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Lo que sucede en Las Vegas… se queda en Las Vegas La belleza sureña Evie Harrison había aprendido a ocultar su rebeldía bajo el intachable comportamiento de una perfecta señorita. ¡Pero una señorita no debía quedarse embarazada en una pecaminosa noche con un espectacular desconocido! El escandaloso comportamiento de Evie y el peligrosamente atractivo millonario Nick Rocco eran un suculento bocado para las revistas del corazón, que podían destrozar a la familia Harrison. Una boda secreta era preferible a un heredero ilegítimo. Así que Evie dio el "sí, quiero", preparándose para una noche de bodas más explosiva de lo que era capaz de imaginar.
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Seitenzahl: 183
Veröffentlichungsjahr: 2013
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2010 Kimberly Kerr. Todos los derechos reservados.
PASIÓN EN LAS VEGAS, Nº 1985 - junio 2013
Título original: What Happens in Vegas…
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-3122-3
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
La bola de cristal giraba lanzando destellos sobre los cuerpos sudorosos que se movían en la pista de baile al ritmo de la música tecno. El Zoo era una discoteca con lianas colgadas del techo, ráfagas de rayos láser y mobiliario con estampado de cebra. Y a Evie Harrison le encantaba porque representaba todo lo hortera, excéntrico y excesivo de Las Vegas. Evie adoraba cualquier cosa que le permitiera olvidar Dallas.
—¿Quieres bailar, preciosa?
El aliento a alcohol que acompañó a la invitación hizo parpadear a Evie.
—No, gracias. Estoy esperando a alguien.
Afortunadamente, el hombre se limitó a encogerse de hombros y a ir en busca de otra candidata. Lo cierto era que a Evie le encantaba bailar, pero sabía que si salía sola a la pista corría el riesgo de atraer a los borrachos del local, y no todos podrían ser ahuyentados tan fácilmente.
Una camarera disfrazada de tigresa recogió el vaso vacío de su mesa y le preguntó si quería otra copa.
—Un vodka con tónica —dijo Evie al tiempo que su teléfono vibraba dentro del bolso.
Miró la pantalla y frunció el ceño: Will. Era la cuarta vez que su hermano la llamaba en cuatro horas. Le había dejado un mensaje en el trabajo para que lo viera el lunes, diciéndole que se iba de la ciudad, pero como era un adicto al trabajo, debía haberse pasado por el despacho antes del fin de semana.
Pero Evie se negaba a sentirse culpable. Tenía veinticinco años y no necesitaba el permiso de su hermano para salir.
La copa llegó al mismo tiempo que un mensaje de Sabine: Voy al casino de Bellagio con Toby. No me esperes despierta. La última frase era innecesaria porque en cuanto vio cómo brillaban los ojos de Bennie, hacía media hora, había sabido que la «noche de chicas» había terminado.
Se había sentido desilusionada, pero prefería estar sola en Las Vegas a estar en Dallas. Cualquier cosa era mejor que estar en casa.
Miró su copa con el ceño fruncido. Una cosa era que hubiera hecho mal perdiendo la paciencia durante una comida. Pero nadie tenía por qué haberse enterado de no ser por la bruja de la columna de cotilleos del Dallas Lifestyles, que había estado escuchando lo que no debía. Gracias a ella, el suceso había ocupado la página tres de la edición de la mañana.
Evie se había disculpado ante el presidente del Comité de Mejora de Dallas y había doblado la donación de la empresa como compensación por haber dicho que poner bancos nuevos en la ciudad no era tan importante como curar el cáncer o alimentar a los hambrientos.
Nadie se molestó en apuntar eso en la crónica porque les interesaba más dar una noticia sensacionalista. Como de costumbre. Entonces Will la había atacado y el tío Marcus le había dedicado un largo sermón sobre las consecuencias de «avergonzar a la familia». Como de costumbre. Pero ninguno de ellos aguantaba comidas y discursos interminables para ser la cara sonriente que hacía entrega de los cheques en nombre de HarpCorp International.
¿Por qué se había molestado en ir a la universidad? Hasta un mono entrenado podría hacer su trabajo. Así que no tenía sentido que Will se pusiera como una furia porque se hubiera ausentado. No era ni la primera ni la última vez que quería estrangularla.
El teléfono vibró de nuevo. En aquella ocasión era Gwen. ¿Will era tan tonto como para creer que contestaría a su mujer?
Evie hizo una mueca al teléfono antes de guardarlo en el bolso, y evaluó las opciones que le quedaban. Podría ser buena e ir al hotel, pero si estaba en Las Vegas era para poder pasarlo bien sin arriesgarse a salir en la prensa.
La campaña publicitaria decía: Lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas. Sonaba maravillosamente. Y sería una lástima desaprovechar la oportunidad.
Quienquiera que hubiera diseñado aquel club debía ir a la cárcel. Además de feo, ¿por qué si el tema era «el zoo», había lianas colgando del techo?
Nick Rocco calculó mentalmente lo que costaría redecorar El Zoo completamente. Y, aunque no estaba convencido, era innegable que disfrutaba de una ubicación privilegiada, y una buena fiesta de inauguración le daría la publicidad necesaria para recuperarse de las pérdidas que se produjeran mientras estuviera cerrado.
Por otro lado, no podía negar el placer que suponía comprar un local en el que había fregado el suelo y atendido la barra. Aunque entonces se llamara de otra manera. Siempre le gustaba visitar los sitios que se planteaba comprar, por si observaba problemas potenciales. Por eso estaba allí el viernes por la noche, mezclándose con la clientela.
La pista de baile estaba llena, casi todos los sofás y sillas también, y los camareros hacían su trabajo con eficacia. No estaba abarrotado, pero sí lo bastante animado. Así que, con una remodelación y una nueva imagen, podría convertirse en una mina de oro.
Kevin O’Brian, quien llevaba el día a día de los negocios de Nick, volvió a su lado después de haber hecho una exploración del local.
—¿Qué hay? —preguntó Nick por encima de la machacona música.
—Aparte de alguna discusión ocasional, casi nunca acude la policía. No parece que haya nadie vendiendo lo que no debe —Kevin tenía el tipo de personalidad amable que hacía que la gente hablara en confianza, mientras que Nick no tenía paciencia. Jugar al «poli bueno»y «poli malo»era uno de los secretos del buen funcionamiento de la empresa—. Pero vas a tener que despedir a ese DJ.
A Nick le sorprendió el comentario porque Kevin nunca se metía en asuntos de personal.
—¿Por qué? ¿Crees que…?
—No, pero tiene un gusto musical pésimo —Kevin pidió otra cerveza que le dio una rubia con una amplia sonrisa—. Con ella puedes quedarte.
—¿Por qué asumes que voy a cerrar el trato?
—Porque vas a hacerlo. Me apuesto lo que quieras a que ya has calculado cuánto te va a costar remodelarlo.
Nick se encogió de hombros. Kevin lo conocía demasiado bien. Habían crecido juntos en uno de los barrios más desfavorecidos de Las Vegas y, contra toda expectativa, habían conseguido salir del círculo vicioso de la pobreza y las drogas. Un poco de suerte y el deseo compartido de escapar del pasado los había unido para esforzarse sin tregua hasta alcanzar el éxito.
—¿Hemos acabado?
En los viejos tiempos, la noche habría estado a punto de empezar para Kevin, pero Lottie había puesto fin a eso.
—Ve junto a tu mujer. Yo me quedo un poco más.
—Podrías hacer un esfuerzo por pasártelo bien. No es ningún crimen.
—No, pero gracias a mi sensatez tenemos un negocio próspero.
—No necesitamos comprar este club. Lo haces por puro capricho.
—Efectivamente, amigo, para pasármelo bien.
—Estás loco. Mira a tu alrededor: hay un montón de chicas guapas —dijo Kevin, alzando las cejas—. Seguro que alguna estaría encantada de recordarte lo que significa divertirse.
Nick no se había ido con una mujer de un bar hacía años, y no pensaba empezar aquella noche.
—Vete a casa —masculló.
—Ya me estoy yendo —dijo Kevin, al tiempo que se marchaba.
Nick observó a la gente y le llamaron la atención un par de hombres que parecían discutir por una mujer de cabello rojizo. Al instante adivinó lo que iba a pasar y fue hacia ellos, pero llegó demasiado tarde. El rubio empujó al otro, que trastabilló hacia atrás, chocando contra una mujer. Nick sujetó a esta para que no se cayera al suelo.
Ella se agarró a Nick, posando una mano en su pecho. Nick notó que la camisa se le humedecía a la vez que separaba a la mujer de los combatientes. Un segundo más tarde, un fornido portero se abrió paso y sacó a los dos hombres del local. La velocidad y discreción con la que actuó impresionó a Nick, que apuntó mentalmente que debían conservarlo.
—¿Estás bien? —preguntó a la mujer.
Ella se retiró el cabello moreno de la cara y se alisó el vestido, lo que llamó la atención de Nick hacia sus perfectas piernas y la suave curva de su escote.
—Creo que sí —dijo ella antes de alzar hacia él sus hermosos ojos verdes y sonreír—. Gracias por salvarme —luego frunció el ceño y añadió—: ¡Dios mío, te he tirado la copa encima! —y le frotó la pechera.
La sonrisa y el contacto hicieron que Nick sintiera una corriente de calor que lo desconcertó.
—No pasa nada —dijo.
—No dejará marca, pero te pagaré la… —ella calló cuando Nick le tomó las manos y se las retiró. Se soltó y le tendió la mano—: Soy Evie.
—Nick —dijo él, estrechándosela.
Evie era alta y esbelta. Su cabello caía en cascada sobre sus hombros y se movía con elegancia. Kevin habría dicho que parecía «cara», y así era. Pero sin la artificiosidad que solía acompañar a ese tipo de mujeres y que Nick tanto rechazaba.
—Encantada, Nick. Tienes unos reflejos increíbles. Yo no lo había visto.
—Suele pasar cuando se mezclan mal la testosterona, el alcohol y una chica guapa.
—¿Era eso? —Evie se quedó pensativa antes de volver a dedicarle una radiante sonrisa—: Permíteme que a cambio te invite a una copa.
—No hace falta.
—Pero… —Evie sacudió la cabeza—. Perdona. Supongo que estás con alguien —añadió, haciendo ademán de irse.
Extrañamente, Nick perdió todo interés por el motivo original de su visita al local.
—No. Estoy solo —se oyó decir.
—Entonces puedes aceptar una copa —dijo ella con ojos brillantes.
—¿No debería ser yo quien dijera eso? —preguntó Nick a la vez que la dirigía hacia un sofá que acababa de quedar libre.
—Debe ser el rescatado quien compra una copa al rescatador —dijo ella, sentándose con un suspiro—. Al menos aquí la música suena más baja. Ahí fuera no se puede ni pensar.
—La gente no suele venir a estos sitios para tener conversaciones profundas.
—Supongo que no.
Una camarera acudió de inmediato. Evie pidió un vodka con tónica y Nick decidió acompañarla, aunque no solía beber cuando trabajaba.
—¿De dónde eres, Nick? —preguntó ella.
—Del norte de Las Vegas —dijo él, aunque estaba concentrado en el delicioso perfume agridulce de Evie.
—¿De verdad? —preguntó ella, abriendo los ojos desmesuradamente—. No creía que hubiera nadie nacido en Las Vegas. Es uno de esos sitios a los que uno se muda.
Mientras hablaba, Evie movió las manos animadamente y, al darse cuenta, las posó en el regazo.
—¿Y tú? —preguntó él.
—De Dallas —lo dijo con una irritación que no pasó desapercibida a Nick, que no apartaba los ojos de sus labios—. Estoy aquí para el fin de semana.
—¿Has venido sola?
—No, con una amiga —Evie rio y el eco de su risa fue como una caricia para Nick—. Pero ha conocido a alguien y…
El cerebro de Nick procesó al instante que estaba sola y tuvo que acomodarse en el sofá para evitar que se apreciara la reacción que despertaba en su cuerpo saberlo. Afortunadamente, llegó la camarera. Hizo ademán de pagar, pero Evie se le adelantó.
—Las chicas listas no dejan que un desconocido les pague una copa —le guiñó un ojo—. Puede causar malentendidos.
—Entonces yo pagaré la segunda.
—Si la hay —dijo ella, enarcando las cejas.
—Prefiero pensar positivamente.
—He oído que es muy efectivo. ¿Te funciona? —preguntó ella, reclinándose sobre el respaldo y cruzando sus increíbles piernas en un gesto que, sin pretender ser provocativo, a Nick le resultó extremadamente seductor.
—No lo sé, pero me alegro de que tu amiga haya hecho un amigo porque así…
—¿Yo puedo encontrar al mío? —acabó Evie por él.
—Exactamente.
Evie sintió un escalofrío. En aquel momento no podía pensar en un lugar donde pudiera encontrarse mejor que con Nick mirándola con sus profundos ojos marrones. Nada más sentirse en sus brazos, el tiempo se había detenido. El calor que emanaba de su cuerpo, el fuerte latido de su corazón… Y cuando le había visto la cara… Las luces intermitentes proyectaban sombras en sus facciones marcadas, el cabello moreno le caía sobre la frente, casi ocultando una cicatriz sobre la ceja izquierda que le daba un aire peligroso. Tuvo que apartar la vista para no perderse en su mirada.
Entonces se había dado cuenta de que le había tirado la copa y, al tocarle el pecho, había sentido un cosquilleo inmediato en las puntas de los dedos que se había intensificado cuando él le retiró las manos.
Solo los años de entrenamiento con Gwen aprendiendo a comportarse como una señorita habían impedido que se echara en sus brazos. Claro que su cuñada tampoco aprobaría que estuviera coqueteando tan abiertamente con él, pero Evie se sentía poseída por otra persona. Era consciente de que se adentraba en un mundo desconocido, pero no podía hacer nada por evitarlo. Quizá Will tenía razón cuando la acusaba de no tener criterio.
—¿Insinúas que quieres ser mi amigo? —preguntó en un tono sensual que desconocía tener.
—Sí —dijo él.
Una voz interior ordenó a Evie volver a un terreno más impersonal, pero las palabras no salieron de su boca. Nerviosa, tomó la copa para calmarse, pero se atragantó y tosió.
Nick pidió a la camarera un vaso de agua y se lo dio. Evie, avergonzada, sonrió agradecida y bebió, rogando que la penumbra ocultara su rubor.
—Ya que esta copa no parece gustarte, ¿quieres que vayamos a otro sitio más tranquilo y con mejor vodka?
Evie tuvo que carraspear para poder hablar.
—¿A dónde?
—Podríamos ir al Starlight; está cerca y es uno de mis favoritos. Pero en Las Vegas hay sitios abiertos veinticuatro horas al día.
Evie imaginó una docena de lugares inapropiados antes de decir:
—Me parece bien.
Nick se puso en pie y le tendió la mano.
—Vayámonos.
Evie vaciló unos segundos, preguntándose, producto del hábito, qué escribirían en la columnas de cotilleos si la vieran con Nick. Pero entonces recordó: Lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas. Lo que hiciera o dejara de hacer no interesaba a nadie en aquella ciudad.
Tomó la mano de Nick y el calor de esta le recorrió el brazo a la vez que se ponía en pie. Entonces él la miró sonriendo y, la mezcla de excitación y libertad que Evie experimentó, hizo que le temblaran las piernas.
Viva Las Vegas.
Evie se sentía embriagada, y no por la cantidad de alcohol que había consumido, sino por la sensación de libertad de que gozaba y por la presencia de Nick.
¿Quién necesitaba alcohol cuando con cada respiración la envolvía su fragancia, acelerándole la sangre? ¿Qué podía ser más excitante que sentir su cuerpo contra el de ella mientras bailaban en la pista con una sensualidad casi obscena?
Pero no se trataba solo de su libido. En aquel instante no era Evangeline Harrison, heredera del cincuenta por ciento de HarpCorp International; ni estaba sometida a la lupa de la alta sociedad de Dallas. Nadie esperaba de ella que actuara de acuerdo a los elevados criterios de etiqueta que correspondían a la cuñada de la experta mundial en el tema.
Solo era Evie, una chica más pasándolo en grande con un hombre que no sabía nada sobre ella y no se inmutaba al verla beber cerveza directamente de la botella, cantando su canción favorita a voz en grito...
Nick parecía muy seguro de sí mismo y actuaba con la espontaneidad de quien no sentía que tuviera que fingir ser quien no era. Ella se había pasado la vida tratando con chicos de familias «bien», mientras que Nick, a pesar de un barniz educado, era lo que entre sus amigas se consideraba un «chico malo».
Y Evie nunca había deseado tanto a nadie.
La música cesó y la banda anunció un descanso. Nick la atrajo aún más hacia sí por la cintura y ella sintió que el corazón se le aceleraba al ver el fuego con el que la miraba. Sin previo aviso, Nick la besó. Sus labios eran cálidos, firmes y exigentes, y produjeron un estallido en el interior de Evie, que subió la mano desde sus hombros a su nuca y su cabello. Entonces, Nick metió la lengua en su boca y ella se sintió arder en un fuego que comenzó en su vientre, se extendió hacia sus muslos y le endureció los pezones.
Nick le tomó el rostro entre las manos, acariciándole las mejillas con los pulgares y apretó la frente contra la de ella, a la vez que él dejaba notar cómo le hacía sentir empujando sus caderas contra las de ella.
—¡Buscaros una habitación! —gritó alguien.
Evie y Nick se separaron al instante. Pero, mientras ella se ruborizaba, avergonzada, él le alzó el rostro y le besó en la sien antes de conducirla fuera de la pista.
En lugar de volver a la mesa, fueron hasta la barra para pedir un par de copas. A la vez que le daba un billete, Nick le dijo al oído:
—Espera a las copas. Enseguida vuelvo.
Al cabo de unos minutos, Evie lo vio cerca de una escalera, hablando con alguien de seguridad. Después de que este asintiera, Nick volvió a su lado.
—Ven conmigo —dijo, tomando su copa y dándole a ella la suya a la vez que la llevaba de la mano hacia las escaleras.
Sin decir palabra, el portero descolgó un cordón que impedía el acceso y les dejó pasar. El ruido del local quedó amortiguado a medida que subían hasta un segundo piso y recorrían un pasillo con varias puertas cerradas. Nick se detuvo ante una marcada con el número seis y la abrió.
Evie entró con curiosidad. Una gran ventana ocupaba la pared opuesta y desde ella se veía la sala de abajo. Delante, había un par de sofás de cuero. La iluminación creaba un ambiente íntimo. Y privado. El corazón de Evie se aceleró.
—¿Es una habitación para vips, verdad?
Nick asintió a la vez que cerraba la puerta. Evie oyó que echaba el pestillo y se le tensaron los músculos de los muslos.
—Sí, aunque está más pensada para reuniones que para fiestas —la moqueta atenuó el sonido de las pisadas de Nick mientras se acercaba a Evie.
—¿Y por qué nos han dejado subir? —preguntó ella, asombrándose de no tartamudear.
—Conozco a Dave, el portero. Y, como no estaba ocupada…
Evangeline Harrison se quedó en estado de shock. La nueva Evie se estremeció con las posibilidades que se presentaban.
—Ese panel controla los altavoces —explicó Nick señalando un cuadro de interruptores—. Puedes encenderlo para oír al grupo. Y eso… —indicó un artefacto encima de una mesa—, sirve para llamar al servicio. No entra nadie, a no ser que se le llame.
Nick estaba a medio metro de ella y su objetivo estaba claro, pero parecía esperar a que ella diera el primer paso. De pronto, Evie se sintió insegura y exclamó:
—¡Vaya, piensan en todo!
Las manos le temblaban y la copa estuvo a punto de desbordarse. Nick se la quitó y la dejó sobre la mesa, luego le tendió la mano.
Evie miró hacia la puerta. La decisión era suya. Aceptó la mano de Nick y dio la bienvenida a la electricidad que le sacudió el brazo. Un paso bastó para que Nick la estrechara en sus brazos y el fuego en su vientre la dejara sin aliento. No necesitó ningún estímulo para atraer la cabeza de Nick hacia ella. El deseo que había sentido hacía unos minutos la asaltó con una violencia multiplicada y él tuvo que sujetarla con fuerza para que no perdiera el equilibrio.
Un beso siguió a otro mientras Evie recorría con sus manos la espalda de Nick como si quisiera memorizar su musculatura. Él deslizó las manos por debajo de su top y le besó el cuello. Evie no fue consciente de moverse, pero Nick la ayudó a echarse en uno de los sofás y se colocó sobre ella. Evie habría querido gritar de placer al sentir el peso de su cuerpo moviéndose sobre ella. Se sentía en el paraíso. Y quería más.
Nick se incorporó hasta sentarse y la ayudó a sentarse a horcajadas sobre él. Colocando sus piernas a ambos lados de los muslos de Nick, se apretó contra el bulto de su entrepierna y la atravesó una ráfaga de calor.
Sin ninguna dificultad, le quitó la camisa por encima de la cabeza y acarició con sus ávidas manos su torso de bronce, apreciando cómo se contraían sus músculos cuando le pellizcaba los pezones.
Evie estaba asombrada de su propio comportamiento.
Él la miraba con expresión hambrienta y ella habría querido dar las gracias a Las Vegas y a hombres como él, tan distintos a los dóciles, pulidos y civilizados de su círculo habitual. Nick tenía algo primario que la excitaba y la liberaba a un tiempo. Y a él parecía gustarle esa versión de ella. De hecho, la estimulaba. La combinación de poder y libertad la embriagaban y atemorizaba a partes iguales.
Nick la tomó por los brazos para atraerla y darle otro abrasador beso. Un instante después, Evie notó que le bajaba la cremallera, levantó los brazos, y Nick le quitó y dejó caer al suelo el top y la falda. Luego, mientras la miraba apreciativamente, le acarició la parte de arriba del sujetador de encaje, rozándole los pezones. Y, tras un rápido giro al cierre, el sujetador acompañó al resto de la ropa.