que controlan el discurso. Ese término genérico permite evitar la introducción prematura de la noción de sujeto. El acto es primero y los componentes de su instancia son segundos, puesto que emergen del acto mismo (Fontanille, 2001: 84).

Desde el punto de vista del discurso en acto, el acto es un acto de enunciación, que produce la función semiótica. Cuando se establece la función semiótica, la instancia de discurso opera un reparto entre el mundo exteroceptivo, que suministra los elementos del plano de la expresión, y el mundo interoceptivo, que suministra los elementos del plano del con tenido. Ese reparto adquiere la forma de una toma de posición.

El primer acto es por lo tanto el de la “toma de posición”: enunciando, la instancia de discurso enuncia su propia posición. Está dotada entonces de una presencia, que servirá de hito al conjunto de las demás operaciones. El operador de ese acto es el cuerpo propio, un cuerpo sintiente y percibiente, que es la primera forma que adopta el actante de la enunciación. El cuerpo propio no es un cuerpo físico y biológico, de carne y hueso; es una categoría semiótica, que puede ser definida como “la forma significante de una experiencia sensible de la presencia” (Fontanille, 2001: 85).

La toma de posición sensible está destinada a instalar una zona de referencia, estableciendo las dos grandes dimensiones de la sensibilidad perceptiva: la intensidad y la extensidad. En el caso de la intensidad, la toma de posición es una “mira” (en el sentido de “poner en la mira”); en el caso de la extensidad, la toma de posición es una “captación”. La “mira” opera, entonces, en el ámbito de la intensidad: el “cuerpo propio” se torna hacia lo que suscita en él una fuerza sensible (perceptiva, afectiva). La captación opera, en cambio, en el ámbito de la extensión: el cuerpo propio percibe y demarca posiciones, distancias, dimensiones, cantidades.

Una vez cumplida la primera “toma de posición”, ya puede funcionar la referencia: otras posiciones podrán ser reconocidas y puestas en relación con la primera. Y ese es el segundo acto fundador de la instancia de discurso: el desembrague realiza el paso de la posición original a otras posiciones. El desembrague es de orientación disjuntiva. Gracias a esa operación, el mundo del discurso se distingue de la simple “vivencia” inefable de la pura presencia. El discurso pierde ahí en intensidad, pero gana en extensión: nuevos espacios, nuevos momentos pueden ser explotados, y otros actantes pueden ser puestos en escena. El desembrague es, pues, por definición, pluralizante, y se presenta como un despliegue en extensión; pluraliza la instancia de discurso y su deixis restringida [yo-aquí-ahora]. El nuevo universo de discurso que es así abierto comporta, al menos virtualmente, una infinidad de espacios, de momentos y de actores.

Contra el desembrague se alza el embrague, que se esfuerza por retornar a la primera posición originaria. El embrague es de orientación conjuntiva; bajo su acción, la instancia de discurso trata de volver a encontrar la posición primera, aunque nunca podrá llegar a alcanzarla, porque el retorno a la posición original sería un retorno a lo inefable del “cuerpo propio”, al simple presentimiento de la presencia. Pero puede al menos construir el simulacro. De esa forma, el discurso está en condiciones de proponer una representación simulada del momento (ahora), del lugar (aquí) y de las personas de la enunciación (Yo-Tú). El embrague renuncia a la extensión, pues se acerca más al centro de referencia y da prioridad a la intensidad: concentra de nuevo la instancia de discurso. El género poético es el resultado más patente de esa operación.

En el gesto mismo de retorno a la posición originaria (inaccesible), el discurso produce, al mismo tiempo, el simulacro de la deixis y el simulacro de una instancia única. La unicidad del sujeto de enunciación no es más que el efecto de sentido de un embrague bien forjado. En el verso de Vallejo: Hay golpes en la vida, tan fuertes, yo no sé, la impresión de que el “yo” del poema es el “yo” de Vallejo es una mera ilusión; es el efecto de sentido que produce la operación del embrague; es un perfecto simulacro: ese “yo” es un “personaje” del poema y no Vallejo. Así de simple. La situación ordinaria de la instancia de discurso es la pluralidad: pluralidad de roles, pluralidad de posiciones, pluralidad de tiempos, pluralidad de voces.

LA SINTAXIS DEL DISCURSO

La armadura general de la sintaxis del discurso, en la perspectiva de la presencia, es suministrada por los esquemas de tensión, puestos en secuencia y transformados eventualmente en esquemas canónicos. Del conjunto de las propiedades del discurso en acto, de la instancia de discurso y del campo posicional, esos diversos esquemas explotan en lo esencial las propiedades de la presencia: la intensidad y la extensidad.

Pero la sintaxis del discurso obedece además a otras reglas, que explotan otras propiedades del discurso en acto. Hay que destacar, entre ellas: (1) la orientación discursiva, que dispone en el campo de presencia la posición de las fuentes y de los blancos; (2) la homogeneidad simbólica que procura el “cuerpo propio”, puesto que él reúne y permite que se comuniquen ente sí la interoceptividad y la exteroceptividad; (3) la profundidad del campo posicional, que permite hacer coexistir y poner en perspectiva diversas “capas” de significación.

Respecto a la orientación discursiva, el principio organizador es el punto de vista. En relación con la homogeneidad de los universos figurativos del discurso, el principio organizador es el semisimbolismo y todas las formas de conexión entre isotopías. En fin, respecto a la estratificación en profundidad de las “capas” y dimensiones del discurso, el principio organizador es la retórica.

a)  El punto de vista es una modalidad de la construcción del sentido. A ese respecto, cada punto de vista se organiza en torno a una instancia; la coexistencia de muchos puntos de vista en el discurso supone, pues, a la vez, que a cada punto de vista corresponde un campo posicional propio, y que el conjunto de esos campos posicionales son compatibles, de una manera o de otra, en el interior del campo global del discurso.

El punto de vista se basa en el desajuste entre la mira y la captación, desajuste producido por la intervención del actante de control: alguna cosa que se opone a que la “captación” coincida con la “mira”. Por ejemplo, una superficie reflectante.

Pero el punto de vista es también el medio por el cual se busca optimizar esa “captación” imperfecta, es decir, adaptar la “captación” a lo que está “puesto en la mira”. Generalmente, la “mira” exige más de lo que la “captación” puede suministrar, y la “captación” tiende a alcanzar lo que la “mira” exige y a ajustarse a ella.

La optimización es el acto propio del punto de vista: se disminuyen un poco las pretensiones de la “mira” y se mejora la “captación” para hacerlas congruentes. El punto de vista redefine permanentemente los límites del campo posicional. Esa es otra de las propiedades del punto de vista: convertir un obstáculo en horizonte del campo, esto es, admitir el carácter limitado y particular de la percepción en acto, reconocer como irreductible la tensión entre la mira y la captación, y convertirla en fuente de la significación. El sentido emerge de esa tensión.

Globalmente, se pueden considerar cuatro grandes tipos de estrategias del punto de vista, sea actuando sobre la intensidad de la mira, sea actuando sobre la extensión de la captación, sea actuando sobre las dos dimensiones:

En el primer caso, el punto de vista será dominante o englobante; en el segundo, el punto de vista será acumulativo (incluso exhaustivo); en el tercer caso, el punto de vista será electivo (o también exclusivo); en el cuarto, el punto de vista será particular (o específico).

En cada tipo de punto de vista, el sentido atribuido al objeto se basa en una morfología diferente: el objeto puede ser representado por una de sus partes (electivo), recompuesto por adición (acumulativo), captado de golpe como un todo (englobante), o reducido a un fragmento aislable (particular).

b)  La cuestión de la conexión entre las diferentes isotopías se basa en el principio de la homogeneidad de todo universo semiótico, homogeneidad requerida entre el plano de la expresión y el plano del contenido. La conexión entre las isotopías puede ser asegurada por simples figuras que les son comunes: el rasgo de /altura/, por ejemplo, puede ser común, en el mismo discurso, a la isotopía de lo “celeste” y de lo “sagrado”. Pero ese tipo de conexión, basada sobre una parte común, puede ser simplemente un índice de coherencia. La homogeneidad solo estará asegurada si varios elementos de una isotopía entran en equivalencia con varios elementos de otra isotopía. La coherencia discursiva solamente se logra si la conexión es establecida entre sistemas de valores y no entre términos aislados. Las conexiones establecidas término a término son de orden simbólico, en el sentido corriente de la palabra: la rosa “simboliza” el amor, el cielo “simboliza” lo divino, la balanza “simboliza” la justicia. Esas conexiones simbólicas son de escaso valor heurístico, porque o bien son tan convencionales que no aportan nada nuevo al discurso, o bien son fruto de las proyecciones personales del analista, y escapan por completo a cualquier tipo de racionalidad discursiva y de verificación textual.

En cambio, las conexiones entre sistemas de valores particulares (entre oposiciones pertinentes) son el fruto de la praxis enunciativa, y concurren a la coherencia discursiva, construyendo los sistemas de valores del conjunto del discurso. Ese tipo de conexiones da origen a los sistemas semisimbólicos.

El principio de los sistemas semisimbólicos fue establecido por Lévi-Strauss cuando planteó la fórmula del mito: la oposición entre dos figuras fue puesta en relación con la oposición entre dos funciones. La fórmula fue recogida por Greimas, quien la generalizó y la reformuló con mayor precisión: Se produce un sistema semisimbólico cuando a una categoría del plano de la expresión (s1/s2) corresponde una categoría del plano del contenido (C1/C2), lo que genera una correlación de homologación:

Posteriormente, J.M. Floch la convirtió en el instrumento principal de análisis de la imagen.

El ejemplo, ya mencionado, de los colores y el estado de la fruta ilustra claramente el funcionamiento del sistema:

Si el “cuerpo propio” percibiente se desplaza en el campo posicional y adopta otro punto de vista, podemos obtener la correlación siguiente:

Y con un nuevo desplazamiento:

Como estos sistemas semisimbólicos son transitivos, se obtiene, para terminar, una correlación como la siguiente:

Esta correlación se encuentra con frecuencia en textos pictóricos y cinematográficos.

Este proceso semiótico fue sagazmente intuido por Roland Barthes en los comienzos de la semiótica moderna, cuando reelaboró estructuralmente las clásicas relaciones entre denotación y connotación (Cf. Elementos de semiología, 1964). Si un conjunto de elementos puede ser puesto en relación con varios otros conjuntos, cambiará de forma con cada nueva asociación. El color puede ser puesto en relación con la madurez, con la emoción, con la circulación de automóviles (semáforo), etcétera. Por tanto, esos diferentes conjuntos se pueden superponer entre sí: con cada nueva correlación se genera un nuevo sistema semisimbólico. Nada queda congelado, nada es fijo. La semiosis es siempre fluente.

En ese sentido, el dispositivo semisimbólico es particularmente creativo, y al contrario de lo que sucede con el gastado simbolismo, puede ser renovado en cada discurso por la instancia enunciativa. En el cine, particularmente en el cine expresionista y en el “cine negro” americano, se hizo clásico el sistema semisimbólico siguiente:

blanco : negro :: inocencia: maldad (Cf. Nosferatu)

Pues bien; Serguei Eisenstein, en Alexander Nevski, invirtió creativamente la correlación y obtuvo un fuerte efecto dramático y estético:

La conexión semisimbólica entre isotopías puede ser establecida entre categorías próximas o distantes: cuanto mayor sea la distancia, más asegurada estará la homogeneidad global del discurso.

c)  La coexistencia de diferentes isotopías en una misma zona del discurso supone que están todas ellas afectadas por grados de presencia diferentes, es decir que son consideradas como más o menos intensas y como más o menos distantes de la posición de referencia del discurso.

Se trata ahora de la presencia de los contenidos mismos del discurso, presencia más o menos sentida y más o menos asumida por la instancia de enunciación. El campo posicional del discurso se convierte en un campo donde las isotopías están dispuestas en profundidad, en capas sucesivas, desde las más fuertemente presentes, en el centro del campo, hasta las más débilmente presentes, en la periferia.

Esa gradación de la presencia está bajo el control de la instancia de enunciación: cada capa está colocada bajo una mira más o menos intensa, o es captada como más o menos próxima o lejana. Dicho control enunciativo se ejerce en dos direcciones: la de la asunción, en términos de intensidad (sensible, afectiva), y la del despliegue, en términos de distancia (espacio-temporal, cognitiva). Las diferentes isotopías dispuestas en capas de profundidad discursiva son más o menos asumidas y más o menos desplegadas: la instancia de discurso les impone o les retira su fuerza de enunciación (llamada a veces fuerza ilocutoria), las hace retroceder o avanzar en profundidad.

En ese dispositivo se ejerce la retórica. Y los “pequeños acontecimientos de conexión”, hechos de enlaces y de tensiones locales entre isotopías conectadas entre sí, en los que se juegan diferentes modalidades de coexistencia entre dichas isotopías, son tropos y figuras de retórica.

Como se trata de los modos de presencia de los contenidos del discurso, determinados por los grados de su asunción y de su despliegue, atribuidos a cada contenido por la instancia de discurso, es posible hacer corresponder a cada uno de los modos de presencia un modo de existencia de los contenidos discursivos:

Toda figura retórica obedece a ese principio de base desde el momento en que asocia dos planos de enunciación distintos y asumidos de modo diferente. La metáfora y la metonimia invitan a superar el contenido directamente expresado y a asociar allí otro contenido, más general o perteneciente a otra isotopía; juegan, pues, con la disposición de los contenidos discursivos en profundidad y con modos de existencia diferentes.

En los versos de García Lorca:

Con el aire se batíanlas espadas de los lirios

las operaciones de asunción y de despliegue, así como el modo de existencia atribuido a las isotopías en juego, se puede explicar de la siguiente manera:

La isotopía figurante es aquí la isotopía del movimiento de las espadas cuando se baten en duelo; la isotopía figurada es el roce de las hojas de los lirios por efecto del aire. La operación discursiva hace un quiebre entre la isotopía /mineral/ de las espadas y la isotopía /vegetal/ de las hojas. En un primer momento, la isotopía mineral de las espadas es puesta en el centro del campo de presencia, pero su asunción discursiva es débil, desde el momento en que el enunciado empieza con la expresión “Con el aire”, que nos indica que la mira se ha puesto en otra parte, puesto que, de acuerdo con la experiencia perceptiva, las espadas no “se baten” con el aire. Y de pronto y sin previo aviso, la isotopía se interrumpe, saltando inesperadamente al centro del campo el roce de las hojas de los lirios, fuertemente asumido por la instancia de discurso. No hay que olvidar que la “instancia de discurso” incluye al enunciatario: lector, espectador, oyente…

El contenido del batir de las espadas se encuentra realizado en un primer momento, pero queda virtualizado con la ruptura de la isotopía; mientras que el contenido del roce de las hojas de los lirios, que permanecía completamente potencializado, es de pronto realizado y asumido. Es evidente que el quiebre de isotopía se produce con base en una analogía perceptiva entre la forma visual de las hojas y la de las espadas, así como a una más lejana analogía entre el rumor de las hojas al rozarse y el ruido de las espadas al batirse.

Toda figura retórica constituye una microsecuencia discursiva, que comprende al menos una fase de “puesta en presencia” (por ejemplo, un conflicto entre dos enunciados o dos isotopías) y una fase de interpretación (por ejemplo, la resolución del conflicto por una analogía). En otros términos, cada figura podrá ser definida, al mismo tiempo, por el tipo de conexión (puesta en presencia) y por el tipo de resolución que requiere. La metáfora es una figura de conflicto semántico que se resuelve por analogía; la metonimia es una figura de conexión semántica que se resuelve por traslado de roles actanciales.

APORTES DE LA SEMIÓTICA

La semiótica ha hecho importantes aportes a las ciencias humanas. Nos ha enseñado a ver de otra manera el mundo, desvaneciendo la visión ingenua a la que estábamos acostumbrados. Eso es evidente en campos como los de la literatura y el arte, pero también en los ámbitos de la historia y de la antropología, de la política y del derecho, de la psicología y de la economía. E incluso de las ciencias exactas y naturales.

Axiología/Ideología

Los objetos que buscan o rehúyen los sujetos son siempre objetos-de-valor