Yo, el pueblo - Nadia Urbinati - E-Book

Yo, el pueblo E-Book

Nadia Urbinati

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Beschreibung

Hay buenas razones para sentirse decepcionado con el sistema político. Las numerosas promesas que la democracia ha incumplido, la tendencia general de las economías a agudizar las desigualdades, los pavorosos ejemplos de corrupción gubernamental, el conformismo que los ciudadanos perciben en los partidos: la mesa está puesta para que queramos acabar con lo establecido, ese equilibrio que parece beneficiar a una élite y marginar a las mayorías. Ahí florece el populismo. Hoy que en diversos países ese movimiento de masas se ha convertido en fuerza gobernante, conviene entender su naturaleza, su lenguaje, sus metas últimas y los riesgos que entraña. Nadia Urbinati explora en Yo, el pueblo el espíritu antisistema del populismo, su tendencia a proclamar la existencia en la sociedad de una parte "buena" —y por contraste una "mala"—, el avasallante protagonismo de sus líderes, el abuso de su condición de mayoría temporal, la deformación de las elecciones y las instituciones que puede producir. Tras un recorrido por numerosas teorías sobre este fenómeno político y el análisis de ejemplos concretos, la autora nos invita a dejar de discutir qué es el populismo y en cambio a mirar qué hace, en particular la forma en que puede transformar la raíz misma de la democracia. "A diferencia de tantos estudiosos que se suben al tren del populismo, Nadia Urbinati tiene una teoría de la democracia bien desarrollada, que despliega hábilmente para señalar los peligros de este fenómeno. Se basa en su profundo conocimiento de la historia del pensamiento político para plantear aquí sus argumentos." Jan-Werner Müller, autor de "¿Qué es el populismo?" "El populismo es el desafío más serio que enfrentan las democracias liberales contemporáneas. El libro de Urbinati nos ayuda a comprender la imaginación y el lenguaje populista; aprecia el origen de su astucia y registra también sus peligros." Jesús Silva-Herzog Márquez, "Reforma"

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Seitenzahl: 619

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Yo, el pueblo

Yo, el pueblo

Cómo el populismo transforma la democracia

NADIA URBINATI

Traducción de Aridela Trejo y Alejandra Ortiz Hernández

Primera edición, 2020Primera edición en inglés, 2019Título original:Me the People. How Populism Transforms Democracy© 2019 by the President and Fellows of Harvard College

This edition is published by arrangement withHarvard University Press through International Editors’ Co.

Traducción de Aridela Trejo y Alejandra Ortiz HernándezDiseño de portada: León Muñoz Santini y Andrea García Flores

D. R. © 2020, Instituto Nacional ElectoralViaducto Tlalpan 100, Arenal Tepepan, 14610,Tlalpan, Ciudad de México, México

D. R. © 2020, Libros Grano de Sal, SA de CVAv. Río San Joaquín, edif. 12-B, int. 104, Lomas de Sotelo, 11200,Miguel Hidalgo, Ciudad de México, Mé[email protected] GranodeSalLibrosGranodeSal grano.de.sal

Todos los derechos reservados. Se prohíben la reproducción y la transmisión total o parcial de esta obra, de cualquier manera y por cualquier medio, electrónico o mecánico —entre ellos la fotocopia, la grabación o cualquier otro sistema de almacenamiento y recuperación—, sin la autorización por escrito del titular de los derechos.

ISBN 978-607-98994-6-2

Índice

Presentación, por LORENZO CÓRDOVA VIANELLO

Introducción |Un nuevo tipo de gobierno representativo

Cómo el populismo transforma la democracia representativa

Contextos, comparaciones y la sombra del fascismo

Interpretaciones

Un mapa de los capítulos de este libro

1. De antisistema a antipolítica

Las facciones y el “espíritu” del populismo

Unavolonté généralepuesta de cabeza

En la raíz de la ideología moral del populismo

En las raíces de la estrategia discursiva

La minoría insufrible

Inocente frente al poder: la antipolítica de la gente común

El poder corrompe

El antisistemismo populista

Cuestión de interpretación

El antisistemismo es democrático

Conclusión

2. El pueblo auténtico y su mayoría

Pueblo/pueblismo

Mayoría/mayoritarismo

Las condiciones materiales y la pregunta del empobrecimiento

Conclusión

3. El líder más allá de los partidos

Figura, voz y poder monoárquico

El partido de una parte

Conclusión

4. Representación directa

Referendos y plebiscitos

Dos procesos representativos

La cámara oscura y la pleonexia de la popularidad

El declive de los organismos intermediarios y el auge de la democracia en red

Populismo digital

¿Democracia en red para resolver el dilema de Michels?

Conclusión

Epílogo |¿Un callejón sin salida?

Agradecimientos

Notas

Presentación

“Un fantasma recorre Europa —afirmaban en 1848 Karl Marx y Friedrich Engels en elManifiesto del Partido Comunista—, el fantasma del comunismo.” A juzgar por el explosivo interés mediático, académico y político de años recientes, un nuevo fantasma parece recorrer el mundo —y ya no sólo Europa— desde hace algunos años: el fantasma del populismo.

El carácter fantasmagórico de esa expresión política está asociado no sólo con la sensación de amenaza real y concreta que insufla temores y riesgos en muchas latitudes, sino también por la imprecisión conceptual y las dificultades para delimitar las fronteras, los atributos y las variantes de este complejo fenómeno. Para atajar esas imprecisiones y dificultades, Nadia Urbinati, una destacada politóloga y teórica política italiana, ofrece, en la obra que ahora tengo el honor de presentar, un vasto y profundo análisis, crítico y balanceado a la vez, sobre los principales rasgos y motivaciones que animan a ese populismo que, se afirma, recorre el mundo. Es imposible y fuera de propósito hacer una glosa o síntesis adecuada de la obra de Urbinati, dada la profundidad de su análisis y las restricciones que supone esta breve presentación. Pero es igualmente obligado, me parece, introducir al lector a algunas de las observaciones que la autora hace sobre el fenómeno populista, especialmente aquellas orientadas a la materia electoral. Sirvan también estas líneas para dar cuenta, de entrada, de por qué el Instituto Nacional Electoral ha decidido editar este libro: por su gran actualidad y su aporte sustancial a la discusión pública sobre el trance por el que cursan las democracias en un buen número de países.

Yo, el puebloes una obra que analiza el populismo como proyecto de gobierno, más que como movimiento social, porque es en el ejercicio de gobierno, en la forma particular en que interpreta y ejerce la representación política, en que, de acuerdo con Urbinati, es más pertinente identificar sus rasgos constitutivos, y porque es desde ahí, desde el ejercicio del poder político, donde sus consecuencias para la democracia son de mayor alcance. Partiendo del reconocimiento de que el vocablopopulismoes con frecuencia utilizada más como un término para la polémica que para el análisis, la autora evita la discusión sobre si el populismo es un régimen, una ideología, un estilo de hacer política o un movimiento, pues reconoce que todas esas aproximaciones de estudio son posibles (aunque analizalas limitantes que adolecen algunas de ellas), y decide concentrar sus baterías analíticas y teóricas en entender cómo el populismo transforma, y al hacerlo desfigura, los tres pilares de la democracia moderna: el pueblo, el principio de la mayoría y la representación política.

El enfoque epistemológico con que Urbinati aborda el estudio del populismo es singular y le permite atajar las complejidades inherentes a definir un fenómeno político que se ubica a la mitad de camino entre la retórica y el estudio empírico. La autora busca comprender el populismo por lo quehacemás que por lo quees. En lugar de describir sus atributos y rasgos definitorios, decanta éstos a partir de la forma en que el populismo se comporta en el ejercicio del poder.

Quizás una de las propuestas más provocadoras de esta obra es la idea de que el populismo como forma de gobierno no es una expresión política ajena o sustitutiva de la democracia representativa. Para Urbinati, el populismo es, al contrario, una nueva forma de representación, basada en dos ejes: una relación directa entre el líder y el pueblo, integrado este último por la gente “correcta”, el pueblo “bueno”, y la autoridad superlativa de la audiencia, contraria a toda forma de intermediación política y promotora de una movilización permanente del cuerpo social.

En esta lógica, el populismo en el poder político es una nueva forma de gobierno mixto en la que una parte de la población —la mayoría electoral, a la que se equipara con el pueblo— ejerce el poder de forma esencialmente excluyente (facciosa, lo llama), en nombre de la mayoría. Compite con la democracia constitucional por interpretar el tipo de representación que sustenta el ejercicio del poder político y los alcances de la soberanía popular. El populismo se sostiene así en dos condiciones: la identidad de un sujeto colectivo y abstracto, “el pueblo”, y los rasgos específicos del líder, que encarna a dicho sujeto y que lo hace visible. En este sentido, el populismo expresa la lógica de la “democracia plebiscitaria” sugerida por Carl Schmitt enEl concepto de lo político(1932), en la que “el pueblo” como “unidad política” es expresado y representado en la figura del “jefe”.

En una argumentación que parecería contradictoria a primera vista, Urbinati afirma que el populismo es incompatible con las formas políticas no democráticas, ya que se concibe a sí mismo como un intento por construir un sujeto colectivo, por medio del consentimiento voluntario del pueblo, que parte del cuestionamiento a un orden social en nombre y representación de los intereses del pueblo. Sin embargo, la democracia representativa es, al mismo tiempo, el entorno donde se desarrolla el populismo y el objeto de su ataque. El populismo no es una interrupción de la democracia, sino una continuación o radicalización —e, inevitablemente, una distorsión— de algunos de sus principios fundamentales, como el principio de la mayoría —que llevado a sus extremos termina por ser contradictorio con la lógica y los principios de la propia democracia, como lo advirtió Alexis de Tocqueville enLa democracia en América(1835)—. Como proyecto político de gobierno, es una nueva forma de representación que desfigura a la democracia, sin aniquilarla por completo, pero haciéndola ciertamente irreconocible.

Aunque no es materia de su análisis en extenso, Urbinati sí dedica parte de su estudio a tratar de comprender la función de las elecciones en este tipo de gobiernos. Para la mentalidad y el actuar populistas, las elec- ciones no son realmente un proceso para construir una mayoría; las elecciones, más bien, tienen la función dedevelarla mayoría —pero sólo si coincide con la mayoría que asumen como legítima y a la cual representan—. Y es el líder el instrumento por el cual dicha mayoría se revela, en un sentido casi religioso. De ahí que se afirme que las elecciones se usan con un sentido plebiscitario, desvirtuando la naturaleza misma de los comicios como espacio de recreación del pluralismo político de una sociedad y el medio para integrar, a partir del reconocimiento de ese pluralismo, la representación política. Las elecciones son usadas como mecanismo plebiscitario para probar la fuerza del ganador, no como instrumento para someter a la deliberación pública las alternativas políticas y refrendar así la autonomía política de la ciudadanía.

En relación con el tema de las elecciones y de las mayorías, conviene hacer un apunte. La alternancia en los cargos de elección popular es un signo de democracia no porque sea una condición necesaria en sí misma, sino porque la posibilidad y el hecho mismo de cambiar a quien es titular de un cargo de elección popular implican que no hay mayorías permanentes ni perpetuas y que en una democracia una de las características más nítidas de las mayorías es su contingencia y su temporalidad. Entender esto exige comprender lo obvio: que una sociedad política está integrada por una pluralidad de alternativas y visiones, todas ellas legítimas, que se encuentran en una pugna pacífica y regulada por persuadir al mayor número de ciudadanos y que la mayoría —y la minoría— se redefine periódicamente en cada elección. La mayoría, además, da nacimiento a su contraparte, una o unas minorías que deben estar en la permanente posibilidad de convertirse eventualmente en mayoría y sin las cuales aquélla no puede existir. Tal como lo afirma Sartori (a quien Urbinati recupera con justicia), el futuro de la democracia depende de la convertibilidad demayorías en minorías y de éstas en aquéllas. En ese sentido, la lección de Hans Kelsen (no casualmente antagonista conceptual y político de Carl Schmitt) respecto de que la regla de la mayoría, en clave democrática, supone la existencia y el respeto de una serie de reglas de la minoría —o de las minorías—, permea en el trasfondo de las reflexiones de Nadia Urbinati (como un eco lejano de una larga y rica tradición democrática). Esa regla kelseniana de la relación entre mayorías y minorías se sintetiza en tres aspectos:a] que la minoría debe tener derecho a existir,b] que la minoría debe tener el derecho a que se le tome en cuenta yc] que la minoría debe tener el derecho de convertirse, si recibe para ello el respaldo del electorado, en mayoría.

Como bien lo analiza la autora deYo, el pueblo,en una democracia ninguna mayoría es la última y ninguna posición disidente u opositora está confinada,ex ante,a una posición de subordinación, carente de legitimidad, por el simple hecho de no haber recibido, en un momento particular (esporádico, se insiste), la voluntad mayoritaria. Por esta misma razón, debido al vínculo dialéctico entre mayoría y minoría, y porque aquella no puede existir sin ésta, ninguna decisión de gobierno puede realmente tomarse sin algún nivel de cooperación de las posiciones políticas contrarias, bajo el riesgo de perder legitimidad o el atributo de régimen demo-crático.

Pero esto no lo entiende el populismo. Para éste, la mayoría que le otorga el poder es, en primer lugar, la única legítima y la minoría no sólo agrupa a quienes perdieron la preferencia del voto popular, sino que forma parte de una oposición esencialmente ilegítima, digna de ser descalificada y de no ser tomada en cuenta.

De forma peculiar, pero dada su naturaleza hasta cierto punto esperable, afirma Urbinati, los populismos, una vez en el poder, elevan el principio de la mayoría a una categoría superlativa que transforma a una mayoría electoral, esencialmente contingente, en otra permanente, que asume “el poder desnudo de una parte”, en lugar de un método por el cual la ciudadanía, de forma libre e igualitaria, alcanza un acuerdo en condiciones de pluralidad y compromiso político —precisamente la idea en la que Hans Kelsen, de nuevo, identificaba la esencia y el valor de la democracia.

Quizás una de las argumentaciones más atractivas que hace Urbinati en esta obra es la que busca explicar cómo se entiende la representación política en el populismo. Para el populismo en el poder, según la autora, la representación política no es simplemente producto de la suma de una mayoría de votos y del convencimiento de un proyecto político enarbolado por un partido o una candidatura. La interpretación que el populismo hace de la representación política es como encarnación: el líder es el representante de una mayoría con la que se funde, de la que se alimenta y a la que da significado como única mayoría legítima por ser la auténtica expresión del pueblo “bueno” —precisamente, la idea en la que Carl Schmitt, de nuevo, identificaba el “auténtico” principio democrático, que en realidad era todo lo contrario a lo que la tradición política moderna identifica como democracia: la gran conquista civilizatoria de la modernidad.

Esta forma de representación, como encarnación del pueblo, encuentra un obstáculo en el ejercicio del poder político por medio de cualquier mecanismo o forma de intermediación o control político: los partidos, los medios de comunicación tradicionales, los órganos de control estatal y otros pesos y contrapesos institucionales. Al asumir la representación política como encarnación del pueblo que lo eligió, el líder populista busca dar su voz y su voluntad a ese sujeto colectivo que lo ha llevado al ejercicio del poder público. Así, el líder asume —y proclama— que su voz y su voluntad dejan de ser suyas, para transfigurarse en las del pueblo mismo (se convierte, según Urbinati, en una suerte de “profeta ventrílocuo”). Esta transformación o desfiguración tiene dos efectos. En primer lugar, el líder debe esforzarse por refrendar en todo momento su cercanía con el pueblo (ya sea con comportamientos, símbolos o encuentros directos), porque sólo así manifiesta que, aunque está en el poder, no se ha convertido en un nuevo miembro de la élite y sigue siendo antisistema. El segundo efecto es que detona lo que Urbinati y otros autores denominan la “ideología de la excusa”, una mentalidad conspiratoria. Todo lo que se opone o dificulta el cumplimiento de su mandato, derivado del pueblo, implica, casi por definición, un acto de conspiración. Así, la responsabilidad del incumplimiento o del fracaso siempre descansa en otra parte, comúnmente en los enemigos o los adversarios políticos.

Vinculado estrechamente con esta visión de la representación política como encarnación, pero también con la radicalización del principio de la mayoría, al que hacía alusión previamente, el populismo tiene una visión posesiva de la política y de las instituciones políticas. Ésta es, según Urbinati, la base de su naturaleza facciosa. Si los regímenes corruptos (causantes, en buena medida, de la reacción populista) son patrimonialistas y parciales en beneficio exclusivo de una élite o del grupo político gobernante, el gobierno populista usa las instituciones políticas de forma posesiva, particularista, a nombre de la mayoría, del pueblo, para fortalecer su posición en el ejercicio del poder. A este mecanismo Urbinati lo denomina “política de la parcialidad”, que, entre otras manifestaciones, usa el lenguaje de los derechos de manera tal que subvierte su propia función. El populismo surge de la denuncia de la exclusión, producida por la corrupción, la desigualdad, la pobreza y la discriminación, pero construye, por paradójico que parezca en una primera mirada, una aparente estrategia de inclusión basada en la exclusión de todo y todos los que tengan o hayan tenido algún vínculo o relación con el sistema al que se opone. De ahí su engañosa, pero no por eso menos real, tendencia facciosa.

Evidentemente, el populismo en su versión contemporánea no surgió de la nada, de forma espontánea. Urbinati hace bien en señalar que la democracia representativa no cumplió la promesa a la que fue llamada: ayudar a procesar las diferencias políticas que permitieran encontrar la mejor opción de gobierno para así dar con la salida a los problemas torales de la desigualdad, la pobreza, la corrupción, la violencia. Sin este entorno social, ningún populismo surge y mucho menos crece, tal como ha suce-dido en muchas sociedades durante al menos la última década.

Pero Urbinati también le asigna a los partidos y la clase política más amplia, la responsabilidad que les corresponde en el surgimiento del popu- lismo como fuerza gobernante. Y es que, en efecto, los partidos, en lugar de ser espacios de procesamiento de demandas, de canalización de exigencias y de identificación de liderazgos viables, se convirtieron en máquinas de votos, en aparatos meramente electoreros. Convencidos de que lo único importante es llegar al poder, los partidos abandonaron su función de “escuela de políticos” en el mejor de los sentidos: como espacio para la construcción de valores y comportamientos, y para la generación de habilidades favorables para hacer política en una democracia. Hambrientos de votos, e imbuidos en un entorno cultural que enaltece a las celebridades y la estridencia, más que las trayectorias sólidas y la deliberación argumentada, los partidos favorecieron el contexto propicio que ha producido la desafección de la política, la desconfianza hacia los propios partidos, las inclinaciones antisistema y antipolítica que permean amplios segmentos de las sociedades contemporáneas.

Publicado originalmente en 2019 por Harvard University Press, esta edición deYo, el puebloes la primera que se hace en castellano y responde al interés del Instituto Nacional Electoral y de la casa editorial Grano de Sal por traer a México y a todo el mundo hispanoparlante los mejores estudios y análisis sobre la democracia. La edición de esta obra en particular atiende a la coyuntura política, social y académica actual que, en un contexto de limitada deliberación informada, exige nuevas pistaspara comprender los desafíos y las amenazas que enfrenta la democracia en México y en muchos otros países, y para actuar en su defensa con base en dicha comprensión.

¿Por qué es tan importante estudiar y tratar de comprender qué es el populismo?, se pregunta Urbinati. Porque el populismo está transformando nuestras democracias, responde. No hay mejor razón para leer y comprender la propuesta analítica de Nadia Urbinati: porque nuestras democracias se están transformando y debemos tratar de comprender hacia dónde se dirigen, hacia dónde queremos—toda la ciudadanía, en la plenitud de su pluralidad y complejidad— que se dirija.

LORENZO CÓRDOVA VIANELLOConsejero Presidente delInstituto Nacional Electoral

Para mi padre, veinte años después

Introducción

Un nuevo tipo de gobierno representativo

Para un sistema democrático, estar en transformación es el estado natural

NORBERTO BOBBIO,El futuro de la democracia1

El populismo no es nuevo. Surgió en el siglo XIX junto con el proceso de democratización y desde entonces sus prácticas han imitado las prácticas de los gobiernos representativos que ha desafiado. La novedad hoyesla intensidad y la omnipresencia de sus manifestaciones: los movimientos populistas se han hecho presentes en casi todas las democracias. De Caracas a Budapest, de Washington a Roma. Cualquier análisis político contemporáneo que pretenda ser tomado en serio debe lidiar con el populismo. No obstante, nuestra capacidad para estudiarlo es limitada porque, hasta hace poco, el fenómeno se analizaba a partir de cualquiera de los siguientes enfoques, muy específicos. Ya fuera que se conceptualizara como una subespecie de fascismo o que se estudiara como un sistema de gobierno que se creía exclusivo de los países en la periferia de Occidente, en especial los países latinoamericanos.2Se cree que éstos son cuna del populismo porque han sido el origen de las generalizaciones que asignamos a los estilos políticos, los procesos emergentes, las condiciones socioeconómicas de éxito o fracaso, y las innovaciones de las instituciones estatales populistas.3

El interés reciente que han mostrado académicos y ciudadanos por el populismo también es nuevo. Hasta finales del siglo XX, los únicos que estudiaban el populismo eran aquellos pensadores que lo vinculaban con los procesos de construcción de la nación en países antes colonizados, como una nueva forma de movilización y de respuesta en contra de la democracia liberal, o bien como señal del renacimiento de los partidos de derecha en Europa.4Pocos académicos sugerían que el populismo pudiera tener un papel positivo en la democracia contemporánea. Quienes sí lohacían, veían sus virtudes desde el plano moral. Aseguraban que implicaba un deseo de “regeneración moral” y las aspiraciones “redentoras” de la democracia, que situaba la “política del pueblo” por encima de la “política institucionalizada” o que privilegiaba las experiencias que se vivían en las comunidades por encima de un estado abstracto y distante, y que podía ser el medio para alcanzar la soberanía popular, sobre las instituciones y las reglas constitucionales.5

Eso quedó en el pasado. Ahora, en el siglo XXI, los académicos y los ciudadanos atraídos por el populismo son más numerosos y su interés es ante todo político. Conciben el populismo no sólo como síntoma de fatiga ante el “sistema” y ante los partidos del sistema, sino también como exigencia legítima de la gente en general de hacerse con el poder, gente que durante años ha visto que sus ingresos y su influencia política son cada vez menores. En él ven la oportunidad de lograr que la democracia rejuvenezca, así como un arma que la izquierda debería emplear para derrotar a la derecha (que por tradición funge como custodio de la retórica y la estrategia populistas).6Aún más importante, afirman que los movimientos populistas se han alejado de su primera patria, Latinoamérica, y se han asentado en el gobierno de lugares poderosos, como Estados Unidos y algunos Estados miembros de la Unión Europea.

Pese a la cifra cada vez mayor de académicos adeptos al populismo, y pese al éxito electoral de candidatos populistas, el términopopulismose sigue empleando con frecuencia como herramienta polémica y no analítica. Se utiliza comonom de bataillepara etiquetar y estigmatizar ciertos movimientos y líderes políticos, o como grito de guerra para quienes aspiran a arrebatar el modelo democrático-liberal de las manos de las élites, firmes creyentes de que ese modelo es la única forma válida de democracia que tenemos.7

Por último, sobre todo tras el referendo delBrexiten 2016, políticos y politólogos han acuñado el término para referirse acualquiermovimiento de oposición: para calificar a nacionalistas xenófobos o críticos de las políticas neoliberales por igual. Con este uso, el sustantivopopulismose convierte en un término que incluye a todo aquel que no gobierna, sino que critica a los gobernantes. Los principios que sustentan su crítica se vuelven irrelevantes. Un predecible efecto secundario de este enfoque polémico es que reduce la política a un concurso entre el populismo y la gobernanza, de modo quepopulismonombra a cualquier movimiento de oposición ygobernanzaequivale a política democrática o sencillamente a un asunto de gestión institucional.8Pero cuando los movimientos populistas llegan al poder, el enfoque polémico se queda mudo. Le resulta imposible explicar la asimilación del populismo en las democracias constitucionales, que se han vuelto el punto de referencia y el objetivo de las mayorías populistas. Esto quiere decir que ese enfoque no puede idear una estrategia exitosa para contrarrestarlo.

Mi objetivo en este libro es enmendar esta debilidad conceptual. Propongo desterrar la actitud polémica y abordar el populismo como proyecto de gobierno. Propongo también considerarlo una transformación de los tres pilares de la democracia moderna: el pueblo, el principio de mayoría y la representación. No soy partidaria de la perspectiva generalizada según la cual los populistas son, ante todo, opositores y que son incapaces de gobernar. En cambio, subrayo la capacidad de los movimientos populistas para construir un régimen particular dentro de la democracia constitucional. Reitero que el populismo en el poder es unnuevomodelo de gobierno representativo, si biendesfigurado,situado en la categoría de “desfiguración” que planteé en mi libro anterior.9

Esta introducción consta de cuatro partes que conforman el entorno conceptual para la teoría que desarrollaré en el resto del libro. Primero, propongo un resumen del contexto constitucional y representativo en el que en la actualidad el populismo se está desarrollando, pues debe juzgarse en relación con ello. Segundo, planteo que el populismo se puede entender como una tendencia global, con un patrón fenomenológico claro, si bien toda instancia particular de populismo tiene rasgos específicos por su contexto. Tercero, ofrezco un resumen sintético y crítico de las principales interpretaciones contemporáneas del populismo, en relación con las cuales desarrollo mi teoría. Por último, trazo un breve mapa de los capítulos subsecuentes.

CÓMO EL POPULISMO TRANSFORMA LA DEMOCRACIA REPRESENTATIVA

Este libro busca entender las implicaciones del resurgimiento del populismo en relación con la democracia constitucional. La democracia constitucional es el modelo político que promete proteger los derechos básicos (esenciales en el proceso democrático) limitando el poder de la mayoría en el gobierno y brindando oportunidades estables y regulares para alternar las mayorías y los gobiernos, garantizar mecanismos sociales y de procedimientos que permitan a la mayoría de la población participar en el juego de la política, influir en las decisiones que se toman y cambiar a los actores que toman esas decisiones. La democracia constitucional se estabilizó en 1945 tras la derrota de las dictaduras de masas; su objetivo era neutralizar los problemas que hoy en día el populismo intenta aprovechar.10Se trata de: 1] la resistencia de los ciudadanos democráticos frente a la intermediación política, en particular frente a los partidos políticos organizados y tradicionales; 2] la desconfianza de la mayoría respecto de la vigilancia institucional del poder, que la mayoría obtiene de forma legítima a partir del voto de los ciudadanos; por último, 3] la tensión con el pluralismo o las opiniones y los grupos que no encajan con el significado mayoritario del “pueblo”. Sostengo que la representación es el terreno en donde se libra la batalla de los populistas sobre estos asuntos. Me parece que el populismo es la prueba definitiva de las transformaciones de la democracia representativa.11

Procuraré resumir la teoría que propongo. Mi argumento consiste en que la democracia populista es el nombre de un nuevo modelo de gobierno representativo que se funda en dos fenómenos: una relación directa entre el líder y los miembros de la sociedad a los que se considera las personas “correctas” o “buenas”, y la autoridad superlativa de su público. Sus objetivos centrales son los “obstáculos” que impiden el desarrollo de estos fenómenos; las entidades que están en medio y pueden opinar, como los partidos políticos, los medios de comunicación consolidados o los sistemas institucionales que monitorean y controlan el poder político. El resultado de estas acciones positivas y negativas traza la fisonomía del populismo como interpretación de “el pueblo” y “la mayoría”, contaminada por una evidente —y entusiasta—política de la parcialidad.Esta parcialidad fácilmente puede desfigurar el Estado de derecho (que exige que los funcionarios del gobierno y los ciudadanos se rijan por la ley y actúen en consecuencia), así como la división de poderes, los cuales en conjunto se refieren a los derechos básicos, a los procesos democráticos y a los criterios sobre lo que es justo o correcto. Que estos elementos sean la esencia de la democracia constitucional no implica que por naturaleza sean idénticos a la democracia. Su relación surge tras un proceso histórico complejo, a veces dramático y siempre conflictivo, que ha sido (y es) temporal, abierto a la transformación, finito, y que puede revisarse y reestructurarse: el populismo es una forma posible de esta revisión y reestructuración.12Los populistas quieren sustituir la democraciapartidistacon democraciapopulista;cuando lo consiguen, configuran su mandato mediante el uso incontrolado de los medios y los procedimientos de lademocracia partidista. En específico, los populistas fomentan el despliegue permanente de la gente (el público) para apoyar al líder electo, o modifican la Constitución vigente para reducir las restricciones que tiene la mayoría para tomar decisiones. En una frase: “el populismo busca ocupar el lugar del poder constitutivo”.13

Existen motivos sociales, económicos y culturales indiscutibles que explican el éxito de las propuestas populistas en nuestras democracias. Se podría argumentar que su éxito es equivalente a reconocer que la democracia partidista no ha cumplido las promesas que hicieron las democracias constitucionales tras 1945. Entre esas promesas incumplidas, dos en particular han contribuido al éxito del populismo: por una parte, el aumento de la desigualdad socioeconómica, esto es, que las oportunidades de aspirar a una vida social y política digna sean pequeñas o nulas para la mayoría de la población; por otra, el crecimiento de una oligarquía global desenfrenada y rapaz frente a la que el Estado soberano se vuelve un fantasma. Estos dos factores se relacionan: violan la promesa de igualdad y manifiestan la necesidad urgente de que la democracia constitucional reflexione en forma autocrítica sobre por qué “no ha logrado derrotar totalmente al poder oligárquico”.14El dualismo entre los pocos y los muchos, y la ideología antisistema que alimenta al populismo, proviene de estas promesas incumplidas. Este libro reconoce estas condiciones socioeconómicas, pero no pretende estudiar por qué el populismo creció o por qué lo sigue haciendo. La ambición de este libro tiene un alcance más limitado: busco entendercómo el populismo transforma (desfigura incluso) la democracia representativa.

El términopopulismoes ambiguo y difícil de definir de manera nítida e inobjetable, pues no es una ideología ni un régimen político específico, sino más bien unproceso representativomediante el cual se construye un sujeto colectivo para llegar al poder. Si bien es “una forma de hacer política que puede adquirir distintas formas, según el periodo y el lugar”, el populismo no es compatible con regímenes políticos no democráticos.15Esto se debe a que se define como un intento por construir un sujeto colectivo mediante el consentimiento voluntario de la gente y por cuestionar un orden social en nombre de los intereses de esa gente.

Según elOxford English Dictionary,la política populista es un tipo de política que busca representar los intereses y los deseos de la gente común, “que siente que las élites consolidadas ignoran sus exigencias”.16Enesta definición hay dos actores definidos: la gente común y las élites políticas consolidadas. Lo que define y conecta a estos dos actores es lo quelos últimos despiertan en los primeros, un sentimiento que el líder representativo intercepta, exalta y narra. El populismo implica una idea exclusivista de la gente y el sistema es el factor externo gracias al cual, y en contra del cual, se concibe a sí mismo. La dinámica del populismo es de construcción retórica. Requiere que un orador o una oradora interprete las exigencias de los grupos insatisfechos y los unifique en una narrativa por encima de su persona. En este sentido, como ha señalado Ernesto Laclau, todos los gobiernos populistas adoptan el nombre de su líder.17El resultado es una suerte de movimiento al que, si se le pide explicar por qué motivo es la voz del pueblo, responde nombrando a los enemigos de la gente.18

Mi interpretación corrige la diferencia que hace Margaret Canovan entre el populismo en sociedades “con rezago económico” (en las que supuestamente el populismo puede incluso engendrar a líderes de corte cesarista) y el populismo en sociedades occidentales modernas (en donde se supone que puede existir incluso sin un líder).19Según el marco teórico de Canovan, las sociedades occidentales son una especie de excepción, en cuanto que en esos contextos el “populismo” es casi indistinguible de la situación electoral de las llamadas mayorías silenciosas, las cuales son cortejadas y conquistadas por candidatos hábiles y partidos atrapatodo, o sea esos que aceptan a cualquiera como sus miembros.20Mi interpretación del populismo como transformación de la democracia representativa pretende cambiar esta perspectiva. Según mi teoría, todos los líderes populistas se comportan igual, sean o no occidentales. Dicho esto, en sociedades que no son plenamente democráticas, las ambiciones representativas de los líderes populistas pueden subvertir el orden institucional existente (si bien no pueden lograr que el país sea una democracia estable).21Esto fue lo que sucedió con el fascismo italiano en la década de 1920, así como con el caudillismo y con las dictaduras que uno encuentra en América Latina.

Más aún, planteo que, antes de llegar al poder, todos los líderes populistas amasan su popularidad atacando a los partidos políticos y a los políticos del sistema (de derecha y de izquierda). Cuando llegan al poder, reconfirman su identificación con “el pueblo” de manera cotidiana, convenciendo al público de que libran una batalla monumental en contra del sistema establecido para conservar su “transparencia” (y la de su gente), así como para evitar convertirse en el nuevo sistema. Para este fin, es esencial establecer una relación directa con la gente y el público. Hugo Chávez “dedicó más de 1 500 horas a denunciar el capitalismo en Alo Presidente, su programa de televisión”;22Silvio Berlusconi fue, durante años, una presencia diaria en sus canales de televisión privados y en la televisión estatal italiana, y Donald Trump está en Twitter noche y día.

La construcción representativa del populismo es retórica e independiente de las clases sociales y de las ideologías tradicionales. Como afirman en Europa, se sitúa más allá de la división entre derecha e izquierda. Se trata de una expresión de acción democrática porque la creación del discurso populista ocurre en público, con el consentimiento voluntario de los protagonistas relevantesyde la audiencia.23Con esto en mente, la pregunta central de este libro es la siguiente:¿qué clase de consecuencias democráticas produce el populismo?Mi respuesta es que, hoy en día, la democracia representativa estantoel entorno en el que se desarrolla el populismocomosu objetivo, o aquello en contra de lo cual exige ejercer su poder. Los movimientos y los líderes populistas compiten con otros actores políticos respecto de la representación del pueblo y aspiran a la victoria electoral para demostrar que “el pueblo” al que representan es el “bueno” y que merecen gobernar por su propio bien.

Este libro busca demostrar cómo el populismo intenta transformarse para ser un nuevo modelo de gobierno representativo. En la bibliografía sobre el tema, que examinaré en la tercera sección de esta introducción, se plantea que el populismo se opone a la democracia representativa. Se le asocia con el reclamo del poder inmediato de los soberanos populares. A veces también se le vincula con la democracia directa. Por el contrario, este libro busca revelar que el populismo surge delinteriorde la democracia representativa y quiere construir su propio pueblo y gobierno representativos. El populismo en el poder no cuestiona la práctica electoral, sino que más bien la convierte en la celebración de la mayoría y de su líder, en una nueva estrategia de gobierno elitista, centrada en una (supuesta) representación directa entre la gente y el líder. En este marco, las elecciones funcionan como plebiscito o por aclamación. Hacen lo que no deberían: mostrar la que se considera la respuesta correctaex antey fungen como confirmación de los ganadores correctos.24Así, el populismo es un capítulo en un fenómeno más amplio: la formación y la sustitución de las élites. Mientras pensemos en el populismo únicamente como un movimiento de protesta o como una narrativa, no podremos reconocerlo. Pero cuando lo contemplemos a medida que se manifiestaal llegar al poder,estas otras realidades se hacen completamente evidentes. Por el contrario, se podría decir que tendremos mayor claridad cuando dejemos de discutirquéesel populismo —si es una ideología “superficial”, una mentalidad, una estrategia o un estilo— y en cambio analicemosqué hace:en especial, cuando nos preguntemos cómo cambia o reconfigura los métodos y las instituciones de la democracia representativa.

La interpretación del populismo como un nuevo modelo de gobierno mixto que propongo en este libro se beneficia de la teoría diárquica de democracia representativa que planteé en mi libro anterior.25Esta teoría entiende la idea de democracia como gobierno por medio de la opinión. La democraciarepresentativaes diárquica porque es un sistema en el que “la voluntad” (es decir, el derecho a votar, así como los métodos y las instituciones que regulan la toma de decisiones de autoridad) y “la opinión” (es decir, el dominio extrainstitucional de los juicios y las opiniones políticas en sus expresiones multifacéticas) se influyen la una a la otra, pero conservan su independencia.26Las sociedades en las que vivimos son democráticas, no sólo porque celebran elecciones libres a las que concurren dos o más partidos políticos, sino porque también prometen permitir la rivalidad y el debate políticos efectivos para presentar ideas diversas y contrastantes. El empleo de instituciones representativas —medios de comunicación libres y diversos, así como la elección regular de representantes, partidos políticos, etcétera— fomenta la formación de juicios políticos y fomenta asimismo que éstos influyan en el voto. También permite considerar, repensar y, de ser necesario, modificar las decisiones. Si bien la democracia directa reduce el tiempo entre la voluntad y el juicio, y con ello exalta el momento de la decisión, la democracia representativa lo amplía. Al hacerlo, abre los procesos políticos para que se formen y para que funcionen la opinión y la retórica públicas. Al confiar en las capacidades de la representación en la vida política, aprovechamos un mecanismo ideológico que nos permite usar el tiempo como recurso a la hora de guiar nuestras decisiones políticas. Por lo tanto, la diarquía promete que las elecciones y el foro en el que se vierten las opiniones lograrán que las instituciones sean el seno del poder legítimo y un objeto de control y escrutinio. Una Constitución democrática debe regular y proteger ambos poderes.

En conclusión, la teoría diárquica de la democracia representativa plantea dos puntos. Primero, afirma que “la voluntad” y “la opinión” son los dos poderes de los ciudadanos soberanos. Segundo, afirma que en principio son dos cosas distintas, y deberán diferenciarse en la práctica, aunque deben estar (y están) en comunicación constante. Denominodiarquíaa una especie de autogobierno mediado o indirecto que asume que entre el soberano y el gobierno existe unadistanciay unadiferencia.27Las elecciones regulan la diferencia, mientras que la representación (que es tanto una institución dentro del Estado como un proceso de participación fuera de él) regula la distancia. Los modelos de representación populista precisamente cuestionan y transforman esa distancia y esa diferencia, y el populismo en el poder busca deshacerse de ellas.28Y sin embargo su “franqueza” se mantiene dentro del gobierno representativo.

De esta forma, el régimen mixto que inauguró el populismo se caracteriza por larepresentación directa. El concepto de representación directa es un oxímoron que empleo (y detallo en el capítulo 4) para expresar la idea de que los líderes populistas quieren hablar directamentealpueblo yparael pueblo, sin intermediarios (sobre todo partidos políticos y medios de comunicación independientes). Por ello, aunque el populismo no reniega de las elecciones, las aprovecha como celebración de la mayoría y de su líder, y no como una competencia entre líderes y partidos que facilita la valoración de la pluralidad de preferencias. En concreto, debilita a los partidos organizados, de los que la competencia electoral había dependido hasta ahora, y crea su propio partido ligero y maleable, que pretende unificar demandas más allá de las divisiones partidistas. El o la líder utiliza este “movimiento” a su antojo y, de ser necesario, lo ignora. En una democracia representativa convencional, los partidos políticos y los medios de comunicación son cuerpos intermediarios esenciales. Permiten que lo que está dentro del Estado y lo que está afuera se comuniquen, sin fusionarse. En cambio, una democracia representativapopulistabusca superar dichos “obstáculos”. “Democratiza” lo público (o eso afirma) al establecer una comunicación perfecta y directa entre las dos caras de la diarquía e, idealmente, las funde en una sola. El objetivo de oponer a la “gente común” con la “minoría establecida” es convencer al pueblo de que es posible ser gobernado mediante un sistema representativo sin necesidad de una clase política aparte o del sistema establecido. Como lo explico en el capítulo 1, prescindir del sistema (o de cualquier cosa que se crea que está entre “nosotros”, es decir la gente allá afuera, y el Estado, entendido como los aparatos “de adentro” conformados por quienes toman las decisiones, ya sean elegidos o designados) es el argumento central de todos los movimientos populistas. Sin duda fue el tema recurrente en el discurso inaugural de Trump, cuando declaró que su llegada a Washington no representaba la llegada del sistema establecido, sino la llegada de “los ciudadanos de nuestra nación”.

Para este análisis del populismo, es fundamental la relación directa que el líder establece y mantiene con el pueblo. También se trata de la dinámica que enturbia la diarquía democrática. Cuando está en la oposición, el populismo subraya el dualismo entre los muchos y los pocos, y expande su público al denunciar la democracia constitucional. Los populistas plantean que la democracia constitucional no ha cumplido su promesa de que todos los ciudadanos gozarán del mismo poder político. Pero cuando llegan al poder, los populistas trabajan sin descanso para demostrar que su líder es unaencarnaciónde la voz del pueblo y que debe oponerse y estar por encima de todo aquel que se diga representar a alguien más y que debe corregir las fallas de la democracia constitucional. Los populistas aseguran que como el pueblo y el líder se han fusionado, y ninguna élite intermediaria los separa, el papel de la reflexión y la mediación se puede reducir drásticamente y que la voluntad del pueblo se puede ejercer con más fuerza.

Esto es lo que diferencia al populismo de la demagogia. Como explico en el capítulo 2, en las democracias representativas el populismo se estructura mediante el principio de “unificaciónversuspluralismo”. Este mismo principio apareció en la demagogia de la Antigüedad en relación con la democracia directa. Pero el efecto del atractivo populista en la unificación de “el pueblo” es distinto. En la democracia directa de la Antigüedad, el impacto de la demagogia en la legislación era inmediato porque la asamblea era la soberana y no existía mediación alguna, en lugar de ser un órgano constituido por individuos que físicamente no estaban presentes y a quienes los diversos competidores políticos definían y representaban. No obstante, el populismo se desarrolla en un orden estatal en el que un principio abstracto define al soberano popular, lo que permite a los retóricos interpretar con toda libertad ese principio y competir por su representación dentro del Estado. Esto ocurre a pesar de que, de entrada, el populismo se desarrolla en la esfera de la opinión, donde no rige el soberano, es decir, en el ámbito de la ideología, y bien podría permanecer ahí si nunca gobernara a una mayoría. En este sentido, soy consciente de las diferencias cruciales que las elecciones suponen para la democracia. Sin embargo, recurrir a los análisis de la demagogia hechos en la Antigüedad puede ayudarnos a explicar dos cosas: 1] al igual que la demagogia, en el sentido de lapoliteiade Aristóteles, el populismo interviene cuando la legitimidad del orden representativo ya está en decadencia, y 2] la relación del populismo con la democracia constitucional es conflictiva y este conflicto nos ayuda a nombrar y exponer los mecanismos mediante los que el populismo se apropia del principio de mayoría para concentrar su propio poder e inaugurar un gobierno mayoritario.29

En mi libro anterior, planteé que es simplista e inadecuado pensar en términos de simple dicotomía entre democracia directa y democracia representativa, como si la participación estuviera del lado de la primera y las aristocracias electas, de la última.30La política democrática essiemprepolítica representativa, en cuanto que se articula y se materializa mediante interpretaciones, afiliaciones partidistas, compromisos y, por último, decisiones que toma la mayoría de los votos individuales. Estos procesos no se reducen a producir una mayoría: producen la mayoríayla oposición en una dialéctica incesante y en conflicto. La expresión ciudadana de propuestas, su argumentación y su consentimiento a las propuestas y las ideas (y a los candidatos que hablan en su nombre) son componentes de la diarquía democrática de voluntad y opinión.

Desde una perspectiva diárquica, puedo oponerme a la concepción tradicional de que el populismo se puede entender como una “democracia iliberal”.31Una democracia que infringe los derechos políticos más básicos —en especial, los derechos elementales de formarse una opinión y un juicio, expresar desacuerdos y puntos de vista cambiantes— y que sistemáticamente excluye la posibilidad de formar nuevas mayoríasno es una democracia en ningún sentido.Una definición mínima de democracia (como la electoral) supone más que meras elecciones, si en efecto pretende describirla.32Para Norberto Bobbio, es necesario que los electores “se planteen alternativas reales y estén en condiciones de seleccionar entre una u otra. Con el objeto de que se realice esta condición es necesario que a quienes deciden les sean garantizados los llamados derechos de libertad de opinión, de expresión de la propia opinión, de reunión, de asociación.”33

La diarquía de voluntad y opinión significa que la democracia es inconcebible sin un compromiso con las libertades políticas y civiles, lo que exige un pacto constitucional para establecerlas y un compromiso para protegerlas, así como la división de poderes y el Estado de derecho para protegerlos y garantizarlos. Desde luego, ninguna de estas libertades es ilimitada. Pero es fundamental que la interpretación de su alcance no recaiga en la mayoría en el poder, ni siquiera en una mayoría en el poder cuyas políticas parezcan satisfacer los intereses del grueso de la población.34Ésta eslacondición para que funcione la democracia representativa y para que sus procesos permanezcan abiertos y no determinados. Por definición, pensar y hablar en términos de la distinción entre “democrático” y “democrático liberal” es algo errado, así como pensar y hablar en términos de “democracia liberal” y “democracia iliberal”.35Si bien estosconceptos son populares, son cortos de miras e imprecisos porque asumen algo que en realidad no puede existir: la democracia sin libertad de expresión y libertad de asociación, así como la democracia con una mayoría apabullante como para bloquear sus posibles evoluciones y mutaciones (es decir, el surgimiento de otras mayorías).36Desde la perspectiva diárquica, la democracia liberal es un pleonasmo y la democracia iliberal una contradicción, un oxímoron.37

Más aún, quienes afirman que el populismo es la forma máxima de democracia se escudan en el concepto de “democracia liberal”. Esto permite a los partidarios del populismo manifestar que lo “liberal” limita la fuerza endógena de la democracia, es decir, su capacidad de respaldar el poder de la mayoría. Esto le conviene al discurso populista. En un discurso que el padre del populismo argentino, Juan Domingo Perón, pronunció durante la campaña electoral de 1946, se definió comoauténticodemócrata, a diferencia de sus adversarios, a quienes acusó de ser demócratasliberales: “Soy, pues, mucho más demócrata que mis adversarios, porque yo busco una democracia real, mientras que ellos defienden una apariencia de democracia, la forma externa de la democracia.”38El problema, claro está, es que “la forma externa de la democracia” resulta esencial para la democracia. No se trata de una mera “apariencia” y no es exclusiva del liberalismo. Si uno adopta un concepto no diárquico de la democracia y recalca que su esencia es la toma de decisiones (las del pueblo o las de sus representantes), las movilizaciones y el inconformismo ciudadanos parecen señalar unacrisis dentrode la democracia, en vez de ser uncomponentedela democracia. Al reducir el momento democrático al voto o las elecciones, el dominio extrainstitucional se vuelve el ámbito natural del populismo, y al hacerlo, como escribió William R. Riker hace años, el liberalismo y el populismo se vuelven las únicas alternativas en juego.39Lateoría diárquica nos permite eludir este inconveniente.

Como veremos en este libro, el populismo se muestra impaciente frente a la diarquía democrática. También se muestra intolerante respecto de las libertades civiles, ya que: 1] concede exclusivamente a la mayoría ganadora la capacidad de resolver las discrepancias sociales; 2] tiende a destruir la mediación de las instituciones al hacerlas sujeto directo de la mayoría gobernante y su líder, y 3] construye una representación del pueblo que, si bien abarca a una gran mayoría, excluyeex antea otra parte. La inclusión y la exclusión son características internas para la dialéctica democrática entre ciudadanos que discrepan sobre muchas cuestiones y la dialéctica democrática es un juego de gobierno y disputa. Lademocracia implica que ninguna mayoría es la última y que ningún punto de vista disidente está condenadoex antea una posición de impotencia o subordinación periférica por el hecho de que las esgriman los individuos “incorrectos”.40No obstante, para que persista esta dialéctica abierta, la mayoría electa no puede comportarsecomo sifuera la representante directa de una especie de pueblo “auténtico”. (En efecto, en el ámbito gubernamental no “se puede tomar ninguna decisión sin cierto grado de cooperación entre adversarios políticos”; por definición estos adversarios siempre son parte del juego.41) La democracia sin libertades individuales —políticasylegales— no puede existir.42En este sentido, la expresión “democracia liberal” es un pleonasmo,43pues sugiere que “la democracia espreviaal liberalismo”, en el sentido de que aquélla se sostiene sola o que no depende del liberalismo, a pesar de que históricamente se ha beneficiado de algunos logros del propio liberalismo.44Esto no sólo es cierto porque la democracia precede el liberalismo, sino que es cierto porque la democracia es una práctica de la libertad en acción y en público, rebosante de libertad individual. “La práctica política de la democracia exige condiciones que se corresponden con los valores centrales liberales y republicanos de libertad e igualdad.”45Por ello es un juego abierto en el que siempre es posible el cambio de gobierno y está inscrito en un gobierno mayoritario. Como afirmó Giovanni Sartori: “El futuro de la democracia depende de la capacidad de las mayorías de convertirse en minorías, y a la inversa, de las minorías en mayorías.”46Como resultado, la democracia liberal es en esencia democracia a secas.47Más allá está el fascismo, que no es “democracia sin liberalismo”, ni democracia, ni liberalismo político. Sus primeros teóricos y líderes, claro, lo sabían de sobra.48

Los populistas buscan construir un modelo de representación que prescinda del gobierno partidista, de la maquinaria que genera el sistema político e impone consensos y transacciones, que termina fragmentando la homogeneidad de la gente. Si el principio que rige la democracia representativa es la libertad —y por lo tanto la posibilidad de disentir, el pluralismo y el consenso—, entonces el principio que rige al populismo es la unidad de lo colectivo, que da sustento a las decisiones del o la líder. De este modo, el populismo en el poder es un modelo de gobierno representativo que se centra en una relación directa entre el líder y aquellos a los que se les considera individuos “buenos” o que tienen la “razón”: aquellos a quienes el líder dice haber unificado y llevado al poder, a quienes las elecciones revelan mas no crean.

Una consecuencia más de la impaciencia del populismo con la división partidista es que interpreta la idea procesal de “el pueblo” comopropietario. Este punto es fundamental y la numerosa bibliografía sobre el tema tiende a ignorarlo. Es preciso reparar este descuido. Cuando los populistas llegan al poder, gestionan los procedimientos y las culturas políticas como asuntos de propiedad y posesión. “Nuestros” derechos (como hemos escuchado decir al primer ministro húngaro Viktor Orbán, al ministro del Interior italiano Matteo Salvini o al presidente de Estados Unidos Donald Trump) son el eje rector del populismo. Representan la manipulación populista de las ideas, la práctica y la cultura legal asociada con los derechos civiles, en particular la igualdad y la inclusión. La caracterización del populismo como institución política posesiva está en el núcleo de su naturaleza facciosa. Esto se suma a su impaciencia con las normas constitucionales y la división de poderes, y contribuye a explicar su carácter paradójico: el populismo en el poder está condenado a ser desequilibrado (como si estuviera en una campaña permanente) o a convertirse en un nuevo régimen. No puede darse el lujo de ser un gobierno democrático entre otros porque la mayoría a la que representa no es una mayoría entre otras: es la “buena”, que existe antes de las elecciones y al margen de ellas.

Las implicaciones políticas de la naturaleza posesiva del populismo también son impredecibles. El enfoque puede dar lugar a ambiciones proteccionistas, pero también a afirmaciones libertarias, aunque se vuelvan casi irreconocibles, si es que interpretemos el populismo como una más de las ideologías fascistas tradicionales, o como una ola de proteccionismo al estilo tradicional fascista. En su penetrante análisis del civilizacionismo populista neerlandés, Rogers Brubaker afirma: “el antiislamismo libertario de Fortuyn ganó terreno en un contexto definido por las ideas claramente progresistas del pueblo neerlandés ‘nativo’ sobre género y moralidad sexual, por la ansiedad en los círculos gays sobre el acoso y la violencia antigay atribuidos a la juventud musulmana y por el clamor público a raíz de que un imán marroquí de Róterdam condenó la homo-sexualidad en un noticiero de alcance nacional”.49Líderes como Marine Le Pen del Rassemblement National [Agrupación Nacional], como el primer ministro austriaco Sebastian Kurz y como Matteo Salvini de la Lega Nord [Liga Norte] no han adoptado (aún) la retórica de ataque contra la equidad de género —aunque algunos intenten anular las leyes que regulan el aborto y el matrimonio o la unión entre personas del mismo sexo—. Tampoco rechazan las libertades individuales que los derechosciviles lograron para su gente —aunque protestan contra la prensa “per-judicial”—. No obstante,síemplean el lenguaje de los derechos civiles de modo que subvierte su función precisa. Emplean ese lenguaje para declarar y exigir el poder absoluto de la mayoría respecto de su “civilización” y, por lo tanto, respecto de sus derechos, lo que lo convierte en un poder que sólo los miembros de la clase gobernante poseen y pueden disfrutar. En el momento mismo en que los derechos se apartan de su significado de equidad e imparcialidad (esto es, un significado universalista y procedimental), se convierten en un privilegio. Pueden ser incluyentes en la medida en que no estén condicionados por la identidad cultural o la nacional de quienes los exijan. La práctica posesiva de los derechos les quita su carácter aspiracional y los convierte en un medio para proteger el estatus que ha obtenido una parte de la población. El rechazo de los migrantes en las costas italianas y la negativa a ayudarlos en tiempos de necesidad se escudan en nombre de “nuestros derechos”, que parecen tener un valor superior que “los derechos humanos”. La suspensión del universalismo es una consecuencia directa de una idea posesiva y por lo tanto relativa de los derechos. No vemos esta cara del populismo cuando el liberalismo permite que la democracia se salga de control y resaltamos las consecuencias iliberales de esto; la vemos cuando seguimos el proceso democrático de forma consistente, en toda su complejidad diárquica.

Como explicaré más adelante, el populismo es una fenomenología que implica sustituir el todo con una de sus partes. Esto hace que se esfumen las ficciones (los lineamientos de comportarsecomo si) de la universalidad, la inclusión y la imparcialidad. Que el populismo logre sus objetivos manifiestos conllevaría, en última instancia, a sustituir el significado procedimental del pueblo y a sustituir la generalidad de la ley basada en principios(erga omnes)con un significado socialmente sustantivo que sólo exprese la voluntad y los intereses de unapartedel pueblo(ad personam). En el capítulo 3, propongo que este proceso de solidificación o racialización delpopulusjurídico-político supone un intento de los líderes populistas de identificar “el pueblo” con la parte(méros)que ellos pretenden encarnar. Entonces la democracia se identifica con el mayoritarismo radical, o con elkratos(“poder”) de una mayoría específica, la que dice ser —y gobierna como si lo fuera— la única mayoría buena (o parte de ella) que alguna elección logró revelar. Esta identificación exige que uno suponga que la oposición no pertenece a la misma clase de gente “buena”. Y exige que uno identifique “la regla de la mayoría” (uno de los puntos clave de la democracia) con “el gobierno de la mayoría”. El populismo es mayoritarismo puro y como tal es una distorsión de la regla de la mayoría y de la democracia misma (no es su consumación ni su norma), cuyas “consecuencias iliberales no necesariamente son una respuesta frente a una crisis del liberalismo en un Estado democrático”, sino que se pueden suscitar a partir de la práctica y el concepto de libertad que se tienen en la democracia.50

En última instancia, el populismo no apela a la soberanía del pueblo como principio general de legitimidad. Más bien, es una reafirmación radical del “núcleo que representa un concepto idealizado de la comunidad”.51Este núcleo afirma que es el único dueño legítimo del juego. Lo hace cuando señala su mayoría numérica o bien cuando se presenta como la entidad popular mitológica que debe traducirse directamente en voluntad de poder. En el capítulo 2 abordo este enfoque polémico y propongo que —dentro de lo que defino como una idea y una gestión posesivos o de carácter propietario del poder político— la mayoría absoluta deja de ser un procedimiento para tomar decisiones legítimas en un entorno plural y competitivo, y se convierte en la facticidad del poder, lo que permite que el sector de la población que ha buscado elkratoscompense el desdén que padecieron de parte de los partidos electos anteriormente y que gobierne a partir de sus propios intereses y en contra de “el sistema” y los intereses de la población que no pertenece al sector “bueno”.

Con esta idea posesiva de la política se corre el riesgo de llegar a “soluciones” muy parecidas al fascismo, por lo que, si bien me refiero al populismo como un fenómeno democrático, también asevero que pone a prueba los límites de la democracia constitucional. Más allá de estos límites podría surgir otro régimen: quizás autoritario, dictatorial o fascista. Desde este punto de vista, el populismo no es un movimiento subversivo sino un proceso que se apropia de las normas y las herramientas de representación de la política. Como vemos hoy en día, los populistas sacan partido de las funciones de la democracia constitucional y a veces intentan reconfigurar las Constituciones. Así se explica la novedad del populismo contemporáneo tal como se ha desarrollado en el marco de las democracias constitucionales. Esta novedad demuestra que las formas populistas son reflejo del sistema político contra el que reaccionan.

Propongo que unaparcialidad radical y programáticadetermina la estructura del populismo a la hora de que éste interpreta lo que es la gente y la mayoría. No importa si se apela a “el pueblo” en los términos ideológicos de la izquierda o la derecha. En este sentido, si el populismo llega al poder, puede deformar las instituciones representativas que conforman la democracia constitucional: el sistema de partidos, el Estado de derecho y la división de poderes. Puede forzar la democracia constitucional al grado de abrirle la puerta al autoritarismo o incluso a una dictadura. Desde luego, la paradoja es que, si de verdad ocurre ese cambio de régimen, el populismo deja de existir. Esto quiere decir que el destino del populismo está ligado al destino de la democracia: “Parte de su desempeño radica en que eso no sucedadel todo.”52De esta forma, algunos académicos han comparado el populismo con un parásito para explicar esta relación tan peculiar.53El populismo no tiene fundamento propio, por lo que se desarrolla a partir de las instituciones democráticas que transforma (pero a las que nunca reemplaza del todo). La democracia y el populismo viven y mueren juntos, y por ello tiene sentido postular que el populismo es la frontera extrema de la democracia constitucional, después de la cual emergen los regímenes dictatoriales.

Sin importar la analogía que emplee un movimiento populista determinado, sus manifestaciones serán contextuales y dependerán de la cultura política, social y religiosa del país en cuestión. No obstante, el populismo es más que un fenómeno condicionado por la historia; es más bien un movimiento de divergencia. Corresponde ala transformación de la democracia representativa.Éste, creo yo, debe ser el punto de referencia para cualquier enfoque teórico en torno al populismo. Al mismo tiempo facilita las cosas pues, aunque “no tenemos nada parecido a unateoríadel populismo”, nos podemos beneficiar de su vínculo endógeno con la representación y la democracia, cuyos cimientos y procedimientos normativos conocemos bien.54

Distingo entrepopulismo como movimiento popularypopulismo como fuerza gobernante. Esta distinción engloba el estilo retórico del populismo; su propaganda, tropos e ideología, y, por último, sus objetivos y logros. Esta distinción, muestra la relación con el carácter diárquico de la democracia que presenté anteriormente. Necesitamos entender el populismo como movimiento de opinión y divergencia, y como sistema de toma de decisiones. En un libro anterior,Democracy Disfigured[Democracia desfigurada], analicé el populismo desde el primer punto de vista y en este libro lo analizo desde el segundo punto de vista.

En lo que respecta a la autoridad de la opinión, enDemocracy Disfiguredplanteé que es incorrecto valorar el populismo como si en esencia éste fuera idéntico a los movimientos populares o de protesta.55Como unidad individual, los movimientos populares pueden incluirretóricapopulista, mas no un proyecto depoderpopulista. Entre los ejemplos recientes de dicha retórica están los movimientos de divergencia y protesta, horizontales y populares, que recurrieron al tropo dualista de “nosotros, el pueblo” en oposición a “ustedes, el sistema”: como losgirotondi