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Con más de 40 años de experiencia dedicada a la cerámica artística, la autora presenta este "recetario" de cerámica, a partir de modos de hacer implantados en Cuba y dadas nuestras condiciones geológicas naturales. Los 14 capítulos, expuestos de forma coloquial, siguen la secuencia de los procesos que requiere el oficio, desde la conformación de la pasta hasta que se extrae la pieza del horno. Se brindan consejos y secretos que convierten al libro en texto de obligada referencia para especialistas y para quienes se inician en esta maravillosa profesión.
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Seitenzahl: 178
Veröffentlichungsjahr: 2019
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Edición para e-book: Lic. Aldo R. Gutiérrez Rivera
Edición: Martha Liana García Hernández Diseño de cubierta: Deguis Fernández Tejeda
Diseño interior: Carmen Padilla González Realización: Caridad Castaño Jorge Corrección: Pilar Trujillo Curbelo Composición digitalizada: Idalmis Valdés Herrera
Conversiòn a e-book: Téc. Amarelis González La O
© Teresita Gómez Vallejo, 2010
© Sobre la presente edición: Editorial Científico-Técnica, 2018
ISBN 978-959-05-1068-7
INSTITUTO CUBANO DEL LIBRO Editorial Científico-Técnica Calle 14, No. 4104, entre 41 y 43, Playa, Ciudad de La Habana, [email protected]
No hay obra sin el reconocimiento a todos los que han ayudado a su realización.
En este caso, agradezco a mis hijos Carlos y Ernesto, a mi nieto Carlos Rogelio, a mi editora Martha Liana, a Elizabeth y a los amigos ceramistas con quienes he comentado los propósitos de este recetario de la cerámica artística cubana, en el que he usado lo más posible materiales autóctonos y mis propias recetas.
No puedo dejar de recordar a los geólogos del Instituto de Geología y Paleontología de Cuba, quienes acogieron esta obra como suya y buscaron los datos suficientes para complementarla con un mapa sobre los yacimientos donde se pueden encontrar las materias necesarias para trabajar la cerámica artística.
Tampoco quiero dejar pasar la ocasión de agradecer, aunque este sea un agradecimiento póstumo, al científico ruso Mendeleiev, padre de todas las teorías y recetas que han venido después del aporte de su maravillosa tabla de elementos, donde están las bases seguras para la confección de los esmaltes cerámicos.
Lo agradezco yo, y seguramente los que quieran seguir este camino lo reconocerán en el futuro, cuando logren descubrir la grandeza de comprender lo vivo y útil que es el llamado mundo mineral con su telúrico lenguaje.
Por último, doy gracias al ceramólogo Jorge Fenández Chiti por su valiosa cooperación, y por permitir incluir sus tablas y experiencias en esta obra.
Teresita Gómez Vallejo
De forma apasionada y modesta, Teresita Gómez Vallejo, como es característico en esta excelente artista, aprovecha su extensa experiencia y exquisita sensibilidad, en su doble condición de ceramista y escritora, para mostrar en este magnífico libro un abanico de recetas y consejos sobre el arte de “convertir en milagro el barro”.Es que en el largo camino transitado por la autora modelando arcilla con sus manos y corazón, ha trascendido sus propias fronteras graduándose también de “maestra” por ejercicio y de “geóloga” por derecho. Por eso, esta transferencia de sus conocimientos al gran público merece un reconocimiento especial de los profesionales de las ciencias de la tierra.
Es dedestacar que la autora ha engarzado magistralmente los 14 capítulos que componen esteAcercamiento a la cerámica artística cubanapara mantener todo el tiempo el interés del lector, atrayéndolo con gran cantidad de información técnica salpicada de opiniones, anécdotas y recomendaciones sin que merme, en ningún momento, su valor literario. Más que un libro a secas, es un texto de referencia con un extraordinario valor documental que será de gran utilidad para especialistas y neófitos interesados en el tema.
Es evidente que esta obra surge con la intención de compartir muchos “secretos” descubiertos al tratar de llenar los vacíos que enfrentó Teresita en algún momento durante los avatares de su larga y fructífera carrera artística: Por una parte, siente la necesidad de apoyar a los que se inician en el arte de la cerámica y no cuentan con un material de consulta similar, y por la otra, de divulgar los resultados de los múltiples experimentos que realizó con diferentes materias primas minerales autóctonas, cuya existencia es a veces desconocida por los propios cubanos.
Y en la utilización que ella hace de las arcillas, arenas, caolines y diversos minerales del país, en su alquimia artística,hay que ver además una reafirmación de la identidad nacional: Teresita demuestra un conocimiento amplio de los principales depósitos cubanos, las materias primas empleadas en la cerámica, los aspectos distintivos de su mineralogía y geoquímica, así como de las propiedades que las hacen aptas o no para este uso. Ella comparte con los lectores cómo las ha empleado hasta obtener el éxito, y la prueba de esto es que algunas de sus obras (esculturas y cerámicas) están hoy no solo en salas nacionales, sino también en reconocidas galerías de diversas partes del mundo, expresando la creatividad de la artista y, también, la calidad de los minerales cubanos.
El libro está estructurado siguiendo la secuencia consecutiva de los diferentes procesos que requiere el arte de la cerámica, desde la conformación de la pasta, donde lo principal es la calidad de la materia prima que se vaya a utilizar (“no hay cerámica sin una buena pasta”, dice la autora), hasta el momento de extraer la pieza del horno. Sin embargo, no se detiene aquí, de la forma más sencilla llega al punto de enseñar a reconocer las mejores arcillas a partir de su color, textura o las asociaciones minerales presentes en estas.
Así surgen ante el lector numerosas recetas creadas y empleadas por ella, con la descripción del proceso tecnológico; llega a dar una disertación sobre la tecnología óptima en cada caso, en dependencia de los diferentes tipos de minerales utilizables de acuerdo con el equipamiento disponible; presenta los diferentes tipos de materiales que se emplean en la cerámica, el yacimiento de procedencia, según su propia selección, y de esta forma contribuye, sin proponérselo, a la evaluación de los depósitos para este uso. Constituye, sin lugar a duda, un aval a la calidad de la materia prima y la tecnología apropiadas en cada caso para la cerámica artística cubana.
La autora deja claro que, a su juicio, el éxito o fracaso de un ceramista depende de la seriedad y constancia en su trabajo, así como de su capacidad para conjugar la técnica, el arte y la naturaleza.
Hay que destacar, además, que Teresita, con el afán de enseñar y hacer partícipe de su obra a todo el que se interese en la cerámica, suele utilizar su taller, no solo para exponer sus trabajos, sino también para realizar demostraciones de diferentes técnicas de la cerámica artística, como la que se muestra en el libro: la técnica del rakú, con la cual se puede disfrutar del momento, cargado de espiritualidad, en el que una pieza de barro se convierte en una joya artística. Compartir con la autora ese instante efímero y sublime en su “taller-santuario”, es realmente un privilegio.
Como geólogos cubanos, nuestro más profundo, sincero y cálido agradecimiento a esta ilustre escritora por su intrepidez y por haber insertado nuestra ciencia en su arte, para dar crédito certero a la posibilidad de utilizar las materias primas nacionales en la cerámica artística. Sirva a todos esta obra de material de consulta y disfrute ante el derroche de conocimientos plasmados en el libro,que es una invitación abierta al placer de la lectura y la cerámica.
Virginia González,
Esther María González
y Carlos Manuel Pérez
Investigadores del Instituto de Geología y Paleontología
“…No aprendas lo que yo aprendí,
ve y aprende donde yo aprendí”.
Choji Hamada
(Ceramista japonés)
Desde hace más de cuarenta años me he dedicado a la cerámica artística. Cuando era una niña de nueve años ya soñaba con hacer cerámica. Un día, ojeando un libro de lectura, encontré una ilustración donde se veían unos niños, a la orilla de un río, haciendo tazas y figurillas con el lodo. Nunca podré olvidar la impresión que me causó aquella lámina; también recuerdo que no pude resistir la tentación de mutilar mi propio libro y confeccionar un cuadrito con la página. Tiempo después intenté, por primera vez, hacer un horno con una lata de galletas.
Así fue como ese sueño de la infancia me mantuvo investigando sobre cómo trabajar la cerámica.
Mientras más buscaba, encontraba un inmenso universo de conocimientos que, en esos lejanos años, aún no estaban a mi alcance dada mi preparación académica. Pero dando aquellos pasos iniciales pude darme cuenta de que yo quería entrar en el campo de una especialidad en la que había que dominar una multitud de conocimientos. Hoy puedo decir, sin falsa modestia, después de tantos años de dedicación a mi profesión, que no he terminado de abarcar todos esos conocimientos tan perseguidos, porque la cerámica ha sido insustituible en el quehacer de la humanidad por la misma diversidad de sus ramas, su perfeccionamiento a lo largo de la historia y su durabilidad, que la convirtieron en pasadas centurias en un material indispensable para cientos de usos. En nuestros días se sigue utilizando hasta para la “nariz” de los cohetes nucleares.
En la cerámica, tanto la industrial, como la artística, todos los días se aprende algo nuevo.
Por todo esto, me encaminé hacia la carrera de arte y, al terminar el nivel secundario, me presenté a unas oposiciones en la Escuela de San Alejandro, en La Habana, donde obtuve una beca para estudiar pintura y escultura; pero incluso con aquel premio, que me acercó todavía más a mi meta, no tuve la suerte que tienen hoy los egresados de las escuelas de arte, quienes cuentan con la especialidad de Cerámica entre las asignaturas de la carrera de Artes Plásticas.
En el tiempo en que yo estudié, aun con el profuso diseño de asignaturas que componían los siete años que debían cursar los alumnos de San Alejandro —en los cuales hasta las llamadas asignatura optativas debían ser aprobadas por los que disfrutábamos de una beca de 14.00 pesos al mes para matrículas y algunos materiales—, no existía esa especialidad.
Así que al graduarme, en 1961, ya dotada de un buen parque de conocimientos sobre pintura, dibujo, modelado, historia del arte y otros, en cuanto a cerámica seguía buscando y acomodando mis planes para dedicarme a ella.
Lo que he contado en esta introducción, lo que me motivó para hacer la obra que hoy les entrego, conllevó muchos años, en los cuales nunca abandoné mis planes, hasta que al fin lo fui logrando.
Muchos años invertí en la preparación de mi taller, en poder hacer un horno, aunque pequeño, y comenzar a practicar totalmente sola en un improvisado torno de motor.
Eso ocurrió por los años 1960 y ya en Cuba, con el triunfo de la Revolución, había varios pintores que trataban de incursionar en la cerámica. Es algo curioso y lo quiero compartir con los lectores de esta obra. Los mejores pintores de aquella época, Portocarrero, Amelia Peláez, Martínez Pedro y otros, de pronto comenzaban a preocuparse por la cerámica artística.
Recuerdo una vez que llegué muy temprano al taller de Amelia y la encontré fascinada, llamando a Martínez Pedro, porque ella había abierto el horno y quería que él viera cómo habían quedado las piezas que los dos habían decorado. En aquel tiempo, Amelia trabajaba con un magnífico tornero, el viejo Pullarena.
Ese día yo iba acompañada por el doctor Rodríguez de la Cruz, que tenía un taller comercial en Santiago de las Vegas. Por ese taller pasaron casi todos los artistas que fueron pioneros de la cerámica artística cubana.
En esa época, Celia Sánchez, que era una enamorada de la cerámica de barro rojo, abrió unos talleres en Cubanacán y allí comenzó un grupo de artistas que por largos años se han dedicado a la cerámica, pero con el pasar del tiempo, sin dejar de hacerla, casi todos se han dedicado también a la pintura, como es el caso de Sosa Bravo, José Fuster y otros, entre los que también me encuentro.
Cuando los que quieren dedicarse a la cerámica van a verme para que les aconseje sobre ese empeño, sin querer desanimarlos y, juzgando ahora, con el descurso de los años, los grandes tropiezos iniciales que enfrenté para montar el taller y dominar los primeros engobes y hornadas de piezas, habitualmente pregunto:
—¿Estás seguro de que quieres dedicarte a una profesión en la que parece que todo está dicho por los siglos de los siglos? ¿Una profesión que requiere un cúmulo de conocimientos que caen directamente dentro de la química inorgánica, a la vez que necesita un considerable número de instalaciones para llevarla a cabo?
Invariablemente, salvando honrosas excepciones, me han contestado algo parecido:
—Sí, sí, ya yo he hecho cerámica. Ya yo he hecho algunas piezas en barro, aunque no las he quemado.
—Estoy seguro de que tornearé en unos días.
—He visto tornear y no me parece para nada difícil.
—Yo estuve en el taller de... etc., etcétera.
Esta obra es para esos que me han preguntado sobre el tema, además para los que sin mucho saber sobre el asunto, me han confesado con sincera ingenuidad que “desde chiquitos les gusta jugar con fango”, porque son de un numeroso grupo que aprecia nuestra profesión como algo superficial, un simple juego manual.
Además, este libro va dedicado a los que ya dieron los primeros pasos y han comenzado con los tropiezos de la profesión, pero que tenaces y perseverantes siguen buscando un camino para llegar, porque son de los que aún persisten en la idea de hacer cerámica, como me ocurrió a mí.
Tampoco puedo dejar de mencionar a otro grupo: mis visitantes, más bien diría yo, los caminantes, ya que al estar mi taller tan céntrico, día a día se me acercan haciéndome preguntas para obtener un color de esmalte determinado, para que sus piezas no se rompan, aun cuando estas han pasado meses secándose.
He tratado de escribir la obra con palabras sencillas, que a la vez les recuerde a quienes la consulten que, aunque el arte en cuestión ha sido celosamente escamoteado por sus propios creadores y ha habido encarnizados celos entre los grandes centros productores de piezas y estilos de los siglos pasados por no divulgar sus fórmulas y sus logros en el campo de la técnica, en la cerámica no hay recetas fijas, porque cada individualidad es un mundo de creación en sí, y aun cuando se empleen los mismos esmaltes, el mismo barro y aparentemente las mismas recetas —que daré en este manual para que todos las utilicen— cada artista obtendrá resultados diferentes, porque, su propio horno, las variaciones mínimas de los materiales que use cada cual y su propia manera de proceder en el diario hacer, darán obras totalmente diferentes.
Es ahí donde radica lo mejor del arte cerámico: el maravilloso mundo de la alquimia que hay que dominar para adaptarlo a nuestraindividualidad creadora, a nuestro propio talento, que obedecerá al contexto histórico-social.
A ningún artista actual se le ocurre crear piezas rococó o barrocas como las que hicieron los artistas que fueron admirados por dichas piezas en su generación, para la que fueron creadas —como no sea un encargo de restauración o repetición por necesidades varias, es decir, cosas del oficio.
Estas piezas son hoy obras admiradas por su forma y buena factura, como podríamos admirar las bellísimas piezas griegas que el Conde de Lagunilla legó al Museo Nacional o las obras que atesora nuestro Museo de Arte Decorativo.